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Luz de luna por BocaDeSerpiente

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Capítulo diecisiete: De cuando Draco estaba encantado con una serpiente (y puede que Harry hubiese estado encantado con Draco, sólo un poquito)

—Anda.

—No.

—Anda.

—No.

—Anda.

—Me parece que te acabo de decir que no, Draconis —el niño sabía que cuando su padrino utilizaba el genitivo del que provenía su nombre, se encontraba a punto de cruzar la línea entre el Snape-odio-a-todos al Snape-estoy-en-serio-irritado-contigo. No le gustaba cuando pasaba, a pesar de que le hacía gracia si su ira estaba dirigida a otra persona.

Draco se reacomodó en el banquillo. Aunque tuvo el impulso de doblar los brazos sobre el borde de la mesa, era lo bastante consciente de los calderos hirvientes con pociones y la fascinación del profesor con preparar líquidos de propiedades cáusticas para experimentar, como para poner sus extremidades en juego por la comodidad. No, él se quedó erguido sobre la silla, a una distancia aceptable del mesón en que su padrino trabajaba; porque lo conocía bien y apreciaba su vida, no habló más hasta que vio que dejaba de revolver y hacer un conteo de las veces en que giraba la varilla en dirección de las agujas del reloj y a la inversa.

—Sólo digo que si fueses  quien lo pidiese, seguro que me dan el permiso sin problemas.

—No vas a quedarte con una serpiente de tres cabezas y mucho menos vas a llevarla a Hogwarts, Draco.

Formó un puchero y se dedicó a mirar fijo al hombre, que utilizó un hechizo para detener el líquido en ese punto de ebullición exacto, fue al armario de ingredientes, regresó para retirar el encantamiento y continuó con la cocción, sin darle ni un vistazo.

—Anda —insistió. Cuando Snape alzó los ojos hacia él, su mirada podría haber congelado el fuego mismo. Pero como Draco estaba acostumbrado, sólo agitó las pestañas y mostró la sonrisa que se ganaba a casi cualquiera.

Claro que el hombre ni se inmutó.

—No —regresó a su labor.

—¡Severus! —chilló—. Eres un mal padrino.

—¿Y eso debería importarme por qué?

Draco bufó.

—Eres malo.

—Ajá.

—Y horrible.

—Hm, bien por mí.

—Y el peor padrino del mundo.

—Lo que digas.

El niño se cruzó de brazos, el puchero volvió.

—Y no me quieres.

Sabía que su padrino rodaba los ojos, aunque tenía la mirada clavada en el caldero que atendía y no pudo observar el gesto. No era necesario; toda el aura del hombre gritaba "no soporto ni un minuto más de esto".

—Tú eres la causa de todos mis males y no me oyes quejándome.

Draco boqueó. Luego se enderezó, elevando la barbilla y adoptando la máscara Malfoy, que intentaba imitarle a su padre.

—Lo acabas de hacer.

—Porque me vas a matar de un dolor de cabeza con tu "bla, bla, bla" —señaló el hombre, retirando la varilla de revolver del caldero, y poniéndole un nuevo encantamiento de conservación, al mismo tiempo que la limpiaba con un pañuelo blanco. Draco se tomó un momento para observar embelesado los movimientos de su padrino, que demostraban habilidad y práctica; se percató de que este lo notaba, porque relajó un poco la postura y se permitió una expresión tan cercana a una sonrisa como podría esperarse de él, lo que no significaba mucho.

Una vez que la varilla estuvo limpia, guardó los instrumentos dentro de un estuche negro, y utilizó un hechizo para limpiar la superficie de la mesa. Sólo entonces, Draco apoyó los brazos en el borde y se inclinó hacia adelante.

Después de unos segundos, en los que Snape imitó su postura y quedaron cara a cara, el niño mostró una débil sonrisa.

—No hay forma de que te convenza, ¿verdad, padrino?

—No —reconoció él, torciendo la boca.

—Tenía un discurso preparado acerca de las serpientes como imagen de Slytherin y lo mucho que levantaría la moral de la Casa si tenemos una mascota real allí, y la responsabilidad que podría aprender de cuidar de una criatura tan especial. Lo ensayé frente a mi espejo, dos veces.

—Si lo hubieses usado, te habría dicho que la serpiente es la imagen de Slytherin porque Salazar hablaba pársel, no porque tuviese una de mascota; lo que habrías logrado con llevar una a Hogwarts, sería espantar a los de primer año y que me llegaran cartas de quejas de magos que no quieren a sus hijos en un sitio por el que un animal peligroso anda suelto. Además de que ya tienes un conejo metamorfo, al que todavía no terminas de entrenar.

El niño asintió, despacio.

—Lo imaginé, así que después pensé en decirte que podríamos soltarla en el Bosque Prohibido, donde no tendría contacto con más estudiantes.

—¿Y qué vuelvas a visitar el bosque en las peores horas del día? Eso no está a discusión, considérate afortunado de que no le he dicho a Narcissa todo lo que sé sobre tu primer año.

Draco sonrió inocente a la amenaza implícita.

—Eso es porque eres el mejor padrino del mundo, y yo tu ahijado favorito.

—Habría jurado que hasta hace un momento, era el peor padrino y no te quería —Snape rodó los ojos—. Como si tuviese una lista enorme de ahijados para elegir mi favorito…

—Eres mi ejemplo de Slytherin a seguir, padrino.

—Oh, no, no empieces con la adulación. La respuesta sigue siendo no.

—No es adulación, sólo tú y madre podrían...—se cortó frente a la mirada conocedora y la ceja arqueada del hombre. Contuvo una carcajada a duras penas—. Bien. Ya uno no le puede decir nada agradable a su padrino sin que lo malentiendan como que quiero conseguir algo.

