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Gigantomaquia por adanhel

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De pie sobre una roca que recordaba un sombrero puntiagudo, Seiya examinaba el paisaje a su alrededor, uno de los muchos bosques de piedra del valle de Anatolia, una región desolada, distante de la civilización. El Santo no veía ningún tipo de luz, ninguna señal de que hubiera algo. Detrás de él estaban Hyôga, Shiryû, Nicole y Kiki, que los tele transportó del Santuario hasta allí.

-Oficial Mayor, ¿cuál es la relación de esta tierra con Typhon?–preguntó Shiryû.

-Un poema épico griego cuenta una historia llamada “La morada de Typhoeus”

-¿Typhoeus? ¿Sería sobre Typhon?

-En realidad, es sobre la esposa de Typhon. ¿Ya olvidaron el nombre de Echidna?–preguntó Nicole a los Santos de Bronce.

-Madre de monstruos.–respondió Hyôga.

-Sí, muchos monstruos de la mitología griega son considerados hijos de Typhon con Echidna: el León de Nemea, la serpiente venenosa Hidra, Cerberus, el perro del infierno, el buitre que devoró las vísceras de Prometeo encarcelado...

-¡Alto ahí! ¿Esos monstruos no son constelaciones?–preguntó Seiya.

-Lo son, sí.–explicó Nicole.-Esta leyenda es una de las muchas historias envolviendo a las figuras que dieron nombre a las constelaciones. Esos monstruos son frutos del miedo... del “temor” de las personas. Tal vez los humanos intentaron apaciguar a esas criaturas aterrorizantes llevándolas a los cielos. Además de eso, creo que el destino de las estrellas no existe solamente para los humanos, sino también para los Gigas.

-¿Usted piensa entonces que los Gigas también tienen sus constelaciones y ven las estrellas?

-Exactamente, Shiryû.–Nicole levantó los ojos hacia el cielo nocturno.-El firmamento es el recipiente de este universo, en el cual todos los Cosmos y todas las Voluntades Divinas se mezclan.

En ese momento, los cuatro Santos revisan sus Trajes Sagrados, admiran el brillo de las estrellas que honraban. Están bajo la protección de la sangre de Athena. Contemplan su destino.

-Vamos a salvar a Shun.

-Y a Mei.

-Y vamos a vencer, por Athena.

Nicole vio a los tres jóvenes colocar las manos unas sobre las otras, señalando el compromiso de cumplir la misión.

-Pero... ¿y yo?

-Tú te quedaras esperando aquí, Kiki. Cuando sientas que estás en peligro, escapa enseguida. Tu fuerza es necesaria para Athena.

-¿Es cierto? Hummm, creo sí... sin mí, las cosas no ocurren, ¿cierto?–feliz con el elogio de Nicole, Kiki buscó un lugar para sentarse y esperar a sus compañeros, que salieron inmediatamente disparados por el bosque de piedras.

Los cuatro corrían manteniendo una distancia fija entre sí. Lo que debían hacer no era protagonizar una historia de heroísmo y bravura para ser contada por milenios, todo sería por el amor y la justicia. Por sus compañeros y por Athena.

-Aún no siento la Redoma de Flegra.-gritó Seiya hacia los otros.

-El bosque de piedra no está dentro de la maldición de Typhon, por lo tanto, al encontrar el campo de fuerza, encontraremos también al dios de los Gigas.

De repente se escuchó un ruido, una especie de grupo insurrecto. Los Santos se detuvieron y asumieron posición de combate. El suelo se abrió. El bosque de piedra grita. El viento que recorre las rocas hace vibrar el aire y amenaza a los invasores como con un arpa estridente. El suelo cede. La superficie se desmorona como una concha vacía y los Santos son tragados hacia el centro de la tierra, perdiéndose unos de los otros en medio de las sombras de las rocas y el polvo que cae.

El cráter es grande, lo bastante para abrigar varios anfiteatros y va haciéndose cada vez más profundo, hasta que finalmente encuentran el fondo.

