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Luz de luna por BocaDeSerpiente

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Capítulo sesenta y nueve: De cuando hay un dragón y cientos de salvadores muy pequeños

Cuando el grito de Regulus inundó el cuarto, Draco sufrió de un momento de terror paralizante. Al reaccionar, lo único que se le ocurrió fue echar a correr hacia la sala, arrojarse contra la chimenea, llamando a Kreacher y dándole la orden de buscar a su padrino.

En el instante en que Severus salió de la chimenea, sólo tuvo que verlo ahí, medio arrodillado, medio sentado en el suelo, tembloroso, pálido, cubierto de hollín, para saber lo que había ocurrido. Nunca, ni antes, ni después, vio a ese hombre con que creció correr de la manera en que lo hizo cuando apuntó la dirección en que su primo todavía estaba.

La perfecta máscara de seriedad y desprecio que portaba incluso en su presencia, esa que apenas conseguía suavizar en base a los años que llevaba de conocerlo, jamás estuvo tan arruinada, tan deformada, como ese día. Al sostener los brazos de Regulus y acomodarlo, para empezar con los encantamientos sanadores, fue la única vez que vio a su padrino temblar. Y cuando le gritó para que lo ayudase, con la voz quebrada, Draco se dio cuenta de que si él se encontraba asustado, Severus estaba en el más puro estado de pánico.

No notó ni una sola lágrima en sus ojos, mas después de haber terminado, lo mantuvo cerca de su pecho y permaneció por un rato con la cabeza agachada, el cuerpo tenso. Entonces él habría querido sujetarle el hombro, darle un leve apretón, decirle que estaría bien, que tendría que estarlo, porque era el mejor mago que conocía y lo había ayudado, pero las palabras, cualesquiera que fuesen, se quedaban cortas, perdían relevancia.

Recordaría haber pensado que nada podía quitarle ese deje desagradable en su mirada, del que se percató cuando debió decidir que era suficiente y se levantó, para levitarlo hacia uno de los viejos sillones de Grimmauld Place.

También fue la primera y última vez, fuera de los efectos de cualquier encantamiento o criatura mágica, que su padrino arremetió contra él de ese modo.

Draco sólo tuvo tiempo de ahogar un jadeo cuando su espalda y la parte de atrás de su cabeza golpearon la pared del tapiz familiar, el agarre en sus hombros era más similar a garras rígidas que manos de un pocionista. Por la manera en que lo veía, no le habría sorprendido que lo maldijese. Si no hubiese sido quién era, si no se hubiese tratado de su ahijado, del niño que ayudó a criar, estaba seguro de que no habría tenido esa suerte.

—¿Qué hicieron? —masculló, entre dientes, despacio. El suelo onduló por un instante. Uno de los estantes que había sobrevivido a más de dos siglos de historia familiar de demencia y escándalos Black, se astilló un poco. En un parpadeo, se destrozó con un ruido estridente, lanzando pedazos de madera en todas direcciones.

Snape todavía temblaba. Pero ya no creía que fuese por miedo.

Tuvo que tragar en seco y luchar por encontrar su voz.

—Regulus- Regulus y yo estábamos- intentábamos- pensamos que iba a-

Era incapaz de decirlo. Su primo le había hecho prometer que no lo mencionaría, no a él; aunque no se tratase de un juramento inquebrantable, y poca importancia podía tener con el propio Regulus inconsciente, con la piel enrojecida y cubierto de hollín, no quería imaginarse la catástrofe que se desataría en Grimmauld Place si lo hacía.

Su padrino afirmó el agarre en sus hombros, de una manera dolorosa que lo obligó a retorcerse, quejándose e intentando sostenerle las muñecas para que lo aflojase.

—¡DIME QUÉ SE SUPONE QUE ESTABAN HACIENDO AQUÍ, DRACONIS!

Se encogió por reflejo al oír que levantaba la voz. La casa entera tembló por un segundo, un par de cabezas disecadas de los elfos del pasillo cayeron al suelo.

—Queríamos detenerla…

Él lo observó durante unos instantes, en silencio, impasible. Cuando lo soltó, Draco se masajeó los hombros, y esperó a que hubiese recobrado la compostura para acercarse a Regulus.

0—

Draco sonrió a medias cuando sintió los brazos que lo envolvían nada más poner un pie fuera de la chimenea. Fue obligado a trastabillar y estuvo a punto de golpearse con la estructura al mantener el equilibrio por ambos, rodeándolo a su vez. La risa suave de Harry, junto a su oído, fue igual que un bálsamo que se llevaba lejos todo aquello que le preocupaba cuando estaba por salir de la Mansión esa mañana.

—…creí que sería otra de esas vacaciones donde no te vería en mucho, mucho tiempo —lo escuchó murmurar. La sala de Godric's Hollow estaba casi vacía, a excepción de ellos, Weasley y Lunática, parados bajo el umbral que daba hacia el pasillo, por el que su novio debió aproximarse también, así que dejó que Harry enterrase el rostro en el hueco entre su cuello y hombro, y le diese un par de besos ahí. Él le besó la cabeza, bromeando sobre su desastroso cabello y cómo apenas le permitía ver.

—No me puedo quedar demasiado —contestó, tras unos segundos, en el mismo tono bajo.

Ahí, Harry se apartó unos centímetros, lo suficiente para encararlo. Arrugó el entrecejo durante un instante; la sensación de culpabilidad que lo azotó, hizo que se olvidase de mantener las apariencias frente a Weasley —ya que, a decir verdad, con Luna no podía importarle menos—, y lo abrazase más fuerte. Harry se sobresaltó.

—Está bien —musitó, seguido de una pesada exhalación. Cuando Draco formó una línea recta con los labios, angustiado, recibió un sorpresivo beso fugaz, que podría haberlo hecho sonreír, si no tuviese tantas cosas en mente.

—Harry, yo- —abrió y cerró la boca, las palabras atorándose en su garganta. Harry lo vio durante unos segundos, expectante, pero al notar que negaba y volvía a apretar los labios, dejó caer los hombros—. Creo que ya casi termino con…con lo que a Regulus le preocupaba más.

—Eso es bueno, ¿cierto? —inquirió, alejándose otro paso para sostenerle una mano y guiarlo con los otros dos chicos.

Draco le dio un apretón a su mano, quizás con un poco más de fuerza de la necesaria.

—Sí. Espero que sí.

Weasley rodó los ojos al verlo acercarse, respondió a su asentimiento escueto con uno idéntico, y llamó la atención de Harry respecto a un tema que no le concernía. Luna, en cambio, sujetó su mano libre y le dio un ligero tirón.

Tenía esa expresión suave, relajada, que hacía parecer que nada podía afectarla, tan común en ella. Draco arqueó una ceja.

—¿Qué?

—Mano —susurró, girándole la palma hacia arriba. Sus dedos rozaron las líneas que se le dibujaban en la piel— y frente. Son dos —cabeceó en dirección a Harry, ajeno a la conversación, porque fruncía el ceño, pensativo, a lo que fuese que la Comadreja le decía.

