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Luz de luna por BocaDeSerpiente

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Libro 1. Harry Potter y la piedra de la luna.

Introducción: Harry está entusiasmado por comenzar su primer año en Hogwarts, sin tener idea de lo que le espera. Una pequeña travesura lo llevará a un problema por el que alguien tiene que pagar el precio. Ciertas consecuencias podrían afectar al resto de los estudiantes, o perseguirlos durante toda su vida.


Capítulo cincoDe cuando Harry fue al Callejón Diagón con Draco (y Pansy)

Agosto terminó tan rápido como había comenzado. Fue un mes agotador, reducido a un ajetreo constante.

Lily lo arrastró más de una vez al Callejón Diagón. La primera, pasaron por cada una de las librerías accesibles, en compañía de los Weasley. Su madre y Molly le entregaban a cada niño su respectiva pila de artículos, correspondientes al año escolar, mientras Ginny caminaba detrás de ellos, sujetando la mano de su padre. La segunda vez, se pasó la tarde completa escuchando a su madre y a Remus hablar acerca de las propiedades mágicas de los calderos y lo importante que era elegir uno adecuado, aunque el discurso fuese innecesario, ya que la lista de Hogwarts especificaba el que debía llevar.

En la tercera ocasión, cuando se suponía que su padre lo llevaría a la tienda de túnicas, fue llamado de emergencia por el escuadrón de Aurores y lo dejó a cargo de su padrino; una decisión poco inteligente, pues Sirius se llevó a su adorado ahijado a comer helado y lo regresó a Godric's Hollow en la motocicleta voladora. Luego haría oídos sordos a las réplicas de los demás, riéndose de esa forma tan escandalosa que lo caracterizaba.

En retrospectiva, esa era la razón para que un día veintinueve, cuando Lily daba por hecho que tendrían todo guardado en los baúles, estuviese entrando a la tienda de túnicas de Madam Malkin y corriese a abrazar a Narcissa Malfoy.

Su madre conversó un momento con la mujer, reiterándole lo agradecida que estaba porque pudiese ayudarlos, ocupándose de Harry durante unas horas, porque Lily tenía programas especiales en la radio mágica desde hace dos semanas y el tiempo le escaseaba, mientras el niño frotaba la mejilla contra la suave tela del vestido de su tía honoraria y se dejaba acariciar el cabello. El cronograma era largo, pero sencillo: túnicas para cada niño, pasar por las varitas en la tienda de Ollivander, hecho que había pospuesto a propósito porque quería estar con Draco y Pansy cuando averiguasen de qué serían las suyas. Después de pasar por la tienda de mascotas, podrían ir por un helado.

Lily le besó la frente, le pidió que se portase bien, que escuchase e hiciese caso a lo que la señora Malfoy le decía, que no se separase del grupo y que no fuese a perder las compras. Narcissa se rio con un sonido que, para él, fue semejante al campaneo de ángeles muggles, cuando le prometió que todo estaría en orden.

En cuanto ella puso un pie fuera de la tienda, Harry fue apremiado por su tía honoraria y por la dependienta a ir más hacia adentro para subirse a una de las plataformas circulares, donde les probaban una túnica y les tomaban medidas para ajustarlas.

Pansy y Draco ya estaban ahí cuando llegó. Ella tenía un tocado perfecto, que le ahorraba el trabajo de acomodarse el cabello cuando se sacaba o deslizaba una nueva túnica, y él, con la tela llena de alfileres, daba manotazos al aire para apartar a Jacint, que intentaba arrebatarle el gorro del uniforme de Durmstrang que se había puesto sobre la cabeza. Uno junto al otro, mantenían una plática animada, acompañada de risas, que cesaron de forma automática cuando se percataron de que se acercaba alguien, igual que lo hizo la absurda pelea de esos dos.

La niña fue la primera en reaccionar. Sonrió, exclamó su nombre, se bajó de un salto de la plataforma, para correr y abalanzarse sobre él. Ambos emitieron débiles quejidos por los pinchazos de la túnica, que se desajustó, y se rieron de los regaños de la costurera, que la obligó a retomar su lugar, para rehacer el trabajo.

—Pansy —Narcissa utilizó el tono suave, que hacía parecer que nada malo podía ocurrir, pero tenía los ojos entrecerrados y los cuatro se encogieron ante la visión—, discúlpate con Madam Malkin por atrasar su trabajo, por favor.

—Lo siento —musitó ella, puchero y ojos suplicantes incluidos. La dependienta hizo un gesto vago con la mano para restarle importancia y se dedicó a proseguir.

—¿Y tía Amelia? —Harry aprovechó la distracción de su amiga y las mujeres, cada una más concentrada en cómo le quedaba la túnica que en ellos, e intentó controlar el intenso rubor que le invadía cuando la llamaba así, porque aunque se lo hubiese pedido después de oír que se lo decía a la madre de Draco, todavía no se acostumbraba, y que Pansy chillase al escucharlo, tampoco ayudaba.

—Trabajando —Jacint lo observó de reojo, encogiéndose de hombros. Se estiró para intentar recuperar su gorro, siendo evadido porque Draco se echó hacia un lado en el momento justo, sonriendo con suficiencia. Él suspiró—, va a alcanzarnos en la tienda de Ollivander, dice que quiere estar con Pansy cuando toque una varita por segunda vez.

—¿Segunda vez?

Los dos intercambiaron una mirada. Draco fue quien bufó, acomodándose el gorro y mirándose en el espejo, como si considerase si podía usarlo en Hogwarts, a pesar de ser obvio que pertenecía a una institución diferente.

—Pansy y yo jugamos una vez con las varitas de padre y…y el tío Stephan —su amigo susurró entre dientes el nombre, Harry frunció el ceño y, sin pensar, miró hacia la niña, que seguía ajena a la plática porque discutían acerca de las mejores opciones de corte—. No salió bien.

Draco no dijo más y él no le preguntó, porque tenía esa mirada triste que, a veces, parecía que Pansy le contagiaba. No le gustaba ver a ninguno de los dos así.

Jacint los observó de forma alternativa un momento, y después se cruzó de brazos con una sonrisa que no auguraba nada bueno.

—Bueno, Harry, tú y yo nos sentáremos por allá y esperaremos que las princesas terminen con sus túnicas —ambos niños se volvieron hacia él a la vez, para verlo guiñarles—. Pansy quiere una de gala, aunque no la va a usar, y Draco ya lleva seis con esta que se está probando. Esto va para largo, créeme.

—¿Por qué seis? —no pudo evitar preguntar, seguro de que había oído a Lily decirle a Narcissa que le llevase tres túnicas. Draco se removió, tiró y aflojó del ajuste de una manga, quejándose con palabras poco dignas de un Malfoy (que aprendió de su padrino, juraba siempre) del alfiler que se le clavó en la muñeca.

—Tradición —murmuró, aunque de pronto, tenía un leve rubor que le cubría las mejillas—, padre llevó seis cuando entró a Hogwarts también. Una para cada día escolar de la semana, una para emergencias, porque hay elfos domésticos, pero nunca se sabe si son tan buenos como los de la Mansión.

