Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Luz de luna por BocaDeSerpiente

[Reviews - 24]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Capítulo veintiséis: De cuando el trío de serpientes conoce a (y son asustados por) la serpiente mayor

Los Slytherin celebraron durante semanas la llegada de Riddle. Con el antiguo estudiante de la Casa ayudando a los mayores con sus exámenes, dando charlas sobre magia en el patio durante los descansos, y paseándose por las mazmorras, a donde le asignaron un cuarto, las serpientes se exigían más que excelencia para agradarlo. Dos partidos de Quidditch ganados, los tenían en el primer lugar de la Copa de las Casas, las amonestaciones eran mínimas, y el que causaba que les quitasen puntos, se ganaba reprimendas de todos sus compañeros.

No iban a perder. No cuando un profesor de los suyos estaba de visita.

Draco no podía ser una excepción al espíritu competitivo que se cernía en Slytherin, por supuesto.

Era temprano todavía, tenían un rato antes del toque de queda. Al día siguiente, un domingo, no tendrían que preocuparse por los implementos que requerían.

Pansy, a pesar de que tendía a evitarlo, había entrado al dormitorio de los varones, después de avisarle a Nott, para que preparasen lo que necesitaban. Tras leer cada libro de la biblioteca que pudiese al menos mencionar a Salazar, un Basilisco o la Cámara Secreta, enviaron a Lía por un ejemplar de Criaturas que no querrás encontrarte, de la Mansión Malfoy, Jacint les mandó dos libros, uno de rastreo y hechizos de defensa que no requerían varita, el otro una recopilación de mitos sobre Slytherin. Si no estaban listos para lo que iban a enfrentar, no sabía cuándo lo estarían.

Los dos se encontraban sentados en su cama, en extremos opuestos, los artículos se dispersaban sobre el colchón, algunos ya acomodados en una funda de cuero y una pieza cuadrada de tela gruesa, los maletines de piel de dragón aguardando a un lado.

—¿...quién lo va a llevar? —Pansy sujetó el gorro de Durmstrang, que Harry le dejó tomar de su baúl. Draco apretó los labios unos segundos, sopesando las opciones.

—Déjaselo a Potter —hizo un gesto vago con una mano, mientras que se inclinaba sobre el colchón, para terminar de enrollar una cuerda extensible, y la metía en su maletín—, nosotros usaremos uno de estos —con el índice, golpeteó la cubierta de un libro de protecciones, en el que encontraron, horas atrás, un encantamiento que desviaba los efectos de la mirada directa de un Basilisco.

—No estamos seguros de que sea un Basilisco —le recordó ella, a lo que sólo se encogió de hombros.

Draco guardó el libro de protecciones, bien cerrado por una correa con broche, y comenzó a envolver dos viales en tela también, para colocarlos a un lado. Llevaría una caja expansible mágica, guantes para los tres, unas pinzas, y una varilla de mezcla de pociones. No pensaba tocar nada con las manos desnudas, una vez que hubiesen entrado a las tuberías.

—Piensa como Slytherin. Si yo pudiese poner un Basilisco para proteger algo, definitivamente lo pondría.

—Es demasiado peligroso —aunque todavía no se mostraba de acuerdo, metió unos pergaminos y plumas al segundo maletín, junto a un desgastado cuaderno, que él prefirió no preguntar para qué lo llevaba; cada uno con su tema—, ellos dijeron que no nos lastimaríamos.

—Si no te acercas a su boca ni ves sus ojos, no te lastimas —levantó un bezoar de la pila de objetos, que había tomado de una de las visitas al laboratorio de Snape. Se lo mostró—. ¿Debería llevarlo?

Pansy arrugó la nariz.

—¿No es exagerar demasiado?

Él miró la piedra que repelía el efecto de la mayoría de los venenos, luego a su amiga; sólo por si acaso, decidió meterla también. Nunca sabía en qué problemas se podía meter Pansy. O Harry. Sobre todo Harry.

Doblaron y deslizaron en los maletines túnicas gruesas, cubiertas de amuletos de calor y repelentes de agua, un par de zapatos de suela mágica anti-resbalante para cada uno.

Cuando el colchón sólo estaba cubierto por artículos que no consideraba necesarios, intercambiaron una mirada, asintieron, y regresaron lo restante a los baúles. Ambos maletines los escondieron debajo de su cama, antes de separarse, porque Pansy se marchó a su propio dormitorio y Draco se metió al baño, para darse una ducha y colocarse el pijama.

Sólo una semana antes, el equipo que Zabini lideraba, llegó a la Sala Común después del toque de queda, empapados y sucios, por haber estado investigando los túneles subterráneos en busca de las entradas. El de Greengrass tuvo más suerte, porque apenas se percataron de su regreso en el dormitorio de las niñas, pero fueron frenadas a mitad de camino por una criatura enorme que no pudieron identificar en la oscuridad.

Ellos eran más cuidadosos porque planeaban conseguir su objetivo a la primera. Draco sabía que podrían hacerlo. Cubría la extraña sensación en su estómago con cientos de capas de seguridad, porque eran los mejores, y se concentraba en lo bien que se sentirían cuando estuviesen entre los retratos de los Valiosos.

Regresó al cuarto renovado. Harry había vuelto también; estaba de rodillas frente al baúl a los pies de su cama, haciendo quién sabe qué. Se acercó por detrás y le colocó ambas manos en los hombros, inclinándose por encima de él, para verlo introducir una carta más de su familia —o tal vez los Weasley— a la pila que tenía en una esquina del baúl. A veces se preguntaba por qué las guardaba.

—Pansy y yo vamos a jugar con los demás hoy —le avisó tras un momento, por lo que Harry se enderezó y echó la cabeza hacia atrás, mirándolo desde abajo. Le acomodó los lentes sin pensar, al tiempo que lo notaba fruncir apenas el ceño.

—Pensé que íbamos a salir, por el- uhm, ¿eso?

Draco arqueó una ceja ante sus balbuceos, hasta que se detuvo, resopló y se echó a reír, para después asentir.

