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Luz de luna por BocaDeSerpiente

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Capítulo treinta y cuatro: De cuando Draco está intentando ser bueno (y no entrar en crisis en el proceso)

Un día, Draco abrió la puerta al dormitorio de niños de tercero, para encontrarse a Harry sentado en su cama, con las piernas cruzadas y una caja entre estas. Una caja que conocía demasiado bien.

—Pensé que...—balbuceó, quitándole la tapa para mostrarle el contenido.

El telescopio estaba reparado. Apenas la noche anterior, Draco quiso ver las estrellas desde el cuarto y se arrepintió por completo de haberlo destruido, mientras que tenía que quedarse mirando el Lago Negro desde el ventanal, ya que no se podía apreciar más vista que esa en las mazmorras.

Parpadeó cuando los ojos le escocieron y caminó, despacio, hacia él. Harry le tendió la caja enseguida, así que la sujetó, revisó el contenido, que siguiese justo como lo recordaba, no porque dudase de él, sino por la necesidad compulsiva de asegurarse. Después de un suspiro, que lo alivió de una tensión que no sabía que había acumulado, depositó la caja a un lado.

Harry lo observaba con ojos enormes, brillantes, aguardando su reacción. Probablemente no se esperaba que le diese un abrazo que casi los derriba a ambos sobre la cama, porque soltó un grito agudo, antes de rodearlo y echarse a reír.

En retrospectiva, es posible que ese fuese el día en que supo que aquello era grave. Pero, como era testarudo y prefería no mencionarlo, ahí estaba, tirado en el laboratorio de pociones para hacerse tiempo para pensar con claridad y en paz, cosa que le era cada vez más difícil cuando estaba en su cuarto, por culpa de una presencia y cierta sensación con los que todavía intentaba lidiar, una que llevaba tiempo ahí, pero de pronto, se había hecho casi insoportable.

Era mediados de marzo, un sábado. Hacía un frío atroz en las mazmorras, como de costumbre; él estaba en una de las sillas altas junto a los mesones, y después de asegurarse de que la superficie no tuviese ningún rastro de material cáustico, tóxico, o dañino de cualquier modo, había recostado su cabeza, de costado, sobre esta. Incluso la maldita mesa estaba helada. Suspiró.

A lo lejos, podía escuchar el débil barullo que hacían los Slytherin que irían a la salida de Hogsmeade de esa semana, con sus conversaciones respectos a los planes que tenían y los pasos que se perdían más allá de la puerta, reforzada por encantamientos para evitar que el bullicio se oyese con fuerza ahí dentro. Y más cerca, más perceptible, Snape no paraba de girar una vara de cristal en un frasco del mismo material, lo que llenaba el laboratorio de tintineos, a la vez que su magia le daba vueltas a la mezcla de un caldero con un cucharón. De cierta forma, el sonido de las burbujas en el punto de ebullición, el susurro de tela que indicaba el movimiento del profesor, los resoplidos y siseos que este daba y que creía que no notaba, le resultaban familiares y reconfortantes, en especial en ese momento de confusión, del que aún no estaba seguro cómo iba a salir.

Si es que lo hacía.

Si cerraba los ojos, casi podía oírse a sí mismo, su yo de un año atrás, murmurando esas dichosas palabras que, más que una admisión, serían una condena.

...creo que me gustan los niños...

Tenía que admitir que el término no era "creer", pues aquello daba por hecho que no era una revelación ni un suceso comprobado, cuando en realidad, sí lo era. Tal vez la palabra hubiese sido "sé".

No se había sentido con valor de sugerir algo así frente a Harry, por supuesto.

¿Debería haberlo hecho?

No es que cambiase algo del dilema que tenía. Ya había pasado, meses completos transcurrieron desde entonces, no tenía sentido volver a escarbar en ello.

No, no lo tenía.

Simplemente debía dejar de pensar en la expresión, esa de que esperaba algo, cuando le regresó el telescopio, y la risa que soltó sobre su oído cuando lo empujó hacia atrás por el abrazo, sin darse cuenta. Sí, sólo eso. No podía ser tan difícil.

Volvió a suspirar y cambió de posición, la cabeza hacia el otro lado. Casi por inercia, sus ojos encontraron a Snape, de pie tras uno de los mesones, concentrado en la tarea de cortar trozos cuadrados y tan precisos como le era posible, de un material blanquecino y de aspecto duro, al que luego comenzó a aplastar con uno de los laterales del cuchillo. Todo eso sin dirigirle una mirada a su ahijado, a pesar de que era consciente que este le prestaba atención, y a su vez, Draco sabía que él lo era. Así de sencillas eran las cosas entre ambos.

Snape dejó el nuevo ingrediente dentro del caldero, aguardó a que el humo que brotaba de la ebullición cambiase de color, luego apagó el fuego y le puso un hechizo que mantendría la poción en ese punto exacto, para que continuase en otro momento. Debía ser de las de procesos largos, que le tomaban varios días y mucha dedicación; aunque no solía importarle si Draco estaba ahí o no, cuando las hacía, estaba claro, por su mirada, que le aguardaba más y no continuaba por su presencia.

Severus tomó asiento, apoyó los codos sobre la mesa, la barbilla en la parte de arriba de sus manos unidas una a la otra. Despacio, el niño se enderezó e imitó su posición.

