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Luz de luna por BocaDeSerpiente

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Capítulo treinta y siete: De cuando hay una visita inesperada (para Harry, al menos)

—...Harry, pst, Harry, Harry, oye, Potter, ¡psst!

Sin abrir los ojos y aún con la cabeza embotada en una bruma densa de sueño, Harry sabía que sólo existía una persona en el mundo que lo zarandearía en medio de la noche y lo llamaría de ese modo. Emitió un débil quejido, del que apenas fue consciente, e hizo ademán de rodar para darle la espalda, acurrucarse entre las cobijas, y fingir que Draco no pretendía levantarlo cuando, después de unas primeras semanas atareadas de tareas, por fin llegaba un fin de semana en que estaba seguro de poder descansar. Balbuceó algo, que ni siquiera habría sabido identificar después como salido de su boca, cuando el otro chico insistía y un peso hundía el colchón, en alguna parte cerca de él.

—Harry —siguió. Todavía le resultaba extraño cuando decía su nombre, ya que esos últimos días lo hacía con poca frecuencia, pero siempre cuando estaban solos o nadie más lo escuchaba; de ese modo, Harry no tenía forma de distraerse o simular que no sentía unos cosquilleos y una emoción cálida al oírlo—, pssst, Harry.

Entreabrió los ojos a duras penas, sentía los párpados pesados, y además, pegados entre sí. Draco se había inclinado por encima de él, por lo que había una cabeza rubia asomada desde uno de los lados de su campo de visión, demasiado despierto para su gusto. Comenzaba a convencerse de que, de tratarse de alguien más, habría reaccionado empujándolo fuera de la cama.

 que estás despierto —aunque no podía verlo bien, por la falta de lentes, habría jurado que sonreía. Harry contuvo un resoplido al sentir un par de toques en la mejilla, posiblemente de su índice—, anda, arriba.

Negó, se apretujó entre las cobijas, y para evitarlo, volvió a girarse, lo que fue un grave error, porque al hacerlo, no llegó a acomodarse de costado, sino que quedó boca arriba, debido a que lo tenía encima. Y muy cerca.

Demasiado cerca.

Draco tenía una rodilla encima de la cama, casi en el borde, y se inclinaba sobre su cuerpo, con las manos apoyadas a cada lado de él, después de haber dejado de pincharle el rostro para fastidiarlo. Ladeó la cabeza, cuando se percató de que Harry no sólo se tensaba, sino que contenía el aliento, los ojos grises fijos en él, a pesar de que no veía gran cosa en medio de la oscuridad.

—Quiero que vayamos a un sitio —le indicó, sin moverse. Su aliento le dio en el rostro, de forma distante—, muévete.

E impulsándose con las manos en el colchón, se enderezó y se bajó, hasta que quedó de pie a un lado de su cama. Harry, incluso así, retuvo el aliento por unos instantes, como si estuviese temeroso de que algo fuese a pasar si se le ocurría respirar como lo hacía normalmente. Sentía el corazón latirle más rápido de lo usual, y de pronto, estaba lo bastante despierto para sentarse entre las cobijas y recibir los lentes que el otro le tendía, para acomodárselos y descubrir, o comprobar, más bien, que esa expresión que tenía era la que los solía meter en problemas.

Hopear —llamó, con aire ceremonial, a la vez que lo apuntaba con un dedo—, tú y yo haremos algo grande esta noche.

Él volvió a quejarse por lo bajo y se restregó el rostro.

—Podríamos hacer algo grande mañana temprano —mencionó, seguido de un bostezo—, y hacer algo pequeño ahora, como aprovechar las horas de descanso para, no sé, descansar.

—La noche es el momento en que nadie nos molesta y no le debemos nada a otras personas, ese no es momento para descansar, es momento de actuar —sentenció, con un chasquido de dedos y un asentimiento, que pretendía darle mayor solemnidad a sus palabras. Harry, recuperado de la oleada emocional sin sentido, de nuevo sentía el cansancio encima, y lo observaba como si no pudiese creer que en serio tenía planes para esa noche.

—Draco...

—¿Cuándo te hiciste tan aburrido? —protestó, en voz baja, cruzándose de brazos. Él frunció el ceño.

—¿Quién es aburrido? —el otro lo señaló, sin reparos.

—Si sigues así, tendré que pedirle a Nott que venga conmigo —puntualizó, dando un paso lejos, despacio, con las manos tras la espalda—, comenzar a hacer mis planes con él, sería una lástima que tuviese que hacerlo...

Draco se apartaba de la cama con una media sonrisa, hasta que estuvo a una distancia considerable y se dio la vuelta, sin mirar por encima del hombro, de esa forma que sólo alguien que sabe que será seguido, haría. Harry masculló acerca de amigos pocos leales, serpientes manipuladoras, y alguna que otra palabra por la que Sirius lo habría felicitado y Lily reprendido, mientras se arrastraba fuera de la comodidad y calidez de su cama y buscaba los zapatos a ciegas.

—Un día de estos —apuntó, señalándolo con un zapato, a la vez que mantenía el equilibrio en un solo pie y la mitad de su peso con la otra mano sobre el colchón, porque tocar el suelo de las mazmorras, de noche y descalzo, no era una opción—, la vas a pasar mal cuando no cumpla tus caprichos.

—Sé que, en el fondo, te agradan mis ideas, o habrías dejado de seguirme hace años —Draco se encogió de hombros. Cuando estaba por dirigirse al baúl y buscar lo que sea que fuese a necesitar para la improvisada exploración nocturna, se percató de que este le tendía también un abrigo y el sombrero mágico. Agradeció con un murmullo y empezó a ponérselos.

—¿Iremos afuera?

