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Luz de luna por BocaDeSerpiente

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Capítulo cincuenta y tres: De cuando hay criaturas, llanto, mesas voladoras y varitas rotas

—¿Qué es una Lullaby?

Ella se rio ante su pregunta. No era una risa burlona, que le decía que era una estúpida cuestión, sino una tan suave como su contacto, melodiosa, como si en verdad lo hubiese encontrado divertido de algún modo.

—¡Yo! —lo soltó al apartarse y abrió los brazos, a manera de muestra— ¡yo soy una Lullaby! Celsitudinem Lullaby, o Altum, Altum Lullaby. Me puedes decir Lullaby, o Altum. Mejor Altum. No me digas Celsitudinem, por favor.

Harry le enseñó una sonrisa incómoda.

—No sabría pronunciarlo.

Ella se echó a reír, de nuevo, con una felicidad que creía que sólo era propia de los niños pequeños y sin preocupaciones.

Altum era la criatura —porque sólo podía considerarla una criatura— más extraña y curiosa que había visto. Levitaba alrededor de Harry, serena, sin esfuerzo, como si la gravedad no aplicase para ella. Tenía la apariencia de una chica poco menor que él, de piel ligeramente rosácea, lisa, con el vestido blanco más pomposo y 'esponjoso' del mundo, capa tras capa de tela traslúcida, que disimulaba unas líneas ondulantes en sus hombros. El cabello, igual blanco, lo llevaba en un peinado alto y redondo (¿algún moño, quizás?) que le recordaba a los de siglos anteriores, y terminaba en una trenza por su espalda.

Mientras giraba en torno a Harry, movía las piernas, finalizadas en pies pequeños y sin zapatos, como si nadase en el aire. Los anillos que llevaba y los conjuntos de brazaletes de las muñecas le tintineaban.

No podía dejar de lado la idea de que sus ojos grises le recordaban a algo, pero no sabía qué.

—Ven conmigo, ven, ven —canturreó, sosteniéndole los brazos para levantarlo con un tirón fluido, que no lo lastimó ni pareció suponer un uso de fuerza para ella. Empezó a flotar de reversa, medio sentada en la nada, al guiarlo. A su alrededor, la oscuridad de la noche era menor, igual que si tuviese el efecto luminoso de un hechizo imposible de distinguir. No encandilaba.

—No- debería- yo venía- —miró alrededor, en vano. No tenía idea de dónde estaba, porque no había llegado antes a un claro diferente al de los centauros. Altum lo llevaba tras ella, su cuerpo respondía por inercia.

—Estás muy triste, Harry —aquellas palabras, pronunciadas con tanta suavidad que podría parecer que le pedía permiso para hablar, lo hicieron volver a fijarse en ella—, ¿quién te ha hecho tan triste?

Él no creía que fuese una buena idea hablar de sus problemas sentimentales y confusiones con una criatura extraña del Bosque Prohibido, de noche. Tenía una parte prudente que le advertía que debería estar dando la media vuelta, ¿y por qué no se movía más rápido?

Altum sonreía, tranquila, a la espera de una respuesta. Vaciló.

—No es- nada —probó, dubitativo. La Lullaby, que ahora le sostenía las manos, no dejó de moverse; los anillos que usaba en todos los dedos, a excepción de uno de los meñiques, también estaban cálidos. Podría haber jurado que los sentía latir.

—¿Seguro?

Harry asintió varias veces, pensando que así le daría más veracidad a sus palabras. La criatura, sin borrar la expresión dulce, elevó sus manos unidas y comenzó a besarle los nudillos.

Aquello era extraño. Tenía ganas de apartarse, o de pedir que lo dejase de hacer, pero las palabras no salían de su boca ni sus extremidades le respondían. Tras unos segundos, se detuvo, le dio un leve apretón, y con un movimiento oscilante, se acercó tanto que Harry tuvo que dar un paso hacia atrás cuando sus rostros se encontraron a tan sólo unos centímetros de distancia.

—Dime algo, lindo Harry —siguió, como si en verdad le hubiese creído. ¿Estaban dando vueltas en círculos por el claro o era su imaginación?—, ¿por qué no quieres aceptar que estás enamorado?

Frenó en seco. Altum hizo lo mismo. Lo observaba con una calma amable y conocedora, que le recordaba a Pansy. Donde sus manos continuaban unidas, las oleadas de tranquilidad le aseguraban que todo estaba bien, que ahí no pasaba nada.

Tragó en seco. Una respuesta que no era del todo suya luchaba por salir; se rehusaba a dejarla escapar.

—No estoy enamorado.

Su voz sonó vacía, falsa, incluso para él, y parpadeó, aturdido. No lo estaba.

No lo estaba, ¿cierto?

Enamorado. Era una palabra fuerte. Seguro que lo suyo era más…temporal.

—¡Claro que lo estás! —ella rio— ¡mira, mira, mírame! Yo sé que lo estás.

Altum se movió tan rápido que no hubiese podido evadirla, incluso si lo hubiese deseado. Se inclinó, le dio un fugaz beso en la punta de la nariz que lo hizo reír sin notarlo, y se apartó, soltándolo.

Cuando tocó el suelo, allí, de pie frente a él, estaba Draco Malfoy, vestido de blanco y sonriéndole.

—¿Ves, ves, ves? ¿Sí lo ves? —el Draco real nunca hubiese canturreado así, sujetándole las manos y balanceándolas en un improvisado y torpe baile. La escena, en especial dado que su voz era muy femenina, lo hizo reírse— ¡soy la persona que quieres justo ahora! No me lo niegues. Las mentiras son muy, muy malas para una Lullaby.

—No, no lo eres —Harry sonreía. No se daba cuenta—, sólo eres Draco.

—Así que se llama "Draco" —liberó una de sus manos, para llevársela al mentón, en un cómico y exagerado gesto pensativo que le arrancó otra carcajada. Altum, en el cuerpo de su compañero, parecía tan complacida de hacerlo reír, que no paró de balancearse de aquí para allá y dar cortos saltos—, ¡la persona que quieres se llama Draco! ¿Es él quien te ha hecho sentir triste, Harry bonito?

La sonrisa del chico se borró de inmediato. El vacío que cargaba en el pecho volvió con tanta intensidad que sintió que se ahogaba, pero sólo por un segundo. Luego desapareció por completo.

—Oh, fibra sensible. Toqué una fibra sensible —la imagen de Draco se desvaneció, para dejar en su lugar a Altum. La piel se le tornaba de un azul pálido, poco a poco, como si estuviesen manchándola—, lo siento, lo siento. Harry bonito, perdóname, perdóname, lindo, lo siento…

Tomó una profunda bocanada de aire y meneó la cabeza. Al pedirle disculpas, su voz dulce sonaba tan triste que podría haberlo hecho llorar con facilidad.

—Déjalo. Es un idiota —murmuró.

—¿Tu Draco? —al verlo asentir, volvió a levitar, jugueteando con sus dedos, que no soltaba todavía. En parte, era de agradecer, porque a medida que la piel le regresaba al tono rosa, las oleadas de paz volvían a invadirlo—. No es cierto. Tú no piensas que sea un idiota.

—No- bueno, es que- sí lo es, pero-

—Sólo estás molesto con él —cuando alcanzó aquella conclusión, la piel de la Lullaby había superado el rosa, y se convertía en un rojizo pastel—, y tienes razón en molestarte.

