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Luz de luna por BocaDeSerpiente

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Capítulo veintiocho: De cuando Harry (y Draco) escapa

Cuando Harry se despertó la mañana del 30 de julio de 1993, estaba acostado en el suelo, que fue transfigurado en un colchón por su madre para ellos, solo. Prácticamente se arrastró hacia el baño, se enjugó la cara, se acomodó los lentes que se había puesto de cualquier manera, y metió los pies en unas pantuflas, para salir del cuarto y bajar hasta la cocina. Murmullos distantes de una conversación lo acompañaron en todo el trayecto, una risa, tintineo de cubiertos; eran sonidos familiares, que al pensar en retrospectiva, siempre asociaba a esos veranos en casa.

Lo primero que captó su atención fue Draco, con su cabello brillante y perfecto, dividido por una raya en el medio, la franela manga larga con los colores de los Chudley Cannons y el pantalón de seda blanca. Harry usaba las partes que completaban los dos atuendos.

Lily rodeó la encimera de la cocina para plantarle un sonoro beso en la mejilla y darle los buenos días, mientras que, en las sillas en torno al mesón, Draco daba sorbos pequeños a un batido de chocolate. Sirius, que tenía las ojeras y la expresión de haber tenido una de esas noches, se devoraba un plato de huevos revueltos; no estaba seguro de si había pasado la noche allí ni a qué hora había llegado, pero se acercó a saludarlo y se dejó rodear con un brazo, conteniéndose de arrugar la nariz por el inconfundible olor del whisky de fuego en su aliento. En cuanto su padrino lo dejó ir, ocupó una de las sillas frente a su amigo, y le arrebató el tenedor para comer un bocado de su plato.

El niño-que-brillaba arqueó una ceja en su dirección, pero se limitó a recibir el cubierto cuando se lo tendió de regreso y no hizo ninguna escena.

—Buen día —saludó, en tono suave. Harry esbozó una amplia sonrisa.

—Hola.

Besó la mejilla de su madre cuando le puso un plato con el desayuno por delante. Sirius y Lily se sumieron en una "plática de adultos", de la que el primero soltaba débiles quejidos y realizaba muecas divertidas para hacerlos reír. Cuando no les prestaban atención, Draco estiró un brazo por encima de la mesa y le quitó un bocado de la comida.

Harry lo miró con un puchero. Él volvió a arquear una ceja y elevó la barbilla, mostrándole una sonrisa de superioridad que sólo podía ser tomada como una especie de reto.

Estrechó los ojos y dio una patada por debajo de la encimera, sin fuerza, nada más para tocarla el pijama de seda con el pie y oírlo protestar. Al otro lado de la mesa, fue el turno de Draco de entrecerrar los ojos. Sabía lo que planeaba; le dio un vistazo a los adultos, se aseguró de que continuasen sumergidos en sus propios asuntos, y mientras sujetaba su vaso con ambas manos y simulaba poner toda su atención en la bebida, le devolvió la patada, convertida en apenas un roce, de nuevo.

Su pie estaba helado, así que cuando le tocó la piel, Harry brincó y ahogó un grito. Draco apretó los labios para no reírse de él.

—Amor, ¿estás bien? —Lily se interrumpió a mitad de lo que sonaba como una explicación, para inclinarse hacia él, y le habló al mismo tiempo que rellenaba su vaso y el de Draco. Él se apresuró a asentir.

—Sí, mamá.

Lily le dirigió una breve mirada y luego se centró en seguir hablándole a Sirius. Casi tan pronto como lo hizo, Harry sintió un peso frío presionando sobre uno de sus pies, que estaban en el suelo, encima de las pantuflas, porque se las había quitado al comenzar a mover las piernas.

Le fue más sencillo contener la sorpresa esa vez. Cuando Draco se apartó, fue su turno de extender la pierna y alcanzarlo. El otro rodó los ojos y puso su pie libre sobre el suyo, empujándolo abajo y a un lado, de manera que quedó en el suelo, y los dos de él encima. Sonrió victorioso, del modo en que hacía cuando tenían una buena práctica o ganaron un partido de Quidditch.

Continuaron lanzándose patadas sin fuerza y poniendo los pies sobre los del contrario, hasta que Harry terminó de comer. Incluso cuando Lily volvió a prestarles atención y Sirius les habló, Draco contestó con una aparente normalidad, a pesar de que no se quedaban quietos por debajo de la mesa. Él tenía más dificultades para fingir que no se estaba estirando por debajo de la encimera, porque después del más reciente estirón de su amigo, comenzaba a quedarse un poco corto de estatura en comparación.

Cuando se le ocurrió apartar la vista de su plato y levantar la cabeza, descubrió a Draco mirándolo con una pequeña sonrisa, que no habría sabido calificar bajo ningún adjetivo que conociera. Tenía esa manera de verlo que hacía parecer que sus ojos eran demasiado grises, demasiado brillantes.

¿Por qué lo miraba así? No hicieron nada más que jugar. No pudo evitar ladear la cabeza, observándolo con una cuestión silenciosa en la cara. Él debió darse cuenta enseguida, pero en lugar de darle algún tipo de respuesta o señal, apartó la vista y se concentró en responder a Lily, que acababa de preguntarle acerca de su madre.

Salieron de la cocina al mismo tiempo y caminaron juntos de regreso al cuarto. Draco le hablaba acerca de que quería ver las flores mágicas del Vivero que abrirían por la temporada, o se quedaba viéndolo y sonreía de pronto; aunque Harry se sentía con ánimos de devolverle la sonrisa, había algo que no alcanzaba a comprender.

Se cambiaron, y al igual que los demás días que había estado quedándose con ellos, se prepararon para ir a jugar al Quidditch, camuflados por hechizos antimuggles en el patio, y esperar la visita diaria que Pansy les hacía.

Draco llevaba dos semanas y media con los Potter, desde que su madre había invitado a Lily a tomar el té y le había avisado que tenía que hacer un viaje de varios días a Francia; dijo que si no se quedaba con los Parkinson, le gustaba la idea de que estuviese con ellos. También utilizó alguna referencia a la horrible casa de Snape, que Draco ya había visitado dos veces desde el inicio de las vacaciones de ese año, pero donde, al parecer, no le entusiasmaba permanecer por tantos días.

Durante ese tiempo, la casa se había convertido en un improvisado parque para un par de niños de trece y doce años; además de transformar el suelo de su cuarto en un inmenso colchón, Lily replicó su armario para darle un sitio a Draco donde guardar su ropa —sin que tuviese que luchar contra el desorden de Harry, en palabras de ambos—, había construido fuertes de mantas cuando se lo pedían, colgado luces del techo, como en navidad, agregado aros para Quaffles al jardín, ocultos por encantamientos que se desactivaban cuando empezaban a jugar. Cualquier cosa que quisieran, sólo debían pedírselo y hacerle pucheros al mismo tiempo. La experiencia de ese verano les dejaba en claro que su madre no podía con dos caritas suplicantes a la vez.

Nymphadora Tonks los había visitado durante esos días. Añadiéndose a los pucheros de ambos, consiguió permiso para llevarlos a un parque de atracciones muggle, donde Draco observó embelesado un algodón de azúcar tan grande que debían sostenerlo entre los dos, y gritaron hasta quedarse sin voz por una especialmente movida montaña rusa. Más tarde, con Jacint y Pansy agregados al grupo, también los había llevado a conocer y utilizar la piscina nueva que su madre había construido en el jardín trasero de una de las propiedades Black más modestas, regalo de Regulus a su prima.

Cuando no conseguía sacarlos a pasear, les contaba acerca de la Academia de Aurores, gesticulando de una forma exagerada que le hacía pensar en el parecido extraño que tenía con Draco, los hacía reír con cambios en su apariencia de lo más absurdos, o se quedaba un par de horas en la sala, sentada frente a su primo, para instruirlo en las transformaciones.

