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Luz de luna por BocaDeSerpiente

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Capítulo dos: De cuando Harry hizo una (extraña) promesa

No fue hasta el primero de marzo de 1988, que Harry se dio cuenta de lo mucho que podía cambiar su mundo en unos meses, ¿no había sido en navidad cuando por fin se presentó a Draco Malfoy, como Remus le había enseñado que tenía que hacer con las personas que quisiera como amigos?

Y para ese momento, Ron le reclamaba por pasar todo su tiempo con el niño-que-brillaba. Increíble.

Desde el día en que escuchó las historias de Malfoy, fue como si algo hubiese hecho clic y terminado de acomodarse donde le correspondía. Una semana más tarde, alrededor del año nuevo, los Potter pasarían a saludar a los Parkinson de nuevo, y encontrarían a la señora Malfoy y su hijo; fue la primera vez que salió al jardín a jugar con ambos, jugar en verdad, mientras Jacint los vigilaba.

En enero, una tarde en que excavaba en el patio, vio a Pansy en la casa contraria. Ella lo saludó y cruzó la calle corriendo. Harry nunca olvidaría esa imagen; apenas había levantado la cabeza, cuando la niña se detuvo frente a él, jadeando y ruborizada por el esfuerzo, formando puños con la tela inferior del vestido floreado, y una sonrisa tan débil que casi no la notaba. Ella le preguntó si quería ir al Vivero.

Él no sabía qué era un vivero, pero la palabra sonaba bien, así que llamó a Lily para pedir permiso, y esta, a su vez, lo acompañó a casa de los vecinos para hablar directamente con la señora Parkinson. Draco y Jacint estaban sentados en la sala cuando entraron.

También fue la primera vez que vio a Draco Malfoy sin una túnica. Vestido como un niño cualquiera —si es que a la camisa manga larga y el pantalón plisado, se les podía considerar normales—, sin embargo, no dejaba de brillar. Fue información interesante que se añadió al registro imaginario.

Los tres niños, Jacint y Amelia Parkinson se trasladaron al Vivero por flu. Harry le encantó.

El vivero Parkinson, era un invernadero gigantesco, donde cultivaban con el debido cuidado las plantas, mágicas y comunes, que le daban la fama al apellido de la familia. El techo y paredes eran de cristales coloridos, con diseños móviles de paisajes, y había sectores que se basaban en características de las plantas, como altura, hojas, comportamiento, sobre porciones de tierra de diferentes tonalidades, incluso algunas que no había visto antes. Afuera, un terreno amplio les dejaba tener una excursión al aire libre, entre los campos de cultivos que necesitaban menos atenciones especiales, y las plantas que estaban ahí por sí mismas, kilómetros completos que se extendían igual que un bosque, y al que los muggles y otros magos no tenían acceso.

La mitad del tiempo, la pasó detrás de la señora Parkinson, escuchándola decirle nombres en otro idioma que no podía recordar, pero también sonaban increíbles, mientras Jacint trasplantaba unos especímenes, con la ayuda (más o menos) ferviente de Pansy y Draco.

También fue la primera vez que vio a Draco Malfoy con la ropa manchada por la tierra, sudoroso y sonrojado por moverse tanto. La piel pálida se le ponía de un rojizo brillante, que hizo imposible para Harry contener la risa.

—0—

El resto de la tarde, la pasaron jugando al escondite entre los cuatro. Cuando la señora Parkinson los reunió para que volviesen, descubrió que en Gran Bretaña había anochecido, y tanto Lily como Narcissa esperaban a sus hijos en la sala de la familia, a pesar de que en el Vivero, aún era un día claro y deslumbrante. Harry se sorprendió cuando le dijeron que el Vivero quedaba en otra parte del mundo, ¡porque viajó tan lejos, sin saber! Y la idea le emocionó lo suficiente para que, la siguiente vez que Pansy fuese a buscarlo, echase a correr hacia adentro y se colgase de su madre, hasta obtener un: "sí, puedes ir".

A partir de ese punto, era más fácil para el Harry de siete años decir cuándo no estaba con Draco y Pansy, que cuando  lo estaba.

Visitaban el vivero dos veces a la semana, el domingo era un día fijo, porque Jacint dejaba Durmstrang para ir con ellos, pero la otra ocasión podía cambiar, dependiendo de cuando la señora Parkinson necesitara ir por sus plantas. Los demás días, Harry almorzaba con prisas, para cruzar la calle y pasar la tarde en el jardín de los vecinos, acompañado de Lily, que a veces se quedaba a conversar sobre tradiciones sangrepura, —y muchos otros temas que no despertaban interés en él—, con las madres de los otros niños.

Eso fue hasta que descubrió que los Malfoy se levantaban temprano. Una noche, se había ido a dormir después del beso en la frente de Lily, y a la mañana siguiente, cuando bajó a desayunar, aún bostezando y en pijama, Draco estaba en su puesto, en la mesa Potter, devorando unos panqueques con chocolate, que antes de ese día, Harry creyó que su madre sólo hacía para él. La decepción no le duró demasiado, porque Lily y Narcissa estaban en la sala —por lo que entendió, Lily le había hecho una petición de un objeto, y la mujer se lo llevó apenas lo encontró, o algo por el estilo; a él le preocupaba más perder la exclusividad de los panqueques de chocolate—, y su madre se veía feliz, y bueno, Harry no era un tonto ni malo, ¿cómo no le iba a gustar verla feliz?

Además, Draco le señaló un segundo plato de panqueques, que esperaba por él. Comieron en silencio casi absoluto.

Draco come con cuidado, añadió entonces al registro imaginario, en cuanto terminó y se dio cuenta de que el niño utilizaba una servilleta para limpiarse los labios con suaves toques, y él estaba manchado hasta el cuello de chocolate.

Aquel fue, como lo llamaría años más tarde Harry, el "último día de paz". Draco tendía a referirse a la ocasión como el "comienzo de la Malfoysicación".

En un día cualquiera, se levantaba para descubrir que Draco estaba siendo consentido por Lily con chocolates, lo que dejó de molestarlo cuando notó que, cada vez que preparaba una receta especial para el invitado, hacía para él también. El pequeño Malfoy estaba allí, a veces, cuando llegaba a mediodía de la primaria, y almorzaban juntos, mientras Harry le contaba de las maravillas del mundo muggle, y Lily hacía sutiles acotaciones, aunque solía preferir dejarlos solos.

Estaba allí cuando tocaba ir al Vivero, luciendo lo más informal que un Malfoy podía ser, en sus propias palabras, y cruzaban la calle en una charla sin sentido, para alcanzar el pórtico donde Pansy y Jacint los esperaban. Estaba allí cuando había un juguete nuevo para probar, y sólo una vez, pasó la noche en la casa de Harry, cuando James estaba en una misión larga y Lily les preparó un fuerte de mantas con forma del castillo de Hogwarts, que ocupaba toda la sala.

Estaba allí cuando Narcissa hacía un descubrimiento de la cultura muggle y quería corroborarlo con Lily, o cuando Lily la invitaba a tomar el té, gesto que intentaba replicar de los sangrepura por mero capricho, pero que se le olvidaba llevar a cabo cuando no estaban los Malfoy presentes. Y estaba allí cuando había una cena especial y sólo eran Harry y su madre, y cuando la señora Parkinson invitaba el té, reuniendo a las tres familias cada mes.

Draco era un amigo de lo más extraño. Hacía comentarios que tenían un tono mordaz, aunque para Harry, nunca sonaron tan mal, y podía poner una expresión en blanco en un parpadeo, como si nada le importase en lo más mínimo. Usualmente no se ensuciaba la túnica, y no dejaba que Pansy se sentase en la tierra, corriese mucho, y si se lastimaba, tenían que detener todo por llevarla dentro, porque el aire se convertía en una fuerza invisible y asfixiante en los pulmones de ambos.

Pero también jugaba a las espadas de madera con Harry, ganando el que tocase el pecho del otro tres veces seguidas, a las atrapadas, las escondidas, snap explosivo, ajedrez mágico. Si debía ser sincero, sus pocos conocimientos del último juego, provenían de Malfoy, más que de Ron. Draco no tenía problema en sujetarle la muñeca y echar a correr por todo el patio o el Vivero, lo regañaba en broma y se reía con ganas si no había un adulto cerca, le ordenaba, lo codeaba con suavidad cuando no le prestaba atención, y si alguien tenía que llenarse de tierra, subir a un árbol, o alejar a los conejos de los Parkinson, ponía a Harry por delante de los dos para que lo hiciera él. Y siempre, siempre, pedía algo a cambio de contarles una historia.

