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Agosto por BocaDeSerpiente

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Domingo.

—¿…otra vez esa canción?

A pesar de que Harry pretendía poner una sonrisa de disculpa, sabía que no lucía como una. No se sentía para nada culpable.

—Amo esa canción —Se balanceaba sobre los pies, girando, en un alarde de destreza que él mismo se aplaudía, porque no cualquier chico de dieciocho años podía balancearse de ese modo y conservar el equilibrio al borde de una acera, un pie delante del otro, cuando la mitad de su sangre debía estar contaminada por el alcohol que compartían.

La idea de haber notado algo extraño en la manera en que Draco lo observó al sonreír, se desvaneció de su mente poco después de haberse formado. Harry le pidió la botella que llevaba, le dio un trago largo, y siguió con su ardua labor de destrozar su canción favorita de Oasis.

Cuando una segunda voz se le unió en su parte preferida, no pudo hacer más que sonreír como un tonto, observándolo seguirle el juego.

said maybe / you're gonna be the one that saves me —Draco saltó sobre el borde de la acera, uniéndose a él, y le ofreció una mano. Sin pensar, Harry lo sujetó y se dejó arrastrar, ahogando la risa, en esa vuelta que le hizo dar, despacio—. And after allyou're my wonderwall.

—Siento que wonderwall es como- como lo más tierno y lindo que le puedes decir a alguien que te gusta —Declaró, trabándose a causa de su mente embotada, y echándose a reír enseguida por lo extraño que sonó.

De nuevo, Draco le dio una de esas miradas largas, las que eran extrañas, y que solía dedicarle nada más cuando se encontraban a solas. Como en ese momento. Harry se encogía un poco cada vez que pasaba, cohibido, porque era la única persona del mundo que lo hacía sentir que podía ver a través de él.

Wonderwall —Draco sonrió de lado y dejó que siguiese caminando, tarareando la misma melodía, otra vez, desde el principio.

Harry seguía jugando a balancearse sobre una falsa cuerda floja, intercambiando la botella cada poco tiempo para otro trago. Su mirada fija, clavada en su espalda, lo hacía voltearse de vez en cuando, o darle miradas por encima del hombro.

—¿Qué? —Preguntaría él, con una sonrisa tonta que no podía controlar. Entonces Draco ladearía la cabeza, le devolvería la sonrisa, y contestaría con un divertido:

—Nada —Y dejaría que siguiese tambaleándose por ahí, entre risas estúpidas de las que no era consciente.

Cuando el suelo comenzaba a perder consistencia bajo sus pies, tras un trago largo, el mundo dio una vuelta brusca al girar la cabeza, que lo mareó. Harry decidió que era suficiente de moverse por la calle desolada que conectaba el centro de la ciudad con el área turística de las posadas y hoteles.

Y contra todo sentido de la autoconservación, señalaría uno de los árboles al pie del camino, y le haría pucheros a Draco.

—Oh, no —Sería su respuesta, negando—, esa es una pésima idea.

Pero cuando se apartó de golpe y Harry trastabilló al intentar ir hacia allá, Draco estaba ahí para rodearle la cadera y mantenerlo de pie, y por muy absurdo que fuese, aquello lo hizo sentirse feliz y afortunado. Incluso llegó a preguntarse si no podría exagerar su estado, más de lo que ya estaba de por sí, para recibir más atenciones de ese tipo.

Si no lo hizo, fue sólo porque temía que lo descubriese y se molestase de pronto con él.

En cambio, y para buena suerte del Harry un poco ebrio que flotaba en una nube de canciones Oasis y enamoramiento, fue Draco quien lo guio hacia el dichoso árbol, manteniéndolo contra su costado y dejando que se recargase en él. Pasaron por un momento difícil cuando Harry estiró los brazos para sostenerse de una de las ramas y su falta de equilibrio le impidió alzarse por su cuenta, y Draco soltó un suspiro dramático, que hacía parecer que cargaba con una tarea insoportable, y lo levantó unos centímetros, lo suficiente para que colgase las extremidades de un tallo bajo y se levantase lo justo para pasar una pierna. Una vez que consiguió estar tendido sobre la rama, estaba seguro de que todo iría bien.

Se sentó, las piernas a ambos lados del tallo, y le ofreció ayuda a su amigo para subir también, pero este bufó y la rechazó.

—Pagaría por verte subiéndote a un árbol con esa ropa tuya —Comentó, entre risas débiles. Desde abajo, él le frunció el ceño.

—¿Qué estás queriendo decir con eso?

—Oh- ya sabes —Le restó importancia con un gesto. Draco no pareció verlo tan simple—. Siempre estás tan arreglado, tan serio, eres tan, tan elegante. A veces actúas como si tuvieses diez años más que Blas, Ron y yo.

Él lo miraba boquiabierto.

—¡¿Me estás llamando viejo?! —Cuando chilla, Harry se cubre los oídos. El repentino movimiento lo hace tambalearse, y enseguida Draco está bajo él, por si necesita ayuda o se resbala. Y lo encuentra completamente adorable, sin motivo.

—No quería decir eso, es-

Si tuviese que contar, más tarde, qué fue lo que más impresionante de esa noche, sin duda, elegiría el momento en que Draco se arremangó la camisa, quitándose los gemelos de plata para guardarlos en uno de sus bolsillos, y se levantó un poco el dobladillo del pantalón hecho a la medida.

Harry lo siguió con la mirada cuando rodeó el árbol, probando puntos de apoyo por aquí y por allá, hasta que debió decidir que había encontrado el adecuado, porque presionó el pie en un hundimiento propio del árbol, se sostuvo de unas ramas bajas, y se impulsó hacia arriba. Y en unos segundos, se arrastraba por otro tallo y estaba al mismo nivel que él.

Le aplaudió y vitoreó el esfuerzo, y Draco respondió mostrándole el dedo del medio.

