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Luz de luna por BocaDeSerpiente

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Capítulo cuarenta y cinco: De cuando Draco tiene un nuevo capricho

—...vamos a llegar tarde —Harry se inclinó sobre su hombro, al punto de que sólo unos milímetros impedían que tuviese la barbilla apoyada en este. No percibió la tensión que se apoderó del cuerpo del chico, que contuvo la respiración un instante, y aunque sus ojos continuaron vagando por la página del desgastado libro durante unos segundos, no leyó nada—. ¿No es más sencillo preguntarles sobre eso y ya? Llevas revisando esas cosas desde hace semanas y todavía no tienes nada.

—Pero lo tendré —Draco cerró el libro con un ruido sordo y le mostró la cubierta. Tuvo que hacer un esfuerzo, incluso con los lentes puestos, para comprender la imprenta cursiva, corroída por los años, que estaba sobre la tapa dura que hace tiempo debió de perder todo rastro de color—, simplemente no estoy buscando en los libros correctos. O en la biblioteca adecuada.

Con el entrecejo apenas arrugado, dio un vistazo alrededor, mientras sus pertenencias levitaban, por el encantamiento que hizo por debajo de la mesa, de vuelta al maletín de piel de dragón. Lep incluido. Desde que se instalaron por la mañana en la mesa del fondo, apartados de cualquier grupo de estudiantes, parecía buscar algo.

Cuando Harry le preguntó, él le contestó, con calma, que se sentía observado. Aún no sabían por quién, de dónde, o si no sería más que uno de los vagos presentimientos con los que a veces tenía que lidiar, sin motivo alguno. Desde que entregaron el segundo fragmento de piedra a los centauros, parecía tener más de esos, aunque no lo reconocía.

—Será la misma historia en todos los libros que busques, Draco —aclaró, con cierta diversión, y retuvo entre las manos al conejo, cuando pasó flotando frente a su cara, sin dejar de agitar las orejas y patas en un vano intento por deshacerse del efecto que el hechizo tenía sobre él. Lo frenó, lo rodeó con un brazo, y sintió el débil tacto de una oleada familiar de magia, cuando Lep cambió el pelaje al oscuro y desordenado con que lo imitaba—, y lo puedes seguir leyendo en la tarde. Pero nadie te va a decir cómo terminó el Torneo, si no vienes ahora.

Los Slytherin tuvieron una ronda de apuestas la noche anterior. A los de cuarto año, reunidos en un círculo de muebles junto a la chimenea de las mazmorras, los dirigían Blaise Zabini, cediendo la palabra, y Daphne Greengrass, con un pergamino y una vuelapluma de tinta sólo visible para las personas que ella quisiera; un truco ingenioso, para evitar que los Prefectos viesen las apuestas. La lista incluía a casi toda la sección.

Tenían una especie de acuerdo común, implícito, de que no apoyarían a Diggory por ser un Hufflepuff. Al mismo tiempo, eran conscientes de que Krum, recientemente herido como estaba y dada la manera en que bajó la calidad de sus prácticas privadas de Quidditch, no tenía grandes probabilidades de conseguir la victoria en el laberinto que los organizadores montaron a las afueras del castillo, y que vieron cuando se acercaron, acompañados de Snape, después de una enorme insistencia conjunta a su Jefe de Casa.

La mejor opción era Delacour, o lo habría sido, en una circunstancia normal, si no fuese porque no tenía el aprecio de los Slytherin. Para empezar, optó por guiar a su colegio con los Ravenclaw. Se negó a ir al baile con un Sly de último año, por el que muchas de las chicas de la misma Casa suspiraban, y en general, su actitud no les agradaba.

Si va a haber alguien que sea presumido, tenemos que ser nosotros. No hay que aguantar a otra presumida —había dicho Draco, en medio de la 'reunión', lo que se ganó un número considerable de asentimientos entre los demás.

Harry supuso que sólo se trataba de una cuestión de ego, que no dejaban que se mezclase con el orgullo como estudiantes de Hogwarts. A pesar de que sólo Daphne llevaba la cuenta exacta de cómo iban las apuestas, él estaba seguro de que sus compañeros, en secreto, cruzaban los dedos porque Diggory le diese una paliza a los Campeones de los otros colegios.

Pero reconocerlo frente a los demás y unirse a la causa común de apoyo a Cedric era, a grandes rasgos, impensable para los otros. Draco se limitaba a observarlos con diversión mal disimulada, intentando conservar sus expresiones duras y frías, incluso cuando el ambiente era caldeado por las expectativas.

—Estoy seguro de que no hay otra Circe que sea una bruja conocida —le seguía diciendo él, a la vez que observaba con desinterés el encantamiento levitatorio, hasta que tuvo sus cosas en orden y pudo recoger el maletín y ponerse de pie. Harry le tendió al conejo, que Draco envolvió entre los brazos. Lep olisqueó y volvió a cambiar de pelaje, para lucir como su dueño—, pero puedo jurar que hay una historia que encajaría bien con la de ellos.

—¿Cuál se supone que es 'su' historia? —curioseó Harry, cuando emprendieron el camino, hombro con hombro, hacia la salida de la biblioteca.

—Una bruja, probablemente joven, comete un error de experimentación mágica con un elemento que no entiende. Su compañero, familiar, amante, lo que sea que Dárdano signifique para ella, sufre las consecuencias —no dejaba de pasarse al conejo de un brazo al otro, para gesticular con las manos. Él soltó un bufido de risa.

—Te lo estás inventando, ellos nunca nos dijeron eso.

—Ellos no nos dijeron nada, en realidad. Pero es obvio que algo tuvo que ocurrir para que terminara así, Potter, sólo tienes que ver más allá.

Harry arqueó las cejas.

—¿Más allá de qué?

Él pareció considerarlo un momento. Luego sacudió la cabeza.

—Si no lo sabes, no te lo puedo explicar.

—¿Y por qué no? —lo retó, ganándose un bufido.

—Bueno, porque no entenderías de todos modos, Potter.

Cuando estaba por protestar a causa de sus palabras, escucharon la voz de Pansy, que acababa de detenerse bajo el umbral de la biblioteca y les preguntaba si no tenían pensado asistir a la Tercera Prueba.

—¿Sabes cómo se nota que Krum no hubiese ido a Slytherin, de ingresar a Hogwarts?

Él lo pensó por unos instantes. Negó.

—¿Porque es un bruto?

—No, si te fijas, Crabbe y Goyle también son bastante brutos, en general —su amiga, que se les unió cuando alcanzaron el pasillo, le dirigió una mirada recriminatoria, que Draco despachó con un gesto vago, para restarle importancia—; no estoy diciendo nada que no hayamos visto por nuestra cuenta, Pans, esos dos no tienen remedio. No —sacudió la cabeza—, se nota que no habría ido a Slytherin porque fue tan tonto como para meter su nombre en el Cáliz cuando Karkaroff se lo ordenó.

—Tú no sabes si...

—Sí lo hizo —intervino Pansy, con un encogimiento de hombros—, mi hermano me contó que estuvieron hablando de eso desde que el Torneo comenzó a organizarse, el año pasado.

Draco apuntó hacia ella y enseñó las palmas, con un silencioso mensaje como "¿no ves que es cierto?", haciéndolo rodar los ojos.

