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Luz de luna por BocaDeSerpiente

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Capítulo veintinueve: De cuando hay una Ravenclaw, mapas, centauros (y más cosas extrañas que Harry no puede explicarse…)

Se llamaba Luna Lovegood. Harry sabía que la conocía de alguna parte, pero no fue capaz de distinguirla en el preciso instante en que la vio de nuevo.

Anochecía cuando se bajaron del expreso Hogwarts, era otro de esos viajes en que el compartimiento que ocuparon estaba lleno al tope. Percy reprendía a unos estudiantes ruidosos de primero por delante de ellos, los gemelos hicieron algún tipo de trato con Draco para abrirles camino; apartaban a los que estuviesen en el pasillo, en base a sustos y bromas pesadas. Pansy charlaba sin cesar con Ginny, que tenía cara de no entender lo que decía, Hermione y otra niña de Ravenclaw, que se había unido a ellas cuando salieron al corredor. Ron lo tenía atrapado en una innecesaria y poco ordenada narración del último partido de Quidditch de la selección irlandesa, que no había visto porque fue uno de los últimos días de vacaciones y lo pasó en el Vivero de los Parkinson.

Draco se bajó antes que ellos, pero no lo perdió de vista. Después de que la marea de estudiantes había pasado, era difícil no dar con el cabello rubio platinado que parecía blanco bajo la luz. Harry lo siguió con la mirada, más por costumbre que porque fuese un acto consciente; era la primera vez que se alejaba de ellos cuando recién llegaban.

Puede que hubiese sido porque estaban separados, cada uno inmiscuido en su propio pequeño mundo, como puede que fuese porque aún no eran un grupo en su totalidad y era sencillo que se dispersaran. Puede que sólo fuese una casualidad, o un avance del destino, un vistazo al futuro.

Puede que hubiesen sido las ganas de Harry de explicarse la situación, también.

Caminaron sin prisas, alejándose de los desordenados primeros años que se encontraban ansiosos por conocer los carruajes en que iban los "mayores" o subirse a los botes, bajo las instrucciones del guardabosque. Estaban en tercero, la realización de ese hecho no lo había alcanzado hasta entonces. Todavía existía la emoción, la ansiedad, por debajo de la superficie de aparente calma y las charlas triviales, pero también se combinaba con ese regusto a hogar, el conocimiento de que volvían a la rutina, de que los próximos meses serían algo que ya conocía, que apreciaba, que había disfrutado antes, más de una vez.

Era una sensación extraña.

Draco se había parado frente a los carruajes cuando lo alcanzaron. Estaba más pálido de lo normal, pero tenía un brazo extendido; cuando pareció que una fuerza invisible tocaba su mejilla y le ladeaba la cabeza, esbozó una pequeña sonrisa que desapareció casi tan rápido como se había mostrado. Harry todavía no veía nada.

Él no estaba solo, además. Desde atrás, la silueta de la niña que se detuvo junto a Draco sólo dejaba entrever un rostro pálido, casi del todo escondido por una maraña de cabello rubio, desaliñado.

Ella giró la cabeza y le habló. Creyó que la iba a ignorar, a bufar, a dedicarle esa mirada que decía ni se te ocurra volver a dirigirme la palabra en la vida que, a veces, él era capaz de mostrar, luego caminaría hacia ellos, y se subirían juntos al carruaje, donde Draco se quejaría de que alguien sin la menor importancia intentó acercarse a él y hablarle. No fue así. No estuvo ni cerca de serlo.

Draco volvió el rostro un segundo, regresó la mirada al frente y ladeó la cabeza. Lucía como si acariciase algo; por lo que le había explicado, asumió que se trataría del lomo del thestral. Contra todo pronóstico, él debió responder, porque la niña volvió a hablar, después avanzaron uno detrás del otro hacia el carruaje. Harry los observó con la boca abierta, hasta que los Weasley gritaron demasiado cerca de su oído y salió de su ensimismamiento para moverse también. No quería perderse el banquete de bienvenida.

Pansy, por supuesto, no tardó en percatarse y abrirse paso. La niña se posicionó a su lado; luego de media hora de halagos sobre su nuevo peinado —se cortó el cabello, era lo único que notaba Harry—, y conversaciones de las que no entendía nada acerca de productos y hechizos, se veía más que confiada y alegre, pero su mirada fue perspicaz al fijarse en la dirección que tomaba su mejor amigo.

—¿Quién es la que anda con Draco? —Harry se encogió de hombros cuando la escuchó, y a pesar de que ella no lo veía directamente, notó el gesto, porque frunció un poco los labios—. ¿No tiene una corbata de Ravenclaw?

Pansy se puso de puntillas para ver mejor. Después se dio la vuelta.

—Mione —llamó a Hermione con un gesto—, ¿quién es la niña que acaba de subirse al carruaje con Draco?

Justo cuando la otra estaba por abrir la boca para contestar, llegaron a la altura del carruaje, así que no tuvieron más opción que subir y acomodarse entre los asientos. La niña rubia se había colocado en una de las esquinas, de rodillas y con las manos apoyadas en el borde, les daba la espalda; debía estar hablándole a Draco, que estaba sentado a su lado, porque él asentía y contestaba con un débil murmullo, que no les dejaba escuchar sus palabras.