Le contestó un vago sonido afirmativo, algo similar a un animado "uh-uh". Debió suponerlo. Desde que anunciaron que el Quidditch estaba cancelado ese año, Draco había estado lo bastante inquieto como para ir a las reuniones del club de Astronomía desde el principio, sin insistencias de ningún tipo, no paraba de dar vueltas con libros por la Sala Común y pasar tiempo metido en el laboratorio de Snape; era obvio que nada bueno saldría de esas combinaciones, no en él.

—¿A qué? —añadió, después de un momento, volteándose al sentirse listo para casi todo lo que se le pudiese ocurrir al otro— ¿crees que necesite...?

La frase quedó a medias, pero ni siquiera lo notó. Draco, que tenía el usual contraste con el dormitorio de las mazmorras por su pijama de dos piezas de seda clara, batallaba con el cuello de una túnica que, a todas luces, le iba más pequeña que hace unos meses, cuando la adquirió, y tenía un puchero que rara vez utilizaba, si no era para manipular y conseguir lo que quería. Harry contuvo la risa al acercarse para ayudarlo, lo que resultó en dos pares de manos batallando con la prenda y una cabeza rubia atorada al intentar sacarla.

Le dio un manotazo en el pecho, a manera de reprimenda, y tomó una profunda y dramática respiración, como si el haber estado dentro de la pieza por unos segundos, lo hubiese dejado exhausto y sin aliento. Maldijo en voz baja, casi entre dientes, de un modo que no creía que le enseñasen a los Malfoy, y arrojó la túnica dentro del baúl sin ver a dónde caía, para agacharse y buscar otra.

—Odio los estirones —decía, sin dirigirle la mirada. Había sido una escena de lo más común desde las vacaciones, tal vez incluso un poco antes de estas, pero todavía se le cubría el rostro de un ligero rosa cuando pasaba, como si lo viese vergonzoso; ya desearía Harry esa suerte. Comenzaba a quedarse abajo por un par de centímetros, y  lo notaba—, se dan, de repente, y no me doy cuenta, odio no darme cuenta, ¿cómo es que no lo hago? Yo debería saberlo mejor que nadie, y ahora tengo que buscar más ropa, es tan...agh. Aquí está.

Sacó otra túnica y se la puso deprisa, soltando una exhalación ligera y aliviada al darse cuenta de que le iba bien. De hecho, le quedaba un poco más grande de lo que debía; le resultó extraño, porque sabía que toda su ropa era hecha a la medida. Draco dio una vuelta, comprobando que sí, se le ajustaba bien, y asistiendo en aprobación consigo mismo.

—Es la que usan los Aurores en entrenamiento —comentó, jalando el cuello, con cuidado de no arruinarlo, cuando lo atrapó con la mirada fija en él, aunque no fuese precisamente por el tipo de ropa que tenía. Harry enrojeció y asintió, con la mejor expresión de interés que podía poner ante el tema—, está nueva, se la quité a Nym por una apuesta. Le dije "no apuestes tu nuevo uniforme en póker mágico conmigo, te irá mal, soy mejor para cuidar mis expresiones" y ella me juró que el entrenamiento Auror hacía que pudiese poner una expresión en blanco, pero ya ves, muy hiperactiva para eso —comenzó a negar, como si fuese una decepción que su prima no pudiese mantener la dichosa máscara de indiferencia que le era tan normal a los sangrepura.

—Si querías una túnica de esas, podías pedirla a la tía Narcissa —opinó, al percatarse de que Draco le dedicaba una mirada inquisitiva, porque continuaba observándolo fijamente, sin responder a nada—, digo, ni siquiera te gustan los Aurores. A menos que de repente quieras ser uno.

Él bufó y giró el rostro. Harry se sintió salvado, aunque no con ganas de apartar la mirada de su perfil, ahora que tenía mayor oportunidad de no ser atrapado.

—Se la hubiese regresado, de ser una usada —aclaró, arrugando la nariz, a la vez que se cambiaba de zapatos sin dar saltos por todo el cuarto, como Harry solía hacer—, pero ella insistió. Es más por el hecho de habérsela ganado, que porque me guste, y tiene amuletos de calor y enfriamiento incluidos, y un no sé qué cosa que es antimagia. Fue un trato justo, comparado a lo que yo aposté.

—¿Qué apostaste?

—Dos galeones y un secreto.

Harry frunció el ceño.

—¿Apuestan secretos?

Él se encogió de hombros, mientras se retiraba el anillo de papel, que lucía como si fuese de un metal de color beige o un dorado sucio, y lo transfiguraba en su propio mapa, con un susurro y un toque de varita.

—A Sev, a veces, le intercambio un pensamiento por algo —explicó, con simpleza—, lo mismo a Jacint. Me abstengo con Nym cuando pienso en algo que prefiero no compartir con ella, pero sabía de antemano qué secreto le iba a contar si perdía, lo que igual sabía que no iba a pasar, porque llevaba una racha y comenzábamos a estar cansados. No juega bien cansada.

Él se limitó a sacar la capa de invisibilidad del baúl y emitir un sonido afirmativo, como si no le sorprendiese la imagen de Draco, el Draco Malfoy que conocía, contándole lo que pensaba, honestamente, a alguien. Era extraño.

—¿Y no les mientes? —por la mirada que le dirigió, alzando la vista del mapa, supuso que se demoró unos segundos en comprender a qué se refería. Luego negó.

—Es un trato, lo sigo, a menos que haya una forma de escaquearme.

Estaba por preguntarle cómo, pero después se le pensó mejor.

