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The Two Of Us - JohnLock Fanfic por RushanaChan

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Busco tu puerta pero no puedo encontrarla.

(Te busco a ti).

Busco tu puerta. Es tan irónico, porque últimamente la he estado evitando, ignorando.

Como aquel día en que ni siquiera noté tu presencia.

No soy de creer en presagios, pues nada más burdo que encomendarme ciegamente a intuiciones sin sentido.

Pero debí haber pensado, solo por un momento,

Que una tormenta es siempre un mal augurio.

 

 

—Parece que no fui el único que olvidó su paraguas— le dijo el joven, cuya presencia Sherlock no había notado, haciendo que se sobresaltara. Este último le observó antes de contestar.

Era un chico retacón de cabello claro, más o menos fornido, que tendría su misma edad. Vestía el uniforme del equipo de rugby de su escuela.

 

—¿Te conozco?— contestó sin corresponder a la simpatía inicial de su interlocutor. Sherlock no estaba acostumbrado a que le hablaran espontáneamente sin algún interés creado. Menos de una forma así de amigable.

 

—Uhm... Bueno, de hecho sí. Somos compañeros en algunas clases. —dijo, algo avergonzado. —Tú eres el que le discute al profesor de Química —añadió el rubio con una sonrisa.

 

—Ah, sí. Lo hago a veces —respondió el joven con naturalidad, ignorando el hecho de que más de una vez el profesor lo sacara del salón por interrumpir la clase con sus "cuestionamientos". —Es que su modo de enseñar es inútil. 

 

—Supongo —atinó a responder el rugbier, encogiéndose de hombros.

 

—¿Y dices que estás en esa clase? —le cuestionó Sherlock entrecerrando sus ojos.

 

El rubio le miró, realmente sorprendido de que aquel joven no lo reconociera. Habían pasado fácilmente un año juntos en aquella clase.

—Una vez hicimos un trabajo de laboratorio juntos, con Mike Stamford —aclaró, ante el silencio del otro chico, quien solo le miraba con el ceño fruncido, evidentemente sin reconocerlo en lo más mínimo.

 

—Soy... el capitán del equipo de rugby, el chico que siempre habla en los actos de la escuela, invitando a todos a apoyar al equipo —siguió aclarando. El silencio de Sherlock seguía. —Soy el que anuncia los partidos...

 

—No tengo idea de quién eres.

 

El joven le miró algo atónito y sonrió simpático. —Me llamo John Watson. Quizás mi nombre te suena.

—No, en lo absoluto.

 

John volvió a sonreir, cosa que Sherlock no imitó. El joven rubio estaba sinceramente sorprendido de que alguien en el instituto no lo conociera. Y más aún tratándose de un compañero.

 

—¿Qué es lo gracioso? —Sherlock preguntó al rubio, que se seguía sonriendo.

—Oh, no, nada. Solo que... Es la primera vez que alguien me dice que no me conoce. Sabes, ser capitán del equipo me ha dado cierta popularidad en el instituto.

 

Sherlock ya no le prestaba atención. No había señales de que la lluvia torrencial se detuviera, y ya amenazaba con formar ríos de agua en la calle.

 

—¿Dónde queda la estación de metro más cercana?— preguntó a John.

—Como a seis o siete cuadras de aquí. Espera, tú, ¿No sabes dónde queda? ¿Nunca has tomado el metro?

—¿Por qué lo haría? Mis padres me traen aquí y me vienen a buscar. Y cuando ellos no pueden, lo hace mi chofér —explicó con naturalidad.

—Oh, claro, lo olvidé. Esta es una escuela de niños ricos —dijo sonriendo, pero con un dejo de ironía en la frase.

 

Sherlock le miró unos instantes. El cielo ya oscurecido le impedía ver detalladamente su aspecto para obtener información acerca de su compañero. Sin embargo, ya tenía un par de ideas al respecto.

Era evidente que se encontraba frente al típico chico deportista, simpático, sin defectos, que todos aman, pero con una pizca de resentimiento hacia la élite británica, de la que obviamente no formaba parte. A-bu-rri-dooo.