Con eso la tierra se hace silenciosa nuevamente.

***

-Uff…-Hyôga tosió, empujando una roca gigantesca.–¿Dónde estoy?

El Santo percibe que perdió contacto con el cosmos de Shiryû, y los demás.

El aire estaba saturado de polvo y era imposible mantener los ojos abiertos. De cualquier forma, Hyôga estaba muy debajo de la superficie: aunque pudiese abrir los ojos, la oscuridad era absoluta. Mientras caía, saltó instintivamente hacia un agujero lateral del cráter. Si hubiese caído hasta el fondo, habría sido aplastado por el peso colosal de las rocas.

-¿Otra artimaña de los Gigas?–se preguntó el joven, ahora separado de los otros Santos.

Un ventarrón tenebroso recorrió el espacio vacío. Hyôga sintió como si una centena de serpientes lamiesen todo su cuerpo.

-Ahora... ¿conseguiste sobrevivir al desmoronamiento?

Hyôga se volteó en dirección de la voz y para su sorpresa consiguió abrir los ojos. El polvo, antes tan denso, desapareció completamente.

Esta es una caverna con luces vacilantes entre el rojo y el marrón, que recuerda mucho al templo subterráneo del Monte Etna. Hyôga está sorprendido por la existencia de un espacio tan amplio bajo el volcán Arima.

- Esa Cloth... no es un traje cualquiera.-continuo la voz, grave como de una fiera gruñendo.

-Ah, ¿te diste cuenta?–Hyôga ya conseguía visualizar a su enemigo: es uno de los Gigas.

-Dentro de la Redoma de Flegra, armada en el interior de este templo subterráneo, tu Cloth repelió el “temor”.

-¿Typhon está aquí?

-Debe ser la protección de la sangre de Athena. ¿Quién eres?

-Hyôga, de la constelación de Cisne.

-Orthos, el Maléfico Can Bicéfalo.

Su Adamas tiene el brillo de un zafiro estrella del color de las tinieblas, una piedra noble y rara, que trae en su profundidad un azul intenso, los rayos centellantes de las estrellas.

Hyôga reconoce el nombre del monstruo de la antigüedad. La figura que está delante parece ser hecha de roca maciza. Aunque tiene la misma altura que los otros Gigas, su torso y abdomen son de proporciones colosales, similares a los de un oso polar de media tonelada, el mayor animal carnívoro del planeta.

El Giga usa un collar de espinas y una armadura de Adamas de estilo poco común, recordando un valiente y rugoso perro mastín.

-Tú eres hijo de Typhon y Echidna. El que invadió el Santuario declaró que había nuevos Gigas, hijos del dios...

-Yo soy uno de ellos.

Su rostro estaba enteramente cubierto por un yelmo. Las hombreras tenían imágenes que representan al propio Maléfico Can Bicéfalo, mostrando sus dientes si estuviera siempre preparado para morder a sus enemigos. Parece tener tres cabezas, incluyendo el yelmo.

-Entonces tú eres mi oponente.

Un cristal de nieve danza suspendido, congelando el aire. Los sonidos finos de las crepitaciones punteadas por el frío en la atmósfera son el silencioso preludio del guerrero, al elevarse el cosmos de Hyôga.

-Te voy a devorar.

-Que mal gusto.–le responde Hyôga, sintiendo un terrible malestar.

***

Después de haber sido prácticamente sepultado vivo, Seiya se abrió camino destrozando las rocas que caían sobre él, levantándose de la tierra como un muerto resucitado. El joven se limpió los ojos y escupió enérgicamente el barro que se acumuló dentro de su boca.

-¡Dios! No tendría ninguna gracia morir en un lugar como este.-dice para sí mismo, tal vez para aliviar la tensión.

Encima de él, la salida está parcialmente soterrada, además no consigue divisar el fondo. En el lugar hay una luminosidad turbia, ocupando el aire en el interior de la caverna y revelando los contornos de la roca.

-¡Igual que el Monte Etna! Entonces aquí también es...