Pansy los observaba y se reía casi siempre. Cualquier esfuerzo, la hacía jadear por aliento, y le gustaba que jugasen a que era la princesa que tenían que rescatar, o a los disfraces. Fueron a cabalgar una vez, realizando carreras por los terrenos del vivero, y ella les ganó a un Draco que practicaba equitación desde hace meses y un Harry que no tenía la más remota idea de qué hacer con su caballo; si no se cayó y golpeó, fue porque compartía la montura con Jacint, que se apiadó de él.

Cuando Jacint estaba presente, se quedaban por completo sin supervisión adulta, y ocurrían las mejores cosas. La casa Parkinson tenía barreras para restringir el control, y el hermano de Pansy podía practicar magia cuando estaba ahí, con libertad, a pesar de no ser mayor de edad todavía. Recreaba salones de Durmstrang y Hogwarts en los cuartos vacíos, transfiguraba los muebles en toboganes y columpios, y era un experto en hacer callar a Draco, causarle risa a Pansy y cierto hechizo de cosquillas que los dejó sin aire más de una vez.

De pronto, tenía a los hermanos que quería, la señora Parkinson le besaba la frente cuando iba a su casa, Narcissa Malfoy le acariciaba el cabello, de un modo particular que lograba no despeinarlo más, y Harry no se dio cuenta de que no había visto a Ron en meses. En realidad, notó, los únicos ratos en que no estaba con los hermanos sangrepura, los pasaba con su madre, en clases o con Draco, y este sólo se ausentaba cuando James estaba libre y se paseaba por la casa.

Entonces supuso que las palabras de Ron, acerca de que ya no lo quería y se olvidaba de su plan de cavar un agujero hasta Hogwarts, no eran tan exageradas como le sonaron al principio.

Era el cumpleaños de su mejor amigo, La Madriguera estaba a reventar por las visitas de todos los Weasley, aunque nadie podía explicarse cómo se desocuparon y llegaron allí, incluso aquellos que continuaban estudiando en el colegio de magia. La mesa estaba casi hasta el techo de comida preparada por Molly, según Harry, y el patio estaba libre de gnomos para celebrar la ocasión especial.

Harry llegó a primeras horas de la mañana, acompañado de sus padres y con un regalo bajo el brazo, que sabía que Ron amaría: una varita de práctica. Lo que encontró, después de los empujones cariñosos y saludos de los hermanos mayores, y las mil preguntas de la señora Weasley sobre si comía bien o quería algo en específico, era que su mejor amigo lo observaba cruzado de brazos y con el rostro de un tono similar al del cabello, lo que nunca era buena señal, si los años de experiencia contaban.

—Yo, uhm- tú estabas castigado —mencionó, recordando el 'incidente' de la fiesta de cumpleaños.

—Mi castigo terminó hace más de un mes —Ron contestó sin apartar la mirada. Estaba sentado en su cama, en el cuarto que compartía con Percy y los gemelos. Harry continuaba bajo el umbral de la puerta, con el paquete de la varita extendido hacia él, como estuvo cuando el niño decidió quejarse de las faltas en su amistad— y ni una carta.

—¿Perdón? —se encogió un poco, sin saber bien si lo que el otro esperaba era una disculpa o una explicación. Imaginó que, si le proporcionaba ambas, estaría de mejor humor—. Me hice amigo de Pansy, mi vecina, la de la fiesta, es muy linda, monta a caballo y tiene un hermano que hace magia increíble. Y Draco pasa mucho tiempo en mi casa.

—¿Le dices 'Draco'?

Harry resopló y cambió el peso de un pie al otro. Vista la actitud de Ron, decidió dejar el regalo en uno de los escritorios amontonados por la falta de espacio que producían las camas.

—Sí, es Draco, ¿cómo más iba a decirle?

—¡Pero, Harry...! —lloriqueó, de la manera en que hacía con su madre y Lily, y el mencionado sonrió—. Es un Malfoy.

Se cruzó de brazos y apretó los labios, haciendo memoria de las palabras de Lily durante la fiesta.

—¿Qué te dijo mi mamá? ¿Tengo que decirle a mamá Molly sobre eso?

El rostro de Ron pasó del rosa al blanco en un segundo. Parpadeó, frunció el ceño, suspiró y dejó caer los brazos a los costados, con ese encogimiento de hombros que rezaba un "¿qué más?"

—Pero no me vengas a llorar cuando Malfoy te hechice.

Harry rio y se balanceó sobre sus pies.

—Draco es mucho mejor de lo que piensas —ante la escéptica mirada que le dirigió, le tocó a él encogerse de hombros—. Sí, le gusta decirme qué hacer, y es exagerado, y es raro, pero no es malo y no me ha lanzado ni un hechizo.

—Todavía no —masculló el otro, causando que rodease los ojos. Ron estiró una mano hacia él, y abrió y cerró los dedos—. ¿Qué me trajiste?

—Una varita de práctica —volvió a tomar el paquete y se lo arrojó. Por poco, no lo atrapa en el aire, y se abrazó a la caja boquiabierto, como si pensase que Harry lo iba a negar y le diría que era una broma. Pero no lo era, y tras unos segundos, debió darse cuenta de eso.

—¡Esto es brillante, Harry!

Y así fue cómo recuperó a su mejor amigo.

Si a alguien le molestó ver a dos niños correr por la casa, con una varita que funcionaba más para lanzar chispas de colores que verdaderos hechizos, nadie se los dijo. Ron fingió que encantaba a los gemelos para que lo consintieran y le hicieran bromas a todos, menos a él, y hacía aparecer uno de los dragones de los que a Charlie le gustaba leer, que lo dejaba montarlo porque notó lo extraordinario mago que era. En el patio, Harry lo dejó jugar a que defendía La Madriguera de un enloquecido hombre loco, que por supuesto, fue él mismo.

Un golpe de la varita en la cabeza, rodar por la tierra, y el llamado de Molly, los hicieron separarse. Ron alzó los brazos, con la pieza de madera soltando chispas rojas, y dictó que había "vencido a la bestia". Harry se dobló de la risa y lanzó un manotazo al aire, mientras se ponía de pie.

—¡Así no se usan las varitas, Ron! No se supone que me pegues con la punta.

—Funcionó —Se excusó el otro, haciendo girar la varita de prácticas entre los dedos. No había dejado de sostenerla ni por un segundo, y entre juegos, se la había puesto frente a la cara a todos los Weasley, para recibir cumplidos; Harry estaba feliz de ver que le gustaba.

Volvieron adentro, a tiempo para encontrarse con el pastel flotante que pasaba de la cocina a la mesa. Cuatro pisos torcidos, al igual que el edificio en que se hallaban, cubiertos de crema de diferentes tonos de naranja y rojo. Los gemelos, sentados a la espera del pastel, vitorearon su llegada, y fue la señal para que el resto se reuniera alrededor, porque de otro modo, era probable que Fred y George los dejarán sin nada.

Cantaron la versión mágica del feliz cumpleaños (una que decía que Merlín te iba a cuidar durante el siguiente año, y que la magia te saludaba por ser el día de tu nacimiento; siempre le gustó más que la versión muggle), y se amontonaron en torno a la mesa, para recibir sus porciones. Los adultos se agruparon en uno de los extremos, dejando a Bill y Charlie, los mayores de los Weasley, en el centro. Harry se quedó en la otra orilla, con Ron, Ginny y los gemelos, mientras estos molestaban a Percy, que intentaba comer su pastel con calma.

Los gritos y discusiones no empezaron hasta que George, o quizás Fred, distrajo a Percy, y el otro gemelo le arrebató el pastel y se lo tragó. Cuando el afectado vio su plato vacío, comenzó a decirles que eran unos tontos inmaduros que siempre hacían lo mismo. Molly los hizo callar, mientras Bill le pasaba, discretamente, su pedazo a Percy y se cortaba otra rebanada para sí mismo.

Aunque era un momento un poco difuso, en medio de la charla de los adultos, que se mezclaba con las risas de los gemelos y la plática sin fin de Ron, el cumpleaños número ocho de su mejor amigo, también fue la ocasión en que Luna Lovegood apareció por primera vez en su vida.

Molly se levantó despacio, explicando que tenían una visita rápida y debía atenderlos, aunque en medio del ruido de las voces y los platos y cubiertos, Harry no llegó a oír un timbre ni nada parecido. Supuso que se trataba de algún tipo de aviso mágico, y cuando se inclinó para preguntarle a Ron, este ya estaba de pie.

