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Luz de luna por BocaDeSerpiente

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Capítulo veintitrés: De cuando la tortura de los Gryffindor es la ayuda de los Slytherin (en especial, si hay criaturas mágicas de por medio)

Draco no agachó la cabeza cuando su madre le habló, a pesar de que le hubiese gustado rehuir de la mirada clara y seria que lo observaba. Era un sangrepura, más que eso, un Malfoy, habría sido indigno bajar la vista de ese modo. Y probablemente, no hubiese ayudado al malestar de la pobre mujer.

—Narcissa, si no te apuras, el expreso lo va a dejar —advirtió Severus, con la cara y el tono de alguien que estaba hastiado, en especial porque tendría que aguardar en Hogwarts desde la semana anterior, y ahí se encontraba, en pleno patio de los Malfoy, presenciando la última y más nueva versión del sermón de que su madre le preparaba antes de llevarlo al andén.

Sólo que, en esa ocasión, la razón de que se hubiese alargado, era precisamente que ella no lo llevaría. Draco no había ido a tomar el tren sin su madre todavía.

Claro que tampoco se había bajado, sin ser recibido por ella, hasta el comienzo de las vacaciones de invierno, así que había una primera vez para todo.

—...y Draco —ella lo llamó, ladeando la cabeza para permanecer al alcance de su campo de visión—, ¿sabes lo que debes decir si te preguntan por mí?

El niño desvió la mirada hacia su padrino por un mínimo instante. Bastó para demostrar vacilación, por lo que la mujer se aclaró la garganta para recapturar su atención. Vio a Severus asentir, antes de volver a centrarse en ella.

—Madre estará de visita en las casas de Francia durante los próximos meses —recitó, alto, firme, se abstuvo de removerse incómodo al hacerlo. Su madre asintió.

—¿Y las cartas?

—Nada de enviar cartas a casa. Me las vas a mandar tú, y si quiero responder, tiene que ser a la misma dirección que está en tu sobre o a la que me des en la carta.

—Excelente —su madre le sujetó una mano entre las suyas, dándole un leve apretón, e hizo girar el anillo recién colocado en uno de sus dedos—. ¿Qué puedes decir sobre esto? —tocó la joya con una uña. Draco apretó los labios unos segundos.

—Es la pieza familiar. Nada más.

Narcissa Malfoy asintió, despacio.

—Úsala sólo en caso de emergencia, ¿de acuerdo? —fue su turno de asentir. La mujer se inclinó para acariciarle el rostro con una mano, aligerando el agarre sobre la suya, y le depositó un beso en la frente—. Te adoro, mi dragón. Buena suerte en Hogwarts, salúdame a Pansy y Harry, ¿sí?

Tras una despedida más corta, que incluyó otro par de besos, Narcissa dio algunos pasos hacia atrás, le dedicó una mirada larga y extraña, y se Apareció con un débil plop. Draco se quedó viendo el punto en que estuvo su madre, durante un rato, en absoluto silencio. Tal vez habría sido la primera ocasión en que llegaba tarde a algo en su vida, y al expreso de Hogwarts nada menos, si no hubiese sido por el carraspeo nada disimulado de su padrino, que lo hizo girar la cabeza en su dirección.

—Tengo que ir, ¿verdad? —el hombre asintió.

—No podrías ver a tus amigos de otro modo, aunque me es incomprensible por qué eso tendría que afectarte en algo.

Draco odió que pensar en la posibilidad de apartarse de Pansy y Harry, le diese ánimos para ir a la estación.

Alzó el brazo, colocando la palma contra el cielo, tapando la luz del sol mañanero, que le daría de lleno en la cara de otra forma. El anillo era grueso y se alargaba casi hasta rozarle el nudillo, ajustable en el ancho, de un metal tan oscuro que se aproximaba al negro, con una "M" en relieves, un par de dragones y lanzas en los costados, en honor al emblema familiar. La magia que contenía lo hacía cálido al tacto, cosquilleante.

—Él tampoco se lo podía creer cuando se lo dieron —le escuchó mencionar en voz baja; no necesitó mirarlo de nuevo ni preguntarle a quién se refería, para saber que era a su padre—. Tenía catorce. Tu abuelo consideraba que aún era un idiota, Narcissa y Stephan estaban bastante de acuerdo, en general, pero ya era muy grande para no llevar el anillo de la familia.

Era una de esas ocasiones en que Draco podría haberlo abrazado, si alguno de los dos no lo considerase completamente innecesario, inútil e inapropiado. En cambio, esbozó una débil sonrisa, se dejó sujetar del hombro para ser arrastrado en el tirón y los giros de la Aparición conjunta.

En el andén, Snape le dio una clara advertencia de no perderse el expreso y desapareció entre una multitud abarrotada, porque, al parecer, muchos más estudiantes eligieron esas vacaciones para pasarlas en familia. Draco miró alrededor, no halló caras familiares que le importase reconocer, y llamó a Lía para que se llevase su equipaje y le entregase a su conejo; la elfina le tendió a su mascota, y él lo abrazó, bajándole las orejas con una caricia que, más que consentir al animal, servía para tranquilizarse a sí mismo.

Con el conejo en un brazo, removiéndose e intentando olisquearlo, se sacó el Apuntador de la ropa, jalándolo de la cadena, y aguardó a que el objeto se sincronizase con sus pensamientos. Unos dos minutos después de haber comenzado a caminar en la dirección que le señalaba, escuchó un chillido, que fue la única advertencia que tuvo, antes de que Pansy se lanzase sobre él, como si no lo hubiese visto la tarde anterior y sólo se hubiesen separado para pasar la última noche de vacaciones con sus respectivas familias.

Recibió besos, preguntas, otro abrazo; de pronto, era arrastrado hacia un grupo que no hacía más que crecer, en una extraña combinación de Potter, Weasley, y un poco más alejados y discretos, los Parkinson, que debían permanecer allí por la mera insistencia de la niña, si sus caras de desconcierto y aturdimiento eran una pista.

Atravesó el abrazo de oso de Lily, los miles de besos de Amelia Parkinson, el saludo escueto de Ron Weasley. Luego de que Jacint, que no parecía dispuesto a aceptar que hace años había dejado de ser un niño pequeño, se lo subiese al hombro y lo obligase a pedirle "por favor" que lo bajase, creyó que estaba a salvo, ajeno al hecho de que faltaba alguien que no lo dejaría en libertad cuando aún no lo había saludado de forma adecuada.