Hermione se sentó entre ambos. Pansy aún esperaba la respuesta desde uno de sus costados, por lo que suspiró.

—Les presento a Lunáti- —hizo un sonido ahogado, cubriéndose la boca con una mano. Aguardó. La niña no dio indicios de que la hubiese oído o le importase lo que decía. Draco los vio de reojo, y luego hizo un gesto, por el que ella tomó asiento, con ambas piernas dobladas y escondidas bajo su cuerpo, un segundo antes de que el carruaje comenzase a avanzar—. A Luna Lovegood —se corrigió, las mejillas ruborizadas por el error—. Luna, estos son mis amigos, del club de Astronomía, ¿los recuerdas?

La niña rubia ladeó la cabeza. Tenía facciones finas y una expresión soñadora de ojos despistados. Del cuello, le pendía un hilo con piezas de todo tipo de cosas raras que prefirió no identificar.

—Claro —ella sonrió. Tenía una bonita sonrisa—, Slytherins como Draco. Ojalá que haya pudin —agregó a nadie en particular, girando la cabeza para dar una ojeada alrededor. Que su amigo no protestase sobre el uso de su nombre, dejó a Harry parpadeando, tan aturdido como si una bludger le hubiese dado en la cabeza.

Draco le habló en voz baja de nuevo; lo que fuese que decía, bastó para retener su atención durante unos segundos más y que le respondiese.

Junto a Hermione y él, Pansy acababa de poner una expresión más pensativa.

—¿Es menor que nosotros? —le preguntó a Hermione, que asintió.

—Va a cursar segundo este año.

—¿Sangrepura? —la otra niña vaciló.

—No lo sé, supongo que sí. Nunca los he oído decir lo contrario.

—Por supuesto que no lo dirían. Lovegood sólo tiene un heredero, un hombre, se habrá casado con una mujer que no heredaba...—lo último lo susurró, poniéndose una mano bajo la barbilla—. No estoy segura de quién es la madre. Debe ser hija única, entonces recibirá el anillo el próximo año. Incluso si no lo fuese, no tiene un hermano mayor, o mi hermano lo conocería, así que sólo podría tener uno menor; en ese caso, el anillo sigue siendo suyo, a menos que se ajuste a condiciones específicas del Legado…no sé cuál es el suyo, uhm…

Harry frunció el ceño y se inclinó hacia adelante, para observarla por uno de los lados de Hermione.

—¿Cómo sabes todo eso?

—Los herederos sangrepura memorizan tres generaciones de árboles genealógicos de otras familias cuando los herederos de estas son de edades cercanas a la suya o van a tener algún tipo de contacto —ella se encogió de hombros—, sólo recuerdo algunos que escuché repetir a mi hermano. Es un apellido que me suena de algo, no recuerdo qué.

—¿Jacint y Draco se aprendieron todo eso? ¿Cuántos árboles son?

Pansy le restó importancia con un gesto de su mano.

—No estoy segura, entre veinte, veinticinco, tal vez treinta si se aprendieron los de socios comerciales internacionales —señaló hacia adelante, donde la niña rubia —Luna— balanceaba sus pies y echaba la cabeza hacia atrás, para contemplar el cielo. Draco regañaba a Lep por algo que acababa de hacer—. ¿Qué es eso que lleva en la cabeza?

Harry volvió la mirada hacia ellos.

No lo había notado. Luna cargaba una pieza de joyería de un color muy similar a su cabello, con una piedra ovalada y azul en el centro, que se localizaba unos centímetros por encima de su cabeza.

—Es una réplica hecha por duendes de la diadema pérdida de Ravenclaw —explicó Hermione con voz queda, cubriéndose la boca con una mano para disimular mejor—, dice que se la regalaron hace varios años, llegó a Hogwarts con ella dentro del baúl. Algunos Ravenclaw creen que es la verdadera.

—¿Lo es? —preguntó Harry. Parecía una corona de princesa, como las de los cuentos muggles de hadas.

—No lo sé —Hermione torció la cabeza y realizó un gesto vago—, nadie está seguro de cómo es, y si fuese la verdadera, tendría que tratarse de alguien con una gran suerte, o muchos contactos en el mundo mágico y dinero. No es algo que se entregue como un regalo a una niña, ¿no?

—No, no lo es —Pansy observaba a su mejor amigo con los ojos entrecerrados. Por un segundo, Harry tuvo la impresión de que esperaba alguna explicación acerca de por qué no se encontraba sentado del lado del carruaje en que estaban ambos. Tuvo que morderse el labio para contener la risa.

Claro que las dos lo notaron y giraron la cabeza hacia él.

—¿Qué? —Pansy hizo un pequeño puchero. Consideró no decírselo, luego negó y abrió la boca.

—Lo siento —dijo, seguido de un resoplido de risa—, es que, no sé, ustedes dos son iguales.

Su amiga pestañeó, apuntó a Draco y después a sí misma. Harry asintió con una sonrisa.

—¿En qué?

—Él también se molesta cuando haces un amigo —se encogió de hombros, recordando sus preguntas, el año anterior, sobre si deberían escribir al hermano de Pansy porque esta hablase con un muchacho mayor un par de veces en la Sala Común. No era diferente de cuando Pansy lo veía con las Greengrass, o con esa niña extraña.