—Y pensar que yo tenía un solo abrigo todo el año...

Los niños se rieron, a pesar de que Draco arrugó la nariz en señal de desagrado.

—Sí, bueno, a veces tenía que morirme de frío porque se ensuciaba y había que dárselo a los elfos —admitió Jacint, en un tono tan serio que sería difícil no tomarlo en cuenta—. Entonces me ponía a saltar por el cuarto, porque todo el maldito lugar es helado, y mis compañeros, unos rusos, llegaban y me decían; "pecro ecste incglés andac lococ, acguien que nocs cambiec". Luego descubrí los encantamientos de calor, y mi vida cambió.

Harry apretó los labios e intentó no burlarse de la imagen mental del muchacho moviéndose por todo un cuarto de piedra, temblando, lloriqueando, varita en mano, sin saber qué hacer. Draco se limitó a rodar los ojos y hacer gestos para que se apartasen cuando le tocó volver a ser el centro de atención. Con la calma de quien lo ha hecho cientos de veces, estiró los brazos lo justo para permitir que la costurera ajustase, clavase alfileres y midiese, sin parecer que se cansaba o forzaba a mantener la posición; tal y como Jacint dijo, ellos terminaron en unos asientos mullidos cerca de las plataformas, viendo a los dos ser atendidos, junto a Narcissa, que hacía comentarios respecto a las túnicas a la mujer. La pobre contenía un suspiro cada vez que su clienta abría la boca.

A Harry se le pasó por la cabeza algo en lo que pensaba desde hace días, cuando los Parkinson lo llevaron al Vivero para celebrar la graduación del hijo mayor, y se inclinó hacia un lado para susurrar:

—Jacint, ¿qué vas a hacer ahora que terminaste de estudiar en Durmstrang?

—Morir de aburrimiento —resopló él, con la mirada fija en las plataformas en las que los otros se probaban la ropa, y sonrió un poco—. Probablemente me haga rompe-maldiciones, sólo para joder a mis ancestros y deshonrarlos, después me dedicaré al Vivero hasta que Pansy tenga edad para hacerlo por mí. O sólo huya de la responsabilidad, y madre se lo dé de todos modos. Ella lo quiere más que yo.

El pequeño abrió mucho los ojos, boqueó, luego observó en dirección a la niña, que se ruborizaba bajo unos halagos de Narcissa, quien le ponía un mechón tras la oreja.

—¿Se lo vas a dejar?

—¿Por qué no? Tendré más plantaciones, la cría de hipogrifos en Noruega, y lo que sea que haga desde ahora hasta entonces.

—¿Crían hipogrifos? —Harry sintió que la mandíbula se le iba a desencajar si seguía así.

—Sí, hacen un abono fantástico.

—Iugh.

Jacint se dobló de la risa por su expresión. Harry estaba por hacer puchero y resignarse a esperar su turno en la plataforma, cuando percibió un ligero peso sobre la cabeza, seguido de la tela que se cerraba en torno a su cabello.

Elevó los brazos para tocar el gorro grueso que le había puesto encima; al darse cuenta de qué era, se lo quitó y lo vio mejor. El escudo de Durmstrang no se notaba, la talla era mágicamente ajustable. Había un espacio preparado para que pusiese un nombre; el de Jacint ya no estaba. Lucía como si nunca hubiese sido usado.

—¿Por qué...?

—Nunca he ido a Hogwarts, pero me dijeron que hace frío allí. No será tanto como en Durmstrang, pero sigue siendo frío —él contuvo una sonrisa. Al seguir la dirección de su mirada, notó que Draco había reparado en ellos y el rostro se le cubría de un rubor que era de pura indignación—. Protege contra maldiciones, te brinda frescura en verano, no deja que la lluvia te moje; si te pasa algo, al menos tu cabeza queda intacta. Es bueno para un niño mago que va a comenzar a estudiar.

Tenía que admitir que sí sonaba bien, era cómodo, del color de la túnica, y un regalo. Si algo le había enseñado Sirius (por muy sorprendente que fuera), era a aceptar los regalos que le daban de buena fe.

Pero volvió a mirar a Draco, que no prestaba atención a las observaciones de las mujeres o su amiga sobre el uniforme, y sintió un ligero pinchazo en el pecho.

—Draco quiere tu gorro desde hace años —le recordó en voz baja, titubeante.

—Dracolín quiere muchas cosas, y es mejor si no tiene algunas.

—Pero...

—Prefiero que tú lo tengas —dictó, aunque sonaba más a una petición, y lo observó con una calma de la que rara vez podía presumir—. Él puede hacerse un pequeño idiota si anda por ahí con algo así. Pansy y tú son los únicos niños de su edad con los que se ha llevado bien, no sé cómo va a reaccionar cuando vea a otros y tenga que interactuar con ellos; mi hermana se pondrá tímida y se pegará a él. Si Draco elige hacer cosas malas, ella lo seguirá.

Harry frunció un poco el ceño y apretó el gorro entre las manos.

—¿Qué tiene que ver con esto? —Jacint le dirigió esa mirada que Draco también le daba de vez en cuando, la que lo hacía sentirse más joven e ignorante de lo que era, pero no porque lo estuviesen reprendiendo.

—Si lo lleva, va a querer buscar un ejemplo de Durmstrang, un imbécil sangrepura de valores arcaicos o algo así, y va a pensar que tiene que ser eso. Más que nada en el mundo, quisiera que Pansy y Draco puedan…hacer lo que les parezca, no lo que les digan o lo que sea por influencia de otros, ni siquiera la mía —él gesticuló hacia los niños, que conversaban en voz baja, mientras la dependienta y Narcissa organizaban las túnicas recién compradas, antes del turno de Harry—. Además, el gorro lleva mi firma mágica por los ocho años de usarlo, y Draco está acostumbrado a sentirla, porque pasó casi toda su niñez durmiéndose encima de mí o probándose mis túnicas. Lo tranquilizaría mucho si lo usas, será algo familiar, y de confianza, porque eres tú. Míralo…como si te estuviese pidiendo que lleves por mí un seguro para cuando están mal, ya que yo no puedo estar ahí.

La verdad era que, si decía que podía calmar a Draco y ayudar a Pansy en Hogwarts, no había forma de que se negase. Con un suspiro, se guardó el gorro en uno de los bolsillos del pantalón.

—Puede que haya algunas cosas más que haga, y tengas que descubrir por ti mismo —añadió, después de que lo hubiese aceptado, la sonrisa divertida regresó a su rostro cuando le revolvió el cabello, de forma tan brusca que le dejó mechones delante de los ojos y entre los lentes—. Pero eres un buen niño, Harry. Tengo el presentimiento de que tendremos una conversación…interesante, dentro de unos años, sobre cierta persona.

Harry asintió despacio, intentando quitarse el cabello del rostro, aunque no lo entendió entonces.

Narcissa lo llamó a la plataforma para que se probara la primera de tres túnicas. Pansy había terminado y tomó asiento junto a su hermano, con quien se sumió en una plática en susurros, en la que captó que lo señalaba varias veces. Draco no le habló cuando estuvieron uno junto al otro, ni cuando tuvo la sexta túnica lista y se alejó.