—Sí, bien, juguemos.

—No te invité, Potter, qué engreído eres.

El aludido se volvió a reír y le dio un débil empujón mientras se levantaba, que en verdad no consiguió moverlo más de un centímetro.

—¿Sabes qué? Ron me preguntó por qué no fuiste a jugar ajedrez hoy —comenzó a decirle, en cuanto emprendieron el camino hacia la Sala Común—. Después empezó con que "no es que le interese, pero es tan extraño no vernos pegados, porque ya pensaba que éramos siameses" —imitó una voz gruesa, que en nada se parecía a la del chico Weasley; fue el mayor motivo de que Draco tuviese que apretar los labios con fuerza, para contener la risa.

—Me sorprende que Weasley conozca algo tan fino como los gatos siameses —elevó la barbilla, haciendo como si no hubiese escuchado lo demás. Antes de que el otro pudiese replicarle por su actitud, alcanzaron a Pansy en uno de los sillones cercanos a la chimenea.

Los estudiantes de segundo, en compañía de algunos de primero y tercero que se fueron sumando en las últimas ocasiones, formaban un círculo de muebles en medio de la sala. Sus conversaciones eran murmullos, apenas superiores al crepitar débil de las llamas que no bastaban para mantenerlos calientes, pero cuando se reían, lucían menos como Slytherin y herederos sangrepura, y más como los niños de once a trece años que eran.

De cierto modo, a Draco le gustaba.

Cuando Daphne Greengrass lo veía y se le colgaba del brazo, anunciando con tono dramático que por fin se les unieron, recordaba por qué se había rehusado a jugar la última semana.

—¡Yo voy, yo voy! —Harry, en el otro lado del sofá que ocupaban, se balanceó sobre él al dar pequeños saltos, haciéndolo rodar los ojos—. Verdad o no-verdad, bien, uhm, ayer, yo...

0—

El domingo amaneció soleado, lo que ya era, de por sí, una increíble señal en aquel lugar perdido donde quedaba el colegio. Draco lanzó una almohada contra la cabeza de Harry para que se despertase, se cambió, cepilló los dientes y peinó; veinte minutos más tarde, cuando regresó junto a su cama y lo encontró aún dormido, abrazado al cojín que le arrojó, optó por el plan B, y le colocó a Lep encima. El conejo olisqueó, movió las orejas, comenzó a corretear por su pecho y rostro, dando lamidas y golpes sin fuerza con las diminutas patas que cambiaban de color.

En el momento en que Harry bufó y se sentó en el colchón, quejándose, el conejo se había transformado en cabello negro y crespo, que se confundía con el de su cabeza. Ya no resaltaban los ojos ni las orejas; Draco podía decir, si no hubiese sido muy extraño, que estaba orgulloso.

Mientras Harry se lavaba la cara y protestaba por lo fría que estaba el agua —sí, la dejó helada a propósito, porque si hubiese estado tibia o caliente, se arriesgaba a que pasase el resto del día adormilado—, sacó los dos maletines de debajo de la cama, y se colgó la correa de uno. El otro se lo tendió al niño cuando volvió al cuarto, ya listo.

Salieron del dormitorio con ambos maletines disimulados por capas abrigadas. Pansy no estaba en la Sala Común; una de sus compañeras de cuarto, Tracey, les explicó que se había ido al Gran Comedor apenas se abrió, porque había dicho algo sobre querer hacerle unas preguntas al profesor Riddle mientras pudiese.

En una de esas charlas sin sentido mañaneras, en las que Harry se trababa con más frecuencia de la usual a causa del sueño, y se la pasaba frotándose los ojos por debajo de los lentes y desarreglándose más, se dirigieron al comedor. El castillo estaba casi desierto a esas horas, los pocos estudiantes que se animaban a salir del acogedor calor de sus camas tan pronto, lucían las caras largas y ojerosas de aquellos que se veían afectados por los exámenes, y los pocos que no, los observaban como si se preguntasen por qué en el mundo habrían dejado su cuarto tan temprano.

Antes de llegar a la puerta del comedor, una marea de azul y cobre pasó frente a ellos, distintas charlas de voces que no tenían nada que ver la una con la otra, tamaños, siluetas, cabellos. Los Ravenclaw, al parecer, eligieron ese día para levantarse más pronto de lo usual y aparecer en el comedor juntos.

Draco estaba logrando un grandioso trabajo de utilizar un escaso espacio entre el grupo de estudiantes y el marco de la puerta, para entrar sin tocar, ver o saludar a nadie, cuando Harry se detuvo frente a él, sonrió, y agitó una mano. La voz femenina que le contestó, le hizo saber que su escape resultaría imposible.

Era uno de esos momentos en los que quería tanto, tanto, maldecir a Harry.

Se giró, a tiempo para ver a una niña despeinada que se abría paso en la marea de Ravenclaw, acompañada por un muchacho mayor, otra de aspecto extranjero, y una muy, muy rubia, que le prestaba más atención al techo del comedor y los diseños de las columnas que al camino que recorría. No pudo evitar mirarla; de alguna manera, pareció darse cuenta, porque bajó la cabeza, esbozó una sonrisa, y asintió cuando le hizo un gesto para que se apartase, porque estaba a punto de chocar con otro de sus compañeros.

Luego fingió que no había pasado nada. Harry, por supuesto, estaba más concentrado en hablar con la sangresucia que en lo que hacía, por lo que tampoco requirió un gran esfuerzo de su parte.

—...y Malfoy. Malfoy —ella repitió, obligándolo a volver a ver en su dirección. Granger lucía igual de desaliñada y corriente que en el primer año, a lo que habría rodado los ojos, si no hubiese sido por las palabras que soltó después—, ¿no te gustaría venir a una de las reuniones del club de Astronomía? Pansy y tú todavía están invitados, vamos a ver la lluvia de estrellas en el patio, ya conseguimos el permiso.