Soltó un bufido de risa. Era la primera persona —y no era una persona, en sí— en hacerle un comentario semejante.

—Pues sí, la tengo. Lo sé.

—Pero también sabes que lo perdonarías si te mira como sólo él lo hace —continuó, en voz más baja—, y quieres estar con él, y quieres que te sonría y que sea bueno contigo. Y- oh, bonito, ¿cómo vives con esas emociones tan caóticas dentro de ti?

Harry parpadeó y se removió, con ganas de soltarse. Ella no lo dejó ir, a pesar de que no reforzaba el agarre; no habría sabido explicar qué era lo que le impedía liberar las manos.

—¿Estás metida en mi cabeza o algo así? —espetó.

—No, no, no, ¿cómo podría? —se lamentó. La piel se le tornaba azul deprisa—. No lo estoy, Harry bonito, soy una receptora, es todo.

—¿Receptora de qué?

—De emociones. Sensaciones, impulsos. Son el aire que respiro, lindo Harry, tendría que morir para no sentir las tuyas…

—Bien, bien, nadie aquí se va a morir —la interrumpió, un poco afectado por el tono en que hablaba. La manera en que lo veía le hacía pensar en los cachorros cuando son reprendidos—. Debes estar equivocada, Draco y yo somos- somos- bueno, somos amigos, sí, y tú debes estar sintiendo-

—Siento que lo quieres —levitó más cerca, obligándolo a mantener los brazos alzados, las manos atrapadas en su agarre todavía—, lo quieres tanto que no sabes lo que harás con esos sentimientos. La tristeza es lo que predomina ahora en ti. No es justo, tú no deberías estar triste, ni siquiera por tu Draco. Eres el ser más bonito que he visto en mi vida, ¿cómo puede no quererte?

Harry sí se tensó cuando la sintió soltarlo para envolverlo después con los brazos. Era cálida y suave. Olía a tarta de melaza. Pero él no tenía ganas de ser abrazado.

—Bonito, bonito, bonito. Eres la criatura más maravillosa de este mundo, Harry, ¿lo sabes? ¿Te lo ha dicho? ¿Por qué lo quieres, si nunca te lo ha dicho? —su voz era un arrullo junto a su oído. Tuvo una vaga sensación de adormecerse que se desapareció pronto—. A mí me gustas mucho, mucho, mucho, Harry bonito, por eso te he esperado.

Una señal de alarma se activó dentro de su mente. Altum continuaba murmurando cerca de su oreja, cuando se movió para sujetarle por los codos, y despacio, apartarla.

No tenía idea de lo que podría hacer, así que intentó ser cuidadoso al dar un paso lejos y soltarla.

—Se supone que- yo venía a buscar a los centauros —empezó a decir, lento, en voz baja—, están pasando cosas extrañas en Hogwarts y tengo que ver si puedo hacer algo para ayudar. Fue un placer conocerte, pero…

—¿Centauros? —parpadeó, como si fuese la primera vez que escuchaba mencionar a la especie. Su piel rápidamente se tornó de un azul violáceo, se oscureció, oscureció, oscureció, y poco después, regresó a un rosa más opaco—. ¡Pero si yo puedo decirte qué es lo que pasa! Hogwarts son los magos y brujas, ¿verdad? Los de allá —apuntó en la dirección en que, si hubiese estado bien orientado, se habría percatado de que quedaba el castillo—, el Cúmulo, ¡claro que sé qué les pasa!

Harry dudó. Todavía no tenía idea de qué ruta tomar para ir con los centauros, y por lo visto, las ninfas del bosque no tenían intenciones de mostrarse esa noche. Lep continuaba perdido, además.

Por otro lado, Altum aguardaba su respuesta con una expresión de súplica lastimera, que le generó una ligera culpabilidad. Decidió que no haría diferencia si perdía unos minutos más, y si conseguía un poco de información, sería un ganar-ganar para los dos.

—¿Puedes decirme qué les pasa?

Altum sonrió y volvió a extender los brazos, levitando frente a él.

—¡Yo! ¡Yo les paso!

—¿Qué- qué quieres decir con…? —siguió su movimiento con la mirada, dubitativo, cuando comenzó a flotar en círculos. Al hacer ademán de dar un paso más lejos, la descubrió poniéndose detrás de él, por lo que su espalda chocó contra las múltiples capas de su vestido. Se giró enseguida, tenso—. ¿Qué les estás haciendo?

Pensó en la mirada asustada de Pansy cuando el candelabro le cayó a un lado a quienes hicieron un comentario desagradable sobre ella. En Hermione arrojando una maldición con los ojos tan llenos de lágrimas que hubiese sido increíble que sí pudiese apuntar con precisión. En Dumbledore, sin poder creer que se echó a llorar en frente del colegio. En sí mismo, dejando huellas quemadas en el suelo de los pasillos.

Sin querer, puede que su tono hubiese sido más duro de lo que pretendía. Altum se demoró unos segundos en responder, y para hacerlo, descendió unos centímetros, lo que los dejaba casi a la misma altura.

—Soy una Lullaby, siendo una Lullaby —juró, con un puchero que le daba un aspecto más humano, e incluso infantil—. Siempre que la Colmena se asienta en un sitio, los magos-

—¿Colmena? —la interrumpió, arrugando el entrecejo. La imagen dorada, brillante, del Oráculo regresó a su memoria— ¿son muchos?

—Bueno- justo ahora, no, pero-

—¿Qué es lo que les haces? —insistió, sin dejarle tiempo a explicarse. Altum vaciló, jugueteando con los anillos de sus dedos.

—Soy una receptora, Harry bonito.

—"Receptor" es de "recibir". Tú no estás sólo recibiendo emociones, ¿cierto?

—Yo- yo- —boqueó un momento, luego se cubrió la boca con una mano y pareció considerar mejor lo que soltaría a continuación—. Harry, entiende, los Lullaby sentimos lo que hay dentro de una persona. Las- las emociones de los magos y brujas son diferentes a las de cualquier otro ser, son mágicas por sí mismas, capaces, maravillosas, fascinantes. Se reúnen alrededor del núcleo mágico y pueden usarlo y- y yo- nosotros, sólo las hacemos salir.

—¿Qué significa eso?

—Pues- verás, ¿cómo te lo digo? —emitió un sonido frustrado y dio una vuelta en torno a él, para después volver a detenerse—. Las emociones de un mago están en un sitio muy particular, y cuando una Lullaby se acerca a uno, puede sentirlas y cambiarlas, sólo un poco. Si una Colmena se asienta donde hay magos y brujas, y siempre nos asentamos allí porque de esto nos alimentamos, nuestra presencia hace que la emoción predominante en ese momento, dentro de cada mago, salga, y puede que causemos un- un poco de alboroto, ¡pero es por una buena causa! Porque apenas terminan de soltar esas emociones, pueden volver a la normalidad y ser-

Harry le fruncía el ceño. Altum tuvo la decencia de lucir avergonzada y descender un poco más todavía.

—¿Se alimentan de las emociones de las personas? —ella asintió— ¿de todas las emociones?

—Las más fuertes, normalmente, pero sí, de cualquiera —puntualizó, con suavidad, como si le pidiese que no se fuese a enojar con ella por decírselo—. Puede- puede que sus impulsos sean menos controlables y actúen de un modo que no lo harían por lo general, pe- pero-

—Tú eres la que está haciendo todo el desastre que ocurre en Hogwarts —comprendió, incrédulo—, tu Colmena lo hace. ¿Sabes lo que causan, en realidad? Han hecho que los estudiantes se peleen, que lloren, que se lastimen entre ellos.