—¿Tú guías? —lo vio asentir cuando abrió la puerta, de la forma más sigilosa posible. Ambos dieron un vistazo a la cama de Nott, con el dosel cerrado e imperturbable, como de costumbre. Ya en el pasillo, camino a una Sala Común vacía, de acuerdo al mapa, se le ocurrió otra cosa:—. ¿Es verdad que Snape lee la mente?

—¿Quién te dijo eso? —percibió el disgusto en el tono con que se lo preguntaba. Él se encogió de hombros; todavía poseían cierta movilidad por no llevar la capa encima, pero procuraron hablar en voz baja.

—Es un rumor que le llegó a Ron, dice que los Hufflepuff no son de chismosear, pero le ven mucho sentido.

—¿Porque es un hombre frío, amargado y parece que sabe lo que harás y cómo arruinarás todo, antes de que vayas y lo arruines?

—Sí, más o menos por eso.

—Practica legeremancia, Potter, que no es lo mismo que 'leer la mente'. Qué vulgares resultan los chismosos —espetó, en tono más duro, y sacudió la cabeza.

La explicación sobre el arte de la mente —con Harry no muy convencido de la diferencia entre el concepto "entrar a la mente de una persona" y "leer la mente"—, los acompañó en todo el trayecto por las mazmorras y el castillo, bajo la capa y entre susurros. Dárdano, el Augurey de la profesora de Defensa contra las Artes Oscuras, los encontró al posarse en un ventanal, con esa mirada brillante y fija en ellos, a pesar de estar bajo la capa; ambos fingieron no darse cuenta, le pasaron por un lado, doblando en la primera esquina, ignorando el graznido de advertencia y desviándose en cuanto tuvieron la más mínima oportunidad.

—Nunca he entendido cómo es que ese bicho nos encuentra —lo escuchó murmurar, irritado. La única luz con que contaban era el lumos con que apuntaba el mapa. Harry sostenía la capa, donde debía estar, por los dos.

—Tal vez siente tu odio.

Draco le dirigió una mirada que pretendía ser desagradable y terminó en que ambos tuviesen que contener la risa y pegarse a una pared, cuando encontraron un profesor que hacía una ronda nocturna. Por suerte, decía el otro chico, no era Snape; a ese no se le escapaban como al resto.

Cuando salieron al patio, a través de un pasadizo que los dejaba en la misma dirección en que estaba la cabaña del guardabosque, Harry se detuvo, obligando a Draco a hacer lo mismo.

—¿Vamos al Bosque Prohibido? —lo observó negar— ¿a dónde?

—¿No debiste preguntar eso antes, Potter? —se burló, con la misma media sonrisa que advertía de problemas.

—Ya, en serio, Draco.

Él le pidió silencio con un gesto, le sujetó la muñeca, y lo jaló al avanzar por el césped, tan sigilosamente como dos adolescentes podían hacerlo.

—Te va a agradar —fue lo que contestó, en cambio.

—¿Sabes que eres muy desconsiderado? —replicó, ganándose un bufido de su parte, y un tirón en la muñeca, que lo apremiaba a moverse más rápido, y por poco, unió sus manos. Luchó contra una sensación sin sentido de nervios ante la idea.

—A ti no parece molestarte mucho…

—Es que uno se acostumbra a las peores cosas —soltó, con el mismo dramatismo con que siempre oía de Remus, cuando hablaba de James y Sirius.

Draco contuvo la risa y continuaron, hasta atisbar el Sauce Boxeador a la distancia.

—No —exhaló Harry, que creyó entender lo que pasaba—, ¿es en serio? ¿Por qué no sólo dijiste que íbamos a ir ahí?

Pero él le soltó un "sh" y llamó a Lep, que apareció desde el cuello de su pijama, después de haber estado transformado en un trozo de tela, y le presionó la nariz contra la mandíbula. Draco le instruyó en lo que tenía que hacer.

Fue sorprendente, de cierto modo, ver al conejo ir hasta el suelo y correr, esquivando las ramas alocadas del árbol mágico, y después saltar para dar con un nudo en particular en el tronco, que detuvo los movimientos compulsivos. Los dos se acercaron, lento, hasta caer en cuenta de que no les haría el menor daño. Draco salió de la capa para extenderle los brazos a su conejo, que se metió entre estos, y se deslizó en el pasadizo bajo el árbol primero, despareciendo en un agujero oscuro casi de inmediato.

Harry tomó una profunda bocanada de aire, se quitó la capa, haciéndola un ovillo y metiéndola dentro de su túnica, y luego lo siguió. El pasadizo estaba oscuro y tenía un olor extraño, a algo viejo y poco usado, que debía haber sido olvidado tiempo atrás.

—Este es el que va a la Casa de los Gritos, ¿no? —cuestionó, mientras ambos gateaban dentro. Escuchó un sonido afirmativo de Draco—. Creí que habías dejado esa loca idea de tenerla como tuya.

—Será divertido —respondió, sin cuidado—, un proyecto interesante.

De forma vaga, Harry se preguntó si buscaba un 'proyecto' sólo porque se aburría sin el Quidditch, o era un reemplazo para el asunto del mapa, que por fin estuvo terminado el año anterior. O tal vez ambos. No quería imaginarse lo que se inventaría cuando también hubiese llevado ese a cabo.

—A veces, tienes unas ideas tan raras.

—Será de familia —concedió, en un tono casi divertido. El resto del trayecto lo hicieron en silencio; no era tan largo como cabría esperar.

Reaparecieron en un lugar que no distaba mucho de lo que se imaginaron el año escolar anterior: de madera corroída, destruida aquí y allá, fragmentos y polvo por todas partes, muebles dañados por el desuso, objetos en estado de deterioro casi irreversible. Nada más poner un pie dentro, Draco tosió y agitó una mano frente a su cara, presionando a su conejo contra el pecho con suavidad, como si pudiese mantener al animal apartado de la suciedad de ese modo; la criatura parecía más que curiosa, sin embargo, dispuesta a olisquear y echar a correr, en cuanto lo soltase, por lo que le pareció lógico que no lo hiciese.