...sí, así, sigue así —la había oído decir una de esas tardes. Ambos ocupaban almohadones sobre la alfombra, se sentaban en la misma posición de piernas cruzadas, tenían expresiones idénticas de concentración; no creía que se hubiesen percatado de eso. Harry se dedicaba a observarlos desde el sofá, tendido de un lado a otro, con uno de los cómics muggle que encantaban a su padrino y él—. Por ahora, tienes que concentrarte mucho y hacerte una imagen mental de lo que quieres, pero ya verás, con el paso del tiempo y la práctica, te va a salir naturalmente, cuando conozcas bien tu cuerpo y sus características, y cómo se sienten los cambios. Lo bueno es que, como no naciste metamorfomago, a ti no te cambia nada con tus emociones, como a mí —a modo de demostración, fingía lloriquear, lo que hacía a sus ojos ser más grande, azules, su cabello alisarse y perder color.

Cuando no estaban con su madre o Nym, entonces era más probable que Sirius los estuviese incluyendo en una de sus bromas y terminase por usarlos como chivos expiatorios ante Lily; si Remus o Peter se encontraban de visita, los convencía de jugar Quidditch con ellos o enseñarles hechizos, resguardados bajo las protecciones especiales de la casa, que les permitían hacer magia menor dentro, a pesar de la edad.

Si no había visitas, o alguien que los llamase, pasaban horas acostados en la alfombra de la sala, Draco contándole historias que se inventaba a partir de una palabra de su elección, a cambio de que le diese una o dos galletas de las que hacía su madre.

Parchita —había sido la palabra de su elección un día. Harry sonreía, Draco lo observó con el ceño fruncido.

—¿Qué es eso?

—Una fruta tropical, Sirius me dio unas de su último viaje con Remus. Sabe bien.

El niño-que-brillaba ladeó la cabeza, llevándose una mano a la barbilla, a la vez que soltaba un largo "hm".

—Seguro que es una ninfa.

—¿Una ninfa? —repitió Harry, rodando sobre su estómago hasta quedar boca abajo, apoyándose en los codos para mantener la cabeza levantada y verlo mejor. Él asintió, solemne.

—Dicen por ahí que todas las plantas son cuidadas por una ninfa. Si cortas una rama, una fruta, una flor, la esencia de la ninfa sigue ahí hasta después de largo, largo tiempo. Esas frutas trajeron a su ninfa aquí, y ella debió estar perdida por el viaje —puntualizó, haciendo que Harry se quedase boquiabierto y asintiese varias veces, despacio, como si se tratase de una verdad universal que todos tendrían que reconocer—. Imagínate a la pobre, tan lejos de casa, y viendo a ninfas de plantas que no conocía de nada. ¿Sabes qué hicieron? —él negó con ganas—. Las ninfas inglesas no creían que fuese una en realidad, así que le pusieron tres pruebas, para demostrar que era igual que ellas…

O se quedaban tendidos uno junto al otro, mirando el techo, haciéndose las preguntas más raras, lo primero que se les cruzase por la cabeza.

—¿Por qué los magos no usan televisores? —preguntó Harry un día, ya que cuando estaban en el patio, alcanzó a oír un programa infantil de uno de los televisores de los vecinos, y no se podía sacar la idea de la cabeza.

—La electricidad es un invento acuñado por muggles, Potter —contestó él, con un bufido leve—. A pesar de que fue un mago quien la creó, ellos la tomaron como propia y construyeron gran parte de su civilización basada en ella. Los sangrepuras se mantuvieron diferenciados de los muggles por seguir usando las velas, antorchas…

—¿Pero no podríamos hacer electricidad, ya sabes, con magia? Como, en vez de un incendio, decimos electric, y- ¿no? ¿No crees que sería genial?

—El término en latín es "electricae", no "electric" —por supuesto que no perdía oportunidad para corregirlo o recordarle que sabía cosas que él no. Harry sólo rodaba los ojos y esperaba a que continuase—. No creo que lo hayan intentado, podrías inventar el hechizo tú. ¿Para qué querría electricidad un mago, de todas formas?

—Las mazmorras no serían tan oscuras. Dan miedo de noche.

—Tenemos antorchas y lumos, Potter.

Otras veces, era Draco quien preguntaba primero.

—¿Por qué nunca te cortas el cabello?

—No puedo —Harry se encogió de hombros—, mamá dice que cada vez que me lo cortan, está así al día siguiente cuando me despierto.

Draco arrugó la nariz y se echó a reír por lo bajo.

—Eso es muy extraño.

Una de las favoritas de Harry, en particular, fue esa misma tarde. Estaba sentado en la alfombra, con la espalda apoyada en uno de los laterales del sofá, Draco tenía la cabeza sobre su regazo. Llevaba rato con los dedos en su cabello, preguntándose por qué era tan liso que ni siquiera conseguía enredar los dedos como era debido, cuando se le ocurrió:

—¿Cómo es que eres tan, tan, tan rubio?

Draco sólo arqueó una ceja en su dirección, dedicándole esa mirada larga que lo hacía sentir que se perdía de un detalle obvio.

—No creo que haya una forma de ser "tan, tan, tan rubio", sólo soy rubio —se encogió de hombros—, igual que todos los Malfoy.

—¿Todos lo son? —él asintió— ¿nunca cambian?

—No. En la Mansión, hay un pasillo donde están los retratos familiares de los Malfoy desde que llegaron a Gran Bretaña, y todos se parecen bastante a padre y a mí.

—¿Eso no es raro?

—Dicen que es porque tenemos sangre Veela, pero no lo creo. No seríamos sangrepura —frunció los labios un instante, como si considerase algo. Harry, que nunca había visto una Veela, comenzó a imaginarse que serían como su amigo—. En realidad, creo que los Malfoy mayores hacen un encantamiento sobre sus esposas cuando van a tener un bebé; he leído que varias familias antiguas lo hacen.

—Entonces, si un día tienes un hijo, ¿se verá como tú?

—Supongo que sí.

Harry sonrió.

—¿Podría jugar con su cabello también?

—Si él o ella te deja —hizo un gesto vago con la mano, para después fruncir un poco el ceño—, pero no se lo vayas a jalar. Acabas de jalar del mío, sí, sabes de lo que hablo. ¡Deja de hacerlo, Potter!

Él se había limitado a reír, tirando del mechón entre sus dedos, de nuevo, por accidente, ganándose un regaño y un golpe sin fuerza del otro niño.

De ese modo, los días pasaron sin que fuese consciente de que estaba por cumplir los trece años y Draco continuaba en su casa.

Después de haber jugado al Quidditch y conversado con Pansy, los tres tirados en una sábana en el césped del patio, con las cabezas juntas y el resto del cuerpo extendido en direcciones diferentes, hicieron una carrera hacia adentro, para ver quién se bañaba primero antes de la hora del té, porque él mantenía la costumbre de beberlo a media tarde, que parecía haber sido copiada de la señora Malfoy. Harry ganó, pero sólo porque el búho negro de Snape apareció por una de las ventanas y le entregó al niño la carta diaria del profesor; él todavía no se podía creer que tuviese ese tipo de gestos como padrino, pero ni en una ocasión había faltado o llegado tarde. Draco sonreía al recogerla y acariciar las plumas del pájaro, por lo que lo tomaba como una buena señal.

Después de haberse bañado y cambiado, fue el turno de Draco de ocupar el baño; como sabía que se tardaba una eternidad, volvió al piso de abajo y se tomó un rato para seguir a Sirius por la casa, preguntándole qué hacía, cuándo llegó allí, cuándo se iba, si podían ir por helados más tarde. Su padrino, hablador y animado como siempre, le respondió con un relato extenso y detallado de una broma que le jugó a su hermano menor, y era, básicamente, la razón de que tuviese que dormir fuera de las casas Black, donde las barreras lo repelieron cuando el heredero legítimo se molestó con él.