Permanecieron unos segundos así, observándose del mismo modo, desde mesas opuestas, a un metro de distancia, aproximadamente. Después el hombre elevó una ceja en una pregunta silenciosa, por la que Draco apretó los labios. Cuando suspiró luego, era posible que ya tuviese en mente lo que le iba a soltar nada más abrir la boca, así que decidió adelantarse.

—¿Por qué nunca vas a Hogsmeade, Sev? —se tomó la libertad de llamarlo por el apodo, aunque él estrechase los ojos en respuesta, porque estaban solos. Y era su padrino. Tenía derecho a llamarlo como quisiera, aun si era el profesor que causaba pesadillas en los niños de primero.

—¿Ahora me dirás que quieres que vaya para que nos tomemos unas cervezas de mantequilla en las Tres Escobas? —espetó, con la boca formando un rictus de desprecio. Le hubiese sacado una sonrisa, si no tuviese la mente ocupada en otros asuntos.

—Y fortalecer el lazo padrino-ahijado —asintió, con expresión solemne, lo que le ganó un bufido de poca clase de parte del hombre.

—Sí, ya te imagino separándote de la señorita Parkinson y el chico Potter para ir a encontrarte conmigo —Draco tuvo que reconocer que era improbable. Más en esa situación en que se había sumido.

Y de nuevo, caía en cuenta de eso.

Con otro suspiro, bajó los brazos, los flexionó uno sobre el otro, y enterró la cabeza entre estos. Nada como la seguridad proporcionada por el escondite, sin duda.

Lo que hubiese sido mejor, si no tuviese a Snape al frente, con los ojos puestos en él, y en calidad de ahijado-padrino, fuese el único estudiante del colegio por el que se levantaría para caminar hacia el mesón y tocarle la cabeza. El contacto era ligero, casi tan fantasmal como la legeremancia que aplicaba para calmarlo. Severus no era de revolverle el cabello, lo que apreciaba mucho porque odiaba despeinarse, ni tampoco solía ser de caricias y mimos. Que lo hiciese luego de que se ocultó, significaba más de lo que podía poner en palabras; sólo alguien que lo conociese bien, sabría decirlo.

Levantó el rostro, la barbilla apoyada sobre los brazos para entonces.

—Un knut por tus pensamientos.

—Mis pensamientos valen, como mínimo, un galeón completo —replicó, ganándose una ceja arqueada y una mirada de advertencia. Sí sonrió a medias esa vez, alzando un antebrazo y presionando un lado de la cara contra este.

Snape pareció considerarlo durante unos momentos, para después arrastrar un banco con un movimiento de muñeca, sin varita —el profesor rara vez utilizaba la varita, cuando estaban a solas, como muestra de que no tenían nada que ocultarse—, y sentarse junto a él.

—Uno de mis pensamientos por uno de los tuyos —puntualizó. Era una buena oferta, de las mejores que podía hacerle.

Fingió que lo sopesaba, como si hubiese algo muy grande e indecible dentro de su cabeza, que en parte, era cierto, pero no tenía por qué mencionárselo. No todavía. No hasta que supiese cómo continuar apartándolo, disimulándolo.

—Tú primero —añadió el maestro, cuando acababa de abrir la boca para decir justo eso. Draco bufó.

—A ver...—dejó las palabras en el aire, tomándose una pausa. Sabía que no revisaría su cabeza con legeremancia, ni necesitaba hacerlo; no es como si la omisión fuese una mentira—. Pensaba que Pansy debe estar esperándome para ir a Hogsmeade, porque cree que lloraré cuando vea a madre. También a dónde me gustaría ir por las vacaciones.

El profesor asintió después de unos segundos.

—Aún queda tiempo para pensar lo de las vacaciones —la indirecta era clara. Preocúpate por tu madre, ya tendrías que estar ahí, Draco.

Él asintió. No tuvo que decirle que era su turno para que Snape volviese a hablar, aunque sí utilizó un tono más bajo.

—Estoy comenzando a preocuparme por tu…relación con el chico Potter.

Había sido directo, conciso, como era común en él. Draco no pudo evitar enderezarse, poniéndose rígido a la vez. Contuvo la respiración un momento, lo analizó, y al no percibir un tono acusador, se permitió exhalar despacio y con cuidado.

—¿En serio? —musitó. Se negaba a preguntar por qué, a hacerse ideas. A imaginarse que lo sabía, lo que, pensándolo bien, era probable.

De hecho, conociéndolo, Snape lo habría sabido un año atrás, o incluso más. Lo habría sabido antes que él mismo.

La simple idea le daba dolor de cabeza.

El profesor volvió a darle un escueto asentimiento. Él tragó en seco e hizo ademán de levantarse.

—Debería ir por Pansy para la visita, madre ya debe haber llegado —informó, en tono claro, mirándole directo a los ojos, porque de no hacerlo, sería acorralado y se veía incapaz de enfrentar un argumento.

Snape le dedicó una mirada larga y concienzuda, que prometía que aquel sería, inevitablemente, otro de esos temas de los que no podía escapar, como lo fue el asunto con su padre y la visita semestral. Después asintió.

—Suerte —le deseó en un murmullo, dándose la vuelta para regresar a la otra mesa y continuar con su tarea.