—Necesita una limpieza —dictaminó él, en cuestión de segundos. Sí, era una conclusión a la que Harry también podía llegar sin dificultad—. Lía, Dobby, aquí.

Un plop-plop no tardó en revelar a los dos elfos domésticos que acudían al llamado. Dobby observó con ojos enormes y maravillados a Harry, que lo saludó con un gesto y una media sonrisa; aún dudaba en cómo actuar ante ellos, pero el elfo chilló y sollozó diciendo lo feliz que estaba de ser saludado, así que supuso que era algo bueno. Draco tuvo que chasquear los dedos para recapturar su atención.

—Escuchen —habló, inclinándose sólo un poco, no lo suficiente para quedar a su altura, porque, probablemente, hubiese una norma entre los Malfoy de no rebajarse a ese nivel, pero sí para que quedase claro que sólo se dirigía a ellos—, quiero que revisen este lugar, sin hacerse notar; saben qué buscar. Rastros de magia, defensas, trampas. Quiero saber si puedo caminar por aquí sin tener miedo de romperme el cuello o enfermarme.

—¿El amo quiere que Dobby y Lía limpien para que no tema enfermar? —añadió la elfina, con su chillido habitual. Draco lo consideró un momento.

—Sí, pero revisen lo que les digo primero.

Ambos asintieron y se desaparecieron con un plop.

Harry lo observó, de reojo.

—Cuando dijiste que íbamos a revisarlo y limpiarlo, pensé que...—dejó las palabras en el aire, porque estaba claro que él había captado el punto, y le dirigía una mirada de horror que le avisó lo que opinaba de la simple insinuación de que limpiase algo, incluso si era su idea.

Rodó los ojos y se aproximó a un sillón, preguntándose qué tan buena idea sería intentar tomar asiento. Justo cuando decidió que no podía ser tan malo y se disponía a hacerlo, Dobby apareció a un lado y le explicó que tenía las patas desgastadas, y lo guio hacia otro sofá, sucio, pero en mejor estado, donde se tiró. El elfo continuó con su trabajo, sollozando porque le agradeció, y Draco le recordó no tratarlos como personas, igual que le decía siempre.

—¿Entonces qué? —preguntó, ignorando la reprimenda a la que estaba tan acostumbrado— ¿es que ya sabes qué hacer aquí? ¿Cuál es la próxima idea loca de Draco Malfoy?

El aludido arqueó una ceja en su dirección. Se acababa de acercar a un estante de libros, que apenas podían sostenerse en sus cubiertas mohosas y tenían la mayor parte de sus páginas sueltas, y le pasó un dedo a la superficie, arrugando la nariz, supuso, a la suciedad acumulada, para después limpiarse con un pañuelo.

—Lo primero, sería hacer esto...habitable —escupió la palabra, dando una ojeada para nada disimulada alrededor—, los planes son algo que se hace a futuro, cuando se determina qué tan buena es la construcción y sus propiedades.

Lo recitó con un aire conocedor y profesional, que hizo que Harry levantase las cejas. Él se encogió de hombros.

—He estado estudiando —aclaró, cambiando su foco de atención a un envase de cristal en una mesa, con algo que no pudo distinguir, y a lo que Lep luchaba por acercarse desde el agarre de su brazo, estirando las orejas y moviendo las patas.

—¿Sobre edificios abandonados por muchos años?

—Sí, también —al percatarse de que tenía el ceño un poco fruncido, en señal de confusión, dejó de moverse por el cuarto, igual que un animal enjaulado, y le permitió a Lep subirse a un sofá, desde el que comenzó su exploración, olisqueando y haciendo sonar las pequeñas patas contra toda superficie al alcance—. Madre me ha hecho investigar muchas cosas, parte de la formación de heredero —indicó, a lo que Harry soltó un "ah" y asintió, dando por hecho que no era más que otro de esos detalles de sangrepura a los que jamás se podría acostumbrar.

—¿Y qué piensas hacer, entonces, si es habitable y está bien? —se corrigió, inclinándose hacia adelante para prestarle toda su atención. Era un gesto innecesario, por supuesto; él ya la tenía, incluso desde antes de salir del castillo y que se hubiese terminado de despertar.

Draco esbozó una sonrisa ladeada, y procedió a hacer el respectivo anuncio con un gesto teatral, que le recordó a los que llevaba a cabo cuando contaba una historia.

—Vamos a hacer un club.

Harry arqueó las cejas, otra vez, una pregunta silenciosa posándose en sus ojos, a la que él contestó con un asentimiento.

—¿Un club? —repitió, parpadeando. Otro asentimiento de su parte—. Eso es...¿por qué un club? ¿Para qué? ¿De qué?

—Un club —él se encogió de hombros, como si no necesitase más explicación que esa—, no sabes las ventajas sociales que representa un club, Potter. Las personas, normalmente, no asisten a uno porque algo les guste o porque un amigo los lleve —ahí, hizo una clara alusión a que también existían los casos en que ocurría así, como él, que iba con los Ravenclaw porque amaba las estrellas y ellos entendían ese punto, al menos—; van porque es una oportunidad de ampliar su círculo, conocer personas con intereses en común. Formar sus influencias.

Estaba seguro de que lo observaba boquiabierto y con las cejas todavía elevadas. El sueño se había disipado por completo, pero se sentía como si no lo hubiese hecho, porque entendía poco o nada.

—Se nota que has estado estudiando —comentó, restregándose la cara—. Entonces, ¿influencias? ¿Qué más influencia podrías querer?