La insistencia en entablar una conversación casual con él, Sherlock Holmes, la persona más antipática del instituto, y quien creía demostrar suficientemente su completo desinterés en intercambiar palabras con el rubio, le hablaba de alguien que busca caer bien a todo el mundo. Y hasta probablemente, de alguien con baja autoestima en constante búsqueda por la aprobación de los demás. Alguien insoportablemente complaciente.

 

Sherlock se puso de pie, determinado a irse hacia la estación de metro.

— Espera, ¿Te irás hasta allá? Vas a empaparte, si es que la corriente del agua o el viento no te lleva volando.

— Escúchame, John Watson, yo no puedo permitir que una tormenta me detenga. No soy como tú, quien seguramente no tiene nada importante que hacer en su casa. Yo tengo muchos trabajos que terminar y con los cuales pienso aportar algún conocimiento a esta mundana sociedad, trabajos que quizás algún día veas publicados y allí será mi nombre el que será imposible que te sea desconocido.

 

Hubo un silencio incómodo entre ambos, de pronto interrumpido por el estruendo que causó un relámpago.

— Eres un imbécil —dijo exhalando una risa, sorprendido, porque no tenía idea de qué le había hecho a ese chico para que lo tratara así.

El rostro endurecido del ya no muy simpático John le dejó enmudecido. Solo por un momento, John Watson le pareció interesante.

El conocido sonido de la bocina del auto de su padre fue la salvación de Sherlock. Hacía mucho tiempo que no había estado realmente alegre por ver a sus padres.

 

— Fue un placer hablar contigo John Watson. Oh, espera, no, no lo fue. ¡Adiós! —dijo irónicamente a su compañero, a quien no dio segundo para que respondiera.

Con un par de zancadas, esquivó los mares de agua que la lluvia había formado en la calle, y llegó finalmente a su refugio.

— Supusimos que estabas aquí, luego de tu llamada, y que querías que te recogiéramos porque por supuesto, no trajiste paraguas— explicó su madre, quien se hallaba en el asiento del acompañante.

— Excelente deducción, mamá.

 

Su padre se había quedado mirando en dirección a la tienda donde se había refugiado Sherlock, y notó que su hijo no había estado solo. En un segundo, y conociendo a su padre, Sherlock supo qué iba a pasar. Y no iba a ser bueno.

—Oye, hijo, ¿Ese de allá no es tu compañero?

—No sé quién es.

—¡Pero tiene el uniforme del equipo de rugby de Strand!

—Pobre chico, ¡Dile que venga! —animó la mujer a su esposo. —La lluvia solo empeorará.

—¿Qué? ¡No, no, John estará bien! ¡Ya vienen a buscarlo! —mintió el joven.

—¿John? Dijiste que no lo conocías —observó su madre.

—Ese chico no puede quedarse allí solo en la lluvia. Va a enfermarse. ¡Hay que llevarlo!— dijo su padre, movido más bien por un deseo personal que su hijo conocía. Sherlock desistió, ya no había marcha atrás. Nota mental: no molestar a alguien que puede pasar el resto del día contigo, hay los riesgos de que te dé una paliza.

Sobre todo si fuiste tremendamente antipático con él (y sin ningún motivo).

 

—¡John! ¡Ven, chico, te llevaremos!— gritó su padre al joven rubio, que miró con ojos de cachorro perdido que estaba siendo rescatado de la calle.

 

Se acercó al vehículo, que también era su salvación, pues su opción inicial iba a ser esperar a que bajara la lluvia para dirigirse a la estación de metro, y hasta eso podrían pasar horas.

Aunque, por otro lado, también aceptó el aventón a modo de represalia contra Sherlock. Y este lo notó en la mirada que le dedicó John cuando ambos se vieron dentro del auto.

Agradeció a los padres de su compañero.

 

— ¡Ni lo menciones! Siempre es un gusto ayudar a un compañero de nuestro hijo, y más si es miembro del honorable equipo de rugby de Strand!— dijo solemne su padre. Oh, aquí vamos, pensó Sherlock.

Su padre era un apasionado por el rugby. También había sido alumno de Strand, y había formado parte del equipo de rugby de aquella institución, aunque casi siempre estaba en la banca. De hecho, solo lo habían aceptado en el equipo porque era un chico que trabajaba duro y se esforzaba, pero no porque ese trabajo haya dado frutos. El padre de Sherlock tenía la misma contextura delgada de su hijo, quizás mucho más, porque al menos el ballet había hecho más esbelto a este último. Y una contextura de ese tipo no era conveniente para aquel deporte. 