Draco se mantuvo ahí por unos instantes, las palabras en la punta de la lengua. Todavía no. Se lo diría, pero todavía no.

En unos meses, se prometió.

—Voy a contarte lo que me diga apenas regrese —recibió un vago sonido afirmativo del hombre, que acababa de descongelar la poción para continuar inmerso en ella.

No habría sabido explicar lo agradecido que se sentía cuando salió del laboratorio, consciente de haberse saltado un muy posible e incómodo interrogatorio.

Caminó sin prisas hacia la Sala Común, dio la contraseña de turno y entró. Estaba casi vacío, porque la visita había comenzado hace alrededor de una hora; los que quedaban, en su mayoría, eran estudiantes de tercero y cuarto que iban con retraso por cualquier motivo, y los de séptimo, que iban a sus habitaciones y se negarían a ver la luz del día por lo que quedaba de fin de semana, para estudiar para los exámenes.

Pansy se encontraba en el sillón que solía ocupar frente a la chimenea que no calentaba tanto como les gustaría; unos días atrás, en un arranque de solidaridad, Lucian Bole y otros de último año, le lanzaron encantamientos para que generase más calor, y los más jóvenes se lo celebraron, pero al día siguiente, el efecto se había pasado. Su amiga tenía un libro en el regazo, una pluma que giraba entre los dedos, y sacudía la cabeza con una sonrisa, mirando a alguien más, alguien que salía.

Blaise le dio una palmada en el hombro al pasarle por un lado, también con retraso para la salida, diciéndole dónde podían encontrarlo si querían almorzar con los demás Slytherin de tercer año. Él asintió de forma vaga, distraído.

Pansy siguió con la mirada el movimiento de su compañero, hasta que desapareció. Luego apartó la vista, se puso a jugar con su cabello, y volvió a sonreír.

Oh.

Draco se tomó un momento para considerar lo que debía sentir al respecto. No le desagradaba. Blaise era un buen chico, sangrepura, y Slytherin, además; todavía recordaba la risa de su mejor amiga cuando la sacó a bailar, en las celebraciones por la victoria de los últimos tres partidos.

Siempre asumió que se molestaría el día en que Pansy gustase de alguien, y que ella no sería tan obvia, por tener la idea de que crecerían y se casarían, y no importaba si se gustaban o no, como era el caso de la mayor parte de los matrimonios sangrepura. Comprobar que no era ni lo uno ni lo otro, en realidad, lo tranquilizó.

Tenía una pequeña sonrisa cuando se paró junto a su sillón. Ella, por supuesto, lo notó. La vio morderse el labio un instante, como si intentase contener su propio gesto, para después ruborizarse y devolverle la sonrisa, encogiéndose de hombros.

Y sí, estaba bien. Si Blaise no lo arruinaba, él estaría bastante contento con el chico.

Le tendió un brazo. Ella se apresuró a guardar el libro y la pluma en su maletín, se lo colgó, y deslizó el brazo bajo el suyo al levantarse, de manera que caminaron juntos y enganchados hacia la salida.

Harry ya tendría que haberse ido, porque les indicó que se adelantaría para pasear un rato con Ron y su grupo de Hufflepuff, o ella le habría dicho lo contrario al alcanzar el pasillo de las mazmorras.

Avanzaron en silencio, cada uno sumido en sus pensamientos, hasta que pasaron la entrada y a la profesora McGonagall, que pedía los pases; después de todo, había terminado por aceptar que Snape le firmase uno y conversase con el director por él, así que podía tomar el camino corto.

—Así que...Blaise Zabini —comenzó, porque tenía —debía— hacerlo. Era su deber de mejor amigo, protector y casi hermano, nada se lo impediría, en especial si tomaba en cuenta que el verdadero hermano no podía estar ahí, o lo habría hecho él mismo.

Pansy se ruborizó más. Después de un ligero carraspeo y una respiración profunda, que le devolvió su color natural, asintió. Tenía que admitir que siempre le agradaba cuando actuaba como la bruja sangrepura que era y se calmaba a sí misma, ya que no era bueno para hacerlo por ella.

—Es- es lindo —aclaró, en un susurro. Caminaban a solas por un sendero, del que sólo divisaban árboles y estudiantes de otros años; los demás de tercero debieron tener prisas—, es inteligente, y- no sé. Es él.

Es él. Draco no sabía qué poseía esa explicación que, aunque absurda, le sonaba a que tenía toda la razón del mundo.

Le dio un leve apretón a la mano que Pansy tenía posada en su antebrazo, después la alzó para besarle el dorso. En definitiva, sí, estaba bien. Cualquiera que la hiciese verse así de contenta e inquieta, estaría bien.

—Bueno, ¿y qué piensas hacer? —preguntó suavemente. Ella puso una expresión pensativa durante algunos segundos, antes de reconocer:

—Aún no sé, pero trabajo en eso.

Él asintió.

—Si hay algo en lo que pueda ayudar...

Dejó las palabras en el aire, a propósito. Pansy se le pegó más, con una sonrisa, hasta casi apoyar la cabeza en su hombro. Sintió un ligero atisbo de culpa, por haberla alejado tanto esos meses.

—Podrías comenzar por decirme quién te gusta a ti —señaló, en el mismo tono cuidadoso—, y así, hablaremos de chicos juntos.