El muchacho exhaló un dramático suspiro, dejando caer los hombros, como si fuese él quien no era capaz de ver el panorama completo.

—Te lo diré de otro modo —puntualizó, tomándose unos segundos para considerarlo mejor—: hay un sujeto, un viejo profesor, que se llama Horace Slughorn, que tenía un exclusivo club al que invitaba a sus estudiantes a charlar. Ahora, todos ellos son importantes personajes del mundo mágico, y él, por supuesto, mantiene contacto con cada uno.

Frunció el ceño. No podía imaginar a Draco siendo demasiado sociable, ni siquiera por un motivo oculto, y así se lo hizo saber. Lo vio rodar los ojos.

—Todavía no entiendes, no será cualquiera. Personas muy específicas, de las que podamos...obtener algo.

—¿Sabes? Podrías hacer amigos como la gente normal, sin necesidad de todo esto —mencionó, conteniendo un bostezo a duras penas—. Si eres bueno con ellos, serán buenos contigo, ya verás.

Pero él le dirigió una mirada desagradable, por la que resopló.

—Es un proyecto —le recordó. Vaya que le gustaba la palabra, ¿sería un efecto de sus estudios de sangrepura? Era probable—, no es sólo hacer amigos, no es el punto. Todavía no estás entendiendo.

—No, no lo estoy haciendo. Explícame mejor —le espetó, reclinándose en el asiento y cruzándose de brazos.

Draco meneó la cabeza y echó un vistazo a Lep, que no paraba de moverse de aquí para allá, antes de, al parecer, dar con las palabras adecuadas para lo que quería decirle a él.

—Sabes que me he estado...replanteando —vaciló—, sí, replanteando ciertas cosas. Cosas importantes para mí —él asintió; desde la renovada presentación a Hermione Granger, ya tenía una idea de que no tardaría en mencionarle el tema—. Yo- oh, por Merlín, no me vas a hacer decirlo, ¿cierto?

Él sonrió a medias, evidenciando parte de su culpabilidad. Draco estrechó los ojos en su dirección, pero sabía, tan bien como Harry lo habría sabido de ser al revés, que no tenía caso ir contra su terquedad.

Se tomó unos instantes para respirar profundo, de forma disimulada, y dio otra lenta vuelta por el cuarto destrozado en que estaban, como si inspeccionase el lugar por primera vez apenas.

—Sonaré tan Hufflepuff —masculló, con cierto tono infantil y quejumbroso, que causó que quisiera reírse, pero se contuvo.

—Si no me dices, no entenderé —repitió otra de las frases que usaba Remus; esa era para cuando Sirius estaba siendo irracional. Draco apretó los párpados un momento, supuso que se daba valor a sí mismo.

—Puede que haya conversado un poco, de ciertas cosas, con...algunas personas —aclaró, despacio. Se notaba que intentaba medir cada palabra hasta en lo más mínimo, antes de dejarla salir—, y  —dejó salir una exhalación pesada—, bueno, sé que tengo algunos 'detalles' que probablemente estaría bien mejorar. Por mi bien, a largo plazo. No es que haya algo mal conmigo —agregó, elevando el mentón en un gesto que pretendía desafiarlo a decir lo contrario, pero la verdad era que Harry no pensaba que estuviese desacertado; era como era, podía mejorar, sí, mientras no dejase de ser Draco.

Al darse cuenta de que no recibía ningún comentario que se opusiese a eso, pareció deshacerse de una tensión que no sabía en qué momento habría acumulado. Caminó hacia él, y como quedó más cerca, también habló más bajo. De no haber estado solos, se habría imaginado que no tenía intención de dejar que otra persona escuchase lo que planeaba decirle, pero dado que no había nadie más, le pareció que era su forma de hacerlo más importante, más severo.

Y más íntimo.

Harry sabía que, quizás, no tenía sentido estar tan contento de ser la persona a quien le estuviese diciendo eso. La única persona a la que se lo decía, de momento.

—Lo que quiero decir, es que pienso que no estaría mal, que me haría falta incluso, algunos —hizo una breve pausa, para sopesar mejor las palabras— puntos de vista diferentes.

—¿Escucharías a alguien que no esté de acuerdo con lo que dices? —no pudo evitar preguntar, porque aquello le resultaba de lo más extraño. Draco le dedicó una mirada desagradable, que advertía de lo poco que le gustaba la idea.

—Pensaba más en algo tranquilo, no un concurso de debates —era su forma de decir que no iba a discutir, pero no esperase tolerancia repentina. Harry sacudió la cabeza, sin sorprenderse—. Míralo así: vamos a relacionarnos con personas interesantes, diferentes, que tengan un 'algo', que puedan, sí, aportar algo distinto, digamos. No hablo de un sangresu- —apretó los labios y rodó los ojos, cuando Harry lo reprendió con una mirada seria—, un nacido de muggles que esté en contra de todos los principios sangrepura, ni tampoco algún loco que quiera ir por ahí, matando mestizos, ni nada de eso.

—Qué bueno que no te quieras reunir con gente así.

Draco volvió a cruzarse de brazos. Él supuso que se había pasado, y se tomaba el tema más en serio de lo que esperaba, por lo que asintió y le hizo un gesto para indicarle que continuase.

—Podrías pensar que es un proyecto social —continuó, con un gesto vago—. Si lo consideras mejor, no hay nada importante en Pansy que pueda sorprenderme, así de bien la conozco; tal vez uno que otro detalle, algo que cambie en ella, nada más. Y tú, bueno —lo abarcó con otro gesto. Creyó ver que apartaba la mirada un instante, como si no supiese de qué manera definirlo—, tú eres .