El chico levantó la otra ceja. No era como si pudiese comprender cada frase sobre lo que Luna hablaba —dudaba que alguien lo hiciese alguna vez—, pero solía ser un poco más lógico que aquello, así que esperó, callado, a que añadiese una explicación.

—Estuve revisando las estrellas desde el techo de…

Oh, así que eso era. Bufó e hizo ademán de regresar con su novio; ella no se lo permitió, cambiando su agarre más hacia arriba, de manera que pasaba a sostenerle el brazo en su totalidad.

Intercambiaron una mirada larga, los dos tonos de grises, no tan diferentes, enfrentándose. Luna no se apartó del contacto, sino que aguardó, con esa calma inusual y tan suya, a que cediese.

Sabía cuándo debía escucharla, y cuándo no. Ese momento en que su desvarío no lo era tanto, y lo que pudiese decirle, sería importante.

Suspiró, rendido. A unos pasos de distancia, Weasley convencía a Harry de que pasasen por la cocina. Estaban planeando una tarde de películas, que empezaría cuando Pansy llegase con Hermione; aparentemente, tuvieron una pijama la noche anterior y la primera se quedó en casa de la segunda. Luna se excusó de no poder ir por una cacería nocturna con su padre de popperstones, fuesen lo que fuesen.

—Bien —aceptó, en voz baja, de manera que ninguno de ellos tuviese que escucharlos—, dime.

—Bonnie y el Maestro me dijeron que observara, que alguien debía intervenir esta vez…

—¿Intervenir en qué, Luna?

—El final —musitó. Sus ojos más abiertos, brillantes y curiosos que nunca antes—. El final del camino. Donde tu Marca se quita porque las estrellas te han llevado, han- han intentado traerlos aquí, a todos- a los seis-

Draco silenció a su amiga, presionándole la palma contra la boca. Luna parpadeó, mientras él daba un vistazo alrededor.

Harry acababa de detenerse, en el espacio entre la cocina y el pasillo, para mirar hacia ellos con una expresión entre divertida y extrañada. Weasley trasteaba en la cocina, tan poco grácil como de costumbre. Él rodó los ojos, fingió apuntar a Luna, con una exasperación falsa; cuando su novio se rio por lo bajo y continuó hablando con su viejo amigo, agarró el brazo de la chica y la arrastró por el corredor principal.

La puerta apenas emitió sonido alguno cuando la abrió y cerró detrás de ambos. Alcanzaron el pórtico. No debían tener demasiado tiempo, antes de que Pansy y Granger llegasen.

Sujetó sus hombros y la hizo girar, de manera que tuviese que verlo y no se pudiese distraer más de la cuenta con el entorno.

—¿Cómo me la quito? —la apremió a hablar, pero por supuesto que nadie podía apresurar a Lunática cuando ella no tenía ganas de hacerlo más rápido, así que le dedicó una mirada larga, atenta, y no habló hasta que debió creerlo más oportuno.

—Las estrellas están trazando un camino-

—Sólo dime lo que me interesa. Acorta lo del enunciado celestial, llevo años oyéndolo de los centauros.

Luna arrugó el entrecejo. Pareció dispuesta a replicar, pero luego volvió a parpadear y resopló.

—Hay seis personas alrededor de una caja —explicó, en un murmullo—, la caja de Pandora-

Draco sintió cómo uno a uno sus músculos se tensaban. Sin querer, aumentó la fuerza que utilizaba en el agarre en su brazo, pero ella no opuso resistencia ni se quejó, como habría sido de esperarse.

—Tienes que reconocerlos por sus marcas, todos tienen una, pero no son visibles como la tuya. La magia- la magia los ha estado impregnando, los contagiaron, se les pegó, dile cómo quieras. Cuando todas se unan, el sol nace. Es bastante literal la forma en que lo dice…

El sol nace.

Nacimiento del sol.

Merlín. Draco se apartó y se apretó el puente de la nariz.

Tendría que hablar con Regulus.

—¿Qué es el nacimiento del sol? —inquirió ella, con suavidad, como si pudiese leer los pensamientos que tenía por su expresión. Lo consideró un momento, hasta recordarse que era imposible que fuese así, porque Lunática no practicaba la legeremancia.

—Es un hechizo —contestó, distraído, pero como ella no apartó la mirada de su persona, bufó y agregó:—, es pasado de Black a Black, a todos los herederos de la línea principal. Se usa como defensa en casos extremos, cuando- bueno, cuando piensas que no podrás contra tu atacante bajo ninguna circunstancia.

—Es una medida preventiva para no perder —Draco asintió—, y es lo que has estado haciendo, ¿verdad? Magia ancestral de luz, ¿por eso las cenizas en tu cabello?

De inmediato, se llevó las manos a la cabeza, para sacudirse el cabello y quitarse los restos de encima. Había estado seguro de que no tenía; se lavó el cabello dos veces esa mañana, por si acaso.

—¿No ha salido bien? —insistió Luna, suave, cuidadosa. Draco fingió ignorarla, mientras su mente maquinaba a toda velocidad— ¿está lastimado? Es un encantamiento muy complejo, ¿cierto? ¿Qué fue lo que le…?

Su mirada, fuese cual fuese, la calló. Luna le mostró una expresión culpable al volver a sostenerle las muñecas.

—¿Dónde está?

—Se quedó en la Mansión anoche —masculló, entre dientes—, está bien, sólo-

—Sólo no son compatibles —probó ella. No la corrigió, así que suspiró—, oh, en verdad no lo son, ¿verdad? ¿Y fue él quien se quemó? Quemaste su sangre y entonces-

—Yo no lo quemé. No fue- no quería-

Luna apretó los labios por unos instantes y le dio un leve apretón.

—No, claro que no lo hiciste. La magia lo hizo. La magia no funciona así, tienes que-

—Tengo que usar magia conjunta con alguien compatible, lo sé. No vengas a darme clases.

—Y tienes que buscar a los seis-

—No se puede hacer magia con tantos magos —recordó, frunciendo el ceño—, no este tipo de magia. No es algo agradable ni fácil, no resultaría bien para ninguno.

—Sí con ellos, Draco. Mientras tengan de guía a alguien que sepa hacerlo…

Merlín, en serio tendría que ir con Regulus a discutir el tema.

—¿Y quiénes se supone que son? —preguntó entonces. Luna adoptó una expresión pensativa.

—Tú los has visto.

—No, no lo he hecho.

—Harry. Harry tiene una, en la frente, esa es la suya. Tú, tú tienes la de la mano —enumeró; a medida que la oía, tenía el vago recuerdo de una imagen en dorado y blanco, formada por el Oráculo, que mostraba algo similar—. Los ojos, la boca, la garganta, el corazón…ellos…

Dejó caer los hombros con un bufido.

—Esto es una locura, Luna.