En medio de la ola de estudiantes y sus familiares, asegurándose de no toparse con los gemelos Weasley y quedar atrapado en una de sus charlas sin fin, quedó frente a frente con Harry, que acababa de zafarse de los brazos de su padre y echó a correr hacia él. El niño se detuvo, jadeante, sonriente, con las mejillas encendidas por el esfuerzo reciente de pasar por el desfile de las despedidas. Draco, por reflejo, miró por encima de su hombro a James Potter, que se cruzaba de brazos y lo observaba con una aparente calma; cuando el hombre apartó la vista para contestar a un comentario hecho por su esposa, dejó ir una lenta exhalación, y se deshizo de una tensión de la que había sido poco consciente.

Un segundo más tarde, se debatía entre si Harry tenía meras intenciones de darle un abrazo, o algún plan que desconocía en el que lo ahorcaba y huía con sus cosas. Optaba más por lo segundo con cada instante que transcurría en su agarre asfixiante.

Echándose hacia atrás, le puso las manos en los costados, e intentó apartarlo, en vano. El otro niño estaba colgado de su cuello y se reía de algo que Pansy, junto a ellos, le decía.

—Es que Pans y yo decidimos que, por el resto del viaje, cuando no te esté abrazando ella, lo haré yo —ante la mirada inquisitiva que le dirigió, lo sintió encogerse de hombros—. Te extrañó mucho, creo.

—Podría extrañarme sin mandarte a ti a que me mates —replicó, bufando. Cuando se resignó a que no sería liberado otra vez, empezó a caminar con su amigo a rastras, viéndose obligado a pasar, de nuevo, por el desfile de las despedidas cariñosas, para abordar el expreso.

La ventaja de ir con los Weasley, una que resultaba innegable incluso para él, era que el mayor, Percy, daba órdenes a los demás estudiantes para conservar el orden, los gemelos corrían por delante de ellos, abriéndose paso, y las comadrejas menores, Ronald y Ginevra, terminaban de llenar el escaso espacio que sus hermanos dejaban, así que ellos tenían el pasillo despejado al caminar detrás de la enorme familia. También significaba nada de miradas desagradables, ausencia de comentarios de los que debía distraer a Pansy, y en ese caso en particular, que nadie notaría que llevaba a Potter colgado, hablándole en voz baja y riéndose de cada uno de sus quejidos, porque, bueno, aquello era muy poco digno.

El compartimiento que encontraron pasó de estar vacío a amenazar con reventar, gracias al barullo de baúles, los pelirrojos que se peleaban por los asientos, y Pansy, que decidió que en ese momento era su turno de torturarlo, y se enganchó a su brazo para llevárselo a uno de los puestos junto a la ventana. No tuvo ni un segundo de libertad entre el abrazo de Harry y el de su mejor amiga.

Cuando Pansy lo vio apoyar parte del cuerpo contra la ventana, dejando a Lep sobre su regazo, y cayó en cuenta de que llevaba un anillo que no estuvo ahí el año pasado, ni durante el encuentro del día anterior, de algún modo, toda la atención quedó en ellos. Draco rodó los ojos, contestó lo que sabía que le estaba permitido, les contó, sólo para presumir, la historia del regalo que el Legado podía darle, una sola vez en la vida, y se dejó abrazar de nuevo por su amiga, que no paró de jugar con sus dedos y el anillo, luciendo más que encantada; aunque quisiera enfadarse, no podía hacerlo, porque era consciente de que a ella no le tocaría un anillo familiar, en calidad de segunda hija.

La razón por la que Harry, desde el asiento contrario, se inclinó hacia al frente y se lo pidió prestado para verlo mejor, con ojos brillantes y los labios entreabiertos, era el verdadero misterio. Cuando lo tuvo de regreso, Draco se apresuró a colocárselo en el dedo que correspondía y lo flexionó, asegurándose que se ajustaba a la medida, igual que había hecho antes.

—Podrías tenerlo también —mencionó, encogiéndose de hombros frente a la mirada curiosa de su amigo—. Eres hijo único, el anillo Potter te pertenece por derecho.

Harry lo observó boquiabierto, como si no se le hubiese pasado por esa cabezota suya que su familia paterna, por ser sangrepura, contaría con una pieza similar. Conociéndolo, era muy probable que fuese así.

—No creo que lo tengan —fue Ron quien contestó, con un tono aburrido y los labios fruncidos—. Algunas de las familias sangrepura ya no usan esas cosas, esas que fueron sacadas de las listas y bla, bla, bla…

—Tiene razón —aceptó un gemelo, llevándose una mano a la barbilla, y el otro lo imitó al agregar:

—A Bill le tocaría el anillo Weasley, pero papá dice que se perdió cuando él era joven...

—...aunque nosotros pensamos...

—...que lo rompió en una pelea con el lado de la familia que  tiene complejos de sangre.

La mirada de desilusión de Harry, por alguna razón, hizo que tuviese ganas de mandarlos a callar, y luego echarse hacia adelante para cubrirle los oídos con sus propias manos. Bufó.

En su lugar, estiró las piernas y le dio una patada sin fuerza en la pantorrilla, apenas un toque, recapturando su atención.

—No pierdes nada con intentarlo. Si los Potter todavía guardan su anillo, la tía Lily lo habrá conservado bien para dártelo en una fecha especial.

—Normalmente se entrega cuando se cumplen trece —agregó Pansy, en tono animado; él no pudo hacer más que agradecer, mentalmente, que se hubiese percatado del estado de Harry y decidiese intervenir también. No le costó nada arrastrar al niño en una plática larga, y de poco sentido, sobre tradiciones sangrepura que debía conocer por su padre, y que hacían que este los viese con los ojos muy abiertos.

Ignorando que el compartimiento les quedaba un poco pequeño, y los gemelos sólo lo dejaron en paz los primeros treinta minutos del trayecto, el viaje de regreso a Hogwarts fue tan tranquilo como se había esperado.

No supo lo mucho que necesitaba esa agitación, que aún agotadora, resultaba familiar, hasta que estaban en el banquete de bienvenida de vuelta.

No era que las vacaciones hubiesen ido mal, se atrevería a decir que fue todo lo contrario, pero estar sin su madre, en un sitio que no conocía hasta entonces, sabiendo el tipo de cosas que sabía, podía ser difícil. Nada se comparaba a la plática incesante de Pansy al otro lado de la mesa, los jalones que tenía que darle a Lep para mantenerlo lejos de la comida, el murmullo conocido de cientos de conversaciones distintas, Harry junto a él, dando y devolviéndole patadas sin fuerza por debajo, estirándose por el azúcar antes de que la hubiese pedido, que era uno de los detalles, en su opinión, por lo que siempre era bueno que comieran juntos. Sí, sólo eso, claro. Nada más.

