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Luz de luna por BocaDeSerpiente

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Capítulo sesenta y tres: De cuando hay espejos, temores, hechizos…y Harry todavía no se explica por qué Charlie Weasley hace lo que hace

Draco tenía el absurdo pensamiento de que nunca iba a querer a nadie, más de lo que lo hacía con ese idiota que rascaba detrás de una de las orejas del enorme perro de tres cabezas, para demostrarle a sus protegidas que no corrían ningún riesgo al atravesar la antesala que llevaba a la trampilla. Los tesoros de los directores aguardaban abajo, cubiertos por encantamientos que reforzaban las exhibiciones; sólo podrían acceder gracias a una exhaustiva inspección de Ioannidis, que confirmó que , era seguro para los niños.

Era la noche de la Tercera Prueba. Dárdano estaba posado sobre uno de los hombros de Pansy, inquieto, graznando de a ratos, hablando en murmullos con la chica, cuando esta no estaba pendiente de responder a las preguntas de los mellizos que tenía a su cuidado. Daphne, que no conocía sobre la sala ni Fluffy, aún lucía un poco más insegura al respecto, a pesar de que animaba a su grupo con una sonrisa y les daba leves apretones en los hombros para alentarlos a que caminasen detrás del resto.

En cuanto Honora se escondió detrás de Harry, él les mostró el hechizo que hacía sonar la música, e incluso se acercó a una de las cabezas del perro, para que viesen lo dócil que era mientras la melodía estuviese sonando. Tenía una sonrisa amplia, divertida, y le rodeaba los hombros con su brazo libre a la pequeña Amber, que no dejaba de alternar la mirada entre la 'bestia' y el muchacho, con ojos enormes, maravillados, llenos de curiosidad. Se veía como si nunca hubiese sido ese niño de doce años que huyó con él de la antesala, al toparse con el perro por accidente, pero Draco sabía que , que ocurrió y no pudo ser nadie más, porque aparte de la Marca que todavía tenía bajo glamour para demostrar la existencia de la piedra de la luna, su novio le dedicaba miradas por encima de sus protegidas, que estaban cargadas de una burlona incredulidad por lo que él mismo estaba haciendo, como si le preguntase "¿pensaste que un día llegaríamos a hacer esto?"

No, estaba claro que ninguno de los dos lo pensó en ese entonces. Pero aquello también era aceptable; muchas cosas cambiaron desde esa época, y algunas, en especial, no le dejarían arrepentirse de nada.

Un leve tirón a su brazo lo hizo volver la cabeza. Sterling le hacía una seña con que pedía que se inclinase más cerca, para preguntar, en un susurro, si tenían que lanzarse por la trampilla. A Peyton le daban miedo las alturas, le comentó, llevándose el índice a los labios para pedir absoluto silencio al respecto. Draco asintió, a sabiendas de que debía tratarse de un secreto importante. Los temores siempre lo eran para un Sly.

—Yo los voy a bajar —les avisó, atrayendo al otro niño hacia él también—, ustedes dos sólo cierren los ojos y esperemos que me acuerde del hechizo correcto —bromeó, uno se sacudió con una risa silenciosa, el segundo lo observó con un horror mal disimulado, que le hizo rodar los ojos.

La sala de los directores todavía tenía ese aire solemne que recordaba. Las exhibiciones se agrupaban en hileras, destellaban, los objetos captaban irremediablemente la atención de quien les pasase por un lado, los niños no fueron ninguna excepción. En cuanto tocaron el suelo, sin golpearse, rodaron, gracias a un hechizo de escaleras mágicas; notó que cada quien perdía parte del control de su grupo, porque querían averiguar sobre la sala, los objetos, qué hacían ahí.

—Si guardan silencio, nuestro Guardián les contará la historia detrás de esta sala —anunció Daphne, dirigiéndole una sonrisa divertida cuando él bufó y la observó ceñudo. Bien, eso no estaba en los planes.

De pronto, tenía la atención de ochos niños, tres adolescentes, y Harry, parado detrás de sus protegidas, elevaba el pulgar en señal de apoyo. Oh, era un idiota.

Su idiota.

—Desde la antigüedad —comenzó, con voz clara, firme, para hacerse oír en cualquier rincón de la sala, como su madre siempre le dijo que tenía que lograr—, los directores del colegio Hogwarts de Magia y Hechicería no han sido como los otros. No, ellos no adiestran caballos alados, como los de Beauxbatons, ni aprenden a navegar botes submarinos como los de Durmstrang. Lo que diferencia a un director en Hogwarts de cualquiera en el mundo, es su Aporte. Esta sala y todo lo que ven aquí…

Si lo pensaba bien, aquello era una verdadera locura.

El método de planificación de los Juegos consistía en dos modalidades: para Guardianes nuevos, y para Guardián Guía. Ya que ese año, los Valiosos del curso superior se retiraron y los cuatro pertenecían a la nueva generación de Guardianes, que nunca había prestado apoyo en las Pruebas, los anteriores les dejaron una serie de instrucciones a seguir y planearon por ellos la Primera Prueba, de manera que luego tuviesen que reunirse para acordar cómo se llevaría a cabo la segunda (con una debida intervención, vía lechuza, de Flint, Montague, Bale y Hellen, que eran a quienes, por obvias razones, le tenían más confianza entre los Guardianes pasados).

La tercera, en cambio, era toda suya, era el trámite, la transición de novato a veterano, les escribió Flint en broma. No sólo tenían que decidir qué ventajas —en caso de otorgarlas— cederían en la segunda al ganador, que pudiese ayudarlo en la tercera, sino que cada una de las conexiones, los pasos, la preparación, sería de ellos. No habría comentario oportuno sobre flores que abrían una sola hora, en las cartas de Hellen, ni recomendación de Lucian a Pansy, para que le pidiesen ayuda con el escudo y las ilusiones a usar en el campo de Quidditch a Ioannidis, o los permisos a Snape.

Cuando se reunieron para discutir lo que harían, alrededor de febrero, todavía contaban con la oportunidad de hacer un cambio en la segunda prueba que pudiese afectar la tercera y viceversa; las ideas fluyeron por sí solas, de a montones. Fue Harry quien dijo, con una sonrisa divertida al codearlo:

Deberíamos presentarles a Fluffly. Alguien tiene que saber de su existencia y guardar el secreto cuando nos graduemos.

El comentario conllevó una explicación a Daphne acerca del perro de tres cabezas que custodiaba los tesoros de los directores, el por qué lo conocían, y de algún modo, los cuatro llegaron a la conclusión de que podrían convertirlo en otro de los secretos entre Sly, comenzando por ese año. De hecho, incluso surgieron ideas interesantes para los Juegos del próximo curso, que también estarían bajo su supervisión.

¿Y esa sala de los directores…? —Daphne había gesticulado al buscar las palabras correctas para expresarse— ¿necesitaríamos un permiso, si la queremos usar, por ejemplo?

¿Para qué podríamos usarla? —intervino Pansy, pensativa. Si desde hace algún tiempo, no formaba muecas de desagrado cuando tenía a la mayor de las Greengrass cerca (y en particular, desde que descubrió que esta no tenía el menor interés en casarse con su hermano), gracias a las interacciones que tenían como Guardianes por los Juegos, las chicas mantenían pláticas en diferentes oportunidades, e incluso un par de veces, las vio comer una junto a la otra, mientras aclaraban ciertos puntos.

¿Tal vez ocultar un objeto?

¿O hacer un juego de escondite mágico entre los niños? —ofreció Harry, al escucharla. Las dos lo observaron un momento, luego a él.

¿Tú qué piensas, Draco?

Recordaría haberlo considerado bien. Tesoros, secretos. Escondites. Ellos dos conocían un lugar especial de la sala de directores, donde se podían esconder cosas interesantes. Se necesitaba ser más que sólo hábil.

Era la oportunidad perfecta para mostrar si sus chicos eran lo bastante astutos para merecer la gloria en la Casa de Salazar Slytherin, y él, por supuesto, no iba a dejarla escapar, tuviese los favoritismos que tuviese.

Tengo una idea.

Y como descubriría poco después, sus amigos tenían que prepararse cuando lo escuchaban decir esa frase.