—¡No! Espera, escucha —ella lo retuvo cuando estuvo a punto de regresar adentro. Le hizo una seña para que aguardase y extrajo el colgante con su anillo familiar del interior de su ropa, destrabó la pieza y la alzó lo suficiente para ver a través de ella—. Puedo buscar algunas cosas aquí. Es una mejora, un regalo, dice padre, dado a mí por el Legado. Mi Legado es muy amable.

A él le habría gustado poder decir lo mismo del suyo.

—Creo que puedo encontrar a uno y-

—Luna —volvió a callarla, más suave, ya cansado—, no tengo tiempo para búsquedas. Apenas he podido venir aquí, Regulus necesita ayuda, tengo que estar ahí, lo que vamos a hacer-

—A atraerla —fue su turno de quedarse en silencio de repente. Luna lo tomó como una señal para continuar—, van a atraerla, ¿verdad? Las estrellas hablan de una desviación, de cómo toma otro camino. Escucha, Draco, escúchame- crees que ella va a ir a la casa principal, ¿no? Tienen dos casas, ¿tres casas? Las estrellas hablan de tres casas.

—Los Black sólo tienen dos casas principales —negó—, la de la costa francesa y la de Londres, no hay más.

Ella parpadeó, desorientada por un instante. Su expresión le hacía pensar en la que ponía cuando estaba ante los acertijos de la entrada a la Sala Común de Ravenclaw.

—Pero las casas principales no son sólo aquellas que la familia toma como más importantes, ¿recuerdas? —puntualizó, despacio—. Una casa de sangrepuras puede ser la principal porque es donde se asentó la familia en sus inicios, porque es donde se crio el heredero directo y varias generaciones de la familia antes de él, o porque el anillo del heredero, la muestra tangible y física del Legado, está allí. Las estrellas- las estrellas dicen que irá por una de las tres, una donde nadie lo ha cuidado, y lo tomará, y cuando lo haga, tú serás arrastrado hacia ella, debes tener a los otros cinco, para que te sea más fácil cuando-

Aquello comenzaba a ser demasiado extraño. Se apretó el puente de la nariz, de nuevo.

Cuando estaba por replicarle, la puerta se abrió. Harry se asomó desde uno de los costados de la entrada. Miró a uno, luego al otro.

—¿Qué pasa aquí? ¿Por qué no están adentro? Pans y Mione acaban de llegar por flu —los invitó a pasar con un gesto, pero ambos permanecieron unos instantes en el pórtico.

Luna le dio otro leve jalón a su brazo, obligándolo a verla.

—Hablaban de que lo encontraba. Lo va a tomar antes que tú e intentará-

Draco sacudió la cabeza.

—¿Podemos hablarlo después? Te estoy escuchando, Luna, te juro que sí- pero eso implica demasiado…

Ella vaciló.

—Después será muy tarde.

Tal vez ya lo fuese. Draco se adelantó para volver adentro, buscó a Harry, lo apartó del resto luego de saludar a las recién llegadas, y le dio un beso largo como despedida. La sensación de culpa por la manera en que su expresión cambió cuando le dijo que no podía quedarse, casi lo hizo detenerse ahí.

—Te escribiré unas notas más tarde, ¿bien? —prometió, besándole la sien. Harry cerró los ojos por un instante y asintió. Aunque procuró sonreír al verlo marcharse, fue una imagen que le dejó un mal sabor de boca.

Necesitaba terminar aquello pronto.

0—

Regulus, tendido en una de las inmensas camas de la Mansión, todavía con unos vendajes en los brazos, allí donde la magia sensibilizó su piel por las quemaduras internas, escucharía cada palabra de sus divagaciones y las de Luna, en cuanto hubiese llegado. Al terminar, extendería una mano en su dirección y lo acercaría con un gesto.

—¿Y tú confías en tu amiga? —indagó, con suavidad, casi como si le pidiese disculpas por insinuar algo semejante.

Draco apretó los era un tema serio. Tenía que razonarlo con una cabeza fría, no podía confiarse; sin embargo, recordaba las notas dejadas en cierto pergamino bajo una almohada, incluso cuando no quiso escuchar en su momento y la propia Luna quedó afectada. Sin mencionar la carta del año anterior.

—Sí —susurró—, confío en Luna.

Su primo asintió.

—Haz lo siguiente —procedió a instruirle, gesticulando con las manos lastimadas—: piensa bien en lo que te dijo, busca darle otro sentido, uno más literal que el que tiene, y trae a Severus.

Cuando él se limitó a observarlo con ojos enormes, Regulus soltó un tembloroso bufido de risa.

—Él puede estar muy enojado con los dos, pero no va a dejarnos solos en esto después de lo que vio.

No tuvo más opción que aceptar que era cierto. Su padrino podía ser un terco, de vez en cuando. Recordó la manera en que suavizó su rostro cuando estuvieron en la sala de Grimmauld Place y vieron a Regulus mover los párpados, a punto de despertar tras el tratamiento de emergencia para la quemadura de la magia en conjunto mal llevada a cabo. Entonces había pensado que nunca encontraría un hombre más aliviado que él, dejando caer la cabeza contra uno de los reposabrazos del sofá.

Lo que no se imaginaba en ese momento, era cómo encontraría Spinner's End cuando cruzase la chimenea.

La puerta torcida y fuera del marco, las tablas de madera que tapaban las ventanas, destruidas. Los estantes vacíos, los libros dispersos en el suelo, hojas sueltas, desgarradas, por doquier. La entrada a su preciado laboratorio privado estaba abierta, unos viales rotos, un caldero volcado, cristal y fluido de las pociones en el suelo.

Una varita astillada yacía en algún punto en torno a la mesa de trabajo más grande, al igual que un trozo de tela de una túnica negra, y una nota de una caligrafía irregular, sobre un pergamino tan desgastado que ya no era amarillento.

"La llave y al mago.

El cofre y la llave.

Su elección"

0—

Regulus guardó silencio durante tanto tiempo que llegó a creer que necesitaría repetirle la descripción de lo que vio. Cuando contestó, fue casi una sorpresa que lo hiciese con esa voz quebrada, vacilante:

—Fue hace demasiado tiempo —murmuró, sin mirarlo—, nunca se me ocurrió pedírselo de vuelta. Nosotros- yo sólo quería pasar el resto de mi vida con él. Y le dejé mi anillo, por si- por si un día, él- Merlín, creí que regresaría cuando estuviese listo, cuando yo no tuviese tantos deberes y las cosas fuesen más…llevaderas. Y no- no…

Gesticuló con ambas manos, en silencio, pero no tuvo que decir más para que Draco entendiese el punto.

Snape poseía el anillo del heredero directo de los Black.

Spinner's End, esa horrible casucha, se llenó de magia Black.

Luna tenía razón. Tenía toda la maldita razón.

Su primo permaneció callado mientras él daba vueltas por el cuarto, haciendo girar la pieza del heredero de los Potter que Harry le había dado; la acción lo relajaba, lo ayudaba a pensar.

