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Tardes de canícula por Marbius

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6.- Diecisiete veranos.

 

But still the hardest part is knowing when to let go.

5 Seconds of Summer - Babylon

 

El verano de sus diecisiete años fue cuando por primera vez a Sirius y a Regulus se les invitó a conocer a los Errantes en la parcela que sin falta el tío Alphard les rentaba año tras año.

La invitación había sido hecha por Remus en la misma tarde de su retorno a la villa, y a Sirius le había costado mantener la compostura luego de semejante proposición. Los Errantes era por completo cerrados como grupo, y salvo por Remus y Teddy, no conocían a nadie más salvo por los nombres que de vez en cuando dejaban compartir, y que curiosamente siempre iban en pares.

Porque no había Dora sin Fleur.

O Lily sin James.

O Albus sin Gellert.

Y otros más que de pronto Sirius no pudo recordar cuando Remus le miró con aquellos ojos suyos y señaló la tarde siguiente como el momento ideal para ello.

—Será luna llena —dijo sin más—, y los demás estarán felices de finalmente conocerte.

—Han esperado mucho tiempo por este día —agregó Teddy, que también sonreía, pero no con la misma adoración que Remus.

Así que Sirius y Regulus se presentaron a la tarde siguiente a la orilla del lago donde seguido acampaban, y cargando consigo una tarta de las moras que abundaban en la propiedad y que la señora Winky les había insistido en llevar para compartir y ser buenos invitados, se encontraron con Remus y Teddy, que guiaron el camino hacia el campamento.

—So... Creo que debería de advertirte un poco de cómo son las cosas en el campamento —dijo Remus, que junto con Sirius, iban un par de metros atrás de Teddy y Regulus, que no habían notado la distancia entre ambos grupos—. Pero antes debo pedirte que olvides cualquier idea preconcebida que tengas de nosotros.

—Hecho.

—Lo digo en serio —insistió Remus, tomando la mano de Sirius y dándole un apretón—. No somos gitanos de ningún tipo, ni hippies, ni... Nada por el estilo, en realidad.

—¿Entonces tampoco pertenecen a una religión en particular ni son un culto?

Remus rió. —No, para nada.

—Vale...

—Tenemos hogares.

—Caravanas, lo entiendo.

—No, Sirius —insistió Remus—. Hogares. Un domicilio. Teddy, yo, Dora y Fleur vivimos en Gales. Ahí es donde acude Teddy a la escuela.

—Oh.

—¿Qué, pensaste que a su edad Teddy no iba en el mismo curso que tú o Regulus?

—La verdad es que nunca lo pensé a detalle —admitió Sirius—. Creí que... Bueno, ya no importa. Es sólo que ustedes nunca mencionaban nada, y cuando preguntábamos cambiaban rápido de tema. Reg y yo nos acostumbramos a ser lo más discretos posibles para evitar cualquier malentendido.

—Y lo agradecemos, en verdad que sí —le dio otro apretón Remus en la mano antes de entrelazar sus dedos—, pero eso se acabó. Esta vez seremos sinceros, con política de verdad absoluta.

—Ok. Entonces... —Sirius se mordió el labio inferior—. ¿Cómo es Gales?

—Lluvioso. No el mejor sitio en el que hayamos vivido, pero es un sitio a dónde volver, y donde nos sentimos cómodos mientras Teddy se hace mayor.

—¿Te refieres a cuando vaya a la universidad?

—Probablemente así sea. Para entonces será lo suficientemente mayor para vivir por su cuenta, y entonces Dora y Fleur podrán volver a Francia. Ahí es donde se conocieron, ¿sabes?

«Ahora lo sé», pensó Sirius, que por primera vez tenía información al alcance de sus dedos y se sentía abrumado procesando cada palabra a detalle y sus significados ya no ocultos.

—Así que... Sólo para confirmar, ¿Fleur es...?

—La otra madre de Teddy.

—Correcto.

—¿Te escandaliza?

Sirius denegó con la cabeza. No iba a negar que no era lo común, pero suponía él al mismo tiempo que no era asunto dictaminar lo que no podían o no hacer otras personas con su vida. ¿Y qué si Teddy tenía dos madres? También tenía papá, y aunque tenía tiempo sin mencionarlo, cuando lo hacía no había rencor, sino absoluto afecto en el tono de su voz.