-Tierra Sagrada de mi padre.

Seiya da una ágil media vuelta y asume posición de combate, poniéndose en guardia con los brazos.

-¿Quién eres, apareciendo así de repente? Casi me matas del susto.-provocó Seiya, reconociendo en el enemigo la figura de un Giga.-¡Entonces aquella abertura en la tierra fue una artimaña suya!

-No era nuestra intención que el combate se resolviera así.-dijo el monstruo.- Si murieran simplemente de esa manera no podríamos vengar el odio acumulado a lo largo del tiempo por los Gigas. Quiero saber tu nombre.

-¿Para qué? ¿Para escribirlo en un libro de historia?–ironizó el joven.

-Los Gigas no necesitamos registrar la historia. La existencia de mi padre es la prueba de que los Gigas sobrevivirán.

Después de eso, el enemigo surgió de las sombras completamente y su figura monumental dominó la caverna llena con la Voluntad de Typhon. Seiya detuvo la respiración delante de lo que veía. El Giga tenía alas formadas por membranas estiradas sobre huesos como las de los murciélagos. La espada en la mano izquierda es una serpiente venenosa, el escudo en la mano derecha es una cabra, cuyos cuernos evocan a las antiguas representaciones del diablo.

Esos objetos hacen que la figura parezca un fantasma sacado de una gesta medieval.

El brillo del Adamas que cubre todo su cuerpo es de rubí estrella, pero del color de las tinieblas, otra piedra preciosa, rarísima, de un rojo tan intenso que llega a ser cruel, resguardando en su interior las llamas de estrellas enloquecidas. En su rostro, una máscara que imitaba la cara de un león.

-¿Dijiste padre? ¿Estás hablando de Typhon?–preguntó Seiya.

-Estoy preguntando tu nombre por una única razón.-el Giga cambió de tema, completamente preparado para el combate.-Tengo que saber el nombre de la carne que voy a comer.

Seiya se irritó con la forma en que el monstruo le encara. Pateando el suelo, tomó impulso para lanzarse en dirección del oponente.

-PEGASUS SUISEI KEN!–grita, envolviéndose en un aura blanco-azulada.

Un brillo intenso, sus puños se dirigen al enemigo a una velocidad mucho mayor que la del sonido. El ataque mortal rompe el Redoma de Llamas Terrenales y por eso puede ser lanzado con su energía de siempre, pero un inesperado contraataque lo lanza al suelo.

El violento golpe aplicado por el escudo sostenido por el Giga hace que caiga a una distancia de decenas de metros, formando una columna de agua al caer en un lago subterráneo. El “Caballero Andante” de los Gigas sube por los peñascos hasta donde Seiya fue lanzado. Aunque torpe, su andar no es de ninguna manera lento.

-Ya estaba queriendo lavarme los pies…  hace unos tres días que no tomó un baño.-Seiya encaró al enemigo dentro del lago, con el agua hasta la cintura.

A pesar de estar golpeado, el joven sonreía con un aire tranquilo, como si no estuviera sufriendo ningún daño.

–Está un poco helada, pero creo que ahora ya me desperté.

-Ahora, tú...

-Para agradecerte, te voy a decir lo que querías saber. ¡Yo soy Seiya de Pegaso!

-Chimaira, la Bestia Pluriforme.–se presenta el Giga.

Su cuerpo tiene más de dos metros de altura, y su armadura parece ser la propia caparazón del gigante.

En su época de entrenamiento, Seiya había aprendido sobre fábulas de monstruos. El joven busca ahora en la memoria alguna referencia que su maestra Marin, la Santo Femenino de Plata de Águila, podría haberle dicho sobre la Quimera.

La mitad superior del Giga tiene la forma de un león y la inferior del cuerpo; en la cola, una serpiente. Es un ser extraño, fantástico, asombroso.

-Tú eres hijo de Typhon.

-Voy a devorarte.

Ahora, el caballo alado se enfrenta a la criatura fantástica que reúne múltiples animales juntándose en combate.