Estaban sentados en el pórtico, cuando Draco los alcanzó. Vestía una de sus camisas manga larga y los pantalones de tela con nombre extraño —Harry todavía no podía recordar cómo se llamaban—, siempre libres de arrugas, pero después de los días de estar ahí como un miembro más de la familia, no mostró reticencia a sentarse en el suelo junto a ellos, transformándose en otro oyente de la plática de Sirius, que no pudo estar más entusiasmado por la atención.

Tal vez fue por eso. Tal vez porque su amigo tenía una curiosidad innata para ciertos temas, o porque Lily estaba en uno de los programas de radio mágica y ni siquiera los escucharía, y James, que había aparecido poco por casa esa última semana, estaba en el Ministerio. Puede que hubiese sido la combinación de su alocado padrino, dos chicos tan jóvenes, y una motocicleta mágica estacionada junto a la acera.

Harry, al pensarlo bien, sólo recordaría estar sentado en la 'bala' —Sirius llamaba así al asiento extra que adjuntaba a la moto, así que él también—, mirando hacia un lado y ligeramente arriba, al puesto principal. Draco estaba inclinado hacia adelante, con los brazos en el manubrio y la expresión de concentración que solía poner en las clases. Sirius, detrás de él, le movía las manos para indicar cómo tenía que sujetarlo.

—¿…eso es todo? —cuestionó el niño, elevando la cabeza hacia el hombre, que asintió con una sonrisa feroz.

—Así es, ¿vamos a intentarlo?

Draco se olvidó de todo el decoro sangrepura al observarlo con los labios entreabiertos, causando que Sirius se riese con ganas, echando la cabeza hacia atrás.

—Vamos, vamos, anda. Pruébalo, como te acabo de decir.

El niño apretó los labios y bajó la cabeza, para fijarse en el manubrio. Se movió sobre el asiento, haciendo sacudir la motocicleta, al encenderla. Habría jurado que tembló, un segundo antes de cerrar los dedos del modo en que Sirius acababa de enseñarle, y aferrarse a la parte delantera del vehículo.

Estaba a punto de acelerar cuando la puerta de la casa se abrió con un golpe, los tres se encogieron y giraron las cabezas, las expresiones de terror eran idénticas. Lily atravesó el patio con largas zancadas, las manos cerradas en puños a sus costados. Percibió la tensión de Sirius, que le decía a Draco "¡apágala, apágala!", mientras se bajaba de la moto y se salía de las barreras de la casa, Apareciéndose en el acto, antes de que la mujer tuviese la oportunidad de atraparlo. La maldición que había lanzado les pasó por encima de la cabeza a ambos.

Mientras Lily los jalaba para que bajasen de la motocicleta, revisaba en busca de algún tipo de lesión o muestra del padrino irresponsable que creía que era Sirius, les recordó que no debían subir al vehículo. Una de las pocas peticiones de la señora Malfoy al dejar a su hijo con ellos, fue que lo mantuviesen lejos de la "cosa voladora con ruedas". Harry, que sabía que su madre se preocupaba cuando lo veía en la motocicleta, se limitó a asentir a cada palabra que le decía, mirando de reojo a su amigo.

Draco observaba la motocicleta mágica del mismo modo en que solía ver todo lo relacionado al Quidditch, las serpientes, o a Snape con sus Pociones; él tendría que haber sabido que aquella no podía ser una buena señal. Pero cuando Lily les sujetó las manos, colocando uno a cada lado de ella, y los guio hacia el interior de la casa, ambos la siguieron sin decir nada. Y creyó que estaría bien.

No fue hasta la noche del mismo día, entonces, que se percató de lo que significaba esa expresión en su rostro por la tarde. El colchón del suelo se hundió junto a él, aunque no le prestó atención, porque con lo mucho que se movía, solía terminar pegándose a Draco a lo largo de la noche sin darse cuenta, y era este quien tenía que apartarlo cuando casi terminaba acostándose sobre su cuerpo.

El agarre en sus hombros fue suave, pero lo sacudió con decisión. Harry balbuceó y se removió, sin interés por deshacerse de la calidez que le proporcionaban los cobertores en que estaban envueltos, al menos, hasta que reconoció la voz que lo llamaba.

—Potter, Potter, Potter...psst, ¡Harry! —el susurro contenido que intentaba despertarlo, fue demasiado familiar para que continuase ignorándolo. Se forzó a abrir los ojos, bostezando. No enfocó más que oscuridad y un cabello rubio, brillante, que también le era conocido.

Dedos fríos le rozaron la sien y mejillas cuando le colocaron los lentes; tuvo que parpadear un par de veces para ajustarse al nuevo cambio. Draco estaba inclinado sobre él, mirándolo desde arriba. Llevaba, por encima del pijama, la bata con que se cubría cuando pensaba bajar a la cocina, o en Hogwarts, salir de los dormitorios.

—Vamos —musitó, apartándose. Harry luchó por apoyar los codos en el colchón y levantarse lo suficiente para no perderlo de vista.

En uno de sus brazos, doblados, tenía un par de abrigos gruesos, varias tallas mayores que las suyas y de apariencia muggle. De la otra mano, le colgaban unos zapatos de día. Iba descalzo.

—Trae los zapatos en la mano —pidió en voz baja, cogiendo un par de gorros a último momento, para después empujar la puerta, asomarse, ver a cada lado del pasillo, y salir, sin cerrarla. No hizo ningún sonido al dejarlo solo en el cuarto.

Harry volvió a bostezar, se talló los ojos por debajo de los lentes, y se levantó despacio. Conocía ese tono, esa determinación repentina.

Sabía que no los llevaría a nada bueno. Aun así, sacudió la cabeza y contuvo la risa al recoger un par de zapatos y salir del cuarto también. Draco lo esperaba en el corredor, con la espalda presionada contra una de las paredes. Sonrió con suficiencia al verlo salir detrás de él.

Se llevó un dedo a los labios, con cierta dificultad por todo lo que tenía encima. Harry asintió, copiando el gesto con su mano libre. En la distancia, proviniendo de un cuarto del que sólo salía una rendija de luz por debajo de la puerta, se escuchaba el débil murmullo de una conversación.

Harry cruzó el pasillo y se apoyó en la misma pared que el otro niño. Las palabras que este formó con los labios, sin sonido, fueron claras aun en la oscuridad de la casa.

"Yo guio"

Yo nos cuido. Él asintió con una sonrisa, elevando un pulgar para demostrarle que captaba el mensaje.

Draco avanzó primero. Sus pasos fueron veloces de un corredor al otro, ni siquiera un simple golpeteo inundó el silencio nocturno. Se presionó contra la pared junto a las escaleras, vio hacia a los lados, y lo señaló con un gesto para que hiciese lo mismo. Harry trotó hacia él, sin dejar de dar ojeadas hacia atrás, donde dejaban el cuarto de sus padres y los de invitados que, creía él, estaban vacíos por la fuga de Sirius.

Se deslizaron sentados por las barandillas de las escaleras, en lugar de saltar y pisar cada una, porque las del medio rechinaban de vez en cuando. En el piso inferior, Harry se asomó por la sala y cocina, también a oscuras y en silencio. Asintió en dirección a su amigo, que los llevó hacia la salida trasera.

—Aquí —murmuró cuando estuvieron juntos frente a la puerta, tendiéndole uno de los abrigos y un gorro—, póntelos, sin hacer ruidos.

Él mismo comenzó a colocarse los otros dos, al igual que el par de zapatos de día.

—¿A dónde vamos? —se le ocurrió preguntar mientras se vestían. Cuando estuvieron listos, vio a Draco sacar la varita de alguna parte de su ropa. Le aplicó los encantamientos que le mantenían los lentes limpios y en su lugar, a lo que agradeció en un susurro—. Draco —insistió en voz baja, cambiando su peso de un pie al otro—, ¿qué vamos a hacer?