Ella emitió un sonido de indignación y elevó la barbilla, sin dirigirles una segunda mirada. Se alisó los pliegues de la falda que llevaba, que no lo necesitaba, porque ya estaba perfecta.

—Por supuesto, alguien tiene que cuidarlo —puntualizó—. Draco es nuestro dragón gruñón.

—Te escuché, Pansy —intervino el mencionado, en tono aburrido, apenas levantando la cabeza del pelaje de su conejo, que no paraba de cambiar de color mientras buscaba un buen sitio para combinarse con su ropa.

—No dije nada que no supieras —le replicó ella, haciéndolo rodar los ojos.

—Oye —Hermione le dio un leve toque en el brazo para capturar su atención, susurraba, y alternaba la mirada entre ambos con una expresión de interés casi científico—, ¿ellos siempre son así? ¿Es cosa de sangrepuras eso de ser tan...? —gesticuló con las manos, como si la palabra estuviese ahí, delante de los dos, pero no pudiese o no supiese utilizarla.

—¿Celosos? ¿Exagerados? ¿Dramáticos? —ofreció él. Hermione volvió a torcer la boca.

—Eso también.

—Sí —asintió—, creo que todos son más o menos así, pero ellos deben ser peor. Un poco. Luego te acostumbrarás.

—¿Tú te acostumbraste?

Harry dejó caer los hombros, soltando un suspiro pesado.

—No tenía más opción.

Desde el asiento en el otro lado del carruaje, Draco le lanzó una patada sin fuerza, que dio inicio a otra de sus absurdas peleas, e hizo que Luna diese saltitos y aplaudiese, hablando sobre decidir un bando, y Hermione, horrorizada por su comportamiento, le preguntase a Pansy si eso también era normal. Su amiga se rio y asintió varias veces, sacando la cámara para tomarles una fotografía, una vez que estuvieron más allá de los muros de Hogwarts.

Perdieron de vista a Luna cuando la marea de estudiantes se bajaba de los carruajes para ir hacia el recibidor y pasar al banquete. Hermione intentó recordarle que tenía que seguirlos, para la niña se alejó dando vueltas en el pasillo, similar a las bailarinas de ballet, y les dijo algo sobre una promesa de llevarles carne cruda de las cocinas a los thestral antes de que se pusiese más oscuro.

En la entrada al comedor, el peculiar grupo se dividió entre las diferentes mesas, los gemelos empujándolos e invitándolos a unirse a sus primeras bromas del año escolar el día siguiente, mientras se iban con los demás Gryffindor. Ron les hacía muecas divertidas desde la mesa de Hufflepuff, Hermione les prometió darles las noticias sobre el club en cuanto supiesen cuándo y dónde se iban a reunir, antes de ser arrastrada por un conjunto de estudiantes de su Casa.

Daphne Greengrass fue la primera Slytherin en caer en cuenta de su presencia y se abalanzó sobre Draco y él para abrazarlos, por lo que Pansy emitió un quejido y se hizo a un lado. Cuando se sentaron en su propia mesa, los demás niños de tercero estaban haciendo preguntas y hablando sobre viajes a otros países por las vacaciones.

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La primera carta del corresponsal que utilizaba una lechuza del colegio llegó al día siguiente, durante el desayuno. Harry notó que Pansy se movía más lento, a propósito, para poner su atención en su mejor amigo, que la desdobló y leyó como de costumbre, para después guardársela y continuar reprendiendo a Lep y alejándolo del plato de las salchichas. No hubo preguntas, ni él les contó algo.

Después de un rato, la niña inició otra de sus pláticas infinitas acerca del contenido de las clases y las materias optativas; no era la primera, y definitivamente no sería la última vez, que tenían una discusión porque Pansy había agregado Estudios Muggles y Adivinación a su plan de estudios. Draco no podía entender qué se suponía que aprendería de muggles y una bola de cristal, cuando, según él, pudo haber entrado a Aritmancia y Runas Antiguas y ser su compañera. Harry, que había optado por las que sonaban más fáciles, los dejaba discutir acerca de historia y especialidades de magos famosos de los que ni siquiera había escuchado hablar en su vida.

Esos días de clases fueron un caos, mientras se reajustaban a los nuevos horarios, el ajetreo de las Casas, y recorrer medio castillo en los cambios de salones que no les daban descansos de más de diez minutos, y por los que algunos estudiantes llegaron a perderse en un par de ocasiones.

Sólo en la primera semana, a Snape le había dado por atiborrarlos con un ensayo tan largo que se cansaba de sólo pensar en ello, Ioannidis decidió que tendrían un año lleno de prácticas, y Harry estaba atrapado en un constante vaivén, en que era arrastrado por alguno de sus dos amigos Slytherin.

Cuando les tocaba Adivinación, Pansy se enganchaba a su brazo para que caminasen juntos, y Draco mascullaba sobre ramas de la magia sin sentido. Habría jurado que hacía pucheros, a pesar de lo mucho que discutieron acerca de cuáles materias tenían pensado elegir los tres.

Draco veía Runas Antiguas, Aritmancia, y Cuidado de Criaturas Mágicas. Era en esa última en la que estaban juntos; tenía la teoría de que no era su preferida y existían motivos por los que la seleccionó también.