—Yo soy yo —él asintió, como si fuese la explicación más coherente que había escuchado alguna vez. Los papeles se invirtieron y Harry intentaba no verse muy burlón, ahora que Draco tenía un leve rubor, apenas perceptible, al suspirar.

—Sabes a lo que me refiero.

Él se encogió de hombros. No, no lo sabía. Draco debió darse cuenta de lo que significaba la acción.

—Creo que, de ser una mala persona, no seríamos amigos.

—Nunca he dicho que seas una mala persona...—le pidió silencio con un gesto. Harry calló, confundido.

—También creo que, cuando cruzo la línea, eres la única persona que se para frente a mí y me lo hace ver, sin disimular, y sin molestarse en ser sutil —siguió, arrugando la nariz un segundo, para hacerle saber que tampoco era que le agradase su falta de tacto—. Si se trata de algo importante, contaría contigo antes que otra persona, muy probablemente. Eres- eres así como- oh, no, lo dejaré hasta ahí. Vomitaré flores si sigo —declaró, con una expresión contrariada, real, que aun así, lo hizo reírse.

—Está bien, está bien —asintió para apaciguarlo; tampoco quería que tuviese un colapso por demasiados sentimientos en poco tiempo—. Todavía no estoy seguro de qué vas a hacer ni nada, pero sí, claro, yo entro. ¿Qué puede pasar? —se encogió de hombros.

Draco sonrió. Era una sonrisa pequeña, pero llena del agradecimiento que los dos sabían que se negaría a expresar en palabras, por lo que no se sintió mal porque no lo dijese.

—¿Y qué es lo que vamos a hacer entonces? —insistió, todavía desorientado. El chico soltó un dramático suspiro, como si lo agotase darle explicaciones, pero todavía sonreía.

—Haremos cosas geniales, por supuesto.

Él tendría que haber sabido que esa sentencia sólo acarrearía problemas. Tal vez, a esas alturas, ya ni siquiera le importase tanto.

0—

—...sabes que no puedes huir para siempre, Draco.

—No pretendo huir, Pans —lo escuchó, en tono suave y sereno, a la vez que hacía un gesto vago para restarle importancia—, sólo retraso lo inevitable, hasta que la verdad me estalle en la cara y no pueda hacer más que decírtelo. O a...esa persona.

Era la hora del desayuno, bien temprano, en ese momento en que sólo estaban los madrugadores, los que sufrían pesadillas, y los que, como ellos, solían escaparse de la multitud que se avecinaba más tarde. Harry comía sin ningún reparo, pero junto a él, Draco mantenía una plática de lo más extraña con Pansy, que estaba en el lado contrario de la mesa. Se sentía como si hablasen en clave, así que se bebió el último sorbo de su jugo de calabaza, y alternó la mirada entre uno y el otro.

—¿Ahora qué le hiciste a Pans? —preguntó, girando el rostro en su dirección. Draco lo observó de reojo, sin que, por dividir su atención, permitiese a Lep saltar de su regazo a la mesa y comer del plato.

—Yo no he hecho nada.

—Y ese es el problema —suspiró ella, con aparente desdicha, porque cuando Harry se volvió en su dirección, Pansy le sonrió a medias—. Es que Draco me prometió hablarme de algo, ¿sabes? Pero no lo ha hecho todavía.

Como si se tratase de un juego de tenis —o una pelea entre Remus y Sirius, en la que actuaban del mismo modo—, volvió a mirar hacia el interlocutor, para estar atento a su reacción.

—Te dije que necesitaba tiempo —hizo una breve pausa, en la que pareció considerar otro asunto—, tengo que pensar cómo decirlo. Y aceptarlo. Y después prepararme para tu reacción cuando lo sepas.

Harry giró, de nuevo, hacia Pansy, que se inclinaba sobre la mesa, con esa expresión que apenas comenzaba a identificar como la que ponía cuando sabía más de lo que quería decirles. O de lo que podían sospechar.

—Eso fue hace meses, Draco.

—Es que necesitaba mucho tiempo entonces —aclaró él, asintiendo y encogiéndose de hombros luego, bajo la mirada inquisitiva de Harry—, y aún me falta un poco.

—Sólo estás huyendo.

—No estoy huyendo, no me presiones, Pans. No es fácil ponerlo en palabras.

—No intento presionarte —a Harry, para ese momento, ya le dolía el cuello de pasar la mirada de uno al otro—, creo que es algo que sabes que yo  y yo sé que  lo entiendes, y no es más que una confirmación.

Draco, para su sorpresa, emitió un sonido de disgusto y la observó con ojos casi escandalizados. Ella no se alteró, lo que debió ser una respuesta, de por sí, suficiente para él, que suspiró.

—Bien, es que ni siquiera esperaba que pudieses estar más tiempo sin...—se calló a sí mismo y sacudió la cabeza, Pansy volvía a asentir y él fruncía un poco el ceño. Cuando hizo ademán de decirle algo más, una lechuza que conocían bien sobrevoló la mesa y se posó junto a él, llamándole la atención y sacándolo de la conversación, para recibir la nota que tenía.

Ya que Draco estaba distraído —o lo simulaba, porque él sabía bien que continuaría atento a lo que dijesen, a pesar de que no lo pareciera—, Harry dio el último bocado que le quedaba de tostada y se inclinó sobre el borde de la mesa, acercándose a Pansy, que bebía de a sorbos pequeños un té con leche y sin azúcar. De algún modo, debió saber que le preguntaría, porque tenía esa expresión suave y tranquila, afectuosa, con que solía verlo.

—¿De qué hablan? ¿Qué es...todo eso?