—Tú no eres agradable.

—Pues  tampoco.

—Y por eso llevas dos horas metido en mi laboratorio —el niño no dudó en asentir. Snape levantó un brazo y apoyó la barbilla en su palma, Draco lo imitó de forma inconsciente—. ¿No tienes algo que hacer, además de recordarme el por qué no tuve hijos? ¿Estar con Pansy y Jacint? ¿Vigilar a tu rata fea? ¿Estudiar?

—Pansy tiene día completo de lecciones con idiomas, historia y encantamientos, y Jacint está muy ocupado con su linda bruja de Gringotts para prestarme atención —los dos emitieron débiles bufidos a la vez—. Leporis duerme, y mis tareas de las clases privadas de esta semana están listas desde ayer.

—Pues haz otra cosa, algo de vacaciones.

—¿Algo como qué?

Snape arrugó apenas el ceño por un instante.

—¿Ir con el chico Potter, por ejemplo? —sus labios se fruncieron al escupir el apellido, como si fuese un insulto.

—Es día de Weasley —replicó, arrugando la nariz. Su padrino llevó a cabo un gesto similar, aunque imperceptible para quien no lo conociese bien—, la comadreja niña va a Hogwarts este año y, oh, sorpresa, sorpresa, quería que Potter estuviese ahí para darle consejos, y de alguna forma, una tarde se convirtió en todo un paseo por el Callejón Diagón y en compras de los útiles.

—Espléndido, simplemente espléndido, una Weasley más que arruine el arte por el que vivo y tolero a esos mocosos. ¿No tienes para mí una mejor noticia para comenzar este año?

Draco emitió un largo "hm", aunque sabía lo que le diría a continuación.

—Mi tía Lily manda saludos —los ojos de su padrino se estrecharon de un modo que indicaba peligro para cualquiera, menos él—, y pregunta si aún vives en esta casucha horrenda infestada de ratas y gnomos. No con esas palabras —aclaró la obviedad.

Draconis.

Bien, tal vez eso iba más allá de la línea imaginaria que estaba trazada entre ellos. Pero podía haber sido peor; mencionó a su amiga de la infancia, no a Regulus. Con ese tema,  se arriesgaba a una mala reacción.

El niño bufó y comenzó a juguetear con uno de sus colgantes, mientras desviaba la mirada al armario de ingredientes. Percibió, más de lo que vio, que su padrino dejaba caer los hombros.

—¿A qué hora regresa Narcissa a la Mansión? —a pesar de que no le había dicho que su madre no estaba, que apareciese solo por la red flu privada que los conectaba y se sentase frente a él en el laboratorio, era explicación suficiente. No podía contar cuántas veces lo había hecho.

Mañana.

—No lo sé —susurró, sin verlo. Pero Snape era Snape; tampoco necesitaba que dijera más para saber que le tocaría abrir el cajón que estaba lleno sólo de la ropa de su ahijado y poner el colchón extra en el piso para pasar la noche.

Su padrino se aclaró la garganta, capturando su atención y logrando que lo encarase de nuevo.

—¿Por qué no te enseñó algo para que tus neuronas no terminen de morir?

Podría haberlo abrazado, si no fuesen Draco y Severus, porque ellos no hacían esas cosas. Aun así, la mirada que le dirigió era de adoración pura. El mago dio un suspiro resignado y se fue a buscar el libro de pociones que nunca le había mostrado a nadie más que él.

Cuando regresó al asiento, lo abrió y comenzó a pasar las páginas, en busca de alguna que fuese de una complejidad aceptable, útil, que no hubiesen practicado ya.

—¿Te he contado alguna vez que a tu padre lo retaron, en segundo año, a darle con una piedra al Calamar Gigante en un ojo? —habló despacio y bajo, su voz se tiñó de lo más similar a la diversión que podía apreciar en él.

Draco se inclinó más hacia adelante y negó. Aunque él no lo veía, de algún modo, lo supo.

—Pues al muy idiota de Lucius, que por aquella época tenía menos en la cabeza que tú, se le ocurrió la brillante idea de instalarse toda la noche, a principios del invierno, junto al Lago Negro, a ver si la dichosa cosa se animaba a asomarse para que le diese con una piedra.

—¿Y le dio?

—Obviamente no. Se le congeló la túnica y se pegó a un trozo de hielo bajo la nieve; Narcissa y Stephan perdieron toda la mañana escuchándolo quejarse, antes de que aceptase que lo sacaran de ahí —bufó—. Le dijeron "príncipe de hielo" en Slytherin por semanas, hasta que lanzó un hechizo que congeló a los que se lo decían, y después el sobrenombre se quedó, con otro sentido.

Draco se permitió una chispa de orgullo y una sonrisa. Sí, eso sonaba a su padre.

No salieron del laboratorio por el resto de la tarde; en general, se mantuvieron en un tranquilo silencio, que sólo se interrumpía por el crepitar del fuego, el sonido del cuchillo al cortar los ingredientes de mayor tamaño, el leve tintineo de las varillas.

Cenaron tarde, comida fría e insípida, en los sillones desvencijados de una sala diminuta, a los que les hacía falta una limpieza. Draco se instaló con una cobija para combatir el frío que se colaba entre las paredes a causa de la mala construcción, y leyó en voz alta un libro de descubrimientos de alquimistas del último milenio, acerca de los que su padrino hacía comentarios que iban en contra de los halagos del ejemplar, como "en realidad, ese tipo estaba desquiciado", "su descubrimiento no fue más que un accidente afortunado", "dicen que ni siquiera lo hizo él, sino que le arrebató el crédito a su hermana squib".