Su amigo se sentó junto a Pansy y se quedó en una posición rígida, sin ceder a las provocaciones del muchacho, que intentó hacerlo sonreír, al ver que no tenía resultado pellizcarle las mejillas. Para el momento en que salieron de la tienda de túnicas, Draco se enganchó al brazo de la niña y fue por delante con ella, atrapados en una conversación de la que fueron excluidos, a pesar de que Pansy miraba por encima del hombro hacia ellos a cada paso que daba.

—¿Hasta cuándo vas a estar celosito, Dracolín? —Jacint probó suerte cuando caminaban en una ordenada fila por el Callejón Diagón; Narcissa abría la marcha, él la cerraba, los tres niños quedaban en medio.

El mencionado ni siquiera los vio.

—Es obvio que Pansy es la única persona no-traidora por aquí —espetó en un tono demasiado duro, e incluso ella lo observó con sorpresa.

—Draco —Narcissa lo reprendió desde adelante. Él lució avergonzado y pidió disculpas a su madre, pero no les habló más, ni se apartó de Pansy. Así alcanzaron la tienda de Ollivander.

Harry no sabía si quería gritar, lloriquear o darle un manotazo, sólo quería 'algo', que le permitiese devolver al Draco usual al que estaba acostumbrado. Ser ignorado así, le producía un aguijón desesperante en el pecho.

Antes de entrar a la tienda, Jacint estiró el brazo y le sujetó la muñeca a Draco. Cuando lo miraron, les dijo que los seguirían en un momento. Narcissa los llevó a ambos dentro.

Desde el otro lado de los cristales de la vitrina, Harry vio que su amigo intentaba zafarse del agarre del muchacho, que se puso de cuclillas para que quedasen a la misma altura, y obligarlo a que le prestase atención a lo que fuese que le estuviese diciendo. Draco sacudió la cabeza varias veces; se quedó quieto cuando aparentemente entendió el punto. Entonces se soltó y le estampó la palma en el rostro, sin la fuerza necesaria para lastimarlo, pero sí de una manera que hizo que Jacint se llevase una mano al área recién golpeada, quejándose.

Draco entró a la tienda con el rostro rojo y se paró junto a Pansy. Cuando Narcissa le puso una mano en el hombro y preguntó qué ocurría, no se relajó.

—Insultó a padre —escupió, con un desdén venenoso que le dio escalofríos a Harry. Por la manera en que la mujer y el muchacho intercambiaron miradas cuando este entró, no creyó que hubiese sido exactamente de ese modo.

Ollivander se aproximó a ellos antes de que tuviesen tiempo de solucionarlo. Observó a Narcissa un momento, con la cabeza ladeada y los ojos medio cerrados.

—Álamo, 25 centímetros, semiflexible, núcleo de pelo de thestral. Narcissa Black. Me acuerdo, me acuerdo —decía, entre breves asentimientos que eran más para sí mismo. Luego pasó su atención por las caras de los tres niños que aguardaban.

La campanilla de la tienda sonó y Amelia Parkinson llegó para acompañarlos, como había prometido, pero apenas había saludado a Pansy y Harry, cuando Ollivander prosiguió.

—Espino —declaró, sin despegar los ojos del rostro enrojecido de Draco, que casi temblaba de la frustración, como si la simple palabra fuese la respuesta para todo.

Debió serlo, porque el hombre se dirigió a los estantes y regresó con tres cajas de diferentes tonos oscuros, que le presentó al heredero de los Malfoy. La primera varita en manos de Draco, chisporroteó y se le cayó cuando gritó que quemaba. La segunda fue la que generó un conjunto de chispas rojas.

—Espino. Pelo de unicornio. Elástica —Ollivander asentía, con una mano bajo la barbilla—. Buena varita, se ajustará. Nunca dejes de usarla, el pelo de unicornio puede "marchitarse" sin su dueño.

—No voy a dejar de usarla —él la apretó con tanta fuerza que los nudillos se le pusieron blancos, y con ese giro practicado que le conocía, la deslizó en una de las mangas de su túnica.

Hubo un momento, un terrible instante que lo llenó de una ansiedad desconocida, en que Draco se giró, caminó hacia ellos, y Harry juraba, por la forma en que los miró, que sacaría la nueva varita y le iba a lanzar alguna maldición a él o a Jacint, sólo para dejar en claro que seguía molesto. Pero luego pasó, relajó la postura tanto como un sangrepura se podía permitir, y le dio un golpe débil en el brazo al pasar junto a él.

—Que sea una buena, Potter. No tendré cerca a magos con varitas inútiles —sentenció, antes de dejarse arrastrar por un abrazo de Amelia, que sea lo que sea que le haya dicho, bastó para devolverlo a un humor neutral y la máscara de indiferencia con que se paseaba entre los desconocidos.

Harry estaba a punto de dar saltos cuando se paró frente al fabricador de varitas, y a diferencia de cómo ocurrió con su amigo, este le sacó una caja a la vez. Dos no tuvieron efecto, una le resultaba incómoda.

La que produjo las chispas, lo hizo sonreír.

—Acebo, 27.94 centímetros. Flexible —Ollivander repitió el gesto de llevarse una mano bajo la barbilla mientras lo observaba—, núcleo de pluma de fénix. Interesante. Un buen núcleo, no muy común, leal. Habla bien de ti, muchacho.

Se sintió ruborizar ante los aplausos de Pansy, que no se quedaba quieta por la emoción, y las sonrisas de aprobación de las mujeres que los acompañaban. Sin pensarlo, volvió la cabeza en dirección a Draco, para conocer su opinión; este se fijó en la manga en que guardó su varita nueva, luego en la que Harry aún sostenía en su mano, y le regaló un escueto asentimiento. Con tan simple gesto, el tema en la tienda de túnicas quedó zanjado.

Ocuparon una banca incómoda de madera a unos pasos de distancia del fabricante, uno junto al otro, e intercambiaron una sonrisa leve cuando Pansy se adelantó para recibir la suya.

—Te apuesto a que le toca pelo de unicornio, como a ti —susurró. Draco bufó y lo codeó.

—Yo te apuesto a que será la varita más rara de la que hayas oído hablar, de madera negra o roja, o de pelo o el cuerno de un monstruo de otro país.

—¿Me das una de tus snitch de colección si gano?

Su amigo lo observó con los ojos entrecerrados unos segundos. Para su sorpresa, porque lo dijo a modo de broma, este asintió y le estrechó una mano. Sus dedos, sin querer, permanecieron rozándose, tensos, por encima del banco.

—Quiero una varita bonita —pidió la niña, con las manos unidas tras la espalda y una expresión que era la muestra más pura de la inocencia—, como la de tía Narcissa.

—Varita bonita, varita bonita...varita bonita...—el hombre repitió; con un movimiento de manos, atrajo una caja blanca, con relieves en los lados. La abrió para relevar una pieza clara, justo como le pidió, y de punta ornamentada con una figura curiosa—. Álamo, pelo de unicornio, fle...