Él se volvió a poner un dedo sobre los labios. Después se arrodilló frente a la puerta y tocó el pomo con la punta de la varita tres veces, susurrando encantamientos en latín, que la destrabaron por sí sola e hicieron que un resplandor blanco que la rodeaba se encendiese y apagase. Abrió la puerta para ambos y la sostuvo hasta que estuvieron afuera. La cerró detrás de ellos.

Se notaba que contenía la risa. Se movió por un costado de la casa, adelante, con una mano sobre la boca. Cuando Harry estaba por volver a hablar, él se giró y se sacó un manojo de llaves del abrigo, que apenas tintinearon al moverlas entre sus dedos.

—Mira lo que Sirius me dejó —canturreó, y supo, reconoció, lo que estaba a punto de ocurrir tan bien como si le acabase de contar todos sus planes al respecto.

Harry se quedó mirándolo con la boca abierta. Luego tuvo que taparse la boca para callar su risa. Draco asintió, como diciéndole "sí, sí, entiendo esa reacción". Después de que Harry se hubiese asomado por una de las ventanas al piso inferior y dado un vistazo a los alrededores del patio, comprobando que no había vecinos afuera de sus casas a esa hora —¿qué hora sería?—, echaron a correr para atravesar el patio delantero, dándose empujones sin fuerza y regañándose en susurros para recordarse que no tenían que hacer ruido alguno.

La moto continuaba en el mismo sitio donde había quedado cuando Sirius se Apareció y Lily los regresó adentro de la casa, estacionada a un lado de la acera, lista para ser utilizada, en palabras de su compañero.

Draco se subió de un salto y extendió los brazos a ambos lados para equilibrarse; aún hacía un esfuerzo por contener la risa. Harry se metió a la 'bala' mientras lo veía insertar las llaves, girarlas y sacudir la moto entera al intentar encenderla.

—Mamá gritará tanto...—murmuraba, pero había algo en ello que no sonaba desagradable, ni le asustaba como lo haría con otro niño de su edad. Incluso podría haber admitido que le resultaba fascinante la perspectiva de hacer, lo que se supone, no debía.

En retrospectiva, es muy probable que lo que le hubiese dado el valor para pensar de ese modo, haya sido la presencia de Draco a un lado. Y viceversa también.

Comenzaron a moverse hacia adelante cuando logró encenderla. Lo vio luchar contra el manubrio y el cambio de velocidad, mascullando, aferrándose a este de la manera en que hizo esa tarde cuando Sirius le enseñaba cómo se manejaba. Se movieron apenas unos metros cuando consiguió que se elevase en el aire, con una inclinación mayor a la que era usual si la manejaba su padrino, y presionó el botón para los hechizos antimuggles.

Le llevó un momento estabilizarse y nivelarla en una posición horizontal; para cuando había ocurrido, estaban por encima del techo de la casa y Harry ya no se molestaba en contener la risa. La moto daba sacudidas repentinas hacia un lado, amenazaba con descender, Draco se quejaba sobre frenos que no servían y lo difícil que era hacerla ir más lento o más rápido, porque no-sabía-qué-cosa parecía atascada, pero cada vez que sentía un movimiento abrupto, él sólo podía reírse más, presionando la espalda en el asiento mullido de la 'bala'. Después de un rato, Draco también se reía.

—Oh, Merlín, Merlín, Merlín —Harry apenas podía hablar, con la voz ahogada por las carcajadas; el aire helado de la noche le daba de frente y no podía sentirse más agradecido porque su amigo hubiese tomado un abrigo y gorro—, ¿qué estamos haciendo? ¿Nos estamos escapando? ¡Draco, tú eres el mayor, mi mamá piensa que me cuidas!

La risa de Draco resonó junto a un frenazo brusco, que casi los hace bajar.

—¡Diremos que Sirius tuvo la culpa! ¡Nos creerán! —tomó una inhalación profunda, audible, para dejar de reír también—. ¿A dónde vamos, Potter?

Harry giró la cabeza al escucharlo, observándolo, no por primera vez en la noche, con la boca abierta y sin disimulo alguno.

—¡Creí que tendrías alguna idea, que querías la moto para ir a un lugar!

—No, no —Draco sacudía la cabeza al reírse, desequilibraba la moto. Harry no supo por qué, pero no encontró forma de continuar enojado con él si se veía así—, quería pasear. Madre nunca me hubiese dejado subir a esta cosa.

—Y con buenas razones, ¿a cuánto estamos? —curioseó, inclinándose por uno de los bordes de la 'bala'. Silbó cuando notó que los autos de los vecinos podrían haber entrado en la palma de una de sus manos. La moto osciló en la dirección en que se inclinó. Draco ahogó un grito, lo regañó, y él se reacomodó—. Qué bueno que Remus convenció a Padfoot de ponerle un sistema anti-caídas y de resguardos…

La luna estaba escondida detrás de las nubes, el frío lo obligaba a apretujarse en el abrigo. Se reclinó contra el respaldar del asiento y echó la cabeza hacia atrás, admirando un cielo con pocas estrellas a causa de la "contaminación muggle", como le llamaba el otro niño. Draco no apartaba la mirada de al frente, intentaba dar con alguna forma de mantenerlos en el aire sin tanto esfuerzo; aún no le cogía el truco del que Sirius hablaba a los cambios de velocidad y altitud. Era una locura.

Que estuviesen allí a esas horas, lo que hacían, el por qué. Quería pasear, decía él. Era una completa locura, en definitiva.

Harry se echó a reír otra vez, extendiendo los brazos a los costados, sintiendo las ráfagas de aire que los golpeaban igual que amantes resentidos, incapaces de desearles verdadero daño.

Respiró profundo del fresco aire nocturno, y se acercó al asiento principal de la moto. Draco lo miró de reojo. Le pareció que arqueaba una ceja, pero a causa de la escasa luz, era difícil estar seguro.

—Llévanos a un lugar lindo —pidió, sacándole una pequeña sonrisa al otro, que sacudió la cabeza.

—¿Qué se supone que es un "lugar lindo"?

Él se encogió de hombros, sonrió más, y se acomodó en el asiento, para dejarle el resto a Draco.

Volaron por lo que pudo haber sido horas, días, semanas, una vida. En algún punto, a Draco le dio por experimentar y revivieron la experiencia de la montaña rusa muggle, porque cambiaba de velocidad y ascendía, descendía y giraba de las formas más improvisadas que se le ocurrían, probando cada control, cada posibilidad, hasta que comenzaron a caer en picado por una presión errónea, gritaron y se nivelaron por el sistema mágico anti-caídas, a unos cuatro metros del suelo, más o menos.

Cuando se convenció de haber aprendido a manejarla, los dejó nivelados por encima de las nubes y volaron más lento. Draco se inclinó hacia adelante y dobló los brazos por encima del manubrio, el que no requería tanta atención si sólo iban en línea recta por una imaginaria pista vacía. Puede que Harry hubiese entrado a un estado de duermevela por un rato, acurrucado en la 'bala'.

Hablaron en susurros cuando se dieron cuenta de que no estaban muy seguros de dónde se encontraban. Harry observaba el perfil de Draco, que tenía una expresión muy seria al analizar el cielo y el piso a metros por debajo de ellos, como si pudiese encontrar una respuesta con el simple hecho de fruncir el ceño y enfurruñarse. Le divertía verlo así.

—Potter.

—¿Hm?

—Tengo la impresión de que nos salimos de la ciudad.

—Entonces sólo hay que regresar por donde vinimos, ¿no? —opinó, encogiéndose de hombros y removiéndose en el abrigo.

—...sí, claro —una pausa larga, en la que, por la manera en que apretó los labios, supo que había algo que quería decirle. Aguardó a que tomase valor para hacerlo—, pero tampoco sé muy bien por dónde venimos.

Draco se aferró al manubrio y lo observó de reojo, con un puchero. Harry pensó que esa era la peor noticia que le podría dar en toda la noche, pero por alguna razón, sólo atinó a reírse. Se rio, se rio, y se rio, hasta que contagió a su amigo, hasta que se dobló sobre la 'bala' y le faltó el aire, hasta que el estómago le dolía y estaban llenando el silencio tranquilo de la noche con carcajadas incontrolables.