Draco no tuvo tiempo ni para tensarse. Acababan de llegar a la entrada del pueblo y Pansy lo soltó, para posicionarse frente a él, con las manos unidas tras la espalda y una sonrisa más amplia, traviesa.

—¿O aún necesitas tiempo? —agregó, con aires de conocedora.

Ingenuo de él, que creyó poder ocultar algo tan relevante a su mejor amiga. No podían culparlo por intentar.

—Dame un poco más de tiempo —pidió, de pronto, cohibido. Pansy asintió y le besó la mejilla.

—Tómate el que necesites —luego de un leve apretón en la mano y decirle que iría con Hermione y los Ravenclaw por plumas nuevas, lo dejó ahí, listo para enfrentar lo peor.

A su madre.

A su madre, que se enteró por otra persona de que había ido a la visita, tenía que agregar. Esperaba que no estuviese enojada.

Draco tomó el camino más largo hacia el punto de encuentro, un local pequeño de alta categoría, al que los estudiantes no accedían sin una buena razón. Tenía aspecto de restaurante miniatura, con mesas dispuestas para otorgar la máxima privacidad, y localizó a Narcissa Malfoy enseguida.

Nunca admitiría que las rodillas le temblaron al ver a su madre, sana y salva, ataviada en uno de esos atuendos de colores pálidos que sólo ella podía lucir de la manera en que lo hacía. Se acercó y se dejó acunar el rostro y besar la mejilla, ¿y qué importaba si estaban en un sitio relativamente público? Llegó a pensar que no volvería a verla en su vida, tenía ciertos derechos, como permitirse alterarse un poco.

Ella tenía los ojos llenos de lágrimas que no derramaba, y que él sabía que no lo haría tampoco, porque así era Narcissa y eso era ser una bruja sangrepura educada por los Black. Como muestra de ello, le besó ambas mejillas también, antes de permitir que tomara asiento en el lado opuesto de la mesa pequeña y redonda. Mantuvo las manos entre las suyas sobre esta, sin apretarlas.

—Te extrañé por vacaciones —comenzó, en voz baja. Cuando él asintió y estuvo a punto de contestar, añadió, con un ligero temblor:—. Lo siento mucho, dragón.

Draco tuvo que obligarse a respirar y tragar el nudo en la garganta, porque sabía por dónde iría aquella conversación. Volvió a asentir.

Hablaron por horas, incluso almorzaron allí, lo que constituyó el único rato en que ella le soltó las manos. Por lo demás, se dedicó a hablarle con suavidad y acariciar el dorso de estas con los pulgares. Él prefería no admitir que el gesto tenía un efecto relajante en su persona.

Narcissa le explicó que la mentira —decidieron referirse a la situación de ese modo, para no entrar en discusión— fue idea de su padre, cuando todavía mantenía la capacidad de raciocinio suficiente para reconocer la manera en que su cuerpo y mente se deterioraban. Las palabras exactas, de acuerdo a ella, fueron "para que mi hijo me pueda recordar como un hombre al que apreciar y respetar, y no en lo que sea que me convertiré". Draco necesitó unos segundos para tomar una profunda bocanada de aire y aliviar la opresión que se le produjo en el pecho.

Los regalos, agregó, estuvieron planificados desde entonces. El telescopio con la nota, para cuando entrase a Hogwarts, los artículos para la escoba, para cuando pudiese unirse al equipo —porque Lucius, aparentemente, sabía que terminaría ahí, sólo que no esperó que fuese desde el primer año—, el anillo familiar, para cuando llegase el momento de seguir con el Legado. Todavía quedaban algunos más, ocultos en casa.

Aquello, al pensarlo con la cabeza fría, llevaba escrito el nombre de su padre y el razonamiento Slytherin por todas partes. Draco se sintió estúpido por el arrebato que lo hizo destruir su amada posesión. Considerarlo, además, le hizo recordar aquello, y tuvo que evadir preguntas nada discretas de su madre sobre el estado en que se sumió por unos instantes después de ese momento.

No fue de lo único de lo que hablaron, por supuesto. Pero, entre conversaciones pendientes, aclaraciones, promesas, y su madre dándole apretones en las manos de vez en cuando, se podría resumir en una sencilla plática familiar.

Y él estaba feliz con eso.

0—

Cuando Harry lo encontró, Draco llevaba alrededor de veinte minutos sentado en un tronco seco que alguien cortó y dejó caer. Tenía puestos un abrigo y un gorro, a pesar de que la estación fría ya había dejado Hogsmeade atrás, y observaba con gran interés la Casa de los Gritos en la distancia. Él se sentó a su lado.

Había visto a Pansy dirigirse a las Tres Escobas para almorzar algo con los demás Slytherin; cuando le preguntó por el paradero de su mejor amigo, esta dijo que no sabía si ya había terminado el encuentro con Narcissa, que había sido absuelta y regresaba a sus propiedades, sin un rasguño, con la promesa de "no más problemas" a su primo Sirius, que fue el que la acompañó, y más tarde, se lo contó a Harry. El grupo de Hufflepuff con el que pasó la mañana, los que se dispersaron por la hora de comer, le dieron la oportunidad de deambular por el pueblo mágico, hasta hallarlo.