Harry se preparó para ganar la apuesta y miró al otro niño con una sonrisa, por lo que se perdió el instante en que Pansy sujetó la varita. Hubo un ruido estridente, un grito de la niña y de Amelia. Draco ahogó un sonido similar.

La varita había salido despedida desde su mano. Ollivander hacía levitar las cajas que el impacto derribó, asegurándole a una Pansy temblorosa que "esas cosas pasan".

El fabricante se tomó unos segundos para sacar la siguiente caja. El resultado fue igual.

Doce varitas exactas fueron disparadas desde el punto en que ella las tocó, de todos los tamaños, maderas y núcleos que Harry conocía, tanto como otros que no. Una voló hacia el techo y rompió algo cuando cayó. Tres expulsaron un humo oscuro que los hizo toser, antes de apartarse de ella también. Otra se resquebrajó en la parte del agarre.

Pansy se encogió, negándose a soltar las lágrimas que se le acumulaban en los ojos. Su hermano mayor se acercó para abrazarla y asegurarle que no había nada de malo con ella. Harry tenía el impulso de hacer lo mismo, porque tenía esa mirada triste de nuevo, ¡y no era justo!

—¿Se supone que...que eso pase? —se inclinó hacia un lado e hizo un esfuerzo por mantener la voz baja. Draco lo miró de reojo y volvió a fijarse en su amiga.

—No.

Una nueva idea cruzó por su cabeza, así que dio un vistazo para comprobar que todos estaban atentos a la niña.

—¿Qué pasó cuando Pansy usó la varita de su papá?

Explotó —la voz le tembló, y se aclaró la garganta, para seguir: —, la varita se rompió apenas tocó su mano, las astillas salieron volando y nos dieron a los dos.

Harry tragó en seco, y sólo pudo rogar porque no le ocurriese lo mismo, o su amiga se echaría a llorar.

—Creo que tengo una perfecta para ti —dijo Ollivander de pronto, después de alrededor de dos minutos de absoluto silencio y observación a la escena de los hermanos. Pansy levantó la cabeza del hombro de Jacint, para ver al fabricante, como si le acabase de decir que le regalaría lo imposible.

Ollivander conjuró una caja desde la trastienda con un encantamiento no verbal. Era pequeña, más cuadrada que rectangular, con tallados que imitaban diseños ondulares.

La dejó flotar delante de Pansy, quien se tomó un momento para respirar profundo, antes de abrirla y echarle una ojeada. La sujetó.

Las chispas que brotaron de la punta fueron doradas, naranja y rojas, crearon una cadena resplandeciente, que se dividió en dos y la rodeó, como bobinas serpenteantes. Pudo mantener el agarre al fin. Cuando las luces cayeron al piso como cenizas y se desvanecieron, ella se abrazó a la pieza y liberó un sollozo, mezclado con una risa suave.

—Endrino, pelo de Rougarou. 21.3 centímetros, flexible —el hombre asintió despacio.

—¿Veintiuno? ¿No es muy pequeña? —Pansy protestó, a pesar de que la rodeaba con ambas manos y la aferraba, como si fuese su vida, amenazando con escapársele entre los dedos.

—Está fuera del rango usual —admitió él, y para sorpresa de todos, se agachó—. Niña, el endrino es conocido por funcionar mejor con los guerreros. Pero lo que casi nadie sabe es que el arbusto, tiene unas terribles espinas que, con la combinación correcta de plantas mágicas, pueden formar híbridos venenosos, y produce las mejores bayas después de las heladas más terribles, cuando uno podría estar seguro de que moriría. Si te elige el endrino, ninguna otra madera va a funcionar para ti.

Ollivander repasó los relieves de la varita, que se ondulaba, igual que un caracol en torno a la madera, hasta finalizar con una silueta similar a una hoja, en la parte inferior.

—Tiene trozos de coral, y una aleación de sal marina para curar el endrino. Es la única que he hecho con este método, y es tuya, Pansy Parkinson —él se puso de pie y se llevó el índice a la sien—. Me acordaré.

Pansy lo abrazó.

Su madre ahogó un grito y se apresuró a apartarla de un Ollivander rígido, que sólo atinó a alzar los brazos al aire y agachar la cabeza, mientras los niños comenzaban a reírse y celebraban la expresión alegre de su amiga, que enseguida corrió hacia ellos para que viesen su varita.

—¡Aquí, aquí! —les decía entre pequeños saltos, agitando la varita de endrino en el aire.

Se reunieron en una especie de triángulo impreciso, con las varitas extendidas y las puntas tocándose. Donde se unían, un débil brillo se generó, y los tres sonrieron.

Un flash y un "clic" causó que Draco diese un brinco. Ambos se rieron al mirar hacia Narcissa, que los observaba con un deje imposible de ocultar de orgullo, la cámara en mano y la fotografía mágica brotando desde la parte de abajo.

—¿Seguimos hacia la tienda de mascotas? —ofreció ella, sosteniendo la foto, pero sin revisarla todavía. Los tres niños intercambiaron miradas, se guardaron las varitas nuevas y asintieron.

Narcissa le sujetó la mano a Harry y la otra a Draco, de manera que le quedó uno a cada lado; este último, a su vez, buscó la de Pansy, que sonreía pese a los rastros de lágrimas en las mejillas. La mujer les habló de los animales que podían elegirse para llevar a Hogwarts, y del gatito kneazle que ella tuvo cuando estudió, mientras se movían entre el tumulto de magos y brujas, Jacint a unos pasos de ellos, la señora Parkinson dejada atrás, porque les comentó que hablaría un momento con Ollivander para agradecerle.

La tienda de Animales Mágicos los recibió con un tintineo de la campana de la entrada, y una mezcla de aromas que hizo que Draco arrugase la nariz. Era demasiado pequeña para la cantidad de jaulas que cubrían cada centímetro de las paredes, lo que sólo intensificaba la sensación de estar atrapados.

Nada más entrar, una tortuga gigante, con joyas incrustadas en el caparazón, pasó a su lado. Pansy chilló y la hubiese seguido, si el agarre de su amigo no la hubiese frenado a tiempo.

—¡Puffskeins! —la niña se soltó para ir hacia un conjunto de jaulas, donde yacían un montón de criaturas que, para Harry, eran poco más que bolas de pelo del color de la natilla, pero todas empezaron a moverse cuando se acercó, y Pansy sonrió más.

—¿Tú qué quieres, Harry? —Narcissa los puso a ambos por delante de ella y se inclinó lo suficiente para verles el rostro al preguntar. Jacint iba detrás de su hermana, para que no metiese un dedo en la jaula, ni siquiera si eran "adorables" los que la ocupaban.

Él se tomó unos segundos para pensarlo, más que nada porque tenía que recordar las palabras de Remus. Las ratas negras son inteligentes, le había dicho, te ayudarán con tu tarea y te traerán cosas, si las educas bien, pero siempre es bueno tener tu propia lechuza en Hogwarts. No te recomiendo a un sapo, se asustan y se pierden.

—Una lechuza —decidió que, si necesitaba ayuda con la tarea, tendría a Draco para preguntarle.