—¡La- la Colmena no los obliga a nada! —saltó a la defensiva, agitando los brazos en el aire, de una manera que hubiese sido graciosa, si Harry no intentase ver cómo se arreglaba aquello, o estuviese preocupándose de que fuese a perder el control también, por lo cerca que estaban— ¡nosotros hacemos que no sigan ignorando sus sentimientos! Así lo pueden sacar, su magia no puede ser estable con todo lo que retienen, ¡los humanos siempre son así! Pero la única Lullaby que puede obligar a una persona a hacer algo es la Celsitudinem-

—Que eres tú.

Altum boqueó, de nuevo, como si la hubiese tomado por sorpresa la observación precisa. Se mordió los labios y asintió, despacio, dos veces. Se veía arrepentida.

—Pe- pero no- no es como suena, Harry bonito —intentó arreglarlo, aproximándose más. Con cada centímetro que avanzaba, flotando, el chico retrocedía un paso, hasta que le fue imposible porque presionó la espalda contra el tronco de un árbol. La señal de alarma imaginaria se hacía más fuerte—. Soy una receptora, actúo como una receptora. Incluso si soy la Celsitudinem, no podría jamás reemplazar las emociones, no puedo crear una, u obligar a alguien que ya haya entregado su corazón, por eso-

—¿A qué te refieres con eso?

Otro titubeo.

—Bueno, pu- pues, ya sabes, entregar el corazón, lindo. Entregarlo —gesticulaba con las manos, como si se extrajese el órgano del pecho y se lo ofreciese, a modo de explicación. Él meneó la cabeza para dejarle en claro que no comprendía, haciéndola resoplar—. Enamorarse, Harry, a eso me refiero. Las emociones de un mago o bruja realmente enamorado, son imposibles de alterar para una Lullaby; pue- puedo calmarte si lloras, o- o hacer que te muestres enfadado si lo escondes, pero no ayudar con lo que sea que sientas. Es- es sólo que en esta época, los humanos se enamoran tan pocas veces en serio, que-

—Que tú controlas a prácticamente todos, ¿o no?

Por un rato, hubo tanto silencio en el claro, que Harry habría podido jurar que escuchaba las hojas que caían de los árboles en la lejanía y algunas ramas secas que se rompían, por aquí y por allá. Luego Altum descendió más, lo suficiente para tener los pies a unos centímetros del piso de tierra.

—Yo no estoy haciéndoles daño —aclaró, con un hilo de voz—, la mayoría de las emociones predominantes en los magos de ese Hogwarts son negativas, y van a dejar de sentirlas después de que la Colmena se vaya. Serán felices, los haremos felices. No les estoy diciendo que hagan nada, Harry- créeme. El único humano al que estaba buscando es a ti.

Harry se tomó un momento para asegurarse que entendía lo que acababa de oír. Todavía tenía el ceño fruncido y una ligera sensación de incomodidad, que lo hacía cambiar su peso de un pie al otro.

—¿Por qué me buscabas? —optó por cambiar de enfoque, ya que no sabía si podría solucionar algo a partir de lo poco que escuchó. Para empezar, no tenía idea de que existieran criaturas llamadas "Lullaby", ni mucho menos que viviesen de emociones de los magos.

El rostro redondo y rosáceo de Altum se iluminó con una sonrisa aniñada.

—¡Es porque eres el ser más maravilloso del mundo, Harry! Te quiero —explicó, acercándose tanto que Harry volvió a echarse hacia atrás cuando sus caras quedaron demasiado juntas. Ella no dejó de sonreírle—, vine por ti. Te llevaré a la Colmena, conocerás a todos, verás lo que hacemos. Es importante que veas lo que hacemos, o no podrás entender nada cuando seas el nuevo rey-

¿Qué?

Parpadeó. La señal imaginaria de alarma le hacía estallar la cabeza.

—Espera —alzó una mano, para callarla con un gesto cuando comenzó a divagar en asuntos que no llegaba a entender o prestar atención siquiera—, repite lo que dijiste.

—¿Que tengo que avisar a la Colmena que te encontré? —dudó.

—No, antes de eso.

—¿Lo de que entiendas lo que hacemos?

—Antes.

—¡Oh! —se rio, y volvió a levitar alrededor de él, trazando otro círculo— ¡te casarás conmigo! Serás el nuevo rey de los Lullaby.

—No, no lo creo —Harry tuvo el impulso de caminar lejos de ahí y se apartó del árbol para conseguirlo, pero Altum apareció detrás de él, de nuevo, tan rápido que ni siquiera pudo captar un destello de movimiento, como solía ocurrirle con la snitch en el campo—. Eh- escucha, creo que- que estás un poco confundida.

Ella negó, emitiendo una negativa que sonó a "ah-ah". Aún sonreía. Ya no le resultaba tan tranquilizante, por alguna razón.

—Eres tú,  que eres tú. Eres la criatura más hermosa que existe en el mundo, así que sólo tú puedes ser el nuevo rey-

Harry volvió a interrumpirla con un gesto. Altum se callaba enseguida, tranquila, como si se tratase de un tema previamente discutido, acordado, y supiese que llevaba la razón.

—¿Sí te das cuenta de que soy humano?

—Mago —precisó, con un asentimiento—, tus emociones son un remolino alrededor de ti. Las puedo sentir desde lejos, Harry bonito.

—¿Y notas que apenas tengo quince años?

—¿Y eso qué? —ella se rio por lo bajo—. Yo no tengo edad, Harry, si crees que me molesta que mi esposo sea menor es-

Esa vez, levantó las dos manos para interrumpirla. Se detuvo, de nuevo.

—Yo no voy a casarme con nadie, ¿de acuerdo? —procuró utilizar el tono más suave que era capaz, casi a manera de disculpa, porque llevarle la contraria a una criatura extraña, de pronto, sonaba más loco que lo del Calamar de cuarto año y el Basilisco de segundo—. No puedes sólo- sólo decidir casarte con alguien así como así, y no puedes esperar que yo esté de acuerdo.

—¿No? —cuando parpadeó, parecía en verdad sorprendida— ¿por qué no?

Harry respiró profundo y se armó de paciencia. No estaba convencido de que fuese buena idea cuando volvió a apoyar la espalda contra el tronco del árbol más cercano.

—Bueno- para empezar, deberías conocer a la persona con quien te vas a casar, fue hace más de un siglo que sólo se veían en la ceremonia. Tienes que agradarle y gustarle, te debe amar, y tienes que preguntárselo, y no se lo puedes pedir a un adolescente, eso no es legal, además no eres humana, y no creo que el Ministerio esté de acuerdo en nada de esto, y mi papá trabaja allí, así que…

—¿Tengo que hablar con tu papá para casarme contigo? —Altum, que hacía pucheros, ladeó la cabeza, como si intentase alcanzar algún tipo de conclusión en base a lo que acababa de oír.

—No —ya que enseguida se emocionó, Harry se apresuró a aclarar:—, pero no es posible de todas formas. Y si ves mis emociones, tienes que saber que no me gustas y no te conozco, y como te dije, no te casas con alguien que no-

—¡Pero yo puedo arreglar eso! —señaló, con una especie de voltereta—. Sé cómo hacerlo. Puedo ser lo que quieras, quien tú quieras. ¿Quieres casarte con tu Draco? Puedo ser tu Draco, si te gustaría más así.