No supo cuándo se quedó dormido, sólo que aún estaba envuelto en la cobija y sostenía el libro, cuando un hechizo de levitación lo alzó y fue trasladado a un colchón gélido, más pequeño que el que tenía en casa. Mantener los ojos cerrados no le impidió notar que su padrino usaba un amuleto de calefacción en él, otro en el colchón, y le ponía encima una segunda manta gruesa.

Snape le tocó la frente con la varita y pronunció el encantamiento que le colocaba si no quería que una pesadilla lo despertase; cuando percibió que se alejaba lo suficiente, Draco sonrió. A pesar de la lista de lo que podía quejarse en esa casucha y las razones que tendría para preferir su Mansión, se sintió un niño afortunado.

Draco Malfoy, a los doce años, no soportaba quedarse solo en casa.

0—

A la mañana siguiente, después de un desayuno breve, seco, Snape lo llevó hacia la red flu, antes de que volviese a ocupar uno de los bancos de su laboratorio y se autoinvitase a hacerle compañía el resto del día. Ambos fueron a la Mansión, tomaron té en una de las mesas del jardín de plantas mágicas, que los saludaban con toques de sus pétalos, hasta que Narcissa llegó, dispuesta a unirse a ellos. Su madre le besó la frente, le acarició la cabeza, y tomó asiento mientras le ordenaba a los elfos domésticos unas galletas para acompañar el té; ni él le preguntó dónde estuvo o qué hacía, ni ella se lo contó.

Cuando los platitos y tazas del juego de porcelana estaban vacíos, le aseguró a su madre que tenía toda la tarea de las lecciones privadas lista, por lo que se ganó el permiso de ir a casa de Pansy por la tarde.

No fue hasta dos días después, que tuvo alguna señal de vida de Potter. Cuando los Weasley lo dejaron ir, Lily hizo una visita a la Mansión. Draco se dejó abrazar, besar la cabeza, y escuchó con una sonrisita cariñosa las protestas de la mujer acerca de que estuviese estudiando durante el período de vacaciones, cuando pasaría los próximos meses en un internado; sabía que su madre le explicaría lo necesario que era que estuviese preparado, como era de esperarse de los Malfoy, y se preocupó más por arrastrar a su amigo hacia el jardín de forma disimulada, para no levantar más sospechas que las que Snape ya debía tener sobre él.

—...pero mamá Molly consiguió para comprarle una túnica nueva a Ginny, porque dice que no podía darle la misma que a los varones, y Ron arruinó la que usaban sus hermanos el año pasado. Mamá le regaló otra, y con esa ya son dos, así que me imagino...—el niño se balanceaba sobre los pies al contarle sobre las compras con los Weasley; hablaba tan rápido que él dudaba de que respirase con normalidad, y no dejaba de mover las manos, pero su sonrisa vaciló cuando debió percatarse de que Draco se ponía de puntillas para asomarse por una ventana, que daba a la sala de té donde estaban las madres de los dos—. ¿Draco? ¿Me estás escuchando?

Luego de asegurarse de que ambas mujeres se encontraban concentradas en alguna charla que no le interesaba oír, sujetó al otro niño de la muñeca y comenzó a caminar en dirección a los senderos de piedra que dirigían a las diferentes zonas del jardín.

Siempre te estoy escuchando. A la comadreja niña le dieron ropa nueva, qué maravilla. ¿No está Weasley muriéndose de la envidia porque lo tiene todo usado?

—En realidad, sí, un poco —lo oyó resoplar detrás de él, aunque estaba más atento a tomar el camino que era—. No le digas así.

—Estamos en mi casa, Potter, y yo le digo como quiera a quien quiera.

—A veces eres tan...—dejó las palabras en el aire con un ruido mitad frustrado, mitad suspiro. Draco decidió no responderle.

Una vez que tuvieron que salirse del camino delimitado, lo soltó y dejó que avanzase a su lado. Lep, que hasta ese momento sobrevoló en círculos encima de ellos, aterrizó en uno de sus hombros. Enseguida comenzó a presionarle la nariz contra la quijada y una de las mejillas.

Harry miró alrededor y se puso a juguetear con los bordes de su suéter deshilachado. Él ya sabía lo que preguntaría, antes de que hubiese abierto la boca.

—¿A dónde vamos?

—Te voy a enseñar algo.

—¿Otro nido de Augurey? —él sonrió; esa vez, no borró el gesto cuando lo vio negar.

—Algo mejor.

Él emitió un largo "oh" y se rio por lo bajo. Draco contuvo una pequeña sonrisa; oírlo reír le producía un efecto relajante del que se negaba a hablar con alguien.

Doblaron detrás de un arbusto y rodearon un árbol de tronco grueso, en el que había una marca diagonal hecha con una hojilla por él mismo, semanas atrás. Su conejo dio un salto y agitó las orejas-alas para disminuir el impacto al llegar al suelo, después echó a correr hacia el montón de hojas que cubrían un segmento de raíces.

Draco le puso un brazo al frente a su amigo para detenerlo. Harry frunció un poco el ceño y dio un vistazo en torno a ambos.

—Potter —ojos verdes parpadearon hacia él, enormes, brillantes y curiosos bajo los lentes—, esto será nuestro secreto, ¿oíste? —se llevó el índice a los labios. Harry sonrió e imitó el gesto.

—Sólo intenta que esta vez no estemos a punto de morirnos, Draco.

—Nada de eso; este es bueno, lo prometo.

Se puso de rodillas despacio, lamentando tener que ensuciar de tierra su pantalón de gabardina nuevo, y removió con ambas manos las hojas junto al árbol, revelando un agujero de tamaño mediano. Notó que Harry se agachaba junto a él.

—¿Qué...?