***

Nicole de Altar también escapó del desmoronamiento, abrigándose en una caverna bajó el volcán Arima.

-Oficial Mayor...–lo llamó Shiryû.–¿Dónde están Seiya y Hyôga?

-No lo sé. Aparentemente, cayeron muy por debajo de donde estamos.-responde Nicole.

-¿Estamos en lo profundo de un foso?–pregunta el santo ciego.

-En una caverna. Por lo que veo, hay marcas artificiales en las paredes. Tal vez sea un templo subterráneo de los Gigas. También parece que hay una Redoma de Flegra. Estoy preocupado por Shun y Mei...

-Señor, por lo que Kiki nos dijo no debe haber pasado más de una hora desde que él trajo a Mei.

-Espero que él esté bien.

-Si éste es el templo de Typhon, debemos ir para abajo. Encontraremos a Seiya y a Hyôga.–dijo Shiryû.-Consigo sentir sus Cosmos, aunque apenas lo hago.

-¡No me digas! Yo no lo consigo. Deben ser los lazos de sangre, ustedes son hermanos.–Nicole sonríe.

En ese momento un golpetazo hace que los subterráneos del monte Arima vibren nuevamente.

-¿Otro desmoronamiento?–Nicole miró para lo alto.

-No... Esto es...–sin tiempo de explicar, Shiryû salió  corriendo en dirección de un cosmos que sugería una estrella moribunda.–¡Por aquí, señor!

En los corredores por donde siguen, la luminosidad estaba más reducida. Shiryû, aunque fuera ciego, avanzaba como si guiase a Nicole por la penumbra. Llegaron a una abertura más, más iluminada. Delante de ellos, él.

-¡Mei!

La figura del Santo yacía vestida con su traje negro, herido y caído. Echado boca abajo, parecía querer levantar el rostro, gimiendo.

-¿Estás bien?

Sin hacer ninguna mención para su resguardo, Nicole corrió en su dirección.

-¡Pare! ¡No venga!–gritó Mei con la voz debilitada, casi inaudible.

En ese instante se hizo la más completa la oscuridad.

-¡Metsu!

Un ataque viniendo de las tinieblas atravesó el pectoral del Traje Sagrado de Plata como si fuera de papel. Un sonido sordo. La protección de la estrella de Nicole parece estarse agotando.

-¡Oficial Mayor!

Algo lo atravesó por la espalda. No hay nada que Shiryû y Mei puedan hacer. No hay como regresar en el tiempo. El fin de una vida no puede ser cambiado. La sangre inundó los pulmones de Nicole después que su pecho fue herido.

Mei se aproximó a Nicole, arrastrándose. El Santo de la Constelación de Altar cayó boca abajo, sin nada para amortiguar su caída.

-Mei... ¿estás bien?–preguntó el debilitado Nicole, preocupándose por los demás hasta en su último aliento.

-¿Por qué no se puso en guardia? Una persona como usted, señor...–Mei, con sus cabellos plateados bañados de sangre, se arrastró al percibir que la muerte de Nicole era inevitable.-¡Eso fue un descuido!

-Tienes razón... estoy avergonzado.–admitió el Oficial Mayor.-Perdí el control cuando te vi caído. Solo tenía en mente que tú eres necesario, Mei. Tú estabas a punto de traicionar la confianza de Athena... Te dije que había un secreto oculto dentro del Santuario... la historia de la antigua Gigantomaquia... sin ti... sin la Cloth de Cabellera de Berenice, sería muy difícil sellar a Typhon...

-Ahorre sus energías... no diga nada más...

-Sella a Typhon.-Nicole gastaba toda la fuerza que le quedaba-.Tu Cloth te guiará... será la voz de las estrellas... y solo tu podrás oírla...

-Sí...

