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Gigantomaquia por adanhel

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Península del Peloponeso, extremo sur de los Balcanes.

-Aquí tampoco hay nada.-dijo Seiya para sí mismo, tras examinar la pared de piedra.

Él reconocía la débil luz que iluminaba tenuemente la caverna, donde con certeza no llegaban los rayos del sol, la misma que vio en las profundidades del Monte Etna donde Typhon estaba aprisionado.

–De seguro este lugar fue parte de las Tierras Sagradas de los Gigas.–concluyó el Santo de Bronce de Pegaso.

Esa caverna era bastante menor que la del Etna. No tenía templos, apenas ruinas de un altar de piedra.

“Extraño...”, pensó el joven. “Tengo la impresión de que alguien estuvo aquí hasta hace poco”. Seiya pareció sentir los resquicios de un Cosmo, pero no había señal de los enemigos. Con excepción de los murciélagos, él era la única criatura viva allí, y no tuvo otro remedio que dejar la caverna atrás.

                                                                                        ***

Anochecía en Atenas, el lugar sagrado de la diosa protectora de la Tierra, y Yulij, de la constelación de Sextante, en un vestido y una túnica escarlata, estaba en el observatorio estelar del Santuario. A su lado, Mei.

-Parece un mar de sangre.-comentó Mei, que vestía una camiseta y pantalón negro, modernos, en contraste con la vestimenta clásica de la joven.- ¿Desde cuándo el atardecer es tan rojo?

-La erupción del Etna fue la mayor de los últimos siglos.-le explicó Yulij.-La polvadera volcánica formó una espesa capa en la estratosfera, bloqueando la luz solar, por eso el cielo tiene ese color. Según los investigadores de la Fundación Graad, en los próximos tres a cinco años la incidencia de la luz solar sobre la superficie terrestre va a disminuir en más de 10%.

-La inestabilidad climática perjudica la agricultura, habrá falta de alimentos... la cosa es seria.-suspiró Mei.

-¿Tú estás bien?–preguntó Yulij, con una expresión preocupada.

-Yo iba a preguntarte exactamente lo mismo.

-Estoy bien.

Yulij había sido gravemente herida al ser secuestrada por los Gigas, pero parecía estar casi recuperada. Hasta su máscara, que Mei había quebrado cuando estaba dominado por Typhon, volvía a estar intacta, cubriendo su rostro.

-¿No tienes problemas en usar la máscara por encima de los vendajes?

-¿Qué se puede hacer? Ese es el dogma.

–La tradición dice que toda mujer que está con los Santos debe abandonar completamente su feminidad, escondiendo siempre su rostro.

El piso destruido del observatorio, donde antes se veía un mapa del zodiaco, es testigo del ataque de Mei.

-¿Sabes cuál es el otro dogma?–preguntó Yulij, en un tono casi pícaro, antes de colocarse en posición de ataque, como intentando aplicar un golpe en la garganta de Mei.–Para un Santo Femenino, el ser vista con el rostro expuesto es más humillante que ser vista desnuda en público. Si alguien ve su rostro, tendrá que matar a esa persona.

-Esa regla la conozco.-sonrió Mei, ignorando los puños de Yulij contra su persona.-Entonces, ¿mataste a los médicos? ¿Cómo es que te operaron la cabeza sin mirar?

-Los médicos son otra historia...

-Hey, ¿no tenías otra alternativa?–continuó Mei.- ¿Amar a quien viese tu rostro?

-Te estás burlando de mí.– suspiró Yulij.-Que imprudente. ¿Crees que no soy capaz de matarte?

-No tienes motivo. Infelizmente no vi tu rostro. Al menos no lo recuerdo. Mis memorias de cuando estaba bajo el poder de Typhon son confusas. Sé que quebré tu máscara aquí mismo, pero no consigo recordar los detalles.

-Que amnesia más conveniente.-dijo Yulij, recogiendo su puño, medio a regañadientes.-Si fuera a amar a un hombre irresponsable, prefiero creer que no viste mi rostro... ¿Dónde se vio que un despistado como tú sea ordenado Santo...? Las estrellas deben estar protestando. ¿Qué tipo de aprendizaje tuviste con tu maestro?

-Ah, de muchos tipos...–respondió Mei, pensando.-Aprendizaje de vida.

-El destino de tu constelación es bastante menos agradable que eso.–la voz de Yulij sonaba ahora entristecida.