—Seguro que los chicos como Montague también se hubiesen metido al Cáliz, si Snape no nos hubiese dejado en claro que el que pusiese su nombre en esa copa, iba a dormir fuera de la Sala Común —opinó, con un estremecimiento, cuando recordó a los Slytherin, de primero a séptimo año, a pesar de que era innecesaria la presencia de los más jóvenes, escuchando la amenaza fría y medida del profesor, con rostros igual de pálidos. Aunque ahora bromeaban al respecto, a nadie se le ocurrió que no iba en serio en ese momento.

—Claro que sí —aceptó su compañero, chasqueando la lengua—, Montague es un idiota que nunca va a conseguir fama por su apellido, así que necesita de otros medios para tenerla. Pero, de haber entrado, lo hubiese hecho por la parte del discurso de "aquel que gane, tendrá la gloria y será recordado..." y bla, bla, bla, y no porque alguien lo haya coaccionado para hacerlo. Yo hubiese intentado entrar —agregó después, como una idea de último momento, por la que Harry se sobresaltó y giró hacia él, Pansy se detuvo y lo observó con ojos enormes y horrorizados—, si hubiese creído que lo necesitaba.

La aclaración relajó la tensa postura de la chica, que continuó unos pasos por delante de ellos, y sin prestarle más atención a la plática. Harry le dio vueltas a la idea por un rato, y cuando volvió a hablar, estaban a punto de cruzar la puerta principal de Hogwarts.

—¿De verdad hubieses intentado entrar, con la restricción de edad y todo? —susurró, codeándolo para ganarse su atención, en medio del bullicio que empezaba a dominar la extensión de césped que rodeaba el castillo. Los estudiantes de Hogwarts no debían ser los únicos ansiosos, si las miradas que intercambiaban los franceses y las conversaciones en voz baja de los búlgaros, eran una señal.

—No estoy loco, Potter —Draco bufó, elevando el mentón—, quiero vivir mis ciento veinte años en este mundo, en paz, y sin tomar un riesgo tonto como ese. No me hace falta. Puedo conseguir la gloria eterna por mis méritos.

Las gradas apostadas en torno al laberinto mágico estaban divididas en tres secciones, una para cada institución. Los Hufflepuff se apoderaron de los puestos delanteros, con las pancartas, las bufandas amarillas y negras, y conversaban con su Campeón, que estaba en la parte de abajo, aceptando las muestras de ánimo. Gryffindor y Ravenclaw se distribuían alrededor de los tejones, y los Slytherin, con sus posturas correctas y las capas oscuras, como si aún estuviesen en invierno o a principios de la primavera, los observaban desde los asientos más altos y alejados en los palcos.

Mientras subían las escaleras para alcanzar al resto de la Casa, Harry se preguntó cuánto ganarían él y Draco en apuestas, por haber apoyado a Diggory en las listas de Daphne. Por supuesto, su compañero jamás lo admitiría frente a alguien que tuviese una idea de lo que era un Hufflepuff.

El aire estaba tan tenso, que cuando Dumbledore se adelantó con el sonorus, para dar comienzo a la prueba, el silencio reinó de golpe. Todos los ojos estaban puestos en los Campeones que se acercaban, acorde al número de su posición por puntos. Nadie parecía recordar que un equipo del Departamento de Regulación y Control de Criaturas Mágicas bordeaba el Lago Negro y restringía las salidas al patio, hasta hace unas semanas.

0—

—...no sé por qué no me sorprende que hayas apostado por Diggory en secreto.

Draco estrechó los ojos hacia Zabini, le colocó la mano en el brazo para hacerlo a un lado, y se metió en medio de él y su mejor amiga, sentándose en el banco frente a Daphne Greengrass.

—Quiero mi dinero —le tendió la mano, con la palma hacia arriba. La chica se rio y extrajo un saco tintineante de su túnica, del que comenzó a sacar galeones. Cómo amaba la buena disposición de los Slytherin con las apuestas.

—Yo quiero el mío.

Primero, la voz. Luego una presión en la espalda.

Era incomprensible el por qué Harry tenía esa manía de apoyarse o inclinarse sobre él, una mano sobre su hombro, la otra esperando los galeones que Daphne también le debía. Al otro lado del Gran Comedor, todavía se oía el griterío de los Hufflepuff, que no dejaban de celebrar desde que Cedric apareció afuera del laberinto, jadeante, ensangrentado y con una clara sonrisa de victoria que contradecía el resto, seguido, a poca distancia, de los otros Campeones.

Dentro de sí, él también se regodeaba de que fuese una victoria más para Hogwarts. No pensaba acercarse, ni felicitarlo, como vio que Weasley hacía, y prefería ni siquiera intentar atravesar esa barrera de Hufflepuff que ahora lo rodeaban. Pero sí, estaba contento. Ellos no necesitaban saberlo.

Con los galeones en la mano, deslizándolos discretamente en un bolsillo de la túnica, para no quedar bajo el punto de mira de Snape, podía reconocer que era una de esas victorias que traía buenos resultados a los terceros.

—Unidad de las Casas y todo eso, Zabini —espetó después, enderezándose, y dándole un golpe sin fuerza en el pecho, con el dorso de la mano—, deberías intentarlo. ¿Cuánto perdiste?

—Tres galeones.

—¿A quién?

—Delacour.

Él soltó un bufido de risa. Junto a ambos, Pansy acababa de arquear las cejas.

—Pensé que tenía más oportunidades —se excusó frente a Pansy, que mantuvo una inflexible mirada sobre él, hasta que se encogió en el asiento y se rascó la parte de atrás del cuello—, bien, tal vez no sólo por eso. No me culpes, es el encanto Veela.

Pansy no mantuvo la expresión seria por más que unos segundos. Cuando se echó a reír, Blaise lució desconcertado, y miró a uno y el otro, en busca de respuesta. Casi al mismo tiempo, Harry y él se encogieron de hombros.

—Yo perdí cinco por Krum —declaró, con una ligera sonrisa.

—Eres más inteligente que eso, Pans.

Entonces fue el turno de su mejor amiga de encogerse de hombros.

—Lealtad a mi hermano, supongo. Aunque los dos ya sabíamos que Krum no iba a poder llegar, quizás ni siquiera juegue mucho esta temporada.

Draco meneó la cabeza con falsa decepción y se puso de pie, dejando que los tórtolos se volviesen a colocar uno junto al otro, con la nariz arrugada. Bien, superado el hecho de que Pansy estaba feliz, y a veces, debía verlos cogidos de la mano —nunca donde un estudiante que no fuese Sly, o algún profesor diferente de Snape, por suerte, pudiese notarlo—, aquella cercanía estaba más allá de lo que tenía intenciones de tolerar.

—¿Qué? —Blaise se burló de él, al notar la cara que hacía. Apoyó un codo en el borde de la mesa y recargó la barbilla en la palma— ¿estás celoso? —comenzó a pestañear repetidas veces, de forma exagerada—. No sabía que era tu tipo, Malfoy, lo siento. Yo me quedo con...las chicas, tú entiendes. No es personal, eres muy linda con falda.

Elevó las cejas al instante. Cuando terminó de procesar lo que acababa de oír, apretó los labios y vio a Pansy.

—Yo no le dije —aclaró ella, alzando ambas manos y dejándolas a la vista, en señal de paz.

—No tenía que decirme —Zabini negó—, es obvio.

—¿Qué es obvio? —intervino Harry, guardando los galeones recién obtenidos en su túnica, después de contarlos. Alternó la mirada entre los tres, con el ceño fruncido por la confusión.

Draco podría jurar que sintió que las mejillas y orejas le ardían.