—Dijiste que Bella entraría a Nyx para matarte- a la ilusión que Kreacher y tú hicieron, buscaría lo que quería, y al ver que no estaba, se iría —siseó, deteniéndose para darse la vuelta y encararlo—. ¡Me dijiste que se iría! ¡Me dijiste que el Legado Black la sacaría de ahí, la iba a tranquilizar y ella…ella…!

—Te dije que era temporal —recordó, con ese tono de disculpa que nunca le dio tantas ganas de maldecirlo como en ese instante—. Luego debía ir por Grimmauld Place y-

—Y la íbamos a recibir con el nacimiento del sol. Hemos estado esperando- practicando por eso. No me dijiste, nunca, que podía tener otros objetivos.

Regulus tenía tal expresión de culpa que casi lo hizo sentirse mal que le picasen los dedos por las ansias de sostener la varita.

—No se me ocurrió que ella sabría-

—¡¿Cómo no lo ibas a saber?! Que salieras con un mestizo, don nadie, fue el mayor escándalo para los Black en siglos, estuviste por casarte con él, Bella debe pensar que estabas por ensuciar el linaje, si sólo me hubieses dicho que él tenía tu anillo, que se lo diste a quien era "indigno" para los Black-

El barrido de magia lo empujó con fuerza suficiente para derribarlo. Cuando golpeó el suelo, ahogó un grito ante el latigazo de dolor en la espalda y las extremidades.

Regulus jamás lo había mirado como lo hizo en ese instante.

—Si vuelves a usar esos términos para referirte a Severus…—indicó, despacio, una mano levantada hacia él. No tomó su varita en ningún momento. Dejó las palabras en el aire después. Draco resopló sin cuidado.

—No puedes creer que en serio pienso eso de él —espetó. Su postura pasó de inmediato de un acto defensivo a la resignación y el cansancio—. Pero es lo que Bella debe tener en su perturbada cabeza. Te mostré la carta; si antes estaba mal, debe encontrarse peor desde que el Legado le habla.

Regulus se restregó la cara con ambas manos. Al darse cuenta de que no le daba ninguna solución, el adolescente arrastró una de las sillas que estaba en el cuarto y la colocó junto a la cama, donde se sentó.

Tenía que mantener la cabeza fría. Aunque doliese, aunque temblase, aunque quisiera gritar.

Disciplina tu mente.

Era lo que Snape habría esperado de él.

Era lo mínimo que podía ofrecerle a su padrino en ese momento.

Disciplina tu mente.

Respiró profundo, apoyó los codos en el borde del colchón, el rostro en las palmas. Miró directo a su primo.

—¿Qué es lo que Bella quiere, exactamente?

La respuesta se demoró unos segundos en llegar.

—Actualmente, creo que ella piensa que es la única apta para heredar —asintió. Sí, eso ya lo sabía. Era la razón de que hubiese ido tras Regulus, conformándose con una ilusión sin saberlo—, y hay algo-

—El cofre —probó. Fue el turno de Regulus de asentir—, lo mencionó ahí. ¿Qué es?

De cierto modo, ya conocía la respuesta.

—Algunos de nuestros ancestros lo llamaban "la caja de Pandora", guarda la oscuridad del mundo. Es una vieja leyenda —meneó la cabeza, frunciendo el ceño apenas—. Nadie está muy seguro ahora de qué hace, pero se mantiene escondida porque sea lo que sea, no debe ser nada bueno. Ni siquiera mi madre la tocó alguna vez, jamás se acercaba. Estaba prohibido.

Sonaba a algo que interesaría a una bruja amante de la magia experimental, como su tía.

Draco se masajeó las sienes, haciendo un esfuerzo por pensar con claridad.

Sabía que la respuesta estaba ahí, sólo tenía que interpretarla.

—Tengo una idea —soltó, de pronto, irguiéndose. Su primo lo observó con atención—. Tengo que traer a Luna, voy- voy a ir por la caja y-

—Acercar la caja a Bella es la peor idea que he oído en mi vida —lo interrumpió él, vacilante—, quién sabe lo que pueda hacer con ella.

Pero a él no le importaba lo que su tía loca tuviese en mente, ni el temor de su primo, porque el plan comenzaba a esbozarse. Se levantó de un salto y llamó a Lía, para que contactase a Lovegood por él, y apresurar el proceso.

Se detuvo sólo al alcanzar la puerta, cuando Regulus habló otra vez.

—Lo que sea que pienses, no deberías ir y hacerlo solo.

Draco le dedicó una breve mirada por encima del hombro.

—No, lo sé —replicó, en un murmullo—. He aprendido un par de cosas con los años, tranquilo.

Oh, Harry nunca lo perdonaría si se dejaba matar por su tía. Mucho menos tenía pensado dejar que ocurriese, cuando al fin existía la posibilidad de que dijese que  a casarse con él.

0—

—…sé que te he pedido cosas extrañas…pero quizás esta supere las demás por mucho.

Lep se limitó a ladear la cabeza y devolverle la mirada. Tenía los ojos verdes, a pesar de que Harry no estaba cerca para que imitase el tono, como de costumbre; él no pudo hacer más que tomarlo como una especie de señal, un recordatorio, del por qué aquello tenía que salir bien al primer intento.

0—

Necesito- que los busques —le había dicho a Luna, nada más inclinarse sobre la chimenea para ver su rostro a través del flu. Conservar la calma, cuando no tenía idea de lo que podía estarle ocurriendo a Snape en manos de Bellatrix, suponía una tarea casi imposible, y contra su voluntad, tenía la respiración un poco más agitada de lo normal.

La chica le había observado con ojos atentos y amables desde las llamas, al asentir.

Los tengo —murmuró en respuesta, tranquila. No sabía si su calma lo ayudaba a relajarse, o si por el contrario, lo que quería era maldecirla por ser capaz de lucir así cuando él sentía que el suelo perdía consistencia bajo su cuerpo y el aire no le era suficiente—. El corazón es Pansy, lo vi ayer. La garganta es Ron, la boca Hermione.

Corazón, garganta, boca.

Mano, frente.

Frunció el ceño. A menos que el número hubiese cambiado de pronto, faltaba uno.

¿Quién tiene los ojos?

Luna se demoró unos segundos en encogerse de hombros. A través de las brasas, notó que alzaba el anillo familiar Lovegood y lo acercaba a su rostro, como si fuese a examinar sus emociones mediante la vía de comunicación mágica.

Aún no lo vi.

Draco se había obligado a respirar profundo, se apretó el puente de la nariz. Luego, al volver a fijarse en ella, entendió.

 —vaciló y soltó una larga, temblorosa, exhalación—. Tú eres los ojos.

Ella parpadeó. Tras unos segundos, dejó escapar un leve "oh" e hizo girar el anillo entre sus dedos.

Tiene sentido —musitó. Draco todavía no sabía si lo superaban las ganas de darle un abrazo o de arrojarle un Avada. Suspiró.

¿Puedes reunirlos?

Su compañera asintió.

¿Qué quieres que hagamos una vez reunidos?

