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Agosto por BocaDeSerpiente

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Lunes.

—…no.

—Sí.

—No.

—Sí.

—No —Draco intentaba, sin éxito, ahogar la risa contra sus labios, mientras Harry también fallaba al convencerlo.

Compartieron un beso largo, lento, puede que todavía un poco exploratorio e inseguro. Los dos estaban contentos; no querían arruinarlo. No tenían prisas por redescubrir al otro, con esa sensación hormigueante que les llenaba el cuerpo y hacía más difícil unir los hilos de sus pensamientos.

De a ratos, Harry no quería más que compensar el tiempo de dudas, subiéndose a su regazo y besándolo hasta que a ambos les faltase el aliento y estuviesen seguros de haber memorizado el contacto del otro. Luego volvía a apoyar la cabeza en su hombro, se dejaba acomodar la manta que utilizaban los dos, sentía a Draco recargarse en él, y se decía que aquello también era correcto. Más que sólo correcto.

—Está bien, yo lo haré —Decidió Blaise, en su lugar, y tres adolescentes le dieron miradas con diferentes grados de incredulidad cuando sujetó la guitarra y procedió a apoyar un lado sobre su muslo, y probar las cuerdas—. ¿Qué? —Les espetó, al darse cuenta de cómo lo veían, arrugando el entrecejo—. A mí también me hicieron tomar montones de clases desde niño, no sólo a Draco.

Con un bufido indignado, que se convirtió en un sonido menos duro cuando Ron, sentado junto a él, le sonrió y lo animó a tocar una canción, Blaise comenzó una ronda a petición del público, en que se turnaban para elegir la música. Si se sabía los acordes, la tocaba. Si no, Draco y él empezaban a divagar sobre notas y un no sabía qué que sonaba a ABCD y no podía entender, hasta que tenía una idea de cómo hacerlo.

Era la madrugada del lunes; el exterior de la cabaña era tranquilo, las voces de los grupos pequeños que estaban dispersos aquí y allá no llegaban a ellos. La brisa sí. Aún soplaba fuerte, incesante, sacudiéndolos, obligándolos a aferrarse a sus mantas, jugando con el fuego en la fogata en medio de los cuatro.

Ron y Blaise estaban en el suelo, acurrucados dentro de una manta, las espaldas apoyadas en lo que tiempo atrás debió ser un banco de piedra, y ahora estaba demasiado destrozado para que alguien lo usase. Draco y él ocupaban un tronco seco frente a ambos. Contaban con una canasta a medio vaciar de bocadillos nada aptos para ser considerados una cena, ni mucho menos un desayuno adelantado, botellas de vodka y jugo preparado con anticipación, y algunos vasos de cristal. Y aunque el momento no pudiese alargarse para siempre, era todo lo que podían necesitar en ese instante.

—…a ver, supongo que tendré que tocar una al menos —Indicó Draco, a quien besó en la mejilla con una sonrisa. Él murmuró acerca de haber aceptado antes, si hubiese sabido que venía con premio incluido, y ambos se rieron tontamente, ignorando las burlas de Ron, que se calló de forma abrupta cuando Blaise le sostuvo el rostro y lo besó.

Harry estaba seguro de haberse enamorado un poco más cuando el rasgueo de las cuerdas le entregó los primeros acordes de Wonderwall.


Draco estaba al volante cuando entraron en la ciudad, haciendo caso omiso de forma magistral de la avenida que se desviaba hacia la zona residencial donde quedaba su casa. Sus padres enviaron un mensaje esa mañana para avisar que el viaje de negocios se alargaba y él se había negado a ir a la jodida mansión, a pasar tiempo de calidad con los pavos.

Recorrieron el trayecto de día y medio en uno solo, saliendo bien temprano, sin paradas, y llegando al atardecer, y los cuatro estaban destrozados, a pesar de haberse turnado para manejar después de que Blaise aceptó la inevitable verdad de que otros tendrían que tocar a su bebé.

Su destino fue la destartalada casa de los Weasley, donde no se salvaron de ser arrastrados dentro por una entusiasta Molly que hacía preguntas sobre el viaje. Antes de darse cuenta de lo que pasaba, Draco y él estaban en la mesa, junto a los gemelos, y tenían platos rebosantes de comida recién preparada al frente, a la que no se negarían ni en su peor día.

Blaise había cargado el bolso de Ron, siguiéndolo escaleras arriba, y Harry se quedó a mitad de una respuesta para la mujer, cuando Ginny bajó dando saltos y tumbos, agitando los brazos.

—¡Mamá! —Chilló, las comisuras de sus labios se elevaban en una sonrisa que no podía contener. Detrás de ella, un Ron enrojecido hasta las orejas le pedía que se callase, y Blaise intentaba ocultar el rostro entre sus manos— ¡Ron tiene novio!

—¿Novio? —Molly se giró y parpadeó, aturdida, hasta que su hija apuntó a Blaise. Luego ella también sonrió.

—Oh, pero si es Blaise. Cielo, ven aquí, siéntate —Lo animó, palmeando la silla vacía a su lado—. ¿Quieres comer? Tú puedes salir con Ronald cuando quieras, lo sabes. Ginny yo estuvimos esperando que por fin te declararas por meses.

Ante un incrédulo Ron y un sorprendido Blaise, Arthur asintió, los gemelos intercambiaron el dinero como resultado de una apuesta sobre cuándo saldrían, y Ginny, divertida, comenzó a explicar que por supuesto que ellos sabían que estaban babeando el uno por el otro desde hace tiempo, pero eran demasiado lentos para reaccionar por su cuenta.

Harry no creía haber visto a sus dos amigos tan avergonzados alguna vez.


—¿…seguro de que estarás bien?

—Compañero, no es la primera vez que viajo.

—Voy a estar mañana en tu casa, llevaré a dos de los chicos para que te ayuden a empacar.

—Draco, no necesito-

—No era una pregunta —Frente a ese tono pretencioso, Blaise rueda los ojos. Termina por darle un apretón a su mano y murmurar una despedida breve a su mejor amigo.

—¡Nos vemos el jueves, Harry! —Agitó la mano en su dirección y él le devolvió el gesto del mismo modo, sonriendo.

Era de noche. Blaise puso en marcha el motor y pronto se perdió por la larga y estrecha calle, rumbo a una casa donde la mayor parte de sus pertenencias aguardaban en cajas, a la espera del camión que las llevaría al vuelo de carga el miércoles, un día antes de su propia partida en otro avión. Los tres irían a despedirlo, e incluso sin que se hubiese marchado todavía, ya tenían acordada la ruta a seguir para cuando celebrasen su regreso, en unos meses.

Draco bufó y tiró de su enorme maleta, arrastrándola por el camino de piedra que serpenteaba en un jardín bien cuidado, hasta la puerta principal de la casa de los Potter. Harry se colgó la mochila en un hombro y avanzó con él.

—No le dije a mamá que te quedabas hoy-

—Tranquilo —Le restó importancia con un gesto al llegar a la entrada. Tocó el timbre y le mostró una sonrisa burlona—, yo se lo dije esta mañana.

Boquiabierto, vio la puerta abrirse y a Lily salir para recibirlos con abrazos a ambos, besar la mejilla de Draco y jalarlo hacia adentro, mientras le pedía a su esposo que tomase el equipaje de "los niños" y les preguntaba si Molly les dio comida. Pensó en que él no le había dicho nada sobre quedarse ese día en la mañana, y tuvo que contener la risa al entrar.

Draco podía ser terrible. Pero cuánto le gustaba.

 

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