—…ahora, esta es una prueba nueva en los Juegos, nunca antes realizada —explicó Pansy, en cuanto capturó la atención de los niños, tras su aclaración dramática y teatral sobre la sala. Draco bufó, porque no podía creer que lo dijese con tanta simpleza cuando él había hecho sonar su parte como una verdadera obra de misterio—. Es algo que a los cuatro nos gusta llamar "confianza de serpientesssss" —alargó la 's', de un modo que se asemejaba a un siseo e hizo reír a más de uno. Ella sonreía—. Para comenzar, queremos que vuelvan a reunirse con su compañero y Guardián y escuchen sus instrucciones. Esta prueba será…

Cuando tuvo a los mocosos de regreso a su lado, Draco se sacó un galeón de un bolsillo y se los enseñó. Luego lo colocó en su palma, cerró los dedos en este. Los murmullos de los otros Guardianes y sus niños llenaban la sala, hasta entonces, vacía, tanto como lo hacía el aleteo distante de Dárdano, pendiente de que todo marchase como correspondía.

—Vamos a meter a uno de ustedes al "cuarto de los miedos" —avisó, con la suficiente seriedad para comprender por qué los niños tragaban en seco e intercambiaban miradas. Tuvo que contener una sonrisa; era exactamente la reacción que esperaba conseguir en ellos cuando se lo propuso a los demás Guardianes—, mientras que el otro permanecerá afuera y tendrá que sacarlo cuando llegue el momento. La prueba consiste en que el que está dentro del cuarto, confíe en una señal de su compañero y enfrente lo que encuentre allí, para tomar un pergamino, que pueda estar transfigurado en cualquier cosa, y será el que contenga las instrucciones para su escape. ¿Me explico?

Ambos asintieron, vacilantes.

—¿Cara o varita? —cuando obtuvo las respuestas, lanzó la moneda al aire, la atrapó ante sus ojos asombrados a propósito, para efectos dramáticos, y la presionó contra el dorso de su otra mano. Al dejarla a la vista, tuvieron su respuesta—. Sterling, tú entras al cuarto de los miedos. Peyton te va a sacar de ahí.

Un orgullo absurdo lo inundó cuando no hubo gimoteos. El niño apretó la mandíbula, se enderezó, asintió. Su compañero resopló y lo imitó. Ganaran o no, esos dos eran verdaderos Sly para él.

—¿Quién quiere ir primero? —se le ocurrió preguntar, en busca de algún valiente. No fue del todo una sorpresa ver a Harry alzar a una de sus niñas, que agitaba ambos brazos en el aire y se reía.

—¡Yo! ¡Nora y yo vamos primero!

No había creído que ninguno se sentiría tan entusiasmado por entrar a lo que denominaron, con toda la intención, cuarto de los miedos; sin embargo, Amber le demostró justo lo contrario al dejarse guiar por la mano de Harry y posicionarse frente al espejo de Oesed en el fondo de la sala, ante las miradas curiosas del resto.

El cristal les devolvía su reflejo, al menos a esa distancia. De cerca, como bien sabía, tendría que haberse visto diferente. Cuando Harry se inclinó sobre su hombro y le dio una indicación, ella asintió, con una expresión de determinación tal que casi resultaba imposible viniendo de alguien tan joven.

En el momento en que Amber se metió con un salto, atravesando la superficie sólida sin problemas, dejando tras de sí una ondulación en el cristal, varios ahogaron jadeos. Dieron unos pasos hacia ella, sólo para descubrir que el vidrio se deformaba, luego revelaba un espacio oscuro más allá, escondido con magia, en donde la niña tenía los puños apretados y miraba alrededor, expectante.

Draco recordaba las tardes en la oficina de Ioannidis, turnándose para convencerla de prestar su ayuda, otra vez, el cargar con un baúl de cerrojos mágicos por el castillo, pasada la medianoche y entre cuatro hechizos de levitación, para llevarlo allí y meterlo dentro del escondite del espejo. Los niños de segundo sabrían de su existencia, mas no lo habrían visto todavía, porque formaba parte del temario que se recibía en tercer año. Aquello sólo era otra razón para hacerlo increíble.

Pero, de nuevo, la niña los sorprendió cuando se detuvo en seco, con los ojos puestos en un punto más allá del límite que el marco del espejo les daba, y esbozó una sonrisa lenta. Una versión de Honora, con ropa casual en lugar del uniforme o el pijama que llevaba en ese instante, se acercó hasta que estuvo dentro del campo de visión de todos.

Bien, eso era extraño. En muchas formas.

Harry continuaba siendo el más próximo al espejo, junto a la Honora real, a quien tenía sujeta por los hombros, dándole apretones alentadores cuando lo creía necesario. Parecía lo bastante aturdido para no darse cuenta de que la niña señalaba el broche que llevaba su versión falsa en el cabello, uno de mariposa, que emitía un débil resplandor para quienes lo viesen desde afuera del espejo, y le hacía una pregunta. Amber no lucía para nada alterada en presencia de la copia de su amiga.

—¡Amber, en el cabello! En mi cabello —puntualizó Honora, con cierto deje divertido. Ella, al oírla, buscó con la mirada hasta dar con el espejo que debía mostrarlos, de forma difusa y extraña, desde afuera. Agitó una mano a manera de saludo.

—¿Ese broche, Nora? —esperó el sonido afirmativo para reírse y asentir—. Sí, eso es un poco obvio. A ti no te gustan las mariposas.

Como si fuese cosa de todos los días, Amber caminó hacia la copia de su amiga, le quitó el broche sin pedir permiso, y se despidió de la criatura, que perdía forma al verse incapaz de atemorizarla, con otro gesto burlón. La niña caminó hacia el espejo, presionó el broche contra el cristal, causando que el efecto de la ilusión cambiaformas de Pansy se anulase, y reveló el pergamino extendido con el hechizo para salir, de modo que Honora podía verlo desde afuera. Sacó la varita y se puso a trabajar en este para sacarla de ahí.

Además de tener un poco de frío por el ambiente gélido del interior de la sala oculta, Amber estaba intacta, relajada, y le entregó el pergamino a Harry con una sonrisa, para después deslizar un brazo por debajo del de su compañera y volver al grupo de niños.

Los Guardianes intercambiaban miradas con diferentes grados de confusión. Estaban seguros de que no era así como debía salir.

—Por cierto —mencionó ella, con el entrecejo arrugado y una sonrisa vacilante—, ¿a quién se le ocurrió que meter a Nora me haría echarme para atrás?

Ellos volvieron a observarse.

Ninguno lo había hecho. Podían llevarse el crédito del hábil encantamiento de Pansy que tomaba el pergamino escondido y lo transformaba a simple vista, el hechizo de Daphne en la superficie del espejo, que no alteraba sus propiedades, para darle una señal visual al que estaba fuera, incluso de haberlo traslado hasta allí.

Nadie podía controlar en qué se convertía un boggart.

—¿Por qué crees que su boggart sea su compañera? —preguntó a Harry, inclinándose hacia un lado para que no lo escuchasen los niños. Él se encogió de hombros.

—No tengo la más mínima idea. ¿Tal vez tomamos el baúl que no era y nos trajimos otra criatura que cambia de forma por algo que nos agrade?

—No, Ioannidis nos habría dicho, y la probamos con Daphne, ¿recuerdas? —él emitió un leve "ah" y asintió. La noche anterior, Daphne se ofreció a entrar para completar la prueba por sí misma, y así, estar seguros de que era apta para sus protegidos (cosa que hacían con cada prueba, además). Era irónico que el suyo se hubiese convertido en una serpiente enorme que pretendía estrangularla hasta la muerte.

—¿Podemos seguir nosotros? —inquirió uno de los mellizos de Pansy, tirando de su capa para llamarla. Ella asintió y se les adelantó; era la niña la que entraría, su hermano quien se quedaba afuera.

Comprobaron, como ya sabían, que se trataba de un boggart, cuando se transformó en una bruja anciana y rígida, con un rictus de desprecio, que persiguió a la pequeña por toda la sala oculta, arrojándole aguamentis helados.