Lo único que pudo interrumpir su momento de paz y dicha durante la cena, fue una conocida lechuza parda, que sobrevoló la mesa de los Slytherin, soltó un ululeo alegre, y descendió en una de las orillas, desde donde sus plumas no tocasen la comida, pero aun así, pudiese picotear un poco de las sobras que todavía estaban ahí. Draco la observó con genuino interés, aunque no se sentía en realidad sorprendido; él le había enviado lo prometido el día de Yule y no recibió respuesta, era de esperarse que esta llegase cuando volvían al colegio.

Se sacó una golosina del saco que siempre llevaba dentro de la túnica, le ofreció su muñeca para que se instalase, y esperó a que le tendiese la pata para quitarle el pergamino que llevaba doblado. Podía sentir, igual que agujas clavadas en su piel, la aguda mirada de su mejor amiga, y la curiosa de Harry, pero ninguno hizo comentario alguno cuando empezó a extender el papel frente a sus ojos.

"¿Aún no vienes?

P. D: apaga las luces."

No había nada más. Ni una caja encogida mediante magia, ni otro sobre; sólo la indicación al borde, después de la floritura de interrogación.

Hubiese rodado los ojos, si no supiese que sus amigos no despegaban la mirada de él, y se percatarían hasta del más mínimo cambio. Dobló la nota y se la guardó en el bolsillo de la túnica, acercando la lechuza a sí mismo y acariciándole las plumas después, de manera que pudiese disimular cuando le susurró.

—La respuesta para más tarde —le dio un leve toque bajo el pico, la escuchó ulular por última vez; un momento más tarde, el ave remontaba el vuelo y se alejaba, en dirección a los agujeros que daban hacia afuera del comedor.

Tuvo veinte segundos exactos de tranquilidad, dándole una orden a su conejo para que no se acercase a las salchichas, antes de que Pansy se aclarase la garganta, con un sonidito débil, y se inclinase hacia adelante.

—¿No es extraño recibir correo el mismo día que volvemos, en la noche?

—Supongo que sí —respondió, sin gran interés.

—Sobre todo porque todos te vimos en el tren —excepto la persona con la que hablas por notas, agregaba entre líneas para sí mismo, y si no le hubiese quedado claro que no se trataba de ninguno de ellos hasta entonces, ahora Pansy podía estar segura de eso.

Alzó la cabeza, despacio. Su mejor amiga lo veía con una expresión que podía ser la viva imagen de la calma, para cualquiera, menos él.

—No todos —aclaró, porque era una oportunidad que no podía dejar pasar—. Ni siquiera he saludado a Nott todavía. Mucho menos a los otros Slytherin.

La niña lo observó durante un momento más, después asintió, y ambos supieron que lo aceptaba, de forma temporal. Cuando se enderezó en el asiento, la sonrisa que esbozó era para Harry, quien alternaba la vista entre ambos, con una cuchara metida en la boca y el plato del postre recién vaciado.

—¿Qué? —Draco lo codeó sin fuerza al oírlo hablar con la comida en la boca. En respuesta, él tragó, tosió, y se removió.

—¿Vamos a la Sala Común? —ofreció Pansy, apenas dirigiéndole otra breve mirada, y no necesitaba más para saber lo que planeaba: iba a estar pendiente de a quién saludaba y a quién no, de los estudiantes a los que se acercaba. De los compañeros que podían ser destinatarios de las notas.

Internamente, Draco le deseó suerte en dar con su discreto corresponsal, sonrió a su amiga, y tiró de Lep una vez más, para ponerse de pie y llevárselo consigo, lejos de las sobras que quería devorar.

—Sí, vamos.

Harry volvió a observar a uno, luego al otro, se encogió de hombros, después se levantó también y los siguió hacia afuera del Gran Comedor. Lo escuchó despedirse de forma exagerada de Ron desde la distancia, agitando los brazos.

Caminaron en una charla amena, de nuevo propiciada por una Pansy que lucía ajena a sus sospechas anteriores, y pasaron a los estudiantes de primero, que seguían a unos estrictos y cansados Prefectos hacia sus respectivas salas.

Cuando llegaron a las mazmorras, murmullos de voces y algunas risas los recibieron, incluso antes de que sus compañeros, que estaban en un círculo de muebles frente a la chimenea, se percatasen de su presencia. La primera en caer en cuenta de que llegaban, fue nadie más y nadie menos, que Daphne Greengrass.

Una amplia sonrisa se abrió paso en el rostro de la niña cuando pasó sus ojos por los tres, pero lamentó que abriese la boca un instante después.

—¡Draco! —habría bufado, si la atención del resto de los Slytherin no hubiese sido redirigida a ellos. Hizo el ademán de saludar con un gesto y avanzar, desaparecer por los pasillos que daban hacia los dormitorios y hacer como que no se percataba de sus intenciones, pero ambas Greengrass se pusieron de pie y se aproximaron, estaba seguro de que no le sería tan sencillo como le hubiese gustado—. Juega con nosotros, anda. Hoy hablamos sobre lo que hicimos en vacaciones, tienes que escuchar a Blaise, las historias que tiene sobre su madre y sus novios están a otro nivel.

Draco, como Malfoy que era de pies a cabeza, hizo gala de su mejor sonrisa, a punto de declinar la oferta. Sabía, de primera mano, que Pansy estaría de acuerdo en que se alejasen de inmediato; con lo que no contaba era que Harry, su Harry, podía ser poco más que un niño despistado la mayor parte del tiempo.

—¿Tú qué dices, Harry? —la idea no podía ser de otra, que de la pequeña cabecita de Astoria, que le mostró una expresión angelical—. Todavía no sabes cómo se juega verdad-o-no-verdad, ¿cierto? Se lo acabamos de enseñar a todos los que aún faltaban, les gustó muchísimo. Podrías reírte un rato, ¿no quieres intentar?

Y Harry, siendo Harry, esbozó una sonrisa, los miró de reojo, y asintió.

—Claro, explícame —medio segundo luego, Astoria se enganchaba a su brazo y lo guiaba hacia el círculo de Slytherin, donde Blaise mandaba a Crabbe y Goyle a abrir espacio para ellos.