—Esto fue una mala idea, Merlín, madre va a venir de Francia sólo a maldecirme —protestaba Draco, interrumpido por su propia risa, hundiendo el rostro entre sus brazos sobre el manubrio. Cuando se percataron de que la acción cambiaba el curso de la moto, pasaron un susto creyendo que se irían hacia abajo, y se volvieron a reír.

—Mi mamá nos va a matar antes —Harry tosió cuando la risa lo dejó sin respiración y le fue casi imposible hablar—, oh, ¡Sirius! Mamá va a matar primero a Sirius por dejarte las llaves. Draco, no me quiero quedar sin padrino, es el único que tengo.

—Compartamos a Snape —ofreció con una sonrisa, girándose hacia él por un instante. No sabía qué expresión debió poner, pero lo hizo reírse con un simple vistazo.

—Eh…no.

—Severus no es tan malo.

—Supongo que, cuando aprendes a distinguir en qué vaso tiene el veneno y de cuál puedes tomar jugo de calabaza...—se encogió de hombros. Draco asintió con solemnidad, como si se tratase de algún asunto trascendental.

—Y cuando te acostumbras a pedir permiso para entrar al laboratorio, no mover ciertas cosas y no respirar de más.

—¿No respirar de más? —repitió, incrédulo.

—Gases corrosivos —explicó—; una vez, cuando tenía como cuatro años, padre y yo entramos a su laboratorio mientras...

Y así, antes de que se hubiese dado cuenta de qué pasaba, la noche se les había escapado entre los dedos.

Fue una casualidad fortuita lo que los llevó de vuelta a la casa. Draco localizó una estrella que decía que daba hacia el norte, Harry vio una bandada de pájaros que solía moverse hacia un parque a unas cuadras de su calle; recordaron muy tarde la existencia del Apuntador. Chocaron los cinco cuando visualizaron, por debajo de ellos, un lugar que les era familiar.

El amanecer los consiguió en el techo de los Parkinson, donde las barreras se mostraron reticentes a aceptar una desconocida motocicleta mágicamente modificada, hasta que se percataron de que era Draco quien la manejaba, y los recibieron sin mayor problema. Acordaron que era una cuestión de seguridad integral, para que ni la moto, ni ellos, fuesen a sufrir la posible furia de Lily en su modo "mamá preocupada".

Se arriesgarían al castigo más tarde. Dejaron la moto estacionada en el techo, en la parte alta y plana en que se unían las inclinaciones que daban hacia adelante y hacia atrás, en una especie de "V" invertidas, y se sentaron, uno junto al otro, encima de las tejas, que los retenían de caer.

El cielo se teñía de colores que no tendría a otras horas del día, el sol se asomaba para saludar, el centro de la ciudad, a unos kilómetros de distancia, cobraba vida, la calle se llenaba de un barullo lejano, que no haría más que aumentar mientras estuviesen ahí. Harry flexionó las piernas contra el pecho, se envolvió las rodillas con los brazos, y pensó que podría estar en ese sitio por horas.

Sintió un débil golpe en su hombro cuando Draco lo entrechocó con uno de los suyos.

—¿Qué pasa? —preguntó en un susurro, girándose para verlo.

Él tenía esa sonrisa de nuevo, la que era extraña, a la que no sabía cómo reaccionar. El amanecer le daba nuevos tonos a su piel y cabellos casi blancos por completo. Se preguntó, de forma vaga, si él se vería distinto también. Era una imagen que querría atesorar.

—Feliz cumpleaños, Harry.

Sonrió, sonrió tanto como podía. Aquel, sin duda, iba a ser un buen día.

—Oh, ¿cómo me convertí en "Harry"? —se inclinó hacia él, envolviéndolo en sus brazos y presionando una de las mejillas contra su hombro cubierto por varias capas de tela. Draco protestó con un ruido estrangulado.

—Cállate, Potter.

—¡Me gustaba más el "Harry"!

—No, ya no hay "Harry" para ti.

Con un puchero, intentó apartarse, pero él lo había rodeado también en algún momento y no lo dejó. Empezó a quejarse, con un dramatismo falso que sólo pretendía hacerlos reír a los dos. Draco no hizo ademán alguno de detener ni una sola de sus protestas.

Entonces a Harry se le ocurrió que Draco lo miraba así también. Como observaba el Quidditch, las serpientes mágicas, las pociones y la motocicleta.

No habría sabido describir la forma en que ese pensamiento lo hizo sentir.

0—

Harry estaba orgulloso de decir que salieron sin un castigo de la escapada nocturna en la moto de su padrino. Cuando el sol se encontraba en el cielo y el ajetreo de los Parkinson comenzaba a oírse ahí arriba, decidieron que era el momento de bajarse del techo. Él le preguntó cómo pensaban hacerlo.

—A menos que tengas una escalera que no vi metida en un bolsillo —puntualizó Draco, en ese tono que le decía que se trataba de una obviedad y él tendría que saberlo por su cuenta—, supongo que con magia, Potter.

—Pero- ahm, no traje mi varita.

Nunca se le olvidaría la expresión de horror con que Draco lo observó. Podría haberse burlado por horas, días. Aun años después, cuando la recordaba, le entraban ganas de reírse.

—¿Qué clase de mago no carga su varita cuando sale de casa?

—No sabía que la usaría —intentó defenderse, un poco más agudo y rápido de lo que pretendía. Su amigo estrechó los ojos—, ¡igual no podemos hacer magia fuera de Hogwarts, si no hay barreras cerca!

—Eso no es excusa. Me viste usar la mía; tendrías que haberme dicho y haber ido a buscar la tuya.

Cualquier posible discusión quedó sellada ahí, porque desde el patio trasero, Jacint, con las manos alrededor de la boca a modo de parlantes, preguntó qué hacían en su techo. Una Pansy muy animada, todavía en pijama y pantuflas, se le unió cuando los estaba ayudando a bajar con algunos hechizos de levitación. Los Parkinson lo abrazaron y cubrieron con sus extrañas bendiciones sangrepura de cada año, los guiaron adentro, donde Amelia les aplicó encantamientos de calefacción a sus pieles heladas y extremidades temblorosas, y les sirvió un desayuno improvisado, con más azúcar de la que era recomendada para niños de su edad, cortesía de los elfos domésticos.

James fue el que se paró frente a la entrada, buscando a su hijo y el niño que se suponía que se hallaba bajo el cuidado de la familia. Estaba cruzado de brazos, con aspecto cansado, y les dedicó largas miradas a ambos; Harry se encogió un poco ante el escrutinio, rogando que no estuviese muy molesto pero incapaz de sentirse arrepentido del paseo, Draco elevó el mentón y se colocó la máscara Malfoy de indiferencia, que de las pocas ocasiones en que la había visto ese verano, casi había olvidado que podía utilizar.

El hombre los llevó de regreso a la casa sin decir una palabra. Harry quería lloriquear y recordarle que era su cumpleaños, pero no se atrevió; una vez dentro, Draco le sujetó la muñeca y lo guio hacia su cuarto, para que pudiesen quitarse los abrigos y gorros y guardarlos.

Cuando volvió a bajar, media hora más tarde, Lily estaba en la cocina, y alcanzó a oír la plática que mantenía con su esposo, acerca de James queriendo mejorar las protecciones de la casa y la mujer diciéndole que para qué necesitaban ser más estrictos con la seguridad desde adentro, que si algo iba a ocurrir, provendría desde el exterior, y que el exceso de seguridad dentro podría retrasarlos en caso de huida. La conversación se acabó en cuanto se percataron de su presencia.

Su madre lo abrazó fuerte, lo llenó de besos y felicitaciones. Sólo entonces, James se puso de pie, caminó hacia él y lo abrazó también, palmeándole la espalda, y en susurros, prometiéndole guardar su secreto.