—Vamos a ver quién es —le indicó en esa voz baja, que en realidad, no era tan baja, y dejaba que todos alrededor se enterasen de lo que iba a hacer. Agitó la varita frente a él, porque la mantuvo a un lado del plato durante la comida—. Y si es malo, vemos que mamá vuelva bien.

Harry no creía que Molly recibiese a una mala persona en su casa, estando los hermanos Weasley presentes, pero asintió de todos modos. Se deslizaron lejos de la mesa y se escabulleron hacia el pasillo, bajo las atentas y disimuladas miradas de Lily y Bill, que siguieron sus movimientos hasta perderlos de vista y decidir que no harían nada malo.

—...sí, sí, claro...eso es muy lindo —Decía la voz de la señora Weasley, que los obligó a parar a ambos detrás de una escalera y asomarse por el borde de esta.

Molly estaba a un paso de la puerta, donde una mujer rubia y sonriente, sostenía por los hombros a una niña idéntica a ella, que paseaba la mirada por el techo, las columnas y las paredes, como si no fuese consciente por completo de dónde estaba. No parecía que mostrase interés alguno en la conversación, hasta que Molly se agachó para quedar a la misma altura que ella.

La pequeña movió la cabeza y se fijó en la mujer, que le sujetó una mano y murmuró algo que ni Harry ni Ron escucharon. Ella asintió, y de pronto, miró directamente hacia ellos en su escondite, lo que los hizo dar un brinco y un grito ahogado. Molly también los vio después.

Ron balbuceó una maldición sin sentido que había aprendido de los gemelos, aunque ninguno estaba seguro de qué significaba, pero antes de que se diesen la vuelta y echasen a correr lejos de ahí, la mujer rubia capturó de nuevo la atención de Molly, haciéndola levantarse para extenderle una caja enorme. Con otra sonrisa, se despidieron; la niña rubia hizo un gesto vago con la mano, primero a Molly y luego en dirección a ellos, y se alejó balanceándose a un ritmo lento, junto a la mayor.

—Está loca —fue lo que se le ocurrió decir a Ron, en cuanto la vieron alejarse. Él lo codeó para que se callara, porque Molly iba hacia ellos con la caja y el ceño apenas fruncido.

—Son los Lovegood, una familia de magos que se acaba de mudar cerca de aquí —Harry estaba casi boquiabierto, ¿en serio se podía vivir por La Madriguera? ¡Pero si él pensaba que aquello estaba en medio de la nada! Estuvo a punto de quejarse con sus padres sobre por qué no vivían por ahí, cuando recordó que, así, no podría ir con Pansy al jardín y jugar con Draco y Jacint, y de pronto, la idea no le resultaba tan atractiva—, supieron lo del cumpleaños y te trajeron esto.

Ron se guardó la varita en el bolsillo del pantalón para sujetar la caja con ambas manos. Por el quejido que dio, supuso que pesaba más de lo que parecía.

Nada más darle un vistazo, Harry comenzó a reír, y ni la mirada curiosa de Molly, ni el manotazo torpe de Ron, lo detuvo.

"Pociones para niños: experimentos básicos" anunciaba la tapa del empaque. Ron arrugó la nariz y lo extendió de vuelta a su madre. Molly resopló y apuntó con el índice un trozo de pergamino pegado al regalo, donde una caligrafía cursiva y bonita daba una lista de ingredientes e instrucciones a seguir.

—Dice que puedes hacer tu propio helado, como los que venden en el Callejón Diagón.

Aquello bastó para convencerlo. Ron se abrazó a la caja, como horas antes hizo con la de la varita, y sonrió y gritó al dirigirse de camino a la mesa, con el resto de los invitados, a los que anunció con entusiasmo que tendrían helado para acompañar el pastel.

No lo tuvieron.

Ron y él abrieron la caja, y se hicieron un espacio en la mesa para sacar los instrumentos que necesitaban; como no se sabían los nombres y las instrucciones no decía cómo se veían, Bill se sentó junto a ellos para ayudarlos. Reunieron los ingredientes entre súplicas a Molly, y una especie de "almacén especial" que los gemelos tenían escondidos en alguna parte de la casa, y del que nadie se había percatado hasta que ellos lo mencionaron.

El caldero estaba al fuego adecuado para mezclar, los encantamientos de frío los iba a realizar Arthur, y Lily supervisaba a los niños que vertían la mezcla, cuando emitió un suave "oh". Un instante más tarde, una explosión envió una columna de vapor multicolor y una masa gelatinosa y espesa por todas partes.

Ron se echó a llorar, luego fingió que no y se talló los ojos con fuerza, mientras los gemelos se reían del desastre, Molly lo limpiaba con unos movimientos de varita, y Ginny le daba una palmadita en el hombro. Lily los calmó con palabras dulces, recogió los instrumentos y le dio una rápida ojeada al pedazo de papel de las indicaciones, encontrando el error que cometieron enseguida y señalándolo para la próxima ocasión; saber que habría nuevos intentos, de cierto modo, pareció alegrar al cumpleañero, que se dedicó a imitar a su madre con la varita de práctica hasta que el comedor de La Madriguera volvió a la normalidad.

Cuando todos regresaron a los asientos y Ron ya no tenía los ojos cristalizados, una charla amena de los adultos los mantuvo allí por horas. Al aburrirse, Harry, Ron, los gemelos y Ginny, volvieron al patio para una ronda de juegos con una bludger falsa y una escoba que no volaba, sino que la usaban como un bate. Se corretearon hasta el cansancio, y volvieron dentro, para unirse a los mayores.

En algún punto, Harry se quedó dormido, con los lentes torcidos sobre la nariz y los brazos doblados encima de la mesa. Creía recordar que era de noche.

En el momento en que volvió a abrir los ojos, una luz pálida y apenas perceptible se colaba por la ventana de su cuarto, y él estaba en la cama, llevando la misma ropa que durante la fiesta, pero sin lentes ni zapatos. El mundo era un borrón cuando bostezó y se sentó, preguntándose qué había pasado.

Se puso las gafas y bajó de la cama, entre débiles quejidos porque le quitaron los calcetines y el piso se sentía gélido contra las plantas de los pies, y se tambaleó hacia la puerta que daba al pasillo, entreabierta para revelar una franja de luz desde afuera, porque el pequeño Harry tenía problemas para dormir cuando estaba sumido en la oscuridad absoluta.

Desde alguna parte, escuchaba el murmullo de la voz de Lily, aunque no la respuesta, cuando se paró en medio del corredor por unos segundos, inseguro. No sabía qué hora era, sólo que quería bajar por un vaso de agua, y se dijo que no podía ser tan malo, así que dio pequeños saltos para descender los escalones sin pausa, sujetándose de la barandilla a un lado, y se dirigió hacia la cocina.

Adormilado como estaba, primero fue hacia el refrigerador y se sirvió agua, y sólo después de beberla y devolver el vaso a su sitio, cuando se giró e iba de regreso, fue que se percató de la enorme canasta que reposaba sobre la encimera. Parpadeó, se ajustó las gafas, por si estaba viendo lo que no era, y tuvo que contener la risa por la cantidad exorbitante de listones y flores que adornaban los bordes del cesto, que estaba lleno hasta lo más alto de barras de chocolate y cajas de bombones.

Sonrió y dio unos pasos hacia este, preguntándose por qué había algo como eso en la cocina de los Potter, cuando, hasta donde él sabía, no estaban en una ocasión especial.

La letra estilizada de la diminuta tarjeta que estaba a un lado, le dio una buena pista de lo que, en el fondo, ya se imaginaba.

"La familia Malfoy tiene el placer de invitar a Lily y Harry Potter, a la reunión del equinoccio primaveral de este año, que será celebrado en virtud de..."

Iría a la casa de Draco, fue lo único que entendió. Con una sonrisa aún más grande y más despierto que antes, cogió uno de los chocolates, lo desenvolvió y caminó escaleras arriba, para aprovechar las horas de sueño que le quedaban, entre fantasías sobre cómo sería el hogar del niño-que-brillaba y lo mucho que podría añadir al registro imaginario una vez que fuese a visitarlo. Una parte de él tenía el presentimiento de que alguien como Draco, no podía vivir en una casa cualquiera, y tal vez, sólo tal vez, no estuviese tan alejado de la verdad.

Si creyó que Lily no notaría que se llevó un chocolate, eso es otra historia.