Por reflejo, apretó la mandíbula. Cuando se aseguró de que no sonaría afectado en lo más minino, le soltó un:

—No voy a ningún lado con sangresucias, tengo mis principios —se dio la vuelta, obligándose a no dar pisotones, justo como deseaba, de camino hacia la mesa de Slytherin. Pudo escuchar a Harry regañarlo, llamarlo para que volviese, y después pidiéndole perdón a Hermione, que le contestaba con un "está bien, sé que para él suena a un insulto, pero entenderá pronto que no lo es".

Se sentó junto a Pansy, que había observado la escena mientras se tomaba su jugo, e hizo amago de toda su educación, para no cruzarse de brazos y permanecer enfurruñado por las siguientes horas. No porque le faltaran ganas.

En su lugar, se dedicó a untar mantequilla en una tostada, con una violencia mayor a la que la pobre pieza de pan podría merecer.

—¿Crees que podría formar un club de Astronomía de Slytherin con sólo los nuevos ingresos de este año? —preguntó tras un momento, ganándose una sacudida de cabeza de su mejor amiga.

—Tal vez el próximo, Draco, a ellos no les gusta tanto como a ti.

—O podrías dejar de ser un idiota y aceptar la invitación de Hermione y los demás Ravenclaw —justo fue el momento que Harry eligió para dejarse caer en el puesto frente a ellos. Draco bufó y apartó la mirada, dirigiéndola hacia la mesa de los Ravenclaw de forma tan disimulada como le era posible.

El grupo enorme que madrugó ya se había sentado. Charlaban, se pasaban las canastas de pan y los frascos de mermelada, se reían por lo bajo. Y estaba más que seguro que, al menos, la mitad eran sangresucia.

Por Merlín, su padre saldría de Azkaban sólo para regañarlo, si se le ocurría hacer lo que se le acababa de pasar por la cabeza. O su tía-abuela, en el retrato, pondría en marcha algún mecanismo secreto de defensa que no le dejaría volver a entrar a las casas ancestrales de los Black. A Draco le encantaban esas casas.

Negando, reprendiéndose a sí mismo por dejar que Harry tuviese tanta influencia en él, se dedicó a comer, luego a vigilar a Leporis, acurrucado en la maraña de cabello del otro niño, hasta que una lechuza voló hacia él.

El mensaje era más claro ese día: el pergamino constaba de un dibujo mágico de estrellas que atravesaban un cielo nocturno, muy colorido y realista.

"Podemos ir juntos, si quieres ver la lluvia de estrellas"

Él contuvo el aliento un instante, volvió a negar, y se guardó el pergamino en un bolsillo de la túnica, haciendo caso omiso de las miradas fijas e intrigadas de sus amigos.

No fue hasta después de haber terminado de desayunar, que se levantaron y comenzaron a deambular por el castillo. Recorrieron los pasillos aledaños al jardín interior, mientras cada uno se llenaba con los estudiantes que debían dejar la calidez de sus camas a cambio de no tener los estómagos vacíos, saludaron a algunos Slytherin cuando les pasaron por un lado, e incluso fueron a devolver un libro de Pansy a la biblioteca. Sólo cuando no había más estudiantes a la vista, estaban seguros de que se encontraban en el comedor o vagueaban por ahí, como era costumbre de un domingo por la mañana, llegaron al segundo piso y se escabulleron al baño de niñas que ya ni se utilizaba.

Myrtle estaba sentada en el marco de una ventana redonda, a varios metros de distancia del suelo, cuando se percató de su llegada. Con un chillido que lo hizo encogerse por reflejo, descendió hacia ellos, dando vueltas alrededor de Pansy y saludando con su vocecita aguda. La niña fue quien se encargó de hablar con ella, mientras que Draco se quitó la túnica, la dobló y dejó sobre uno de los lavabos.

Le pasó a Harry la túnica de cambio, los zapatos y guantes, y este le tendió el segundo maletín. Cuando se aseguró de que no haría un desastre con las cosas que cargaban, se cambió los zapatos y se puso guantes también.

—...uhm, no, yo diría que no —le contestaba Myrtle a Pansy, sin molestarse en bajar la voz; la última estaba de espaldas a ellos, colocándose la túnica cubierta de amuletos y amarrándose el cabello—. Él pasó por aquí, me dijo que se los recordara si venían cerca de la entrada. Yo los vi. Eran unos muchachos, había uno muy lindo con ellos, yo les dije que no podían ir más allá con las varitas, pero no me escucharon —se encogió de hombros—. Una barrera los hizo rebotar hacia atrás. No se puede entrar así, él se aseguró de eso.

Apenas terminó de ajustar la túnica, se pasó las manos por el cabello para mantenerlo hacia atrás, y se giró hacia su mejor amiga.

—Debe ser Nott, no lo vi anoche ni hoy en la mañana por ningún lado.

—¿Nott te parece lindo? —Pansy pestañeó.

—¿Comparado a Zabini, Crabbe y Goyle? Claro que sí.

La niña se rio por un comentario poco agradable de Myrtle, al que prefirió no prestarle atención. Draco rodó los ojos, se volvió a colocar el bolso colgado de un hombro, entrecruzado sobre el pecho, y dejó sus zapatos anteriores pegados al borde del lavabo, donde fuesen menos notables. El otro maletín fue a parar a manos de Pansy, que buscó dentro y sacó un frasco de líquido verde que le entregó. La poción de Riddle.

—Myrtle —llamó en voz baja, el fantasma se balanceó hacia él, comenzando a girar a su alrededor. Decidió ignorar la incomodidad que lo incitaba a removerse y apartarse—, dices que está ahí, ¿cierto? —señaló el lavabo de grifos de serpiente con el corcho del vial. Ella asintió. Draco lo hizo también, se relamió los labios y miró a sus amigos—. ¿Lo hago?

Pansy respondió con un débil "sí". Harry asintió, mordiéndose el labio inferior.

Destapó el frasco, respiró profundo y le dio un pequeño sorbo. Lo cerró de inmediato.

No sintió ningún cambio.