La mujer asintió y se dirigió a su hijo, que miraba de reojo los alrededores de la tienda, sin la pose de seguridad común en él.

—¿Qué pasa? Recuerda que tienes un búho imperial en casa, Draco. Y Lía estará pendiente de ti, si necesitas enviarme una carta —eso sonaba a que no necesitaba uno, pensó Harry. Tardó un momento en comprender, al ver que su amigo se removía, tirando y aflojando la manga de su túnica, que ese era el punto.

—Padre llevó una lechuza. Decía que un verdadero heredero Malfoy tiene su propio medio para enviar cartas —le replicó Draco, con voz queda.

—Tú tienes el tuyo, ya te lo dije. Pero para acompañarte a Hogwarts, podrías...

—Padre preferiría que siga su ejemplo —lo escuchó musitar. Narcissa los observó a los dos, con una expresión extraña, antes de asentir, seguido de un suspiro.

—Sólo ve a dar una vuelta, con Harry. Ayúdalo a buscarse una buena lechuza, tú sabes de eso, y si hay algún animal que te guste...

Ella dejó la frase en el aire a propósito, notó. Draco le sujetó la muñeca y los alejó de allí, para no dejarles oportunidad de continuar con el tema.

Lo liberó cuando estuvieron frente a las jaulas de las lechuzas, búhos y cuervos. Harry tuvo que levantar la mirada, arriba, arriba, arriba, y comprobar que la tienda podía ser pequeña, pero tenía más que suficientes pájaros para el resto del mundo, o al menos, así lo veía a los once años.

—¿Cuál elijo? —le susurró a su amigo, aferrándose a una de las mangas de su túnica por reflejo.

—La que quieras.

—No sé nada sobre aves. ¿Y si elijo una que no quiere enviar cartas? ¿Y si me muerde? ¿Y si...?

Draco bufó y se sacudió para quitárselo de encima.

—Una lechuza que envíe cartas, ¿no? —se palpó los costados de la túnica unos segundos, antes de sacar un pergamino de un bolsillo oculto. Lo dobló y lo levantó, agitándolo delante de una jaula llena de pájaros, que se acercaron con cortos saltos o se abalanzaron sobre los barrotes, estirando las patas para tomarlo—. Están entrenadas ya. No escojas una histérica de las que saltan sobre el papel, esas que mueven la cabeza y se acercan poco a poco son mejores.

Harry boqueó; por un momento, sólo fue capaz de observar al otro niño. Draco se guardó el pergamino de vuelta al bolsillo, se alisó las arrugas inexistentes de la túnica, y fijó una mirada plateada y carente de emoción en las jaulas.

—¿Cómo sabes todo eso? —preguntó, vacilante. Las lechuzas que se abalanzaron contra la jaula eran casi todas pardas, grandes, pero si le había dicho que no eligiera esas, él no lo haría. En su lugar, puso su atención en una pequeña y de un plumaje excepcionalmente blanco. De forma inconsciente, desvió la mirada al cabello y rostro pálidos de Malfoy; encontró divertida la comparación.

—Padre me trajo un par de veces, cuando quise un Puffskein, y cuando decidió que me merecía un búho imperial Malfoy. Decía que tenía que aprender este tipo de cosas. Aún las recuerdo —se encogió de hombros.

Harry asintió despacio. Draco sabe sobre lechuzas, agregó al registro imaginario.

—Quiero esa.

—¿La blanca? ¿Por qué?

—Es linda, ¿tengo que tener una razón? —parpadeó rápido y frunció el ceño.

—Supongo que no. Vamos a pedirla, ¿qué nombre le vas a poner?

—Hedwig —sonrió, su amigo lo miró con curiosidad.

—¿Historia de la Magia?

—¿Ya lo leíste? Remus me hizo ver una parte cuando regresábamos de comprar…

—Potter, yo me sé todo el libro —Draco le dirigió una sonrisa ladeada y lo guio hacia los dependientes, para que le diesen la lechuza y la respectiva jaula.

Pansy eligió ese momento para acercarse. Había dejado a su hermano mayor atrás, atrapado en una plática con Narcissa y Amelia, que estaba de regreso. Llevaba un Puffskein entre los brazos y una sonrisa victoriosa.

—¿Cómo lo convenciste de que te compraran otra mascota?

—¿Otra? —Harry los observó de reojo, mientras recibía la última de las instrucciones sobre el cuidado de Hedwig y hacía un esfuerzo por sostener la jaula. La lechuza le ululó de forma animada.

—Jacint lleva un mes entrenando al Augurey que saqué del patio de los Malfoy, ¡pero se supone que sería una sorpresa! —ella codeó a su amigo, siendo cuidadosa para no soltar a la bola de pelo que llevaba encima. Luego le sonrió, radiante, a Harry—. Va a enviar y traer cartas para mí, es muy listo. Pero para estar dentro, voy a tener a este amiguito.

—¿Puedes llevarte dos mascotas?

—No —Draco contestó, tendiéndole la mano a la dependienta para recibir una porción de comida para Hedwig, tomándose un instante para regañarlo por no estar pendiente y hacerlo él mismo—. Pero Pansy es Pansy y el Puff no ocupa espacio, se lo llevaría en la túnica si no lo dejan entrar al castillo.

La niña sonrió más y se abrazó a la criatura peluda, la determinación de su mirada le dejó claro que no era una simple broma. Ella  sería capaz de hacerlo.

El conocimiento de ese hecho divirtió a Harry, que cargó con su jaula y caminó junto a ella, escuchándola parlotear acerca de lo suave que era el Puffskein, lo lindo que sería su Augurey, y cómo las demás niñas tendrían envidia de sus dos mascotas.

Cuando escucharon un jadeo ahogado, les llevó medio segundo darse la vuelta y buscar a Draco, que iba detrás de ellos.

El niño estaba quieto, un poco encorvado, y tenía los brazos por debajo de una bola de pelo gris, que se acababa de lanzar sobre él desde la cima de una pila de jaulas. Ante ellos, la criatura cambió de color; un rubio platinado, que imitaba el cabello de Malfoy, se arrastró por sobre el anterior como una ola en la arena, hasta que lo tiñó por completo. Un par de orejas largas se desplegaron a los costados, cuando una cabeza se elevó y una pequeña nariz se presionó contra la mejilla de Draco, quien se quedó con los ojos y la boca abierta del asombro.

El conejo, que no debía ser más grande que la palma de la mano de cualquiera de ellos, se subió de un salto a uno de sus hombros y se acomodó; en un instante, se encogió incluso más y se convirtió en un trozo de tela extra, que se perdía de vista sobre el cuello de la túnica que llevaba. Si no hubiese sido por los ojos, plateados, que se abrieron, y el par de orejas que se levantaron de nuevo, habría parecido que ya no estaba ahí.

Draco reaccionó sosteniendo al conejito con ambas manos y apartándolo cuanto podía, estirando los brazos. El pequeño animal volvió a ser gris en la distancia, de ojos oscuros. Al ladear la cabeza y olfatear, las orejas hicieron cómicos movimientos.