Ron, que le había escrito una carta para preguntarle por las materias que tomaría, se apareció junto a ellos en la primera clase de Adivinación, para compartir mesa con él y Pansy, y luego en el patio, arrugando la nariz al ver a Draco, aunque mucho más tranquilo al respecto de lo que se esperaba.

La segunda semana de clases, cuando estaba convenido de haber cogido el ritmo de nuevo, se enteró de que Draco compartía la mesa en Aritmancia y Runas Antiguas con Hermione Granger, porque los vio debatir el tema de clases en el corredor y acordar cómo harían una especie de tabla numérica, cada quien por su parte, para no perder tiempo reuniéndose. Cuando su amigo supo que los había observado, elevó la barbilla, y le pasó por un lado, fingiendo que no tenía idea de por qué le sonreía de ese modo.

—Alguien es amigo de sangresucias...—canturreó, usando el apelativo de forma intencional, aun cuando le dejase un regusto amargo en la boca, porque sabía que era lo que más le afectaría.

—Merlín libre al pobre de esa desgracia —fue lo único que contestó, bufando.

Sin embargo, los vio en varias oportunidades, y un día, alrededor de la tercera semana, que tuvo que pasar por el salón de Runas de improviso, para pedirle el rollo de pergamino con un ensayo que había dejado en su maletín por accidente, se percató de que era en serio. Draco Malfoy, heredero sangrepura conocido por despreciar a los hijos de muggles, estaba sentado a un lado de una de ellos. Lo que era más, mantenían una conversación civilizada mientras rellenaban un trozo de papel con símbolos que no podía entender.

Su amigo le dijo que lo maldeciría si se lo contaba a alguien más. Él no tuvo que decirle que Pansy ya lo sabía, por boca de la propia Hermione, y que a nadie le importaba que por fin fuese un poco más abierto con su círculo.

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A mediados de octubre, recibieron una carta de Hellen Rosier, en la que les contaba sobre sus experiencias en la Academia de Inefables y les deseaba suerte ese año, seguido de una posdata en la que les pedía que le echasen un ojo a los de segundo de ese curso y tuviesen cuidado de que Lucian y Montague, que eran los encargados de los Juegos, no fuesen a "dejar morir a esas pobres criaturas", en sus palabras.

Harry acababa de regresar al dormitorio, después de haber enviado la respuesta con Pansy, que redactaron entre los dos —bueno, él le dio ideas, ella escribió y lo hizo sonar elegante e importante—, cuando encontró a Draco sentado de piernas cruzadas sobre su cama, rodeado de pergaminos de dibujos y trazando una línea invisible en un papel, con una pluma especial.

Para no interrumpirlo, se quitó la túnica y la dejó sobre la tapa del baúl con tanto sigilo como le fue posible. Luego se sentó en una de las orillas del colchón, mirándolo.

—¿Qué quieres, Potter? —preguntó él, sin despegar los ojos de lo que llevaba a cabo. Había apoyado el pergamino en una superficie plana de madera, que se colocó sobre la rodilla, y movía el papel en una especie de círculo, la pluma de tinta invisible no dejaba de trazar líneas; se preguntó cómo sabría si lo estaba haciendo bien o no.

—Sólo averiguo qué haces —admitió, encogiéndose de hombros, a pesar de que este no lo fuese a notar. O tal vez sí lo hizo.

—Nott sigue en la Sala Común con los demás, ¿cierto?

Harry frunció un poco el ceño, emitiendo un ruido afirmativo desde la garganta.

—Estaban jugando verdad-o-no-verdad. ¿Qué tiene eso que ver?

—Estoy haciendo el último bosquejo de nuestro mapa —abrió mucho los ojos al escucharlo. Sin pensarlo, se arrastró con manos y rodillas hacia él, hundiendo el colchón bajo su peso y ganándose una mirada desagradable, porque casi lo había movido en el proceso. Draco se aclaró la garganta y continuó—. Creo que, con esto y algunos hechizos más, vamos a tener la primera versión lista. Todavía es posible que tengamos que hacerle modificaciones más adelante, y estará a prueba por un tiempo, Black dice que tenemos que asegurarnos de que no se altere con el uso, pero...

Harry no podía dejar de saltar en la cama. Draco, resignado, dejó de enfocarse en el dibujo invisible y bajó la pluma, para evitarse algún error.

—¿Cuándo lo vamos a usar? ¿Saldremos esta noche? ¿Ya puedes transformarlo? —cuestionó sin pausa, sujetándose de sus hombros y observando las pilas de pergaminos por debajo de él. Después lo rodeó con los brazos, apoyando la barbilla en su coronilla, en medio del cabello rubio y de aroma encantador, según Harry— ¿le vamos a poner un nombre también? ¿Cuál es la contraseña? ¿Conseguiste que se...?

Draco levantó el brazo y le presionó la pluma contra los labios para que se callase. Harry cerró la boca, pero no dejó de removerse sobre el colchón y sonreír.

—Si te muestro un poco sobre el mapa, ¿me vas a dejar que termine de dibujar? —no dudó en asentir con ganas, repetidas veces.