De algún modo, el que él hubiese aceptado, los hizo creer que los tres darían la misma respuesta, como si se tratase de un conjunto inseparable, así que Daphne deslizó un brazo por debajo de uno de los suyos, y con el otro, sujetó a una Pansy que comenzaba a fruncir los labios ante la cercanía.

Terminó sentado, su amigo a la izquierda, Nott a la derecha, Pansy al frente, rodeada por Tracey y Blaise. Y todo, insistía, a causa de Harry y su despiste muy poco Slytherin.

Con un débil suspiro, se reclinó en el asiento, vio de reojo la sonrisa entusiasmada de Harry, la misma que ponía con el snap explosivo y el Quidditch. Tuvo que resignarse a la idea que, al menos por una noche, estaría atrapado en ese círculo.

—...bien, bien, tenemos tres nuevos, así que Blaise va a repetir el último que hizo —Daphne, con una gran sonrisa, gesticuló para capturar la atención de los demás estudiantes. Su mirada recorrió a los tres recién llegados—. Esto se juega así: uno de nosotros dice algo que es verdad y algo que no, el que adivine lo que es cierto, gana, y tiene que hacer lo mismo. Deben dar sus respuestas de inmediato, o no cuenta, porque entonces no es "adivinar".

—¿Qué sentido tiene esto? —Pansy lucía algo desconcertada al fijarse en las hermanas Greengrass. Para su sorpresa, fue Blaise el que se echó a reír y respondió.

—Es algo muy Slytherin, ¿sabes? Una cosa es mentira y la otra no, pero no te puedes inventar lo que sea, porque sería demasiado obvio. Y a nadie le gusta perder, ¿no?

Hubo murmullos de acuerdo, antes de que Daphne volviese a capturar la atención de todos, sólo para ceder la palabra de nuevo, ante Blaise. Él esbozó una sonrisa traviesa y frotó sus manos entre sí.

—Tengo sangre Veela —soltó, seguido de un gesto prepotente que lo hacía elevar la nariz—, o madre me regaló un pony cuando tenía nueve años, con un cuerno falso pegado a la cabeza, para hacer de unicornio.

—El unicornio de mentira —señaló Astoria, al borde de la risa.

—No, la sangre Veela —puntualizó Nott, ganándose un asentimiento del propio Blaise y algunos quejidos.

—¡Pero los Veelas son rubios!

—Dije que tengo sangre Veela, no que soy mitad Veela, ni un tercio, probablemente ni un octavo. Pero la tengo —se dirigió a ellos tres al agregar, con un guiño:—. De eso se trata este juego.

Bueno, era casi tan absurdo como Pansy le había explicado la primera vez que los vio jugar, pero Nott se removió en su sillón, los hizo elegir entre haber visto un murciélago de su tamaño en el viaje que hizo por vacaciones a una isla de América, y haberse probado los zapatos de tacón de su madre, a lo que sólo acertó Harry, porque resultó ser lo segundo.

—Me explico: padre quería comprarle unos zapatos nuevos, pero ninguno de los dos encontraba el número de talla ni etiquetas, así que vimos que a él no le quedarían, y a mí me quedaban un poco grandes todavía, uno o dos dedos, y tuve que probarme los zapatos que encargó para estar seguros de que era la misma talla antes de dárselos —se encogió de hombros—. Sí lo fue y le encantó.

Al girar la cabeza, absteniéndose de soltar un bufido, se percató de que su amigo daba pequeños saltos en la silla, emitiendo leves "hm", ya que era su turno.

Y bueno, con lo que se había reído Harry, la expresión entre divertida y cautelosa de Pansy, las ocurrencias de los chicos, tal vez no era tan mal juego.

—Conocí a un hombre lobo en vacaciones —se mordió el labio inferior por unos segundos, como si tuviese que sopesar un poco sus palabras— o me saqué un Supera las Expectativas con Snape.

Blaise emitió un silbido.

—Snape contra un hombre lobo. A mí me suenan igual de malos —algunos se rieron. Draco no estuvo entre ellos; se limitó a rodar los ojos, aunque sonrió un poco.

—Yo digo que lo de Snape —decidió Daphne, al mismo tiempo que él decía:

—El hombre lobo —ambos intercambiaron una mirada, antes de fijarse en Harry, que se rio, negó, e hizo un gesto para indicar que él tenía la razón. Draco amplió su sonrisa—. Es que mi padrino no le pone S a nadie más que a mí por aquí, lo sabía. Menos a Harry-todavía-no-me-sé-los-nombres-de-las-pociones-Potter.

Harry le dio un débil empujón al protestar. Frente a ellos, algunos de sus compañeros se echaron a reír e hicieron comentarios sobre lo escalofriante del profesor. Él no sabía qué hacía que lo considerasen así, pero al parecer, era una opinión común.

Cuando preguntaron al respecto, Harry se aclaró la garganta, y refrenó los saltos que daba, para explicarles.

—Acompañé a papá al Ministerio un día, hubo un ataque, pero no del hombre lobo, sino de unos magos que lo maldijeron porque se enteraron de que lo era y pensaron que los mordería o algo —hizo un vago gesto con una mano, como si lo creyese tonto—. Incluso hablé con él; si no me hubiesen dicho que era un hombre lobo, no me hubiese dado cuenta nunca.

Los murmullos que elevó su comentario sólo fueron detenidos por las hermanas Greengrass, trayéndolos de regreso al juego.

—Tu turno —indicó Daphne, que no podía lucir más orgullosa y complacida. No era para menos, si había reunido a todo segundo año, y a su hermana menor, de primero, en la Sala Común, cuando era de conocimiento general que los Slytherin tendían a formar grupos reducidos y actuar por separado.

Draco apretó los labios un instante. Junto a él, Harry lo observaba con ojos muy abiertos y brillantes, expectante. Puede que fuese lo que lo hizo hablar, aunque contaría como una pequeña trampa; lo demás no necesitaban saberlo.

—Fui a casa de los Weasley por vacaciones —podría jurar que vio a Pansy ladear la cabeza, desorientada, y tuvo que contener la risa. Bien, sí, el juego no estaba tan mal—, o…tengo habilidades de transformación.

—¿Los Weasley? —Blaise arrugó la nariz.

—No te quedarías con los traidores a la sangre, ¿verdad? —Millicent parpadeaba rápido, como si la idea le generase un cortocircuito en la cabeza. Con lo escasa de luces que a veces parecía, no le habría sorprendido.