—Nada. Zabini fue picado por un nargle —se posicionó detrás de Harry, poniéndole las manos en la espalda, y comenzó a apartarlo de ahí entre empujones débiles. Sobre el hombro, le dirigió a un divertido Blaise una mirada de advertencia, y Pansy, que lo notó, le dio un manotazo y se cruzó de brazos.

—¿Qué es un nargle? —escuchó que le decía el chico a su amiga, a medida que se alejaban.

—Algo que tienes metido en tu cabeza todo el tiempo.

Tuvo que hacer un esfuerzo por reprimir la risa, hasta que salieron. Oh, su Pansy aún no estaba perdida del todo en esa tontería del amor.

—¿No has pensado que hacen linda pareja?

Se volvió al oír la pregunta de Harry. Estaba parado bajo el umbral que daba al comedor, con las manos metidas en los bolsillos, y observaba con una pequeña sonrisa a Pansy, que no dejaba de negar en respuesta a lo que sea que Blaise le decía, y a pesar de ello, se reía.

Draco dejó caer los hombros. La sensación de añoranza era extraña, no se molestó en descubrir la fuente. En pensar de más.

—No —soltó, aunque la voz le sonaba vacía, incluso a sus propios oídos—, nos quita tiempo con nuestra Pans y se cree más cercano a ella que nosotros. Me empalagan.

Harry se rio.

—No crees eso...

—Tú no sabes lo que creo —lo silenció, girando el rostro—. Jacint nos espera, vamos.

Sin pensarlo, agarró uno de sus brazos y tiró de él. Despacio, conforme recorrían los pasillos, su mano se deslizaba hacia abajo, hasta que lo sujetaba apenas por los dedos.

No quería soltarlo.

El deseo de prolongar el contacto, incluso uno tan mínimo como aquel, era devastador y le llenaba la cabeza de emociones que lo mareaban.

Estaba en problemas.

Graves problemas.

Tal vez ya era el momento de dejar que Snape se metiese a su cabeza y le aclarase un poco los pensamientos. Si es que podía hacerlo.

Si es que tenía solución.

En el fondo, sabía que no.

0—

Draco se restregó la mancha plateada de la palma, quizás, por enésima vez en la última media hora. Estaba hambriento, comenzaba a darle frío, y no tenía ganas de sacar la varita para aplicarse un amuleto, porque ni Harry ni Jacint parecían notar la brisa helada impropia de la época. Tal vez no fuese el clima. Tal vez era él.

—...te lo dije —replicó, también por enésima ocasión—, cualquier cosa que hagas, Snape ya lo habrá intentado hace tres años.

Jacint se rascó sin cuidado la barba de tres días y se puso a caminar en una línea recta, frente a ellos, de ida y de regreso, durante unos segundos. No los veía.

Más allá de la linde con el Bosque Prohibido, Harry y él compartían uno de los troncos secos como asiento, y escuchaban lo que el mago tenía que decir al respecto, que a la larga, no era mucho.

—Es que no hay nada —espetaba, encogiéndose de hombros con un gesto de rendición, y sacudía la cabeza—, absolutamente nada de la piedra esa en ningún lado. La biblioteca Parkinson hace una referencia a los Black, los Black tienen un cuento infantil de un niño en la luna. En Hogwarts no hay nada, y si fuese algún tipo de magia oscura, estoy seguro de que bastaría con preguntarle a Karkaroff, pero he hecho que el elfo viaje de aquí para allá y creo que me leí todos los libros que me faltaban de Durmstrang. Nada —repitió el gesto—. Es sorprendente que ni siquiera los rompe-maldiciones que conozco se hagan una idea; la única forma de trabajar sobre ella, sería utilizar como base el proceso que se usa en otras Marcas.

—Snape también pensó en eso.

—Pero lo hizo en ti —lo apuntó, luego a Harry—, no en él. Si están conectados con esto, un proceso bien aplicado sobre Harry, debería revertir las marcas que la piedra dejó en los dos, o al menos, romper el vínculo y hacer que sea más fácil deshacerlo. Ahora no hay mucho que pueda hacer, sin arriesgarme a trabajar sobre ambos sin tener idea de lo que hago.

Intercambiaron una mirada. Después observó su palma, sin el glamour.

Cosquilleaba cuando le prestaba más atención de la usual, no podía explicarse por qué. Aun así, no dolía ni quemaba más.

—Hay tiempo, no creo que pase nada importante por ahora —le tendió la mano y dejó que Jacint usase un hechizo para recuperar el glamour, sobre su piel—. Estaba más preocupado por la historia de la profesora Ioannidis y Dárdano.

—No ha dejado de leer sobre mitos desde que lo vio convertirse en pájaro —agregó Harry, con un resoplido—, estoy seguro de que Dárdano te ha visto con esos libros de un lado al otro.

Draco le restó importancia con un gesto vago.

—No me escondía, de todas formas.

—Hay algo sobre eso que sí me llamó la atención —ambos se volvieron hacia el hombre, cuando este se detuvo frente a ellos. Hace semanas que le contaron la historia, por insistencia de Pansy, que aseguraba que su hermano, con contactos fuera del colegio, encontraría más que cualquiera de ellos—. En historia, Dárdano es el hermano de un rey que, o es expulsado de su pueblo por haberlo asesinado, o escapa después de su muerte por la desolación. O el Dárdano que se consigue con Artemisa de Halicarnaso, y ella le arranca los ojos cuando no corresponde su amor. Esa encaja un poco más con el espectro de la bruja del amor maligno, pero sigue siendo...bueno, un poco...

Dejó las palabras en el aire, como si no supiese de qué manera completar la oración.

—Arráncale los ojos o conviértelo en animal porque no te quiere —a Draco se le escapó una risa amarga—, y seguro que eso conseguirá que las amen, ¿no? Es una estupidez.

Jacint meneó la cabeza.

—No, estaba pensando, más bien, que tiene sentido.

—¿Tiene qué? —se escucharon dos preguntas idénticas, lo que causó que Harry y él volvieran a mirarse y rieran.

—Imaginen una bruja, en la antigüedad, sola en una isla, por cualquier razón. Entonces ella tiene esta piedra mágica, poderosa, y la libertad de hacer lo que quiere. Cuando algún viajero la ofende, lo transforma. Hasta ahí tenemos el relato de Circe —ambos asintieron—. Un día, se enamora de este joven que no la quiere, pero probablemente no sabe decirlo, y como lo ama, decide que se lo va a quedar. Igual que a un objeto. Ella lo convierte, y luego algo sale mal, porque la piedra ha afectado su magia y no puede revertirlo, ¿y para qué hacerlo, si huirá? Es mejor alejar esa tonta piedra que puede quitárselo. Pero pasa el tiempo, se encariñan, y se da cuenta de que cometió un error. Sólo que es muy tarde ya.

—...y le toca vagar por el mundo para recuperar la única piedra que puede corregirlo —Draco asintió, de nuevo, lento—. Lo había pensado, aunque Ioannidis no parece el tipo de bruja que se dejaría llevar por algo tan...—hizo una pausa, en la que sopesó los términos— ¿irracional?

—El amor obsesivo es lo más irracional que puede existir en el mundo, Dracolín.

—Convertirlo en pájaro no fue una muy buena muestra de amor de su parte, si lo hizo por eso —comentó Harry, con el ceño fruncido y expresión de aturdimiento.

Draco lo observó de reojo unos instantes. Él, al darse cuenta, le dirigió una mirada inquisitiva.