—Nuestra abuela —explicó el mellizo a los demás cuando preguntaron por la vieja mujer, una vez que descubrió el objeto brillante en su cuello y gritó a su hermana que le arrancase el falso collar de perlas y echase a correr hacia el espejo.

—Puede ser terrible cuando se molesta —aseguró ella, con un severo asentimiento, que estaba fuera de lugar por su cabello goteándole y su piel empapada. Pansy la llamó para recibir el pergamino y utilizar un encantamiento de secado rápido en ella.

El equipo de Daphne vino después. El que entró, se encontró de frente a un Dementor y se quedó estático por un momento, a pesar de los llamados de su compañero. Daphne tuvo que intervenir, de nuevo, para sacarlo de ahí.

Sólo quedaban ellos. Draco le dio un apretón leve a los hombros del niño y lo hizo girar para encararlo.

—¿Recuerdas lo que les enseñé? —asintió, después lo apremió a ir hacia el espejo. Por llevar la ventaja en el reto anterior, su grupo tenía un hechizo más avanzado que el temario de segundo, y el único que les ayudaría contra un boggart.

El ridikkulus.

Claro que no contaba con que, nada más entrar y pararse en el centro de la sala oculta, una risa histérica le pusiese los pelos de punta. Uno a uno, sus músculos se tensaron al reconocerla. A Sterling debió ocurrirle algo semejante, porque empalideció a una velocidad que estaba lejos de ser sana o normal.

Bellatrix apareció desde uno de los rincones del espejo, saltando, bailando, carcajeándose, con la varita en ristre, amenazándolo con cortarle la lengua y detener el corazón de alguien más, una niña de la que nunca oyeron hablar. Pero él  sabía a quién se refería, dada la manera en que se paralizó por completo.

La señal brillante indicaba que el pergamino transfigurado estaba en la varita de Bellatrix, pero Peyton jamás lo gritó; él no habría sido capaz de culparlo. Sterling estaba paralizado. Incluso el propio Draco estaba aturdido.

No fue una sorpresa cuando el niño intentó echarse hacia atrás y apartarse, sin éxito. Empezó a hiperventilar, su rostro tiñéndose de formas extrañas a causa de la falta de aire.

Peyton se zafó de su agarre y se lanzó dentro del espejo, trastabillando para meterse entre su compañero y el boggart convertido en bruja. Draco se olvidó de que tenían reglas cuando vio a la copia de Bellatrix apuntarlos.

Se olvidó de que era falsa, en sí.

Cuando se metió al espejo detrás del niño y se interpuso entre ellos, varita en mano, casi estuvo desorientado porque cambiase de forma de nuevo. Oh, cierto. Él mismo ayudó a poner al boggart ahí.

Mantuvo a los dos mocosos detrás de su espalda, dando un vistazo por encima del hombro. Peyton zarandeaba al otro, diciéndole que tenía que respirar e intentando que siguiese su ritmo de inhalación y exhalación.

Al volver la mirada al frente, unos ojos tan grises como los suyos lo encontraron. Contuvo el aliento por un breve instante, el mismo que le tomó en entender que el mago altivo, de largo cabello rubio platinado, traje negro y bastón, que tenía delante, era su padre.

O la imagen de Lucius Malfoy que habitaba en la cabeza de un pequeño Draco y en sus últimos recuerdos, antes de la visita a Azkaban.

Tomó una profunda bocanada de aire y apretó los párpados, diciéndose que no era real. Lo apuntó.

Ridikkulus.

Sacó a los niños, llevándolos del brazo. No se molestó en quedarse para ver cómo a Lucius se le caía el pelo y entraba en pánico, lloriqueando por su 'perfecta cabellera'.

En cuanto estuvo afuera, les frunció el ceño a los niños y sus compañeros, que miraban a Sterling con idénticas expresiones de desconcierto. Le palmeó el hombro a este.

—No seas llorón. Ningún Sly quiere a los bebés asustadizos, te voy a mandar con los Hufflepuff si sigues así.

Peyton lo observó de una manera tan desagradable que ningún niño de doce debería ser capaz de hacerlo, pero contrario a lo que debió pensar, su compañero se talló los ojos cristalizados y soltó una risa ahogada.

—No me quiero ir con los Puffs, ellos querrán hablarme, que juguemos…y abrazarme —pronunció lo último en voz más baja, como si se refiriese a la peor tortura de un cruciatus. Si Draco no se rio, fue sólo porque continuaba un poco tenso.

Cuando volviesen al Salón de la Fama y viese a las niñas de Harry vitorearse a sí mismas, abrazarlo y alzar las manos con los anillos adornados por las piedras de los Valiosos, tendría que aceptar que no había forma de que hubiesen ganado en la tercera prueba. Tal vez los probó demasiado.

0—

—Ella no te va a hacer nada, nunca más, lo sabes, ¿cierto? —esperó a que el niño asintiese para revolverle el cabello—. Tienes que darle las gracias a tu amigo por correr a salvarte —cabeceó en dirección al otro, que permanecía con los ojos puestos en sus pies y sentado en un sillón—, están hechos todos unos Gryffindors, enanos. Voy a decirle a los elfos que les lleven dulces al dormitorio, como premio —agregó lo último en voz incluso más baja, inclinándose sobre él una vez que se puso de pie.

—Pero no ganamos…

—Se lo merecen. No me discutas —lo silenció, señalándolo de forma acusatoria para que no lo fuese a contradecir, y le dio un empujón débil para instarlo a que fuese con Peyton. No dejó salir el aire que contenía hasta que lo vio alejarse.

Merlín. Pensar que por un momento, lo creyó.

Tal vez tendrían que considerar hacerle ciertas modificaciones a la prueba, si querían replantearla para el siguiente año. O tal vez tendrían que limitarse a darles un buen susto con Fluffy y dejar la idea del cuarto de los miedos de lado. Ambas eran buenas opciones.

—¿Quieres de hablar de eso?

Draco dejó caer los hombros. Permitió que unos dedos cálidos, endurecidos por tanto tiempo sosteniendo el mango de la escoba en el Quidditch, se entrelazasen con los suyos. Harry le besó los nudillos, arrancándole una sonrisa y causando que rodase los ojos.

—¿Sobre que mi padre sea mi boggart o que mi tía sea el suyo?

—Me da bastante curiosidad lo segundo —admitió, despacio, con un asentimiento—, pero estoy seguro de que me lo contarás después, ¿no? —fue su turno de asentir. Ya tenía pensado mostrarle la última carta de Regulus, de todos modos—. ¿Qué hay de lo primero?

Bufó.

—Adelante, dilo —lo apremió, gesticulando con su otra mano. Harry arrugó el entrecejo, por lo que sintió una inexplicable irritación. Las mejillas comenzaban a arderle—. Di que me asusta mi padre que perdió el control y enloqueció en la prisión mágica.

—No creo que te dé miedo tu padre, Draco.

Parpadeó. Su novio se encogió de hombros al percatarse de que la respuesta lo tomaba desprevenido.

—¿Y qué pensaste que era entonces?

Harry se mordió el labio inferior al considerarlo por unos instantes. De vuelta en la Sala Común y a esas horas de la noche, lo único que se oía eran las pláticas de los niños que recién terminaban las pruebas, y las dos adolescentes que les respondían ciertas dudas, en especial respecto a la tarea de ser Guardianes.

—Creo que simplemente no quieres ser como él —señaló, en voz baja, titubeante—, o terminar así. Supongo que- bueno, no es lo mismo, claro que no, pero es- es como cuando pienso que, de convertirme en Auror, siempre voy a tener esta predisposición a superar a mi papá, y todos me verán de ese modo, esperarán que lo haga igual o mejor que él, y- sí, sé que mi papá no está en Azkaban, pero creo que es sólo la manera en que lo ves, como, ya sabes, que te das cuenta de cuando las personas esperan que seas idéntico a él, que hagas lo que él, y eso es-

Draco lo besó, sin importar que estaban en medio de la Sala Común, ni que las protegidas de su novio ahogaron jadeos y gritos contra sus manos. Harry se rio contra sus labios; un sonido precioso, feliz, que deseó poder escuchar por el resto de su vida.

Oh, decir que estaba hasta el fondo del abismo seguía quedándose tan, tan corto.