—Bien, me subí. No soy un maldito aburrido.

—Nunca dije que lo fueses —Le corrigió, con suavidad. La sensación de culpabilidad que lo atenazó debió verse reflejada en su rostro, por la manera en que el otro relajó su ceño—. Es increíble todo lo que haces, quedarte solo en esa casa tanto tiempo, tener todas esas- esas clases extras que te ponen tus padres-

—¿Las de música y arte o las de idiomas? —Él parpadeó, con aparente confusión, y Harry soltó un bufido de risa, demostrándole que era a ese punto al que se refería en particular—. Es de esperarse que sepa hacer esas cosas, no-

—Acabas de cumplir dieciocho —Lo interrumpió, más sobrio de pronto—, ¿por qué tendrías que saber hacerlas?

Draco no contestó por largo rato. Cuando Harry tuvo la vaga impresión de haberse pasado, con un tema que no discutían entre ellos jamás por su diferencia de puntos de vista, escuchó su murmullo:

—Me subí, así que ahora debes pagarme.

Elevó tanto las cejas que no le habría sorprendido que se perdiesen por debajo de sus mechones más rebeldes, que se la pasaban cubriéndole la frente.

—Eres quien menos necesita el dinero entre todas las personas que he conocido en mi vida —Se quejó, con incredulidad, pero dado que él no cedió, resopló y rebuscó en sus bolsillos algunos billetes. Draco le tendía la mano, a la espera.

Cuando se los ofreció, sin embargo, sujetó su muñeca y no el dinero, y tiró de él. Harry se estiró desde la rama en que estaba sentado, Draco hizo lo mismo con la propia, la distancia se acortaba rápido, rápido, muy rápido.

Luego lo besaba.

Un beso lento, tentativo, labios inseguros que buscaban el contacto y esperaban una reacción para saber cómo terminaría aquello. Dedos fríos le rozaron la mejilla, los sintió enredarse después en su cabello. El corazón le latía tan fuerte que el tronar en los oídos era el único sonido que existía para él, su cuerpo se deshizo, se convirtió en una masa temblorosa, sin forma definida, a merced de un tacto que intentaba ser cuidadoso, cuando nunca había tenido que serlo con alguien más.

Harry echó la cabeza ligeramente hacia atrás, cerró los ojos y entreabrió la boca, para invitarlo a continuar, a hacer lo que quisiese. Sus brazos se alzaban y sus manos lo buscaban a ciegas, deseoso de sostenerse de sus hombros para saber que iba en serio, que era real, que estaba pasando. Oleada tras oleada en su interior, las emociones eran demasiado fuertes al superponerse, para que pudiese identificarlas o imponer algún control sobre ellas.

Se dejó arrastrar hacia el torbellino interminable que eran sus caóticos sentimientos.

Y lo siguiente que sabría era que un crujido cortaba el aire y caía.


El mismo día, más tarde.

La siguiente situación es fácil de explicar. Siete de la mañana, un local pequeño y barato en un costado de la carretera, una mesa llena de comida grasosa, pan y cafés a medio beber, y cuatro adolescentes medio dormidos, medio atormentados por el dolor de cabeza.

A Harry le pesan los párpados, es difícil mantener los ojos abiertos; por otro lado, no puede descansar con ese dolor punzante, latente, en la cabeza, que se convertía en una aguja que le atravesaba el cráneo cada vez que miraba en una dirección diferente, o se movía a una velocidad normal. Sus amigos no parecen estar en mejores condiciones.

—¿Quién quiere una pastilla para el dolor de cabeza? —Tres manos se levantan para contestarle a Draco, que hace un esfuerzo por buscar en su teléfono algún lugar que venda las medicinas, con el ceño fruncido por encima del nivel de los lentes oscuros—. Blas, llévame a buscar las pastillas.

La verdadera muestra de lo mal que están ocurre cuando Blaise se saca las llaves del bolsillo y se las arroja, con un vago quejido, a la vez que se sostiene la cabeza con ambas manos. Su expresión es casi tan lamentable como aquel día en que a Ron se le ocurrió conseguir novia.

—Me mataré si conduzco justo ahora —Draco se pone de pie, arrugando la nariz, las llaves balanceándose entre sus dedos.

—Yo te llevo —Ron se mete una tostada completa a la boca al ponerse de pie, se tambalea con un quejido ahogado, y lo sigue hasta la salida del local. Lo último que escucha de él, antes de que hayan cruzado la puerta, es que su mejor amigo le pregunta si pueden comprar más bocadillos para el resto del camino, y al otro diciéndole que le comprara lo que quiera si cierra la maldita boca.

El silencio cae sobre la mesa, sólo interrumpido por el sonido de los cubiertos de otros clientes, y los pasos de la mesera de turno, que tiene que llevar el local por sí sola en la hora pico del desayuno. Harry gimotea cuando la aguja de dolor vuelve a partirle el cráneo por la mitad, empezando en la mandíbula, ante cada mordida que le da a las tostadas.

De pronto, Blaise lloriquea, frotándose la cara, y sus ojos bordeados de ojeras lo miran suplicante.

—¿Qué tanto hice el ridículo anoche?

Harry llevaba rato preguntándose lo mismo. Más o menos.

Recordaba haber despertado en el último asiento de un bus, el alargado, con la cabeza apoyada en la ventana y el dolor punzante en las sienes y las extremidades. Tenía unos raspones, un arañazo y un moretón, y no estaba seguro de cómo se los había hecho. Además, su pantalón estaba lleno de tierra y su cabello de hojas y ramitas.

Cuando abrió los ojos, abrumado por la repentina claridad del mundo, se encontró con que Blaise y Ron eran un enredo de extremidades a unos centímetros de él; uno empapado de pies a cabeza, el otro con la boca abierta y la mejilla cubierta de saliva. Draco estaba en uno de los asientos por delante de ellos, la espalda recargada en la ventana, las piernas extendidas y ocupando lo que sería un puesto para dos personas. En lugar de dormir, utilizaba el teléfono con expresión de fastidio y se masajeaba la sien.