(Sí, lo notó).

—0—

El equinoccio de primavera de 1988 fue alrededor del 21, Harry no recordaba la fecha exacta, porque ese día, dentro de su cabeza, quedó grabado como "el día de las flores de Draco".

Comenzó como un día tranquilo. Lily, después de una larga charla con la señora Malfoy, decidió que ambos se tomarían el día libre para asistir a lo que, según lo que escuchó, era una tradición de magos sangrepura.

Desayunaron en silencio y el pequeño Harry regresó a su cuarto de inmediato, para deslizarse dentro del pantalón y la camiseta blancos y de tela fina. No entendía por qué su madre insistía en que tenía que usar eso, pero tampoco le importaba mucho; bajó dando saltos, pasando los escalones de dos en dos, y con los zapatos en las manos, porque eran de cordón y él todavía no podía amarrarlos sin la guía de Lily, que le recordaba hacia qué lado debía cruzarlos y cómo.

Escuchó a su padre incluso antes de adentrarse en la cocina, donde ambos adultos estaban.

—...porque es estúpido —espetó James, y ese tono con que habló hizo que Harry frenase y titubease, acerca de si seguir o no, porque era el mismo que usaba para reprender a su escuadrón de Aurores o cuando discutía con Sirius y Remus—, sólo los magos oscuros hacen algo así. Sí, es de sangrepuras, pero hacerlo en el equinoccio de primavera significa que lo vuelven a hacer por el otoño, para pedirle a la oscuridad que viene en invierno y toda esa tontería mágica.

—Esa no es razón para evitar contarnos de las tradiciones —Lily sonaba calmada, lo que animó a Harry a avanzar los pasos que le restaban para llegar con ellos. Su madre lo notó cuando James estaba por replicar, le hizo un gesto para callarlo y caminó hacia él, extendiéndole los brazos—. Harry, amor, ¿ya estás listo? ¿Qué te falta? —El niño le mostró los zapatos que sostenía de los cordones en respuesta. Lily, que lo conocía bien, no necesitó más para agacharse y comenzar a ayudarlo a atarlos—. Adivina qué, amor.

—¿Qué? —preguntó él, levantando un pie y después el otro, para permitirle encajarle el zapato, mientras se apoyaba en uno de sus hombros con una mano. Lily levantó la cabeza para mostrarle una de esas sonrisas deslumbrantes que hacían que se diese cuenta de que amaba a su mamá.

—Amelia conectó nuestra red flu a la del Vivero, para que lleguemos directamente y podamos ir cuando queramos. Y si te portas bien, puede ser que Narcissa conecte el de la Mansión Malfoy con nuestra casa.

Harry se quedó boquiabierto, y poco a poco, una sonrisa tiró de las comisuras de sus labios. Tener las chimeneas conectadas a la casa de los Malfoy, significaba un Draco entrando y saliendo del hogar Potter, y tal vez, viceversa; Harry tenía muchas ganas de conocer la Mansión Malfoy para añadir más información al registro imaginario, porque tratándose del otro niño, habría mucho por descubrir una vez que estuviese allá.

Cuando Lily se puso de pie, le acunó el rostro y le besó ambas mejillas, haciéndolo reír. Luego le sujetó la mano y asintió, y ambos se despidieron de James con gestos idénticos; el hombre los miró con una cariñosa resignación, se encogió de hombros y les regresó el gesto de despedida.

Harry fue primero. Siguiendo las instrucciones de su madre, tomó un puñado de polvos, se metió a la chimenea y los lanzó, gritando "¡Vivero Parkinson!". El color verde lo envolvió, y un instante más tarde, era empujado hacia adelante y sólo podía toser.

Unos brazos lo recibieron cuando trastabilló para salir. Parpadeó a la nada, con los cristales de las gafas empolvadas, y se encontró con un Jacint divertido cuando levantó la mirada.

—Eh, chico, no tan rápido que te caes. Déjame ver —Lo echó hacia atrás, al tiempo que oían el crepitar del fuego anunciando que Lily acababa de llegar también. El adolescente lo sujetó de los hombros y le examinó la ropa con gesto crítico; Harry notó que él vestía lo mismo, sólo las tallas de diferencia les evitaban parecer iguales—. Bien, te quedan mejor de lo que esperaba, me tenía preocupado eso.

—Jacint —Lily se acercó, antes de que pudiese preguntar sobre qué hablaba. El muchacho sonrió más y se inclinó para besarle el dorso de la mano, a lo que la mujer reaccionó con una risita y un ligero rubor.

—Madre los está esperando, por aquí.

Se giró, sin soltar del todo a Harry, lo que lo obligó a caminar a la par de él cuando avanzaron. Estaban en una sala pequeña, circular, donde no había más que la chimenea, cuyo fuego era la única iluminación, y un sillón mullido y viejo. En cuanto Jacint empujó la puerta, la luz les dio de lleno y tuvo que apretar los párpados unos segundos, sólo para descubrir que estaban en un cuarto lateral del Vivero, y llegaron al exterior al salir, a los terrenos que se asemejaban a un bosque.

Amelia Parkinson corrió hacia ellos nada más notarlos; llevaba el bonito cabello recogido en bucles, lo que para Harry, hacía que se pareciese más a Pansy de lo que alguna vez creyó que podría. Dio un beso en la mejilla de Lily y otro en la frente del niño, que se rio por el gesto. La mujer se enganchó a uno de los brazos de su madre y comenzó a caminar hacia abajo, por una pequeña pendiente que separaba el Vivero del resto de las áreas plantadas. Ellos las siguieron.

—¿Qué vamos a hacer? —Inquirió en voz baja, porque le resultaba extraño pasar por el Vivero sin jugar o estar cerca de los cultivos de sus vecinos. Jacint lo miró de reojo, después a las mujeres que estaban por delante de ellos, y luego afirmó el agarre que tenía en torno a sus hombros.

—¿No te dijeron? Es el comienzo de la primavera.

—Eso ya lo sé —le replicó, en tono de obviedad. A lo lejos, entre las flores y la linde del bosque, divisó algunas siluetas, pero no podía distinguirlas bien desde ahí.

—Pues eso, Harry, la primavera —el chico se encogió de hombros—. Madre, tía Narcissa y la señora Potter —el niño contuvo la risa, por lo raro que era escuchar que alguien le dijese así a Lily, y Jacint le dio un manotazo suave como reprimenda—, van a hacer un ritual importantísimo, mientras nosotros estamos de vagos por aquí, viendo las florecitas.

—¿No vamos a ayudar?

—No podemos, es algo de magos mayores. Pero yo voy a poder unirme antes, y entonces, les contaré a ustedes qué es lo que hacen.

Harry asintió con ganas, satisfecho con la idea de tenerlo de "infiltrado" y descubrir qué pasaba. Tras dar otro vistazo alrededor, como si pensara que alguien los espiaba, Jacint lo acercó incluso más y se agachó para susurrarle:

—Pero, tranquilo, nosotros haremos algo importante también. Draco tuvo una buena idea esta mañana y va a hacerlo hoy.

—¿Qué va a hacer?

—Algo —se llevó un dedo a los labios; ya casi llegaban. Harry podía identificar a la señora Malfoy de pie, esperando con un gesto apacible y una sonrisa leve, a que se acercasen.

—¿Por qué no haces algo tú? —el pequeño frunció un poco el ceño, allí donde tenía la extraña cicatriz de rayo desde su nacimiento.

—Porque Draco dice que es más listo que todos nosotros juntos —hubo una exasperación cariñosa en la forma en que rodó los ojos, haciendo reír al niño.

—¿Y lo es?

—Bueno, será mejor mago que yo a mi edad. Tú también —le apretó la nariz, Harry respondió con un golpe sin fuerza y otra risa.

—¿Y Pansy?

—Pansy...será diferente —Jacint sacudió la cabeza, y sólo lo soltó cuando llegaron al final de la colina, junto al resto.

Narcissa Malfoy saludó a Lily con un ligero apretón de manos y unas palabras dulces, y revolvió el cabello de Harry, de esa manera especial que le gustaba, porque era tan cuidadosa que no lo desordenaba más de lo que ya estaba. Viendo a las tres mujeres una al lado de la otra, el niño pudo haberse reído.

Su madre salió de casa con un vestido blanco, de tirantes y que le llegaba a las rodillas, una combinación que rara vez le veía porque era de preferir la comodidad sobre el verse bien. La señora Parkinson también iba de blanco, aunque su vestido tenía mangas largas, y la señora Malfoy usaba uno de refinado escote, hasta los tobillos. Fue el momento en que cayó en cuenta de que Jacint vestía del mismo color, y él también.