Ya que él no era de usar ciertas palabras, esperaba que aquello le diese el mensaje. Al apartarse, besó su frente. La sonrisa tonta que se le dibujó a Harry fue la mejor recompensa que podría haber obtenido.

Gracias por entenderme, Harry.

Harry le besó la mejilla después, haciendo que soltase su respectivo quejido falso sobre ser empalagosos, sin soltar sus manos entrelazadas todavía.

Aún estaban así, sumidos en esa pequeña burbuja donde el resto del mundo se difuminaba un poco, cuando escuchó su nombre salir a colación en una de las voces de sus compañeras, por lo que frunció el ceño y barrió la sala con la mirada.

—¿Que yo qué? —ambas chicas lo observaron y ahogaron la risa. Tenían a sus dos grupos y al de Harry alrededor; sus propios protegidos compartían un sillón más alejado, aunque también estaban atentos a la conversación.

—Nos preguntaron por nuestras pruebas —explicó Pansy, con una sonrisa—, les contaba sobre tus ojos de Basilisco.

Oh, no.

Junto a él, Harry se rio por lo bajo, asintiendo.

—¡Lo recuerdo! Yo pensaba que nos iba a tragar vivos a los tres, todavía no puedo entender cómo funcionó.

—Magia —su amiga gesticuló de forma graciosa con ambas manos, como si esperase lanzar chispas de las puntas de los dedos. Los niños se rieron.

—¿Podemos verlo? —inquirió Amber, dando pequeños saltos—. Nunca hemos visto al Guardián Draco cambiar su color de ojos de ese modo.

—No lo ha hecho mucho últimamente…—mencionó su novio, bajando la voz a medida que lo hacía, como si acabase de caer en cuenta de algo. Draco tragó en seco.

—Es tarde —procuró mantener su tono calmado al soltarse de Harry e ir por sus protegidos, para indicarles que fuesen a sus cuartos—, y deberían irse a dormir, grupo de enanos, incluso si mañana es domingo.

—¡Pero queremos verlo…!

—Por favor —canturreó Honora, siguiéndole la corriente a su amiga.

—Otro día —intentó sonreír. Estaba seguro de que fue una mueca tensa. Cuando Amber estaba por insistir, la otra niña le agarró el brazo y negó. Fuese lo que fuese que le dijo, bastó para que se despidiesen y corriesen a sus dormitorios.

Daphne les dio las buenas noches con una sonrisa y desapareció por los pasillos contiguos, detrás de las niñas. Pansy observó a uno, luego al otro; optó por besarles la mejilla y retirarse también.

Antes de perderse al doblar en la esquina, se percató de que lo veía con un gesto de disculpa. Estaba claro. Se habría dado cuenta.

Quedaron solos en la Sala Común, en silencio, a excepción del débil crepitar distante del fuego que no hacía nada por la baja temperatura. Harry cambió su peso de un pie al otro, se pasó una mano por el cabello.

—¿Sabes? Pensándolo bien, creo que no te he visto hacerlo en todo lo que va de año…

¿De verdad tenía que ser en ese momento?

Draco respiró profundo, se aclaró la garganta y le dedicó una mirada larga, casi pidiéndole perdón por no decirlo antes. No se suponía que lo ocultase, sólo quería evitar lo que sabía que era imposible alargar más en ese instante.

—¿Draco? —vaciló, dejando caer los hombros. A pesar de que parecía indeciso, seguramente podría haber aceptado alguna explicación que le diese.

Sólo que no quería decirle una mentira, o inventarse una excusa, porque no era lo que debía hacer con su novio. Y él quería a Harry.

En serio lo quería.

Ellos pidieron mi magia ese día.

Aguardó a que sus palabras surtiesen efecto. Poco a poco, al ver la tensión que se apoderaba del cuerpo de Harry, supo que lo había hecho. Tragó en seco, de nuevo.

—¿Qué…? ¿Cómo…? ¿Te refieres a…? —asintió, sin dejarlo completar la frase.

—Por eso es que no debes hacer tratos con el Legado Malfoy, sin haber preguntado qué quieren a cambio antes —soltó una risa ahogada, hueca incluso para sus oídos. Se lamentó al notar que el verde de sus ojos se ensombrecía despacio.

—Pero te he visto hacer magia, montones de veces, desde entonces.

—Cuando estábamos allí, pensé que no me gustaría hacerme casi tan débil como un squib, y les dije "hey, lo que pedí, es una habilidad, ¿no? La habilidad de que nadie pueda entrar a su cabeza, ni usarla de algún modo, modificar lo que hay dentro. Yo tengo una habilidad que he entrenado desde hace tiempo. ¿No es un intercambio justo?"

Se le quebró la voz en la última parte, igual que ocurrió ese día, frente al Legado, en la Mansión. Sentía la boca seca, una inquietud apremiante, en los segundos que le siguieron a sus palabras, cuando Harry no hizo más que observarlo boquiabierto y negar.

—…eso- eso no fue justo —musitó, tras un momento que se le hizo eterno. Draco estuvo a punto de sonreír, porque también en ese día, pensó que aquella sería su respuesta.

—Madre dice que soy el Malfoy más agradable en siglos. Los del Legado no son precisamente considerados, y no les interesaba si esto —abarcó a ambos con un gesto, a falta de una mejor forma de expresarse—, era importante para mí o no. Me dieron algo, yo les di algo. Así es cómo funciona.

—¿Y no puedes volver a…?

No terminó su pregunta. Tampoco tuvo que hacerlo, porque Draco negó enseguida.

Nada de cambiarse a sí mismo.

Nada de transformarse.

El único glamour que podía conservar era el de su palma, sobre la Marca, porque se lo concedieron cuando lo pidió, para mantenerla oculta de su madre.

Ni ilusiones, ni de verdad.

Harry emitió un ruido ahogado y se cubrió la boca con una mano. Sus ojos estaban cargados de incredulidad.

—¿Cómo…? Merlín —exhaló, meneando la cabeza—. Habías estado haciendo eso desde segundo, Draco.

—Sí.

—¿Y de repente ya no…? Sólo- sólo porque ellos- ¿qué clase de Legado horrible te quita algo por lo que has practicado años?

—El mismo que te quitó el efecto Lullaby, ese —recalcó la palabra, haciéndolo tensarse— que te devolvió cuando parecías haberte quedado sin vida y no reaccionabas. Porque yo lo pedí.

—No fue algo bueno —masculló, en voz baja—, no te hicieron un favor. No fue-

—No tenía que serlo —lo interrumpió, más suave. Sabía, desde un principio, que llegarían a ese punto—, era un intercambio, Harry, igual que hizo mi padre, igual que mi abuelo, igual que su padre antes que él.

—Pudiste- pudiste-

Harry boqueaba, sacudiendo las manos en el aire. Lucía como si fuese a empezar a disculparse o llorar en cualquier momento, tuvo que tragar para disimular el nudo que se le formaba en la garganta ante esa imagen.

—No tenías que hacer eso por mí —alcanzó a susurrar, con un hilo de voz, cuando creyó que ya no tendría nada que decir. Entonces Draco sí sonrió, sobresaltándolo, aunque sabía que no era su sonrisa más entusiasta.

—Harry —extendió los brazos hacia él para apartarle el cabello de la frente y acomodarle los lentes. Luego le sujetó las mejillas—, se los dije ese día. No fue nada que no hubiese estado dispuesto a darles.

—No era- no tenías-

—¿Crees que me obligaron? No lo hicieron. Podría haberles dicho y te habrían quitado el regalo, y quién sabe qué habría ocurrido entonces contigo —ni siquiera quería pensar en eso, el peso frío instalándose en su estómago le recordaba sus peores pensamientos cuando lo consideró en la sala del Legado. Harry abrió la boca para replicar, así que chasqueó la lengua e hizo que lo mirase—. ¿No te das cuenta de que habría dado toda mi magia para devolverte a la normalidad, si no conseguía convencerlos? ¿Cuándo he hecho algo que no he querido? Se me dio una oportunidad y la tomé, sin importar la forma en que venía.