Fueron a la calle de la posada, despertaron a los chicos entre sacudidas que los hicieron gimotear y mascullar, y recogieron el auto a duras penas. Blaise lo manejó cabeceando y entrecerrando los ojos cada poco tiempo, y pidieron el desayuno más grande que podían pagarse, cuando se dieron cuenta de que Ron quería devorar lo que estaba en el plato de los cuatro, casi sin notar que lo hacía.

No recordaba más que aquellas escenas. Tenía destellos de la noche anterior, eventos grabados en el fondo de su mente, como haber bailado, el pinchazo de los celos, el haber descubierto a sus amigos besándose en un callejón. Luego todo se tornaba confuso, pensaba en su canción favorita, un árbol, y una extraña sensación que no creía que fuese lo que pensaba.

—¿Qué es lo que recuerdas? —Supuso que era el mejor comienzo posible.

Blaise estrechó los ojos y puso tal cara de concentración que fue casi doloroso mirarlo. Volvió a frotarse el rostro.

—Dime que no me lancé sobre Ron cuando lo escuché decir que estaba molesto porque pensó que salí con Draco —Harry lo observó boquiabierto, lo que causó que su amigo enrojeciese poco a poco—. Eso no fue lo que pasó y acabo de contarte un sueño que tuve, ¿cierto?

Parpadeó.

—Oh, no,  te lanzaste sobre él —Hizo ademán de asentir, pero se arrepintió enseguida por otra punzada de dolor, así que optó por hacer girar su cucharilla dentro de la taza de café y mantenerse enderezado—, no sabía que había sido por esa razón, pero sí. Los encontramos besándose…te estabas comiendo su boca, más bien —Harry le sonrió a medias, dándole una patada por debajo de la mesa, sin fuerza.

Blaise soltó una risa estrangulada, cortada por otro quejido.

—Lo besé, lo besé- oh, en serio- lo besé- y no…¿cómo…? No, no, no…—Se inclinó despacio, apoyó la frente contra la mesa y se quedó allí, lamentándose durante varios segundos con un hilo de voz. De pronto, presionó las palmas en esta y se alzó de golpe, parpadeando por un repentino mareo que lo azotó. Vio a Harry y boqueó—. Él lo hizo, ¿verdad?

—¿Qué?

—Tú- ya sabes- —El chico gesticuló con las manos, lento, y aguardó—. ¿No? —Lucía verdaderamente confundido cuando no obtuvo una respuesta inmediata. Después se recargó en el borde de la mesa, inclinándose hacia él— ¿así que nada de nada? Draco me había dicho-

Se cortó con un ruido débil y le frunció el ceño a la mesa, como si esta fuese el culpable de todos sus males.

—¿Qué dijo? —Inquirió, estirándose sobre la superficie lisa que los separaba— ¿algo sobre mí?

Blaise apretó los labios y movió el dedo índice de lado a lado, ante su cara.

—Si él no te dice nada, yo no te puedo decir nada —Declaró, solemne, reclinándose en el respaldar de su asiento—. Tenemos un trato —Y ya que él no hizo más que observarlo con las cejas alzadas, le arrancó un suspiro—; bien, de acuerdo, es en serio, ¿sabes? Hicimos un juramento. Yo guardo sus secretos, él guarda los míos. Es de estas cosas locas que haces cuando estás aburrido y conoces a alguien de toda la vida.

La leve incomodidad de los celos lo hizo carraspear. Sólo es Blaise, se dijo, sólo es Blaise siendo Blaise.

Terminaron de desayunar en silencio, cada uno sumido en sus propios pensamientos. Cuando los chicos estuvieron de vuelta, Draco arrojó un blíster de pastillas para el dolor de cabeza entre ambos, les dio las indicaciones para tomarlas, y Ron, llevando una bolsa de papas recién comprada, seguía atragantándose de comida, y comenzó a platicarle con la boca llena.

—…deberías casarte conmigo. Te casarás conmigo para que no me quede solo por el resto de mi vida, me comprarás las pastillas para después de la resaca…será perfecto —Blaise sonaba más lamentable que antes incluso, al rodearle la cadera a Draco y enterrar el rostro en su torso. Junto a él, despacio, Ron dejó de prestarle atención a sus bocadillos, y frunció el ceño.

—Ya, ya. No te pongas en modo gay depresivo —En respuesta, le palmeó el hombro a su mejor amigo, mientras que Blaise continuaba quejándose contra él. Draco rodó los ojos y alternó la mirada entre ambos, como si les pidiese auxilio.

Harry se encogió de hombros, Ron ni siquiera reaccionó más que para dirigirle una mirada desagradable. Se percató de que Draco se fijaba durante unos segundos más de lo necesario en él, con una expresión pensativa, y luego arrastraba a Blaise lejos de la mesa; se perdieron de su vista enseguida, y Harry escuchó a su amigo soltar un indignado bufido.

—Están saliendo —Juró, entre dientes. Casi podía verlo temblar de la frustración—, definitivamente están saliendo.

Él elevó las cejas, Ron enrojeció bajo su escrutinio y apartó la mirada.

—Draco dijo que no lo están —Mencionó en un susurro, ganándose un vistazo despectivo de su amigo, que nunca se habría imaginado que sería capaz de darle.

—Pues entonces debería dejar de actuar como si lo estuviesen.

—Ellos no actúan-

Ron apuntó hacia un lado. Al desviar la mirada en dicha dirección, se percató de que Draco había tomado asiento sobre una de las sillas estrechas y altas de la barra de desayuno y escuchaba una especie de explicación de Blaise, que no dejaba de gesticular y tirar de su brazo, hasta que lo hizo apretarse el puente de la nariz y contestarle con el ceño fruncido.