—¿Por qué estamos de blanco? —volvió a susurrarle al adolescente, que tenía la mirada fija en un punto por delante de ellos y parecía contener una sonrisa divertida.

—Es parte del ritual, algo sobre el color y la tela ligera, que tiene que ver con la primavera.

Asintiendo, vio en la dirección en que él lo hacía, para encontrarse con que sus amigos, efectivamente, iban de blanco.

Draco y Pansy estaban sentados encima de una manta azul clara, que fue colocada sobre el césped. Lucían idénticos atuendos, largos como túnicas, y con aberturas en las mangas, que les dejaban dos franjas de tela colgando sobre la piel de los brazos, igual que los trajes antiguos que había visto en dibujos en la escuela.

La pequeña tenía el cabello recogido en una cola alta, por un broche de mariposa, también blanco, y le estaba poniendo uno a Draco, que permanecía con la cabeza inclinada para facilitarle la tarea. Sin la gomina con que se peinaba hacia atrás, sus mechones rubio platinado le caían libres por la frente y los bordes del rostro, muy diferentes del desastre que Harry tenía en la cabeza.

Draco puede brillar más, decidió agregar al registro imaginario, porque la palidez de la piel y la ropa lo hacían verse como una luz humana.

Harry aprovechó la charla en que se sumieron sus madres para aproximarse, Jacint se quedó atrás por un llamado de la señora Parkinson. Se inclinó sobre la manta, justo cuando Pansy terminaba de colocar el broche y las alas de la criatura se sacudían de forma rápida y ligera. Él ahogó un grito y comenzó a reírse.

—Pareces una niña, Draco —soltó sin pensar, sentándose junto a ambos. Pansy se cubrió la boca con una mano, pero sus hombros se sacudieron ante una risa silenciosa.

—Cállate, es una mariposa mágica —le aclaró en un tono suave y tocando el broche que tenía en uno de los lados de la cabeza, que reaccionó al tacto aleteando de nuevo.

—¿Y eso qué? —Harry volvió a reírse, lo que le ganó una mirada desagradable del otro.

—No seas animal, Potter.

El mencionado bufó, y fue Pansy quien le dio un leve codazo.

—Ya dejen eso, los dos. Hoy es un día para celebrar y estar felices —recitó, perfectamente erguida y sonriente, lo que Harry estaba convencido de que habrían sido las palabras que su madre le dijo, antes de llevarlos para allá.

—¿Qué celebramos?

—La primavera —Pansy se encogió de hombros.

Sí que se parece a Jacint, y eso que llegó a pensar que eran del todo diferentes.

—Draco —la señora Malfoy caminó hacia ellos, sujetando uno de los pliegues de su vestido en un gesto discreto, que le facilitó moverse. El niño se enderezó de inmediato, levantando la cabeza con una expresión que era pura inocencia y tranquilidad.

—¿Sí?

—Lo que me pediste —ella estiró un brazo en su dirección. Con un encantamiento sin varita, convocó una caja de madera, no mayor que el tamaño de la palma de su mano, que fue lo que él tomó—, ya sabes qué hacer. No quiero desastres.

—Sí, madre.

La mujer se retiró enseguida, para unirse a las otras dos, que se despidieron con gestos y enviaron a Jacint con ellos, para realizar el ritual-de-quién-sabe-qué-quién-sabe-dónde-y-por-qué.

—¿Vamos a espiarlas? —fue lo primero que cuestionó Harry, inclinándose hacia adelante, porque sabía que a Draco y Pansy les gustaba averiguar qué hacían los mayores cuando no los incluían.

Así que cuando los dos negaron a la vez y Jacint se agachó para susurrar al oído del rubio, se sintió confundido y frunció el ceño. Draco no tardó en notarlo y poner una de esas sonrisas ligeras y divertidas, las mismas que daba cuando tenía una respuesta que nadie más poseía.

—Vamos a hacer nuestro propio ritual. Échense para atrás, lejos, denme espacio, ¡tú no, Pansy, que estás vestida de blanco y te vas a ensuciar toda! —le chilló a la niña, antes de que pudiese salirse de la manta.

—Nosotros también estamos de blanco —le recordó Harry, recibiendo, a cambio, un aspaviento y un rotundo "sh".

—Puedes vivir con ropa sucia, Potter, eso era de Jacint cuando tenía nuestra edad.

—¿Y yo qué? —el adolescente, que se acababa de sentar junto a Harry, en el césped, señaló sus pantalones blancos, apenas ensuciados por la tierra. Draco le dio un vistazo e hizo un rictus de desagrado.

—Tú siempre andas sucio en las vacaciones.

Pansy no contuvo la risa ante la expresión de falsa indignación de su hermano, que despotricó durante largos minutos acerca de niños que no respetaban a los mayores, y que él no era así de malcriado a esa edad, hechos que Draco refutó uno tras otro, sin siquiera mirarlo. El niño-que-brillaba-hoy-más-que-nunca había puesto la cajita de madera en el centro de la manta, entre ellos, y con practicados movimientos, la hacía girar y desplegarse de formas que no parecían posibles, pero lo eran, porque la pieza se expandía a diestra y siniestra, y Harry, que estaba atento a sus acciones, entendió por qué les había pedido espacio.

Cuando la caja alcanzaba al menos un metro cuadrado, la madera de la superficie se hundió, revelando una letra "M" de relieves, con diseños de lanzas en los bordes, un escudo y lo que, desde el punto de vista del pequeño Harry, se veía como dragones.

—La cresta Malfoy —explicó Jacint, que lo atrapó observando embelesado la figura. Intentó estirar un brazo para rozarla, pero Draco le dio un manotazo en el dorso y negó.

—¿Qué es una cresta? —preguntó en voz bajita al muchacho.

—Es como...lo que representa a la familia.

Harry asintió.

El dibujo de los Malfoy es muy lindo, añadió el registro imaginario. Era un apellido lindo, además, y el niño se preguntaba por qué "Potter" no podía sonar tan bien.

—Jacint, varita —Draco extendió la mano, abriendo y cerrando los dedos, a la espera de recibir el mágico objeto.

—No, no —el aludido sacudió la cabeza y se puso un brazo contra el pecho, como si pudiese mantener la varita apartada de él de ese modo. Este rodó los ojos.

—Bien, no me des nada.

No le dio tiempo de replicar, antes de que el niño-que-brillaba deslizase un trozo de madera pintada de blanco, desde uno de los costados de las mangas largas y abiertas que poseía. Hizo una floritura elegante en el aire, que generó chispas de colores en la punta.

Harry, que no había vuelto a ver el objeto de prácticas, recordó el primer encuentro que tuvo con Malfoy, a causa del traidor gato, y se inclinó hacia él.

—¿Por qué tienes una varita?

Draco sujetó ambos extremos de la varita, con los dedos pulgar e índice de las dos manos, y le dio una larga mirada, como si estuviese considerando algo respecto a él.

—Para defenderme cuando ataquen a los Malfoy —el niño se enderezó y elevó la barbilla, en una muestra que era toda superioridad y esplendor, pero durante años, Harry tuvo la idea de que sus ojos se veían tristes cuando lo dijo. Casi como los de Pansy al oírlo.

No supo qué contestarle. Tampoco fue necesario.

Draco hizo otra floritura y le dio dos golpes al centro de la superficie de madera, justo en el punto medio de la M, que se partió con una grieta desigual. Desde donde se dividió, ambas piezas empezaron a hacerse hacia los lados, plegándose contra el borde de la caja y despareciendo, hasta dejar sólo un segmento de tierra que estuvo resguardado bajo la tapa.

—Esto es un terrario*.

—Esa palabra no existe —comentó Jacint, aunque no despegaba la vista de la caja. Draco le dirigió una mirada irritada.

—Sí existe.

—No existe.

—Sí —intervino Pansy, con el ceño un poco fruncido y una mano por debajo de la barbilla—, pero creo que no es esto.

—Terrario existe —Draco dio un golpe a la caja con la varita blanca, no para producir un efecto mágico, sino para hacer un sonido que le devolviese la atención de los otros tres—. Este es mi terrario, y yo quiero que cada uno ponga una flor, porque vamos a hacer una promesa al estilo Malfoy-Black.

Harry se acomodó los lentes y frunció el ceño.