Harry le sonreía.

—Las habilidades.

Como toda respuesta, Draco pestañeó un par de veces, concentrándose en el color verde de los ojos de su amigo, y recorrió con la mirada al resto de sus compañeros. El cambio se sentía como un toque frío, y a la vez, acogedor, que levantó un coro de susurros cuando se dieron cuenta de que lo hacía.

—¡Voy de nuevo! —Harry volvió a saltar en su silla, lo que lo echó hacia un lado, casi cayéndose sobre él.

Dos horas más tarde, un dolor de estómago por haberse reído demasiado de que Goyle tuviese una hermana mayor que lo vestía de niña y lo llamaba "Georgina", y una advertencia clara de los Prefectos de que les lanzarían cojines encantados si continuaban haciendo ruido en la Sala Común, Draco se fue con la marea de estudiantes que se encaminaba a los dormitorios.

Se separó de Pansy y el resto de las niñas a mitad de camino, después los varones tomaron dos direcciones distintas también; aún podía escuchar las bromas de Blaise y su risa cuando alcanzó su propia habitación, y entró, seguido de Harry y Nott. El segundo pidió usar el baño primero, recogió una pijama que tenía doblada en la orilla de la cama, y se perdió por la otra puerta.

Vio a Harry tirarse de espaldas en su cama, rodar, y soltar una risa sin aliento, mientras que se paraba junto al baúl que Lía había movido por él, y comenzaba a quitarse la túnica, hasta quedar sólo con la parte más básica del uniforme.

—¿Puedes creer que en serio le diga 'Georgina'? —Draco tuvo que apretar los labios para no reír, pero cuando el otro lo miró, le fue imposible contener por completo el sonido, y sacudió la cabeza.

—A veces creo que Pansy también me pondría vestido, si la dejase —se encogió de hombros, y antes de doblar la túnica en un cuadrado perfecto, que dejaría sobre la silla del escritorio para que Lía lo tuviese listo para el primer día de clases, le sacó la última de las notas de su corresponsal secreto del bolsillo.

Harry todavía se reía de la idea cuando desdobló el papel por segunda vez. Lucía diferente.

—¡Deberíamos preguntárselo! —mencionó, jadeando por aliento—. Si ganamos los juegos de Slytherin, deberías usar uno.

Draco arqueó las cejas.

—¿No sería si "perdemos"? Ya sabes, como castigo.

—No, si ganamos. Sería un premio para Pansy, Jacint dice que quiere mucho una amiga.

—Nos tiene a nosotros —frunció un poco el ceño. Harry se sentó en el colchón, tras dar un giro extraño e innecesario.

—Amigas, Draco. Niñas.

—¿Para qué? —arrugó la nariz de un modo que hizo al otro sonreír—. Las niñas son raras.

—Sí, supongo —él se rio. En cuanto Nott desocupó el baño, gritó "¡yo lo pido!", tomó su pijama y trastabilló fuera de la cama para entrar al cuarto contiguo.

Draco aprovechó el momento para sentarse en el borde de su cama y revisar mejor el pergamino, bajo las penumbras que ofrecían las mazmorras, apenas menguadas por la luz bajo la puerta del baño, el fuego de la caldera en el centro, y unas lámparas de aceite junto a las otras dos camas; la suya estaba apagada.

Encima de las letras escritas con la tinta negra, casi cubriéndolas por completo, la misma caligrafía había añadido una línea más, en un material que brillaba a medida que movía el papel más hacia la oscuridad. Le devolvió las buenas noches a Nott de forma vaga, y percibió el murmullo de la tela del dosel al cerrarse, pero sus ojos permanecieron puestos en el mensaje secreto de su propia nota.

"Tengo la muestra que pediste."

Tan sencillo y tan increíble. Draco volvió a doblar el pedazo de papel, lo metió en un área de su baúl que requería de otro conjuro para abrirse, una especie de caja más pequeña, y sonrió a Harry cuando lo vio salir del baño, con la ropa holgada y el cabello hecho un desastre, todavía más de lo normal.

—¿Qué? —el niño frenó al sentirse observado. Él rodó los ojos, le arrojó un peine, y tomó sus cosas, para encaminarse hacia el baño recién desocupado.

—Haz algo con ese nido de pájaros, Potter.

Desde el interior del otro cuatro, con la puerta cerrada, lo escuchó replicar.

—¿Para qué? Si ya me voy a dormir…

0—

Harry no sabía a dónde ni cómo se le había escapado el tiempo de las tres primeras semanas de clase.

Se pasaba las horas en el salón, simulando que tomaba apuntes en el pergamino y jugando con Draco, que  lo hacía; le daba y recibía débiles patadas, entrechocaban las rodillas o los pies, entrelazaban las piernas de a ratos. Su amigo tenía una asombrosa —envidiable, hasta cierto punto— capacidad de aparentar que prestaba atención y mantener la mirada al frente, sin perderse de lo que los maestros decían, mientras que también estaba pendiente de cuando Harry se aburría, y de conservar a Lep en su estado de camuflaje, en alguna parte de su túnica, en lugar de dejarlo libre para que distrajese a los demás estudiantes. A veces, también le daba la absurda sensación de que podía saber cuando alguien hablaba de él o Pansy, porque lo atrapaba lanzándoles miradas desagradables a chicos, que no hacían más que susurrar cerca de ellos, de acuerdo a él.

Después de que Pansy comenzase a pasar más tiempo en la biblioteca y encerrada en los dormitorios de niñas, Harry se acostumbró a juntar a Draco y Ron entre comidas y en las horas de descanso; la mayor parte de las veces que la reunión no terminaba en insultos, amenazas e intentos de golpearse y maldecirse, era cuando se reunían en la Sala Común de Hufflepuff y jugaban ajedrez. A él le cansaba el sólo quedarse sentando viéndolos, pero mientras sus amigos mantenían una plática escueta, casi madura y amigable, no podía hacer más que sentirse contento. También hubo una ocasión, que reconocería como muy afortunada años más tarde, en que Ron los encontró a mitad de una sesión de estudio en el patio —bueno, de esas en las que Draco leía y acariciaba la cabeza de Lep, Harry se lamentaba de no haber hecho sus tareas a tiempo—, y se unió a ellos con preguntas sobre Pociones.