 

El trayecto a casa fue más lento de lo esperado, debido al mal clima y al tráfico pesado, y el único que parecía estar notándolo era Sherlock, pues sus padres estaban muy entretenidos interrogando a su compañero John Watson. 

 

Así supo que el rubio hacía rugby desde muy pequeño, y fueronsus habilidades las que llamaron la atención de Strand, escuela que estaba en búsqueda de nuevos chicos para reflotar su equipo de rugby, que venía en decadencia (siempre lo había estado). Es por eso que la institución le otorgó una beca completa para seguir sus estudios allí.

Con su liderazgo, John había logrado sacarlos del usual último puesto de la tabla de posiciones, llegando a la final del torneo intercolegial del año pasado. Lamentablemente, no habían podido contra uno de los equipos más fuertes y tradicionales de Inglaterra: los chicos de la escuela Sedbergh.

Pero no había nada que lamentar, gracias a John y su equipo, Strand había pasado del último puesto en el ranking nacional, al segundo puesto, y a poder enfrentarse a uno de los mejores equipos del país, lo cual lo había convertido en todo un héroe.

 

 —Y dime, John —continuó la conversación la señora Holmes. — ¿Qué hacen tus padres?

 

Sherlock notó como las facciones de su compañero se tensaban.

 

—Mi padre es militar retirado.

 —Oh ¿Enserio? ¡Qué honorable!— atino a decir el señor Holmes mientras trataba de no quitar su atención al camino. —¿Dónde sirvió?

—En la guerra de Afganistán. 

Los padres de Sherlock respondían con más elogios atinentes al orgullo, al honor que significaba servir al país, empezaron a hablar de valentía, de patriotismo, pero John no parecía estar escuchando. Solo contestaba con monosílabos.

Sherlock tampoco los escuchaba, en cambio, dirigió su atención a su compañero. Se encontró observándolo demasiado, cuando ambos cruzaron miradas y el genio tuvo que desviar su mirada. John estaba terriblemente incómodo.

 

La incomodidad siguió cuando empezaron a interrogarle por su madre. Era evidente que John quería tocar el tema lo menos posible. Los datos que daban acerca de ella, de su trabajo y estudios eran inciertos.

 

El rubio suspiró de alivio cuando cambiaron de tema.

 

El viaje se estaba haciendo infinito. Sherlock se apoyó en el vidrio del auto mientras observaba la tormenta que había arruinado su día. No había emitido ni una sola palabra desde que John los acompañara.

Él solo quería llegar a su casa, encerrarse en su cuarto y estar en paz, leer su libro favorito: la saga del gran detective Max Heller, o ver un buen documental de asesinatos. Y quería que John Watson se fuera lo más pronto posible.

 

Pero nada de eso sucedió.

 

En vez de acercar a John hasta su casa, los padres de Sherlock decidieron que todos irían directamente a la residencia Holmes. Y allí, John vería como ir a su casa cuando la lluvia cediera un poco.

Sherlock observaba con desdén la situación actual: John era literalmente el centro de atención del matrimonio Holmes, quiénes se hallaban sentados en el living, al lado del rubio, escuchándole y mirándole atentamente, hasta con admiración.

Y Sherlock se hallaba allí sentado, de brazos cruzados, sin siquiera disimular su disgusto, y aún con su bolso al lado. Su madre no le había dejado ni que subiera a su cuarto a dejarlo, con el afán de evitar que su hijo abandonara irrespetuosamente a su "visita".

 

John era como el hijo que sus padres siempre habían querido tener. Eso podía leerse en la devoción con que lo miraban.

Y aunque externamente no se notara, Sherlock estaba tremendamente incómodo.

— Es admirable lo que has hecho por el equipo de rugby— el señor Holmes elogiaba a John por millonésima vez. — En mi época, con suerte pasábamos a los octavos de final en los torneos. Y ahora, ¡Llegaron a enfrentarse a Sedbergh en la final! ¡Qué orgullo!

—Muchas gracias, Señor Holmes.