Ahí estaba la cuestión. Tuvo que apretar los labios y forzarse a recrear escenarios dentro de su cabeza, buscar posibilidades, pensar, pensar, pensar y considerar, para después pensarlo más.

La respuesta aún era simple.

Tú sabes qué hacer, ¿verdad?

No- no exactamente…—titubeó, arrugando apenas el entrecejo.

Sabes quiénes son, sabes para qué deben estar ahí. ¿Qué más necesitas?

No sé dónde se da el final, no sé el hechizo, no creo que-

Sí sabes —la cortó, apresurado—, claro que sabes.

Luna se llevó una mano a la barbilla y lo meditó unos instantes.

Tal vez tenga…una idea. Una pequeña idea —indicó, cerrando el espacio entre su índice y pulgar ante él, a manera de muestra. Draco podría haberle sonreído, de no sentir que el oxígeno le era escaso.

Entonces vamos a oírla, ¿no? Ojalá sea bueno, Lunática.

Estás usando el anillo familiar de Harry, ¿cierto? —inquirió, haciendo caso omiso de sus palabras. Él asintió.

Cuando sonrió de esa forma suave en que nadie más lo hacía, supo que tenía la mitad faltante de su plan.

Pero, si lo pensaba bien, en realidad  era un poco loco.

bastante loco.

Tal vez ambos se harían unos Gryffindor honorarios por haber llevado a cabo semejantes ideas, pensaba, mientras depositaba al conejo mágico en el suelo, alrededor del borde del bosquecillo que rodeaba Nyx.

—Orión —pronunció, despacio, medido, para que el animal pudiese captar cada movimiento de sus labios. Agitó el trozo de pergamino que llevaba con él, donde había hecho el dibujo de la constelación—, y esta es Bellatrix —apuntó la estrella mencionada con un dedo—. Vamos, puedes hacerlo cuando estés dentro, sólo-

—Creo que acabo de ver un movimiento.

Draco giró el rostro en el preciso instante en que escuchó la voz de su madre.

Por supuesto que Narcissa no iba a dejar que pusiera un pie fuera de la Mansión en esas condiciones, mucho menos después de que le hubiese tenido que explicar lo que tenía en mente. Oh, le debía varias historias a su madre, por aquello que no tuvo tiempo de contarle. Era una suerte que no lo hubiese presionado cuando se percató de que apenas conseguía respirar con normalidad, y cayó en cuenta de que cada segundo de retraso, era uno más que su hermana tenía a Snape.

El cómo o por qué su madre había insistido en seguirlo hasta allí, todavía era un misterio. En especial, porque Regulus le dejó en claro que ella no podía acercarse a Bella; no sólo se arriesgaría, sino que resultaría mal para ambas y arruinaría todo el plan. Le robaría a Draco la única oportunidad que esperaba conseguir.

Los dos se asomaban desde la parte de atrás de unos arbustos, aunque de maneras muy diferentes; la bruja se mantenía de cuclillas, de un modo en que la falda plisada de su vestido no se arrugaba, y sostenía el borde para evitar ensuciarlo. Draco tenía que mantener el equilibrio sosteniéndose de los tallos, porque Lep se deslizaba entre sus piernas y no se quedaba quieto.

Ahí.

Sí, captó el movimiento también. Incluso si su tía pretendía mantenerse escondida, en el sitio más obvio posible para buscarla, los destellos de Orión todavía la delatarían.

—¿Qué harás, madre? —se inclinó hacia un lado para susurrarle, poco antes de tener que levantarse. Ella observó la antigua estructura, que no debía haber visitado en décadas, por un rato. Su rostro era la perfecta máscara de calma que él había intentado lograr durante años, y no funcionaba en ese momento. No con el peso que tenía encima.

Narcissa lo observó de reojo y sonrió apenas. No era una sonrisa agradable.

—Un escudo.

Ella se adelantó a cualquier pregunta que pudiese hacerle, tocándole la frente con el índice. Draco se encogió cuando una fuerza invisible bailó alrededor de él, helada, fugaz; se desvaneció tan pronto como se reveló.

—Si necesitas alguna ayuda…

—Estaré bien —se dejó acunar el rostro por las manos pequeñas y tersas de su madre. Narcissa temblaba de forma casi imperceptible. Ninguno lo mencionó—, ya estoy grande, madre, en serio. No pasará nada. Soy muy listo para salir de estas cosas, créeme.

Por un segundo, una emoción extraña en ella le contrajo el rostro. Creyó que no lo dejaría partir, pero entonces se estiró en su dirección, presionó los labios contra su cabeza, y musitó:

—Puedes usar la maldición más fuerte que Severus y Regulus te hayan enseñado si Bella intenta algo.

—Probablemente tenga que usar todo mi repertorio —admitió, en un tono que pretendía ser burlón. Ella le rodeó el cuello con un brazo, por un instante, con la suficiente fuerza para quitarle la respiración. Cuando hizo ademán de corresponderle, ya le había besado la mejilla y se había apartado.

—Adelante, dragón.

Se prometió decirle luego que la amaba. Hace años que no lo hacía como era debido. Como se merecía.

En cuanto se puso de pie, bordeó el bosquecillo, escondiéndose entre los matorrales. Sus pisadas apresuradas, los pasos de Lep y la manera en que agitaba las hojas y ramas cuando aparecía por un agujero o se colaba dentro de otro arbusto, además del tronar de su corazón y su respiración agitada, fueron lo único que escuchó durante unos segundos.

Se detuvo al dar con el ángulo correcto para entrar. La puerta quedaba en línea recta desde ahí.

Sabía que tenía un escudo, y los escudos de su madre jamás fallaban, pero confiarse era tonto. Confiarse con Bellatrix, al menos, lo era.

"Adelante" gesticuló con los labios, sin hacer ruido, para el conejo, que asintió al entender y echó a correr, desviándose del sendero que él habría tomado, para escabullirse hacia la casa por donde no fuese visto. Las barreras mágicas no notarían una intrusión semejante, de parte de otro descendiente Black, y él acaba de enviarlo dentro. Aquello tendría que contar.

De acuerdo. Él también tenía un pequeño truco bajo la manga.

Se enderezó, tomó una profunda bocanada de aire, cerró los ojos. Se concentró en la floritura de la varita, el giro de muñeca, el movimiento que le seguía con una mano. Habría sido un hechizo complejo, si no lo hubiese visto a diario durante sus primeros años de vida.

Casi podía oír la voz de su padre; tranquila, baja. Convincente.

—…a la larga, un mago oscuro sólo puede contar con la oscuridad misma. Saber eso puede salvarte la vida un día, dragón.

Él en verdad esperaba que lo hiciese ese día.

Cuando parpadeó, tuvo que batallar para enfocarse durante unos instantes, a través de la bruma densa y negra de neblina mágica. El hechizo de la oscuridad. El primero que había aprendido.

Avanzó lento. Procuró no pisar hojas ni ramas secas en el camino de césped, que amortiguaba bastante bien sus pasos de por sí. Un pie tras otro, un pie tras otro. Esa inquietud que le anidaba en el pecho no hacía más que crecer, le cerraba la garganta, amenazaba con asfixiarlo.