No hace nada —frunció el ceño. Estaba por apretar el cristal entre sus dedos, cuando escuchó el jadeo ahogado de Pansy.

—¡Pársel! ¡Hablaste pársel! Sonaste como él, es lindo, suena como un niño pequeño —Myrtle se reía y chillaba al girar en el aire. Draco parpadeó.

—Yo no...

—Sí, lo hablaste —Pansy susurró. Junto a ella, Harry volvió a asentir boquiabierto.

Cerró los párpados con fuerza un segundo, maldijo para sí mismo de un modo poco digno de un Malfoy, y lo abrió para darle un segundo sorbo.

Una orden, había dicho Riddle, sólo una.

Estaba seguro de que lo haría bien esa vez.

Ábrete.

Percibió un siseo lejano, vibrante. Luego el baño se inundó por un sonido de arrastre, cuando uno de los lavabos —no en el que tenían la ropa, por suerte— se deslizó hacia atrás, dejando un agujero en el suelo, que daba hacia un espacio oscuro, de piedra, donde se escuchaba un distante caer de agua.

Se asomó desde arriba, apenas inclinándose. No veía el final de la caída.

—¿Dices que una barrera rebotó a Nott por tener la varita?

—Sí, sí, uhm, Nott, sí —contestó Myrtle, levitando junto a él y mirando hacia abajo también. Draco asintió, despacio.

—Potter, préstame tu varita.

—¿Para qué? —a pesar de la cuestión, sintió la madera contra la palma cuando extendió el brazo hacia un lado, sin girarse—. Dijeron que no se pueden usar a...

Draco arrojó la varita por el agujero. Antes de que el dueño legítimo hubiese gritado por lo que hizo, oyeron un ruido de rebote, y la varita ascendió con rapidez, de vuelta hacia su mano. Se la tendió al otro niño, que se limitó a mascullar sobre lo terrible que era y que tuvo que haber avisado si iba a usar la varita de alguien más para eso.

—Pansy, creo que nos pondremos los encantamientos aquí mismo —anunció, sacando su propia varita de la manga de la túnica con una floritura—. Usaremos la cuerda.

—¿Qué encantamientos? ¿Qué cuerda?

Pansy recibió el libro de protecciones cuando se lo arrojó, sacó la varita, y sin una explosión o muestra de dificultad, realizó una floritura que le iluminó los ojos en un intenso amarillo por un instante. Se lo regresó. Draco la imitó, mientras la observaba colocarle el gorro mágico a Harry, que comenzaba a hacer pucheros porque no le contestaban sus preguntas. Quería decirle que lucía menor de lo que era así, y lindo, pero se contuvo.

Deslizó la cuerda mágica del interior del maletín, que después cerró con su respectivo broche. La ató a la columna de uno de los lavabos, con un hechizo de reforzamiento, y tiró para probarla. Parecía estable.

—Potter —un débil "¿hm?" le respondió, y sintió la presencia que se colocaba a un lado de él—, baja tú primero.

—¿Y yo por qué? —se quejó en tono agudo, cruzándose de brazos.

—Tienes sangre muggle en alguna parte, seguro sabes bajar escalando como ellos.

—Sólo porque mamá me llevó una vez —aclaró, arrebatándole la cuerda de las manos, y posicionándose de espaldas al agujero.

Se amarró la cuerda a la altura de la cadera, permitiéndole repetir el encantamiento para reforzar, y presionó la suela anti-resbalante de los zapatos contra el borde. Lo escuchó inhalar profundo.

—Espera —Harry frunció el ceño al oírlo, manteniéndose quieto, al tiempo que le quitaba la varita, de nuevo, para dejarla sobre la pila de ropa. Por costumbre, le aplicó también el hechizo que le sujetaba los lentes y los mantenían limpios, a lo que él asintió—. Ahora sí.

Con una floritura de parte de cada uno, Pansy y Draco terminaron amarrados también de la cuerda. Harry emitió un leve sonido de queja, se aferró a la cuerda, y saltó.

Draco se echó hacia adelante enseguida, buscándolo. Oyó sus pies al impactar contra la roca, unos metros más abajo. Harry alzó la cabeza hacia ellos, cambió el agarre sobre la cuerda, y dio otro salto que lo llevó a descender más.

—Comienzo a pensar que es una gran idea que te tengamos en el equipo, Potter —comentó con una media sonrisa, que no podía contener. Desde abajo, Harry le respondió de mala gana, aunque una risa ahogada que resonó con eco lo contradecía.

Draco fue el siguiente. Abandonó su propia varita en el lavabo, y aunque el corazón le bombeaba más rápido de lo normal y odiaba la idea de un sitio oscuro sin la seguridad de la magia, se aferró a la cuerda e hizo lo mejor que pudo por imitar lo que el otro niño había hecho.

Estuvo a punto de resbalarse por pisar mal. Probablemente lo hubiese hecho, si no hubiese sido por la suela mágica del zapato. Al tercer intento, le agarró el truco, y Pansy se les unió, con un grito estrangulado cuando dio el primer salto y quedó colgando de la cuerda por unos segundos.

La piedra se convertía en una especie de pendiente que llevaba hacia abajo, resbalosa a causa de una reciente humedad, lo que les hizo más sencillo llegar al fondo. Harry estaba ahí para sujetar la cuerda por él y atraparlo cuando trastabilló. Ambos esperaron a Pansy para ayudarla y deshicieron los nudos de la cuerda manualmente. Bueno, Harry los deshizo a mano.

Draco giró sobre sus talones, dándole un vistazo al sitio al que recién llegaron. Aquello no podía ser la Cámara; era todo roca, una cueva oscura y vacía.

Casi vacía.

—Dra- Draco —la voz de su mejor amiga tembló, cuando la vio dar un paso hacia atrás, subiéndose al pie de la pendiente y tambaleándose hacia adelante, porque resultaba imposible que regresase caminando sobre esa inclinación.

Un siseo que provenía de todas partes al mismo tiempo lo tensó. Por reflejo, giró la muñeca y se preparó para apuntar, pero no había una varita que pudiese alcanzar su mano y ayudarlo a defenderse.