La expresión del niño-que-brillaba era del más puro horror a medida que lo escuchaba confundir nombres de pociones, ingredientes, y hablar sin tener idea de las propiedades que tendría cada combinación. Cuando se puso de pie, fue tan repentino que incluso su conejo saltó lejos. Tenía el rostro ruborizado y contrariado.

—Eres un bruto, Weasley, pero a otro nivel completamente diferente.

Y se perdió a paso rápido entre los bancos y los arcos que daban a los pasillos. Ron, teñido de rojo por el insulto que no se esperaba, hizo ademán de perseguirlo, pero Harry le sujetó el brazo y comenzó a pedirle que no lo hiciese. A regañadientes, se dejó caer a su lado.

Su mejor amigo todavía estaba deseándole mal a Draco en el futuro, con frases poco agradables que no podría haber oído de nadie más que los gemelos, cuando este regresó, arrojó un libro de bolsillo frente a ellos, y tomó asiento, extendiendo los brazos para que Lep volviese con él. Ron vio a Harry, en busca de una explicación, y él observó a Draco a su vez, hasta que lo hicieron hablar.

—Es para que te eduques, Weasley, sólo un estúpido sin esperanzas no entiende el trabajo de pociones de Riddle —con el índice, apuntó a la cubierta, donde el título y el autor relucían en contrachapado dorado—. Severus se basa en este libro para las clases de primer y segundo año, no en el que pide entre los materiales a los estudiantes.

Ron estaba boquiabierto. Harry, más o menos, en el mismo estado.

—¿Por qué nunca me prestaste ese libro a mí? —protestó, dándole una débil patada en la pantorrilla a su amigo, que bufó.

—Tu idiotez aún tiene límites, Potter. La suya no.

Por un largo rato, Ron pareció debatirse entre si acababa de recibir una ayuda inesperada, o si fue insultado con poca sutileza. Cuando debió optar por la primera opción, estiró la mano, cogió el libro, y lo abrió en una página al azar.

—¿Esta es tu letra, Malfoy? —murmuró. Harry se fijó, por encima de su hombro, que los bordes estaban llenos de indicaciones extra y correcciones de una caligrafía estilizada y pomposa.

—Sí —una pausa, el niño frunció un poco los labios—, te recomendaría que no dejes que Severus la vea. Es muy estricto sobre que cuide mis libros de pociones.

Ron permaneció observándolo con la boca abierta por unos segundos más, a pesar de que Draco, ajeno a ellos en apariencia, se concentraba en reprender a su conejo por haber mordido una de las mangas de su túnica. Cuando su mejor amigo se dedicó a revisar el libro en cuestión, y lo vio sacar pergamino y la pluma para completar la última asignación que le faltaba, en silencio, Harry sonrió y supo que no podía irles tan mal.

Esa misma noche, luego de varios días de espera e intriga, Draco los encerró detrás de las cortinas del dosel, con un encantamiento silenciador, y les mostró, a él y a Sirius, a través del fragmento de espejo con el que contaban para llamarlo, una nueva versión del borrador del mapa modificado, con tinta que se revelaba tras haber sido tocada por la varita de cualquiera de los dos.

—...estaba pensando que, aunque son diferentes, nuestras varitas funcionan igual, y si Potter puede usar la mía, probablemente podría hacer lo mismo que yo con esto, incluso si no lo configuro así. Entonces sólo tendríamos que poner un hechizo protector que asegurase que nadie más lo haga funcionar —explicaba, con voz baja y calmada, a un Sirius que no dejaba de pedirle a su ahijado que acercase el mapa al espejo y viceversa. Eran contadas las ocasiones en que había visto al hombre lucir tan serio e interesado por cualquier asunto, aunque supuso que era la misma actitud que tuvo cuando realizaron el mapa original en sus tiempos del colegio.

Lo que fuese que Sirius y él quisieran aclarar respecto a la tinta nueva, quedó en el olvido cuando los niños percibieron una ligera quemazón en el dedo meñique. Callaron, intercambiaron una mirada, y sus gestos debieron delatarlos con Sirius, que los dejó cortar la conexión y escaquearse sin más que una promesa de que le contarían si hacían algo interesante o divertido. Harry aceptó, aunque no creía que le fuese a hablar de lo uno ni de lo otro, y vio a su amigo meter los borradores del mapa en una caja escondida dentro de su baúl, que selló con la varita y un conjuro.

Nott los alcanzó en el pasillo fuera de los dormitorios, después de haberse ocupado de acomodar sus propios libros, y caminaron en silencio a la Sala Común, donde sólo estaban, en una mesa apartada, Pansy y Lucian Bole, hablando en susurros, con un cuaderno abierto entre ambos. Sintió que Draco lo codeaba y giró el rostro para verlo.

—¿Todavía te parece que no debemos preocuparnos por ella?

Harry volvió a observar a su amiga. Pansy, aunque algo encogida y ruborizada, no lucía en problemas frente al muchacho. Se encogió de hombros.

—Yo la veo bien.

Draco bufó y se cruzó de brazos, pero no hizo ademán alguno de acercarse hasta que la sala se empezó a llenar de estudiantes de segundo año, que se dispersaban aquí y allá, y los de otros grupos salían o se desviaban hacia los dormitorios. Dada la poca atención que recibían, no creía que los mayores fuesen conscientes de que habría reunión del grupo que hacía los juegos ese año.

Cuando sólo quedaron los niños de segundo y el Guardián, Lucian se puso de pie, convocó a los chicos en un semicírculo, y caminó con calma hacia la pared por la que se abría el pasadizo oculto al Salón. Los dejó pasar primero, en una hilera, y él cerró la entrada cuando le tocó ser el último.

Hubo pocos murmullos de pláticas entre sus compañeros, algunas suposiciones sobre lo que los deparaba en el siguiente reto, y una broma de Blaise, de que quien perdiese en este, tendría que pasar un día con la hermana mayor de Goyle, y ocupar el lugar de "Georgina", que disipó toda la tensión en risitas y protestas del involucrado.

Hellen los esperaba, cruzada de piernas, sobre una silla de aspecto incómodo, con los otros dos Guardianes a los lados. Sonrió al verlos llegar.

—¿Ansiosos por el siguiente reto? —un coro de respuestas diferentes le contestaron, por lo que asintió, uniendo las manos por encima de su regazo—. Lucian, ¿por qué no les cuentas sobre este?

El mencionado dio un paso adelante, haciéndose espacio a través del grupo de los niños con cuidado, para llegar al frente. Se giró para quedar de cara a ellos en cuanto lo logró.