—Pero recuerda que tenemos que ir con los Ravenclaw hoy, Hermione nos espera. Y Luna —añadió, recordando que Pansy le había pedido que le 'sacase' información sobre la niña de segundo. Él no iba a hacer tal cosa, sólo la mencionaría, o preguntaría si sentía curiosidad sobre un asunto específico. Si su amigo le contestaba, bien, y si no, tendría que resignarse a la idea de darle espacio.

El niño arqueó una ceja en su dirección, la mirada que le envió le dejó en claro que conocía bien sus intenciones, por lo que Harry se encogió de hombros y se dijo que, más tarde, le contaría a Pansy que al menos lo intentó.

—No tardaré mucho —prometió, haciendo girar la pluma entre sus dedos. Él asintió, se volvió a sentar a su lado, y aguardó—. Puede que haya hecho algo interesante…sin preguntarte. En mi defensa, fue idea de Sirius. En parte.

—¿Qué? —Harry se enderezó, intentando imaginarse qué otra modificación podría haber pasado por su mente— ¿qué hiciste?

Draco sonreía cuando deslizó la varita desde su manga con un giro de muñeca, se inclinó hacia adelante y tocó uno de los pergaminos con la punta. Notó que volvía la cabeza para mirarlo, probablemente a la espera de su reacción, pero él se concentró en lo que aparecía en el papel y estrechó los ojos para leer con la escasa luz.

La caligrafía era estilizada, pomposa y digna de un sangrepura, de ese modo en que la suya nunca lo sería, porque no se molestaba en alargar el final de las letras de forma innecesaria ni agregarle detalles de más. Sobre el pergamino apareció una mancha de tinta negra, que podría haberse hecho pasar por un accidente con el bote, si no fuese por las palabras blancas, que adquirieron cierto brillo cuando intentaba descifrarlas a ciegas.

"Hopear" mencionaba una cinta que aparentaba tener los pliegues a los lados enrollados, igual que un antiguo enunciado. Debajo, la silueta del castillo se dibujaba a gran velocidad, algunas frases yacían al pie de la versión miniatura de Hogwarts.

Fueron reemplazados después de un momento por un simple mensaje: "Aún en construcción, ¡vuelve después, Hopear!", que regresó a ser la presentación anterior y terminó por desvanecerse, sin dejar ni un simple rastro de tinta en el papel.

Harry lo observaba con la boca abierta, hasta que cayó en cuenta de que el otro niño esperaba alguna reacción. Empezó a saltar en la cama, sentado, otra vez.

—Me encanta —le aseguró con una gran sonrisa—. ¿Qué es "Hopear"?

Draco lo señaló. Él ladeó la cabeza y frunció apenas el ceño.

—Es un anagrama de "Harry Potter", todo un juego de palabras* —se rio por lo bajo, negando—; este es tu mapa.

Volvió a mirar el pergamino, y después de observarlo y recibir un asentimiento, extendió una mano para tocarlo. No se sentía diferente a ninguno de los papeles que utilizaba por lo general en clases, ni tampoco lucía como si contuviese algo excepcional.

Harry no podía dejar de sonreír cuando lo puso de nuevo en la cama. Giró la cabeza hacia su amigo, y este pareció liberar cierta tensión, que no sabía en qué momento se le había acumulado.

—Me pusiste un apodo sin decirme —fingió quejarse, cruzándose de brazos, pero el otro rodó los ojos y elevó el mentón, con una sonrisa de suficiencia—, tienes que contarme qué es.

—Averígualo por ti mismo —se encogió de hombros. Harry resopló.

—Al menos dime por qué me lo pusiste.

Draco emitió un sonido negativo, a la vez que sacudía la cabeza.

—¿No te gusta?

Debió decirle que no, como parte de su protesta porque no le contase, pero incluso la simple presentación era más de lo que hubiese esperado lograr. Y el apodo le sonaba bien.

Lo repitió un par de veces dentro de su cabeza, para sí mismo, y decidió que , le gustaba. Volvió a sonreír.

—Sí me gusta —rozó una de las orillas del pergamino con el índice. Junto a él, Draco acomodó otro de los rollos de papel sobre la superficie de madera y entre sus piernas, para continuar con los trazos que Harry no podía ver. Bajando la cabeza, para procurar no fastidiarle el trabajo, preguntó:—. ¿Cuál es el tuyo?

Él ya se encargaba de las primeras líneas. Estrechaba los ojos y apretaba los labios en señal de concentración; no le dirigió una mirada al escucharlo.

—¿Mi qué?

—Tu apodo.

—Trabajo en eso —bufó—, mi nombre tiene anagramas que no son tan buenos. Estaba pensando que usar otro juego de palabras podría darme un mejor resultado.

—O algo sencillo —se encogió de hombros, a pesar de que era consciente de que no lo veía en ese instante—, como, no sé, serpiente negra, ¿dragón negro?

Draco levantó la mirada un instante, arqueó la ceja con una de esas preguntas silenciosas a las que no encontraba respuesta, y retomó su trabajo enseguida.

—Se supone que me ibas a dejar terminar si te lo mostraba, ya lo hice —puntualizó, girando la pluma entre sus dedos después de haberla metido en el frasco de tinta sin color. Sopló la punta con cuidado—; ahora deja que termine aquí.