—No creo que eso sea actuar como una pareja —Argumentó, pero su amigo permaneció irracional, cruzándose brazos y mirando mal a Draco durante todo el rato.

Tan pronto como pagaron y estuvieron de vuelta, los cuatro regresaron al auto estacionado afuera. Blaise decidió que estaba en condiciones de conducir y se pasó a la parte delantera, y cuando Ron hizo ademán de ponerse de copiloto, casi chocó con Draco, a quien observó como si estuviese dispuesto a saltar sobre su yugular. Él, por el contrario, le sonrió con presunta inocencia, abrió la puerta y se acomodó junto al conductor.

Ron se lanzó sobre el asiento de atrás con el rostro rojo y los ojos fijos en la cabina delantera, y Harry comenzó a tener sus propias dudas cuando también se sentó. Como le era usual, se inclinó hacia el asiento de Draco y estiró los brazos por encima de sus hombros, buscando el equipo de sonido, hasta que un agarre en la muñeca lo frenó.

Miró a Draco. Este, a su vez, lo vio a él y negó, despacio, con cuidado.

—Voy a hacer mi buena acción del día por esos dos idiotas —Le guiñó, procedió a volver a ponerse los lentes, y se reclinó en el respaldar de la silla, tomándose la tarea de buscar una canción por sí mismo cuando el vehículo se puso en marcha.

—¡No! —Blaise brincó en su puesto cuando la intro dio inicio, retorciéndose después—. Draco Lucius Malfoy, ¿cómo me puedes hacer esto? Estoy conduciendo.

I wasn't jealous before we met / Now every woman I see is a potential threat —Draco se colocó de lado, pinchándole un costado a su compañero con el índice. Tenía la sonrisa maliciosa de alguien que sabe bien lo que está causando, y le hizo pensar a Harry que no era una buena acción en sí—. And I'm possessive, it isn't nice.

Blaise meneó la cabeza, mordiéndose el labio para retener una sonrisa.

—No, tú me fuiste infiel musicalmente apenas ayer. Anda a cantarla con Harry.

—Sabes que es esa nuestra canción —Nadie tenía que decirle que la rigidez que se apoderó del cuerpo de Ron, sentado a su lado, tenía relación con la manera en que utilizó un especial énfasis en ese término. Podía ver hacia dónde iba aquello—. ¿Me vas a dejar cantándola solo? Incluso si te digo...Don't go wasting your emotion.

—Estás matándome —Blaise se quejó, entre risas ahogadas, cuando él volvió a pincharlo—, Draco, hey- tengo que estar concentrado en el camino, lo sabes.

Lay all your love on me…

—Oh, maldición, no puedo —Cuando cedió, se enderezó en el asiento y se aclaró la garganta. Draco lo aplaudía para animarlo. Ron tenía la mandíbula tan apretada que suponía debía resultarle doloroso—. Don't go wasting your emotion / Lay all your love on me / Don't go sharing your devotion…

La canción no había terminado cuando Ron gritó:

—¡Cambio de puesto! ¡Cambio de puesto, ahora, ya, de una vez! ¡Cambia conmigo, Malfoy! —Y se arrojó contra el espacio entre ambos asientos delanteros, moviendo brazos y piernas y retorciéndose para cruzar al otro lado. Blaise jadeó, Draco lo empujó, y hubo un instante de pánico absoluto en el auto cuando el conductor del grupo perdió el control del volante, antes de que lo recuperase y se hubiese orillado, para dejar que los chicos cambiasen—. Es que Harry es insoportable en las mañanas —Fue la excusa que utilizó después, cruzado de brazos en el asiento del copiloto y poniendo su propia música. Harry, que estuvo callado hasta entonces, le atinó una patada a la parte de atrás de su silla, que le ganó un regaño histérico de Blaise.

Cuando Draco se sentó junto a él, cruzó las piernas y siguió sonriendo, orgulloso. Adelante, tras unos momentos de tenso silencio, Ron se inclinaba un poco más cerca de Blaise y comenzaban a hablar en voz baja, las palabras amortiguadas bajo el sonido de los parlantes.

Estaría feliz por ellos, si conseguían aclararlo.


Por supuesto que sus amigos hacían cualquier cosa, excepto aclararlo, cuando llegaron a la siguiente parada.

—…estás actuando como un inmaduro, no te puedo entender si eres tan irracional.

—¡¿Irracional?! ¡Yo no soy irracional! ¡Eres tú quien dice una cosa y hace otra!

—¿Qué he hecho, que contradiga lo que digo? ¡Ron...! ¡Ron, maldición, vuelve aquí! ¡Ronald Weasley! ¡Ron!

Harry casi sentía lástima por Blaise. El pobre chico tenía que apretar el paso para alcanzar a Ron, con sus zancadas largas y veloces, y recibía un rechazo tras otro cuando este se quejaba, incapaz de expresar lo que en verdad le preocupaba, y se sacudía de su agarre cada vez que lograba sostenerlo de nuevo.

—…no tienen futuro, ¿cierto? —Pregunta a Draco.

Están en su último destino, la cabaña vacacional que bordea el lago donde los cuatro se conocieron. Era una simple cuestión sentimental, que ninguno admitiría, lo que los llevó hasta allí en primer lugar, y aunque no decían que era el sitio elegido por ese motivo, todos lo sabían.

Aún recordaba ese verano extraño. Sus padres hablaron con Molly y Arthur Weasley para llevarse a los chicos menores con ellos durante un fin de semana; a pesar del aspecto lujoso del exterior, adentro era cálido, de un ambiente familiar y cómodo, y el grupo de niños (que, por aquel entonces, consistía en Harry, Ron, Ginny y los gemelos), podían corretearse y jugar por los alrededores sin molestar a nadie.