—De saber que sería eso-

—Lo habría hecho igual —sentenció, sin titubeos, sin demoras. Harry lo observaba con ojos enormes, muy, muy verdes, y él no podía encontrar ningún rastro de duda dentro de sí—. Y no me arrepentí, ni lo hago ahora, ni lo haré después. ¿Cómo puedes creer que te hubiese dejado así? Prefería mil veces tenerte de regreso y que siguieras molesto conmigo, que dejarte en ese estado.

Harry emitió una risa temblorosa y se quitó los lentes para restregarse los párpados, una retahíla de "oh, Merlín, Merlín, Merlín…" se le escapaba.

—¿Cómo pudiste…? Es que- ¿quién sabe de esto? Era- lo que hacías, era- —se trababa con las palabras, de una forma que sólo podía considerar adorable, para su pesar.

—Lo saben Severus y Regulus. Y ahora tú.

—¿Pansy…? —negó. Ella nunca habría sacado el tema frente a ambos, de haberlo sabido; quizás tendría que haberle contado— ¿tu madre?

—Ella me preguntó si era algo por lo que debiese preocuparse y le dije que no. No hemos vuelto a hablar de eso —una pausa, examinó la expresión preocupada de su novio y resopló—. Madre entiende. Ella sabía que probablemente haría algo así un día, de todas formas.

—¿Cómo…? ¿Por qué?

Malfoys —se encogió de hombros, restándole importancia—. Aparentemente, tenemos esta habilidad de ser muy, muy tercos cuando decidimos que vamos a pasar el resto de nuestra vida con una persona.

Harry soltó un bufido de risa, titubeante. Con un quejido débil, se cubrió el rostro a medias.

—No tengo idea de cómo responder a esto —se lamentó, haciéndolo reír y relajarse. Draco aprovechó para rodearlo, atraerlo hacia sí. Su novio giró el rostro y carraspeó, acomodándose los lentes otra vez—. Es que todavía no puedo creerlo, es- vaya.

—Bueno, tiene sus ventajas haberlo hecho.

El chico arqueó las cejas, después frunció un poco el ceño.

—¿Qué ventajas podría tener?

—Principalmente, esta —puntualizó, sosteniéndole la barbilla para reclamar un beso. Harry se tensó por un instante; al comprender el punto, se rio contra sus labios y le siguió el juego. Se separaron cuando la necesidad de oxígeno los sobrepasó, tomó una profunda bocanada de aire—, pero también esta, y esta, y esta…—continuó, en una secuencia de palabra-beso-palabra, que tuvo a su novio carcajeándose, retorciéndose entre sus brazos y fingiendo quejarse por la falta de aliento. Si alguien le hubiese preguntado, él habría dicho que poder seguir oyendo ese sonido era la mayor ventaja en sí misma.

Lo amaba. Lo amaba tanto.

0—

—¿…significa algo, en particular?

—Siempre significa algo en particular cuando lo designan las estrellas, Harry.

—No empieces tú también, Lunática.

La chica se rio, Draco rodó los ojos, él continuó con la mirada puesta en el techo de la Vidriera. Estaba oscuro, pero rebosante de estrellas, lo que causaba que toda la charla reciente aparentase poseer una transcendencia superior a la normal.

El Oráculo había decidido ser más directo, por una vez. Cuando ambos se pararon en el centro y Firenze lo puso en marcha, seis figuras doradas se dibujaron con magia, en un círculo impreciso.

Uno lleva una marca en la mano.

Uno lleva una cicatriz en la frente.

Uno la tiene en el pecho. Otro en la boca.

Uno en la garganta. Del último destacaban sólo sus ojos.

En medio de las siluetas, que era donde estaban ellos, una imagen difusa intentó formarse sin éxito; quedó disuelta en una especie de polvo dorado que se esparció en torno a ambos. Poco después, abandonaron el lugar y fueron por Luna, en la Vidriera.

—Estás pasando demasiado tiempo con los centauros —insistió Draco, recargándose en las manos e inclinándose ligeramente hacia atrás. Los tres estaban sentados en una manta en el suelo; cuando Harry apoyó la cabeza en su hombro, él se abstuvo de añadir cualquier otro comentario.

—Son seres muy listos —explicó Luna, con suavidad, sin dejar de echarles divertidas ojeadas que lo hacían ruborizar un poco.

—¿Y qué puedes decirnos sobre el significado que tenían todas esas imágenes? —inquirió Harry, para no darle oportunidad a su novio de empezar a hablar sobre lo que opinaba de la adivinación, porque ya lo había oído la suficiente cantidad de veces para que no lo entusiasmase añadir otra más a la lista.

Luna le dio un largo sorbo a la taza de té que tenía entre las manos, una bebida herbal cortesía de los centauros, que la trataban con absoluta naturalidad. Supuso que era cierto que se pasaba gran parte de su día ahí. O de sus noches.

—Imagino que quiere decir que necesitarán un poco de ayuda.

—¿Ayuda para qué?

Ella apretó los labios.

—La lectura de los mensajes de las estrellas puede ser algo inexacta. Quien busque los caminos que traza, podría perderse, y aunque sus mensajes siempre son correctos, a veces, por acción de quien interpreta-

—Básicamente, no sabe nada —la interrumpió Draco, con una dramática exhalación. Él consideró reprenderlo; en cambio, le besó la línea de la quijada y le pidió que no dijese eso. A pesar de su expresión de leve aturdimiento, pareció surtir más efecto que un regaño, y Harry sonrió, regresando su atención a la chica.

—Oh, sabemos una cosa —indicó ella, emocionada, ajena a la burla que impregnaba al comentario anterior; no habría sabido decir si por lo acostumbrada que estaba a su presencia y palabras, o porque simplemente era su modo de actuar—: en poco tiempo, harán el descubrimiento que han estado esperando, y el camino por el que deben ser guiados, les será claro, para que alcancen su final.

Silencio. Ambos intercambiaron miradas.

—Alcanzar nuestro final —puntualizó el chico, desdeñoso, arrugando la nariz— no suena demasiado alentador.

Luna se encogió de hombros.

—Es la manera en que las estrellas lo han explicado.

Harry se preguntó cuál era el descubrimiento que pretendían encontrar.

Las últimas semanas de clase, Draco y Pansy se pasaron horas en la biblioteca, trabajando en un hechizo que pudiese dar con los rastros de magia de fragmentos de piedras de la luna en el colegio, para Dárdano. Tenían dos pistas recientes.

Pensó que, si se refería a ello, tal vez podrían darle una buena noticia a su profesora y al metamorfo antes del final del año.

0—

Contrario a sus mejores deseos, no fue así. La primera pista de un fragmento de piedra los llevó, en una incursión nocturna con los mapas, tras una cantidad considerable de tiempo para espiar y descubrir la contraseña casi por casualidad, a la oficina de Dumbledore. El fragmento se hallaba incrustado en uno de los artefactos de plata que giraba y tintineaba; al día siguiente, tomaron la decisión de contarle a Ioannidis, en caso de que pudiese pedírsela por su cuenta y no tuviesen que 'sacarla prestada'.

Ella les dijo que ya la había probado. Que lo hicieron nada más entrar a Hogwarts.

Quedó descartada.

La segunda incursión nocturna, siguiendo el extraño encantamiento de búsqueda, que apuntaba la varita en la dirección en que debían ir, terminó con los tres (porque Pansy decidió ir en esa ocasión) entrando y saliendo del laboratorio en las mazmorras, sin tener idea de qué pasaba. Según el hechizo nuevo, el fragmento estaba ahí algunos días, por la tarde o alrededor de la hora de la cena, pero luego se iba, y podía no volver por espacio de una semana o dos.

Cuando le preguntaron a Snape, frunció el ceño, les dedicó esa mirada desagradable que tenía para decirles cómo los consideraba unos idiotas, incluso fuera de clases, y les dijo que no tenía idea de qué era esa piedra que tanto buscaban o qué podía hacer por ahí, pero él no la tenía. Draco se encogió de hombros cuando lo escuchó.

—Mi padrino puede ser muchas cosas —les dijo entonces, casi con indiferencia—, y a la larga, es un maldito desgraciado. Pero nunca me ha mentido cuando me contesta algo directamente.

Unos meses más tarde, su novio le haría recordar ese momento, en algún punto entre la indignación y la incredulidad, sólo que no lo sabían todavía.