El paseo hasta el campamento les tomó al menos veinte minutos, y una vez ahí Sirius se sintió nervioso al comprobar que el grupo de los Errantes estaba compuesto de cinco caravanas, aunque para nada como las había imaginado. Por alguna extraña razón que ahora Sirius encontraba de lo más boba, no eran caravanas de madera tiradas por caballos, ni tampoco se asemejaban a un circo ambulante, sino que eran... Caravanas. Más como casas rodantes, que no podían tener más de diez años de antigüedad y eran amplias y en apariencia limpias, casi pintorescas.

La más grande, cómo no, resultó ser en la que vivían Remus y Teddy, y Sirius se cohibió un poco porque sentadas a las afueras de la caravana estaban dos mujeres en dos sillas plegables bebiendo limonada.

—¡Mamá! —Corrió Teddy a su encuentro—. ¡Fleur!

La diferencia de edades entre las dos mujeres confundió a Sirius por unos segundos. Una de ellas era rubia y con el cabello salpicado de canas, y tenía por lo menos más de cincuenta años, así que seguro había sido una madre tardía para Teddy, y la otra llevaba el cabello corto y no aparentaba más de veinte, y que a todas luces debía ser su otra madre. Pero Teddy, si bien abrazó a las dos por igual, a la hora de presentarlas las señaló como Fleur y Dora respectivamente.

Regulus consiguió mantener la expresión neutra, no así Sirius, que abrió grandes los ojos y parpadeó con nerviosismo por aquella información que no encajaba.

—Me veo joven, lo sé —dijo Dora, adivinando al instante qué clase de pensamientos discurrían por la cabeza de Sirius—, pero soy la madre natural de Teddy.

Un poco más baja que Teddy, pues ese año había tenido un brote de crecimiento, Dora le pasaba un brazo a su hijo por la cintura y éste sonreía con facilidad.

—Mis padres me tuvieron jóvenes, se podría decir —dijo Teddy—, y seguido los confunden con mis hermanos antes que asumir que son mi mamá y papá.

—Más veces que no creen que yo soy su madre legítima —dijo Fleur, que se había unido a Dora y a Teddy, y juntos formaban una agradable estampa familiar.

Sirius estuvo a punto de preguntar por el padre de Teddy, pero consiguió refrenarse a tiempo. Aunque dicha sea la verdad, no fue necesario...

—A mí seguido me confunden con un hermano mayor —dijo Remus, y esta vez fue el turno de Regulus para sorprenderse, pues la boca se le desencajó y le miró con asombro.

—¿Tú...?

—¿Eres el padre de Teddy? —Preguntó Sirius, y de pronto experimentó un fuerte vahído por las implicaciones que eso conllevaba.

Remus asintió.

—P-P-Pero... ¡Es imposible! —Exclamó Sirius, pues el verano anterior Remus había revelado tener veinticinco años, y si Teddy tenía quince, no era posible que fuera padre a los diez. Era biológicamente imposible.

—Es una historia interesante de conocer, querido —dijo Fleur, su voz con un ligero acento francés—. Escúchala hasta el final antes de hacer tu veredicto.

Y porque no le quedaba de otra, Sirius así lo hizo.

 

Mientras Regulus se quedaba con Teddy y sus dos madres en el campamento, Sirius siguió a Remus a un paseo por los lindes del bosque, los dos separados por al menos medio metro y sin intenciones de tomarse de las manos como antes.

Sirius se sentía herido, como si la mentira de Remus (porque tenía que serlo, un padre de diez años era imposible con una madre que no aparentaba ser mayor que su propio hijo por apenas un lustro) echara por tierra la relación que ellos dos tenían. Si Remus le había mentido en algo tan importante como eso, ¿qué le hacía creer que podía confiar en él en otros aspectos?

Su relación era todavía demasiado frágil, demasiado nueva, incluso si los sentimientos que experimentaban el uno por el otro eran arrolladores. Pero el hecho de que sólo pudieran verse en los veranos y que la incertidumbre de más de diez meses de ausencia al año fuera el mayor impedimento al que se enfrentaban, resultaba poco lo que pudieran salvaguardar si su corto tiempo juntos estaba empañado por la mentira.