¿Qué pasaría si se detenía?

Cuando cerraba los ojos, podía escuchar su grito, la voz chillona e histérica de su tía.

Avada kedavra.

Y si Regulus no hubiese tomado la iniciativa de engañarla, si Kreacher no hubiese estado ahí, o si él no hubiese corrido al ser percibido, ¿dónde estarían?

¿Qué pasaría?

¿Qué habría sido?

Si se detenía, si se permitía el momento de titubeo, de debilidad, el siguiente Avada cerca de él iría directo a la sien de su padrino. Y ese era el único pensamiento que lo podía instar a continuar en el sendero, a pesar de los temblores.

Frenó ante la puerta. Temblaba al presionar la varita contra la antigua cerradura, para que abriese sin hacer ruido alguno, al reconocerlo.

Él no era —no creía ser— valiente.

Por Merlín, Draco nunca se había considerado valiente. Estaba tan aterrado que apenas podía pensar en más que seguir recto, hacia una posible muerte desastrosa y trágica que se negaba a imaginar más de lo debido.

No, nunca se sintió valiente. Sin embargo, había hecho una cosa o dos cuando era necesario, si tenía un motivo.

Su padrino era un motivo.

Su preocupada madre a unos metros, era un motivo.

La futura tranquilidad de Regulus, era otro motivo.

Harry. Él le daba todos los motivos del mundo. Tenía que hacerlo bien, porque debía volver con Harry y preguntarle, directamente, si se casaría con él cuando fuesen mayores.

Sí, aquel era un buen motivo, se dijo.

A pesar de que la constelación Draco salió a saludar, él meneó la cabeza, y por primera vez, caminó por una Nyx en penumbras.

De ese modo, la casa se volvía más siniestra. Pasillos angostos, entrecruzándose, suelos lisos, techos indefinidos. Su risa. De algún punto, de ninguno, de todos al mismo tiempo, provino su risa aguda.

—¡…el niño usa sus trucos, los trucos de su padre! ¡El niño no ha aprendido tan mal! —sus carcajadas estaban llenas de altibajos, ahogadas, medio estranguladas. Enloquecidas. Si en un momento de su vida, Bella supo mantener la compostura sangrepura, hacía tiempo que tendría que haberlo olvidado— ¡ven, pequeño dragón, ven, pequeño Black! ¡Tu tía Bella te enseñará mejor! ¡Tu tía te mostrará lo que se puede hacer con la oscuridad…!

Ignórala, ignórala, ignórala.

Ella no importaba. No estaba ahí por la bruja. No esa vez.

Presionó una mano contra una de las paredes oscurecidas y se recargó, mientras sacaba el Apuntador del interior de su ropa. La flecha giraba, giraba, giraba, giraba.

—Magia antigua —Bella sonaba más cerca. Se puso rígido. Tuvo que obligarse a recordar que era imposible que pudiese verlo; sólo el mago que utilizaba el hechizo era capaz de ver a través de la neblina—, magia ancestral. Una reliquia Black. ¿De dónde lo has sacado, pequeño dragón?

Ella lo sabía, ¿cierto? Maldición, lo sabía.

¿Cómo no iba a saberlo?

No puedes usar sus propios trucos cuando el otro es más fuerte que tú. Debía pensarlo, actuar mejor que eso.

Era un Slytherin, ¿no? Había que usar esa astucia por la que fue puesto ahí.

—¿El kneazle te comió la lengua, pequeño dragón? Oh, el kneazle te comió la lengua, oh, oh, oh…—fingió un lastimero, suave tono, que fue interrumpido cuando volvió a echarse a reír. Se oía como si se alejase con cada palabra, ¿ella tampoco podía dar con su ubicación? ¿El encantamiento con que afectaba el Apuntador funcionaba en ambas direcciones?—. No sabía que todavía fueses un tímido niño. ¿Será algo nuevo? ¿Será su influencia…?

Draco tuvo que apretar los párpados y pensar en la masa de emociones, flotante, móvil, que idealizaba en su cabeza para la oclumancia. Sabía lo que vendría, incluso antes de que volviese a abrir la boca.

—…supongo que eso pasa —concluyó, de pronto, con una voz serena que le sonaba a falsedad, tratándose de ella— cuando estás sometido. Denigrado. Arruinado. Utilizado por un mestizo —casi escupió la palabra. Draco cerró los dedos con fuerza en torno al mango de la varita. Se contuvo—, un simple mestizo, ignorante, inútil, estúpido, hijo de una sangresucia y un traidor a la sangre, que no se merece ni una pizca de la magia que posee. Ensucias tu sangre. Ensucias tu Legado. Decepcionas a tu padre- Lucius, pobre Lucius, si te viese- si te pudiese ver- pero por supuesto que no puede, ¿verdad? —la risita que soltó después nunca le fue tan irritante—. Si al menos te pudiese reconocer, si al menos supiese quién eres, recordase que tuvo un hijo…

No, se dijo. No.

Era lo que ella intentaba.

Si hubiese sido Regulus, le habría hablado de Snape y él habría reaccionado de forma impulsiva.

Si hubiese sido su madre, le habría hablado de Lucius y ella la habría atacado por la espalda, al menor despiste.

Pero Bellatrix no lo conocía a él, no al Draco mayor. Debía tantear el terreno.

—...si no te reconoce —decía, por lo bajo. Aún estaba lejos, ¿buscaba algo? ¿No estaría rondando a Severus, para que no se lo llevase?—, significa que no existes para él, ¿no es así? Significa que no eres su hijo. No eres un Malfoy. No eres nada.

No.

Disciplina tu mente.

El Apuntador no paraba de dar vueltas. Resultaría inútil; habría que hacerlo por la vía difícil.

¿Lep ya estaría en posición?

—Por supuesto que lo peor se lo llevó tu madre-

Aquello serviría de distracción.

—¿Qué hay con mi madre? —inquirió, en respuesta. Hubo un instante de silencio, luego una risa aguda, temblorosa, y un par de aplausos.

—¡Creí que el kneazle te había comido la lengua y no hablarías con tu dulce, dulce tía, que tanto te ha extrañado estos años, pequeño dragón! Tu madre- oh, tu madre- —volvió a reírse. Bien, que lo hiciese cuanto quisiera. Se tocó la palma con la varita y utilizó un encantamiento que lo guiaría, con una flecha más precisa, en la dirección de la que provenía el ruido de su voz y carcajadas—. Cissy- Cissy es una tonta, Cissy siempre fue tan tonta-

—Yo no opino que mi madre fuese tonta, tía.

Bellatrix se rio con más fuerza al oír cómo la llamaba. La escuchó balbucear al respecto del "aprecio familiar". Supuso que nada agradable.