La segunda piedra, de momento, quedó descartada también. Sus amigos se sumergieron en el perfeccionamiento del encantamiento nuevo, con largas discusiones sobre lo que debía estar mal, para que continuase dando esos 'fallos' al apuntar hacia el laboratorio de Snape.

0—

Antes de que se dieran cuenta, era junio y la perspectiva de las vacaciones no era tan emocionante como podría haber sido en años anteriores, porque sabían, como si fuese una verdad que llenaba el aire con un peso invisible, que el séptimo año sería el último en que ocuparían Hogwarts.

Una realización como aquella podría tomar diferentes formas. Miedo, alegría, alivio, incomodidad. Era casi imposible serle indiferente a la idea de que pasaban siete años allí, durmiendo, estudiando, comiendo, viviendo, con estas personas, con esta rutina, y de pronto, un día ya no. Volvían a pasar los meses antes ajetreados en una casa que, si bien aún apreciaban, no les daba la misma sensación que el castillo.

No más compartir cuartos, Nott con sus comentarios suaves y las preguntas sobre si estaban peleándose cuando hacían mucho ruido, Draco cambiándose a su cama, Lep ocupando su almohada. Reclamos sobre quién dejaba los zapatos por ahí, alguien que tomó un pergamino que estaba extendido en el escritorio, peticiones de prestar una pluma, lo que fuese.

No más idas al comedor. El bullicio general, las lechuzas que entregaban el correo en el desayuno, la curiosidad, las pláticas que se mezclaban, los banquetes de bienvenida, de Halloween, la Selección con sus primeros años asustadizos y tan pequeños que apenas podía creer que hubo una época en que se vio justo así.

No más sentarse a ver el Lago Negro, ni prácticas con los chicos en el campo de Quidditch. No más cambios de salones por las clases, distraerse al encontrar una cara amigable en el corredor, reprimendas de los profesores.

Cuando pensaba en eso, aún no estaba seguro de qué sentía. El irracional miedo del verano anterior se había sosegado; la verdad es que era difícil sentir cualquier tipo de temor si tenía un brazo de Draco alrededor, y este se recargaba contra él.

Pero existían otros tipos de miedo. Muchos más de los que podía contar.

Sólo que no los sintió entonces, porque el dolor de estómago a causa de tanto reír, no lo dejaba. La manera en que Draco ahogaba la risa e intentaba disimular enterrando el rostro en el hueco de su hombro, sin importarle que los demás los viesen, disipaba dudas. Las voces que gritaban, se combinaban, y los gestos de sus amigos, alejaban la añoranza temprana que, en algún otro momento, le sobrevendría.

No ese día.

—…oh, Merlín, Merlín —Pansy tenía el rostro completamente rojo y estaba sin aliento, de tanto reír. Ni siquiera podía sostener su vaso de whisky, sin doblarse por otro acceso de risa—. Ron, por favor, dime que no es cierto.

El chico, ruborizado hasta las orejas, se cubrió el rostro y asintió, con aires de condenado, mientras ella y Hermione volvían a estallar en carcajadas por la reciente declaración.

La Casa de los Gritos, por una noche, los recibía como el grupo de adolescentes extraño e improbable que eran, no para otro duelo falso ni alguna charla de Hermione sobre el contenido de los EXTASIS que, según ella, ya deberían estar revisando como adelanto para el próximo año. Los muebles de la sala fueron apartados por los elfos de los Malfoy, ellos constituían un círculo mal hecho en el suelo, en distintas posiciones.

Era el cumpleaños número diecisiete de Draco, su llegada a la mayoría de edad mágica. Aparentemente, Charlie Weasley consideró que no había nada más apropiado para enviarle, vía lechuza y escondido bajo los encantamientos de bromas más potentes de los gemelos, que dos botellas de whisky de fuego. Ellos, aparentemente, no encontraron nada mejor que usar ese fin de semana para bebérselas donde nadie pudiese atraparlos, porque había que celebrar, ¿no?

—…sí, sí —Ron, sentado encorvado, con su vaso ya vacío, demostraba claros signos de adormecimiento a esas alturas. También era más sincero en el juego de preguntas y respuestas que a Pansy se le ocurrió hacer—. Me puse la falda…y luego Fred me dijo "hermanito, si quieres ganar la apuesta, debes usarlo todo, como ella"…seguía peleando con el sujetador para ponérmelo cuando Ginny entró.

—¿Y qué hizo cuando te vio con su ropa? —inquirió Hermione. Ron soltó un lastimero gemido antes de contestar.

—"No sabía que tenía una hermana".

Y más risas. Incluso Luna, que estaba acostada a los pies de un mueble, con las rodillas flexionadas y balanceando su vaso a medio llenar en el aire, tuvo que hacer un esfuerzo para recuperar el aliento.

Hermione y Pansy estaban sentadas, la primera con las piernas cruzadas, la otra con las suyas extendidas, ambas con la espalda apoyada contra la parte inferior de un sillón. Ron se encontraba a unos pasos, Luna junto a las chicas. Ellos dos eran lo más alejados, en el lado opuesto de la sala, desde donde, después de superar las inhibiciones propias de hacerlo la primera vez, intercambiaban algunos besos de vez en cuando; al fin y al cabo, estaban ahí por el cumpleaños de su novio, y si querían besarse, bueno, estaban en todo su derecho, a pesar de que las chicas se riesen un poco, bromeasen, y Ron se pasase la primera hora simulando arcadas al verlos.

—…creo que ahora sí se pasaron con el alcohol —escuchó decir a Draco. Estaba a punto de preguntarle por qué lo creía, cuando se dio cuenta de que Ron se caía hacia adelante, se golpeaba en el suelo y rodaba, quejándose entre balbuceos cansados, rendido. Pansy y Hermione, en lugar de ayudar, se doblaban por la risa.

—Oh, sí, ya se pasaron. Es tu culpa.

Su novio se apartó lo suficiente para que pudiese notar que arqueaba las cejas, con falsa indignación.

—¿Cómo que mi culpa? —se llevó una mano al pecho, comportándose como la imagen misma del dramatismo. Harry le sonrió como un tonto, sin saberlo—. Yo no les lancé un Imperio para que bebiesen.

Era cierto, por supuesto. Comenzaron con un pastel de Lía, cantar cumpleaños, charlar. El cómo llegaron a ese punto siempre sería un recuerdo difuso en su mente; lo único que podía rescatar de este, era que fue el mismo Draco quien les contó de las botellas y se las ofreció.

—Bueno, si Charlie no te enviase licor como regalo, por alguna extraña razón…

—¿Otra vez con eso? —puede que también fuese verdad que Harry le mencionó, en varias oportunidades, que le resultaba raro, quizás con más dureza de la necesaria. Draco se reía, se inclinaba sobre su hombro, le mordisqueaba la oreja o besaba el cuello, hasta que el asunto se le olvidaba y un calor agradable le inundaba el cuerpo. Justo lo que hizo en ese momento, de nuevo, aunque con una adición que lo empeoraba todo:—. No te imaginas lo lindo que te ves celoso.

—No estoy celoso —lloriqueó, ajeno al intercambio de sus amigos a unos pasos de distancia, girando el rostro hacia él. Draco, como llevaba haciendo toda la noche en calidad de caprichoso cumpleañero, reclamó un beso enseguida de su parte, y tuvo que parpadear para enfocar su embotada mente en lo que hablaban, después de separarse.

—Él intenta ser amable, es todo.

—No tiene que ser tan amable contigo. Para eso estoy yo.

Bien, tal vez sí lo estaba. Un poco. Y puede que hubiese dicho un par de estupideces por ello, no importaba; que Draco volviese a besarlo, sonriendo, hacía que todo fuese más difícil de procesar y perdiese relevancia el hacerlo o no.

Acababa de rodearle el cuello con los brazos cuando una arcada real de su mejor amigo los sobresaltó. Sí, en definitiva, se pasaron con el alcohol después de la botella y media, las misteriosas adiciones de cerveza de mantequilla y el trago de ron sacado de alguna parte.