No le dejó tiempo para hacer preguntas. Soltó un largo, suave silbido, seguido de uno más corto, tembloroso.

Una cabeza de reptil, pequeña, naranja con rayas negras, se asomó desde el interior del hueco, y se posó por debajo de la palma que le extendía, permitiéndole acariciar las escamas. La mano le cosquilleaba al tocarla.

—Vaya —exhaló Harry. Él no fue capaz de disimular una sonrisa.

Le tendió el brazo que tenía libre, con el que no la acariciaba, y la serpiente reptó por encima de la tela de su camisa, enroscándose igual que un brazalete. Cuando estuvo lo bastante expuesta, dos cabezas más la siguieron; una daba silbidos agudos y agitaba la cabeza, mientras que la otra se movía lento y pasaba los ojos de un niño al otro, en silencio. La del medio fue la que siguió buscando las caricias y le tocó la piel con la lengua.

—¡Vaya! —Harry se inclinó hacia él, una mano levantada, como si fuese a tocarla, pero se echó hacia atrás a último momento—. Son tres en una...—murmuró. Pasó un instante observándola, boquiabierto.

—Se llama "Runespoor", Potter —bufó. Agachó un poco la cabeza cuando la serpiente del medio intentó alcanzarlo. La irritada le siseó de forma amenazante, la otra siguió en silencio—, es una Runespoor bebé, no sé cómo llegó aquí. Le agrado a la del medio, mira, tócala, esa no hace nada.

El niño lo observó, titubeante. Cuando le dio un asentimiento, se acercó más y le pasó los dedos índice y medio por la cabeza a la del centro, que siseó con gusto, sacudiéndose bajo el toque. La irritada volvió a emitir un sonido amenazador.

Para pasar desde su brazo hasta la muñeca de Harry, en la que también se enrolló, tuvo que salir por completo del agujero bajo el árbol. En total, el cuerpo delgado y brilloso no debía superar los treinta centímetros, las tres cabezas tenían un tamaño similar al de un galeón.

—¿Está sola? ¿Cómo la encontraste?

—Creo que sí —hizo una breve pausa, extendiendo el brazo de nuevo para permitir que la criatura se arrastrara cuan larga era—. Leporis se metió a su hueco cuando estábamos paseando, y ahí estaba, enrolladita, sola y helada.

—¿Y qué vas a hacer con ella? ¿Ya le dijiste a la tía Narcissa?

—Obviamente no, Potter.

Él se detuvo un instante, luego retomó las caricias.

—¿Por qué no?

—Madre tiene muchas cosas que hacer, como para estar pendiente de una serpiente tan chiquita —otra pausa, en la que torció un poco la boca, imitando a su padrino sin darse cuenta—, más bien, la única serpiente chiquita a la que ella le presta atención es a . Pensé en llevarla al Bosque Prohibido, pero mi padrino se negó a ayudarme, y no sé cómo meterla al expreso sin que nadie se entere.

—Podemos usar mi capa.

—Es muy inquieta —bajó los brazos y se acomodó sentado, de piernas cruzadas, cuando la serpiente reptó sobre los hombros de Harry, haciéndolo encogerse y reír con cierto nerviosismo, aunque no dejó de mimar a la cabeza del medio—, se va a poner nerviosa o asustarse, y se nos podría soltar por el tren.

—Y comenzaríamos el año con otro castigo hasta junio —se burló, él asintió—. ¿Entonces qué?

—Pensé en Sirius Black.

Harry volvió a fruncir el ceño. Cuando dejó de acariciar a la serpiente, esta se sacudió y comenzó a frotar uno de los lados de la cabeza central contra su quijada, siseándole por atención.

—¿Quieres que mi padrino se la quede?

—No —Draco abrió mucho los ojos—, quiero que se la lleve a mi primo Regulus. Tiene un montón de cosas extrañas en su casa, seguro que una serpiente de tres cabezas le gusta; completaría sus colecciones.

—¿El que te dio el Apuntador? —asintió en respuesta— ¿por qué no se la llevas tú?

—Madre y yo vamos a viajar después de tu cumpleaños, no creo que tenga tiempo de ir a su casa. No se mandan serpientes por correo, además, ni siquiera el búho imperial de padre se la llevaría.

—Y Sirius está medio loco, no le diría a nuestras mamás —recordó Harry, con una sonrisa afectuosa.

—Sí, eso también es importante.

—Voy a decirle cuando vuelva a la casa.

Draco asintió. La serpiente, al no ser más consentida por el niño, se deslizó hacia su brazo y se estiró para volver con él, enroscándose en su muñeca y dirigiéndose hacia abajo, para ir de vuelta a la tierra.

Cuando estaba por desaparecer dentro del agujero en el suelo, sacó de un bolsillo una caja pequeña, con bolitas de carne para búhos o lechuzas, y se las puso en el borde del hueco. La Runespoor se tomó un momento para verlas, luego la del medio la mordió y comenzó a comer, las otras dos la siguieron, aunque la irritada todavía silbaba y se agitaba.

Le llevó unos segundos percatarse de que Harry alternaba la mirada entre él y la serpiente, embelesado.

—¿Qué? —apretó los labios. Se preparó para replicar cualquier cosa que dijera, excepto lo que salió de su boca poco después.

—Te gustan mucho las serpientes, ¿verdad, Draco? —el aludido parpadeó. Harry le mostró una sonrisa amplia, que no necesitaba practicar ni tener motivos para lucir como inocencia pura.

Tuvo que apartar la mirada y aclararse la garganta para que su bufido y su tono desdeñoso fuesen creíbles.

—Por supuesto que me gustan, Potter, soy un Slytherin.