Decir que los Malfoy visitaban el lugar todos los años era una alusión humorística. Draco sólo tenía ocho años en aquella época, llevaba unos cinco días hospedado cuando ellos llegaron, y sus únicas compañías eran una nana y otro niño de su edad, Blaise, a quien su madre debió haber confiado a los padres del primero, que tuvieron que salir a un viaje de negocios que no podían cancelar sin importantes repercusiones para su compañía.

Los gemelos vaciaron un balde de agua del lago, por accidente, sobre un pequeño Draco que almorzaba en una mesa en el exterior. Ellos todavía juraban que no lo vieron cuando se asomaron por el borde de la terraza para botar el contenido. El resultado fue un iracundo niño caprichoso, rojo hasta las orejas de pura rabia, con su perfecta ropa hecha a la medida sucia, su comida arruinada, y dinero suficiente para que el dueño de la cabaña los desalojase con un chasquido de dedos.

La nana de Malfoy estaba al borde de un colapso nervioso, cuando su pequeño prácticamente le gruñía al intentar envolverlo con una toalla y secarle su cabello rubio. Blaise, que sólo se salvó porque fue acompañado por la mujer hasta el baño de la cabaña, y se lo encontró empapado a su regreso, fue quien se percató de las cabezas pelirrojas que observaban, aturdidos, desde arriba, y gritó y los señaló como culpables.

Luego todo fue caos y confusión en la recepción de la cabaña, James reuniendo a los Weasley menores detrás de ellos y pidiendo explicaciones, Lily disculpándose, la nana hacía un esfuerzo por conservar la calma. Draco tenía un berrinche y exigía que se llamase a su padre, y en un parpadeo, habría un torbellino de movimiento en el pasillo cuando apuntase a los Weasley y hablase sobre sus ropas horribles, viejas y sucias de pobretones, y cómo era obvio que jamás podrían pagar por la suya recién arruinada, y Ron y Ginny se lanzarían sobre él. Blaise se metería en medio, Harry sería apartado por su madre, James intentaría detenerlos.

El Draco de ocho años se echó a llorar cuando le golpearon el rostro, y soltó un chillido tan atronador que los demás se detuvieron en el acto, inclusive los adultos, sorprendidos de que un niño tan pequeño pudiese llegar a ese nivel al quejarse.

Nunca sabría a qué términos llegaron sus padres con la nana del niño. Pero ese mismo día, a la hora de la cena, había otra mesa puesta en el exterior de la cabaña, con vistas al lago, y Draco y Blaise estaban invitados a la comida, donde Lily haría de intermediaria para que los hermanos se disculpasen por haberlo empujado y golpeado y el mismo Draco, entre dientes, dijese que no debió meterse con ellos. Lo consideraba un verdadero logro; su madre era la única persona en el mundo que había conseguido una casi disculpa de él.

Blaise se acoplaría a ellos enseguida, al levantarse después de comer para preguntar si podía unirse al juego de escondidas que iban a llevar a cabo. Draco, en cambio, permanecería en su asiento, en silencio, frente a los adultos.

Esa noche, su madre le había contado por qué Blaise y Draco no estaban con su familia en el viaje, y aunque Harry pensaba que el segundo niño era un idiota por haberse metido con los Weasley, se sentiría mal por él, y lo arrastraría a nadar con ellos la mañana siguiente en el lago, ignorando las muecas de disgusto de Ron.

Para el final del domingo, cuando empacaban para regresar, Lily se había encariñado con esos niños que sólo contaban con una nana, y al descubrir que vivían en la misma ciudad, serían invitados a casa de los Potter un par de veces, para que no pasasen tanto tiempo solos en sus respectivos hogares. El haberse acercado a él, inevitablemente, significaba que Ron también estaba incluido en el paquete, y de algún modo, no terminaron matándose durante unos meses.

Al año siguiente, a Harry lo cambiaban a una escuela importante, cuando James era ascendido, y quedaba en el mismo grado y sección que Draco. Blaise estaba ahí, pero en otro salón.

Después tenía pocos recuerdos importantes donde esos dos, al igual que los Weasley, no estuviesen presentes.

Diez años más tarde, Harry estaba sentado en una piedra junto al borde del lago, con las piernas flexionadas contra el pecho y un brazo en torno a las rodillas. Draco permanecía de pie, la espalda recargada en el tronco, el teléfono en mano y los lentes oscuros puestos.

—Tal vez sí —Ante su mirada incrédula, él se limita a cabecear en dirección a los chicos. Una brisa fuerte le arrancó una bolsa casi vacía de las manos a Ron, y al girar para tomarla, encaraba a Blaise, que la atrapaba para él y lo veía con una expresión suplicante, como si esperase mejorar su humor con el gesto—, Blas es insistente. Todo dependerá de esta noche.

—¿Qué hay esta noche?

Draco se encoge de hombros en respuesta.

—Nada, el problema es mañana.

—Mañana volvemos —Su compañero asiente, con aire pensativo.

—Blas va a pasar una temporada en Canadá, Weasley se queda aquí. Si no es ahora, ¿cuándo? —Al extender las manos, lleva a cabo un gesto tan dramático y teatral que Harry podría haber sonreído, si una sensación incómoda no comenzase a asentarse en el fondo de su estómago.

—¿Y tú por cuánto tiempo te vas? —Cuestiona, tras un momento de silencio. Draco forma una línea recta con los labios, y para su sorpresa, guarda el teléfono, suspira, y se sienta a su lado, empujándolo para obligarlo a abrirle un espacio donde no se ensucie tanto como lo haría en el suelo.

Los Malfoy querían que su hijo viviese en Francia, cuna de la familia, hasta considerarlo un heredero lo bastante apto como para ocuparse de los bienes con que contaban. Aquello suponía una medida muy imprecisa de tiempo para su gusto.