—Cissy arriesgó su futuro, dejó buenos pretendientes de lado- ella sabía, ella lo sabía- por eso lo rechazaba, por eso le decía que serían amigos. Lucius fue un necio, a mi hermanita- —de repente, incluso se habría atrevido a decir que sonaba cuerda—, a mi hermanita, él se la llevó de casa. Él le prometió todo- todo lo que quisiera, todo lo que pudiera darle, y luego la dejó- la dejó y no ha vuelto, y Cissy, la tonta Cissy, sigue aquí-

Él se preguntó, de forma vaga, si en verdad se lo creía o sólo desvariaba.

—Mi padre no nos dejó porque quisiera.

Draco caminaba con cuidado. Tenía que dividir su atención entre mantener Nyx apagada, pese a su presencia y el reconocimiento de la casa misma, seguir el funcionamiento del encantamiento de rastreo de su voz, y orientarse por su cuenta, con relación a la salida.

Por supuesto, no podía haberse instalado más cerca. Ni tampoco dejar a Snape a la vista, claro. Habría sido pedir demasiado.

—¿Cómo sabes que no? —siguió ella, en un tono frenético— ¿quién dice que no? ¿Quién puede asegurarlo ahora? Ciertamente, Lucius no. Pero está bien- bien, bien, está bien- obtuvo lo que se merecía- ella era la favorita, ¿sabes? Cissy, la tierna y tonta Cissy- la primera Black en siglos con un nombre que no era de constelación, la primera de cabello así- oh, padre estuvo tan feliz, era- era la niña de sus ojos- la tonta, tonta Cissy-

Agradeció, de cierto modo, que su madre no hubiese entrado con él.

Ya que no le contestó y Bella no insistió, supuso que buscaba algo más con que fastidiarlo.

—La chica- la hija pequeña de Stephan —reaccionó, por reflejo, poniéndose rígido. Retuvo la respiración y calló; ella debió pensar que dio en el clavo, porque continuó:—, ya debe estar tan grande, la recuerdo- claro que la recuerdo- uno de mis mejores ensayos, un experimento divertido. La niña gritaba por su padre y su madre, y su hermano- y nadie más que nosotros estaba ahí, y lloraba- Merlín, lloraba tanto. Me daba risa. No sabía que se podía llorar así. No haces nada con llorar, pequeño dragón, y yo le enseñé eso.

Draco tragó en seco.

No. No. Concéntrate.

Disciplina tu mente.

Estaba tan cerca.

—Pero tú has venido por el sucio mestizo, ¿verdad? —oh, ahora también podía agradecer que Regulus no hubiese estado ahí—. Ese imbécil, repugnante, montículo de basura inservible- y pensar que estuvo a punto de casarse con Reg, el pequeño Reg- él también fue un tonto, tan- tan tonto-

—¿Sabes por qué no se casaron? —cuestionó, de improviso. Parado bajo el umbral entre una de las salas y el corredor, divisaba, en medio de las penumbras, la silueta femenina y aquella que la acompañaba.

¿Dónde estaba Lep?

La sala se encontraba a oscuras, incluso sin el encantamiento que lo envolvía. Bellatrix estaba inclinada desde la parte de atrás de un sillón doble, que sólo era ocupado por un tenso y serio Snape, con sus brazos alrededor del cuello del profesor, las manos reposando en su pecho. Hablaba junto a su oído, sin modular el volumen; estaba más que claro, por la manera en que la expresión de su padrino se crispaba, que la habría atacado, de ser capaz.

—El sucio mestizo recapacitó —enredó los dedos de una mano en la parte de atrás del cabello del profesor, tirando de este con fuerza, de manera que quedó con la cabeza sobre el respaldar del asiento, en un ángulo incómodo y doloroso. Asumió que era un silencio lo que le había aplicado para no oír las palabras que masculló entre dientes sobre ella—, se dio cuenta de que no era suficiente- de que nunca lo sería. Y no podía ser una carga para Reg, ¿verdad que no? No, no podía —lo último lo dijo con una imitación sin éxito de la voz de Snape, sosteniéndole la barbilla con la otra mano para obligarlo a mover la cabeza y los labios, como si en verdad hubiese sido él.

Draco se detuvo en seco al darse cuenta. Si lo hacía así…

¿Ella sabía que podía verlos y no al revés?

Su pregunta se respondió cuando Bellatrix alzó la mirada y recorrió la pequeña sala con un vistazo frenético, su sonrisa enorme, animal, no hacía más que crecer, las comisuras de los labios le temblaban al mantener el gesto.

—Te siento, pequeño dragón —canturreó.

Siente la magia, siente la magia, siente la magia. El recuerdo era vago, difuso. Una mujer de cabello negro lo alzaba, estaban en el patio de la Mansión. Luego ya no.

Siente la magia. Él le había preguntado cómo se hacía.

—Te siento, te siento, te siento…¡te siento! ¡Te siento! ¡TE SIENTO! —estalló, con una sonora carcajada que la hizo echar la cabeza hacia atrás. Snape rodó los ojos, incluso bajo los múltiples encantamientos y el agarre que lo retenía.

Orión se encendió sobre ella, justo cuando estaba por apartarse. Bellatrix levantó la cabeza, su vacilante y enloquecida sonrisa de vuelta.

—Y no soy la única que te siente.

Draco podría haber sonreído, si la situación no hubiese ameritado su completa atención.

Le daría cinco segundos. Aquellos que no eran valientes, sólo necesitaban de cinco segundos.

Su tía se alejaba, Snape buscaba con la mirada y negaba, sin hallarlo. Orión se movía en el techo.

Cinco segundos.

Cinco segundos, un camino recto y una oportunidad.

Bellatrix cruzó el umbral, él dio un paso hacia atrás. Orión iba hacia donde estaba, se desviaba a último momento. Le pasaba por un lado.

La bruja miró hacia la constelación con los ojos entrecerrados; de pronto, extendía el brazo y tanteaba el aire. Draco contuvo la respiración y se movió más hacia atrás, arqueando la espalda un poco, sin retroceder con los pies.

Casi lo rozó.

Orión destelló más por un instante, captando la atención de su tía, que lo siguió.

No esperó a que se hubiese alejado ni siquiera un metro, no podía. Ella se daría cuenta, al avanzar más, de que era el sentido erróneo.

Cinco segundos. No podía pedir más. Merlín, que funcione, fue lo único que pensó, al lanzarse hacia adelante y cruzar la sala corriendo.

Bella podría haber puesto trampas, podría haber lanzado conjuros avanzados, magia oscura, podría haberlo resguardado de tal manera que sólo acercarse lo habría cortado en dos y dejado desangrarse hasta la muerte.

Si lo hubiese considerado una amenaza.

Si no creyese que todavía era el niño que recogió un día en su jardín y llevó a pasear, hablándole de magia, de divagaciones de su mente enferma.

El chillido de Bellatrix, aumentado por algún encantamiento, hizo temblar las paredes y le dio la sensación de que se le romperían los tímpanos. No se detuvo.

Prácticamente se arrojó contra su padrino, derribándolos a ambos por uno de los lados del sofá. Golpearon el suelo con un ruido sordo, se retorcieron, las punzadas les arrebataron el aliento. Una maldición arrojada a ciegas les pasó sobre las cabezas. Lo que debió ser un Avada se dirigió a su espalda, repelido por el escudo de su madre.