—Oh, Harry, es muy sencillo —ella emitió una risa ligera y negó—, pero es algo entre Draco y yo. No es la gran cosa —añadió, en voz baja, para que no insistiese más. Él tendría que haber sabido que no era cierto, pero terminó por encogerse de hombros y dedicarse a preguntarle por el próximo examen de Transformaciones, del que no entendía mucho.

Cuando el Gran Comedor se llenó, ellos ya estaban en las mazmorras, recogiendo sus maletines y listos para deambular un poco por los pasillos, antes de las primeras clases del día, que luego transcurrieron con calma.

Harry no se habría enterado, no de inmediato al menos, si no hubiese sido por Ron, con el que compartía la clase de Adivinación, llamándolo y jalándolo del brazo, para que tanto él como Pansy, lo siguiesen y fuesen a ver lo que sea que le llamase la atención. El pasillo de afuera, abajo de la torre en que veían las clases de Trelawney, estaba más concurrido de lo que sería normal a cualquier hora del día, y los estudiantes se asomaban por los ventanales, los profesores intentaban, en vano, llamarlos para que se organizasen y retomasen el ritmo de sus actividades diarias.

Ron los arrastró hacia uno en particular, abriéndose paso entre el tumulto, para que los tres se agolpasen en torno al cristal. Escuchó el sonido ahogado de Pansy, junto a él.

A lo lejos, desde el cielo, podían distinguir un inmenso carruaje, halado por caballos alados y también de colosal tamaño. Y más allá, en la superficie del agua que estaba bastante lejos de los terrenos, un barco comenzaba a ascender, rompiendo con la calma exterior y mostrando más de su estructura descomunal, a medida que subía, hasta que flotó sobre el líquido y viajó hacia la orilla, como si hubiese llegado por la vía normal.

Harry estaba boquiabierto. Todos los estudiantes hablaron de eso durante lo que quedaba de las clases, se oían las preguntas en los pasillos, aquellos que contaban, con expresiones y tonos maravillados, la llegada que tuvieron ambos, y las conclusiones aceleradas a las que era común que se hubiese llegado en un sitio donde convivían una gran cantidad de niños y adolescentes, que por casi diez meses al año, rara vez veían a alguien que no perteneciese a Hogwarts.

En el cambio de salón, para la clase de Encantamientos que compartían con los Ravenclaw, dieron con Draco y Hermione, que ya estaban cerca en la entrada, conversando sobre ambas apariciones, y entraron al aula en una plática de suposiciones, donde ella aseguraba que se trataba del evento por el que el Quidditch fue cancelado, y él recordaba que ese barco era idéntico a la escala que llegó con su invitación para Durmstrang, cuando cumplió los once años. Pansy también aseguró que era la misma embarcación, aunque con un aire más distraído, como si aquello conllevase un asunto diferente y que ellos no alcanzaban a comprender.

No fue hasta la hora del almuerzo, para su pesar y el de los demás curiosos, cuando estaban instalados en las mesas, que el director capturó su atención, para dar el anuncio sobre la llegada de los colegios que participarían en un supuesto torneo. No pudo evitar dirigir una mirada a la mesa de Ravenclaw, dándole la razón, de forma silenciosa, a Hermione, que asintió y elevó la barbilla, como si fuese una cuestión de lógica lo que había dicho antes.

El director anunció la entrada de Beauxbatons primero, un colegio francés, de acuerdo a lo que dijo Pansy, que había recibido una invitación para asistir allí, pero tanto ella como su madre se decantaron por Hogwarts, que estaba más cerca y tenía mayor variedad de estudiantes.

—Muchas familias sangrepura y mitad Veela —añadió Draco, arrugando un poco la nariz. Él recordó a las Veela del Mundial, y el parecido que encontró con el otro chico, y se lo dijo; lo observó aturdido por un momento, tal vez incluso Pansy lo hizo. No creía que hubiese existido una ocasión antes en que los dejase a ambos sin palabras, como ese día.

De hecho, la muchacha que abría paso a la presentación, enfundada en un uniforme azul, sí que guardaba parecido a las Veelas, aunque no causó que tuviese tantas ganas de verla, a comparación de las del Mundial. O de Draco. Se movía en una especie de danza, de pequeños saltos y reverencias delicadas, y notó a más de uno embelesado con la imagen; Pansy aceptó que era una bonita coreografía, y Draco, que las observaba con más curiosidad que fascinación, se encogió de hombros cuando lo miró para conocer su reacción.

—Para chicas bonitas, ya tenemos a Pans, ¿no? —mencionó, como si no estuviese seguro de por qué los demás chicos estaban tan encantados. Su amiga hizo un sonido de enternecimiento y le besó la mejilla por el cumplido.

La directora del colegio francés era la mujer más alta que había visto en su vida. Ella sí que se llevó miradas atentas a los tres por igual; elegante, estilizada, altiva en un traje de impresionante costura, que anunciaba lo caro que debía ser y excelencia pura en cada centímetro.

—Semi-gigante —dictaminó Draco, después de que se hubiese presentado. Él frunció un poco el ceño.

—¿Como Hagrid? ¿Eso crees?

—Es obvio, ¿no?

Se encogió de hombros en respuesta. Tal vez sí, no creía que fuese una estatura normal la que tenía, ni siquiera en Francia.

A estos, le siguió Durmstrang, con una presentación ruda de giros de bastones y un cántico ronco de sus estudiantes, en uniformes gruesos y de piel, que pensó que habrían permitido soportar el frío de las mazmorras sin dificultad. Observaron con mayor interés que a los franceses, pero no fue hasta la entrada del director, seguido de una comitiva mínima, que se percató de que Draco y Pansy tenían idénticas expresiones de felicidad apenas contenida, y volvió la cabeza tan atrás como pudo, para fijarse en lo que capturó la atención de ambos.