Acordaron que Luna, la única lo bastante sobria para ser de confianza entre los otros cuatro, los llevaría a sus respectivas Salas Comunes y se aseguraría que nada les pasase. Sólo por si acaso, para prevenir cualquier accidente o despiste de la misma Luna, le pidieron a Lía y Dobby que los cuidasen en el camino.

Harry ni siquiera se cuestionó por qué se quedaban en la casa, cuando los vio desaparecer por el pasadizo secreto, con un mapa para hacerles de guía.

A la mañana siguiente, se enterarían de que Ron se durmió en un sillón de la Sala Común de Hufflepuff, Pansy y Hermione cayeron rendidas en sus respectivas camas. Luna, que era la única que en realidad no estaba ebria, cometía la locura de escribirle una nota a la persona que le gustaba y de la que tan poco hablaba. Por supuesto que, en el momento en que la sala se quedó desierta, de nuevo limpia gracias a Lía, y sólo fueron ellos dos, riéndose por lo bajo de las acciones de sus amigos, no tenía idea de lo que iba a ocurrir, ni siquiera en los próximos cinco minutos.

Era posible que Draco sí.

No podía decir que estuviese ebrio. Tal vez un poco más animado de lo justo, más predispuesto a escucharlo, a ofrecer sus labios para otro beso, sonriendo contra los de su novio. Y sí, puede que su mente no hubiese estado del todo clara cuando se dejó levantar y arrastrar hacia la sala de los requerimientos con que contaban gracias a su loco padrino.

—¿Qué es lo que tienes en mente? —se le ocurrió preguntar cuando estuvieron dentro. Draco lo había rodeado con los brazos para otro beso, presionando su espalda contra una de las paredes. Harry no se negó, y por unos segundos, se le olvidó lo que decía.

Tampoco era probable que Draco hubiese estado pasado de alcohol. Tenía el rostro sonrojado, pero bien podía ser por la repentina tendencia a ser aún más cariñoso con él esa noche, que también le dejaba los labios enrojecidos e hinchados, y los tenía faltos de aliento a ambos por igual. Sus ojos, en cambio, le decían que sabía bastante bien lo que hacía cuando se inclinó para besarle el cuello, y Harry se contuvo de dar un brinco por la sorpresa.

Luego cesó, tan pronto como dio inicio, porque Draco enterraba la cabeza en su hombro y lo estrechaba fuerte. Su corazón enloquecido le tronaba en los oídos al sentirlo, ya que, de unos días a ese instante, se le ocurría que no existía nada mejor que encontrarse entre los brazos de su novio.

—¿Estás muy ebrio? —musitó, sin despegarse medio centímetro de él. Harry fingió pensarlo, mientras le acariciaba la espalda con movimientos circulares y torpes.

—No, no lo creo. ¿Tú?

Él respondió con un sonido negativo, pero guardó silencio por unos segundos después de hacerlo.

—Estaba pensando…

Siempre piensas de más —mencionó, de pasada, al enredar los dedos en su cabello, que le sobrepasaba los hombros, para darle un ligero tirón. Draco se removió, pegándose más a él, lo que era un logro de por sí, porque no lo hubiese creído posible.

—…en que quiero algo, como regalo de cumpleaños. Pero no podría intentarlo, si estás ebrio.

Aquello era intrigante.

—¿Por qué?

—Intento hacer las cosas bien contigo.

Harry se rio y le sujetó el rostro entre las manos, apartándolo para verlo. Besó sus labios castamente, sin dejar de sonreírle.

—¿Qué quiere mi chico caprichoso?

Sí, bien. El alcohol los tenía más afectados de lo que cualquiera de los dos hubiese reconocido, pero Draco lo observó vacilante y se relamió los labios; él se fijó en el gesto.

"A ti" gesticuló, sin pronunciar el más mínimo sonido. Harry no se abstuvo de abalanzarse sobre él para otro beso.

Años más adelante, tendría ese hábito de reírse al recordar esa noche. Lo jóvenes que eran, lo inseguros, lo torpes e impacientes que se comportaron.

Besos largos con sabor a whisky, un leve ardor en la garganta como consecuencia de la bebida ingerida. Unas manos frías se colaban bajo su camiseta, el contacto directo con su espalda lo hacía estremecerse.

Trastabilleos, una risa ahogada, Draco le hacía cosquillas a propósito; era divertido realizar una locura semejante con él. No habría podido pensar en experimentar lo mismo con alguien más.

Echarle los brazos al cuello, colgarse de él. Murmuró sobre sus labios, entre besos, cuánto lo frustraba que hubiese tenido un último estirón que todavía los distanciaba por varios centímetros. Draco besándolo y alzándolo lo suficiente para que quedasen al mismo nivel, lo haría olvidar el motivo de sus protestas infantiles.

Besarlo era lo más increíble que podría hacer alguna vez. Se dejó cargar unos pasos y bajar, volvió a mordisquear sus labios. Harry abrió más la boca y le cedió la entrada a su lengua. No se molestaba en mantener el control, no mientras pudiese seguir maravillándose con cada segundo de contacto.

Jugar. Recordaría que jugaron, de ese modo que era usual en ellos, de ese modo que requería la confianza que les sobraba. Draco lo levantaba de nuevo, le daba una vuelta. Harry se carcajeaba, pateaba el aire. Se tropezaban y tiraban del otro para no caerse, forcejeaban en vano, Harry lo mordía para oírlo jadear, se quejaba cuando él se lo devolvía, quizás, con más fuerza de la necesaria. Después los dos se echaban a reír.

Otro trastabilleo. Ninguno se fijaba en lo que se había convertido la sala ante su llegada, pero estaba claro que no era un salón de duelos. Caían en un enredo de extremidades, rodaban por el suelo; lo primordial era no separarse de los labios del otro, y así lo hicieron, ahogando quejidos y más risas en la boca del contrario.

Sentarse en el piso, jadear por aliento. La mirada de Draco, esamirada que lo hacía estremecer, que encendía algodentro de él, que nadie más lograría ni con el paso de los años.

En retrospectiva, sí, el alcohol tal vez tuvo cierto papel relevante. Pero esos ojos grises, brillantes, en los que no existía nada más que él, sabían bien lo que querían conseguir. Y Harry, aunque no lo supiese reconocer, también.

Se besaron por lo que pudo haber sido horas, después de esa breve pausa. Sus manos buscaban, tanteaban. Draco tiraba de su cabello, la piel le quemaba, los pensamientos eran difíciles de mantener y seguir.

Se le ocurrió que podría fascinarse largo rato con el color pálido de su piel, la curva ligera en su cintura, cuando Draco se sacó el suéter tejido con una "H", que tomó de su baúl, y por el que jamás le hubiese reclamado. Verlo usar su ropa también entraba a la lista de cosas que le causaban demasiadas emociones para que pudiese actuar con coherencia.

La manera en que recorrió con las manos sus hombros, sus brazos, pecho, torso, fue casi un contacto exploratorio, incluso sin ser el primero. Draco no dejaba de darle aquellas presiones disfrazadas de besos en el cuello, y estuvo convencido de que quedarían marcas, pero no pudo encontrar una razón por la que fuese negativo. Puede que incluso le agradase la idea, para ese entonces.

Ninguno tenía una verdadera idea de qué hacer, a partir de un determinado punto. Su tacto vacilaba de a ratos, intercambiaban miradas con preguntas silenciosas que eran respondidas en un lenguaje imposible, sólo para ellos esa noche. Se redescubrían, volvían a reírse cuando era obvio el nerviosismo repentino de alguno, sonreían al besarse, murmuraban.

Draco le quitó la camiseta, dejó besos al azar desde sus hombros hasta su torso. Harry se dobló por la risa en un punto en que le dio cosquillas, arqueó la espalda con un jadeo ahogado debido a otro sitio que tomó por objetivo.

Lo único que llenaba su cabeza era él. Lentamente, lugar y tiempo dejaban de ser conceptos que cualquiera de los dos pudiese comprender o apreciar.