—Creo recordar que les dimos una pista acerca de este reto, ¿alguno tiene una idea?

Tracey levantó una mano, para pedir permiso de palabra.

—Adivinación. Creo que nos harán descifrar pistas en hojas de té, o algo así.

Lucian le sonrió y recorrió con la mirada a los demás.

—Asumiré que están de acuerdo si no dicen nada.

—Cuidado de criaturas mágicas —murmuró Nott, cruzado de brazos—, ¿cierto?

Harry contuvo el aliento cuando vio al Guardián asentir. Junto a él, Draco se puso rígido, Pansy se quedó muy quieta.

—El grupo de Flint, que tiene una penitencia por el error en el reto anterior, comenzará una semana más tarde que el resto. Flint, llévatelos.

El capitán de Quidditch, con un resoplido y una maldición dirigida a nadie en particular, reunió a su grupo y lo sacó del Salón. Lucian aguardó a que el pasadizo se hubiese cerrado detrás de ellos para proseguir.

—El equipo de Montague —miró de reojo al grupo que encabezaba Blaise—, por haber cometido un error más leve, contará con una semana menos antes de la entrega. Eso deja a mis niñas, y los chicos de Hellen, al mismo nivel; pueden comenzar mañana y tendrán tiempo para entregarlo hasta el último día de febrero.

—¿Entregar qué? —le siseó Blaise, estrechando los ojos.

—Una muestra y una foto de una criatura mágica de categoría igual o mayor a XXX.

—¿Qué? —el susurro confundido de Nott dio lugar a distintas variaciones de la duda, por lo que Lucian tuvo que aclararse la garganta y recapturar la atención de los niños, cada vez más dispersos.

—Escuchen bien, esto es importante. Los cuatro Guardianes, , incluso el idiota de Montague —explicó, arrebatándole algunas risas al grupo del aludido, que maldijo y bufó, cruzado de brazos—, estamos calificados para tratar con cualquier criatura mágica en los terrenos del castillo. No hay riesgo, mientras hagan lo que les decimos; antes de actuar, tendrán que hablar con su Guardián para aclarar dudas y asegurarse de que la criatura mágica que escogieron está dentro de las posibilidades.

—Desde ya, les decimos que no nos acercamos a los centauros —aclaró Hellen, con una mirada que iba dirigida a Harry y Draco en particular, por la que no pudo evitar encogerse un poco—, ni al Calamar Gigante. Las lechuzas híbridas, fénix, Augurey, y todo tipo de mascotas de los otros estudiantes, no entran en el reto, incluso si tienen una categoría mayor a XXX.

Como si hubiese sido algún tipo de llamado, la cabeza de Lep se asomó por debajo del cuello de la túnica de su amigo. El conejo olisqueó el aire, movió las orejas, y se perdió dentro de la tela, combinándose con esta hasta no ser más que otro trozo.

—Las muestras pueden colocarlas en un vial, una bolsa, lo que les sea más sencillo —prosiguió Lucian—. Pueden recolectar pelo, plumas, uñas, saliva, veneno; preferiblemente no lo último. La cantidad no importa, siempre y cuando sea suficiente para verse a simple vista, e identificarlos, en caso de, por ejemplo, tratarse de un mechón de unicornio. En la foto, pueden o no estar presentes junto a la criatura, y no tiene que ser de cerca, porque muchas se asustan o molestan con el flash: es una de esas cosas que van a tener que hablar con su Guardián primero.

—¿Significa que tendremos que ir al Bosque Prohibido? —cuestionó Blaise, que en algún momento de la explicación, había comenzado a cambiar su peso de un pie al otro—. Porque, ya saben, no quiero ser obvio ni nada, pero está prohibido.

—Y su madre lo va a poner de cabeza con un leviosa si se porta mal —se burló Millicent, ganándose una mirada desagradable y varias risas, incluso de Crabbe y Goyle, a los que el mismo Blaise les dio manotazos después.

—Bueno, sí, me pondrá de cabeza con un leviosa. Cúlpenme por no encontrarlo emocionante.

Para devolver la atención del grupo de niños a las instrucciones, Hellen dio una palmada y se puso de pie despacio, para comenzar a moverse en un círculo alrededor de ellos.

—Qué bueno que lo preguntes, Blaise, porque justo tenemos que hablarles de las tres condiciones para este reto. Lucian, ilústranos, por favor.

El Guardián elevó un brazo y alzó el índice, para dar inicio al conteo, captando la mirada del grupo.

—Primera regla: está de más decirlo, pero ningún profesor se puede enterar, y no es una actividad que puedan realizar frente a otros estudiantes, a menos que pertenezcan al reto mismo. Sí, se pueden ayudar entre ustedes, mientras que cada equipo consiga su muestra y foto de una criatura distinta —levantó otro dedo—. Segunda regla: el ir por una criatura que está fuera de las capacidades del Guardián, que les ha sido prohibida, o ir solos, es motivo inmediato de expulsión del juego. No van a arriesgarse, usen la cabeza. Esta vez, vamos a estar con ustedes en cada paso que den, o no van a moverse; su seguridad es nuestra responsabilidad.

—Y la última, pero no por eso, menos importante —Hellen retomó la palabra, girando sobre sus talones cuando volvió a quedar al frente del grupo—: nadie va a entrar al Bosque Prohibido.

Un coro de respuestas distintas llenó el Salón; por lo que pudo identificar, estaban aquellos que se sentían más tranquilos de saber que no entrarían ahí, y los que se preguntaban cómo iban a conseguir la muestra entonces.

Hellen se rio por lo bajo, uniendo las manos frente a ella, en un gesto demasiado inocente para la edad que tenía.

—Para este reto, contamos con la excepcional, la magnífica, la espectacular, inigualable cooperación de nuestra profesora favorita, después de Snape —añadió lo último con un guiño—. Slytherin honoraria, bruja habilidosa, especializada en varias ramas de la magia. La pesadilla de los Hufflepuff y Ravenclaw, la tortura de los Gryffindor…

Hellen se interrumpió con su propia risa cuando su compañero bufó y la apartó, con un empujón sin fuerza.

—Profesora Ioannidis, si le parece —continuó el muchacho.

El pasadizo no se abrió en ningún momento. Desde el fondo del Salón, allí donde el pasillo se hacía más angosto y los cuadros se perdían en hileras ordenadas, se acercó un pájaro negro a gran velocidad.