Lo notó enseguida.

Jacint Parkinson era una figura delgada, y probablemente, demasiado estilizada, a comparación de la mayoría de los estudiantes toscos con que contaba la institución, pero llevaba un abrigo de piel y la insignia del colegio en el hombro, sobre su traje negro y elegante, y caminaba con la cabeza en alto al son de los muchachos, justo detrás del director Karkaroff.

—Te dije que iba a entrar con el resto —oyó que Draco le decía a Pansy, que se rio por lo bajo.

—Fui ingenua al pensar que iba a ser más modesto, supongo.

—¿Sabían que vendría? —preguntó Harry, frunciendo el ceño— ¿sabían sobre todo esto?

—Una parte —ella sacudió la cabeza, con gesto de disculpa.

—No nos había dicho cuándo ni cómo —agregó Draco, encogiéndose de hombros. No dejaba de seguir a los estudiantes de Durmstrang con la mirada, y por primera vez, Harry pensó en si no habría estado mejor en el otro colegio. Si no le habría gustado más, o hubiese encontrado alguien lo bastante parecido a él para congeniar. El pensamiento le resultó tan deprimente, que su expresión debió cambiar, porque él se dio cuenta al verlo de reojo.

Le dio un codazo sin fuerza. En la mesa de profesores, el director les daba la bienvenida a los directores y daba inicio a una explicación para el alumnado.

—¿Qué pasa? —susurró Draco. Los estudiantes de Beauxbatons se dirigían a la mesa de Ravenclaw, probablemente atraídos por los colores, y los de Durmstrang caminaban en la dirección en que estaban sentados los Slytherin, pero él ya no les prestaba atención.

Harry, de pronto, se sintió cohibido por ser el centro de su mirada, y sacudió la cabeza.

—Nada, creo que me sorprendí.

Le dedicó una mirada larga, como si esperase que añadiese algo más, y cuando no lo hizo, asintió.

Hizo ademán de agregar más, pero fue el momento en que los estudiantes del otro colegio ocuparon los asientos que quedaban libres, así que los Slytherin, astutos como eran, comenzaron a presentarse, incluso frente a Viktor Krum, que destacaba aun en la multitud de sus compañeros, como si estuviesen orgullosos de ser sus anfitriones, pero sin exagerar y rozar el fanatismo. Draco, en particular, lucía ansioso por hacer de anfitrión también, aunque su atención quedó dividida, porque Krum se dirigió a Pansy para saludar, por tenerla cerca y verla primero, y Jacint se abrió paso hasta un asiento frente a ellos, en el que se acomodó con una sonrisa que hablaba de lo divertido que estaba con la situación.

—Dracolín, Harry —saludó con un asentimiento, y al mirar hacia un lado, arqueó una ceja por encontrar a su hermana menor sumergida en una charla con el jugador de Quidditch—. ¿Me ves tres meses al año y no puedes saludarme a mí primero? Me rompes el corazón, Pansy.

Ella sólo se rio, arrojando un beso al aire hacia su hermano.

—¿Entonces era en serio? —Draco se acercó más al centro de la mesa al preguntarlo. El hombre le dirigió una mirada breve y asintió.

Lo que sea que fuese a lo que se refería, produjo una expresión maravillada en el muchacho, que enseguida se enderezó y sonrió a Harry.

—¿Viste que sería un buen año? —opinó, sin dejarle tiempo a contestar, porque se aproximó a los estudiantes de intercambio para saludar y presentarse.

Él lo observó desde su asiento. Draco, al igual que Pansy y el resto de los Slytherin —a excepción de sí mismo—, tenía una manera peculiar de actuar cuando entraba en su modo serio; más recatado, adulto, igual de confiado pero sin ese deje de paz y alegría con que trataba a los que le eran más cercanos. Se presentaba con orgullo y una pretensión que no podía asociar a nadie más que él, pero seguía siendo educado. Creyó que se notaba que era practicado, quizás instruido por Narcissa misma para que lo hiciese bien.

No se percató de que lo miró por más tiempo de lo debido, mucho menos de cuál fue la expresión que tuvo al hacerlo. Cuando sus amigos volvieron a prestar atención al estrado y el director, él parpadeó y volvió la cabeza hacia al frente, topándose, con un sobresalto por haberlo olvidado por completo, con Jacint.

El hombre tenía el codo apoyado en el borde de la mesa, donde apenas tocaba la superficie de madera, y un lado del rostro recargado en la palma. Lo observaba de una manera extraña, que al mismo tiempo, le resultó demasiado familiar; era el modo en que Pansy lucía cuando sabía algo que ellos no, o se percataba de un detalle que le resultaba interesante. Harry se preguntó qué sería lo que veía él, y por alguna razón, desvió la mirada hacia Draco un momento y enrojeció, igual que un niño atrapado en medio de una travesura y sin saber el motivo.

Jacint sonrió a medias, gesto que se le borró casi de inmediato, porque tuvo que volverse hacia los estudiantes de Durmstrang y pedirles silencio, para que dejasen hablar al director, que con una de sus largas charlas de palabras enrevesadas y que sonaban bien, les presentó el Cáliz de Fuego, una majestuosa copa de fuego azul y detalles plateados, que se ganó varias exhalaciones y silbidos entre las diferentes Casas y colegios.

Harry se sentía un poco confundido mientras almorzaba ese día. Tal vez más que eso, por la manera en que se le cayó el tenedor cuando Draco le tocó el brazo para llamar su atención, y suscitó algunas risas entre sus compañeros de Casa, si bien no entre los estudiantes de intercambio, que permanecían con rostros serios en su mayoría.

No debería haberle latido el corazón tan rápido, con algo tan simple, ¿cierto?


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