Se alejó también, despacio. Tal vez tembló.

Otro siseo.

Harry caminó de espaldas hacia ellos. Quedaron tan cerca de la pendiente como les era posible, las túnicas no se humedecían al contacto, las manos enguantadas se les resbalaban en la piedra.

Las serpientes, delgadas, largas, se movían hacia ellos. Amontonadas una junto a la otra, una encima de la otra, se mezclaban, se confundían con escamas de un idéntico negro-grisáceo, que las hacían ver igual que un cúmulo enorme.

Draco tragó en seco.

—Te- Tenemos que abrirnos paso —Pansy bajó una mano hacia su maletín y escuchó el familiar clic del broche abriéndose. Él asintió, tembloroso, y la imitó.

Tanteó el contenido del maletín a ciegas, hasta dar con la textura rugosa del cuero, y desenrolló la tela con un movimiento torpe. Cuando cerró los dedos en torno a un frasco, lo sintió frío, conocido, y nunca había agradecido más la crianza con Severus Snape hasta ese día.

—Atrás —extendió un brazo hacia un lado, manteniéndolos apartados—. Pansy, tú abres camino.

No esperó a oír el sonido afirmativo de su amiga, para quitarle el corcho al frasco y trazar un arco en el aire con la mano. El líquido verde claro y brillante salió en chispas que volaron hacia el conjunto de serpientes.

Ellas sisearon cuando el ácido las tocó. Algunas se echaron hacia atrás cuando se abrió un agujero en el suelo frente a cada una, otras se retorcieron al recibir el impacto.

Y todas se molestaron por igual.

Pansy se abalanzó hacia adelante de inmediato. Tenía un libro grueso en la mano, con el que golpeó a las serpientes que se alzaron en su dirección. La mayoría se hizo a un lado y siseó al verla correr.

Empujó a Harry para que la siguiese.

Con su otra mano, destapó el segundo frasco e introdujo los dedos enguantados en el polvo que contenían. Cuando siguió a sus compañeros, corriendo, dejó una estela de polvillo celeste y un grupo de criaturas dormidas en el suelo.

Oh, Merlín, tenía que empezar a ser bueno con su padrino a partir de ese día. Bueno de verdad.

Algunos siseos los acompañaron incluso después de varios metros de haber avanzado a ciegas, pero no las serpientes que los emitían. Cuando localizaron un haz de luz, desde alguna dirección desconocida, se detuvieron en un irregular círculo.

Draco aprovechó el momento de paz para sellar ambos frascos y meterlos en sus mangas, donde habría dejado la varita en una circunstancia diferente. Sentir el peso ahí, de cierto modo, le devolvió la seguridad que sentía faltante.

Pansy miraba alrededor, en busca de un camino que se distinguiera en las penumbras, y él estaba por sacar el Apuntador para guiarse, cuando sintió el tirón leve que Harry le dio a su túnica. Vio hacia un lado, luego en la dirección en que apuntaba con el índice de la otra mano.

Sintió que el aliento se le atascaba en la garganta. Ni siquiera pudo llamar a Pansy para que lo viera también, pero tampoco fue necesario; al darse cuenta de que ambos estaban inmóviles, rígidos, y posiblemente pálidos a niveles antinaturales, ella misma se dio la vuelta. Tuvo que ponerse las manos en la boca para contener un grito.

Allí, extendiéndose más de lo que alcanzaba la vista, dentro de una especie de túnel que se apartaba de la cueva principal, yacía una piel enorme, gruesa, blanca. Abandonada.

Draco sabía de serpientes, porque las amaba. Sabía que cambiaban de piel, que tendían a crecer más después.

Definitivamente no quería saber a qué clase de criatura pertenecía aquella.

—Basilisco —le recordó a Pansy, que se lo había negado sólo dos veces más esa misma mañana.

—Tal vez...sea del viejo...el que los Gaunt sacaron de Hogwarts —opinó, pero la falta de certidumbre en su voz le dejó claro que los dos experimentaban una línea de pensamiento similar, si es que no era la misma.

—Ojalá lo sea —susurró Harry, con los dientes apretados.

Cuando se recompuso, terminó de deslizar el Apuntador fuera de su túnica, y presionó uno de los interruptores en un costado, que hizo que los símbolos dentro se iluminasen con un tono de azul que no cegaba. Le llevó un momento a la flecha decidirse por una dirección, así que él abrió la marcha para los tres una vez que lo consiguió.

Caminaron por la húmeda cueva en un silencio que sólo era interrumpido por el chapoteo de sus pies en charcos, en una línea, él mirando al frente, sus amigos dando frenéticos vistazos a los lados.

La siguiente criatura llegó desde el techo, sin previo aviso. Ninguno la vio hasta que fue una sombra sobre sus cabezas y sólo pudieron apartarse, gritando, de la araña de tres metros y dieciséis patas peludas, terminadas en una forma más similar a las agujas que a las patas reales.

Buscó el frasco de somnífero en el maletín, se impregnó los dedos de polvillo, y lo lanzó contra la cara de múltiples ojos amarillos. El monstruo abrió la boca, adornada por colmillos gigantescos a ambos lados, y aunque pareció que bajaba la cabeza por un instante, no cedió al sueño.

—No funciona —empezó a caminar hacia atrás por reflejo. No veía a los otros—, no funciona, ¡no le hace nada!

En otra ocasión, se hubiese avergonzado de chillar. Creía que podía hacer una excepción esa vez.

Cuando el monstruo se cernió sobre él y su espalda chocó con una pared, cerró los dedos sobre el frasco de ácido, lo destapó, y arrojó una cantidad imprecisa del líquido al frente. La araña emitió un sonido horrible, tan agudo que sintió que los tímpanos se le rompían.

Atisbó movimiento a los costados. Pansy dio una orden severa, Harry se quejó. Un instante más tarde, sus amigos aparecían desde extremos diferentes del cuerpo gigantesco, junto a las patas, y jalaban de una cuerda extensible. La araña caía hacia el frente, con las piernas atadas.