Harry no quería pensar en por qué sentía el ardor cubrirle las mejillas y orejas deprisa. Altum, al darse cuenta de su reacción, se reía, feliz.

—¿Eso es lo que necesito para que te cases conmigo?

—¡No! —supuso que, ante la pausa larga que hizo para despejar su cabeza, la criatura asumió que una falta de negativa era una respuesta positiva, así que resopló y siguió—. No puedo casarme contigo. Es una- una linda oferta —¿Se debía decir "linda" o "agradable oferta"? Nunca había rechazado propuestas de matrimonio, por obvias razones, ni se le pasó por la cabeza que lo haría algún día—, pero no puedo.

Ella mostró una expresión pensativa durante varios segundos, mientras levitaba de arriba a abajo en el mismo punto, frente al chico.

—No entiendo por qué no puedes casarte conmigo —declaró tras un momento, la piel más azul que rosa para entonces.

—Casarse es una cosa muy complicada para los humanos —se le ocurrió contestar. Bueno, era cierto, ¿no?—, y yo soy muy joven, además. Y no podría casarme sin estar enamorado de la otra pers-

—Eso no lo puedo arreglar —reconoció, como si al fin la conversación cobrase algún sentido para ella—. Podría hacer que estés feliz y tranquilo, y podría calmarte si te pones mal, pero los Lullaby no- no replicamos el amor. Nada lo hace.

—¿Ves? Es por eso que no puedo casarme contigo.

—Si replicase el amor, ¿sí te casarías conmigo?

Harry no sabía si hablaba en serio o no, llegados a ese punto, así que decidió no arriesgarse y negó, con su mejor expresión de disculpa. Esperaba que funcionase.

—Estoy seguro de que te podrás casar con alguien más —sonrió, un tanto incómodo, para animarla. Altum aún hacía pucheros.

—Pero te quiero a ti. Eres maravilloso.

—No me conoces. No puedes saberlo.

—¡Claro que puedo! —lloriqueó, ascendiendo un poco más, de manera que se inclinaba para mirarlo desde arriba—. Los Lullaby conocemos partes de los magos que ellos no. Sé que eres la criatura más hermosa y dulce del mundo, y-

De acuerdo, aquellos, quizás, no eran los halagos que esperaría recibir un chico. Fuese cual fuese la expresión que hacía al escucharla, causó que Altum bajase la voz hasta callarse por completo.

—¿Dije algo malo? —inquirió, insegura. Él soltó una pesada exhalación.

—No exactamente.

—¿Y por qué estás incómodo, lindo?

—Porque estás hablando de casarnos y no te conozco —en serio, en serio, rogaba porque no se fuese a enfadar y a lanzar algún ataque contra él. No tenía ganas de huir por todo el bosque, de vuelta al castillo lleno de magos y brujas descontrolados por la presencia de la Colmena—. Y es extraño.

—¿Querer casarme contigo es extraño?

—Sí, bastante.

—Oh —una pausa larga, en la que pareció considerar otro aspecto de la conversación que mantenían—. Pero si fuese tu Draco, ¿seguiría siendo extraño?

La sacudida en su estómago contestó por él, seguido de un súbito vértigo que se esfumó tan pronto como tomó una profunda bocanada de aire.

—Sería aún más extraño —declaró, en un susurro tembloroso, que le sacó una sonrisa a la Lullaby.

—Pero le dirías que sí, ¿no?

Comenzaba a detestar sus "pero".

—No —balbuceó, viendo hacia cualquier punto diferente de ella, y haciéndola reír con ganas.

—Eres lindo, y tierno, y maravilloso —afirmó, dando otra vuelta en torno a él—. Aun si prefieres casarte con tu Draco que conmigo, ¿puedo llevarte a conocer la Colmena?

Harry titubeó. Seguía tratándose de una criatura extraña en el bosque, ¿pero no fueron igual, años atrás, los centauros?

Tragó en seco y miró por encima del hombro, hacia atrás. Ni siquiera podía decir que estaba del todo seguro del sendero que lo llevó allí, después de haber caminado en círculos con ella por el claro.

—No sé, yo- debería ir con los centauros pronto, es importante. Ya sé que no es lo que intentan —la tranquilizó, porque no sabía qué hacer frente a más preguntas—, pero están causando muchos problemas en Hogwarts, incluso entre mis amigos, y quiero que pare.

—¿Quisieras que le diga a los Lullaby que se detengan? —la cuestión lo tomó por sorpresa. Altum lucía tranquila, como si no hubiese hecho un gran ofrecimiento ni nada semejante— ¿te gustaría que cambiemos de lugar la Colmena? No los afectaríamos así.

—¿Y no se morirían de hambre? —preguntó, a cambio. No le hacía gracia matar a un montón de criaturas; debía existir otra solución.

Altum lo consideró por un rato, moviéndose en círculos. El sentirse rodeado lo ponía nervioso.

—Hemos comido mucho aquí —comentó, titubeante— y vinimos por ti, pero ya que no quieres ser el nuevo rey…

Dejó las palabras en el aire, y Harry no supo con qué se suponía que debía completarlas. No, tampoco pensaba irse con ellos para que dejasen a los habitantes del castillo. No estaba loco, ¡Lily lo mataría si se casaba tan joven y ni siquiera la invitaba! ¡Sirius lloraría! Llorar de verdad, no como hacía cuando bromeaba con que Remus lo odiaba.

—Lo siento —susurró, porque no se le ocurría nada mejor—, de verdad no puedo. Podemos ser amigos, pero-

—¿Amigos? —ella probó la palabra, como si tampoco la conociese—. Los humanos hacen amigos. Nunca he tenido uno. ¿Es divertido? ¿Te casarías conmigo, si somos amigos?

—No —Harry no pudo evitar reírse un poco de su expresión de exagerada decepción. Altum se animó de inmediato, nada más oírlo—, los amigos no se casan.

Ella emitió un breve "hm" y cruzó las piernas, sentándose en el aire.

—¿Pero sí vendrías a mi coronación, si somos amigos?

—Bueno…—vaciló. ¿No podría encontrar la manera de arreglar la situación, en aquello?—. ¿Cómo sería eso? ¿Cuándo?

Fue como si hubiese presionado un interruptor en ella, y después resultó imposible regresar a la Altum serena y considerada. Lo agarró de las muñecas y volvió a levitar de reversa, llevándoselo arrastrado por un balanceo que podría haberse hecho pasar por baile, con una fuerza que no lastimaba pero tampoco le dejaba hacer más que batallar por no trastabillar al seguirla.

—¡En la Colmena! ¡Visitarías la Colmena, un invitado especial de la Celsitudinem! —decía, sonriente—. Es una ceremonia hermosa, llena de magia, donde liberamos algunas emociones felices de magos y muchos Lullaby cantan, ¡somos muy buenos para cantar! Seré la reina oficialmente cuando consiga mi último corazón —le soltó una mano, para agitar los dedos en el aire. Los anillos, notó, tenían una piedra rojiza con forma de corazón—. Como nueva reina, tendré que buscar un rey, a menos que cambies de opinión…—él negó, con una sonrisa de disculpa, y la escuchó suspirar—. Bien. Como nueva reina, también voy a dejar que la Colmena se asiente por fin. No más viajes, hasta que podemos tener un número suficiente para-

Harry se tensó nada más escucharla.