Ella levantó los ojos al cielo. La coloración púrpura de la puesta de sol iba siendo gradualmente sumergida en las tinieblas.

-¿Es difícil divisar las estrellas, eh?–comentó Mei.

De hecho, la atmósfera parecía estar cubierta por una densa niebla.

-Typhon cubrió el cielo con cenizas. Por eso no consigo divisar directamente el mundo o el futuro.–lamentó Yulij.-Y a tu constelación, Mei, es más difícil verla que a las otras.–continuó, señalando un punto en el cielo.

Ahí, en el lado oeste del firmamento, donde aún restaban las últimas constelaciones de primavera, un poco encima de Virgo, entre las estrellas Denébola y Arturo, se encuentra la constelación de Cabellera de Berenice. Es un conjunto de pálidas estrellas, y por más limpio que esté el cielo, visualizar en ella los largos cabellos de una mujer es un verdadero ejercicio de imaginación.

-Puede no parecerlo, pero en ella están galaxias enteras.-dijo Yulij.

-Por eso la llaman “Ventana de Galaxias”, ¿no es así?

-Pues, ve eso...–la joven estaba sorprendida con los conocimientos de astronomía de Mei.

-Son galaxias distantes.–continuo Mei–Podemos verlas porque está al norte de la Vía Láctea, en un pedazo donde el cielo tiene menos estrellas.

Yulij cambio el tema, sin decir por qué.

-Estoy preocupada por Seiya y los demás que fueron tras la pista de Typhon. Todos los que son capaces de caminar están en esa búsqueda, en este momento solo hay Santos heridos en el Santuario.

-Typhon no es como los dioses del Olimpo, que quieren el dominio de la Tierra.-reflexionó Mei.-No sabemos que pretende realmente, es eso algo que asusta.

-Pensé que los Gigas querían dominar el planeta...

-Puede ser... Pero los Gigas son como esclavos presos por el temor a Typhon. Una voluntad divina corrupta como la de él jamás estará satisfecha, a no ser que destruya todo, y al final, a sí mismo.

-Cuando fuiste marioneta de Typhon, ¿tocaste su “voluntad”?–preguntó Yulij.-Yo sé que prefieres olvidarlo, pero aun así me gustaría saberlo.

Mei escondió el rostro, como si estuviera recordando una pesadilla.

-Ven conmigo a la biblioteca.-continuo ella, tomando su mano.-Quiero oír lo que tienes que decir.

                                                                                       ***

En la costa norte del Mar Negro; una región de Ucrania, antiguamente conocida como Citia.

-Tampoco es aquí.-dijo Hyôga.

Una pared bloquea su avance.

La Cloth de Cisne, blanca-azulada, y los cabellos rubios del joven brillan levemente en la oscuridad, prueba de que esta fue una de las Tierras Sagradas de los Gigas. En la caverna vacía apenas quedan restos de un altar de piedra.

-Este olor... es el olor de Typhon.–continuó para sí mismo, frotándose la nariz, su cosmo captando una sensación anormal en el aire.-Es como si fuera el rastro dejado por una voluntad maligna... tal vez el propio Typhon pasó por aquí. ¿Pero para qué?

Los rastros dejados eran insuficientes para cualquier conjetura.

                                                                                          ***

-Yo tenía un miedo terrible de disgustar a Typhon y exponerme a su ira.-dijo Mei.

-¿Como los Gigas?–preguntó Yulij.

-Eso... yo entiendo porque los Gigas le rinden culto a Typhon. Es un dominio psicológico absoluto... suficiente para que ofrezcan su propia vida en sacrificio.

-¿Sabes que es el Calabozo del Tiempo Estancado? Yulij anotaba con cuidado toda la información brindada por Mei.

-Es una especie de sello temporal. Typhon selló a los Gigas sobrevivientes de la antigua Gigantomaquia en diversas partes del mundo. Al contrario de él, que es un dios y por tanto inmortal, los otros Gigas no son diferentes a los humanos, tienen una vida terrenal limitada. Detener el tiempo fue la única manera de hacerlos volver con su cuerpo físico después de tantas eras.

-Un don secreto de los dioses.-suspiró Yulij.

-Después de poseer mi cuerpo...–continuó Mei.- Typhon rompió las ataduras temporales y trajo a los Gigas de vuelta a la vida.

-¿Cuántos Gigas renacieron?