Draco apenas tuvo tiempo de apartarse para que no le cayese encima. Jadeaba cuando alcanzó a los otros dos y masculló acerca de que podían haberle avisado, antes de hacer eso.

—¿Así como tú me avisaste por lo de mi varita? —puntualizó Harry, dándole una palmada en el hombro, por la que se sacudió a modo de protesta. Él se rio sin aliento.

—Lo siento, Draco, no podíamos tener mejor señuelo que tú gritando y quemándole la cara —Pansy al menos tuvo la descendía de agachar la cabeza y lucir avergonzada; bien, sí, él hubiese hecho lo mismo, probablemente, sólo que no tenía pensado admitirlo.

—Yo no los hubiese usado de señuelos así —elevó la barbilla, se fijó en la dirección señalada por el Apuntador, y se dispuso a continuar su camino.

Cuando un montón de arañas más cayeron del techo de la cueva, suspendidas por sus telarañas y de todos los tamaños, no habría sabido decir si primero volvió a gritar o echó a correr.

De cualquier forma, fue aquello lo que los llevó a la Cámara, a fin de cuentas.

0—

Harry no se percató de que llegaron a su destino hasta que cayó sentado, jadeando, y vio a sus dos amigos detenerse, entre respiraciones agitadas y superficiales, y nada los siguió desde la cueva. Podría haber llorado de alegría.

Primero, un nido de serpientes. Después, el conjunto de arañas. Luego cayeron por una pendiente similar a la que llevaba desde el baño de niñas, y antes de darse cuenta, se abrieron paso a una estancia amplia, de piedra, con un camino largo y ancho, rodeado de cientos, no, miles de piezas de oro y plata, que dirigían al tallado de una cabeza enorme y barbuda.

—Es Slytherin —explicó Pansy, en un susurro contenido, los ojos le brillaban—. Llegamos a la Cámara.

De pronto, la niña comenzó a dar vueltas y se echó a reír, una risa clara y melodiosa. Cuando se detuvo, fue para dar pequeños saltos y apuntar con un dedo enguantado los objetos que bordeaban el camino.

—Alguno de esos debe ser lo que buscamos, vamos, vamos, ¡vamos!

Harry utilizó la mano que Draco le tendía para ponerse de pie. Se dividieron en tres direcciones diferentes, luego de una breve seña y varios asentimientos, para que les fuese más sencillo buscar el tesoro de Riddle.

El problema fue que, en cuanto uno de ellos se agachó y tocó lo que se veía como una copa dorada, esta se sacudió, y una idéntica brotó a un lado. Cuando él la sujetó, no ocurrió nada más, y frunció el ceño al dar un vistazo alrededor.

Pansy, que estaba arrodillada en el suelo, observaba con ojos horrorizados un conjunto de monedas de plata que no hacían más que multiplicarse la una sobre la otra, y cada vez que se rozaban, generaban otro par de ellas. En el lado opuesto del camino, Draco, que estuvo de cuclillas, acababa de caer sentado en el suelo, a causa del montón de colgantes que se apilaban frente a él, creándose más sin cesar.

A pesar de que los objetos dejaron de reaccionar a Harry, la mitad del camino estuvo repleto en cuestión de unos segundos, y los tres se reunieron en el centro, dando tumbos.

—¿Qué...?

—Algún tipo de maldición de resguardo —Pansy cortó cualquier intento que podía tener de hacer una pregunta. Estaba por abrir la boca, cuando Draco fue el que señaló el gorro que llevaba.

—Está en funcionamiento —susurró—, tiene- la estrella, se encendía cuando Jacint lo usaba...

Pansy fue quien lo captó primero. Lo sujetó de los hombros, observó la pieza de ropa.

—¿Se multiplican cuando lo tocas?

Giró la cabeza cuando escuchó un sonido lejano de arrastre, roce de piedras. La boca de la cabeza tallada de Slytherin se estaba abriendo, algo se deslizaba dentro.

—Harry —Pansy apretó sus hombros para hacer que volviese en sí—, ¿los puedes tocar sí o no?

—S-Sí —balbuceó. Al siguiente sonido, un siseo vibrante y largo, los tres miraron a la cabeza tallada.

—Búscalo tú.

—¿Qué? —ella lo soltó, le murmuró algo a Draco, que asintió y se alejó al mismo tiempo que la niña—. ¡No! Oigan, ni siquiera sé qué es, son ustedes los que leen y- todo eso.

—Eres un Slytherin, ¿no? —Draco lo miró por encima del hombro, encogiéndose de hombros—. Piensa como uno.

Harry todavía observaba boquiabierto en su dirección cuando descubrió lo que se deslizaba fuera de la cabeza tallada.

Era la serpiente más grande que había visto alguna vez. De piel rugosa, de un gris feo, con ojos cubiertos de párpados dobles y una mandíbula descomunal, de la que sobresalían dientes afilados arriba y abajo.

Escuchó, a lo lejos, a Pansy diciéndole a Draco que tuvo razón todo el tiempo, con una voz temblorosa y ahogada. Podría haber sonreído, si la situación hubiese sido diferente.

Le llevó un momento reaccionar y correr de regreso hacia los conjuntos de objetos, que no paraban de crecer y mostrar los mismos una y otra vez.

Tenía que pensar como Slytherin, sólo pensar como un Slytherin.

Él no creía ser un buen Slytherin.

Pero tendría que serlo ese día.

Se obligó a respirar profundo, lento, y se puso de rodillas para apartar los objetos de oro y plata con ambas manos, desenterrando los pocos que no se multiplicaban y lucían diferentes al resto.

Copas pequeñas, como las del Gran Comedor, colgantes, anillos, piezas de leones, tejones, aves para decoración, broches, pasadores de cabello.

¿Qué querría Riddle? ¿Qué elegiría Riddle?

¿Qué era tan Slytherin para haberlo puesto como el objetivo de un reto?

Se estremeció cuando escuchó un grito agudo. Volvió la cabeza.