—Pero no es por eso que te gustan, ¿o sí?

—No —reconoció, tras una pausa. Cuando su amigo se inclinó de nuevo hacia él, supo que esperaba una explicación más específica y rodó los ojos—. Son fuertes, poderosas —con un giro de muñeca, se sacó la varita de la manga, y tocó la cabeza irritada, que le siseó y se alzó, dispuesta a moverse si él lo hacía primero—. Esta es venenosa y me intentó morder tres veces, antes de darse cuenta de que tenía comida para ellas.

Sintió, más de lo que vio, el cambio de postura de Harry.

—¿Qué? No me dijiste que- Merlín, ¡Draco!

—Son sólo unas bebés —le espetó, en un tono más duro del que pretendía; se dio cuenta por la manera en que el otro formó un puchero—. Yo también habría intentado morder al que se acercara, si fuese ellas. Y son tan pequeñas, míralas.

Harry se rio.

—En serio te gustan.

Él bufó.

—Tal vez las Runespoor sean mi criatura mágica favorita, después de los dragones —elevó el mentón y sonrió de lado—; sólo tal vez, Potter.

—A Draco le gustan los dragones, ¿por qué no me sorprende?

Le dio un débil codazo como respuesta, su amigo se rio y lo ayudó a cubrir con hojas y tallos el agujero de la serpiente, una vez que esta se despidió con unos siseos largos y se metió bajo tierra.

Draco le tendió los brazos a su conejo, que volvió a subirse en ellos, y deambularon por los espacios que separaban los jardines durante un par de horas. Le insistió a Harry en saber qué quería de regalo de cumpleaños, pero el otro niño no sabía qué pedir. Terminaron, de algún modo, tumbados en una extensión de hierba, uno al lado del otro, hablando de las bromas que le hicieron los gemelos Weasley a Madam Malkin en su tienda, el partido de Quidditch Irlanda-Noruega, y tantas otras cosas que habría sido difícil para alguien más seguir el hilo de la cambiante conversación.

0—

El 31 de julio de 1992, Harry volvió a ser despertado por un peso que cayó sobre él cuando dormía. Ahogó un jadeo e intentó empujar al cuerpo sobre él, pero la cama se hundió bajo otro, otro, otro más. Cuando se quiso dar cuenta de qué pasaba, cuatro de los Weasley lo aplastaban y un quinto se reía desde la puerta.

Se dijo que tendrían que cambiar ese modo de felicitarlo, pero la sonrisa de su cara no demostraba gran oposición.

Ginny le revolvió y jaló el cabello, mientras los gemelos le lanzaban besos al aire y Ron le daba uno de esos abrazos rompe-huesos marca Weasley. Fue arrastrado fuera de la cama, aún descalzo. Alcanzó el marco de la puerta entre tirones, preguntándose a dónde habrían ido a parar sus lentes, que luego le fueron acercados por un amable anónimo —ya que no veía gran cosa, era difícil reconocer una mano que se extendía y se apartaba enseguida—. Charlie no lo dejó salir sin darle un abrazo breve y palmearle la espalda; bostezando y estirándose un poco, caminaron lado a lado, medio apoyados en el otro, por el pasillo que daba a las escaleras.

—¿Cómo te va en Rumania? —recordó preguntarle— ¿muchos dragones que cuidar? ¿Te mordió alguno? ¿No te echan fuego?

—Estoy con los más pequeños estas semanas —se encogió de hombros—, pero dentro de unos meses voy a ocuparme de un Colacuerno que tiene muy mala fama. Averiguaré por qué es tan conocido, supongo.

Harry asintió, lento.

—¿No estás muy ocupado entonces?

—Sí. Pero no lo suficiente para faltar al cumpleaños de mi hermanito favorito —y se abalanzó sobre él para revolverle el cabello. Detrás de ambos, las protestas de los demás no se hicieron esperar.

—¡Nosotros somos tus hermanos!

—¡Él ni siquiera es un Weasley!

—¡Es sólo un Weasley honorario!

Charlie se echó a reír y no lo soltó hasta que estuvieron en la planta baja, donde tuvo que dejarlo ir hacia los brazos de Molly, que lo apretó con fuerza suficiente para casi alzarlo del suelo. De pronto, Lily también estaba ahí, así que no le quedó de otra que gimotear y pedirles espacio para respirar.

Desayunaron en el suelo de la sala, alrededor de una radio mágica, que envió unas felicitaciones personalizadas para él de Peter, quien estaba en el extranjero por un artículo que necesitaba cubrir.

Más tarde, cuando James entró, acompañado de Remus, corrió hacia su padre y se abrazó a él con una gran sonrisa, escuchándolo hablar de los Aurores, el Ministerio, tráfico aéreo en Londres, a la vez que lo rodeaba con los brazos y le daba un par de besos en la coronilla. Remus se agachó cuando le llegó el turno de felicitarlo.

Cerca del mediodía, cuando la casa comenzaba a estar inundada del aroma a chocolate y pastel a medio hornear, la puerta se abrió para los Parkinson. Pansy corrió hacia él, se le colgó del cuello y le llenó la mejilla de besos, murmurando las extrañas felicitaciones y buenos deseos de los sangrepura, apenas permitiéndole a su madre y hermano mayor hacer lo mismo, porque se negaba a soltarlo tan rápido. A Harry le hizo gracia; la llevó a la sala con el resto y la dejó quedarse pegada a él, hasta que Lily capturó la atención de la niña al invitarla a que la ayudase a decorar el pastel.

Por una petición especial, James levantó algunos encantamientos desilusionadores extra en el patio, sacó escobas viejas del garaje, y convirtió el jardín de su esposa en una versión reducida de un campo de Quidditch. A Harry le tocó jugar con los gemelos, que ya hacían bastante por su cuenta, contra Ginny, Ron y Charlie. Pansy se sentó en el pórtico y narró el juego, con apoyo de Remus.