—No creo que haya sido así —mencionó, en voz baja, tras un momento.

—¿Por qué lo dices?

Volvió a encogerse de hombros.

—No sé, no creo. Es- siento como si la respuesta fuese tan obvia que no la veo, y me diese una idea de lo que va a pasar, pero tampoco puedo verla —otra pausa. Arrugó el entrecejo y observó al mago—, ¿eso también tiene sentido para ti?

Jacint emitió un largo "hm" y se pasó una mano por el cabello.

—He oído cosas más raras —admitió, con suavidad, Draco sonrió a medias. Él le guiñó y procedió a entrechocar las palmas para captar la atención de los dos de vuelta—. Por ahora, lo importante es que estemos pendientes de cuándo se van a ver afectados, para tomar precauciones, mientras Snape y yo intentamos averiguar un poco más sobre esto. No es una maldición oscura, no parecen heridos; yo digo que, hasta que haya algún peligro real, y no sólo un Calamar cuidando de sus bebés frágiles y un profesor irresponsable, es mejor concentrarnos en el qué es, que en cómo se quita.

De nuevo, intercambiaron una mirada. Harry realizó un gesto vago con la mano.

—Suena bien para mí —confesó. Draco tuvo que aceptarlo.

...nos hemos llevado lo que más valoras...

Se volvió a restregar la palma y frunció apenas el ceño. Aquella impresión extraña podía esperar.

0—

—...no sé nada de una bruja llamada Circe.

Harry no estaba sorprendido de oír a Firenze decirle aquello. Le restó importancia y continuó con los ojos puestos en las imágenes doradas y vibrantes del Oráculo, ahora inmóviles.

Unas semanas atrás se detuvieron y todavía no había manera de hacer que volviesen a cambiar. Mostraban siluetas difusas, que nunca terminaron de formarse, y una masa brillante y deforme, a la que no le hallaban sentido, a pesar de las miles de suposiciones que el centauro les ofrecía en base a esta.

—Todavía no le veo forma —mencionó Draco, que llevaba un rato parado frente a la 'cosa' dorada. No dejaba de girar el rostro, dar una vuelta en torno a esta para observarla desde otro ángulo, entrecerrar los ojos. Harry también lo había hecho en cada visita, por si tenía un cambio, pero no ocurría.

—Si los Arcanos pudiesen ver más allá de lo que sus humanos ojos les permiten…—se lamentó Bonnie, que desde la visita que le hicieron después del asunto con el Calamar, había crecido varios centímetros para sobrepasarlos, y por fin podía pasearse por el Oráculo, con la misma libertad con que lo hacían los centauros adultos.

Escuchó que su compañero bufaba.

—Pues son los únicos ojos que tengo, así que tendrás que decirme cómo ver con otros.

Bonnie golpeó el suelo con los cascos en señal de protesta, mas no le replicó. Era una ventaja recién descubierta con la que contaba: los centauros no se veían con derecho a reclamarles desde la situación que los hicieron pasar en el primer año. Draco se aprovechaba de ello para pinchar a Bonnie, que estrechaba los ojos y se cruzaba de brazos, la cola clara agitándose detrás de sí.

—Si lo miras bien —Harry extendió los brazos y simuló el foco de una cámara con los pulgares e índices, cerrando un ojo con fuerza. Luego dejó escapar una dramática exhalación, que hizo que el otro chico lo mirase con curiosidad—, en realidad, eso...se parece a lo que queda en el caldero de Longbottom, lo que Snape nos deja para limpiar cuando nos castiga.

Draco soltó un bufido de risa y le dio un codazo.

—No seas tonto. Se parece más a la cara de Zabini cuando Pans le presentó a su hermano y todavía andaba con el uniforme de rompe-maldiciones.

Harry tuvo que morderse el labio inferior para no reír. Ladeó la cabeza, poniéndose de lado en una posición incómoda que lo obligaba a estirar el cuello de más.

—No, te lo juro, es igualito a lo que deja Longbottom, si...

—Potter.

—...es que no lo ves bien...

—Harry.

Calló y se irguió para verlo. Draco había adoptado su postura, hacia el lado contrario, y ahora tenía los ojos muy abiertos. Harry frunció el ceño y lo imitó.

La enormidad dorada y brillante seguía sin tener sentido para él.

—¿Qué es lo que ves?

El chico tanteó el aire, sin apartar la mirada de la masa dorada, hasta dar con su brazo, y lo jaló, apremiante.

—Veo...—hizo una pausa, para efectos dramáticos, y luego resopló—. ¿Crees que soy Trelawney? Se ve como el fondo de las tazas que Pans y tú usan para su tarea. No hay nada ahí, Potter.

Harry rodó los ojos y lo codeó, a manera de reproche, pero él esbozó una sonrisa ladeada y no se lo tomó en serio.

—Firenze —llamó al centauro, que se aproximó de inmediato a ellos—, ¿nos avisarán si ven algo importante?

—Si las estrellas consideran que es nuestro deber avisarles y es su voluntad que lo sepan, les será informado —aceptó, más o menos.

Draco y él se miraron. Luego el primero chasqueó la lengua.

—Lo voy a tomar como un 'sí'. Pero no dejes que sea Bonnie quien haga la lectura, o va a ser igual que si la hiciese Trelawney.

El joven centauro relinchó y se dio la vuelta, para marchar hacia la salida. Harry le dio un manotazo sin fuerza a su compañero.

—¿Y él qué te hizo? No seas tan malo.

—No me hizo nada —reconoció, despreocupado, emprendiendo el camino hacia la salida también, después de un último y breve vistazo cauteloso a la masa dorada en que se convirtieron las predicciones—, pero es lindo y gracioso cuando se molesta.

Se detuvo en seco. Sintió que las cejas se le arqueaban, contra su voluntad.

—¿Acabas de decir...?

El chico se rio por lo bajo.

—De la cintura para arriba —señaló el área mencionada en sí mismo, alzando el brazo, y siguió caminando con calma—. Y me gusta fastidiarlo y que no pueda hacer nada contra mí. Esa es la mejor parte.

Harry se removió, inquieto de pronto, y se aclaró la garganta sin disimulo, para después seguirlo hacia afuera.

—Eso- eso es un poco...

—Por Merlín, Potter, es broma —se burló, chocando sus hombros cuando volvieron a estar lado a lado, bajo el umbral de la salida. Él emitió un "oh", pero no se sintió más tranquilo.

—Es que recordé que Pansy también dijo algo así.

—Ah, sí, cuando lo conoció. Dijo que era lindo, para ser un centauro —asintió, e hizo una breve pausa, mientras bajaban las escaleras que bordeaban el Oráculo—. Pansy no tiene tan malos gustos, supongo. Mira a Zabini, por ejemplo, aunque es un tonto. Pero no es un mal tonto.

Harry se detuvo, de nuevo, con el pie a unos centímetros de tocar el siguiente escalón. Lo subió y permaneció en el que ocupaba. A Draco le tomó unos segundos darse cuenta de que no caminaba y girarse con una mirada inquisitiva.

—¿Qué pasa?

—Draco, tú- —tuvo que luchar por encontrar su voz, que de repente, parecía no querer cooperar. Lo señaló, pensando que le ayudaría a explicarse, y no fue así, por lo que terminó gesticulando en vano—, quiero decir, a ti- ahm-

Él esbozó aquella sonrisa de lado, marca Black. Se metió las manos en los bolsillos de la capa, se dio la vuelta, y continuó alejándose, tranquilo.