Pansy acababa de meterse en un túnel enrejado, de las cañerías, y corría a trompicones, dando vistazos fugaces hacia atrás. Sus pies generaban chapoteos en el agua del suelo, sus gritos hacían ecos. El Basilisco que la seguía tenía ojos amarillos y brillantes, entrecerrados, un lado de su boca estaba agrietándose por el efecto del ácido que Draco cargaba encima.

El propio Draco estaba casi escalando sobre una montaña de objetos, que no dejaba de crecer, y jadeaba, las manos colocadas sobre las rodillas, la cabeza apenas levantada, sus ojos seguían el movimiento de la serpiente gigantesca y la niña.

Harry nunca se hubiese esperado que se pusiese las manos alrededor de la boca, a modo de altavoz, y gritase.

—¡Por aquí, monstruo estúpido! ¡Serpiente tonta! ¡Por aquí!

Su voz hizo ecos en el lugar. Draco se cubrió los oídos después. A lo lejos, notó que Pansy se detenía, con los ojos cubiertos, y la serpiente se tomaba un momento, antes de girar y atravesar uno de los agujeros sin rejas que daba a las salidas.

Se dirigía hacia él.

Draco tomó tantos objetos como pudo entre sus dos brazos y echó a correr lejos, rodeando los bordes de la Cámara. Dejaba tesoros a su paso, ruidos metálicos producidos al impactar el suelo y rodar en los charcos, y el Basilisco los seguía todos.

Harry se obligó a prestar atención a los objetos, a rebuscar, a fijarse en los detalles. Sus manos temblaban, dejaban caer cada pieza. Sus ojos no dejaban de desviarse hacia donde estaban sus compañeros.

Pansy se había escabullido entre dos barrotes que mantenían una distancia considerable entre sí, recolectó tesoros que no dejaban de multiplicarse, y echó a correr en la dirección opuesta a la de Draco. Ella también dejaba caer las piezas con cada paso. El Basilisco se movía en dirección a un sonido, luego al otro, los siseos sonaban más enfadados; ninguno de los niños lo miraba más tiempo del necesario.

Harry habría jurado que acababa de ver un brillo púrpura, que era diferente al de los demás tesoros, cuando el Basilisco se abalanzó sobre Pansy, cansado de juegos.

Draco gritó. Él gritó. Pansy, muy probablemente, también.

—¡No la toques, no la toques, no la toques! ¡No la toques! ¡No- toques- a- mi- amiga! —objetos atravesaban el aire en todas direcciones, arrojados desde la distancia hacia el cuerpo del Basilisco. Draco casi se tropezó al correr hacia la criatura para recapturar su atención.

Tan pronto como el Basilisco se giró hacia el niño, este empalideció y corrió en la dirección opuesta. Pansy intentó la misma táctica de molestarlo tirándole los tesoros, pero no funcionó esa vez.

Harry acababa de perder la pieza que se distinguía del resto. Temblaba más, el metal se le resbalaba. No podía apartar la mirada de la enorme serpiente que arrinconaba a Draco contra una de las paredes, el corazón le bombeaba tan rápido que habría jurado que se le saldría del pecho.

Cuando el Basilisco abrió y cerró la boca, su mandíbula emitió un chasquido terrible. Draco estuvo fuera de su campo de visión por una milésima de segundo.

Después la serpiente siseó y se sacudió, dándose la vuelta, y localizó al niño sostenido de uno de los costados de su cabeza, donde los colmillos no podían alcanzarlo. No estaba seguro de cómo se mantenía suspendido, sólo podía ver que intentaba escalar hacia la parte más alta de la cabeza, mientras el Basilisco no dejaba de retorcerse para sacárselo de encima.

—¡Harry! —Pansy lo llamaba. Ni siquiera miró hacia ella más de un instante—. ¿Lo tienes?

—¡Aún no! —atinó a balbucear, obligándose a seguir escarbando entre los tesoros.

Cuando Draco alcanzó la cabeza del Basilisco, afincó las rodillas encima, y comenzó a agitarse con cada sacudida que este daba. Iba detrás de Pansy, ahora que lo daba por perdido, y no podía dejar de prestarle atención a su letanía de "nonononononono" y los "Merlín bendito, ¿qué estoy haciendo?" cada vez que estaba a punto de caerse por un giro brusco. Los siseos llenaban la Cámara.

—¡Harry James Potter! —lo apremió su amiga, con un grito que bastó para callar los demás sonidos por unos segundos. Tuvo un momento de más temor hacia ella que al Basilisco, y se enfocó en dar con el tesoro.

Piensa como Slytherin, piensa como Slytherin, piensa como Slytherin. ¿Dónde esconde las cosas un Slytherin, cuando no quiere que nadie las vea?

Donde pueda tomarlas fácilmente. La respuesta era tan obvia.

En medio del caos de la Cámara, recordó uno de los escenarios más comunes dentro del dormitorio de los varones: Draco, arrodillado en el suelo, guardando cartas y notas en un cofre, dentro de su baúl. Justo donde se suponía que guardaba todo. Nada de trucos especiales, nada de artilugios, sin escondites que supieran un esfuerzo mayor, y cuando lo necesitaba, sólo debía tomarlo.

Oculto a simple vista, donde nadie más lo encontrase.

—No está aquí —al decirlo, supo que no era una conjetura. Era una certeza. Si Draco escondiese un tesoro, lo haría así; si Pansy lo escondiese, lo haría así; si él lo escondiese, definitivamente, lo hubiese hecho así—. ¡No está aquí, Pans!

Se puso de pie tan rápido como podía. Los tesoros no dejaban de multiplicarse, desde que fueron tocados por sus compañeros; todo el camino estaba repleto, el tumulto crecía en forma de colinas, el Basilisco los desplazaba al serpentear, pero ellos tendrían que atravesarlos igual que lo harían con capas de nieve, o abriéndose paso a patadas.

—¿Cómo que no está? —Pansy lloriqueó, desde la cima de una de las montañas crecientes de objetos, donde tenía a ambos a la vista.