Él asintió, pero sólo estuvo balanceándose en el colchón alrededor de medio minuto, antes de inclinarse sobre uno de sus hombros de nuevo.

—¿Cómo haces para saber si estás haciendo las líneas bien?

Draco se detuvo en seco, cuando casi lo mueve, otra vez, y soltó un suspiro exagerado, dejando caer los hombros.

—Esta tinta funciona con un hechizo que me deja verla hasta que se haya secado, o de otra forma, nunca podría escribirse nada de...

Harry se tendió en uno de los extremos del colchón y lo escuchó hablar; aunque sabía que tendría que dejarlo tranquilo, continuó haciendo preguntas y contándole sucesos al azar mientras él realizaba los trazos. Draco no volvió a quejarse, hasta que estuvo a punto de hacer una línea errónea y le lanzó una almohada, amenazándolo con arrojarle una maldición escupe-babosas, si no lo dejaba concentrarse.

Resignado, se dedicó a jugar con Lep, que acababa de despertar de una siesta larga para subirse a su pecho, y al verlo, cambió su pelaje a un negro desordenado y largo, que lo hacía lucir como una bolita de pelo más que un conejo corriente.

Cuando bajaron a la Sala Común, todavía faltaba una hora para el toque de queda, llevaban pases especiales a modo de invitaciones, firmados por el Jefe de la Casa de Ravenclaw, y sus compañeros estaban formados en un irregular círculo cerca de la chimenea, aún jugando e intentando que el escaso y débil fuego les hiciese algún efecto. Alguien propuso hechizar las mazmorras para conseguir calefacción mágica, se escucharon murmullos de acuerdo. La misma persona comentó que deberían pedir chocolate caliente a los elfos domésticos, y volvieron a darle la razón; no hechizaron nada, pero hubo una ronda de elfos que dejaban tazas a los estudiantes de segundo y tercero para cuando estaban saliendo.

Uno los alcanzó, y entre susurros, chillidos y alabanzas, les tendió chocolate que sólo Draco recibió.

—...en serio, Potter, algún día tendrás que dejar de ver a esos elfos como si fuesen personas...—decía él mientras caminaban, interrumpiéndose sólo para darle sorbos a la bebida. Harry, que simuló tomarse el regaño con seriedad, hizo un esfuerzo sobrehumano para no echarse a reír por la expresión fascinada que su amigo ponía ante cada probada del chocolate.

Caminaron sin prisas a la Torre de Astronomía. Se encontraron sólo un Prefecto en el camino, a quien le enseñaron los pases, y este los dejó continuar.

Esa noche, Draco le había dicho que utilizarían una proyección mágica de un planisferio celeste, que no sólo mostrase las constelaciones, sino también los objetos que se hallaban en cada una y la silueta del dibujo que le daba nombre. Él no tenía idea de qué era lo uno ni lo otro, más allá del concepto vago de que tenía que ver con las estrellas en el cielo y algún tipo de mapa, pero sonaba interesante, Draco gesticulaba al hablar y tenía esa mirada, y bueno, puede que fuese difícil que pensase en interrumpirlo cuando se comportaba de ese modo.

Su larga experiencia como amigo de Draco, le decía que era mejor dejarlo hablar de lo que lo apasionaba, incluso si él necesitaba repasar las palabras que no entendía en su cabeza para ponerlas en contexto, y que si le hacía una pregunta, daría lugar a una explicación aún más larga y detallada. Y si debía ser sincero, no le molestaba.

Quizás, si se hubiese tratado de alguien más, se hubiese cansado. No estaba seguro.

Pansy ya estaba instalada entre los otros estudiantes cuando llegaron. Cubrieron el suelo de la torre con cobijas gruesas y almohadones, y todavía quedaban algunos extras para aquellos que tuviesen frío durante las horas que pudiese alargarse la reunión; con los Ravenclaw y sus dos amigos, Harry tenía la impresión de que se quedarían toda la noche, si el permiso no tuviese un límite hasta la una de la madrugada.

Aparentemente, lo que iban a ver sería proyectado en el techo. Mientras se abrían paso hacia donde Pansy y Hermione apartaron algunos almohadones en un rincón para ellos, se percató de que había, entre el grupo, una Gryffindor y dos Hufflepuff que no estuvieron ahí antes. Los del curso de Hermione tendrían que estar contentos por la participación de otras Casas.

Las saludó a las dos cuando las alcanzaron, se envolvió entre las cobijas al acostarse, e intentó que Lep, que se escabulló fuera del cuello de la bata con que Draco se cubría el pijama, no se le fuese a echar otra vez encima. Fue en vano; el conejo podía ser tan testarudo y caprichoso como su dueño.

Tenía que reconocer que la dichosa proyección era interesante, le recordaba a las que tenían los centros de observación de estrellas de muggles, al menos hasta que alguien, de un curso mayor, utilizó un encantamiento que dibujó las constelaciones y las hizo cobrar vida. Hermione era quien explicaba la mitad de las cosas, junto a otra chica que debía estar en el sexto año o séptimo; la otra mitad del tiempo, dejaba hablar a los demás, o abría lo que los Ravenclaw llamaban un "debate".