—Antes que nada —dijo Remus, como si pudiera leer la mente de Sirius—, no he mentido salvo por omisión.

—¿Llamas a esto omisión? —Inquirió Sirius de lo más incrédulo

—Yo nunca establecí mi relación con Teddy cuando me presenté por primera vez ante ti o Regulus, y tenía mis razones para ello —dijo Remus, que encontró una roca de buen tamaño y se sentó en ella—. Ven, hay algo que quiero que veas...

Sirius se sentó a su lado, aunque cuidando de poner buena distancia entre ambos, pero él mismo venció sus reticencias cuando del bolsillo de sus pantalones extrajo Remus un puñado de papeles.

—Sólo te pido que tengas la mente abierta y que me dejes contarte todo hasta el final —dijo Remus, extendiéndole los papeles y no dejándolos ir hasta que Sirius le dio su palabra de que así sería—. Podrá no ser fácil de comprender y a ratos pensarás que todos hemos perdido la cabeza, pero juro que todo es verdad, y... Que nunca ha sido mi intención tenerte engañado más tiempo del necesario.

Sirius no dijo nada, y desdoblando la hoja blanca de papel que contenía el resto de documentos que Remus le había entregado, procedió a examinarlos.

Lo primero fue una partida de nacimiento a nombre de Edward Remus Lupin en abril de hacía dieciséis años, que constataba que sus padres eran Remus Lupin y Nymphadora Tonks, ambos declarando tener veintitrés y veintiún años respectivamente.

—¿Pero cómo...? —Musitó Sirius para sí, pues lo siguiente que apareció fue una fotografía de los felices padres cargando un bebé que a todas luces guardaba parecido con Remus, y que en las siguientes fotografías pasó a ser un pequeño niño que se convirtió en el Teddy que él recordaba haber conocido en el bosque años atrás.

Lo último en aquel puñado de papeles era una última instantánea de Teddy, rodeado de Remus y Dora frente a un edificio de piedra.

—Es nuestra casa en Gales —explicó Remus—. Quizá luego puedas ir de visita...

Sirius dejó las fotografías en su regazo, la cabeza dándole vueltas mientras su cerebro buscaba una explicación lógica para todo ello. Porque no sólo Remus era el padre de Teddy, sino que además parecía no haber envejecido ni un día desde su nacimiento. La peculiaridad de ese hecho le perturbaba como nada más lo había hecho esa tarde, pero las sorpresas no habían terminado y estaba a punto de llegar un punto de quiebre.

—Hay algo más que debes saber —dijo Remus, en absoluta seriedad y dispuesto a llegar a las últimas consecuencias con Sirius—, pero... Tengo miedo de tu reacción.

Sirius soltó una risita floja y plagada de nervios. —Ponme a prueba. —«Porque ya nada más puede asombrarme», pensó sin saber que estaba a seguros de ser desmentido.

La prueba llegó por medio de una transformación, donde Remus se puso de pie frente a él, y sin más su apariencia comenzó a cambiar. La nariz y la boca se le deformaron y extendieron hasta convertirse en un morro peludo, su espalda se curvó y al bajar sus manos al suelo se convirtieron en patas de las cuales había cuatro en lugar de dos. Su piel desapareció bajo un abundante matojo de pelo gris y blanco, y lo único que perduró fueron los mismos ojos dorados que nunca abandonaron los suyos y que resultaron ser la única razón por la cual Sirius no gritó de terror al enfrentarse cara a cara a un lobo.

Pero no a un lobo cualquiera, no, a su lobo, a su Moony...

El mismo animal con el que había soñado desde que tenía uso de la memoria, el animal con el que había tenido contados encuentros, y que seguido aparecía en la periferia de su visión, alertándolo de su presencia pero raras veces acercándose...

—Moony... —Exhaló Sirius, y el lobo se acercó a él con la cabeza gacha y actitud de sumisión—. Oh, Moony...

Y en una acción de la que después no sabría dar una explicación que no lo abochornara más de lo que ya estaba, Sirius se cubrió el rostro con ambas manos y rompió a llorar como un chiquillo.

 

La versión larga de su historia, la que Sirius escuchó mientras él y Remus se adentraban más al bosque y hablaban sin ocultar una traza de información, era la siguiente: No eran hombres lobos, sino lobos.