—¿Pensaban asentarse aquí? —no pudo evitar el tono agudo en que lo dijo, alarmado. Altum parpadeó hacia él.

—No —exhaló, confundida, deteniéndose despacio—, claro que no, Harry bonito. Nunca nos asentamos cerca de magos cuando vamos a empezar la etapa de procreación.

—Oh, eso es…

—Después de que hacemos la ceremonia de coronación —continuó, con suavidad—, recibo más poder que el resto de los Lullaby y tengo que compensarlo alimentando a la Colmena. Cuando nos llevemos las emociones de los magos y brujas del pueblo mágico que está más hacia allá, podremos irnos tranquilos a comenzar nuestra-

—¿Se van a llevar qué?

Ella volvió a parpadear.

—Las emociones, lindo —repitió, el deje divertido que se coló en su voz le causó un escalofrío—, te dije que de eso vivimos.

—No dijiste que se las quitaban —Harry sacudió los brazos, en vano. Aunque no apretaba, era incapaz de zafarse de su agarre.

—Cuando nos alimentamos, normalmente, tenemos que quitarle esa emoción, Harry bonito. Es lo que comemos —argumentó, tan calmada que le hizo preguntarse si tenía alguna idea de lo que significaba lo que decía—. Pero para empezar nuestra procreación, necesitamos alimento extra para el tiempo que estaremos escondidos y los futuros Lullaby.

—¿Y funciona así? ¿Se llevan todo de los magos y se largan a esconderse?

La piel de Altum se tornaba más y más azul, con tintes púrpuras.

—No- es- bueno, es nuestra comida, Harry-

—¿Se comen la vida de los magos?

—¡No! —ella abrió mucho los ojos grises, escandalizada— ¡no matamos, nunca matamos! Los Lullaby tenemos prohibido asesinar a cualquier criatura, Harry bonito. Eso nos mancharía de por vida. Nosotros sólo los dejamos vacíos, pero ellos pueden seguir viviendo perfectamente sin emociones.

—No, no pueden.

—¿Por qué no? —cuestionó, ladeando la cabeza de nuevo, igual que cuando se negó a la propuesta anterior. Harry contuvo un sonido frustrado al fallar en otro intento de soltarse. Al menos, ya no se movían.

—¿Cómo van a vivir sin emociones? —le siseó, entre dientes— ¿te estás escuchando?

—Los Lullaby no tenemos emociones —señaló, con genuino desconcierto—, lo que mostramos son un reflejo de las que comemos de los magos y brujas, Harry. No pasa nada por no tener sentimientos, nada cambia.

Tuvo que morderse la lengua para no gritarle que estaba loca. Ni siquiera podía echar a correr por el bosque, de regreso al castillo, para decirle a alguien lo que le harían a los habitantes de Hogsmeade.

Ella no lo soltaba.

Se obligó a respirar profundo. Tenía que pensar. No serviría de nada entrar en pánico.

Aún faltaba la dichosa ceremonia, ¿no?

—¿Cuándo es la ceremonia de coronación? —decidió preguntar, tras un momento de tenso silencio, en que ella no hacía más que observarlo con un puchero.

—Esta noche podríamos hacerla.

—¿Y se- se irán de una vez?

Altum asintió varias veces, enérgica.

—¿No estarán para la mañana?

Volvió a emitir uno de esos sonidos extraños, una especie de "ah-ah" en señal de negativa.

Una noche. Tenía una noche.

No podía creer que no le había dicho a nadie que iría al bosque, se sentía tan estúpido ahora. Donde sus manos se unían con las de la Lullaby, sin embargo, las oleadas de tranquilidad continuaban inundándolo, lo que impedía que los nervios lo superasen.

Era una ventaja y la tomaría, a como diese lugar, ya que ella no lo dejaba ir. Volvió a inhalar profundo. El efecto Lullaby lo hacía tener la misma impresión que experimentaría de estar en su cuarto en Godric's Hollow.

Seguro, cálido, tranquilo.

Sólo que sabía que no era cierto.

—¿Crees que puedas ayudarme con algo, antes de ir a la Colmena? —utilizó su voz más suave, intentando copiar el tono de Draco cuando daba una orden disimulada bajo petición a otra persona. Su mente trabajaba a toda velocidad, a pesar de la calma influida.

Altum le sonreía.

—¿Qué puedo hacer por ti, Harry bonito?

Desaparecer. Negó.

No había ido solo hasta allí, después de todo, ¿verdad?

—¿Puedes ayudarme a buscar a mi conejo?

—¡Oh! ¡Tienes un conejito! ¡Adoro a los conejitos! ¿Estaba por aquí?

Él asintió y soltó una pesada exhalación en cuanto lo liberó para comenzar a buscar.

Aquello tendría que servir.

0—

Draco estaba sentado en una de las orillas del muelle de la Torre del Reloj cuando llegó. Tenía las piernas flexionadas contra el pecho y los brazos las envolvían, mantenía los ojos puestos en la superficie intacta del Lago Negro. Si las crías de calamar aún estuviesen allí abajo, le hubiese gustado ir a verlas para distraerse un rato, pero ya no era posible; Dumbledore había hecho que se las llevasen antes de terminar el año pasado.

El edificio estaba sumergido en el más absoluto silencio. Sólo de vez en cuando, era su respiración la que lo alteraba.

La cabeza le punzaba igual que si una aguja lo atravesase e intentase abrirle el cráneo por la mitad. Cuando cerraba las manos en puños, la masa de agua frente a él dibujaba ondas, como si la hubiese tocado de algún modo, y al apretar los párpados, el aroma almizclado le resultaba tan insoportable que le daba la impresión de que se asfixiaría.

Se odiaba un poco. Y odiaba a Harry, pero mucho menos. Detestaba también los impulsos idiotas que tenía, a las imprudencias que le eran permitidas tanto como a las que no.

Y por encima de esto, odiaba ser consciente de que lo único que en verdad quería era oír a Harry diciéndole que estaba bien. Que todo estaba bien. El aire era más difícil de respirar cuando se le ocurría que el estúpido de Potter podría estar enojado con él.

Nunca se había sentido así.

Cada sonido, cada atisbo de movimiento, lo hacía saltar. Los dedos le picaban por las ganas de sostener una varita, los hechizos se le quedaban en la punta de la lengua y era por pura fuerza de voluntad que no los dejaba escapar. Las emociones eran un revoltijo sin control que lo inundaba y no lo dejaban pensar con claridad, analizar, porque lo hacían divagar entre tonterías que no quería tener que procesar y en ojos verdes, una sonrisa preciosa, y en por qué le parecía que no existía una mejor imagen en el mundo entero; ya que ese no era el tipo de ideas que Draco solía tener en la cabeza, la desesperación continuaba en crecimiento al no saber cómo lidiar con ellas.

No fue una sorpresa que lo hubiese colmado de un deseo de arrojar una maldición cuando escuchó los pasos que se acercaban, tan sigilosos que cualquier otro ruido los hubiese hecho pasar desapercibidos, y a alguien que se sentaba a un lado de él. Ladeó el rostro para mirarlo. Theo balanceaba las piernas desde el borde del muelle, un poco por encima del agua, y lucía tranquilo, a pesar de que tenía que saber lo mucho, mucho, mucho, que quería maldecirlo. Llevaba días pasando tiempo a solas, en lugares apartados, por ese motivo.