Sólo existía Draco, sentado a horcajadas sobre él, apoyándose en las rodillas a ambos lados de su cuerpo, levantando la cadera, para llevar a cabo un movimiento rotatorio que generó suficiente fricción para reducir a Harry a una masa temblorosa e incapaz de reaccionar. La ligera sorpresa que le tiñó el rostro, la satisfacción al verlo responder así. La forma en que, literalmente, comenzó a dar pequeños saltos de prueba encima del bulto cada vez más prominente en su pantalón, la insistencia que ponía, la presión al rozarlo; Harry no podía apartar la mirada de su rostro ruborizado, él no dejaba de moverse sobre una erección que ya había dado bastantes problemas de por sí.

Sólo existía él, nada más que él, levantándose lo suficiente para desabrocharse el pantalón, bajando lo poco que conservaba de ropa de un tirón, la forma en que buscaba su mirada, cómo tragaba en seco al quedar expuesto, y Harry, que no podía evitar la impresión de que era precioso, de que quería verlo por el resto de su vida, no habría podido entender el destello de inseguridad que se desvaneció tan rápido como apareció. Retirándole la ropa después a él, despacio, la manera en que repasó con el índice y luego besó una vieja cicatriz de cuando cayó de la motocicleta mágica al aprender a conducirla por su cuenta, porque quería tener algo interesante que contarle al verlo.

Una búsqueda de varita a última minuto, Harry usando el término "cruel" en su novio, por la breve interrupción, la risa que contuvo al volver a besarlo y distraerlo. No sabría, hasta el día siguiente, que repasase los hechos en su mente, cuáles encantamientos utilizó en sí mismo ni de dónde los sacó.

No habría podido decir cuál de los dos estaba más preocupado cuando Draco se posicionó justo sobre él, tomando una respiración profunda, la mano cerrada en la base de su miembro. Harry habría intentado que fuese más lento, en lugar de hacerlo entrar todo. La sensación de estrechez, calidez, que lo envolvió, lo sacudió con fuerza suficiente para marearlo, compitiendo con la desesperación al ver que su novio atrapaba el dedo índice entre los dientes para ahogar un quejido de dolor.

Draco lo amenazó con maldecirlo si se movía. Harry apartó ambas manos de él e incluso contuvo el aliento. Luego vino una retahíla de "bien, bien, bien…" cuando quiso preguntar cómo estaba, un beso largo, una mirada de advertencia por moverse, casi por accidente, empujar la cadera hacia él, arrancándole otro quejido. La frente de Draco apoyada en su hombro un momento, sus propias manos, tras unos instantes, acariciándole la espalda, temblorosas, intentando tranquilizarlo.

Cuando se enderezó, lo hizo para sostenerse de sus hombros. Lo último que Harry hubiese esperado fue que levantase la cadera y se dejase caer sobre él de nuevo, ahogando un sonido indescriptible a medio camino entre el dolor y la sorpresa.

Luego fue imposible mantener cualquier tipo de control. Draco repitió esa secuencia de pequeños saltos que daba antes, Harry lo sostenía de la cadera, empujaba cuando sabía que estaba por descender. Lo tomaba por completo, a un ritmo que no dejaba de aumentar progresivamente, junto a ese calor que parecía inundarlo todo, le hacía cosquillear, desear más.

Lo dejó guiar cada movimiento, cada instante. Se retorcía, se aferraba a su cadera, deslizaba las manos hacia su trasero y apretaba. Draco lo abrazaba del cuello, jugaba con su pelo, le arañaba la parte alta de la espalda, los jadeos sonaban junto a su oído.

Cuando alcanzaron el clímax, Draco lo estaba besando, y se dejó arrastrar por la sensación; no estaba seguro de quién llegó primero. La presión de sus paredes internas en torno a él un momento después, le hizo perder la cabeza. Draco lo estrechó más, se balanceó por última vez, y se quedó ahí, entre espasmos, gemidos bajitos se le escapaban. Hubo un torbellino arrasador para sus sentidos, y sólo al reaccionar, Harry decidiría que no podía hacer más que llenarle el rostro de besos, ayudarlo a alzarse, mantener el equilibrio y sentarse a su lado, ambos cubiertos del líquido espeso por el que su novio arrugaba la nariz.

Antes de que se diesen cuenta, estaban tirados en el suelo y Draco simulaba burlarse de su expresión, diciéndole que dejase de verlo con cara de idiota, sacándole la lengua, a pesar de que seguía sudoroso, ruborizado y sin aliento, igual que él.


Extra

Dame un beso, luego otro, y sigamos por el resto de nuestras vidas.

—…todavía no entiendo por qué Charlie Weasley, de entre todas las personas, te enseñó encantamientos para prepararte para...pues para…eso.

—Los encantamientos de lubricación, aparentemente, son muy conocidos. El de relajación de músculos funciona mejor si no es la primera vez, pero…

—Eso lo hace sonar peor —Harry formó pucheros.

Estaba claro que Draco hacía un esfuerzo por no reírse de él. Sabía cómo sonaba y lo que debía pensar, pero en serio, no podía sacarse la idea de la cabeza desde que recibió la respuesta a su pregunta esa misma mañana.

Era domingo, alrededor del mediodía; todavía no pisaban Hogwarts. No le costaba imaginarse el castigo que les caería en cuanto lo hiciesen, al menos de parte de Snape, que sabría que no durmieron allí. No tenía idea de cómo sus amigos se las arreglaban para cubrir su ausencia en el castillo, estresados y desesperados porque volviesen, pero incapaces de decidir si regresar a la Casa de los Gritos o no, con buenas razones.

La sala de requerimientos les dio una cama cuando quisieron estar más cómodos. Al parecer, decidió que dos era un número innecesario, y se trataba de una versión más amplia de las del dormitorio de Slytherin. Después fueron ellos los que consideraron que el espacio extra también era innecesario, y ahí estaban.

Harry se encontraba sentado, la espalda recargada en las almohadas. No vestía más que los calzoncillos y tenía un vaso de jugo de calabaza, cortesía del desayuno que Lía hizo aparecer antes de que despertasen; su otra mano no dejaba de peinar el cabello de su novio, enredando los dedos en los mechones.

Draco estaba tendido de lado a lado de la cama, boca arriba, la cabeza apoyada en su regazo. El suéter tejido con la inicial de su nombre, y nada más, hacía ver a sus piernas, que se balanceaban despacio cada poco tiempo, más largas y pálidas de lo que ya eran de por sí. Tenía una varita de regaliz atrapada entre los labios y rodó los ojos al oírlo, divertido.

—Bueno, yo se lo pedí —puntualizó, con simpleza, apuntándolo de forma que podría haber sido amenazadora, si no lo hubiese hecho con el dulce que luego volvió a morder. Harry estaba seguro de que su expresión preocupada seguía empeorando—, pensando en usarlo contigo, por Merlín. ¿De verdad necesitaba decirlo? No habría intentando algo como eso con otra persona, Harry.

Se removió en el colchón y carraspeó. Su rostro ardió cuando Draco se echó a reír, negando. Se sacó la vara dulce de la boca, de nuevo, luego extendió un brazo hacia él, los dedos cerrándose en la parte posterior de su cuello e instándolo a inclinarse más cerca.

—Sólo bésame.

Bien, supuso que podría dejar el tema de lado. Sólo porque su novio estaba lleno de las marcas de sus besos y quizás experimentaba cierta satisfacción culpable porque le incomodase moverse bruscamente e incluso sentarse. Lo hacía pensar en la noche anterior; no se podía seguir irritado así.

Atrapó sus labios y lo besó despacio, dejándole tomar el control cuando pareció exigirlo en cada movimiento. Sabía al té con leche y azúcar de cada mañana, a regaliz, a Draco.

Cuando se apartó porque necesitaba respirar, Draco había abandonado el dulce en la bandeja que tenían a un lado, entrelazó los dedos de su otra mano tras su cuello, y se alzó lo suficiente para volver a besarlo. Harry se rio contra su boca, pasándole un brazo alrededor a medida que tomaba asiento.

Volvían a separarse, ambos jadeaban por aliento.

—Otro —demandó, haciéndolo reír por el tono en que lo hizo, pero no habría podido negarse a esos ojos grises que lo miraban con clara adoración, ni a esa sonrisa que daba la impresión de que pensaba que tenerlo ahí era una victoria personal.

Merlín. Lo amaba.

Lo amaba tanto.


Fin del Libro 6.


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