Para su sorpresa, fue Draco el que rompió el cómodo silencio al señalar al frente, a la casa destartalada y sola.

—Tenemos un pasadizo que nos deja ahí dentro, ¿cierto? —lo miró de reojo, a lo que él asintió enseguida. Era uno de esos que recordaba porque le llamó la atención, en esa ocasión, por tener que pasar por el Sauce Boxeador.

Draco emitió ese "hm" que hacía cuando estaba pensando algo, y él tendría que haber sabido que probablemente lo que pasaba por aquella cabeza, iba a meterlos en problemas a los dos, pero hacia meses que no se le ocurría nada que terminara en desastre, y a decir verdad, Harry casi extrañaba el caos a su alrededor.

—Sería un buen escondite, ¿no te parece? —opinó, con un gesto vago en dirección a la propiedad—. Nadie se acerca, nadie tendría que saber que la ocupamos.

—Remus me dijo una vez que los pueblerinos la creen embrujada —mencionó, en el mismo tono bajo, como si alzar la voz fuese a romper un vínculo imaginario entre ellos dos, luego de todo ese tiempo. Así lo sentía, al menos—, es porque los Merodeadores practicaron sus transformaciones de animagos allí. Ya viste a Padfoot, y Remus es un lobo, así que...—se encogió de hombros—, fueron muy ruidosos.

Su amigo asintió de forma distraída, no dejaba de recorrer el lugar con una mirada calculadora, que él asociaba a las cartas celestes y las tablas de Aritmancia que le veía llenar cuando atrasaba el hacer los deberes por él, para que no los realizase solo después.

—Deberíamos usarla —siguió, dándole un vistazo de reojo, que no supo cómo interpretar.

Harry todavía no terminaba de procesar lo que había escuchado cuando su amigo se puso de pie con un movimiento grácil, y empezó a caminar en una línea recta, un pie frente al otro, con las manos estiradas a los costados, la vista alternándose entre la casa y el suelo.

—Deberíamos limpiarla —continuó, ajeno a quien parpadeaba a su espalda—, ni siquiera la he visto por dentro y  que debemos hacerlo. Revisar las paredes y techo, que no nos vayan a caer encima, o a dejarnos caer hacia abajo. Tal vez se mantenga por magia; tendríamos que averiguar cómo lo hace entonces. Quizás contactar a Sirius un par de veces, él debe saber más sobre la propiedad si la usaron, podría decirnos algunas cosas que tardaríamos en descubrir por nuestra cuenta.

—Suena bien —reconoció, después de un momento de silencio. Draco se había detenido, en el borde de la colina que llevaba hacia abajo y daba con la Casa de los Gritos—, ¿pero para qué quieres remodelar una casa en Hogsmeade, Draco? No es como si necesitáramos el espacio.

—¿No? —preguntó, casi con decepción, así que él lo consideró mejor.

—Bueno, es que- —se interrumpió para hacer una breve pausa, en la que se mordió el labio inferior— tienes suficiente espacio en la Mansión, yo estoy bien en Godric's Hollow, y ni siquiera pasamos mucho tiempo allá, porque tenemos Hogwarts, que es bastante grande. Si quisiéramos hacer algo a escondidas, tenemos la capa, el mapa, esta sala que encontramos que se transforma en lo que uno quiera...

—La Sala que Viene y Va —aclaró, y él asintió, por reflejo, a pesar de que no podía verlo por encontrarse de espaldas.

—¿Para qué la usarías?

Draco volvió a hacer ese sonido de "hm" y se balanceó sobre sus pies. De forma vaga, se preguntó qué le pasaba para moverse tanto. Solía ser más tranquilo.

—Para lo que queramos —decidió, dándose la vuelta para encararlo—. Podríamos hacer un sitio de práctica de Quidditch, donde no tengamos que pedirle a Hooch las pelotas ni a Dumbledore el campo, y algo para guardar cosas, probablemente lo necesite cuando comencemos los TIMO'S, y después para los EXTASIS...

—Estamos en tercero, Draco, ¡faltan años! —no pudo evitar reírse. Lo observó apretar los labios al cruzarse de brazos por unos segundos.

—Sí, lo sé, pero créeme, cuando llegue el momento y necesites ese espacio, vas a estar muy agradecido de que haya tenido esta idea el día de hoy. Me vas a decir "oh, Draco, eres el ser más inteligente de todo el mundo, no sé qué es lo que haría sin ti y tus..."

Draco había unido las manos, en una especie de plegaria, y miraba de reojo el cielo, como si hablase con un ser superior. Harry se echó a reír de nuevo y sacudió la cabeza.

—¿Qué se supone que es eso? —se quejó, a la vez que movía los pies adelante y atrás en el suelo, y presionaba las manos en el tronco seco en que estaba sentado, estirándose e intentando dejar de reír—. ¡Yo no hablo así y nunca te he dicho nada de eso!

—Pues deberías comenzar a decírmelo.

—¿Para qué? Ya tienes el ego muy grande, sin que yo lo empeore por ti —rodó los ojos. Draco bufó.

—Por Merlín, Harry, sinceramente, ¿qué harías tú sin mí? —dramatizó, llevándose las manos al pecho, para después empezar a negar. Harry no podía dejar de mirarlo con una sonrisa; él debió notarlo, porque apartó la vista luego de un momento.