—Hablé con mi tía Meda hace poco —Harry se limita a apoyar la cabeza, de lado, sobre sus rodillas, de manera que lo observa al hablar. Su tía Andrómeda, por lo que sabía, era la única del lado de su madre que se había negado a irse a otro país sólo para seguir lo que los Malfoy, los Black y otras familias semejantes, llamaban "preparación para la adultez". Ellos se llevaban bastante bien—. Me dijo…

Otro de los quejidos histéricos de Ron cortó el aire. Ambos voltearon la cabeza, a tiempo para notar que el chico caminaba hacia la cabaña, rojo hasta las orejas. Blaise todavía lo seguía.

Pobre Blas.

En el instante en que Draco se aclara la garganta, vuelve a fijarse en él.

Permanecen en silencio durante unos segundos.

—Ella dijo que me quede, que esté en su casa. Mi prima dejó un cuarto cómodo, vacío, cuando se mudó a la residencia estudiantil. Mi tía- cree que debería elegir lo que quiero estudiar y si más adelante voy a trabajar según lo que mis padres esperan.

Harry tiene los ojos abiertos de sobremanera. Él lo mira de reojo, labios apretados, ceño apenas fruncido. Como si esperase una respuesta a su dilema.

—Tu padre enloquecerá —Balbucea, porque sabe que es verdad, y Draco asiente, consciente de lo mismo—, a tu madre le dará un infarto.

—¿Estás intentando que eche a correr hacia Francia?

Hay tanta amargura, dolor, en la manera en que lo dice y luego lo observa, que sólo siente culpa al negar.

—No quiero irme —Lo escucha decir, después de unos segundos en que nada más que las ráfagas de aire los alteran.

No te vayas, quiere decirle.

Pero no lo hace.

Otra fuerte ráfaga de aire lo obliga a echarse el cabello hacia atrás. Mientras tanto, Draco flexiona las rodillas contra el pecho y las rodea con sus brazos. Tiene los ojos puestos en la superficie del lago.

—Vientos de agosto —Musita—, mi nana decía que siempre traían cambios. Aparentemente, no.

Cuando el chico entierra el rostro en su brazo, Harry siente una punzada que le atenaza el pecho, y la irremediable impresión de que esperaba algo de él que no le dio, y el momento había pasado.

Y era doloroso.


Harry puede decir que, en el fondo, está contento de haber encontrado a Ron y Blaise besándose sobre una de las camas de la habitación que compartían, cuando vuelve después de un rato en la sala de juegos de la cabaña. No han consumido alcohol, así que significa que van por buen camino.

Por otro lado, es horrible eso de encontrar a dos de tus amigos devorándose la boca donde tú querías acostarte a descansar un rato.

No recordaba haber huido de un lugar tan rápido como lo hizo ese día.

Se pone a vagar por los pasillos, después por las terrazas, preguntándose cuánto tiempo les tomará estar en una situación menos comprometedora. Conociéndolos, era probable que estuviesen haciendo más que besarse para ese momento, y Harry no necesitaba ese trauma ni la imagen mental dentro de su cabeza.

Si tenía que ser sincero, no pensó de inmediato en ir con Draco, porque supuso que ya estaría charlando con otro de esos chicos tontos, que no podían presumir de nada más que la cara bonita, y revoloteaban a su alrededor igual que moscas. Y él no estaba en una situación en que pudiese soportar ver a Draco besando a alguien más, un brazo en torno a su cadera, una mano que no demoraría en bajar desde esa altura, esa sonrisa en que se mordía el labio y advertía, para quien lo conociese bien, de que aquello iba a alcanzar otro nivel.

Lo había visto demasiadas veces.

Sin embargo, cuando se acerca lo suficiente al lago, descubre que el chico que flota en la superficie, boca arriba, con los lentes oscuros y unos audífonos diseñados por buceadores para soportar estar varios metros bajo el agua, es el único que hace que su corazón lata más rápido y un nudo le cierre la garganta.

Si no es ahora, ¿cuándo?

Draco tiene razón en una cosa. Y él sabe que podría ser su última oportunidad, y que se arrepentirá si no lo hace, que el corazón se le romperá si lo ve partir al aeropuerto, porque es un idiota y no puede soltar esas palabras que se le traban en la punta de la lengua y le tambalean los cimientos del pequeño mundo estable que ha construido, haciendo caso omiso de la mayor parte de sus emociones.

Porque decirlo, supondría derrumbar ese mundo.

Porque decirlo, lo dejaría expuesto.

Porque decirlo-

Es demasiado.

Está más allá de él.

Pero, si por tener miedo a su reacción, se perdiese esos posibles últimos momentos con él, el arrepentimiento será aún mayor. Y también lo sabe, cuando se recoge el dobladillo del pantalón hasta las rodillas, se quita los zapatos y calcetines, y se mete al agua con cuidado, despacio.

El movimiento del líquido no basta para alertarlo. Tiene los ojos cerrados por debajo de los lentes, y una expresión serena, y-

Y Harry tiene tantas ganas de besarlo que le quema, que le duele, y lloriquea por dentro.

Si muriese sin haber probado sus labios, habría sido una vida muy vacía y sin sentido.

La mano le tiembla cuando sujeta uno de los audífonos de Draco y se lo quita. El chico se sacude en respuesta, se hunde, y emerge del agua tras unos segundos, los lentes en una mano, el cabello rubio pegado al rostro y escurriendo, un ceño fruncido que se relaja al divisarlo.

Hace ademán de recuperarlos y Harry da un paso lejos, levantándolos en el aire.

—No empieces —Pide él, con un cansancio inusual, al que no puede encontrarle una causa. A menos que-

Pero Harry vuelve a apartarse cuando Draco intenta tomar sus audífonos, porque si sólo puede conseguir su completa atención de ese modo, una última vez, entonces lo hará. Es lo mejor que se le ocurre.