—¿Has visto a Lep? —preguntó poco después—. Lo solté cuando llegamos y se ha ido por ahí...

Harry sólo atinó a negar, y a moverse escaleras abajo cuando su compañero lo apremió.

Tenía la absurda sensación de que acababa de recibir una confirmación importante, sin palabras, y no estaba seguro de qué era lo que sentía al respecto.

0—

—...pst, pst, psst.

Harry rodó los ojos y fingió que no lo escuchaba. A un lado, Pansy estaba concentrada en corregirle un ensayo, y llevaba suficientes tachaduras y borrones del corrector mágico, para empezar a creer que era mejor intentar rehacerlo y entregar uno nuevo.

—¡Potter!

Se mordió el labio inferior para reprimir la risa y lo miró de reojo.

—Estoy haciendo tarea, Draco —susurró, ganándose un débil bufido.

—Nunca haces tarea, no te matará prestarme atención cinco segundos.

—Intento ser un buen estudiante y tú lo arruinas...—fingió protestar. Incluso su amiga se rio por lo bajo, a pesar de que cuando giró el rostro hacia ella, lucía como si fuese completamente ajena a la plática y sólo tuviese ojos para el ensayo.

—Oh, vamos.

Draco, que llevaba un rato en el otro lado de la mesa, leyendo un libro y haciendo un esfuerzo porque Lep dejase de revolotear con las orejas de un lado al otro, acababa de tomar asiento junto a él. Cuando Harry alejó las notas que le quitó prestadas a su amiga, para realizar el ensayo que tenía atrasado, lo volvió a observar.

—¿Qué quieres?

En respuesta, él dejó sobre la superficie de madera, ante Harry, un rollo recién desplegado de pergamino, manchado en los bordes por los rastros de la tinta que algún corrector mágico no le pudo quitar.

—¿Qué es esto?

—Escribe tu nombre —le ofreció la pluma normal, no la que hacía anotaciones por su cuenta, y él arqueó las cejas al recibirla.

—¿Para qué?

—Sólo hazlo —cuando le frunció el ceño, Draco rodó los ojos y apoyó un codo en el borde de la mesa, la mejilla recargada sobre la palma de su mano—, es para algo que estoy planeando.

—¿Me vas a meter en problemas? —hizo girar la pluma entre los dedos, indeciso. Él negó—. Entonces pon tu nombre primero.

Su compañero elevó una ceja. Luego de un breve intercambio de miradas, con un teatral suspiro, le arrebató la pluma y procedió a escribir, con una caligrafía estilizada, pomposa y enorme, su nombre en la parte alta del papel, apenas dejando unos centímetros en los que estaba trazada una línea horizontal, sin nada más.

Ante sus ojos, el pergamino absorbió la tinta y las palabras se desvanecieron, como si nunca hubiese hecho nada allí. Harry tanteó el papel con los dedos y no encontró ninguna señal de que alguien hubiese escrito allí un momento atrás. Silbó.

—Sorprendente —reconoció—, ¿y cómo hago cuando quiera leerlo?

Revelio —Draco murmuró sobre el pergamino, a unos centímetros de rozarlo con los labios. Las palabras se redibujaron casi de inmediato, mostrando su nombre y apellido en la letra que tan familiar le resultaba.

Sostuvo el pergamino en alto, para que pudiese notar el encantamiento, y lo agitó en el aire, con gesto triunfante.

—Es el mismo procedimiento de los mapas, ¿no? —él sacudió la mano, en una especie de "más o menos"—. ¿Qué vas a hacer con esto?

—¿Además de esperar a que te dignes a escribir tu maravilloso nombre?

Harry giró la cabeza por reflejo. Draco continuaba apoyado sobre su codo, y arqueó las cejas, con una sonrisa divertida e irónica.

—Pans —llamó a su amiga, sin despegar los ojos del chico o cambiar de posición—, Potter no confía en mí. Escribe tu nombre en este papel, anda.

—¿Para qué? —cuestionó ella, con calma, todavía tachando el ensayo— ¿es algo de lo que debería preocuparme?

—No, será algo divertido.

Ella se detuvo, alternó la mirada entre uno y el otro. Ya que Harry se encogió de hombros cuando le dirigió una pregunta silenciosa, Pansy suspiró, sujetó el pergamino, y colocó su nombre justo debajo del espacio utilizado por su mejor amigo. Le devolvió el pedazo de papel enseguida y continuó afanada en las correcciones.

Sí, en definitiva, tendría que rehacer ese ensayo. Ya lo veía venir.

—Es tu turno —Draco agitó el pergamino, ahora con el nombre de ambos, frente a su cara. Sonreía. Harry sabía que era la misma sonrisa que tenía cuando se metían en problemas, y temía que no le preocupase lo suficiente para no tomar el papel cuando se lo tendió, por segunda vez.

—En serio, ¿para qué es?

La respuesta se demoró unos instantes en llegar. Él se inclinó un poco más hacia el borde de la mesa, como si fuese a hablarle de un secreto que esperaba que nadie más oyese.

—Vamos a armar un club de duelos —le informó, con la seguridad de alguien que lo ha considerado, medido, discutido, planificado.

Harry ya no se sentía sorprendido cuando meneó la cabeza y escuchó a Pansy reírse.

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—¿Y un club de duelos por qué? —preguntó un rato más tarde, cuando los tres atravesaban las áreas comunes y el patio interno. Pansy iba un paso por detrás de ambos, porque los libros que sacó de la biblioteca levitaban en torno a ella, mientras los organizaba con movimientos de varita dentro de su maletín, que también flotaba. Aquello dejaba a Harry y Draco hombro con hombro, debajo del conejo mágico, que no paraba de agitar las orejas en el aire y trazar círculos alrededor de sus cabezas, volando.

—Club de duelo es una forma de decirle —aclaró el chico, con una expresión pensativa. Estaba apretujado dentro de su túnica del uniforme, ni siquiera las manos a la vista, lo que era inusual, siendo que ya había pasado la parte más fría de la primavera y estaban por alcanzar el verano—; será un club de magia, en general.

Harry bajó la mirada un momento, hacia el rollo de pergamino que llevaba en una mano. Todavía no había puesto su nombre ahí y sabía que Draco no lo dejaría tranquilo hasta ver que lo hacía. Resopló.

—¿Ese es tu nuevo capricho? —cuestionó, en voz más baja, y sintió, igual que si se tratase de una aguja clavada en un costado de la cabeza, la mirada larga que le dedicó cuando el silencio se formó entre ellos por unos instantes.

—Algo así.

Cuando lo observó de reojo, él se encogió de hombros.

—Piénsalo, será genial. Podríamos tener duelos en un lugar seguro, aprender magia avanzada, haríamos miles de cosas que los estudiantes de nuestra edad ni siquiera se...

—¿Tienes permiso de Dumbledore para eso? —se le ocurrió preguntar a Pansy, que a pesar de ser ajena a la plática que llevaban, en apariencia, no tardó en posicionarse junto a ellos en cuanto terminó de guardar sus libros con el encantamiento expansivo del maletín. Draco tuvo el buen juicio de lucir culpable frente a la mirada severa de su amiga.

—No —admitió, en un susurro—. Pero tampoco lo necesitamos.

—Sabes que estaré esperando mi placa de Prefecta el próximo año; no me la van a dar si, de repente, hago algo que va contra las normas del colegio...