—¡Se transforma! ¿Por qué nuestros conejitos no se transforman también? —la voz de Pansy captó la atención de los mayores y la dependienta, que caminaron hacia ellos.

Como si hubiese sido una señal, el animal se sacudió del agarre de Draco, hasta que no le dejó más opción que abrir las manos y dejar las palmas hacia arriba. Luego saltó desde ahí a la cabeza de este. El niño trastabilló por la impresión, intentando levantar la mirada lo suficiente para verlo, pero el animal se hizo uno con el cabello rubio, y el único rastro de su existencia que quedó fueron el par de orejas que levantó, de tal modo que parecían pertenecerle a él.

Pansy y Harry comenzaron a reírse, mientras él se tocaba la cabeza, sin identificar el lugar que ocupaba el conejo mágico, mucho menos quitándoselo. Las orejas se movían con él, lo que le daba mayor realismo al efecto.

—¿Qué es? —oyeron preguntar a Amelia.

—Es una mutación muy extraña de un conejo normal, le gusta transformarse en objetos y otros animales —la dependienta explicó—. Nos llegó hace poco y estamos pensado cómo entrenarlos o presentarlos a los magos, porque aún hay mucho que no sabemos de ellos.

—¿Como qué? —Narcissa intervino, con la mirada fija en la forma en que el par de orejas se sacudían y Draco enrojecía, mascullando sobre una "rata de orejas largas" sobre su cabeza.

—Bueno, no sabemos por qué no crece más que eso —apuntó la trabajadora—, ni cuánto tiempo vivirá en promedio, o en qué más se puede transformar. Ni siquiera tenemos muy en claro si su comportamiento será como el de un conejo normal, y aunque ha sido muy dócil con todos, no se había subido a nadie así.

Draco logró quitárselo jalando una de las orejas. El conejo retomó la forma animal y quedó colgando del agarre del niño, que lo examinó con el ceño fruncido por un momento, antes de que maniobrase para quedar de pie sobre la manga de la túnica y corriese por su brazo. Avanzó el último tramo de un salto, atravesando el hombro, para que él no lo volviese a coger, terminó por instalarse en el espacio junto a su garganta, desde donde le frotó la nariz en la línea de la mandíbula.

—Lo llevamos —sentenció la señora Malfoy, con las manos unidas por delante del vestido y una sonrisa débil. Su hijo, que ladeaba la cabeza en un desesperado intento por apartarse del conejo, frunció aún más el ceño.

—¿Cómo, madre?

—Nos lo llevamos, Draco. Para que sea tu compañero en Hogwarts.

Harry notó que su amigo estaba preparado para replicar, así que dejó la jaula de Hedwig en el piso, con cuidado, y se acercó para darle un vistazo al conejo y acariciarle el lomo. Bajo su tacto, después de que el animal lo hubiese reconocido, el pelaje le cambió de gris a un negro, desordenado, en una imitación del suyo. Él sonrió.

—¿No te parece increíble? —le susurró, sin despegar los ojos del animal, que lucía dispuesto a copiarle el tono de verde del iris, para lo que tuvo que intentarlo dos veces. No se dio cuenta de que Draco, al mismo tiempo, lo miraba a él, sólo a él—. Nadie más tendrá uno así en Hogwarts, imagina cuánto podrías aprender de transformaciones si lo llevas. Y nadie más los entrena, le puedes enseñar lo que quieras.

—No suena...tan mal.

—¡Y es bonito! —añadió Pansy, que se aproximó para acariciarlo también, a lo que el conejo respondió dándoles un par de lamidas en las puntas de los dedos a ambos.

Draco liberó un suspiro dramático y los alejó dando manotazos al aire. Conservaba parte del ceño fruncido.

—Bien. Me llevo a la rata de orejas largas —aceptó, y el conejo, como si pudiese entenderlo, también lo lamió; él arrugó la nariz e intentó, en vano, mantenerlo lejos de su cara.

Fue el turno de Amelia de arrastrarlos fuera de la tienda. Hizo a Jacint caminar por donde pudiese verlo, y tomó una mano de Pansy, lo que causó que Draco tuviese que sostenerse de la mujer y también llevar a Harry. Este último miró hacia atrás, a Narcissa, que se quedaba en la tienda para rellenar formularios, obtener sellos y algunos trámites que no sabía por qué, pero necesitaba para el conejo. Luego volvió a fijarse en el animal, del que sólo destacaban un par de ojos, ahora plateados, sobre el trozo de tela pegado a la túnica de Draco.

—¿Qué nombre le vas a poner? —Harry se balanceaba de un lado a otro, más que por el peso de Hedwig, por el tamaño de la jaula que la cargaba. Se preguntó por qué no podía sólo dejarla libre y que volase junto a él.

Draco lo consideró por unos segundos.

Leporis.

—¿Qué es eso? —arrugó el entrecejo, intentando hacer memoria, pero no le sonaba a algo que hubiese oído antes.

—Uno de los nombres de una constelación.

—Le voy a decir Lep —decidió con una nueva sonrisa—. Hola, Lep, yo soy amigo de Draco, tu dueño. También voy a ser tu amigo.

El mencionado bufó y le dio un suave apretón en la mano que sostenía.

—No seas tonto, Potter, ni que te fuese a entender.

—¿Cómo sabes que no?

Él se limitó a rodar los ojos y dejarle hablar con el conejo, que alzó una oreja y la movió en dirección a Harry, pero por lo demás, no dio muestras de escuchar o comprender.

Alcanzaron la heladería cargados con las compras, o al menos, las de la última tienda; Pansy, con el Puffskein en brazos, fue la única que pudo seguir a su madre al interior del local, mientras ellos, por llevar una jaula y el otro por tener, de nuevo, un par de orejas largas sobre la cabeza, se quedaron bajo el cuidado de Jacint en la parte de afuera, donde requería trabajo no estorbar a los magos que hacían compras de útiles escolares a último momento.

—Harry —el muchacho lo llamó en voz baja, pero les hizo una seña a los dos, que se aproximaron—, ¿por qué hay un perro negro y enorme que te está siguiendo desde la tienda de túnicas?

—¿Un...qué?

—Un perro —dio un vistazo alrededor, frunció el ceño y volvió a concentrarse en ellos—. Fue detrás de nosotros cuando salíamos de la tienda de Madam Malkin, estaba cerca cuando estaba con Draco afuera de la tienda de varitas, y se está intentando esconder entre los magos desde que salimos de la de mascotas. Pensé que era con Pansy, pero se sienta a observarte y camina por donde tú ya pasaste, no ella.

—¿Y esperaste hasta ahora para decirlo? —Draco tiró de uno de los bordes de su túnica y le reclamó en un susurro contenido. Harry no podía explicarse por qué había empalidecido de pronto.

—Podría haber seguido a cualquiera, o a nadie.

—Podría haberse llevado a Pansy, si fuese- agh —negó.

Cuando parecía que Jacint le iba a contestar, el heredero Malfoy bufó y se apartó de ellos. Se escabulló entre los magos más cercanos, mirando alrededor. Harry se apresuró a ir detrás de él y sujetarle la muñeca.

—¿Qué haces?