—¿Cómo es eso? —la cuestión hizo al niño soltar un dramático suspiro y darle un golpe suave con la varita, por suerte, sin intenciones de aplicarle un encantamiento.

—Primero vamos a buscar las flores que queremos poner aquí, y después les voy a explicar los importantísimos secretos Malfoy.

—¡Yo quiero un Pansy! —dijo la niña que llevaba el mismo nombre, poniéndose de pie tan rápido que se enredó con el largo atuendo y trastabilló. Incluso cuando Draco y su hermano se apresuraron a ayudarla para que no cayese hacia adelante, ella se rio, se acomodó la coleta y se irguió—. Jacint, vamos por un Pansy.

—¿Yo puedo tener un Jacint? —agregó el adolescente, que debía encontrar divertido usar sus respectivas flores, y se levantó para tomar la mano que la pequeña le extendía—. ¿Y cuáles van a recoger ustedes?

—Narcisos —Draco no dudó, hizo girar la varita en un movimiento fluido y una sombra de sonrisa le ocupó el pálido rostro.

Harry asoció el nombre de la flor con el de la señora Malfoy, y no pudo evitar sonreír y alzar los brazos.

—¡Yo quiero Lilis!

—Lirios —Le corrigió el otro niño, seguido de un rodamiento de ojos en su dirección, que sólo lo hizo sonreír más.

Intercambiaron una breve mirada, asintieron y se pusieron de pie al mismo tiempo. Al verlo así, comprobó Harry, la túnica era tan larga como la que usaba Pansy, y se le arremolinaba alrededor en un sinfín de pliegues blancos.

—Los Pansy tendrían que estar por el bosque, los jacintos están dentro del Vivero. Vamos para allá primero y ustedes buscan los suyos adentro —propuso el adolescente, que comenzaba a ser jalado lejos por la insistencia de su hermana, quien daba pequeños saltos.

Volvieron a asentir.

—¿Dónde hay lilis? —Harry esperó a que los hermanos Parkinson desaparecieran entre los árboles para hablar.

—Lirios —corrigió, de nuevo, pero ya sin rastro de exasperación, y se giró en un vuelo de túnica para empezar a caminar hacia el Vivero, con el otro pisándole los talones— y no vamos a buscarlos.

—¿Por qué no? —lloriqueó, acelerando para ponerse a la par que él. Draco le dio un vistazo inquisitivo, a la vez que se guardaba la varita de prácticas de vuelta en la manga.

Luego apartó la mirada. Fue la primera vez que Draco Malfoy realizó algún tipo de gesto de timidez frente a él.

—Vamos a tener flores com...complementarias —se trabó con la palabra, lo que, en opinión del Harry de siete años, lo hacía ver tierno.

—¿Cuáles son esas? —podría jurar que había escuchado un par de veces la frase, de boca de los Parkinson, pero no podía recordar qué significaba.

—Las que se juntan, Potter, las que se ven bien juntas.

Harry asintió, apretando los labios y poniendo a trabajar su pequeña cabecita.

—¿Por qué?

—¿Siempre me vas a estar haciendo preguntas, Potter?

—¡Sí! —el mencionado asintió con ganas cuando se detuvieron delante de las puertas del Vivero. Draco lo observó de reojo, otra vez; cuando negó, tenía una débil sonrisa.

El niño le dio un empujón leve, que ni siquiera lo movió, y se sujetó la parte inferior de la túnica para echar a correr hacia adentro, sobrepasando a Harry y perdiéndose entre las plantas, como un torbellino de luz y telas. El otro se rio y se apresuró a seguirlo, azotando las puertas de cristal detrás de él, sin querer. Sólo esperaba que la señora Parkinson estuviese lo bastante lejos como para no haber escuchado eso.

—¡Buscamos begonias! —Escuchó que decía Draco, de todas partes y de ninguna al mismo tiempo—. Te contaré una historia si las encuentras antes que yo, Potter.

Aquello fue motivación suficiente para que comenzase a ir a trote entre los cultivos y macetas.

—¡¿Cuáles son las begonias?!

—¡Flores pequeñas! —le contestó el otro, perdido en algún punto lejano, aunque pudo apreciar que su respiración se hacía entrecortada, conforme los sonidos de los pasos se aceleraban en la tierra.

Harry nunca odió tanto su miopía hasta que tuvo que forzar los ojos, incluso a través de los lentes, y girar la cabeza en todas direcciones, en busca de unas "flores pequeñas".

—¡¿De qué color?!

—¡Buscamos rojas y blancas!

Bueno, aquello sí que era una pista relevante. En un sector lleno de verdes y marrones, no le resultó difícil darse cuenta de que iba por donde no era, así que se escabulló en un pasillo cerrado por árboles miniatura y arbustos de frutas mágicas (sólo digeribles en pociones, nunca como comida, decía Amelia Parkinson).

—¡¿Cómo vas?! —Harry ya no podía oír los pasos de Draco, lo que lo preocupaba, porque en serio, en serio, quería esa historia. La mejor parte de su amistad con el pequeño Malfoy, además de los jardines y viajes, eran las invenciones de este.

—Una carnívora intentó comerse mi ropa —escuchó el balbuceo con mayor claridad de la que esperaba, por lo que dio un brinco.

Frenó en seco, por una mariposa blanca que revoloteó frente a su rostro, arrancándole un grito. Al trastabillar hacia atrás, su espalda chocó contra una superficie que, según él, no debería haber estado ahí.

Se giró para encontrarse cara a cara con Draco, que tenía un puchero y las mejillas un poco ruborizadas, no sabía si por corretear igual que él o por haberle contado sobre la planta carnívora.

—¿Es tu mariposa? —Señaló hacia esta, que volaba en círculos sobre ambos, y luego uno de los lados de la cabeza de Draco, ahora libre del broche por el que pretendía molestarlo antes. Él asintió.

—La mandé a buscar las begonias cuando empecé a pegarle a la carnívora para que me soltara —se cruzó de brazos, claramente enfurruñado, y Harry sólo pudo reír, incluso cuando recibió otro débil empujón como protesta.

—¡Eso es trampa, Draco!

—¡Claro que no, Potter!

—¡Es trampa! —insistió entre carcajadas, que le sacaron una sonrisita al otro mientras negaba.

De pronto, la mariposa se posó sobre el cabello rubio platinado, causando que este volviese a dirigirle su completa atención. Levantó un brazo, y la criatura de tela voló vacía su dedo índice, donde se acomodó de nuevo.

—¿La encontraste, bonita? —utilizó un tono dulce y bajo, que Harry nunca le había escuchado, por lo que terminó parpadeando a la nada, aturdido. Si la mariposa mágica daría alguna respuesta a su dueño, él nunca lo sabría, porque cuando miró más allá del rubio, notó los ramilletes de flores coloridas que crecían, diminutas y de a montones.

Apuntó hacia allí y comenzó a saltar.

—¡Draco, Draco! Benonias —lo sujetó de los hombros, antes de que la mariposa y el niño reaccionasen, y lo hizo girar, de manera que pudiese ver las flores.

—Begonias —le corrigió, otra vez, con un nuevo tono irritado, que desapareció en cuanto vieron los ramilletes. Draco se zafó de su agarre y corrió hacia allí, y entonces él supo que aquellas eran las que buscaban y se apresuró a seguirlo, ¡porque las vio primero y quería su cuento!

Sin embargo, Draco Malfoy poseía una particular tendencia a volver todo a su favor, incluso desde niños. El niño-que-brillaba escogió un conjunto de begonias rojas y lo sujetó entre ambas manos, con el máximo cuidado, para después sacarle la lengua.

—Tardé menos de lo que esperaba —Presumió él, y Harry bufó.

—¿Yo agarro cuáles?

—La que quieras.

El niño asintió y le dio un vistazo a los grupos de flores, hasta que sus ojos se detuvieron, sin que lo pensase, en un ramillete blanco. Lo cortó y lo cogió con una mano.

—Blanco —Draco arrastró la palabra, de ese modo en que a veces lo hacía y causaba que se preguntase por qué. Luego pareció tomar una decisión, porque asintió—, volvamos.

—¿No me vas a decir nada sobre esas 'promesas Malfoy'? —resopló, pero lo siguió de todas maneras.

—Si te lo explico ahora, después tengo que decirlo dos veces porque Pansy y Jacint no saben.

En esa ocasión, Harry fue el enfurruñado.