Draco permaneció apoyado contra el marco de la puerta, hasta que la ronda de palabras dulces llegó a su fin. Lily le tendió la mano y lo saludó de la misma forma cariñosa, incitándolo a sentarse junto a Harry en uno de los lados de la encimera.

Intercambiaron una mirada cuando les puso unos platos al frente, con un desayuno especial, que mostraba formas de snitch. Se rieron por lo bajo y volvieron a comer.

Los Weasley llegaron poco después, los adultos saludándolo con entusiasmo y los hermanos quejándose de no haberlo despertado por aplastamiento, como de costumbre. Ron se sentó en medio de ellos, sacó comida de su plato, y cuando hizo ademán de hacer lo mismo con el de Draco, este le golpeó la mano sin cuidado y amenazó con enterrarle el tenedor en los dedos si volvía a intentarlo. Su mejor amigo decidió conservar la mano, la poca dignidad que le quedó tras las burlas de los gemelos, y esperar a que Lily le sirviese un desayuno propio.

Cuando el resto de los Merodeadores se aparecieron por la chimenea, Peter y Remus cargaban regalos y sonrisas idénticas. Sirius, que casi lo ahorca al abrazarlo y le desordenó más de lo normal el cabello, tardó un rato en preguntar, a nadie en particular, por qué su moto estaba en el techo de los vecinos. Harry se echó a reír; junto a él, Draco se dedicó a ocultar su sonrisa dándole sorbos pequeños a su bebida. James se inventó toda una historia de su mejor amigo la noche anterior, demasiado ebrio para recordar que intentó llevarse la moto, y otras tantas cosas de doble sentido que hacían que Harry frunciese el ceño en una expresión de concentración, en vano, y Draco rodase los ojos.

Los Parkinson llegaron un poco más tarde. Pansy se le colgó del cuello, besándole la mejilla y felicitándolo, como si no se hubiesen visto sólo unas horas antes y no lo hubiese hecho ya.

Se sintió realmente sorprendido cuando una lechuza se posó en la ventana y le entregó una breve carta de feliz cumpleaños, al estilo más muggle, de Hermione Granger. Draco, que leía el contenido por encima de su hombro con la nariz arrugada, dirigió la mirada hacia Pansy, y su amiga sonrió, encogiéndose de hombros.

—Puede que haya intercambiado algunas cartas con ella estos días y le haya mencionado sobre el cumpleaños de Harry —mencionó en voz baja, el aludido le sonrió.

—Es lindo, voy a contestar más tarde, ¿crees que le moleste si recibe mi carta mañana? —ella negó con entusiasmo, Draco soltó un bufido y masculló acerca de compañías poco apropiadas, por lo que le dio un codazo. Tuvo la delicadeza de abstenerse de usar "sangresucia" en su casa; por muy irónico que fuera, no más de cinco minutos después, lo atrapó soportando tirones en las mejilla de Lily, que le preguntaba si la dejaba que lo peinase un día.

—Compañero, no es que yo esté de acuerdo con Malfoy —le había dicho Ron luego, con el ceño un poco fruncido y la nariz arrugada—, tú entiendes, por las barbas de Merlín, lánzame una maldición el día en que  lo esté, pero, ¿Granger? —susurró el apellido, simulando un escalofrío—. ¿No la has visto corregir a todos en clase? Dos años seguidos de Encantamientos con los Ravenclaw, dos, Harry, ella me vuelve loco, no me deja ni abrir la boca cuando ya me está diciendo que lo hago mal. En serio, dan ganas de tirarle- de- sólo- —se interrumpió con un sonido frustrado, que a su vez, era una explicación suficiente. Harry intentó no reírse de su desdicha.

Poco después, también llegó una carta de felicitación de Narcissa Malfoy. No tenía remitente, ni una dirección para contestarle, el búho que la entregó se rehusó a esperar respuesta y se marchó por la ventana. Las cartas de las hermanas Greengrass, Nott y Zabini también se tomaron su tiempo; eran breves, concisas, con los membretes de las respectivas familias en la parte de arriba. Sólo Daphne le había dibujado un corazón junto a su firma, seguido de un "salúdame a Draco y Pansy".

Los invitados apenas cabían en la sala. Molly, como la experta anfitriona de fiestas infantiles que era —un título que las demás madres no podían discutirle por número de hijos—, amplió la mesa con magia. Los gemelos Weasley hicieron ademán de impactar su cabeza contra el pastel; si se salvó, fue más cosa de suerte y reprimendas de Molly, que por su propia habilidad.

Estaba explicándole a Draco que , Molly cocinaba todo para su familia, no, no se morían de hambre, , lo hacía con magia, y no, no era tanto trabajo, según ella, porque su amigo no se hacía una idea del funcionamiento de una casa sin elfos domésticos, y no dejaban de brillarle los ojos ante cada bocado que le daba al pastel, cuando su madre se aproximó con una pequeña caja de aspecto desvencijado.

Lily tenía una sonrisa tímida al extenderla hacia él. Detrás de ella, James se había metido las manos en los bolsillos y tenía la mirada en el suelo, con la rara expresión que ponía cuando algo lo avergonzaba.

—Te he guardado esto desde que supimos que íbamos a tenerte —explicó ella, en un susurro. No era necesario que alzase la voz, porque los que aún estaban en la sala, se quedaron callados y observaban la escena—, por si lo querías. Convencí a James de que podría llegar a gustarte más que a él, y tal vez, lo usarías.

Harry recibió la caja, le dio un vistazo más a sus padres, y la abrió. Sintió que el aliento se le quedaba atascado en la garganta cuando lo identificó, conteniendo una gran sonrisa.

Su anillo. El anillo Potter.

Era grueso, ajustable, del color del bronce, con unos relieves en los bordes. Dos ramas de laurel se cerraban a los lados de una "P" estilizada y pomposa, cubierta de lo que se asemejaban a raíces o enredaderas. Él no podía dejar de sonreír cuando se lo puso y lo observó acomodarse sobre su dedo.

Se levantó y se lanzó sobre sus padres para abrazarlos y darles las gracias. Cuando volvió a tomar asiento, lo presumió delante de los Weasley y Pansy, que llamó a su hermano para que le mostrase el de los Parkinson.

—El mío es más elegante —le comentó Draco, un rato después. Lo sostenía de la mano, para tenerle el brazo levantado por encima de la mesa, y giraba apenas su palma, viendo el anillo desde diferentes ángulos, con un ojo crítico que le hacía recordar su forma de preparar pociones en clases. Luego lo soltó—, pero está bien. Es tan...Potter.

—¿Qué significa eso? —exigió con un puchero, mas él no le contestó.

La casa estuvo repleta hasta muy entrada la noche. Peter se despidió primero, echándole el cabello hacia atrás y diciéndole que todavía recordaba cuando James se los presentó y sólo era una bolita despeinada en una manta. Los Parkinson se fueron poco después; Jacint lo alzó, a pesar de sus protestas, Pansy volvió a abrazarlo y decirle lo muymuy, muy lindo que le parecía su anillo familiar.

Luego fue el turno de los Weasley. Molly lloró como si fuese uno de sus hijos y acabase de graduarse, o algo por el estilo. Charlie se unió a las bromas de los gemelos sobre su baja estatura y lo delgado que era de pequeño, cuando se conocieron.

Ron le palmeó la espalda y rechazó la invitación de pasar la noche allí.

—¿Quedarme en el mismo cuarto que Malfoy? Amigo, no hemos llegado a ese punto, yo paso —vio a Draco por encima del hombro, que esbozaba una sonrisa desdeñosa, y por una vez, le cedió la razón—. Vengo mañana para que juguemos Quidditch, o pásate por La Madriguera. Si todavía lo tienes pegado para entonces y no va contra sus estándares sangrepurezcos y Malfoyescos, tráelo contigo; mamá siempre tiene platos de más en la mesa.