Los pasos de su tía eran firmes, decididos, a medida que se aproximaba. Draco tanteó los brazos de su padrino, su cara, sus costados, en busca de algo que lo sujetase, de un hechizo, lo que fuese.

Snape negó, emitiendo un sonido vago. Cuando se fijó en él, movió las pupilas hacia arriba, sin cambiar de posición. El adolescente buscó en el techo.

Una cuerda delgada, casi tan invisible como la que sostenía sus promesas-flores, pendía del techo, se le enroscaba, en varias bobinas a la vez, al mago. Tragó en seco.

Su tía lanzó otra maldición. Esa vez, Snape lo empujó contra el suelo para evitarla, pero la segunda caída produjo otro sonido, y ella lo captó.

—Te tengo —Bella se detuvo, ojos muy abiertos, sonrisa demente. La varita los apuntó, a pesar de que no podía verlos. No vacilaba.

Draco apartó a su padrino con un manotazo. Él, en cambio, jaló de sus brazos para quitarlo del camino. Forcejearon.

No.

No.

Snape estaba decidido. No podían levantarse en ese momento, estaban demasiado cerca para esquivarlo. En el mejor de los casos, sólo uno iba a repelerlo.

Sólo él.

No.

Cinco segundos de valor. Sólo cinco.

Su padrino soltó otro sonido vago, a través del encantamiento silenciador. Una orden, dedujo, de que se quitase.

Negó. Tuvo que lanzarse sobre él con todo su peso para derribarlo y resguardarlo del hechizo.

Apretó los párpados y rogó que el escudo de su madre aguantase, de nuevo.

Sin embargo, quien gritó después fue Bellatrix, no él.

Cuando alzó la cabeza de golpe, se dio cuenta de que una figura enorme, alada, había mordido el antebrazo de la bruja, haciéndola impactar contra una de las paredes, lloriquear. La varita, al deslizarse fuera de sus dedos, cayó al suelo.

Las escamas se notaban en las penumbras, las patas gruesas, el hocico largo, la cabeza redonda. Esas alas.

Merlín.

Harriet. Estaba viendo una imitación de Harriet. Era obvio quién lo hacía.

Adoraba a esa estúpida rata fea.

El rugido fue lo bastante realista para que la sala temblase. Bellatrix intentó, de la forma más absurda para una bruja, arremeter contra el dragón, consciente de que no era verdadero, pero Lep cerró la mandíbula en su hombro, y el dolor sí tuvo que serlo, por la manera en que gritó.

Tenían que moverse. Draco ignoró la reprimenda clara en los ojos oscuros de su padrino, al lanzar un hechizo de corte contra la cuerda. Bien, tendría que bastar. Todavía iría amarrado, pero libre.

Jaló de los brazos del mago al ponerse de pie, trastabillando. Su tía debió percatarse, porque se giró hacia el sonido de sus pasos. Hubiese corrido tras ambos cuando dejaron la sala, si Lep no hubiese saltado sobre ella para tumbarla.

Le iba a comprar comida nueva, una mejor, se juró. Le daría su propia cama. Maldición, iba dejarlo comer salchichas, si quería.

Arrastró a Snape cuando echó a correr por el pasillo contiguo, los sonidos de la pelea caótica dejada atrás.

La salida, la salida, la salida.

Los cinco segundos de valor se esfumaron hace rato. Quería largarse.

La salida, la salida, salida.

¿Dónde? ¿Dónde, dónde, dónde?

Sin encantamientos de rastreo, sin ayuda del Draco del techo. Sin hacer más ruido.

¿Cómo?

¿Dónde?

Tenía una sensación de déjà vu. Ya había estado sin magia antes, ¿no?

Había que resignarse a hacer ciertas cosas al estilo muggle.

Un estante se derrumbó con un ruido estridente, pasos se acercaron. Un rugido. Draco se lanzó contra una puerta antigua y la abrió con el peso de su cuerpo, el cuarto estaba vacío, a excepción de un juego de escritorio antiguo, lleno de polvo.

Una ventana de cristal, por alguna razón, daba a otra habitación interior. Bellatrix se aproximaba. Lep acababa de hacerla golpearse con otra pared y caer.

Adiós a la discreción, si es que tuvieron alguna.

Soltó a su padrino para tomar una de las sillas de madera, la alzó, tomó impulso, y la arrojó contra la ventana. Snape dio un brinco y lo miró con tanto horror como si se hubiese convertido en un Gryffindor de pronto.

—Los regaños luego —le espetó, quitando algunos vidrios del camino con un barrido de magia.

—¡Te sentí!

Maldición. Bellatrix se acercaba, ¿a dónde estaba la rata-dragón?

Empujó a Snape por la ventana, ignorando los manotazos de protesta que le daba por su brusquedad. Cuando él fuese el del escape, podía hacerlo como quisiera. Hasta entonces, no.

Se cortó las manos al sujetarse del marco para saltar al otro lado, el dolor ardiente le hizo tomar una profunda bocanada de aire, la sangre le manchó. Tiró de la manga de su padrino al abalanzarse hacia la siguiente puerta.

¿Dónde, dónde, dónde?

Tenían que irse lejos. Pronto.

Quería irse lejos. Nada más.

Apenas tuvo tiempo de percatarse de que el anillo brillaba y se calentaba. La puerta cedió. Por la velocidad a la que iban, ambos tropezaron y cayeron con otro ruido sordo contra un suelo de cristal, que no pertenecía a Nyx.

Draco volvió la cabeza, justo a tiempo para notar que el encantamiento de oscuridad no surtía efecto ahí. Ya no era el único que veía, y Bellatrix acababa de pararse en el umbral detrás de ellos.

Estaba manchada de sangre.

No pudo ni siquiera procesar esa idea que le dejó un peso frío en el estómago, porque lo siguiente que sabría era que su tía chillaba con fuerza bajo el peso de montones de criaturas diminutas de sombreros puntiagudos, que se arrojaban sobre ella.

Aturdido, vio alrededor. Las extrañas criaturas venían de todas partes, parecían multiplicarse, crecer. Los rodeaban en un círculo perfecto, los evadían, e iban directo contra la bruja, hasta que la tumbaron e inmovilizaron con cientos de pequeñas extremidades.

—Malfoy…¡Malfoy! —uno de ellos se acercó dando saltos y tumbos. Se detuvo frente a ambos, en una perfecta postura erguida, con las manos a los costados. No debía llegarle a la rodilla, estando de pie, el sombrero constituía casi el total de su estatura— ¡amo Malfoy!

Draco elevó las cejas. Su tía se sacudía y maldecía entre dientes, bajo las criaturas. Snape lucía estupefacto.

El anillo de los Potter era cálido contra su dedo anular.

Él no pudo hacer más que echarse a reír, soltando la tensión acumulada en ese instante.

Aquello había salido bien. Más o menos.


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