—Déjame pensarlo —le hizo un gesto para pedir que esperase un instante, se colocó una mano en la barbilla, inclinado hacia adelante, y frunció el ceño de forma casi dolorosa. Draco sacudía la cabeza—, probablemente me la pasaría con Ron todo el día.

—Pues vaya compañía.

—Y haríamos estupideces normales —completó, encogiéndose de hombros—. Nada de centauros que nos traten bien, ni Basiliscos, casas embrujadas...

—¿Eso te parece divertido? —Draco parpadeó, desconcertado. Él sonrió a medias.

—Moriría de aburrimiento.

Le llevó unos segundos captar lo que acababa de decir, se dio cuenta por la manera en que sus ojos grises se abrieron un poco más de lo usual, y después de negar, sonrió e intentó ocultarlo, girándose en otra dirección. Harry se inclinó más hacia adelante, los codos apoyados en las piernas y la barbilla en medio de ambas palmas.

—Estás de buen humor, ¿cierto?

El niño-que-brillaba se quedó quieto de pronto, tenso. Parecía que no se esperaba esa pregunta. Se aclaró la garganta y se enderezó, dejando caer los brazos, lánguidos, a sus costados.

—Me- uhm —hizo una pausa, batallando consigo mismo. Luego volvió a girarse hacia él—. Me fue bien hoy, con mi madre.

Harry sonrió más.

—¿En serio? —lo vio asentir— ¿algo que contar?

Draco apartó la mirada un momento. Después de un bufido, se metió las manos en los bolsillos del abrigo y caminó hacia él. Por primera vez en varios meses, se sentó a su lado y sólo se dedicaron a perder el tiempo en tonterías.

Hablaron de Narcissa Malfoy, de los Parkinson, y de algún modo, el tema se desvió a Hogwarts, a Hermione Granger, Ron, Pansy, Blaise Zabini.

—Debes prometerme que no le vas a decir que te conté esto —lo señaló de forma acusatoria al hablar, Harry se limitaba a asentir, todavía intentando hacerse una idea de lo que en verdad significaba que a su amiga le gustase uno de sus compañeros de Slytherin—. Promételo, Potter.

Rodó los ojos, de nuevo.

—Si te ibas a poner tan pesado...

—No tengo que guardarte secretos —hizo un gesto vago con la mano—, así podremos hablar de eso cuando me entere de algo más. Y vamos a ir juntos a maldecirlo si la hiere.

Harry parpadeó, luego frunció un poco el ceño.

—¿No me guardas secretos?

Él le sonrió a medias. Siempre recordaría el momento en que echó la cabeza un poco hacia atrás, con una risita silenciosa que no prometía nada bueno, y mientras intentaba quitarse un mechón rubio de la cara y devolverlo a la seguridad del gorro, murmuró un tranquilo:

—Bueno, tal vez aún tenga uno o dos, pero no son importantes.

Cuando Harry insinuó que él también comenzaría a guardarle secretos, le hizo ver, burlándose, que no tenía nada que ocultar porque no le pasaban cosas tan interesantes. Estaban peleándose con patadas sin fuerza y empujones débiles antes de darse cuenta, hasta que Draco saltó para ponerse de pie y lo instó a seguirlo.

Terminaron corriendo en vueltas alrededor de la Casa de los Gritos, Draco dándose la vuelta para canturrear "aburrido, aburrido, aburrido", Harry sujetándolo de la muñeca o el brazo para retenerlo, hasta que en algún punto, le rodeó la cadera, frenándolo con un tirón, y cayeron hacia adelante porque su peso quedó por completo sobre la espalda de este. Se quedaron tirados por largo rato, lo escuchaba divagar sobre lo que podrían hacer si convertían la Casa de los Gritos en un sitio decente.

Harry volvió al castillo inundado por una sensación cálida y cosquilleante, que no le contó nadie, demostrándose a sí mismo que también podía tener un secreto. En especial, cuando el paso de los días causó que se repitiese varias veces.

0—

Lo que quedaba de tercer año fue tranquilo y agradable; se acostumbraron a no compartir todas las clases, Draco empezó a preguntarle sobre sus imitaciones de Trelawney, a las que Ron se unía, y se reía con ellos cuando la explicaban los desvaríos de la profesora; a cambio, les hablaba de que creía que saldría viendo números de Aritmancia. En una ocasión, dibujó una runa con tinta de pluma en la mejilla de Harry, que la lució el resto del día, para deleite de él y sorpresa de los profesores, que no se explicaban por qué traía eso encima. Entonces, con una sonrisa y muchos gestos que también le copiaba de la profesora, para hacerse ver más interesante, les explicaba que era una runa de protección de un gran mago. Pansy tenía que cubrirse la boca y fingir impresión, para disimular la risa.

En otra ocasión, Draco los sorprendió, a él incluido, con la primera de las muestras de los efectos que los últimos meses tuvieron en su persona. Abandonaban el Gran Comedor tras la cena, cuando, acompañado por el grupo que ya le era usual, interceptó a Hermione Granger y le pidió un momento lejos de los demás Ravenclaw. Ella se lo concedió, con una mirada demasiado sabionda, que le hizo preguntarse si tenía alguna idea de todo lo que había pasado.