No quería perder el control, de nuevo. Y no sabía cómo mantenerlo tampoco.

—Si te lanzo una maldición punzante —musitó, sin ánimo. Contener ese caos interior lo agotaba, y sabía que no sería capaz de maldecir sin la varita, de cualquier modo—, ¿me la regresas?

—Sí —Theodore no se inmutó. Tenía la mirada puesta en el agua, que comenzó a ondular y amenazó con un mayor movimiento, hasta que el chico tomó una profunda bocanada de aire—. Malfoy.

—¿Hm?

—Sabes que está pasando algo, ¿cierto?

Él emitió un débil sonido afirmativo, más bien una especie de quejido, y volvió a esconder la cara entre los brazos. Le palpitaban las sienes. Intentaba repetirse las instrucciones que Snape le daba para serenar su mente, disciplinar las emociones, dominarse.

No funcionaba.

Y quería ver a Harry.

—¿Y sabes qué es? —continuó su compañero de cuarto, con voz queda.

—Alguna mierda horrible que me tiene así.

—¿Has visto a Potter hoy?

Draco levantó la cabeza por reflejo, ni siquiera lo pensó. Observó al muchacho por un largo rato, luego hacia el lago y el bosque más allá. Era de noche. Debía ser más tarde de lo que imaginó, no tenía idea de cuánto había estado ahí, apenas expuesto a la temperatura gracias a los amuletos de calor.

—Sí —titubeó—, no- . En la mañana. En el cuarto. ¿Por qué?

Se dio cuenta, en el silencio que se formó unos segundos más tarde, de que Nott tenía una pequeña caja entre las manos, depositada sobre el regazo.

Las ideas que estaban por hacerse un lugar dentro de su cabeza, se desvanecieron, perdidas en la nada, sin dejarle una conclusión. Bufó.

—Muéstrame tu mano, Malfoy.

Entonces Theodore giró el rostro hacia él y ambos se quedaron mirándose, de vuelta al silencio. Draco sabía que, en alguna parte de su mente, comenzaba a ponerse en alerta. No podía recordar bien por qué.

—No —murmuró. Nott no lució sorprendido por la negativa. Alzó la caja para mostrársela.

—Esto es un contenedor mágico, reforzado con forro interior de piel de dragón húngaro y encantamientos de cerradura. Y esto —hizo girar una manilla varias veces, hasta que la tapa cedió. Cuando dejó la caja en medio de ambos, Draco se inclinó para ver lo que llevaba y divisó un pedazo de piedra plateada, brillante y manchada. Contuvo el aliento— es la razón de que yo esté pensando con claridad y tú no. ¿Me vas a mostrar tu mano ahora?

Él lo consideró un momento, estrechando los ojos. Su mente aún divagaba.

Le tendió la mano. Nott meneó la cabeza. Le ofreció la otra. Su compañero se puso un guante, sujetó la piedra y se la colocó sobre la palma abierta.

La Marca se dibujó por debajo del fragmento tan pronto como hizo contacto.

La única forma en que habría sabido definir esa sensación fue como el haber estado somnoliento por horas, y de pronto, haber reaccionado. Su cabeza empezó a trabajar a toda velocidad.

Piedra. Dárdano. Ioannidis.

Magia salvaje. Control.

Pérdida de control.

El olor.

El maldito olor almizclado. Inhaló profundo, para comprobar, como ya sabía, que seguía ahí, más intenso que antes.

A lo lejos, el bullicio histérico en el castillo era apenas perceptible para quien atendiese a este.

Harry.

Harry.

¿Dónde se había metido Harry?

—Merlín —exhaló, apretándose el puente de la nariz con la otra mano. ¿Qué había hecho? Reconocía los acontecimientos, nublados por una bruma espesa e indefinible. Rabia. Sabía que había tenido mucha rabia, y luego deseado algo, hubo frustración, era probable que hubiese maldecido a alguien en cierto punto. Su varita estaba rota.

¿Y Harry?

Harry se había molestado; eso lo recordaba bien.

Theo continuaba balanceando las piernas, dejándolo procesar lo que ocurría, como si estuviesen hablando de quién ganaría el próximo partido de Quidditch.

—¿Qué está pasando?

Su compañero de cuarto se encogió de hombros, sin mirarlo.

—Crabbe y Goyle derribaron los doseles de su cama, Zabini parece medio ido. Greengrass intenta que su hermana no vague por el castillo —explicó, con una monotonía impropia para lo que decía—, Bulstrode se echó a llorar en medio de la Sala Común y Montague se estaba dando cabezazos contra un lado de la chimenea cuando les pasé por un lado. Nadie respeta el toque de queda y los profesores intentan contenerlos desde hace una- uhm, ¿media hora?

Media hora. No podía saberlo, pero juraría que fue el momento, un rato antes de su llegada, en que estornudó porque le pareció que el aroma en el aire se hacía insoportable durante un instante.

—Yo no tengo nada que ver con esto —se apresuró a aclarar, mientras sopesaba el fragmento de piedra en su mano. Tendría que contarle a Dárdano que ya sabía quién guardaba otra. Viéndolo así, era lógico que Theo les recordase no tocar sus cosas cada año, desde primero.

—No, pero llevas días perdido y Potter no estaba en su cama, y en mi experiencia, si algo pasa, él debe estar justo en el medio del desastre —puntualizó, quizás con cierto tacto, que aun así lo hizo fruncir el ceño—. Además, se llevó al conejo y dejó el baúl abierto. No es muy discreto para escaparse, ¿sabes?

Draco intentó hacerse una idea de a dónde habría ido Harry, de noche, en una situación como la que le describía. ¿Era un efecto secundario del aroma?

Volvió a inhalar y tosió en respuesta. Por momentos, era más intenso. El dolor en la cabeza era reducido a una palpitación lejana.

—¿Qué es ese maldito olor?

Nott se encogía de hombros, de nuevo.

—No soy un Ravenclaw, Malfoy, ¿cómo voy a saberlo?

Ravenclaw.

Un Ravenclaw.

Oh, Merlín.

—¿Viste a unos Ravenclaw corriendo por el castillo, enloquecidos?

—Sí, algunos, como todos. No reconozco a la mayoría si no llevan la corbata, ¿entiendes? Y nadie duerme con el uniforme puesto.

—¿Qué hay de Lovegood? ¿Luna Lovegood? —insistió, poniéndose de pie. Hacía girar la piedra entre los dedos y las ideas tomaban forma con mayor velocidad. Nott lo observó desde abajo, arrugando el entrecejo.

—¿La que llevaste al Baile de Yule? —Draco asintió—. Por ahí andaba, no lo sé. Creo que chocó con una pared.

Ya parado, se palpó los bolsillos, hasta dar con un pergamino dentro de su pantalón. No le podría haber importado menos extender el mapa y hacerlo dibujarse frente a su compañero, que se mantuvo callado.

Según el mapa, Potter estaba metido en algún punto del Bosque Prohibido que se encontraba fuera de los caminos usuales que tomaban. Perfecto, simplemente perfecto. ¿A quién más se le habría ocurrido correr al bosque, de noche, solo, en ese tipo de circunstancia? Por supuesto que tenía que ser él.

Draco tendría un par de cosas que decirle en cuanto lo viese y estuviese seguro de que seguía en una pieza. Si no lo maldecía antes. O lo besaba. No estaba seguro de cuál impulso era más urgente bajo la paz artificial de la piedra.