Y si tenía que ser sincero, creía que los Ravenclaw lo debatían todo. Algunos usaban palabras extrañas, otros ponían una mala cara cuando los corregían, había de los que se echaban a reír si alguien les decía que tenían un error y asentían y prestaban atención cuando les explicaban por qué. A un muchacho que se quedó dormido, lo despertaron haciendo que una constelación de un monstruo marino le rugiese en el oído, y si contuvieron la risa, fue sólo porque no tenían intenciones de ser sacados de la torre a medianoche por alterar el silencio del castillo.

También le gustaba la forma en que trataban a Pansy y Draco. A diferencia de los Gryffindor, que tenían los dos polos opuestos: intentaban molestarlos y mantenerse tan alejados de ellos, como si estuviesen enfermos, o se peleaban con los demás de su Casa, para que dejasen de hacerlo, y de los Hufflepuff, que los recibían en la Sala Común —a él, al menos, porque nunca había llevado a su amiga—, y no murmuraban a sus espaldas ni hacían muecas, pero tampoco se acercaban si no tenían algún motivo, los Ravenclaw eran los únicos que había visto, además de los propios Slytherin con que compartían, que se sentaban a hablar con ambos, como los niños normales que eran.

Allí no parecía importar si sus padres estuvieron en la cárcel de máxima seguridad mágica, o por qué podría haber muerto uno de ellos, ni si su corbata del uniforme tenía un color distinto, el estatus de sangre de las familias o los apellidos. Pansy sonreía más de lo usual mientras hablaba con el resto, que aún estaban intrigados por el hecho de que fuese una hatstall*, y aunque Draco fuese menos expresivo por la cantidad de personas que los rodeaban, lo vio contestar un par de preguntas e incluso cambiar su color de ojos para algunos estudiantes, que parecían interesados en asuntos de cambiaformas y metamorfología.

—...no todos somos así —le explicó Hermione, después de que le hubiese preguntado si los Ravenclaw tenían algún código de comportamiento con miembros de otra Casa, o algo por el estilo. Ella sonrió de forma leve al negar, y señaló hacia un lado; allí, con la espalda apoyada en la pared, sentada, la cabeza echada hacia atrás para contemplar la proyección mágica, estaba Luna—. A ella la molestan algunos estudiantes mayores de nuestra Casa. Y a él —apuntó a otro niño, escuálido, que no sería ni siquiera de segundo año—, le rompieron los lentes hace poco por haber contestado mal un acertijo —ella se encogió de hombros—. Habrá personas buenas y malas en todas partes, y algunas que serán las dos cosas; una Casa no cambia eso. Te dicen que eres ambicioso, no que pisoteas a los demás para avanzar, y a mí que valoro la sabiduría, no que estoy libre de errores.

Él asintió despacio, tomándose el tiempo para asimilarlo. Cuando la vio inclinarse sobre los almohadones y hacerle una pregunta a Draco sobre la tradición Black que le daba nombre de estrellas a su linaje, y escuchó su respuesta haciendo anotaciones en un pergamino que ya estaba lleno al tope, Harry sonrió y decidió que le agradaba bastante y que era bueno que alguien con esa forma de pensar estuviese cerca de ellos. Quizás aún más de Draco.

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Salieron de la Torre de Astronomía al final de una marea de estudiantes que conversaba en murmullos, para no alertar a los profesores que pasaron veinte minutos de más fuera de los cuartos, ni a otros chicos de que estaban rondando por el castillo. Pansy caminaba con un grupo de niñas de Ravenclaw, que incluía a Hermione, y no paraban de hablar sobre algo que las hacía gesticular mucho y soltar risitas. Harry iba unos pasos por detrás de Draco, que caminaba codo a codo con Luna Lovegood, sin mirarse ni decirse una palabra; la niña rubia no dejaba de dar vistazos alrededor, tararear y balancearse de un lado del otro, como si estuviese en un vals de alguna melodía que sólo ella podía escuchar, y era sorprendente que a él no le molestase.

Comenzaron a separarse a medida que los caminos para las diferentes Salas Comunes se apartaban, susurros de buenas noches inundaron los pasillos. Hermione incluso les deseó suerte en el partido de Quidditch que estaba a dos días, a pesar de haber mencionado una vez que no le atraía el deporte. Alguien tuvo que llevarse a Luna del brazo, porque parecía andar en su propia burbuja, inconsciente de todo cuanto la rodeaba.

Pansy fue por delante de ambos, les hablaba en voz baja sobre lo mucho que le gustaron las proyecciones de una constelación en particular, de la que él no podía recordar el nombre porque solía confundirla con otra parecida, cuando frenó en seco y ahogó un grito. Dos varitas estuvieron fuera casi al instante, la de ella con un lumos, la de Draco con un encantamiento repelente en la punta. Harry no vio sentido en sacar la suya. ¿Qué podía ocurrirles dentro del colegio, que no hubiese sucedido ya?

Distinguió la silueta que su amiga debía haber notado en medio de la oscuridad cuando avanzó hacia ellos. Llevaba el cabello suelto, largo, justo como lo recordaba, y la ropa blanca que había utilizado la última vez que lo vieron en su forma humana.