Draco le tendió la mano. Harry siempre recordaría el jadeo ahogado de Ron cuando lo vio y comenzó a preguntarle si Malfoy había enloquecido, y a Pansy con una sonrisa llena de orgullo.

—Me llamo Draco Lucius Malfoy —recitó, con voz suave—, soy el único heredero de mi familia y tengo un deber con ellos, que se me ha inculcado desde muy joven, junto a algunos valores no tan...buenos —titubeó un poco. Hermione sonreía a medias—. Sé que no son perfectos, ni del todo justos, pero es lo que mi padre creía, y el suyo antes de él, y tardaré en encontrar algo que se ajuste mejor a mí. Hasta entonces, entiendo que no eres menos por haber nacido...de muggles, y que si soy mejor que tú, no es por ser sangrepura —él se había reído al añadir la última parte. Pansy emitió un quejido, Ron asintió y dijo que ya tenía sentido. Harry se golpeó la frente con la palma.

Hermione rodó los ojos al estrecharle la mano.

—Muy maduro, Malfoy, muy maduro —replicó, sacudiendo la cabeza—. Hermione Granger, hija de muggles. Y si soy mejor que tú, eso no tiene nada que ver —imitó el tono de voz del niño, a la vez que elevaba el mentón y sonreía con cierta prepotencia. Draco arqueó las cejas.

—Yo no me veo así, Granger.

—Oh, sí te ves así, justo así —se burló Ron, la risa contenida le distorsionaba la voz.

Se podría decir que fue el día en que su mejor amigo aceptó por completo a Hermione. Cuando le preguntó, Ron soltó un sencillo "hey, le devolvió a Malfoy lo suyo, cualquiera que haga eso, me agrada", que le hizo resoplar. Esos dos eran imposibles.

Al día siguiente, Hermione se había sentado de improviso en la mesa de Slytherin durante la cena, con una tabla de símbolos extraños y preguntas sobre sangrepuras para Draco, y aunque no estaba seguro de quién lucía más sorprendido —si los Slytherin, los Ravenclaw, las otras Casas, o Severus Snape en la mesa de los profesores—, nadie se interpuso. Ella se volvió ese tipo de presencia frecuente que ni siquiera notas, hasta que la ves a diario.

Harry ni siquiera se percató de la extraña situación a la que los llevó esa escena, hasta un día en que estuvieron sentados junto al Lago Negro, y descubrió que eran un Hufflepuff, tres Slytherin y una Ravenclaw, con un conejo mágico que quería imitar a un pez de por medio, y , se ganaban miradas de los otros estudiantes, inevitablemente.

Alrededor de esa fecha, tuvieron completos los mapas, cuando, en medio de una conversación nocturna que tenían tendidos en la misma cama, a dosel cerrado y con un hechizo, para no molestar a Nott, Harry hizo un comentario al azar que causó que Draco saltase, dijese "ya sé cuál será" y se pusiese a trabajar. Cuando terminó, el sol estaba a punto de salir, Harry había dormido sólo un par de horas, y tuvo que luchar para enfocar las palabras y dibujos que danzaban frente a sus ojos.

"Hopear y Nox presentan..."

—¿Nox? —bromeó, con una media sonrisa. Draco asintió enseguida, aún con una pluma entre los dedos.

Nox como la noche, como se apaga el encantamiento de luz. Es perfecto.

—Yo te habría puesto Lux —el otro lo miró con el ceño fruncido unos segundos, Harry fingió considerarlo. Nox. Sí, le quedaba—. Es lindo.

—Lindo como yo —elevó el mentón, y después de intercambiar una mirada, los dos se echaron a reír.

Para asegurarse de que funcionaban las instrucciones que aparecían al pasarse cerca de los pasadizos, los colores que diferenciaban las Casas de las personas en la viñeta de su nombre y la aparición y reaparición, bajo la promesa de un hechizo breve en latín, lo usaron durante varias semanas, llevando a cabo excursiones nocturnas cada noche, hasta que estuvieron cerca de ser atrapados por Dárdano, el Augurey de la profesora Ioannidis, y tuvieron que regresar corriendo a las mazmorras. Luego lo usaron para algunas travesuras, como ayudar a asustar a los de segundo en la tercera prueba de los Juegos de Slytherin, como un favor para Lucian Bole y Montague, y escabullirse a la cocina a medianoche porque, bueno, podían llamar a Lía y Dobby, pero la emoción no era la misma. Como anillos transfigurados resultaban perfectos; incluso Hermione y Pansy se unieron para intentar tocarlos y preguntar acerca de ellos (como de dónde salieron, de qué estaban hechos, si hacían algo, y por qué los dos los tenían).

Está de más aclarar que tuvieron algunos castigos cerca del final del año, una visita a la oficina de Ioannidis, donde le juraron no tener ni la más mínima idea de quiénes eran los estudiantes que asustaron a Peeves haciéndose pasar por el Barón Sanguinario, y quizás, alguna que otra discusión absurda, que por entonces parecía el fin del mundo, y terminaba con un chocolate en la almohada del otro o una broma que los hacía reírse hasta que se les olvidaba por qué se enojaron en primer lugar.