—¿Quién es la ambiciosa ahora? —la cortó, con una sonrisa ladeada, que la hizo reír y sacudir la cabeza—. Calma, Pans, lo tengo todo pensado. El sitio estará listo dentro de unas semanas, para que podamos tener la primera reunión antes de terminar el año. Nadie tiene que saberlo.

Harry y ella intercambiaron miradas.

—¿Piensas hacer un club de tres personas? —inquirió la chica, con llana curiosidad. Cuando lo vieron negar, sin embargo, volvieron a observarse entre sí— ¿con otros Sly? ¿Tienes a alguien en mente, Draco?

El aludido se apresuró a pararse frente a los dos, con los brazos extendidos a los costados, de manera que les cerraba el paso cuando estaban por adentrarse a otro de los corredores. Pareció que necesitaba de un último y pequeño esfuerzo para poner sus pensamientos en orden, porque se aclaró la garganta al dejar caer los brazos de nuevo.

—De hecho, estaba pensando...—se detuvo, cambió el peso de un pie al otro, y al darse cuenta de lo que hacía, se enderezó con todo el porte Malfoy practicado que podía mostrar, y carraspeó, otra vez—. Estaba pensando en decirle a Weasley. Y a Granger.

Harry no estaba seguro de cuál de los dos estaba más sorprendido; podría jurar que arqueó las cejas lo suficiente para que se perdieran bajo el flequillo, y junto a él, Pansy tenía los labios entreabiertos y parecía que acabase de golpearla una bludger imaginaria. Tal vez era una buena forma de describirlo, pensó.

—¿Acabas de- de...? —gesticuló, incapaz de formular las palabras.

—¿Dijiste que incluirías a Ronald Weasley, ese Weasley, y a Hermione Granger, la hija de muggles, en uno de tus caprichos? —Pansy pronunció, despacio, con pausas considerables en medio de cada palabra. Su amigo rodó los ojos.

—Sí.

Su amiga emitió un sonido ahogado y se cubrió la boca con una mano. Con la otra, agarró un brazo de Harry.

—Lo perdimos —murmuró—, Harry, lo perdimos. Hay que decirle a la tía Narcissa, alguien tiene que llevar a nuestro Draco a San Mungo, es urgente; este no es él, no puede completar el año así, o lo encontraremos sentado con Hufflepuffs en el comedor...

Cuando él arrugó la nariz en su clara señal de disgusto, ambos se echaron a reír.

—No me he vuelto Hufflepuff de pronto —replicó, en un susurro contenido—, yo sólo- yo lo pensé mucho, ¿bien? Y se me ocurrió que, para hacer que fuese, bueno, útil, probablemente necesitaría de más personas, y yo no tengo otros amigos a los que les pueda confiar algo como esto. Entonces un paso lógico sería dejar que cada uno traiga a una persona, y supuse que serían esas sus elecciones. ¿Me equivoqué? —añadió al final, llevándose una mano a la barbilla, con una expresión consternada que dejaba en claro que no creía que fuese posible que lo hubiese hecho.

—No —Pansy tenía una sonrisa enternecida cuando se le acercó y deslizó un brazo por debajo del suyo—, fue muy inteligente de tu parte. A Mione le va a encantar cuando le diga que podrá aprender magia especializada de familias sangrepuras.

Draco volvió a arrugar la nariz y se puso rígido bajo su agarre. Ella elevó una ceja, en una réplica perfecta de su gesto, y aguardó, hasta que tras un intercambio de miradas del que no fue partícipe, el chico dejó caer los hombros.

—Supongo que algo de eso deberíamos enseñarle, bien, sí.

Pansy le besó la mejilla, sonriente.

—Bueno, eso lo resuelve todo, ¿cierto? —antes de darse cuenta de lo que pasaba, Harry también era atraído hacia ellos, porque la chica se enganchaba a su brazo con el que le quedaba libre, y los tres reemprendían el camino hacia los pasillos—. Deberíamos decirles hoy mismo. Será divertido.

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La reacción de Hermione, cuando la interceptaron en el comedor, fue permanecer sentada en una de las esquinas de la mesa de Ravenclaw, mientras Pansy, que se acomodó a un lado, le explicaba en voz baja sobre los planes que tenían, y los dos chicos, parados detrás de ella, las observaban. Hermione pasó la mirada de Draco a su amiga y de regreso, un par de veces, con cierta cautela, realizó algunas preguntas breves y sencillas, y dio varios asentimientos distraídos, como si considerase una cuestión diferente que ellos no eran capaces de notar.

—Me parece increíble —comentó después, con una leve sonrisa, cambiándose el peso del libro de turno de un brazo al contrario—, quiero unirme.

Pansy fue quien le tendió el pergamino. La chica trazó su nombre con una letra inclinada, alargada y cursiva, veloz, y se lo devolvió.

—Si puedes enseñarme algo útil —Hermione lo pinchó, con una sonrisa que decía que era consciente del reto detrás de esas palabras—, tal vez yo también te enseñe un par de cosas, Malfoy.

Percibió, más de lo que vio, la tensión que se apoderaba del cuerpo de su compañero, junto a él. Una que no tardó en desaparecer.

—Quién sabe si mis esfuerzos sean suficientes para que algo te quede grabado, Granger —elevó el mentón, con una sonrisa desafiante. Pansy, entre ambos, comenzó a menear la cabeza—, pero déjame que lo intente.

—Bien.

—Bien.

—Quizás juntar a esos dos no fue la mejor idea que hemos tenido —le confesaría Pansy después, cuando los tres caminasen hacia la mesa de las serpientes. Harry tuvo que reconocer que no sabía cómo terminaría todo aquello.

0—

La reacción de Ron consistió en arrugar la nariz y observarlo con la misma expresión que hacía cuando estaba ante el libro de Pociones. Se tomó su tiempo para mover la pieza del ajedrez mágico, volvió a observarlo, como si pensase que se trataba de una especie de broma, y la demora en su contestación bastaría para hacer que lo confesase, y al ver que no era así, se reclinó en el asiento y se cruzó de brazos. A decir verdad, era un alivio distraerlo con el tema, porque Harry no tenía idea de qué movimiento hacer ahora que su rey estaba en jaque, y tenía una derrota casi segura por delante. La cuarta del día.

Los Hufflepuff, acostumbrados a su presencia en la Sala Común, ni siquiera se molestaban en mirarlo cuando entraba con la corbata verde y plateada del uniforme, mal amarrada en torno al cuello de la camisa. Algunos, al hablar con Ron, incluso se animaban a saludarlo. Sin duda, su parte favorita seguían siendo los bocadillos que los elfos les llevaban de vez en cuando.

—¿Me estás diciendo —intentó recapitular su mejor amigo, en voz baja e inclinándose hacia adelante, con aire confidente— que Malfoy, el odioso cretino de Malfoy, te dijo a ti —lo señaló— que me dijeras a  —se apuntó a sí mismo, como si hubiese una gran necesidad de aclarar ese tema—, que me uniera a algo de ustedes? ¿Cómo era? ¿Club de duelos, dices?

Harry asintió con ganas y se lanzó a explicarle la versión corta, antes de que tuviese la oportunidad de terminar de procesar la información.

—Un club de magia, con Pansy, Hermione, Draco y yo, por ahora. Los TIMO's son el año que viene y lo puedes ver como una preparación práctica —mencionó, con un fingido tono conocedor. Estaba copiando las palabras de Pansy, que utilizó cuando le habló de la idea a su amiga para convencerla; sonaban bien, y pudo notar que Ron pasaba del entendimiento a la silenciosa cuestión de por qué empezar a prepararse tan pronto—. Además, podrás maldecir a Draco si practican juntos.