—¿Qué estás escuchando? —Sin esperar respuesta, se los coloca, dando otro paso lejos, con dificultad, cuando él se estira para arrebatárselos.

Su sonrisa se congela tras un instante, cuando escucha la canción y se da cuenta de que, por primera vez en su vida, acaba de ver a Draco Malfoy bajar la cabeza, ruborizado.

—Esta…en serio, en serio, es la canción más cursi del mundo.

Draco le chistea para que se calle. Su ceño fruncido en el rostro teñido de rojo es lo más adorable que ha contemplado alguna vez, y su corazón se salta un latido y enloquece, en señal de acuerdo.

—Ginny me la pasó hace unas semanas y me gustó —Él se excusa con un encogimiento de hombros, la falsa indiferencia no funciona si luce así.

La canción llega a su fin y la intro se reproduce de nuevo. Harry boquea, y sin querer, suelta una risa ahogada.

—La tienes en repetición —Señala, la emoción que le inunda el pecho es cálida y hormigueante, y nunca le ha parecido que Draco sea más bonito que cuando traga en seco y titubea, antes de contestar, cruzándose de brazos.

—Es una buena canción, ¿de acuerdo? Todos- tenemos- nuestras- canciones- tontas- —Forcejean cuando se estira para volver a intentar quitarle los audífonos. Harry lo esquiva una y otra vez, y de pronto, están en el borde entre la laguna y la tierra, Draco escurre gotas por doquier, y él mueve la cabeza al ritmo de la canción, sólo para fastidiarlo más—. ¡Maldición, no es para tanto! —Estalla, apretando las manos en puños—. Tú tienes Wonderwall, pues yo tengo The best thing. No tiene nada de raro.

—Nunca dije que fuese raro —Aclara él, con suavidad—, sólo que era muy cursi.

—Bien, ¿y qué? —Draco carraspea y lucha por acomodarse su cabello húmedo con las manos, los movimientos son erráticos, acelerados—. Sólo ríete si te vas a reír, dame mis audífonos y vete a la mierda.

—No me estoy riendo —Se encoge un poco bajo la mirada desagradable que le dedica. De acuerdo, se rio antes, pero ya no lo hacía más, y se lo hace ver al regresarle sus pertenencias—. Si es- si es como Wonderwall para mí —Menciona, cuando está apagando los audífonos y doblándolos de esa forma tan rara en que pueden hacerlo, para guardarlos—, ¿entonces quisieras ser la mejor parte de alguien?

Ver a Draco enrojeciendo podría convertirse en su nueva actividad favorita.

—Sólo cállate —Le da un golpea débil en el hombro; es inútil, Harry está sonriendo como un tonto, porque la sensación de derretirse por dentro es incontrolable, indetenible.

Él frena un instante y lo observa, y además del ruido que producen las repentinas ráfagas de aire de vez en cuando al sacudir los árboles cercanos, el resto es silencio. Luego Draco desvía la mirada.

—No es como si yo lo fuese —Comenta, con aparente indiferencia, dirigiéndose a una de las mesas colocadas en el exterior para recoger su toalla y ponérsela sobre la cabeza. Se empieza a secar un costado del cabello con una mano—, ya sabes, la mejor parte de alguien. Es una idea estúpida.

La pregunta se escapa, antes de que pueda pensar en retenerla.

—¿Cómo sabes que no lo eres?

Y Draco lo mira directo a los ojos cuando le replica:

—Porque cuando quiero a alguien, al parecer, esa persona quiere que me vaya lejos.


Harry tiene otro recuerdo, vago por instantes, nítido en momentos si se concentra lo suficiente en las imágenes.

Tiene once años, es un fin de semana. Hay un torneo de esgrima, uno de los importantes, de esas competencias que traen los trofeos enormes y dorados y los certificados que todo padre desea que su hijo consiga cuando lo inscribe en una actividad deportiva. Está sentado en la fila que debería ser para los familiares, Blaise a su lado, la nana de Malfoy en el otro asiento; Ron no había podido ir, pero recordaría cómo insistió en preguntarles sobre lo que pasó, y celebró igual que ellos cuando Blas le mostró el vídeo que la nana tomó del encuentro de la final.

Entonces habría un segundo, fugaz, imperceptible para quien no estuviese en proceso de memorizar sus expresiones, al finalizar, en que Draco se quitaba la máscara y bajaba la espada de punta roma para competir; tenía el cabello pegado a la frente por el sudor, las mejillas arreboladas a causa del esfuerzo, jadeaba.

Ojos grises barrían con la multitud mientras anunciaban los resultados, y a pesar de que sonreía a sus puestos y saludaba con una reverencia practicada a la cámara de su nana, su mirada estaba llena de la decepción de alguien a quien le faltó lo único que en verdad hubiese querido.

Sus padres no pudieron ir. Más tarde, llegarían a la Mansión con regalos para su único hijo, y tendrían una de esas contadas cenas juntos, en que Narcissa lo miraba como si fuese el sol ante el que ambos orbitaban, y Lucius no dejaba de negar, con esa diversión fría que nadie más expresaría, acerca de sus ocurrencias. Pero por entonces, ninguno tenía idea, y lo único que Draco sabía era que volvían a faltarle.

Si Harry hubiese tenido que describir el tipo de mirada que le echó cuando dijo esas palabras sobre quererlo lejos, habría dicho que fue igual a aquella.

Una muy herida.

Harry lo había herido. Y jamás se había sentido tan miserable en su vida.

—…hey, compañero —Ron irrumpió en su proceso tortuoso de mantenerse encogido dentro de una manta, sentado en el tronco seco a orillas del lago, y con la mirada fija en la fogata recién encendida que crepitaba. Anochecía. Su mejor amigo se sentó a su lado, con las piernas extendidas frente a él—, ¿qué pasa?