Su mejor amigo se fue por la red flu, detrás de sus hermanos, luego de haber sido apretujado por los brazos de una sentimental y emocionada Lily.

Cuando los adultos restantes —Sirius, Remus, James y Lily— se sentaron en los sillones de la sala, con una botella y copas, ambos niños rodaron los ojos al mismo tiempo y se perdieron escaleras arriba.

—¿Por qué los anillos familiares les importan tanto a los sangrepuras? —le preguntó cuando estaba tendido sobre el suelo-colchón. Llevaban rato hablando, Draco había sacado su telescopio plegable de la caja y lo había armado para observar el cielo nocturno desde la ventana y la proyección mágica que el propio instrumento le daba.

—Depende de la familia, Potter —él se encogió de hombros, sin quitarle la vista de encima al lente. Harry, resoplando, rodó sobre su estómago y se dedicó a mirarlo por un momento.

—¿Por qué tu anillo es importante para ti?

Ahí estaba. Un instante, sólo uno, en que sus hombros se pusieron rígidos, sus ojos dejaron de enfocar el telescopio. Pensándolo en retrospectiva, Draco fue más obvio de lo que normalmente se permitía, y era debido a que sólo estaban ellos dos, pero si Harry hubiese sido más observador, esta historia sería muy diferente.

Cuando le contestó, ya había pasado. Draco era la imagen de la concentración mientras visualizaba las estrellas.

—Siempre recuerdo ver el anillo de padre cuando me daba la mano o me cargaba. Es algo suyo, nuestro —se encogió de hombros, de nuevo—. Ningún regalo que puedan darme va a superar eso. No sólo importa el Legado, o que el anillo pueda o no hacer algo por ti. Es…complicado.

Harry levantó el brazo y observó su nuevo anillo, en silencio, por unos segundos.

—Yo nunca lo vi usarlo —no tenía que mencionar el nombre para que ambos supiesen a quién se refería. Draco chasqueó la lengua.

—La tía Lily lo guardó para ti todo este tiempo; si deberías recordar algo cuando lo veas, sería a ella.

Asintió, a pesar de que no estaba seguro de cómo funcionaba aquello. No se le ocurrió decirle, quizás porque no se dio cuenta esa misma noche, o porque no encontraba las palabras adecuadas, que cuando lo veía, lo único que llegaba a su cabeza era Draco, sujetándole la mano para detallarlo, o presumiéndoles el suyo, un año atrás.

Cuando Harry regresó al primer piso después, por un vaso de leche y galletas que tenía en la mira desde la tarde, Draco se quedó en el alféizar de la ventana, acariciando de forma distraía el pelaje de Lep, que no dejaba de cambiar de color bajo su tacto, buscando dar con alguno que agradara a su dueño.

Sirius y Remus se fueron luego de despedirse de él, cuando se percataron de la hora que era. Su padrino pidió que no dejasen que volviese ebrio o que algún duende moviese su moto esa noche, otra vez, porque iría a buscarla por la mañana.

Lily le besó la cabeza al pasarle por un lado, llevando platos y copas vacías hacia la cocina, para lavarlas. James permaneció en uno de los sillones, desde el que lo observó ir por su 'bocadillo nocturno'. A último minuto, se le ocurrió que también podía llevarle un poco a Draco.

Estaba por volver al pasillo que daba a las escaleras y subir, cuando su padre se levantó y caminó hacia él. Tomó la comida que llevaba sin decirle nada, y lo dejó con los vasos de leche, antes de comenzar a ascender también. Harry lo siguió, mirando su espalda con el ceño apenas fruncido.

Acababan de llegar al segundo piso cuando habló.

—No quiero que te lo tomes a mal, campeón —comenzó. Algo dentro de él, se encendió igual que una alarma y lo hizo tensarse. James resopló—, bien, esa quizás no fue la mejor manera de empezar.

Él negó para hacerle saber que no. El hombre emitió un bufido de risa al darse la vuelta. Estaban a unos pasos de la puerta de su cuarto.

—Pensé que podríamos viajar —continuó, con un tono animado que, por alguna razón, se le hizo extraño, diferente—, ya sabes, como cuando eras más pequeño y estabas en la primaria. Hace mucho que no lo hacemos.

Algo no le encajaba allí. Le dio un sorbo al vaso de leche, obligándose a concentrarse hasta que dio con el 'pero' que no lo dejaba adaptarse a la idea.

—La tía Narcissa podría preocuparse si llevamos a Draco a algún sitio sin haberle avisado.

Cuando James boqueó y dejó caer los hombros, lo supo. No habría sabido explicar cómo, pero supo lo que se avecinaba antes de que hubiese llegado, igual que una tormenta avistada a la distancia.

—Cuando digo "viajar", realmente me refiero a nosotros. Tu mamá, tú y yo. Ni siquiera Sirius esta vez, lo dejaríamos con Remus; seguro que pueden cuidarse solos.

Harry frunció más el ceño.

—¿Después de que Draco se vaya a su casa?

James soltó una larga exhalación.

—Sí, bueno, Harry, la cosa- es que no tenemos idea de cuándo se va, ¿sabes? —intentó sonreír, pero el gesto estaba un poco turbio—. Las cartas de Lily sólo han recibido una respuesta, hoy, y no sonaba a que fuese a venir mañana a primera hora a buscarlo.

—Draco dice que su mamá está ocupada, las lechuzas tienen problemas para llegar por unas barreras de las casas de los Malfoy…

—Entiendo eso —le aseguró, en tono más conciliador—, pero vas a volver a Hogwarts por algunos meses, y sólo te veremos dos semanas para diciembre, antes de que te vayas por mucho más tiempo. Lily y yo te extrañamos muchísimo cuando no estás, lo sabes, ¿verdad? —él asintió con ganas. James se pasó las manos por la cara, como si midiese las palabras—. Y Harry, sé que tú pareces estar bien con esto, pero, piénsalo mejor, han sido semanas. Tu amigo ya lleva mucho tiempo aquí, estamos a mitad del verano.

No sabía de dónde había sacado la idea, a partir de esas palabras, para hacer un puchero y quejarse.

—¿Quieres que lo dejemos solo, en vacaciones? Él no puede ir a su casa, papá, está vacía —le recordó, como si se tratase de una obviedad y no pudiese comprender por qué no la veía—. La Mansión es demasiado grande para Draco y los elfos.

—Lo sé, pero no es el único lugar al que puede ir. Sniv- el profesor Snape —se corrigió, justo cuando su hijo había estrechado los ojos y estaba a punto de soltarle el "no le digas así" con que Lily lo reprendía cada vez que lo escuchaba— es su padrino y está más que dispuesto a recibirlo. Es como si te dejásemos en vacaciones con Sirius unos días; eso te gustaría.

—Snape no es el mismo tipo de padrino que Sirius, papá —no pudo evitar reír, porque no podía creer lo que estaba escuchando. Su padre lo imitó.

—También está su tía —señaló—, y la hija de los Tonks, la muchacha que va a ser Auror; me comentó que les gustaría tenerlo allí un tiempo. Se ha quedado ya antes con ellos, o algo así. Sirius dice que también se lleva bien con Regulus Black, y además, están los Parkinson.

La sonrisa de Harry se borró de a poco, una conclusión comenzaba a formarse dentro de su cabeza. Le dio otro sorbo a su vaso.

—Papá —llamó, capturando su atención por completo, antes de que siguiese—, ¿quieres que Draco se vaya?

James se quedó paralizado y bajó los ojos hacia él, mirándolo con horror.

—No, no, espera —se echó el cabello hacia atrás, revolviéndolo más de lo que ya estaba—, yo no dije eso, lo único que digo es que él tiene una casa y una familia, y debería regresar con ellos, porque las vacaciones no son eternas y pasarán meses antes de que pueda volver a verlos. Sé que ahora no les importa y no parece la gran cosa, pero cuando llegues a mi edad, entenderás que ese tiempo que pudiste haber...