No todos ellos, por supuesto, pero sí un buen número de los que estaban en el campamento.

—Yo lo soy, y lo mismo es Dora. Teddy es nuestro hijo y también él lo es.

—¿Entonces Fleur...?

—Ella es como tú —dijo Remus—, humana. Ella y Dora llevan juntas poco más de una década. Fue entonces cuando compramos la caravana, porque Dora percibió a su compañera...

—¿Soñó con ella?

—Precisamente. Y menos mal que Teddy todavía era pequeño, eso nos ahorró problemas con la escuela y con quienes nos rodeaban. Vivíamos en Liverpool, así que nuestra pequeña familia sólo emprendió una mudanza. Eso fue lo que les contamos a los vecinos, aunque la verdad es nos dirigíamos a París con un objetivo en mente...

—¿Y Fleur también había soñado con Dora?

—Más que eso, ya esperaba por nosotros. Fleur había estado casado por más de veinte años con el mismo hombre, y recientemente se había hecho viuda. Tuvieron juntos a una hija, Gabrielle, pero ella ya era mayor y vivía por su cuenta. Dora no se fue por las ramas cuando le dijo qué éramos, y que juntas iban a ser felices.

—¿Porque Fleur era su alma gemela, correcto?

—Correcto —confirmó Remus—. Y en cierta manera Fleur ya lo intuía, porque esa misma semana empacó sus pertenencias y se marchó con nosotros sin mirar atrás. Desde entonces han estado juntas, y Teddy creció con dos madres.

—Wow... —Con la vista en el camino, Sirius consideró en su derecho no tener ninguna duda—. ¿Cómo es que tú y Dora decidieron tener a Teddy?

Remus sonrió, y con un suspiro desgajó esa historia. —Te lo mencioné antes. Sólo entre lobos es posible asegurar la descendencia. Bueno, no siempre... Una mujer lobo es capaz de engendrar bebés lobos porque nosotros descendemos por línea matriarcal y son ellas quienes ostentan el poder ahora que podemos mezclarnos con los humanos. ¿Recuerdas a Lily? Era la pelirroja en la caravana verde lima...

Vagamente tenía Sirius memoria de ella, así que asintió. —¿Ella es una loba?

—Sí. Y su compañero es James. Él es humano, y la razón por la que la manada pasara tiempo en Liverpool esperando por su aparición. Una vez que él y Lily se unieron, ellos se marcharon y nosotros nos quedamos hasta el siguiente llamado.

—Que fue el de Dora.

—Ajá.

Sirius frunció el ceño. —Si han pasado al menos diez años de eso... ¿Cuántos tenía James cuándo él y Lily...?

—Ah, eso —entendió Remus a dónde se dirigían la pregunta, puesto que Lily tenía una apariencia joven, igual que Dora apenas lucía mayor de veinte, y James era un caso similar. Si ellos dos tenían más de una década juntos, costaba entonces comprender su edad al conocerse, o decidir que estarían juntos.

—Cuando un lobo y un humano deciden estar juntos, el proceso de envejecimiento del humano se ralentiza. Envejecerá junto con el lobo, a su ritmo, para asegurarse el mayor tiempo posible juntos.

—¿Y cuántos años exactamente viven ustedes?

—Oh, eso nadie lo sabe con exactitud. Sólo vivimos. Los primeros veinte años a ritmo normal y después tan despacio que te costaría muchas décadas apreciar cualquier cambio, y luego, cuando nos llega la hora a nosotros o a nuestros compañeros, morimos. Pero son muchos años, muchos, muchos años... —Dijo Remus, la vista perdida en la espesura del bosque—. Mis tatarabuelos siguen vivos por si te quieres hacer una idea, y gozan de excelente salud...

—Increíble... ¿Podría conocerlos?

—Eso depende de ti, de tu... decisión.

—Oh. —Sirius optó por retomar un tema que habían dejado pendiente—. Entonces... ¿Lily y James?

—Ah sí —confirmó Remus—. Lily y James. Ellos dos esperan tener un bebé en uno o dos veranos más. Ese bebé será un lobo igual que el resto. Lo cual no sería el mismo caso si un lobo como yo se empareja con una mujer humana, porque ese bebé no compartiría con nosotros la estirpe lupina...