Le contestó sin mirarlo, con voz monótona:

—Me lamento de cada segundo de mi existencia.

Una breve pausa.

—Bien, de acuerdo —El chico junto a él carraspeó. No necesitaba verlo para imaginar las señales de auxilio que le dedicaba al otro, hasta que el tronco crujió bajo un tercer peso, en el momento en que Blaise se sentó a su otro lado, palmeándole la espalda.

—Hola, amigo —Harry se limitó a responder con un sonido vago y mudo, y casi podía sentir la manera en que intercambiaban miradas por detrás de él.

—Sé lo de ustedes, tranquilos —Indicó, al imaginarse que intentarían decírselo. Ambos dieron un brinco—, Draco y yo esperábamos que hubiesen llegado a eso antes de mañana, con suerte.

La simple mención de su nombre volvió a hundirlo. Se quejó por lo bajo, enterró la cabeza en la manta y pensó, distraído, que aquello era mil veces peor que la resaca más fuerte (lo que, de acuerdo de los cuatro, solía ser el peor mal del mundo).

—Así que…—Blaise hizo otro intento, hablándole con suavidad—. ¿Draco y tú se pelearon?

—No.

—¿No se pelearon? —Inquirió Ron, con incredulidad. Él sacudió la cabeza.

—¿Te dijo o hizo…ya sabes, algo? —Al ladear la cabeza, notó que Blaise gesticulaba para apoyar sus titubeantes palabras— ¿algo que demostrara que tiene sentimientos debajo de toda esa superficialidad y yo-soy-lo-mejor-del-mundo-Malfoyesco?

Harry no reaccionó.

Sentimientos. Claro que Draco tenía sentimientos. Quería fruncirle el ceño por ponerlo de ese modo.

Pero puede que hubiese sido lo único que le hacía falta para terminar de unir los puntos, hacer esas conexiones a las que no veía sentido hasta entonces, juntar las piezas dispersas dentro de su cabeza.

Draco tenía sentimientos por él.

Se enderezó, se palmeó la frente y se llamó estúpido en voz alta, sólo para descubrir que sus dos amigos lo observaban como si temiesen por su estabilidad mental. Él se levantó de un salto, dejando caer la manta, y barrió el patio en torno al lago con una veloz mirada. Nada.

Debía estar en el cuarto. Maldición, que no se hubiese ido con un chico para desquitarse el mal humor, porque Harry estaba en un estado capaz de abalanzarse sobre cualquiera que le hubiese puesto un dedo encima y romperle la cara.

—…creo que lo acaba de entender él solito —Escuchó el comentario de Blaise.

—Fue por nuestra precisa intervención en el momento justo. Somos los mejores —Le siguió Ron, ambos chicos chocaron los puños. Harry rodó los ojos, les avisó que volvía en un rato, y corrió por la extensión de césped que aún los separaba del edificio.

Lo último que oyó de sus amigos al marcharse, fue a Blaise diciéndole que se tomase su tiempo, y un sonido ahogado de Ron, quizás por la sorpresa. Decidió no mirar por encima del hombro y descubrir por qué.

Alguien estaba utilizando el órgano de la sala de estar de la cabaña cuando cruzó el recibidor y fue hacia el pasillo que daba a las habitaciones.

El cuarto que alquilaron estaba vacío. Los espacios, divididos para tener dos camas cada uno y un área común en el centro, impecables, como si nadie hubiese estado ahí esa tarde.

¿Dónde, dónde, dónde…?

Volvió sobre sus pasos, se asomó en la sala de juegos, en las terrazas. Consideró preguntar a la recepcionista, cuando la melodía del órgano cambió, y algo hizo click con esa intro dentro de su cabeza, trayéndole otro recuerdo.

Trece años. Draco está de espaldas a él, concentrado en su práctica en el órgano enorme de la sala de talentos de los Malfoy, donde están los instrumentos musicales y para pintar. Harry había pensado, por primera vez, que era precioso. Poco después fue que llegó a la conclusión de que le gustaba su amigo.

Desde entonces, asociaba la pieza, aún sin conocer su nombre o autor, a esa emoción cosquilleante que le nacía en el pecho y se extendía en olas de calidez por su cuerpo.

Se detuvo bajo el umbral que daba hacia la sala, con una exhalación temblorosa atrapada en la garganta.

El lugar era diferente, la escena no. Draco continuaba de espaldas a él, la mirada fija en el instrumento, las manos sobre las teclas. Era el único a esa hora en el salón; parecía absorto en su tarea.

Los sentimientos que tuvo en ese entonces por su amigo de trece años, seguían ahí. No sólo intactos, más fuertes que nunca.

No podía escapar de aquello, incluso si quería perder más tiempo intentándolo.

Arrastró los pies al caminar en su dirección. Draco debió notar que se acercaba, porque no se puso rígido cuando se sentó en el espacio libre que quedaba de su asiento acolchado; tampoco se detuvo para verlo, hasta que tocó las últimas notas de la melodía.

Suspiró.

—De verdad no tienes que sentirte mal, ¿sabes? —Diría, en un susurro cuidadoso, medido—. No fue- no es como si- —Gesticuló para darse a entender, pero en su lugar, se enredó y arrugó un poco el entrecejo, y Harry podría jurar que no encontraría a alguien que le gustase más que él, con su dificultad para mirarlo a los ojos y su expresión hastiada y avergonzada—. Le prometí a Blas que, porque podía ser el último fin de semana que estuviésemos aquí, iba a...explicártelo.

Calló.

Harry tenía varios comentarios burlones en la punta de la lengua, sobre su definición de "explicar" y lo terrible que lo hizo, pero no pronunció ninguno. En cambio, sujetó su mejilla para girarle el rostro, sonrió, y se inclinó más cerca de él.

—No te vayas, por favor —Musitó sobre sus labios. Y lo besó.

 

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