La Quaffle no dejó de volar por todo el patio hasta que sus madres los hicieron ir de regreso adentro para el almuerzo. Se encontraba a mitad de la comida, quejándose de que uno de los gemelos —no sabía cuál— había hecho una broma con su plato y tenía trozos de papa en el cabello, cuando la chimenea tuvo una explosión verde.

Harry se olvidó de las protestas, se bajó del banco de un salto y corrió a la sala, a tiempo para ver a Draco alisarse arrugas inexistentes en una túnica verde de gala. Su amigo tenía la boca torcida hacia un lado mientras mascullaba y un paquete en la mano, pero la exasperación se borró de su rostro cuando se percató de su presencia y de que lo veía.

—¿Demasiado tarde? —él parpadeó y formó un pequeño puchero, que le devolvió la imagen del niño de doce años que en realidad era—. No me dio tiempo de cambiarme ni siquiera, podía haber pasado por la Mansión, pero eso me hubiese hecho llegar aún más tarde, y hubiese tardado como...

Draco frunció el ceño cuando lo escuchó soltar un bufido de risa. El niño-que-brillaba elevó la barbilla y se cruzó de brazos, escondiendo casi por completo el regalo que llevaba consigo.

—¿Qué es tan divertido, Potter?

—Te apuraste por llegar temprano —sonrió, conmovido por una emoción cálida que le llenaba el pecho—; pudiste venir más tarde, no importaba.

Él bufó.

—Bien, pues me voy si no me quieres a-

Harry rodó los ojos y extendió los brazos a sus costados. El otro se detuvo al ver el gesto y arqueó una ceja. Sonrió más.

—Quiero un abrazo de feliz cumpleaños.

—Ni que fueras mi madre —replicó, estrechando los ojos y dando un paso hacia atrás cuando él avanzó uno en su dirección. Requirió de un gran esfuerzo no empezar a reírse de su reacción—. Yo no abrazo, Potter.

—Pero yo  y quiero uno, ¿por favor?

De nuevo, dio un paso adelante, y de nuevo, Draco retrocedió. Abrió la boca para decir algo más, ceño fruncido y una mirada que no prometía nada bueno incluidas, pero otra voz lo interrumpió antes de que pudiese hacerlo.

—No sabía que teníamos que venir de gala —Ron apoyó el hombro en el marco de la puerta que daba a la sala y levantó las cejas al fijarse en el atuendo de Draco, que adoptó su máscara de indiferencia Malfoy de inmediato.

—Podría llenar todos los pergaminos del mundo con las cosas que no sabes, Weasley.

—Eres un...

Pero lo que sea que él pensase que su amigo era, quedó relegado a un segundo plano cuando Harry se abalanzó sobre Draco y lo envolvió con los brazos. El niño se puso rígido bajo el contacto, se demoró un momento en relajarse y dejarse hacer.

—Abrázame también —lloriqueó, zarandeándolo—, siempre eres así, malo.

Draco se aclaró la garganta.

—Los Malfoy no abrazamos —le puso el paquete que cargaba contra el pecho, dándole un sutil empujón para apartarlo sin lastimarlo. Harry sujetó el regalo, y le hizo un puchero, sólo en caso de que pudiese hacerlo cambiar de opinión. Por supuesto que él no cedió.

—Pansy siempre te abraza, Jacint siempre te...oye, ¿no abrazas a mi mamá? Estoy casi seguro de que te he visto abrazándola cuando- ¿qué es esto?

Se interrumpió a sí mismo al terminar de desgarrar el papel de la envoltura. Draco, por toda respuesta, apuntó el título del encuadernado que estaba entre sus manos.

"Diccionario de la lengua inglesa"

—¿Es en serio?

—Qué asco de regalo, amigo —Ron se acercó y se asomó por encima de su hombro, con el ceño fruncido—. Ni siquiera creo que se pueda considerar un regalo en realidad.

—Merlín, Potter, sólo ábrelo y mira dentro.

Harry hizo lo que le pidió. Lo abrió en una página al azar; por un instante, la hoja permaneció en blanco. Cuando la tinta empezó a marcar el papel, reveló un dibujo móvil de un jugador de Quidditch en su escoba, realizando una finta. Debajo estaba el nombre de la técnica, con una breve descripción, los pasos a seguir y consejos para realizarla.

—¿Qué...? —intentó contener una sonrisa y pasó la página. En la siguiente, el jugador volaba de cabeza y maniobraba para atrapar la snitch en plena huida.

Le llevó un momento notar que todos eran Buscadores, y además, lucían como él. Sacudiendo la cabeza, levantó la mirada hacia su amigo, que tenía un aire de suficiencia que no se molestaba en disimular.

Técnicas y secretos de juego de los Buscadores más famosos de los últimos dos siglos —Draco fingió quitarse una mota de polvo de la perfecta y costosa túnica—; una recopilación mágica hecha a mano, a pedido especial de los Malfoy.

Rodó los ojos y señaló al jugador del dibujo.

—¿Soy yo?

El niño-que-brillaba esbozó una media sonrisa.

—Quizás.

Cuando Harry se rio y lo abrazó, él se quedó quieto entre sus brazos y resopló.

—No te creas que lo del diccionario es mentira —añadió—. Pídele que te explique una palabra.

El niño frunció el ceño y miró las hojas que hablaban de Quidditch, pero ante el asentimiento de su amigo, se encogió de hombros y decidió intentar.

—Eh, dime, ahm- dime qué significa...arcaco.