Luna, en cambio, estaba vagando por los invernaderos, también sola. Granger estaba metida en la Torre de Ravenclaw, Weasley en un tumulto de Hufflepuff y Gryffindor que cortaban el paso de las escaleras móviles y llamaban la atención de los profesores de ambas Casas, por lo que podía asumir de las viñetas. Pansy se encontraba en el baño favorito de Myrtle, la entrada a la Cámara.

Volvió la mirada hacia su compañero de cuarto. Él permanecía tranquilo y lo envidiaba por ello.

—Sí, te la puedes llevar —cabeceó en dirección a la piedra, como si le estuviese dando una pluma cualquiera comprada en Hogsmeade—, pero regrésamela en algún momento antes del verano, o mi abuelo va a cruciarme cuando vuelva a casa.

Draco quería hacer varias preguntas, pero se contuvo. No era el momento. Por el ceño ligeramente fruncido que le dedicó, él también lo sabía.

—En serio, tu novio anda metido en algo raro y en el castillo están por matarse a hechizos hasta los de primer año. Vete. Yo fingiré que estoy muerto para quien venga a molestar —tras dictar su plan de acción, se tendió en la orilla del muelle, paralelo al borde y con un brazo estirado para rozar la superficie del agua.

—Tienes problemas si estás tan tranquilo ahora.

—Tú eres quien tiene una marca extraña en la mano y no puede usar su magia —le recordó, cerrando los ojos, y en un instante, daba la impresión de estar de verdad dormido. Sólo para asegurarse, Draco lo tocó con la punta del pie—. Eres un necio —resopló al sentirlo, sin moverse.

—¿Qué va a pasar contigo, si me la llevo?

—¿Realmente importa? Mi varita no me responderá alterado, no hay nadie aquí, y es claro que tengo más control que tú.

Draco resopló.

—Ni siquiera tienes emociones para perder el control.

Nott se limitó a encogerse de hombros y siguió con su tranquilidad imposible. Draco vaciló. Bueno, la verdad era que dejar a un Sly de su edad, allí, solo, en medio de la noche, con ese caos, era un poco cruel.

Esperaba que Theo supiese lo que hacía.

¿A quién engañaba? Theo, probablemente, siempre sabía lo que hacía mejor que ellos.

Se ajustó la capa, metió el fragmento de piedra en uno de los bolsillos, y tomó la primera ruta. Los invernaderos. Rogaba porque Luna  supiese lo que pasaba.

0—

Jadeaba cuando se metió al invernadero dos, empujando la puerta con el impulso de su cuerpo completo. No quería detenerse. El pecho y la garganta le ardían por la falta de aliento, corrió hasta allí; sentía que detenerse sólo sería una pérdida de tiempo.

Luna estaba parada junto a una de las paredes de cristal que daban hacia el patio, ante un conjunto de materos de mandrágoras. Ojalá no se le ocurriese sacar alguna de pronto, o ambos tardarían en salir de ahí.

Se acercó con pasos lentos, vacilantes.

—¿Lunática? —susurró. Ella no contestó.

Ya que lo dejó posicionarse tras ella, sin reaccionar, le sujetó el hombro y la hizo girar. Luna tenía los ojos opacos y la mirada ida; no se fijó en él, a pesar de lo cerca que estaban.

—¿Lunática? —intentó, de nuevo, sosteniendo el borde del mapa entre los labios, para sujetarla con ambas manos y zarandearla. Nada. Lo repitió, con más fuerza, y el resultado fue el mismo.

Claro, ¿cuándo tenían un poco de suerte?

Se rindió con ella y extendió el mapa, para dar otro vistazo. Harry salía de los terrenos del castillo, en una dirección en que estaba seguro que nunca fueron juntos.

¿Lo llevaban?

El súbito miedo lo paralizó un momento. Un peso helado se instalaba en su estómago, la inquietud que pretendía ignorar regresaba.

Tuvo que obligarse a seleccionar los pensamientos que le eran útiles. Nada de profecías absurdas, nada de pistas mágicas. Aquello estaba pasando.

Tenía que ser práctico.

Disciplina tu mente. Disciplina tu menteNo pensarás en nada que no sea útil.

(Si fuese así de fácil, cualquiera lo haría)

El mapa mostraba a Pansy deslizándose por un pasadizo que le enseñaron días atrás, ¿hacia dónde iba? Siguió su trayecto y adivinó que corría por los pasillos hacia la Torre de Ravenclaw. ¿Sabría que no encontraría a Potter ni a él abajo?

Granger continuaba en su torre. Bien. Un punto de encuentro no acordado seguía siendo un punto de encuentro.

Se acercó al estante donde Sprout guardaba los materos, lo abrió, y tal como dictaban las instrucciones del mapa, removió la fila de abajo, presionó la pared del fondo, y se arrastró hacia el pasaje oculto, que se cerró tras él. Después volvería por Luna, se prometiósi continuaba ahí.El invernadero era más seguro que el resto del colegio.

El túnel lo llevó de regreso al castillo más rápido de lo que lo habría hecho corriendo por los terrenos. Apareció detrás de un retrato, se metió a un aula abandonada y cruzó el pasaje que estaba en la trampilla bajo una raída alfombra.

Cuando Pansy alcanzó la estatua que daba a la Sala Común de los Ravenclaw, él ya estaba ahí, recién salido de un armario de escobas pestilente. Su mejor amiga frenó, respiró profundo para recuperar el aliento perdido y le envolvió el cuello con los brazos.

—Sabía que venías en camino y- Merlín, esto de correr no es lo mío —se apoyó contra él, jadeante, y le llevó un instante erguirse. Tenía el rostro enrojecido por el esfuerzo y el flequillo pegado a la frente por el sudor—. Myrtle dice que hay unas- unas criaturas- y el Barón- el Barón Sanguinario dijo que- que pasaban por los pueblos mágicos cada quinientos años. No sonaba a que fuese una visita amistosa para saludarnos.

No era nada que no se hubiese imaginado ya. Asintió y le agarró el brazo, tirando de ella hacia la entrada a la Sala Común. Presionó el llamador de águila para que cobrase vida.

—Potter está saliendo de Hogwarts, no sé por qué —agregó deprisa, consciente de sus intenciones de cuestionarle—, Lunática no reacciona. Creo que esas criaturas son responsables del desastre en el castillo y-

Pansy lo jaló hacia abajo, para que se agachase, cuando un escritorio salió despedido por encima de sus cabezas. Se estrelló contra una de las paredes al fondo del corredor y se astilló al golpear el suelo.

—…y era Lunática la que tenía una idea de qué pasaba —siguió, dando un vistazo rápido al lugar de impacto. No quería pensar lo que le hubiese hecho en la cabeza, de atinarle, ¿de dónde provenía?—. No creo que haya tiempo de ir por los centauros, no sé a dónde se metió Dárdano para avisarle a Ioannidis…

¿Qué criatura fantástica no puede pararse frente a un espejo porque moriría de un susto? —preguntaba el águila, serena.

—Boggart —replicaron a la vez. Draco siguió:—. Y realmente no sé qué criatura se supone que está ahí afuera.

—¿Algo más? —inquiría Pansy, mientras ambos cruzaban el umbral a la Sala Común de Ravenclaw. Tiró de él para pegarse a una pared, cuando una maldición roja pasó junto a ambos. Benditos reflejos. Nunca había querido tanto a su amiga.