—Lo busco —respondió con simpleza—, quiero ver dónde está.

—¿Para qué?

—¿Como que para qué? Para que se vaya, Potter, usa tu única neurona para algo por una vez.

Harry sintió el impulso de contestar a la ofensa, pero se lo calló cuando vio, tal y como había dicho el muchacho, un perro negro, que se asomaba desde el lateral de uno de los locales aledaños y le movía la cola. Ladró, aunque por el ajetreo del Callejón Diagón, no pudo oírlo.

Estuvo a punto de reírse.

—Ven —le dijo a Draco, que lo vio como si se hubiese vuelto loco, pero tiró de su brazo y corrió hacia el perro—, ¡mira! —se tomó un segundo para avisarle a Jacint que sabía de quién era el animal y continuó deslizándose entre el tumulto de magos.

Se mezclaron con la multitud, tuvieron que pasar por debajo de brazos y compras flotantes, para llegar a un pasadizo en medio de dos tiendas casi vacías. Una vez allí, se agacharon en busca del aire que perdieron en la carrera, mientras el can se convertía en un divertido Sirius Black.

—Uh, el perro malvado que los sigue y se los va a comer. Uh, qué malo soy, muy malo —su padrino simuló garras con las manos y sacudió la cabeza. Harry se rio sin aliento. Junto a él, Draco se quedaba boquiabierto.

—Eres un animago —fue lo único que salió de la boca del niño, que después frunció un poco el ceño.

—Y tú llevas un dulce conejito a Hogwarts, primo, sí.

—¿Por qué seguías a Potter?

—¿Será porque es mi ahijado?

—¿No sabes que puedes caminar a un lado, como una persona común y corriente?

—Hablando de personas comunes y corrientes...—sin disimulo, Sirius apuntó hacia la cabeza de Draco, donde el conejo se había acomodado de nuevo, y lucía como si el par de orejas le brotasen del cabello.

Malfoy contuvo la respiración y las mejillas se le ruborizaron.

—¿Otra vez está ahí?

—Otra vez está ahí —Harry se lo confirmó; sólo por ser buen amigo, intentó no reírse como lo hizo Sirius. Falló.

Draco hizo un sonido de frustración desde el fondo de la garganta y jaló de una oreja, lo que causó que el conejo volviese a su estado 'normal'. El niño lo recostó entre los brazos y lo dejó allí, donde se acurrucó.

—¿Qué haces aquí, Sirius? —preguntó Harry, una vez que decidió que era suficiente de burlas hacia su amigo. El hombre ladeó la cabeza, alternó la mirada entre ambos, y se cruzó de brazos después.

—Quería despedirme. Ya sabes, Remus me convenció de acompañarlo al trabajo de corresponsal al que se va hoy. Serán tres semanas fuera de Gran Bretaña y no voy a estar para llevarte al tren, subirte y fingir que lloro, aunque sé que volverás.

Harry negó, pero dejó la jaula de Hedwig en el piso y rodeó a su padrino con los brazos. Como él continuaba sentado en el piso desde antes de transformarse, fue más sencillo de lo usual.

—Además de eso —Sirius continuó, sin soltarlo y con esa sonrisa feroz que no auguraba nada bueno—, quería verte cuando consiguieras tu varita y a tu mascota nueva. Y darte un regalo.

—Podías haber entrado con nosotros si querías...—le recordó en voz baja. Él sólo sacudió la cabeza con ganas.

—Nada de eso, qué aburrido sería. Fastidiar a los paranoicos sangrepura siempre es más divertido.

Sirius lo liberó del agarre, antes de que tuviese tiempo a procesar lo que acababa de decir. Estiró una mano para revolverle el cabello a Draco, que lo esquivó de manera casual.

—¿Y tu madre?

—Sigue en la tienda de mascotas.

—Por el conejo anormal, imagino —él asintió y volvió a poner su atención en Harry, colocándole las manos en los hombros—, mejor así. Mis regalos van a servirles a los dos, y no quiero que ningún adulto responsable esté cerca y se entere de esto.

Aquello le sonaba a una de las razones por las que Lily solía regañar al grupo de los antiguos Merodeadores, mas dio un vistazo a su amigo, que parecía un poco intrigado ahora, y no pudo evitar sonreír.

—Veamos qué es —su padrino le dio un golpe débil en el hombro y se rio de su respuesta.

—Bien, comencemos por este —en un movimiento veloz, sacó un objeto de su bolsillo. A Harry le recordó al gesto que hacía Draco al alcanzar la varita; a este también debió hacerlo, porque sintió las manos de su amigo aferrarle de los costados y tirar hacia atrás, hasta apartarlo de Sirius.

Él les tendió la mano con una sonrisa divertida, que decía que sabía bien en qué pensaron, y les mostró un espejo, con los bordes endurecidos, recubiertos de una capa que evitaba que se cortase y servía de marco a la vez.

—¿Qué es eso? —a pesar de que Draco fue quien habló, Harry recibió el objeto y lo hizo girar ante las miradas curiosas de ambos.

—Es algo que usaba cuando estudiaba en Hogwarts, espejos encantados para conversar durante las clases. Yo tengo uno igual —en un giro de muñeca, tenía la varita afuera y la punta en el centro del cristal, donde le aplicó una suave presión, que lo dividió en dos idénticos, por lo que los niños ahogaron un jadeo—. Y con decir mi nombre, me llaman. Si usan el mismo hechizo que yo, les servirán.

Harry le pasó uno a Draco, que también comenzó a darle vueltas y examinarlo. Ambos intercambiaron una mirada.

—Pero eso no es todo lo que les tengo —Sirius volvió a captar su atención, deslizando un pergamino doblado desde su chaqueta.

Los niños se inclinaron hacia adelante para averiguar qué era. El conejo, Lep, los imitó, echando las orejas hacia al frente y olfateando el aire.

—Este es nuestro mayor secreto, ni siquiera Lily lo sabe, y nosotros prometimos no contarle a nadie fuera del grupo...hasta ahora —añadió, para efectos dramáticos, y colocó la varita sobre el papel—. Juro solemnemente que mis intenciones no son buenas.

La tinta apareció como un punto en el medio, se expandió, palabras y figuras cobraron vida sobre el pergamino. Sirius lo desplegó y reveló un mapa.

Un mapa de un castillo.

—Hogwarts —dijo a los niños, que no lo reconocían por entonces—, muestra todo y a todos, dónde están, qué hacen, cada hora, de cada día. Pasadizos secretos, huecos en los retratos. Hay lugares a los que sólo se puede entrar cuando te paras frente a ellos con el mapa, y sigues las instrucciones que te da.

Harry y Draco intercambiaron otra mirada. Su amigo, notó, tenía una luz inusual en los ojos plateados, cuando se guardó el espejo miniatura en la túnica y lo tomó del hombro.

—Podríamos conocer todos los secretos del castillo, incluso antes de ir, ¿te lo imaginas? —le susurró en el oído, una sonrisa más que genuina haciéndose presente en su rostro.