Lo primero que apareció en la página fue un "¿No quisiste decir 'arcaico'?", seguido de tres definiciones distintas para la palabra; los dibujos y los procedimientos de las jugadas ya no estaban. Harry negó, sin dejar de sonreír.

—No puedo creer que en serio me dieras un diccionario.

—Yo no puedo creer que no te lo haya dado antes —Draco le guiñó—. Estúdialo bien, y serás más soportable y arrasaremos en Quidditch.

—¿Cómo hace eso? —Ron le pidió el libro y comenzó a pasar las hojas, encontrando sólo las jugadas—. Dime qué es "arcaico".

Nada pasó. Su mejor amigo frunció el ceño y observó a Draco.

—Reconocimiento de voz —explicó, con un encogimiento de hombros—. Es un libro multipropósito marca Malfoy.

—¿También de tu abuelo Abraxas?

—Exacto —elevó el mentón y sonrió más al ver que Ron le regresaba el regalo con un bufido.

Una vez que Harry decidió que le iría a presumir su libro de jugadas a su padre, Draco avisó que usaría su cuarto para cambiarse, llamó a Lía y se alejó en dirección a las escaleras. Apareció por el pórtico al cabo de diez minutos, vistiendo la ropa que le era usual. Ocupó el otro lado del banquillo en que Pansy estaba, saludándola y dejándose besar la mejilla.

—No es como que estés muy diferente —mencionó Ron después de un momento, echando los brazos hacia atrás y presionando las palmas en el suelo, que era donde se encontraban sentados. Sirius acababa de llegar y convenció a James de un juego uno a uno, por lo que ellos optaron por un descanso.

—Algunos  tenemos buena ropa de la que elegir —Draco se encogió de hombros, en un gesto que aparentaba resignación; antes de que el niño tuviese tiempo de captar lo que decía y se enfadase, giró la cabeza hacia él con una media sonrisa—. Weasley, ¿no has visto el prototipo de tablero de ajedrez mágico que Francia sacó hace una semana?

Ron parpadeó.

—¿El que de qué?

—Lo vi en casa de los Audrey, madre tenía reunión con ellos hoy. Es una tablero más o menos así, que...—comenzó a gesticular con las manos para darle una idea del tamaño, las nuevas funciones de las piezas, y los trucos que podía hacerse con ellas. Harry se dedicó a alternar la mirada entre los niños que conversaban de ajedrez, los adultos que se jugaban bromas y volaban sobre las escobas, y pensó en lo gracioso que era.

Cuando los mayores se cansaron y aceptaron quedar empatados, James le pasó por un lado y le desordenó el cabello, en su trayecto de regreso a la casa. Sirius se dejó caer junto a ellos, colocándole un brazo sobre los hombros. Los Weasley se organizaron para otro juego, en el que una enfurruñada Ginny terminó por fuera y se metió a la casa también, así que sólo su padrino, Draco, Pansy y él conitnuaron en el pórtico. Su amiga estaba más pendiente de realizar bien la narración del siguiente partido que de su plática.

—Oh, ¿saben? —Sirius pasó la mirada del niño-que-brillaba a él y de vuelta, con una sonrisa feroz abriéndose paso en su rostro—. Regi les manda las gracias por la nueva mascota, creo que fue lo mejor que pudieron haberle dado. Dice que pasará por el Ministerio por un permiso, y bla, bla, bla, tomará todo un cuarto para que esté cómoda, y quién sabe qué más; será la serpiente de tres cabezas más consentida del mundo mágico.

Draco mostró una débil sonrisa. Harry recordó algo y jaló de la chaqueta de cuero de su padrino para recapturar su atención.

—¿La podemos volver a ver?

—¿A la serpiente? —Sirius hizo una expresión estupefacta al verlo asentir, como si no pudiese decidirse entre sonreír o arrugar la frente—. Supongo que sí, si van a casa de los Black y le dicen que se las muestre. No creo que Regi les diga que no, si la tiene gracias a ustedes. ¿No se supone que la llevé para deshacerse de ella?

—Para que madre no montará un escándalo —corrigió Draco, en tono suave. Su padrino asintió con un teatral gesto de comprensión.

—Narcissa necesita relajarse.

Justo ese fue el momento que Lily eligió para asomarse por la puerta y decirle que la señora Malfoy acababa de llegar y entrara a saludarla. No creía que le hubiese tomado más de cinco minutos; la bruja lo felicitó, le dio sus buenos deseos y jugó con su cabello, de ese modo especial en que sólo ella y Draco podían hacerlo. Pero cuando iba de regreso al pórtico, tuvo que apresurar sus pasos a causa de un grito agudo, que reconoció de Pansy.

Frenó en seco bajo el umbral de la entrada, aturdido por el cántico alegre de los gemelos. Su amiga estaba sola en el pórtico ahora, el juego de Quidditch pausado, aunque los Weasley montaban en las escobas, viendo un punto determinado.

A Draco.

A Draco, Sirius y la moto mágica, para ser más específicos.

Su padrino estaba frente al vehículo, con las manos presionadas en los extremos del manubrio. Le daba algún tipo de indicación al heredero de los Malfoy, que se encontraba en el asiento con cara de no estar muy seguro de cómo terminó ahí. Conociendo a Sirius, incluso se le pasó por la cabeza que lo hubiese cargado hasta la moto y lo hubiese subido; si el hombre todavía no le enseñaba a conducirla, era porque Lily le gritaba cada vez que lo intentaba.

Pero con Narcissa dentro y cuatro Weasley curiosos en el patio, nadie detuvo a Draco de encenderla, según sus instrucciones. No la movió ni un centímetro, además de que la apagó enseguida; sin embargo, la risa que soltó después era clara, vibrante, y llenó el jardín.

