«Tal vez no estaba hecho para eso»
[John Watson • Sherlock Holmes]
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La cantidad de tiempo que John llevaba enamorado era, francamente, ridícula.
Quien le escuchara decir eso solo podría juntar las palmas en actitud adorable al pensar en la afortunada mujer que Mary era, con un esposo tan lleno de amor que pudiese gritar a los cuatro vientos sus sentimientos por ella.
Pero eso no era así para nada, o por lo menos no como ellos creían.
Desde el primer momento en que se topó con Sherlock Holmes había quedado encantado, no creyendo que la existencia de un personaje así fuese posible.
Todo en él era perfecto, desde su belleza etérea con ese aura elegante pero misteriosa, un cuerpo esbelto pero trabajado, sus ojos oscilantes entre gris, verde y azul, pasando por la personalidad altiva, a veces coqueta, a veces infantil, que si bien lograba sacarle de sus casillas en general se le hacía encantadora... y su maldita mente, ese impresionante intelecto, la forma en que las cosas dentro de su cabeza funcionaban fue lo primero en atraparle, halándole hasta el nacimiento de aquella telaraña que significaba pensar en él.
No pudo evitar que con el paso del tiempo lo que creía era simple admiración pasase a ser una especie rara de crush que le costó demasiado admitir, para finalmente terminar mutando sus sentimientos a un tormentoso enamoramiento por el menor de los Holmes.
Y vaya que eso era duro, doloroso para especificar mejor, porque orgullosamente conocía a Sherlock más de lo que nadie jamás podría, sabía muy bien que pese el detective esconder sus emociones en realidad sí se preocupaba -y demasiado- por sus allegados, llegando a extremos cuestionables para mantenerlos a salvo, consideraba amigos incluso a aquellos que no lo eran, protegiéndolos sin importar las consecuencias porque para él importaban.
Pese a ello, John también estaba seguro de que Sherlock no estaba hecho para amar, o por lo menos no del modo en que él y bastantes otras personas entre las que se incluían Irene Adler y Molly Hooper, querían; ese hombre no tenía la capacidad de hacerlo, entendía el funcionamiento de las emociones, pero no las sentía per se, él perfectamente podría jugar un día a amarte complaciendo tus más profundos deseos y al otro se hartaría de eso, entonces tu terminarías con el corazón roto y él no entendería el problema de eso porque a su ver solo había sido una forma de librarse del aburrimiento.
Era casi como si tuviera un corazón de piedra, uno cotizado por montones de personas que deseaban las volteara a mirar.
Y si lo ponía desde esa perspectiva quizá John era un tanto afortunado, porque Sherlock parecía apreciarle de verdad, al menos sabía de su existencia y le importaba.
Suspiró, acurrucándose pegado a la orilla de la cama. En el otro extremo yacía Mary, dormida, creyendo que él la quería pero sin comprender porqué cada vez se separaban más.
Ojalá supiera cómo arreglarlo.