Bonnie inclinó la cabeza hacia ellos, un gesto apenas perceptible, que era más un tipo de saludo. Al reconocerlo, Draco bajó la varita y la guardó. Pansy se demoró un poco más, antes de preguntar un "¿Bonnie?"; cuando recibió un asentimiento y un escueto saludo, debió decidir que no había peligro alguno para ninguno de ellos.

—Necesito hablarles —mencionó, en tono suave y calmado, quizás demasiado para alguien que había aparecido dentro de un edificio con protecciones mágicas, en medio de la noche.

Pansy alternó la mirada entre los tres, uno a uno, y se rodeó con sus propios brazos, soltando un suspiro dramático.

—Supongo que esa es mi señal para irme.

—Buenas noches, Pans —Draco asintió. Ella protestó acerca de que no iba a esperarlos despierta y no se haría responsable por cualquier locura que cometieran tan tarde, les dio un beso en la mejilla a cada uno, y se marchó hacia las mazmorras.

Bonnie aguardó que el murmullo de su voz repitiendo la contraseña y los pasos leves dejasen de oírse.

Arcanos —Hizo un gesto extraño, similar a una reverencia que no necesitaba que se agachase por debajo de su estatura—, ¿les parece un paseo?

—Es más de la una y tenemos práctica de Quidditch mañana —recordó Draco, dándole un vistazo de reojo. Él se encogió de hombros, porque estaba seguro de que tendría sueño durante las horas en que haría las tareas atrasadas y en la práctica; un rato extra de desvelo no haría nada para empeorarlo. Su amigo asintió y se dirigió de nuevo al centauro joven—, pero supongo que un rato más no hace diferencia, ¿no?

Harry reprimió una sonrisa al darse cuenta de que pensaron igual. Bonnie se giró y les pidió que lo siguieran por uno de los corredores contiguos, que daban hacia el jardín interior.

Paseo en el patio por la madrugada, a principios del otoño, podría no haber sonado muy inteligente. A Harry le pareció una idea divertida. Junto a él, Draco les puso amuletos de calor a ambos, apenas la primera ráfaga de aire helado les rozó las caras y dieron un brinco.

El joven centauro deambuló por los bordes del jardín un rato, antes de ocupar uno de los bancos de piedra, bajo un árbol que comenzaba a quedarse sin hojas. Harry se preguntó, de forma vaga, cómo haría para evitar el efecto de las protecciones que el castillo debía tener para el ingreso.

Draco se sentó en un banco cercano y le hizo un gesto para que hiciese lo mismo, él se puso a su lado. Permanecieron en silencio por unos minutos, Bonnie parecía encontrar algo en el cielo nocturno particularmente interesante.

—Un poco antes de las épocas en que los estudiantes se van de vuelta a sus colonias humanas —comenzó a decir, en ese tono falto de emoción que caracterizaba a los de su raza. Harry supuso que se refería a las familias de los niños—, las proyecciones del Oráculo mostraron algo nuevo. El maestro Firenze decidió esperar a que hubiesen vuelto, porque si las imágenes continuaban inestables, habrían cambiado otra vez para su regreso —hizo una breve pausa, en la que observó a uno, luego al otro—. No cambiaron.

Otro silencio prolongado se formó entre ellos. Podía sentir la brisa helada de la noche contra el rostro, pero allí donde tocaba, el calor de los encantamientos le evitaba empezar a tiritar por el frío.

Harry se inclinó sobre la espalda de su compañero, apoyando la barbilla en uno de sus hombros.

—¿Crees que signifique algo? —le preguntó en un susurro. Draco parecía considerar exactamente ese detalle.

—¿Ya terminaron de interpretarlas? —añadió después de un momento, con una voz calmada que casi igualaba a la de la naturaleza de los centauros.

Bonnie asintió, despacio.

—No todo es exacto, nos ha costado más de lo que suele pasar con las visiones de las vidas humanas. El maestro Firenze las ha estudiado una y otra vez durante los días en que estuvieron en su colonia —otra pausa, en la que volvió a levantar la mirada hacia el cielo. No tenía idea de qué estaría buscando—. Pensó que era mejor aguardar, por si lo que hacían aquí también era capaz de cambiarlas.

—¿Y lo ha hecho?

—Se han movido un poco —reconoció el joven centauro, cuidadoso, medido—, no creemos que sea lo bastante importante como para afectar la lectura de las estrellas. El cielo ha sido lo bastante claro para que podamos reconocer ciertas señales.

Percibió, más de lo que vio, la profunda respiración que tomó Draco, antes de volver la cabeza hacia él.

—Parece que tendremos que hacer una visita a la colonia de centauros.

Harry le dio un vistazo a Bonnie, imperturbable, como de costumbre.

—Sí, eso parece —aceptó. Después de intercambiar una mirada, ambos asintieron a la vez.

 
Notas finales:

*Hopear: Hope-ar y Hopear. "Hope" de esperanza. Alusión al término rayo de sol que Cissy también usa en él de niño. "Hopear", en cambio, es el verbo usado para describir la sacudida de cola de un perro. (Sí, Draco lo está comparando con un cachorrito, básicamente)

*Hatstall: término arcaico para un estudiante cuya Selección llevó más de cinco minutos, ya que el Sombrero Seleccionador encontraba que tenían una personalidad igualmente adecuada para diferentes Casas de Hogwarts.


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