—¡No está! ¡No es aquí, es demasiado fácil!

—¡Potter, yo no le veo nada de fácil a esto! —le espetó Draco, jadeante, aferrado con ambas manos a la parte superior de la cabeza del Basilisco. Acababa de jalarlo para que no se acercase más a Pansy, y lucía como si se fuese a caer en cualquier momento.

Pansy se pasó las manos por el cabello. No dejaba de alternar la mirada entre ambos, el pecho le ascendía y descendía de forma irregular.

Si no estaba con el resto de los tesoros, ¿dónde?

Detuvo sus cavilaciones cuando un sonido de cristal rompiéndose hizo ecos en la Cámara. Se giró hacia el sonido. La voz le tembló al hablar.

—Draco- ¿qué fue eso?

Escuchó un quejido ahogado del otro niño.

—Se me- acaba de caer el- ¡último sorbo de la poción de pársel! —se deslizó hacia un lado en un movimiento brusco, quedando colgado de una mano. Le pareció que rebuscaba dentro del maletín con la otra, mientras se balanceaba.

Hubo un grito, apenas perceptible bajo un siseo agudo, cuando el Basilisco se removió y Draco cayó hacia el suelo. Un rastro de sangre, demasiado oscura para ser humana, le cubría una mano y la manga de la túnica.

—¡Lo encontré! —jadeó, arrastrándose por el suelo con manos y rodillas cuando el Basilisco intentó arremeter contra él de nuevo— ¡está dentro! ¡Dentro de él, en su cabeza! ¡Es algo brillante! ¡En la boca, en la boca…! ¡Es hueco, literalmente hueco!

El Basilisco volvió a sisear de la rabia. Uno de sus ojos se había convertido en una masa grumosa, rojiza y blanquecina, una varilla estaba incrustada en el medio. Harry lo observó boquiabierto, hasta que comprendió qué era.

—¡Le metiste esa cosa en el ojo! ¡¿Te volviste loco?!

—¡No tenía de qué agarrarme, me estaba- cayendo! —se interrumpió por otro grito cuando el Basilisco lo alcanzó, el tiempo de reprimendas quedó en el olvido.

Estaba tirado en el suelo, boca arriba, la respiración irregular lo sacudía. La serpiente gigantesca se cernió sobre él, la boca abierta, el ojo que le quedaba fijo en la figura que lucía diminuta bajo su presión.

—¡Draco, los ojos!

Ocurrió demasiado rápido.

Harry echó a correr hacia ellos. Draco intentaba cubrirse la cara, haciendo una "x" con ambos brazos, y se arrastraba, en vano, tan lejos como podía del alcance de la descomunal mordida. Pansy estaba de rodillas en el suelo, con un cuaderno desgastado por debajo de las manos.

Se escabulló por debajo del cuello del Basilisco, que refrenó su mordida ante la intrusión repentina. Draco lo miró con ojos muy enormes, el gris pálido tornándose de un color que no le pertenecía.

Loan.

Hubo un estallido de magia que condensó el aire, haciéndolo difícil de respirar, un destello dorado que lo obligó a apretar los párpados, un chasquido. Luego oscuridad.

Harry se encontró en medio de un vacío, preguntándose qué acababa de pasar, hasta que distinguió un débil resplandor verde que flotaba cerca de él. Estiró la mano hacia arriba para tomarlo. Estaba seguro de que acababa de sentir una punzada de dolor, pero tan leve, tan distante, que ni siquiera habría sabido identificar de dónde provenía.

Cerró los dedos en torno a un medallón, sentía los relieves del tallado contra la palma.

Hubo otro chasquido, después una rendija de luz que se expandía frente a él. Le costó un momento reconocer que se hallaba dentro de la boca del Basilisco, parado en la lengua, rodeado de colmillos. Draco estaba del otro lado, empujando hacia abajo la mandíbula, sus ojos regresando al gris que acostumbraba tener, Pansy empujaba hacia arriba, para mantener separadas ambas partes.

Harry levantó el puño en que tenía el colgante y pudo haber llorado de felicidad. Salió tambaleándose, tropezando con las hileras de dientes que le cercaban el paso al exterior. No quería respirar más de lo necesario para no percibir el aroma fétido del aliento de serpiente.

En cuanto dio un paso afuera, dos pares de brazos lo rodearon y sólo pudo quejarse por lo bajo ante los apretones. Pansy se apartó para examinarle el rostro, y fuese lo que fuese que iba a decir, calló cuando escucharon un sonido de arrastre y un aplauso.

Harry frunció el ceño. Su visión se nublaba.

El Basilisco, a sus espaldas, era una serpiente enorme de piedra. Draco aún lo tenía sostenido cuando miraron hacia la estatua de Slytherin.

Los tesoros que se multiplicaban desaparecían. La boca del mago se abrió de nuevo, para revelar unas escaleras, y el profesor Riddle acababa de llegar al final de ellas. Tenía una mirada fría, una sonrisa de labios sellados, y era quien aplaudía.

Estaba seguro de que habló cuando abrió la boca y empezó a caminar hacia ellos, pero los sonidos eran distantes, difusos.

Y tenía frío.

Se apoyó en Draco cuando sintió que se iba de lado. Él también le habló. Tampoco lo entendió.

Cuando las rodillas le flaquearon, no hubo impacto doloroso contra el suelo porque tenía ambos brazos a su alrededor, pero el niño lo veía desde arriba, horrorizado. Harry siguió la dirección tomada por sus ojos, para encontrarse con una 'cosa' blanca amarillenta que sobresalía de una de las mangas de su túnica, rodeada por un rastro casi redondo de algo oscuro y posiblemente húmedo.

Parpadeó. Tenía sueño.

¿No lucía como un colmillo?

Un segundo antes de que se desplomase, habría jurado que escuchó a Draco gritar su nombre. Pero era imposible, porque él no lo llamaba Harry.

Y si hubiese sido así, probablemente era la primera vez que lo hacía.

 

Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).