—Draco —de camino a la salida del Vivero, ni siquiera lo observó cuando lo llamó, pero sí pronunció un largo "¿hm?", para indicarle que escuchaba. Abrieron la puerta, y al poner un pie fuera, sintieron la brisa fresca, a comparación del clima dentro—, ¿por qué todavía me dices 'Potter'?

—Es tu apellido —le contestó en tono aburrido, extendiéndole el ramillete rojo, para que lo sujetase mientras bajaban la colina, porque él tenía que hacer algo respecto a la parte inferior de la túnica, si no quería rodar cuesta abajo.

—Pero me llamo Harry.

—Qué listo, te sabes tu nombre.

Harry contuvo el impulso de empujarlo, sólo porque creía que se caería si lo hacía. En su lugar, resopló con fuerza.

—A Pansy y a Jacint les dices por su nombre.

—Jacint me ayudaba a aprender a caminar de bebé, a Pansy la conozco de toda mi vida.

—¡Pero yo te digo 'Draco'! Y no te conozco de toda la vida, sólo desde...desde...hace mucho —asintió, convencido por su innegable lógica, que puede que no hubiese sido tan contundente para el otro, porque en cuanto llegaron junto a la manta y se sentó, le arrebató las flores rojas y lo miró con ambas cejas arqueadas.

Harry también se sentó. La caja continuaba abierta, en medio de la tela, y se escuchaba el murmullo de la voz de Jacint mientras se aproximaba, desde alguna parte que no supo identificar.

—Cinco meses —oyó que susurraba.

—¿Qué?

—Nos conocimos hace cinco meses —Draco torció la boca y asintió, más para sí mismo—, si no cuentas lo del gato con nombre de perro y tú espiando a Pansy desde la casa de los vecinos. Eso fue muy raro, Potter.

—¡No estaba espiando a Pansy!

Ante la aclaración, el niño-que-brillaba se inclinó hacia adelante, con los ojos entrecerrados.

—¿Entonces a mí?

—Algo así —admitió en un balbuceo, que hizo que el otro sacudiese la cabeza y se riese—. ¿Qué?

—Eres un desastre, Potter.

Harry se cruzó de brazos, teniendo cuidado de no dañar sus begonias.

—¿Cuándo me vas a llamar 'Harry'?

—Cuando yo quiera —le replicó el niño, acompañado de una media sonrisa, y antes de que pudiese quejarse, los hermanos Parkinson aparecieron por detrás de un arbusto frondoso.

Pansy caminaba adelante, siguiendo el rastro de su mariposa mágica, que ya no le ayudaba a sostenerle el cabello, y Jacint cargaba con los ramilletes de los dos un poco más atrás. El adolescente hizo una breve pausa al notarlos, miró las flores que tenían, y se encogió de hombros.

—Madre se va a decepcionar si le dices que esas son lirios y narcisos —fue el único comentario que hizo al respecto, al tiempo que los dos se sentaban en los bordes de la manta.

—Son begonias —Draco bufó—, y tía Amelia no se decepciona de mí; soy perfecto.

Le hizo un gesto con la mano a Pansy, que gateó por encima de la cobija hacia él, recibiendo algunos regaños de su parte sobre el poco cuidado que tenía con su ropa, la falta de delicadeza, lo fea que se iba a ver si no mejoraba. Aun así, cuando la pequeña se sentó junto a él, Draco dejó la flor a un lado para atrapar la mariposa de tela y rehacerle la cola alta, con movimientos decididos y precisos.

Harry incluso llegó a creer que le quedó mejor que la que Pansy llevaba antes, porque le enroscó los mechones, de manera tal que quedasen en un moño largo, de aspecto desordenado, pero bien sujeto. Draco es bueno peinando, añadió al registro imaginario.

Por supuesto que, una vez terminada la tarea, el niño se percató de su mirada fija, así que le dio un débil codazo.

—¿Qué? —espetó a la defensiva—. Ayudo a madre a peinarse todos los días, no hables, Potter.

—No iba a decir nada —le confesó con una sonrisita, que causó que Draco apretase los labios, a la vez que un tenue rubor le cubría las mejillas y lo volvía a codear.

—Bien. Que tú no conozcas un cepillo, no significa que nosotros tampoco.

Harry rodó los ojos y lo dejó pasar. El dato de que ayudase a la señora Malfoy con eso (que siempre iba de vestidos largos y bien arreglada), también fue a parar al registro.

Cuando Draco logró calmar el rubor, y la risa silenciosa de Jacint y Pansy cesó, deslizó la varita de prácticas fuera de la manga de la túnica, y le dio un toque a la madera, para llamarles la atención.

—Madre me estaba contando que, el día que empieza la primavera, es el día que todo nace. Ella dice que lo que plantes hoy, crecerá para saludarte el año que viene, y el otro, y el otro, y el otro —mientras hablaba, tenía los ojos puestos en el terrario, y realizaba florituras en el aire con la varita, de las que, él creía, ni siquiera era consciente—. Madre y padre, ellos- se casaron un comienzo de primavera, y se pusieron a hacer uno de estos, para prometerse lo mismo que dijeron cuando hicieron los votos frente a las familias de los dos.

Pansy soltó un "aw" y acunó sus flores, como si de un tesoro se tratasen. Draco casi sonrió.

—Madre dice que hay dos cosas seguras con los Malfoy, una es que somos guapos —elevó la barbilla e hizo girar la varita a su alrededor, a modo de prueba, lo que hizo que los otros rodasen los ojos y su amiga se riese—. La otra es que somos muy mentirosos, a menos que usemos un terrario. Como yo soy Black también dice que...—se calló de golpe.

Pasó un momento, y luego otro, y Draco dejó caer los hombros, y pareció que algo se desinflaba dentro de él.

—Madre cree que todavía puedo ser como la tía Bella —murmuró tras unos segundos, carraspeando y enderezándose, pero ya no importaba; la máscara en blanco que usaba para ser inexpresivo, estaba rota, lo había visto, y Harry lloriqueaba por dentro, porque no podía ser justo que se viese tan triste y él no entendiese por qué. ¿Quién sería la "tía Bella"? ¿No era bueno que fuese como ella?

Con un suspiro sonoro que atrajo las miradas de los niños, Jacint se estiró por encima del terrario, para ponerle una mano en la cabeza al pequeño Malfoy y acariciarla, hundiendo los dedos entre los mechones, a los que luego jaló, arrebatándole un quejido. Mientras Draco le daba manotazos para que dejase de tocarle el cabello, Pansy aprovechó la distracción para colgarse de un brazo de su amigo, abrazarlo por un costado y poner la cabeza en su hombro.

—¡Parkinson! —protestó, y Harry estaba por doblarse de la risa ante el tono rojo que le tiñó rostro, cuando Pansy extendió su mano libre para sujetarle la muñeca, y de pronto, era jalado hacia adelante y perdía el equilibrio.

Antes de que se diese cuenta, estaba atrapado en una especie de abrazo desordenado, medio tumbados en la manta y el césped, y con Draco retorciéndose en el medio y usando palabras que ningún niño debería conocer, para dirigirse a ellos y sus antepasados.

—¡Potter! —le chilló en el oído, lo que lo hizo encogerse y gimotear, pero Pansy aún los sostenía a ambos en el sitio, y él no tenía verdaderas intenciones de soltarlo. Era la primera vez que abrazaba a Draco, y olía a una mezcla de flores, vainilla y canela, agregó al registro imaginario.

En el enredo en que estaban, comenzaron a balancearse cuando intentaba zafarse del agarre, y unos instantes después, los niños se reían y Draco continuaba llamándolos por sus apellidos, aunque la falta de aliento y las sacudidas de sus hombros, demostraban que no era por la rabia que lo hacía.

—¡El terrario! —les recordó en el último empujón que dio, que por fin, logró enviar a Pansy y a Harry a lados opuestos, donde ya no estuviesen encima de él.

Draco bufó. La túnica inmaculada tenía arrugas donde antes no estaban, y el cabello se le levantaba en todas direcciones, al menos hasta que pasó ambas manos sobre este y lo aplacó con ayuda del broche. Aún estaba sonrojado.

—Les estaba diciendo algo importante y se ponen así, par de animales...—mascullaba entre dientes, alisándose la túnica y enderezándose como el heredero Malfoy que era, incluso después del "bestial ataque". Jacint, desde el otro lado de la manta, los observaba con una sonrisa amplia.

—Síguenos contando —pidió el adolescente, ganándose una mirada de odio del niño, que llevaba un claro "pudiste hacer algo al respecto" y decidió ignorar. Pansy y Harry se encogieron en una risa mal disimulada.