— ¿Te paso los papeles de adopción para que los firmes? — intervino con ironía el menor de los Holmes, siendo las primeras palabras que decía tras haberse mantenido en silencio viendo su teléfono.

Su padre solo rió. —Ah, Sherlock. Siempre tan gracioso.

Sherlock solo fingió una sonrisa y volvió a tomar atención a su teléfono para seguir leyendo una muy interesante noticia: habían encontrado el cuerpo de una mujer en el baño de su apartamento, pero este había sido cerrado desde adentro, y no había señales de entrada ni salida de nadie más.

Mentía, no podía centrar su total atención al caso, porque le molestaba la aburrida charla que sus padres entablaban con John.

 

— ¿Cómo? ¡¿Por qué no jugarías en el intercolegial?! — decía alarmado el Señor Holmes.

Sherlock volvió disimuladamente su atención a la conversación ajena.

— Porque mis notas bajaron, y bueno, eso afecta a la beca que me dieron— dijo el rubio encogiéndose de hombros. — Pero no es porque no estudie, sino porque, sinceramente, hay materias que me cuestan mucho entender. Cómo química, por ejemplo.

— ¿Química? ¡Sherlock puede ayudarte con eso!

En ese instante, el aludido abrió sus ojos como dos platos. Dirigió una fulminante mirada a su padre.

— No, papá. No puedo ayudarle— contestó entre dientes.

— ¿Por qué no? Si te la pasas aquí encerrado en tu cuarto.

Ese comentario de su padre le ofendió. Por supuesto, solo destacaría lo negativo de él. ¿Acaso no recordaba que también hacia ballet y pasaba horas practicando?

Y por supuesto, tampoco tenía idea de lo que hacía "encerrado en su cuarto". Nunca le había interesado. No era tan importante como su trabajo de espía en el M16.

— Si no puedes, está bien— intervino John, quien había notado la tensión formada entre padre e hijo. — Buscaré un tutor particular.

Sherlock ni siquiera le escuchaba, solo se levantó y se dirigió a su cuarto, sin emitir ni una sola palabra.

Sus padres miraron alarmados la situación.

—¡No te preocupes, John! ¡Nosotros lo convenceremos!— dijo amablemente la señora Holmes.

Pero el señor Holmes estaba claramente molesto con la actitud de su hijo. —Él lo hará. Es tu compañero y debe ayudarte —dijo seriamente.

 

La conversación de sus padres y John ya no era de su incumbencia. De hecho, la educación de John no era de su incumbencia. Sherlock cerró la puerta de su cuarto y siguió leyendo aquel caso que llamara su atención hace un rato.

Debió haber pasado más de una hora, cuando sintió golpes en su puerta. A juzgar por las sombras que se proyectaban por debajo, sus dos padres estaban allí. John ya debía haberse marchado.

 

— Sherlock. Abre la puerta —demandó su padre sin disimular su molestia. Pero no recibió respuesta de otro lado. Volvió a inquirir que le abriera la puerta. —Fue muy grosero lo que le dijiste a John.

¿Y lo que tú me dijiste a mi? ¿O el hecho de que no valoras nada de lo que hago?, pensó Sherlock.

 

Escuchó como su madre trataba de calmar la situación.

— Déjalo, debe estar de mal humor...

—¿Mal humor? ¡Estoy harto! Siempre que vuelva a casa se encierra en su cuarto. Esta casa no es un hotel. ¿Se piensa que solo viene a comer y a dormir aquí? Además, ¡Es un maleducado! ¿No viste como trató a su compañero? Por eso no tiene ni amigos, ni habla con nadie.

 

Su madre intentaba hacer que su esposo no siguiera hablando con frases como "no es tan así" o "sabes cómo es Sherlock..."

¿Cómo era Sherlock? Él no pensaba en sí mismo como el problema. El problema eran los demás. La gente en general. Todos le parecían vulgares, superficiales. Sus mentes eran planas y sin uso, tan predecibles como si una ley de física se tratara. Mentes como la de John Watson, que solo podían pensar en ir tras una pelota con forma de huevo y golpearse hasta sangrar con otros idiotas como él. Le aburría.

 

—Habíamos acordado sacar esta familia adelante. Todos juntos — dijo su padre, lo suficientemente fuerte como para que su hijo escuchará.