—Oh, eso sí suena a algo en lo que gastaría un poco de mi tiempo libre —reconoció, divertido, pero luego sacudió la cabeza—. Yo no me meto a esas cosas, compañero, lo sabes.

—Anda —lo instó, dándole un manotazo sin fuerza en el hombro—, entraremos juntos, yo todavía no me apunto. Les dije que iba a entrar contigo o no entraba, porque juntar a esos tres, será como pedirle a Binns que me diga todo lo que sabe de las revoluciones de los gnomos de jardín desde el comienzo de la historia de la magia.

Al comprender la referencia, Ron emitió un débil sonido de disgusto y después se rio.

—Bueno, dime lo que piensan hacer mientras seguimos con esto y...

—¿Y si te lo digo, en lugar de seguir con esto? —con una sonrisa culpable, realizó un gesto que abarcó el tablero mágico. Ron arrugó el entrecejo—. Sabes que ya perdí, Ron.

Su amigo lo vio un instante, luego se inclinó más hacia adelante, hizo el decisivo movimiento que lo llevaba al jaque mate, y que hubiese ocurrido, sin importar lo que Harry hubiese hecho en su turno perdido. Después tomó la bandeja de bocadillos que tenían a un lado, cortesía de los elfos, y se la puso en el regazo, para devorarlos uno a uno.

—Yo me uno, pero si veo que está siendo demasiado idiota, me salgo, ¿oíste?

Harry sonrió y le tendió el rollo de pergamino. Su mejor amigo lo desplegó, releyó los nombres y adoptó una expresión pensativa. Él estaba complacido con esa pequeña victoria, a comparación de la derrota masiva de ajedrez mágico, cuando lo hizo anotar su nombre al final de la lista.

—No me dijiste que esa chica también iba. El nombre me suena, ¿es de Slytherin como ustedes?

Con el ceño fruncido, extendió el brazo para volver a recoger el pergamino y le dio un vistazo.

"Draco L. Malfoy.

Pansy J. Parkinson.

Hermione Granger

Luna P. Lovegood

Ron W."

—No —susurró, aturdido. Recordaba que Draco le había dado el pergamino, enrollado y atado con una cinta, cuando le dijo que intentaría hablarlo con Ron, no que lo hubiese sacado en otro momento—, es una estudiante de Ravenclaw, un año menor que nosotros.

Ron repitió el sonido de disgusto.

—Amigo, eso va a ser peor que Binns con sus revueltas de globins —sin embargo, no quitó su nombre del papel.

0—

Esta vez, tienes que ser tú el que guíe, Potter —le había dicho. Harry no estaba seguro de qué tan buena idea era mostrarles aquello del modo en que lo harían.

—Siempre me pregunté cómo hacían para moverse por todo el castillo de noche sin ser atrapados por Dárdano o Filch —comentó Pansy, con voz cantarina y divertida, mientras se agachaba para pasar, detrás de él, a través del agujero bajo el Sauce Boxeador.

—No puedo creer que se escapen para hacer este tipo de cosas en las noches...—Hermione la siguió, y a pesar de la reprimenda que pretendía realizar, emitió un sonido ahogado de asombro cuando estuvo en el túnel y empezó a reírse de otro comentario de su amiga, que se les adelantaba con entusiasmo.

Ron continuaba parado fuera del árbol, boquiabierto. Se encontraban afuera del castillo, después del toque de queda, gracias a la capa, que lo ayudó a salir de las mazmorras sin alertar a Snape, y al mapa, con que desvió a los otros tres hacia pasadizos para no llamar la atención del conserje y su gata, o peor, de Peeves. Detener al Sauce era cortesía de Lep, que corrió hacia el árbol y se abrió camino delante del grupo.

Cuando sacó el mapa y ellos vieron el contenido por encima de su hombro, la única que pareció pensar que era una cuestión lógica y predecible, fue Pansy.

Su mejor amigo, en cambio, se cruzó de brazos cuando él se asomó para ver por qué no pasaba.

—Oh, vamos, amigo, ¿un mapa? ¿Un mapa que te muestra todo Hogwarts y a los que estamos dentro, y nunca se te ocurrió mostrármelo?

Harry pensó que era mejor que no conociese de la existencia de la capa de invisibilidad todavía.

—Bueno, es que este lo hice con Draco —se justificó, alzando el dichoso pergamino. Él no tenía que saber que el original también era suyo, ¿cierto?

Ron soltó un "oh", relajó los músculos, y vacilante, se agachó para cruzar el agujero bajo el árbol y meterse al estrecho pasadizo.

La Casa de los Gritos, al menos por dentro, estaba irreconocible. Las chicas giraban para observarla desde diferentes ángulos, conversaban en voz baja, y Lía, la elfina doméstica, los recibió nada más poner un pie dentro desde el túnel.

Uno podría pensar que estaba en el vestíbulo de una casa que nunca fue abandonada ni tachada de embrujada; la pintura y el tapiz de las paredes era nuevo, se viese como se viese, los muebles, si es que se trataban de los mismos, estaban reforzados o reconstruidos, y re-tapizados para combinar con los colores del resto del lugar. Un candelabro miniatura, a comparación del que conoció en su primera visita a la Mansión Malfoy, pendía del techo sobre sus cabezas, y al fondo, un corredor que se abría paso, donde antes estuvo el suelo hecho pedazos, estaba construido en reflectores de enemigos desde el techo hasta el suelo, que no mostraban a ninguna sombra próxima.

—Se nota que Malfoy no tenía nada que hacer. Y que no paga las cuentas —susurró Ron, con un deje de amargura, a pesar de que observaba el lugar con más curiosidad que cautela.

—El amo Draco ha venido a ver cómo íbamos y nos ha ayudado un montón de veces —explicó la elfina, con su vocecilla chillona que parecía resonar en la sala del recibidor improvisado—, el amo ha sido bueno. Lía está feliz de servirlo para hacer algo tan bonito como esto, y que el amo Harry pueda verlo también.

Harry carraspeó, como si acabase de ahogarse, cuando Ron lo observó, arqueó una ceja y gesticuló, con los labios y en silencio, "¿amo Harry?". Sintió que las mejillas le ardían.

Un traqueteo y el sonido de un golpe, causaron que diese un brinco y mirase hacia el corredor de los espejos. Harry fue quien caminó hacia allí.

—¿Draco? ¿A dónde te metiste? —preguntó, a medida que avanzaba. Un vago ruido de afirmación le contestó, desde alguna parte.

Reconoció la pronunciación de un hechizo familiar e hizo ademán de correr. Un instante más tarde, debía quedarse quieto, porque el pasillo y la sala del recibidor quedaban envueltas en una neblina negra, que conocía bien.

—¿Esa es tu bienvenida?

—No —la voz de Draco se escuchó desde un punto impreciso. Luego hubo pasos y un roce—, no es la mía. Ignoren eso, estábamos practicando.

Una segunda voz, femenina y más suave, fue la que retiró el encantamiento de oscuridad absoluta. Al mirar hacia el pasillo que conectaba la sala con el resto de la remodelada casa, encontró a Draco y a Luna Lovegood, con la varita en mano y una expresión inocente, que parecía serle normal.