Mientras se acercaba, Harry tuvo la impresión de que su amigo brillaba aún más cuando se reía. Le agradó verlo.

Para el instante en que sus madres salieron y les pidieron que entraran por el pastel, Draco volvía a estar sentado en el pórtico, con las piernas cruzadas y una expresión aburrida; nadie dio explicaciones de por qué Sirius lucía como si fuese a echarse a reír y saltar.

Se reunieron en torno al comedor, trasladado a la sala para mayor comodidad, y una mesa extra. Los gemelos le estrellaron la cabeza en el pastel, con lentes incluido.

—¡Fred, George! —reprendió Molly, con el rostro enrojecido.

—¡Aguanta como Weasley, si...!

—¡...se supone que eres nuestro otro hermanito, Harry!

Luego de ser limpiado por un encantamiento de Lily, se repartieron las porciones, para todos menos los gemelos, que se correteaban por la sala, huyendo de las ollas que Molly hacía levitar detrás de ellos para golpearles la cabeza.

La casa de los Potter estuvo repleta de risas y pláticas hasta que los párpados comenzaron a pesarle. En algún momento, Remus jaló a Sirius para que se fueran, a tiempo para evitar que él y James abrieran una botella de whisky de fuego frente a los niños; más tarde, cuando Lily aún reprendía a su esposo, Molly reunió a sus hijos para que dieran un desfile de despedidas y abrazos a Harry, antes ir de regreso a La Madriguera.

Draco, como si fuese consciente del destino que lo esperaba, permaneció en uno de los sillones, con la cabeza de Harry recostada en su hombro, mientras los Parkinson les daban las buenas noches, tomaban rumbo a la casa al otro lado de la calle, y Narcissa se llevaba a Lily a la cocina para una charla de la que no escucharon nada. Él estaba seguro, aun así, de que su amigo debía saber acerca de lo que hablaron.

—¿Estás triste? —le preguntó en voz baja, después de un rato de observarlo con los ojos puestos en el crepitar de las llamas recién encendidas en la chimenea. El niño negó y levantó un brazo para acariciarle la cabeza, enredando los dedos en sus mechones. Lo escuchó bufar.

—El próximo regalo que te dé, va a ser un buen acondicionador, Potter.

Harry se rio y se pegó más a su costado, pero detectó un trasfondo extraño en su voz al decirlo, aunque nunca se lo contó. En cambio, lo rodeó con los brazos y lo estrechó; no le dio importancia a que él sólo se dejase hacer, sin devolverle el gesto. Draco lucía libre de una tensión que no sabía cuándo adquirió, para el momento en que ambas madres estuvieron de vuelta.

Lily anunció, con una sonrisa, que les montaría los fuertes de mantas y almohadas en el cuarto porque su amigo iba a pasar la noche ahí. Mientras intentaba ayudar a su madre, Draco se ponía de pie en medio de la sala, asintiendo sin ganas a lo que fuese que la señora Malfoy le estuviese diciendo.

Narcissa se despidió de ambos con besos en la frente cuando estuvieron listos. Harry arrastró a su amigo y lo hizo correr escaleras arriba, hablándole sin cesar de los regalos que recibió de los Merodeadores y que le quería mostrar, ya que se quedaba con él. Casi no durmieron esa noche; cuando lo hicieron, fue en un enredo de cobijas y extremidades, en el suelo transfigurado en colchón.

Tal vez fue por eso, porque tuvo un sueño particularmente ligero, o por una mera casualidad, que Harry abrió los ojos al percibir movimiento a su lado. Todavía cálido por las mantas y con la cabeza embotada por el sueño, tanteó el aire en la oscuridad de la madrugada, en busca del otro niño.

Draco se inclinó por encima de él cuando debió percatarse de que lo había despertado. No tenía puesta la pijama que le prestó, sino la ropa con que se cambió para su cumpleaños.

Se veía como si quisiera decir algo más, pero sólo pronunció un:

—Ya me voy, Potty.

El aludido frunció un poco el ceño, carraspeó para aclararse la garganta y hablar.

—¿A dónde vas?

—Viaje, ¿recuerdas? Tengo un traslador que tomar en unos minutos.

Harry lloriqueó y se frotó los párpados, el sueño lo hacía sentirse en una nube.

—¿No es muy temprano?

—No para mí —el niño-que-brillaba esbozó una sonrisa. Sintió unos dedos fríos que le regalaban caricias en la sien y le quitaban el cabello rebelde de la cara. Se movió más cerca del contacto—. Deberías volver a dormir, anda.

—Pero...

—Sh, sh.

Draco le dio un suave empujón para que volviese a estar recostado por completo, y lo tapó con una cobija. Él intentó estirar los brazos, capturar una de sus muñecas, pero no lo alcanzó.

—Duérmete, Potter.

Lo último que pensó, en los segundos de batalla contra una ola de sueño, fue que sonaba con la misma exasperación cariñosa con que Lily le hablaba a su esposo cuando se comportaba de un modo inapropiado. La comparación lo inundó de una emoción cálida y cosquilleante.

A media mañana, despertó en un cuarto que estaba vacío, y bajó corriendo, con la cobija todavía envuelta alrededor del cuerpo, para descubrir que sólo su madre estaba en la cocina, con una taza de café. Recorrió los pasillos dos veces, antes de decidir que no fue un sueño, e ir a sentarse frente a ella con un apenas perceptible puchero.

Lo bueno fue que al atardecer, Pansy lo visitó, y un búho imperial que ambos conocían les dejó las primeras cartas que el niño-que-brillaba enviaría desde su viaje. También se añadirían a la colección que el Harry adulto guardaba bajo la cama.

 

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