—Bueno, les decía que el terrario se usa para prometer cosas en primavera. Si se deja una flor o una rama, o algo así, dentro, con una promesa, va a empezar a crecer, y se hará más grande mientras la cumplan.

—¿Y si se hace enorme y no cabe en el tierra...terrario? —Harry balbuceó al trabarse con la palabra.

—Hay algo llamado "magia expansiva", Potter, ¿hasta cuándo con las preguntas tontas?

—¡Mis preguntas no son tontas!

—¡Hace como una semana me preguntaste si era rubio! —la declaración arrancó carcajadas a los hermanos Parkinson, al tiempo que Harry fruncía el ceño y se cruzaba de brazos.

—Pre- pregunté si se decía "rubio" o de- de "pelo amarillo", porque obviamente sí lo tienes de ese color.

Draco volvió a bufar, pero había una ligera sonrisa en sus labios cuando se giró hacia el terrario.

—Madre pensó que estaría bien si lo compartía con ustedes —explicó, y el tono solemne con que lo hizo, fue lo único que causó que los hermanos se tranquilizasen y los tres se inclinasen hacia él, atentos a la caja—, porque tiene propiedades mágicas que hacen que la promesa se cumpla, y consecuencias si no. Entonces, si Jacint promete traerle a la tía Amelia buenas notas de los últimos exámenes, las traerá sí o sí.

—Hey, esa es buena idea —le reconoció el mencionado con un asentimiento.

—Pero tendrías que estudiar, no creas que te va a dar las respuestas.

—¿Y cómo hacemos eso de las promesas? —El adolescente lo ignoró con facilidad, como haría cualquiera que tuviese la suficiente práctica. Draco lo miró mal un segundo, para después suspirar y tomar su propio ramillete.

—Así. Lo sujetas, lo encierras con los dedos, dejando un hueco para susurrarle —hizo la demostración, ahuecando las manos alrededor de las flores, y presionando los labios por debajo de los pulgares. No escucharon qué dijo—. Y después alguien tiene que plantarlas en el terrario. Lo tomará como una semilla y hará el resto.

Los hermanos intercambiaron una mirada, asintieron a una pregunta secreta entre ellos, y se pusieron a imitar las acciones de Draco.

—¿Dónde la planto? —Jacint se inclinó sobre la caja.

—Donde sea, pero que no queden muy pegadas, para que crezcan bien.

El muchacho asintió, hurgó en la tierra con los dedos, dejó la flor dentro, y la cubrió con un sencillo movimiento de la palma. Cuando Pansy fue a hacer lo mismo, Draco la detuvo.

—¡¿Qué te pasa?! ¡Tú no, te vas a ensuciar toda! —Le arrebató las violetas a la niña, que hizo un puchero, y se las tendió a Harry, en cambio, que parpadeó a la nada y las aceptó—. Potter, planta las nuestras.

—¿Otra vez con eso? —se quejó, aunque también recibió las flores de Draco.

—Es una niña, Potter, se bueno.

—Entonces voy a plantar las de Pansy nada más, porque tú no eres una niña.

—No, soy un Malfoy —apuntó, como si fuese una razón absoluta e indiscutible, y la sonrisa que le mostró, le dejó en claro que sería un argumento sin final.

Harry rodó los ojos y se puso de rodillas junto al terrario, para plantar las violetas en una esquina, cerca de las de Jacint, y las begonias en el extremo opuesto del terrario. Titubeó al cubrirlas de tierra, porque de algún modo, se había ensuciado el pantalón, las manos y los antebrazos.

Volvió a sentarse, cogiendo y mirando su propio ramillete.

—¿Qué pasa? —Pansy ladeó la cabeza al encontrarlo tan callado. Él apretó los labios.

—No sé qué prometerle. ¿Qué le prometieron ustedes?

—Que aprendería a usar mi magia y sería muy, muy buena bruja —Ella se irguió con una sonrisa deslumbrante, que le hacía brillar los ojos.

—Que cuando saliera de Durmstrang, haría que mamá y Pansy estuvieran orgullosas de mí —Jacint se pasó una mano por la parte posterior del cuello y apartó la mirada, pero no bastó para evitar ser escuchado, y su hermana emitió otro "aw" y se acercó para abrazarlo.

Harry dirigió su mirada a Draco, que parecía pensar que él no tenía por qué contestar dicha pregunta.

—¡Anda, dime! —lo sujetó del brazo con la mano que tenía libre y comenzó a zarandearlo, ganándose varios quejidos y una amenaza de la varita de prácticas.

—No seas animal, Potter.

—¿Esa es tu oración favorita? —se burló. Draco le dio un manotazo en el hombro.

—Le prometí que te aguantaría, como le dije a madre que haría, con tus preguntas tontas y ataques de bestia, sin lanzarte una maldición —lo dijo de sopetón, por lo que a Harry le costó unos instantes comprenderlo. Cuando lo logró, sólo pudo sonreír y pasarle un brazo alrededor de los hombros; la reacción inmediata de Draco, notó, fue tensarse y aferrar la varita blanca, pero tras un momento, bufó, se retorció y le dio una mirada desagradable porque no podía soltarse.

En un arranque de inspiración para la edad de siete años, Harry se llevó la otra mano a los labios, que presionó sobre los pétalos blancos de la begonia, y recordó lo que había pensado en el desastre de la fiesta de cumpleaños de Pansy.

"No dejaré que Draco esté triste" prometió. Algo dentro de su pecho vibró con el mensaje, y una onda de calidez lo inundó. Sonriente, soltó al niño para enterrar su ramillete, cerca del de este.

—¿Qué le prometiste? —en cuestión de un parpadeo, Draco estaba inclinado junto a él, aunque con las manos y la túnica lo bastante alejadas de la tierra para no ensuciarse. Harry lo observó y sonrió más.

—¡Que siempre sería tu amigo! —levantó los brazos en señal de celebración, y el otro arrugó la nariz.

—Merlín me salve de eso.

—¡Pero si prometiste aguantarme!

—Pues que Merlín nos salve a los dos —sentenció, pero Harry podría jurar que lo vio sonreír, mientras golpeteaba los lados de la caja con la varita de prácticas.

De los bordes, los trozos de madera de la tapa reaparecieron, expandiéndose hasta volver al sitio que les correspondía. La grieta entre ambos se eliminó con otro toque de varita, y cuando Draco pronunció unas palabras en latín, el escudo de los Malfoy se reveló y luego se borró, dejando una sencilla caja en su lugar, que se encogía en sí misma a medida que pasaban los segundos, para volver al tamaño que tuvo cuando la llevó la señora Malfoy.

—¿No necesitan agua? —preguntó Jacint, que observaba intrigado la caja en movimiento.

—No, todo lo da el terrario. Las revisaremos en uno o dos años, para darles tiempo de que crezcan solas, y hacemos la segunda parte.

—¿Qué más hay que hacer? —fue Pansy la que intervino.

—Cortarle una ramita o hacer algo con uno de los capullos, para que lo llevemos encima —Draco hizo un gesto vago para restarle importancia, se guardó la varita, y cuando la caja volvió al reducido tamaño inicial, también la deslizó dentro de la túnica.

El entusiasmo de Harry por hacer lo que, para él, era un ritual mágico importante, no cabía dentro de sí. Pronto comenzó a dar pequeños saltos sobre la manta, capturando la atención de Draco, que lo vio con una ceja arqueada. En un instante, se abalanzó sobre él para otro abrazo, que le arrancó un quejido más fuerte, porque lo hizo caer al suelo.

—¡No seas animal, Potter! —Sí, definitivamente, esa era la frase favorita de Draco, agregó al registro imaginario.

El niño le dio un empujón que lo envió hacia un lado, y aprovechó la 'libertad', para ponerse de pie y arreglarse la ropa, ante las miradas y risas de los Parkinson. Harry también se rio, y en un impulso absurdo, le sujetó uno de los bordes de la túnica y lo jaló, para que no se fuera lejos.

Draco lo amenazó con maldecirlo cuando creyó que pretendía desgarrarle la túnica. El aludido le recordó que acababa de prometer no hacerlo, y de alguna manera, terminaron correteándose colina arriba hacia el Vivero, Harry intentando pisarle y ensuciarle la ropa blanca, Draco escapándose y buscando a las madres de ambos, hasta que se cansaron y fueron a recostarse, jadeando y sudados, en un sector de césped.

Draco sí se manchó de tierra ese día. Ni él se lo dijo, ni el otro se quejó más.


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