El bendito acuerdo, pensó. El acuerdo, desde "el incidente" con su hermana Eurus.

Es como si fuera desde allí, y solo desde allí, que sus padres recordaran que tenían una familia.

 

Era todo una hipocresía.

 

A pesar de lo que se pensara de él, o lo que él mismo intentara mostrar, Sherlock podía llegar a ser alguien sensible, y actuar en consecuencia.

 

Se levantó y abrió la puerta violentamente.

 

— No voy a enseñarle nada. No tengo porqué— dijo cortante, una vez tuvo a sus padres frente a frente.

— ¡Sí que lo tienes! ¡Es tu compañero de clases!— reiteró su padre.

— ¡¿Mi compañero?!— soltó con indignación. —¡Por favor! ¡Qué hipocresía! ¡Nunca hemos intercambiado ni una sola palabra, ni siquiera sabía quien era hasta hace unas horas atrás!

— ¡Eso es porque no hablas con nadie!

—¡¿Y qué si no hablo con nadie?!

— Hijo...— intervino su madre con seriedad, para tratar de bajar los decibeles de la discusión. —Debes aprender a ser solidario. Si tienes tiempo y tienes una facilidad para el tema, podrías ayudarlo. Como yo lo hice cuando tenía tu edad.

 

Indudablemente, Sherlock y sus hermanos habían heredado la mente brillante de su madre. La señora Holmes era una genia en matemáticas. Y efectivamente, más de una oportunidad había escuchado de la eximia adolescencia de su madre. Con tan solo 16 años ya escribía artículos al respecto, y había sido especialmente invitada a Oxford a seguir sus estudios, donde actualmente se desempeñaba como profesora. En su juventud, había ganado las olimpiadas nacionales de matemáticas cinco veces seguidas, y tenía el gusto de ayudar a sus compañeros en aquello que no entendieran. Siempre había tenido esa vocación para enseñar y ayudar.

Pero Sherlock no había heredado esa vocación, ni la compartía en lo más mínimo. De hecho, pensaba que era un desperdicio que una mente tan brillante terminara enseñando.

 

— ¿Y eso a donde te llevó?— contestó crudamente. —¿Qué beneficios te dio? Porque yo no logro vislumbrar ninguno.

— ¡¡No le hables así a tu madre!!— intervino furioso su padre.

— ¡No se trata de beneficios, Sherlock!— volvió a increparle su madre, visiblemente afectada por las palabras de su hijo. —Se trata de ayudar a tus compañeros, y quizás así... logres insertarte más en...

— Ah, así que de eso se trata, hacer "amigos"— le interrumpió con sarcasmo. No era la primera vez que discutían sobre eso. —¡¡No me interesa!!, ¿No lo entienden? ¡No me interesa hablar ni entablar nada con nadie, no me interesa ayudar a nadie!

—¡Por qué eres así?! ¡¿Por qué eres tan antipático?!— soltó furioso su padre.

 

Sherlock solo le dirigió una mirada fulminante.

 

Quizás porque nunca se sintió aceptado.

O porque confió en las personas equivocadas.

Quizás porque se siente seguro cuando está solo, donde nadie puede lastimarlo, donde no pueda esperar nada de nadie.

Quizás esa antipatía le garantiza esa soledad.

 

Volvió a su expresión de indiferencia. No podía permitirse esas divagaciones emocionales, ni esas reacciones impulsivas. Las emociones son un defecto.

— No voy a enseñarle.







 

 

Notas finales:

Aquí algunas aclaraciones!

*La escuela es obviamente ficticia. Tomé el nombre "Strand" de la revista donde se publicaban originamente los cuentos de Sherlock Holmes, como muchos de ustedes sabrán.

*Max Heller es el nombre de un detective ficticio que fue creado por un escritor francés, antes que Sherlock. Tiene caracteristicas muy similiares, como su adicción a las drogas, su inteligencia y su fiel compañero. Por esto, Doyle incluso fue acusado de plagio.

*Sedbergh sí es una escuela real, y tienen muy buen rugby.

 

Sí omití algo o hay algo que no se entiende, pueden comentarlo! Estaré gustosa de aclararlo.

A quienes estan siguiendo este fic, se los agradezco inmensamente. 

Si les gustó el cap, dejen sus comentarios! uwu <3

 


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