El cumpleaños de Draco lo pasaron en Hogsmeade, en una colina apartada del pueblo, en la que él bailó con Pansy, que decía que todo buen sangrepura a los catorce —que, según todos, era un paso más cerca de la adultez—, tenía que bailar para celebrar su madurez. La misma madurez que demostró al invitar después a Hermione, con una articulada reverencia pomposa, sólo para dejarla caer al primer giro, adrede, y huir corriendo lejos de su ira, entre carcajadas. Draco tenía el rostro ruborizado por la risa y estaba sin aliento, cuando ella lo alcanzó y empezó a darle golpes sin fuerza, despeinada, cubierta de césped y muy, muy avergonzada.

Más tarde, cuando sólo Pansy los acompañaba, Draco le cogió ambas manos y lo hizo dar un par de giros torpes, en los que Harry se tambaleó, se tropezó con sus propios pies y después gimoteó. De nuevo, no habló de esa emoción hormigueante que le recorría el cuerpo, y que no hacía más que crecer cuando lo oía reírse por sus intentos de hacerlo bien, o lo guiaba en el cómo se suponía que se realizaba cada paso. Cualquiera le habría dicho que era un esfuerzo vano, pero no dejó de intentarlo por un rato, mientras Pansy sonreía y les aplaudía, al son de una melodía imaginaria que les otorgaba el compás.

Harry tenía muchas situaciones extrañas y divertidas de las que hablar cuando bajó del andén al final de ese año, lanzándose a los brazos de un Sirius demasiado emocionado, que fingió alzarlo como cuando era un bebé, y lo hizo desfilar por la bienvenida de besos, abrazos, ser despeinado, y asegurar mil veces que estaba bien y se cuidaba lo suficiente.

Extra

De por qué Severus Snape es el mejor padrino del mundo mágico.

—Así que...

—Entonces...

Draco disimuló una sonrisa, detrás del borde de la jarra de cerveza de mantequilla. Podía sentir todas las miradas que se clavaban en ellos, a pesar de que les hicieron el favor de dárselos para llevar, y tenían un rato deambulando por las calles más apartadas del pueblo, en lugar de estar en el local, donde los estudiantes actuaron como si estuviese acompañado de un Dementor.

Bueno, con la túnica negra, el cabello grasiento que le caía como un velo, y esa cara, su padrino no estaba tan lejos de lucir como uno. Él comprendía la confusión.

—Si te burlas de mí —amenazó, en un susurro contenido. La mano con que sostenía su jarra desechable, tenía los nudillos blancos por el esfuerzo—, voy a asegurarme de que no tengas más noches libres por el resto de tu vida escolar, Draconis.

—¿Quién se burla? —preguntó él, con el tono más inocente y dulce del que era capaz—. Sonrío porque tengo al mejor padrino del mundo, que sale de su laboratorio un sábado para venir a comer conmigo, creyendo que debe animarme.

Severus le dirigió una mirada que no prometía nada bueno, con los ojos entrecerrados. Él pestañeó, asumiendo una imagen de absoluta inocencia. Lo observó darle un sorbo largo a la cerveza, y tuvo que obligarse a no reír, recordándose que no podía estar castigado el resto de las noches que le quedaban en Hogwarts porque, ¿qué gracia tendría eso?

—No bebía esta cosa desde que tenía tu edad y venía de visita —murmuró después, dando un vistazo alrededor, como si estuviese por comprobar los cambios del pueblo, que según le había dicho su madre, en realidad no eran más que algunas tiendas.

—¿Tú salías, a mi edad? ¿Salías? —repitió, con mayor énfasis, a la vez que arqueaba las cejas en su dirección. El hombre lo señaló con un dedo, que le advertía que no siguiese con ese tema. Él dio otro sorbo para disimular su sonrisa—. No, pero en serio, ¿venías solo o...?

—Con algunos Slytherin mayores —hizo un gesto vago, para restarle importancia—. Regulus, también. A él le gustaba más venir en días de semana, lejos de sus primas.

Ante su mirada inquisitiva, Severus soltó un bufido.

—A veces, tomábamos unos túneles que salen de las mazmorras...

Draco tuvo que apurar la cerveza de mantequilla, porque de otro modo, lo habría observado con la boca abierta, y eso era muy poco digno de un Malfoy y de mala educación.

—¿Esos túneles...?

—Ah, los pasadizos ocultos —asintió el hombre—, sí, todavía están ahí. No, no te diré dónde —aclaró, en cuanto lo vio abrir la boca para hacer la pregunta. Draco formó un puchero y continuó dándole sorbos a su cerveza.

Estaban por llegar al camino que daba de regreso al castillo. Los pocos estudiantes que iban por ahí, empalidecían o se apartaban de golpe. Era divertido, porque aunque fuese por el profesor y no por él, se sentía importante y temido.

—Pero podría quitarle los sellos mágicos a algunos —añadió, después de varios metros en silencio—, y si eres lo bastante apto, puede que los encuentres y yo tal vez no te delate. No te daré ninguna pista.

Draco sonrió.

—Suena bien para mí. ¿Ya te dije que eres el mejor padrino del m...?

—No empieces con la falsa adulación —se quejó, en tono cansino.

—No es falsa, pa-dri-no —replicó, énfasis especial en cada sílaba de la palabra. Snape frunció el ceño y decidió ignorarlo.

Draco esperaba que el profesor fuese consciente de que lo decía en serio. Siempre lo había hecho.


Fin del Libro 3.

 

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