—¿Qué hechizo es ese? —en un parpadeo, Hermione los había saludado y se interesaba por lo que hacían. Luna, tras un asentimiento de su compañero, procedió a explicarle con muchos gestos de por medio.

—Tienen que ver la sala de prácticas —pronto, el chico capturó la atención de los cinco, con un gesto—, está lista y es…perfecta.

Con distintos grados de interés y vacilación, lo siguieron a través del estrecho corredor, hacia uno más amplio, que separaba un conjunto de puertas cerradas. Él los llevó hacia la del centro, la más próxima, y los dejó pasar, uno a uno.

—¿Cómo...? —Pansy miró alrededor, a la escena replicada del patio de Hogwarts, que se desvanecía de a poco, para dejar, en su lugar, una sala plateada sin ningún tipo de decoración— ¿es como la Sala que Viene y Va?

—Mejor —replicó Draco, sin un atisbo de duda—, esa la puede encontrar cualquiera que sepa lo que busca. Esta no. Es toda nuestra, del club.

—¿No es así como son las salas de entrenamiento de los Aurores? —preguntó Hermione, pensativa. Él asintió.

—Tiene exactamente los mismos hechizos, esa era la idea. La magia, los efectos, el sonido, no salen, si cerramos la puerta. Olvidamos cerrarla ahora —aclaró, con un ligero encogimiento de hombros.

Mientras los chicos daban una vuelta por la sala e intentaban descifrar cómo activar la simulación, con ayuda de Luna, que ya la había visto puesta en marcha, Harry se colocó a un lado de su compañero, y lo codeó para captar su atención.

—¿De dónde sacaste el dinero para acomodar una casa que se estaba cayendo y todo esto? —murmuró, consternado— ¿lo sabe la tía Narcissa?

Pero Draco sonrió a medias y negó.

—¿No le dijiste? —al ver que se echaba a reír ante su expresión de horror, Harry frunció el ceño—. ¿Qué?

—No hay ni un knut de dinero Malfoy aquí, Potter.

—¿Entonces...?

—Oh, bueno, escribí algunas cartas —reconoció, con gesto de falsa inocencia, que lo hizo rodar los ojos—. Le expliqué a mi primo Regulus que quería empezar a prepararme para los TIMO's prácticos, pero él me recordó que no se puede hacer magia fuera de Hogwarts hasta los diecisiete.

—¿Y qué hiciste?

Ensanchó la sonrisa.

—Le pregunté a Sirius Black si nos ayudaría —abarcó a los dos con un gesto, dejando boquiabierto a Harry— con una sala de barreras mágicas, para usar hechizos fuera del castillo.

—Y te dijo que sí —musitó. No era una pregunta, no necesitaba serla. Podía imaginar la reacción contenta de su padrino y la manera simple en que se deshizo de unos cuantos galeones por el capricho, según él, de su ahijado y un amigo de este—, y me usaste para que lo hiciera.

Draco se rio por lo bajo cuando le atinó un manotazo en el hombro. El sonido, para su pesar, le arrebató cualquier rastro de enojo que hubiese sido capaz de sentir.

—Le aseguré que los dos íbamos a usarla bien, y eso haremos. Cuando te escriba la próxima carta, dile que te encantó cómo quedó la sala —asintió varias veces, como si fuese lógico. Harry se rehusó por un rato, cruzado de brazos y con protestas falsas, hasta que entrechocó sus hombros y terminó por arrastrarlo, sujeto de la mano, con el resto del grupo.

El contacto de sus dedos quemaba, de una manera que era agradable y cosquilleante, escalofriante y aterradora, al mismo tiempo. Tenía una sensación de vértigo cuando se reunió con los demás.

—Estuve averiguando cómo se cambian los escenarios y creo que ya lo entendí...—comenzó a decir Draco, indicándoles que prestasen atención para que los seis pudiesen modificarlos cuando fuese necesario.

Más que una práctica de duelos, o encantamientos de cualquier tipo, Harry lo recordaría como un juego sin orden ni sentido. Un instante, a causa de un hechizo mal ejecutado, Ron tenía el cabello encendido en un fuego que no le quemaba, pero no dejaba de moverse en círculos y chillar, histérico, que alguien lo apagase, Hermione arrojaba un aguamenti para deshacerlo, que empapó a Draco de pies a cabeza, por un error de cálculo en relación al objetivo, y al siguiente, los hechizos comenzaban a pasar de un lado al otro. Hubo gritos, maldiciones en voz baja, y carcajadas de a montones, corrieron por toda la sala, se golpearon con las paredes, se cayeron y dieron contra el suelo.

En algún punto, Draco y él estaban agazapados detrás de un escudo mágico, a punto de destruirse por ataques consecutivos del resto, y Harry no tenía idea de por qué aquello se convirtió en una guerra de equipos que se unían y separaban con la misma facilidad, pero no podía dejar de reírse mientras su compañero le daba manotazos sin fuerza en el brazo y amenazaba, en vano, con maldecirlo si no conseguían salvarse de todos esos encantamientos. Y del otro lado de la barrera, Ron los acusaba de cobardes, Hermione intentaba deshacer el escudo, y Pansy no se decidía entre si arrastraba a la despistada Luna con ellos o en su contra.

Harry se preguntó si no podrían ser así el resto de sus días.

0—

Las semanas restantes de cuarto año fueron, en retrospectiva, una de las mejores épocas de sus vidas. Un día, se descubrió sentado en la mesa de Ravenclaw, determinada como el 'terreno neutral', con Pansy, Draco, Hermione, Ron y Luna, y ni siquiera sabía si existía una razón específica, porque las conversaciones se mezclaban, se confundían, se retomaban y volvían a convertirse en una.

Se reunieron cada viernes en la noche, los sábados si Hermione, Pansy y Draco no iban a la Torre de Astronomía, y algunos domingos, e incluso cuando hacían planes para practicar como era debido, algún 'incidente' convertía la Casa de los Gritos en un mundo de magos oscuros, persecuciones, duelos o una guerra sin cuartel, que no cesaba hasta que los seis estaban tirados en el piso, jadeantes, con el estómago adolorido por la risa, como si nunca hubiesen crecido y dejado esos juegos atrás.

Se veían en la biblioteca cuando tenían que hacer las tareas, en los pasillos, saludándose e intercambiando frases entre cambios de clase, caminaban por el patio o los rosales, o se sentaban en una hilera en una de las orillas del Lago Negro. Cuando encontró a Draco y Pansy hablándoles de los minicalamares, el primero narrándolo igual que una de sus historias, la chica entre risas, y seis estudiantes se pararon afuera de la oficina de Ioannidis para pedir que les contase cómo estaban los pequeños, ya no podía recordar cómo se sentían las tardes en que no estaba rodeado de ellos.

En la última visita a Hogsmeade, ocuparon una mesa completa de Las Tres Escobas, ajenos a las miradas del resto de los estudiantes, y celebraron el cumpleaños de Draco al comienzo, y luego por cualquier otro motivo que se les ocurrió que también podían celebrar, con cervezas de mantequilla; ruidosos, despreocupados, bromeando entre ellos. A Hermione se le ocurrió preguntar qué harían por las vacaciones, como si fuese una cuestión cualquiera que se le pasaba por la cabeza. Para el momento en que volvían a pisar el andén 9 ¾ y se despedían, Harry sabía que no era más que un 'adiós' temporal, porque habría cartas y visitas de por medio durante los meses de julio y agosto.

Estaba muy feliz con eso.


Fin del Libro 4.


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