—Creo que no puedo hacer magia. Temporalmente. Puede que haya…hecho explotar mi varita. Por la mitad. Dos veces, y en mis manos.

La chica arqueó las cejas.

—Luego hablaremos de eso —él lo aceptó con un asentimiento—. Si tienes alguna idea, este es un buen momento para decirla, Draco.

Él apretó los labios. El fragmento de piedra era frío contra su bolsillo.

—¿Tal vez Lunática dejó algo por escrito cuando supo que empezaba a ser afectada?

—Suena a algo que haría —Pansy tampoco estaba convencida cuando atravesaron la sala, pegados a una de las paredes. Alguien acababa de convertir el suelo en una masa gelatinosa, ella emitió un quejido, y les puso a los dos hechizos impermeables en los zapatos.

Se detuvieron al pie de las escaleras. Él pasó la mirada de un pasillo al otro, ambos finalizados en los dormitorios.

—Allá —señaló, llevando a su mejor amiga del brazo—, debe ser la misma estructura que la de los Gryffindor.

—¿Debería preguntar por qué conoces los cuartos de los Gryffindor? —escuchó su duda, amortiguada por unos gritos y un hechizo que alguien lanzaba, soltando un gas que hacía estornudar a todos en la parte de debajo de la sala.

—Mejor no.

Según el mapa, se estaban acercando al punto donde estaba Granger. Localizaron las puertas hacia los dormitorios y buscaron las placas.

Primer año.

Segundo año.

Tercer año.

Cuarto año. Se detuvieron. En la distancia, se oía un llanto ahogado.

—Ve por Granger —indicó la puerta contigua, la de quinto año. Pansy asintió y se metió a la habitación. Draco abrió la puerta hacia el de las chicas de cuarto.

No era difícil encontrar la cama y baúl de Luna. Para empezar, era la única con cobijas de retazos sobre las que ponían los elfos cada semana, tenía cientos de collares de esos que hacía en el estante con que contaba cada Ravenclaw, y por alguna razón, el dosel no estaba.

Se preguntó qué habría hecho él, si fuese Lunática. Cuestionarse lo tuvo un momento inmóvil, en medio del cuarto, mirando alrededor.

¿Dónde están las cosas que quieres encontrar?

¿Dónde aparece lo que deseas?

Merlín. Era obvio de la manera en que sólo los acertijos retorcidos podían serlo.

Se acercó a la cama y levantó la almohada. Un fajo de pergaminos estaba debajo de esta, la caligrafía estilizada llevaba su nombre y un corazón al final. Se abstuvo de rodar los ojos.

Arrojó la almohada sin prestar atención a dónde caía y salió con el pergamino entre las manos, al igual que el mapa. Las huellas de las dos chicas ahora estaban quietas, a un lado de su posición.

Se paró bajo el umbral del cuarto de las chicas de quinto, cuando se dio cuenta de que Pansy sostenía los brazos de una llorosa Hermione. No tenían tiempo para esto.

—¡…si no fuese un idiota! —le decía, con la voz ahogada por el llanto. Estaba claro que no tenía ni el más mínimo control sobre sí misma y no les serviría para nada en ese estado. Pansy intentaba calmarla, pero sus palabras llegaban a oídos sordos.

Draco se guardó el fajo de papeles en la capa y cruzó la habitación con largas zancadas.

—Déjamela a mí…

—No, espera- Draco, esto es delicado, ella ha estado días así por culpa de Ron y-

—Déjamela a mí —repitió, en un susurro. Su amiga titubeó y le dirigió una mirada suplicante al apartarse. Él se posicionó frente a la chica.

Hermione intentó observarlo con rabia, pero era difícil lograr el efecto deseado a través de las lágrimas. Sabía, porque lo escuchó entre los pasadizos, que había mandado a Weasley y a una Hufflepuff a la enfermería, y podría decir que lo consideraba casi admirable, en especial porque salió más o menos impune por su 'crisis nerviosa', como alegó Flitwick.

—Granger —pronunció, con voz clara. No iba a perder más tiempo del necesario, ¿dónde iría Harry a esas alturas?—, deja de ser una estúpida sentimental y contrólate.

Escuchó el jadeo ahogado de Pansy, que intentó sostenerle el hombro y alejarlo de ella, antes de que Hermione soltase un sollozo.

—¡Tú no sabes nada!

—¡Estás llorando por un maldito idiota que se fue con otra, ¿y qué?! ¡No es la mitad de listo que tú, así que deja de lamentarte como si el castillo se te fuese a caer encima, porque hay cosas más importantes para lo que puedes usar esa jodida cabezota tuya! ¡No te quiere, ¿bien?! Ronald Weasley es un inmaduro, no podría estar contigo aunque lo intentara. Tendrás que esperar años para que ese idiota pueda reaccionar. Hasta entonces, ¡sólo estás humillándote y perdiendo el…!

Él no podría decir que fue una sorpresa. En retrospectiva, el golpe que le hizo girar el rostro y le hinchó la mejilla con un dolor pulsante, era lo mínimo que esperaba cuando abrió la boca.

Hermione lloraba en silencio, mordiéndose el labio hasta hacerlo sangrar. Pansy le recriminaba en un murmullo contenido.

Los ojos llameantes de Granger eran una buena señal, aunque pareciera lo contrario. Le recordaba, al menos un poco más que esa chica sollozante, a la Hermione que no bajaba la cabeza cuando le hablaba con sorna.

—Me acabas de dar la razón —susurró, despacio—. Pensé que eras más inteligente, no que te rebajarías a algo así por un chico que no sabe ni lo que hace.

Pansy jaló de su brazo con un agarre casi doloroso para sacarlo de ahí. Hermione, apretando la mandíbula y cerrando las manos en puños, se quedó atrás, en medio del cuarto.

Hizo un conteo mental hasta el diez. Cuando iban por la mitad de las escaleras, ella los alcanzó corriendo. Aún tenía las mejillas manchadas de lágrimas y la expresión se le contraía con las ganas de continuar, pero ambos sabían lo que una provocación haría en ella.

—Debería volver a- a- —levantó la mano, como si fuese a atinarle otro golpe. Draco lo aguardó, tranquilo, consciente de que él haría mucho más si alguien le hubiese hablado como hizo con ella. En cambio, la chica ahogó el llanto—. Lo quiero.

—Lo sé —volvió a morderse el labio cuando lo escuchó, y él decidió que se veía bastante fea llorando. No debería hacerlo de nuevo—. Lo maldeciremos un poco cuando arreglemos esto. Pero ahora necesito que uses tu cabeza y no te dejes controlar, por mucho que duela.

Hermione asintió, tallándose los ojos.

—Si ya dejamos la hora de lamentarnos…—ambas chicas lo miraron mal. Sonrió. Bien. La rabia era más útil que el llanto descontrolado—. No me gustaría tener que avisarle a la tía Lily que mataron a Potter, ¿saben?

Intercambiaron miradas. Ya que no hubo objeción, él volvió a sacar los fajos de pergamino de su capa.

—Tengo una idea. Y espero que las dos se comporten como las brujas inteligentes que  que son —las señaló de forma acusatoria con el pergamino, y luego prosiguió a contarles, dando ojeadas al mapa de vez en cuando. Harry ya no estaba en los límites del castillo.


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