«Se sentía feliz»
[John Watson • Sherlock Holmes]
«No te duermas, voy para allá» rezaba el mensaje que John le había enviado hace quince minutos.
Sherlock bebió el resto de café negro en su taza, ni bien terminó de tragar un bostezo cansado se abrió paso por si garganta; tomó los extremos de su bata roja para cubrirse mejor, mientras se acomodaba en su sofá de siempre. Eran las dos de la mañana, estaba a punto de dormirse cuando, ya en la cama y con la luz apagada, un mensaje de texto con John como remitente le sacó del sueño poco profundo en el que estaba. Su mejor amigo no era de esos que molestara más allá de las diez, si llegaba a hacerlo usualmente era por una muy buena razón; así pues, agotado y soñoliento decidió prepararse un café bien cargado para esperarle en el sofá.
La puerta principal del 221-B en Baker Street se abrió y cerró rechinando levemente. Pasos rápidos pero pesados subiendo las escaleras le indicaron John había llegado.
Por el marco de la puerta apareció Watson, traía una maleta de mano casi al reventar, su rostro se deformaba en una enorme sonrisa de felicidad y su mejilla izquierda presentaba la marca, ya a este punto morada, de un certero puñetazo. Antes de poder reaccionar Sherlock se vio apresado por los fuertes brazos de su amigo, quien se reía escandaloso sin importarle la hora.
— ¿Por fin enloqueciste?— preguntó tras salir del poderoso estupor en que las acciones de John le habían metido.
— Le pedí el divorcio— respondió contento. Jaló el otro sofá individual en la pequeña sala, aquel del que se hubo adueñado hace tiempo, lo colocó demasiado cerca a su acompañante antes de proceder a sentarse.
Sherlock parpadeó un par de veces, sin entender del todo.
— ¿Qué?
— ¡A Mary!— dijo, con una obviedad cínica que no alcanzaba a opacar su alegría— Finalmente y después de seis años pude pedirle el divorcio, lo mejor de todo es que va a firmarlo, me mandó al demonio diciendo que no quiere volver a verme, ¡Es increíble, Sherlock!
— Ciertamente impactante— comentó Holmes, descolocado por la nada normal actitud de si amigo ante una situación tan seria como lo era aquella.
— ¿Recuerdas lo que te confesé la semana pasada?— preguntó John, se acomodó mejor en su sitio, de forma que pudiese ver bien a Sherlock, su aura tranquila y expresión serena eran, de algún modo, intimidantes para el detective consultor. Sus mejillas se colorearon progresivamente de rosa, al rememorar ese jueves por la noche.
— Cuando... Cuando tu me... Me dijiste que llevabas años enamorado de mí— consiguió decir entre balbuceos nerviosos.
— ¿Y recuerdas lo que me respondiste a eso?
Sherlock dudó un momento antes de proseguir en voz baja:
— Que no te correspondería mientras siguieses casado con ella
La mano de John se posó sobre la suya, cálida, transmitiendo conforte.
— Le pedí el divorcio por ti, estoy harto de esconder mis emociones, Sherlock— comenzó a decir con voz afable— Me tienes tan enamorado que llega a ser agobiante y ahora que sé tengo una oportunidad contigo no pienso desperdiciarla, ¿Está eso bien para ti?
— ¿No te interesa que se quede con la mitad de tus cosas? Además, no es por entrometerme, pero... ¿Qué hay de Rossie?— preguntó el otro, algo incómodo.
— Después del puñetazo y los gritos Mary y yo resolvimos que me dará todos bienes junto a la custodia de Rossie— respondió, su diestra le subió hasta la nuca, rascando despacio en esa especie extraña de tic que le llegaba cuando se entraba nervioso— Sé que odias tratar con niños, pero de verdad quisiera hacerlos a ambos parte de mi vida, no te pienso pedir compromisos con mi hija, porque esto será acerca de nosotros
— He... He tratado con Rossie durante siete años, es una niña inteligente, no necesitas alejarnos para poder estar con ambos, ella me agrada y sé que yo también a ella— Sherlock aclaró rápidamente, preocupado por los pensamientos extremos de John.
— ¿Entonces es un sí?
— ¿En serio vienes a pedirme salir después de pedirle el divorcio a tu esposa?— soltó leves risitas antes de sonreírle cariñosamente— Qué desconsiderado es usted, doctor Watson, pero acepto su oferta
John, sin poder evitarlo, volvió a saltar sobre Sherlock para apresarle en otro fuerte abrazo. Llevaba diez años enamorado de su mejor amigo, después de forzarse a reprimir sus sentimientos, al no estar seguro si él le quería e la misma manera, y tras un turbio matrimonio fallido finalmente había decidido dar el paso decisivo, lo cual fue lo mejor que pudo haber salido.
Tenía fé en que está vez Sherlock, su pequeña Rossie y él podrían ser felices.