—Tú sí entiendes, primo —Sirius sonrió aún más, les mostró cómo ocultar el mapa, y se los extendió. Draco fue quien lo tomó—. Queríamos hacerte una ceremonia formal, bien elegante y dramática, pero Remus y Peter tienen mucho trabajo, y le dije a James que probablemente lo compartirías con Ron o Draco, y era mejor si sólo te lo daba.

Harry reconoció el momento exacto en que el cuerpo detrás de él, se tensó. La mano cerrada en torno al mapa, tembló.

—¿James? —al hablar, lo hizo sólo con un hilo de voz. Como si presintiese lo que se avecinaba, el conejo mágico estiró las orejas lo suficiente para palparle las mejillas a Draco, gesto que volvió más pronunciado su rictus de desagrado.

Sirius pareció darse cuenta de que había cometido un error. Por un segundo, no fue el padrino amigable y bromista que conocía, sino un hombre cansado y triste. Aunque se recuperó enseguida, Harry lo notó.

—Los Merodeadores lo creamos, pero entenderás que hace muchos, muchos años que nadie lo usa. Queríamos- yo quería, que Harry fuese a Hogwarts para que lo tuviese.

Los nudillos de Draco estaban más blancos de lo normal, debido a la presión que ejercía sobre el pedazo de papel. Su respiración se hizo errática, luego se calmó de forma tan abrupta, que temió por su amigo y se giró para encararlo.

Draco sonreía. Era una sonrisa fea, desagradable, y le daba un toque a su rostro que lo convertía en alguien muy diferente al niño que él conocía.

Erguido, con aquella expresión de desprecio, y doblando y guardándose el mapa en un bolsillo de la túnica, Harry creyó entender a lo que Jacint se refería con que su amigo podía llegar a ser algo que no querían. Con la influencia incorrecta.

Todo dependía de con quién estuviese, razonó. Harry se dijo que, al igual que como no quería ver un gesto de tristeza en él, no deseaba que este se repitiese. Y haría lo que fuera por evitarlo.

—Un mapa viejo, querido primo —el tono con que lo dijo era duro, burlón, y le causó un escalofrío—, excelente. Servirá.

—¿En serio?

Al oírlo vacilar, Draco lo observó como si fuese un insecto en su zapato, pero después hubo algo que se suavizó en esos ojos de plomo, y el color plata fue casi tan claro como de costumbre.

—Tú —le tocó el pecho con el índice— y yo —repitió el gesto en sí mismo, la sonrisa se le torció, y Harry percibió un indescriptible alivio inundarlo al recuperar a su Draco—, vamos a explorar cada rincón de Hogwarts y a descubrir todo lo que no se haya descubierto todavía. Y haremos nuestro propio mapa, uno mucho, mucho mejor que este, uno tan bueno que esos…viejos Merodeadores van a envidiarnos. Pero, hasta que eso pase, sí, este nos servirá.

Harry sonrió ante la perspectiva de la "exploración" y asintió con ganas.

—Y tú nos vas a ayudar con los encantamientos, ¿cierto, primo? —añadió tras un momento, y cuando se dio la vuelta para volver a fijarse en Sirius, no se percató de la mirada curiosa del hombre.

—Claro, usen el espejo para contactarme. Esto será divertido.

Su padrino se puso de pie despacio y le colocó una mano en los hombros, para atraerlo hacia él y darle un abrazo más, uno que le prometía que hablarían pronto. Harry se dejó arrastrar por sus juegos, riéndose cuando le revolvió el cabello con fuerza.

—Sigue haciendo lo que haces —le susurró, pero antes de que pudiese preguntar a qué se refería, Sirius lo soltó. Le acunó el rostro unos segundos, dio un paso hacia atrás, y miró a Draco fijamente.

Cuando le puso una mano en el hombro, su amigo no se apartó de nuevo. Mantuvo la barbilla levantada y una mirada desafiante. Sirius le dio un golpe débil en la frente con el dedo índice. Un instante más tarde, era un perro negro y usaba las cuatro patas para correr lejos de ellos, ladridos de despedida se perdían en el bullicio exterior.

—Sería bueno que no le digamos de esto a nadie, por ahora.

Harry se apresuró a sostener la jaula de Hedwig y seguir a su amigo, cuando este se giró para emprender el camino de regreso. Draco, sin embargo, se detuvo después de algunos pasos, extendiendo un brazo para cortarle el paso.

—¿Ni siquiera a Pansy? —le preguntó, frunciendo un poco el ceño.

—Ni siquiera a ella —asintió—, será un secreto entre nosotros.

Él se encogió de hombros y sonrió. Draco lo sujetó, de nuevo, de la muñeca, y lo guio a través de la multitud, de regreso a la entrada de la heladería.

Harry nunca le contó lo emocionado que estaba de saber algo relacionado a él, que ni Pansy ni Jacint conocerían.

Cuando regresaron con los demás, la niña se les acercó entre pequeños saltos y les tendió un par de helados. Draco probó la punta del suyo, uno verde brillante de chispas coloridas, y luego los señaló a los dos, haciéndolos arquear las cejas.

—Disfruten su último día de relajación infantil.

—¿Y eso por qué? —Harry se rio por la incredulidad, su amigo lo miró con tanta solemnidad, que el sonido murió en su garganta.

—Porque cuando entremos a Hogwarts, estaremos muy ocupados.

—¿No hemos empezado y ya piensas en las tareas? —Pansy se burló, casi por completo escondida detrás del helado de dos sabores que tenía.

—¿Quién habló de las tareas?

—¿Entonces de qué hablas?

—De nosotros —hizo un gesto dramático, helado incluido, que los abarcó a los tres, y sonrió—. Estaremos camino a la grandeza, eso nos tendrá ocupados.

—¿Grandeza? —Harry repitió, confundido.

—Por supuesto. Pansy y yo tendremos las mejores notas del curso —habló como si el asunto fuese obvio, y la niña parpadeó un par de veces, al parecer, tan confundida como él—. Y tú y yo, Potter, seremos los jugadores más jóvenes de Quidditch en el último siglo. Y si los demás estudiantes no son un reto, puede que hasta me gane el Premio Anual antes de graduarnos.

Los otros dos intercambiaron miradas y comenzaron a reírse. Draco los observó en silencio, comiendo de su helado.

—¿No crees que es un poco...demasiado...? —su amiga gesticuló y se comió su helado, aún sonriendo.

—Nunca es demasiado, es que ninguno de los dos tiene visión. Ya verán, seremos lo mejor de lo mejor, es nuestro destino. Hay que ser ambiciosos.

Harry volvió a reírse y negó, sin poder creer los extremos a los que su amigo llegaba.

—Hay suficiente ambición aquí sólo contigo, Draco.

—Tú eres ambicioso por los tres —estuvo de acuerdo él, y tras intercambiar miradas de nuevo, ambos se encogieron de hombros.

El heredero de los Malfoy miró a uno y luego al otro. Bufó.

—No saben nada, es nuestro destino —insistió, y con la barbilla en alto, reuniendo toda la dignidad de un sangrepura de su clase, se dedicó a comerse su postre.

Harry tampoco le diría alguna vez lo mucho que le gustó verse incluido en esos planes.


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