-Solo recuerdo a cuatro: Agrios, Thoas, Pallas y Enkelados.

-Pero hay algo extraño allí...–comentó Yulij, pensativa.–Según los registros del Santuario, Typhon y todos los Gigas fueron sellados por Athena.

-Tiene sentido que la diosa haya sellado a Typhon, que es inmortal. Pero no habría razón para dejar a los Gigas vivos dentro de las ataduras. ¿Esos libros históricos del Santuario son confiables?–preguntó Mei.

-Dicen que “verdad” y “realidad” son conceptos diferentes. Es la misma cosa con historia y realidad. La revuelta de Saga, por ejemplo… ha sido un desafío decidir cómo va a constar en la historia oficial.

-De cierta forma, sería correcto decir que el Santo de Oro de Géminis fue poseído por sentimientos malignos y asesinó al Gran Papa.-sugirió Mei.-Pero transmitir eso para los Santos del Futuro...

-No es muy apropiado.-completó Yulij.

-El oficial mayor dice que Saga sufría de esquizofrenia, tenía dos personalidades, una de justicia y otra de maldad.

-Saga en sí no era el mal absoluto.-concordó Yulij.–Pero trató de traicionar a Athena y provocó una crisis interna que causó la muerte de un número enorme de Santos.

-De cualquier forma, Athena, la guerrera defensora de la Tierra, debe siempre aparecer en la historia fundamentada por victorias incuestionables de justicia inamovible e inmaculada.-dijo Mei, con ironía.

-¡Vaya que dices cosas peligrosas con la mayor cara de inocente!–comentó Yulij.-Si el Maestro Nicole lo supiera, seguro te quitaría el título de Santo...

-Entonces queda entre nosotros, ¿verdad?–dijo Mei.-No quiero quedar en el registro por ser el Santo que tuvo el menor tiempo su título.

-Voy a hacerte el favor de no escribir lo que dices.-el tono de voz de Yulij continuó serio.-Lo que la historia oficial de Athena precisa son las Guerras Santas y la verdad histórica de las victorias. Eso dará coraje para que los Santos de las próximas generaciones enfrenten el combate. No hay necesidad de conservar registros de los Santos que sufrieron amargados entre la justicia y el mal, o que sintieron compasión por los enemigos.

-Athena es justicia.-concordó Mei.

-Exactamente. Quien dude de eso nunca va a conseguir ser un Santo de verdad, defender aquello que precisa.

-Tu rostro…-Mei cambió de tema.-Hablar con una mujer sin expresión es más aterrador que enfrentar a Typhon.

-No puede ser peor que mirar esa sonrisa tonta.-respondió la joven, levantando los hombros.

-¿Por qué tu nombre es Yulij?-insitió Mei.-Es un nombre de hombre, ¿no es así?

-No es mi nombre verdadero. Los Santos deben romper todos los lazos con la sociedad, pudiendo incluso abandonar su nombre de familia. No sé si es el caso de Seiya, Shun, o Hyôga... pero son pocos los Santos que usan el nombre que sus padres les dieron.

-Nosotros somos hermanos, hijos de un mismo padre, pero fuimos criados como huérfanos.–la voz de Mei se volvió seria.–Desde el comienzo no teníamos nada que perder. Mei es solo Mei, Seiya es Seiya, Shun es Shun, Hyôga es Hyôga...

-Es que ustedes son hijos de las estrellas.-filosofó Yulij.-Yo uso un nombre de hombre por cuestión de espíritu.

-¿Aquel parloteo de que una mujer que se vuelve Santo debe abandonar su feminidad?-Mei volvió a su tono sarcástico.-¡Eres tan anticuada!

-Y tú un malcriado.

-Déjame adivinar: ¿tu nombre verdadero es Yulia?

-Además de malcriado, eres un simplón. Haciéndome esas preguntas… ¿qué es ese color de cabello? ¡Está a la vista que es teñido! ¡La raíz es negra!

-Este cabello, si quieres saber...–dijo Mei, sonriendo.-es una prueba de respeto a mi maestro.

Pero Yulij ya había perdido la paciencia con el parloteo burlón de Mei. Juntando rápidamente las cosas sobre la mesa, se levantó y desapareció por el fondo de la biblioteca.

-Yulij…-dijo Mei, soltando un suspiro, antes de susurrar para sí mismo.-En japonés ese es un nombre muy femenino...


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