—Querías tener un hijo lobo —dijo Sirius, no como pregunta, sino como afirmación, uniendo puntos aquí y allá hasta tener el panorama completo—. Es eso, ¿no?

—Sí y... no —dijo Remus, que frunció ligeramente el ceño—. Yo no quería tener hijos, per se. No es fuera de lo común que en nuestra especie, mientras esperamos cualquier señal de nuestra alma gemela, nos emparejemos entre nosotros de manera amistosa para asegurar nuestra supervivencia. Así fue la unión entre mis padres, los verdaderos, porque la mujer a quien yo solía llamar madre es humana. Yo tenía claro desde un inicio que mi otra mitad sólo podía ser un compañero, de la misma manera en que Dora intuyó que la suya sería una compañera. Y llegar a un acuerdo entre nosotros no fue tan difícil... El resultado fue Teddy, nuestra única cría.

—Oh, ya veo.

La comprensión de aquel hecho él tomó a Sirius un largo tramo a través del bosque, puesto que costaba entender la sencillez con la que Remus y Dora habían llegado a un acuerdo para procrear, y ahora eran una feliz familia de cuatro sin conflictos, o de cinco si es que él... Pero mejor era no pensar en eso todavía.

—¿Teddy sabe que...? Pues... —Sirius rió entre dientes—. ¿Qué sabe exactamente Teddy de todo esto?

—Todo —respondió Remus—. Entre nosotros nunca ha habido secretos. Él supo su origen desde un inicio, quiénes éramos sus padres y las criaturas en las que podíamos transformarnos. Él mismo pudo hacerlo desde pequeña edad, y siempre fue una cría con buen comportamiento.

Sirius sonrió al imaginarse a Teddy como una cría de lobo correteando a sus anchas, pero su mente rellenó los espacios con blanco con más información de la que podía procesar.

—¿También está al tanto que tú y yo...? ¿Qué nosotros podríamos ser...?

—Desde el inicio. De hecho, fue él quien sugirió acercarse primero a conocerte.

—¿Y ese día en el bosque...?

—Yo te observaba, Sirius —confesó Remus, confirmando así la sensación que éste había sentido con toda fuerza durante esos primeros años de ser observado a escondidas—. No podía acercarme así sin más. La diferencia de edades era demasiado... Tuve que contentarme con observarte a escondidas.

—Así que técnicamente interactuaba con mi... ¿Hijastro? Vaya...

—Teddy estaba contento con ese arreglo. De regreso al campamento hablaba sin parar por horas de ti, de Regulus, y de la maravillosa familia que haríamos todos juntos.

—Mmm... —Sirius se paró abruptamente a la mitad del sendero, y como si el bosque intuyera su repentina desazón, de pronto el viento se detuvo y la quietud del lugar hizo el momento todavía más complicado de lo que ya lo era—. Remus...

—¿Sí, Sirius? —Remus contuvo el aliento.

—Todo esto es... Pues... Demasiado. Es abrumador, y asusta un poco, por no mencionar que tengo dieciséis años. Y antes de que me recuerdes cómo cada verano insisto en ser mayor porque mi cumpleaños está cerca, uhm, esta vez incluso me siento menor que mis años.

—Lo entiendo.

—¿En serio?

Remus redujo la distancia entre ambos y lo abrazó. —Por supuesto. Eres libre de tomar tu propia decisión.

—Es que creo que lo he hecho ya —murmuró Sirius contra el cuello de Remus—, pero...

—Pero queda Regulus —adivinó Remus sin problemas, pues había presenciado uniones como la suya en varias ocasiones.

Los humanos, a diferencia de los lobos y la larga vida que se les otorgaba al ser sus compañeros, tenían más vínculos que los de su alma gemela, y seguido eran motivo de sufrimiento cuando su tiempo se ralentizaba y el de sus seres queridos no...

—No puedo sólo dejar a Reggie atrás —musitó Sirius, aferrándose a Remus—. No podría...

—Entonces no lo haremos —dijo Remus, que a escondidas de Sirius, optó por un camino diferente para ellos dos.

 

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Notas finales:

La hora de la verdad ha llegado, y para la chica que dudaba que los Errantes fueran reales, ¡lo son! ;D ¿Eran lo que sospechaban o se fue más allá de ello? Todavía quedan dos capítulos más, pero los prometo que valdrá la pena la espera.


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