—¿Es por lo de anoche? —lo interrumpió con un puchero— ¿es porque tomamos la moto? ¿Me estás castigando sin decirle a mamá?

—No, no, alto ahí, ¿qué hicieron...? Oh, ahm- pensé que sólo habían tomado la moto esta mañana...—parpadeó, frunciendo el ceño de repente. Harry se mordió el labio y maldijo internamente, del modo en que hacía Sirius a veces, por habérselo dicho.

—Fue mi idea —añadió, apresurado, ya que pensó que ayudaría—, Draco salió conmigo porque quería volar y ver el amanecer por mi cumpleaños, en serio, no es mentira, eso fue lo que pasó. Entonces, si te molestaste, no es justo que quieras que se vaya.

—No estoy diciendo que...

—¿James? ¿Estás con Harry, amor? —Lily se asomó desde la parte más baja de las escaleras, y él, por reflejo, buscó auxilio dándose la vuelta.

—¡Mamá! —atrapó su atención con un lloriqueo—. Papá quiere que Draco se vaya.

La reacción fue inmediata. Lily terminó de alcanzar el segundo piso y arqueó ambas cejas en dirección a su esposo.

—James Potter —regañó, en voz baja—, ya hablamos sobre esto, te dije que le prometí a Cissy…

—¿Cómo que hablaron sobre esto? —Harry alternó la mirada entre los dos, boquiabierto. La expresión de ambos se suavizó al notarlo.

—Yo no estoy- lo que quiero decir- es que...

—Harry, cielo —Lily silenció al hombre al avanzar hacia ellos. Le arrebató el plato de galletas y palmeó la espalda de su hijo, para hacerlo girar y encaminarse hacia su cuarto—, ya es tarde y tienen que dormir. Ignora a tu papá; bebió demasiado, no sabe ni lo que dice. En un rato pensará que estamos en Hogwarts y aún no me convence de salir con él, y se echará a llorar...

—Pero dijo que...

—Sh, sh. No importa qué dijo —ambos se detuvieron frente a la puerta, Lily le echó el cabello hacia atrás, en vano, porque volvió a desordenarse al instante—. Tus amigos siempre son bienvenidos, amor. Mientras Draco esté con nosotros, esta es su casa y su familia, ¿verdad? Igual que lo es con Ron, igual que lo sería si Pansy se quedase aquí, ¿cierto?

Harry asintió varias veces, recibió el plato de galletas, el beso en la frente, y le dio las buenas noches antes de entrar al cuarto. Aún no se sentía tranquilo cuando la puerta se cerró detrás de él. Le pareció escuchar murmullos de voces y pasos que se perdían en la distancia.

Junto a la ventana, Draco estaba hablándole en voz baja a su conejo mágico, que se acurrucaba entre sus brazos, pero calló cuando lo escuchó llegar, y giró la cabeza hacia él. Su expresión era curiosa.

—¿Qué te hicieron esas galletas para que te molestes, Potter?

Harry bajó la mirada al plato que llevaba, luego resopló, y avanzó a grandes zancadas hacia él. Se dejó caer en el otro extremo del alféizar, colocando las galletas y leche entre los dos. Su amigo cogió una y la mordió, con esa sonrisa mal disimulada que ponía cuando probaba un postre casero.

—Nada.

—¿Entonces qué pasó?

—No sé qué pasó —tomó otra galleta y le dio una mordida más agresiva de lo estrictamente necesario, cruzándose de brazos después, mientras mascaba las chispas de chocolate—, papá se portó raro.

—¿Debo fingir estar sorprendido?

Harry le dirigió una mirada desagradable, que no lo intimidó en lo absoluto. Luego volvió a bufar.

—A veces —hizo una pausa, en la que consideró qué tan buena idea era decírselo. No estaba seguro—, parece que no le agradases. A papá. Mamá te quiere mucho.

Draco ni siquiera pestañeó. Se tomó su tiempo para degustar la galleta y después contestó.

—Lo sé.

—¿Que mamá te quiere?

—Que no le agrado a tu padre —corrigió, con un bajo "bueno, lo otro también"—; es tan poco sutil como tú.

Harry abrió y cerró la boca, sin saber qué decir. Dentro de su cabeza, el escenario en que James odiase a Draco, era absurdo. Era como si, de pronto, no quisiera que tuviese contacto con Ron; no tenía sentido, ¡eran sus mejores amigos!

—Deja de hacer eso —Draco le pinchó un costado con el índice, sin fuerza, apenas un roce, y se robó otra galleta del plato—, puedo oler tus neuronas quemándose desde aquí.

El niño lanzó una patada débil en respuesta, que no dio en el blanco, y frunció el ceño.

—Es que es- eso- no tiene sentido —sacudió la cabeza—. Eres bueno cuando no hablas de muggles, hijos de muggles, presumes, insultas a los Weasley, o haces esto de creerte mejor que todos…

—No me creo,  que soy mejor —puntualizó, en ese tono desdeñoso que hacía a Harry rodar los ojos. Draco se rio por lo bajo y negó, apartando la mirada—. ¿Te das cuenta de todas las excepciones que pusiste? "Bueno cuando no...", Merlín, suena a que nunca lo soy.

Siempre eres bueno —aclaró Harry, deprisa, aturdido por la necesidad de aclararlo—, sólo que no con todos, ni agradable para todo el mundo.

Draco arqueó una ceja y le dedicó una mirada larga. Luego, sin que lo esperase, se echó a reír, cubriéndose la boca con una mano.

—Eso es lo más extraño que me has dicho, más que por qué soy tan, tan, tan rubio.

Harry le dio un débil empujón y se enfurruñó, otra vez cruzado de brazos. Su amigo dejó de reír tras un momento, y relajó su expresión.

—Podría quedarme con los Parkinson, si soy mucha molestia —mencionó. Harry sintió que el corazón se le hundía cuando comenzó a negar, pero el otro esbozó una débil sonrisa y se encogió de hombros—. Tengo mi propio cuarto allí, ayudaré en el Vivero; a ellos no les importaría.

—¿Te molesta compartir conmigo?

Él volvió a arquear las cejas.

—Comparto cuarto contigo nueve meses al año, Potter.

—Pero...

—Sólo digo —lo cortó, señalándolo de forma amenazadora con una galleta de chocolate, lo que lo hubiese hecho reír, bajo otras circunstancias— que no me estarían echando a la calle como a un crup. Puedo volver a la Mansión incluso, ¿sabes? Pasar tiempo solo no es la gran cosa. Le diré a Lía que me dé mucho chocolate y me arme campos de Quidditch y realmente no será tan…

Él se quedó callado un momento. Intercambiaron miradas. Harry no necesitaba que nadie le dijese que había escuchado la conversación del pasillo; al menos, esperaba que también hubiese oído sus respuestas, de algún modo.

—A mí me gusta que estés aquí —musitó, sin mirarlo.

Draco no le contestó, pero tenía una sonrisa más genuina cuando le pasó la última galleta que quedaba y mantuvo alejado a Lep de los vasos de leche.

Se quedaron dormidos apretujados en el alféizar de la ventana, los platos, vasos y el conejo, alrededor de ellos. No despertaron hasta el mediodía del día siguiente. Alguien entró una vez, suspiró al verlos, sacudió la cabeza y salió, sin hacer ruido suficiente para alertarlos.

Draco se fue a mediados de agosto. Pasó tres días con Snape, una semana con los Parkinson, algunos días más con los Tonks; le dijo que fue por su propia elección, y no dejó de visitarlo ni enviar notas, aun cuando cambiaba de localización.

Narcissa Malfoy no pisó Inglaterra hasta que sólo quedaban unos días para la vuelta a clases. Acompañó a los Parkinson, Lily y Harry al Callejón Diagón, después se pasó el poco tiempo que les quedaba con su hijo en la Mansión, donde recibió a Harry y Pansy por una noche.


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