Dárdano trazó una curva en el aire, antes de llegar al grupo de niños, ascendió, y se dejó caer en picada. Cuando estaba por tocar el suelo, sus alas se extendieron, oscuras y anchas; en un borrón de movimiento, la silueta de la mujer tomó su lugar, serena, intacta, de pie. El ave se posó en uno de sus bien cubiertos hombros.

A Harry no dejaría de impresionarlo, sin importar que viese las apariciones en cada clase, desde hace más de un año. No dudó en unirse al aplauso general y saludos corteses. Si había alguno entre ellos, que no hubiese sentido agrado por la nigromante, el conocimiento de que se consideraba una Sly honoraria les dio una nueva perspectiva de la mujer.

—No se crean que la profesora tiene un Augurey con ella y no ha tenido contacto con otra criatura mágica —Hellen, que se paró junto a ella y le estrechó una mano enguantada con entusiasmo, habló sin dejar de sonreír. Él tuvo la impresión de que la profesora tenía una ferviente admiradora en la muchacha—. Esto es algo que sólo pude averiguar tras muchas horas de preguntas: en Grecia, Ioannidis pasó sus primeros años rodeada de criaturas mágicas. Si hay alguien calificada para que puedan entrar en contacto con la criatura de su elección, dentro de los terrenos de Hogwarts y sin meterse al bosque, es ella.

—Y si vamos a ser sinceros —añadió Montague, que había permanecido callado todo el rato que le siguió a la broma acerca de sus capacidades como Guardián—, nadie más nos habría ayudado. Pedirle a un profesor que hubiese estudiado aquí y no hubiese ido a Slytherin va contra todo lo que los juegos representan, y Snape es...Snape.

Harry intentó imaginarse al profesor ofreciéndose a cuidar de unos niños que, por la razón que fuese, pretenden tomar muestras y fotos de criaturas mágicas dentro de los límites del castillo. No, no podía hacerse a la idea.

Por las caras de sus compañeros, tuvieron pensamientos similares y alcanzaron conclusiones idénticas, lo que causó un doble recibimiento agradecido para la profesora.

—No creo tener que decirles que sólo podré acompañarlos fuera del horario escolar —el pájaro graznó y continuó instruyendo con su voz aguda y chillona—. Dependiendo de la criatura que escojan, les enseñaré a llamarlas, aproximarse sin poner en peligro a ninguna de las dos partes, y a recoger las muestras. Si me necesitan, después de haber tomado una decisión, pueden buscarme por los pasillos o entre clases, y les daré instrucciones si es que tienen que buscar algo antes de realizar el reto —hizo una breve pausa, en la que el pájaro remontó el vuelo, dibujó un círculo alrededor de ellos, y terminó por posicionarse sobre la cabeza rubia de Draco, que alzó la mirada con los labios apretados—. Agradecería discreción a todos.

Los grupos se dispersaron para que los niños pudiesen hablar con sus Guardianes, rodear a la profesora, hacer preguntas y hablar entre ellos sobre las opciones que podían tener.

Cuando Draco alzó un brazo para tocar el plumaje de Dárdano, el ave cambió de soporte al dorso de su mano, y Lep reapareció en una de sus mangas, aproximándose al pájaro para olisquearlo.

Pansy acababa de acercarse, abrazando un cuaderno desgastado contra su pecho, cuando el niño murmuró algo que no pudieron escuchar.

—¿Qué...?

—Ya sé qué criatura podemos usar en nuestro reto —Draco tenía esa sonrisa feroz, que lo hacía parecer más Black que Malfoy, y Harry debía saber, a esas alturas, lo que era presentarse ante la imagen misma de los problemas—. Hellen —llamó en tono tranquilo, aprovechando que sus dos amigos se miraron, sin saber qué responder. La muchacha se acercó, fijándose en la manera en que jugueteaba con una de las plumas negras del Augurey—, ¿cómo se gana este reto?

—Oh, eso. Escuchen, chicos, ¡escuchen! —volvió a entrechocar las palmas para que los niños se dirigiesen hacia ella, o al menos, se diesen la vuelta—. Este reto es de eliminación, ¿qué quiere decir esto? Cada grupo tiene su penitencia, si han cometido un error, y su tiempo estimado normal, si no. El que fracase, o cometa un error serio en cuanto a la criatura mágica que le corresponde, quedará definitivamente fuera de la última prueba, mientras que los demás, superado el reto, quedarán en igualdad de condiciones para continuar a la última parte del juego. Todavía hay un premio, que los ayudará en el tercer reto, pero de eso ya hablaremos otro día.

—Bien —Draco volvía a tener esa sonrisa al volverse hacia ellos, Dárdano continuaba sobre su mano, como si aguardase lo que sabía que diría a continuación—. Iremos por Fluffy.

—No —la respuesta de Harry fue automática, involuntaria, tanto como observar a su amigo con la boca abierta—. ¿Qué?

—Iremos por Fluffy. Es una criatura mágica, está dentro de Hogwarts, y ya sabemos cómo acercarnos —levantó el brazo, para que Dárdano quedase a la altura de su rostro—. Y tú nos vas a ayudar con eso, ¿verdad?

—¿Qué? —Harry no podía hacer más que pestañear e intentar, en vano, comprender por qué su amigo querría que esa fuese la criatura para el reto.

—¿Qué es un "Fluffy"? —Pansy alternó su mirada entre uno y el otro, con el ceño apenas fruncido y un puchero pequeño.

—Un perro de tres cabezas que debe medir unos cuatro metros de altura, ¿no, Dárdano?

La niña abrió mucho los ojos y se volvió hacia Harry, que continuaba en una especie de shock.

—No, ¿qué? No —balbuceaba.

—Sí, Potter.

—¿Por qué?

—A nadie se le ocurrirá Fluffy.

—Porque nadie lo conoce —murmuró, entre dientes. Draco se encogió de hombros.

—Una ventaja para nosotros, no lo van a elegir.

—¡Pónganse de acuerdo! —graznó Dárdano, remontando el vuelo para ir de regreso con su dueña, que estaba rodeada de niños que querían hacerle preguntas sobre la prueba.

Pero, incluso en medio del aturdimiento en que estaba, sabía que la forma en que Draco sonreía no les traería nada bueno. Probablemente, fue por aquella época en la que empezó a identificar el gesto.

Años más tarde, le llamaría la sonrisa de "tengo-un-plan-y-tú-estás-incluido". En ese entonces, pudo irse a la cama tranquilo cuando la reunión se dio por finalizada.


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