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Once Upon On October por Lovis_Invictus

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«Es un aroma... peculiar»

[John Watson • Sherlock Holmes]


Era definitivo, la vida le odiaba.

No solo por pasar toda su infancia en un entorno agresivo con un padre violento que golpeaba a su madre y le heredó su alcoholismo a su hija mayor, sino por los maltratos hacia él que aumentaron una vez se presentó como un alfa, porque claro, el hombre tuvo la epifanía de que con un alfa que se comportase como tal su madre y hermana le dejarían de lado. Fue por eso que le corrió de casa apenas cumplió dieciséis años. 

Estuvo vagando entre hogares ajenos hasta concluir que tal vez el ejército sería mejor, y lo fue, en parte. Descubrió para su horror una insana obsesión con el peligro, amaba correr entre las balas con su mochila de primeros auxilios, saber que un proyectil podría reventarle el pecho o la cabeza en cualquier momento mientras atendía heridos, si moría en el campo de batalla estaría contento. Lo amaba, pero ser temerario le costó su estadía ahí con una bala en el hombro, más pronto de lo que anticipaba y con solo diez años de servicio fue dado de baja con honores.

La rutina de la vida en la ciudad casi lo mata, literalmente.

O casi se mata, mejor dicho.

Intentando salir de su creciente depresión quiso intentar funcionar como un ciudadano normal, por lo que haciendo uso de su increíble currículum y magníficas habilidades encontró un aburrido empleo como médico cirujano en el área de emergencias, la más emocionante en todo el hospital. 

A dos meses de estar trabajando ahí volvió a corroborar esa idea sobre un odio desmedido hacia él por parte de la vida. 

Durante uno de sus turnos nocturnos se encontraba cabeceando sobre su escritorio, era una de esas noches densamente aburridas donde incluso los fantasmas de hospital desaparecían, sumido en un silencio tan profundo que estuvo a nada de morirse por el susto que le dio una enfermera al abrir la puerta de golpe, profundamente nerviosa, gritando que tenían un paciente con un agujero de bala en el pecho. Tomó dos aspirinas y salió corriendo tras ella hasta el ala de emergencias, donde comenzó la pesadilla.

Apenas cruzó el lumbral de la puerta en la sala de cirugía un potente aroma a pino le golpeó las fosas nasales, era como caminar por un bosque frío con las ramas de los árboles meneándose a causa del viento, trayendo ese peculiar aroma a tierra mojada y hojas de pino. Tuvo que sostenerse de un muchacho cercano para no caer al suelo producto del repentino mareo; al instante pudo discernir que el chico sobre la camilla era un omega y estaba terriblemente asustado. Eso no le sentía nada, había tratado con personas psicológicamente inestables desde su estadía en el ejército, lo preocupante fue que pudo notar en ese omega a su pareja destinada.

Trabajó con manos temblorosas, mirando de vez en cuando el rostro pálido del omega, preguntándose como alguien tan joven había terminado con una herida así de grave. Al final la cirugía fue todo un éxito, pese a que el muchacho permaneció en coma durante al menos dos semanas.

La curiosidad le llevó a proponerse como cuidador personal del chico, cosa aprobada por el médico cabecilla, pues John y su compañera Mary eran los únicos alfas que sabían tratar con omegas. 

Cuando el chico despertó John tuvo oportunidad de arrepentirse por haber nacido. Su nombre era Sherlock Holmes y trabajaba mano a mano con Scotland Yard, era molesto como el infierno mismo, petulante, soberbio, un universitario adicto a la cocaína dieciséis años menor que él.

Bueno, también inteligente hasta el extremo más ridículo, pero no pensaba subirle el ego aún más aceptando eso en voz alta.

Tratar con él fue complicado por decirlo menos, Sherlock sabía que eran destinados, disfrutaba jugar con ello haciéndole la vida imposible porque John le perdonaría todo cada vez que soltaba sus atrapantes feromonas con ese aroma tan relajante.

A la larga se hicieron amigos, porque John no le tocaría un pelo hasta que cumpliera los veinticinco, diecinueve era demasiado pequeño para él.

Y ahora estaba ahí, rompiéndose la cabeza con un jovencito malhumorado que traía una larga herida de arma blanca en la pierna izquierda y el rostro más sereno que nunca había visto.

— ¿Qué demonios te pasó ahora?— preguntó con el temple casi apático de alguien que trata la misma situación todo el tiempo, pasaba compresas esterilizadas por la zona afectada tratando de detener el sangrado para poder comenzar a suturar.

— ¿Traigo una herida de arma blanca en la pierna izquierda?— inquirió con obviedad en aires sarcásticos.

— Sabes a lo que me refiero, niño

— No soy un niño— se quejó el otro, indignado por esa forma de referirse a él.

— Entonces comienza a comportarte como un adulto, maldita sea— respondió irritado. listo para darle otro sermón acerca de seguridad propia.

El ambiente del consultorio comenzó lenta y progresivamente a llenarse de un refrescante olor a pino; John volteó a ver a Sherlock, quien le veía desde arriba sonriendo con superioridad cuando las piernas del doctor flaquearon y cayó de rodillas al suelo.

John rodó los ojos, se levantó despacio para continuar con su trabajo pensando que ni siquiera valía la pena molestarse con él.

Tampoco es que pudiera.

 


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