-La única cosa que lamento... como Gran Papa Sustituto...–la mirada de Nicole iba perdiendo fuerza.–es no saber cuál es el destino confiado a ti y a tu armadura. Eso no está en la historia… no está en ningún libro. Ni la misma Athena reencarnada lo sabe... pero su sangre divina consagrada en tu traje negro... en aquel pasado distante... te contará cuando llegue la hora…

-La protección de la sangre de Athena...–repitió Mei.

-Podría ser un destino terrible para ti... Aun así, estoy obligado a dar la orden. Mei... ahora veo que el destino de mi estrella fue decirte esto: sella a Typhon.-son las últimas palabras de Nicole.

En ese instante, otra estrella cae del firmamento.

NICOLE, Plata, Altar. Tal vez su tumba no tenga restos mortales.

-¡Oficial Mayor!

-Shiryû.–advierte Mei.-Ten cuidado... el enemigo...

Shiryû corre en dirección a Mei, investigando el interior de la caverna. Sus movimientos son interrumpidos por un cosmo devastador.

-¡Apareció un insecto ruidoso más!–la presencia dominaba la caverna oscura.

-¡Tú me usaste cebo!–gritó Mei.–¡Es todo mi culpa!

Arrepentido, Mei se mordió el labio inferior con tanta fuerza que la sangre corrió por su barbilla.

-Mi padre ordenó que los devorásemos a todos ustedes, Santos.-dijo la voz que comandaba a los Gigas hijos del dios.

-¿Quién eres tú?–Shiryû no lo ve, pero puede medir al temible Giga que está delante de él por la absurda escala de su cosmos.

Si pudiera verlo, ciertamente estaría aún más apabullado.

-Ladon, el Dragón de Cien Cabezas.–declaró la voz.

Mei se levantó, tambaleante. Sus heridas son profundas y sangrientas, los músculos de su pierna divididos, como si la carne hubiese sido rasgada a mordidas.

-Ladon... ese es el nombre de uno de los hijos de Typhon y Echidna en la mitología, ¡el Dragón Maligno!–gritó Shiryû.

-Es el Giga hijo del dios del que hablaba Pallas...–completa Mei.

-Aquí estoy.-declara Ladon.

El brillo de su Adamas era de ópalo negro, una gema rara que irradiaba nebulosas estelares con todos los colores del arcoiris del firmamento de denso ébano.

-Vete, Mei.–ordena Shiryû.–Seiya y Hyôga deben estar debajo de esta caverna. Sientes sus cosmos, ¿no es así?

-¿Crees que voy a abandonarte?

-El Oficial Mayor me contó... sin ti y tu traje, será imposible sellar a Typhon.

-Pero...

-No repitas el error.–Shiryû no tiene otra opción que abofetear al renuente Mei.–¿Para qué somos compañeros? ¿Para qué somos hermanos? Tú no estás luchando solo.

-Eso no lo esperaba. Llevarme un golpe de un hermano más joven...

-Mei... hay una cosa que necesito decirte.-confiesa Shiryû.-En la Batalla de los Doce Templos yo luché con tu maestro, el Santo de Oro de Cáncer, y lo derroté con estos puños.

-Lo sé.-responde Mei.-Lo sé todo a través del Oficial Mayor... de Nicole. Él me lo contó antes de que me encontrara contigo en el Templo de la Constelación de Cáncer.

-¡Tu sabías!

-Aquel hombre…–Mei abrió su corazón para su hermano.–Aunque fuera un Santo maligno que se volvió contra Athena, continua siendo mi maestro. Al mismo tiempo, tú y yo tenemos la misma sangre. Nunca voy a comparar las dos cosas.

-Mei... Gracias. Esta conversación me libra de un peso enorme en el corazón.– Shiryû sonrió. Una sonrisa de alivio.

Delante de la actitud honesta de su hermano, Mei también se sintió redimido, a salvo. Antes que pudieran despedirse, Ladon, el Dragón de Cien Cabezas, se colocó delante de ellos.

-¿Crees que dejaré que él se vaya así?–preguntó el monstruo, refiriéndose a Mei.

-Yo Shiryû de Dragón, voy a probar que sí.

-¿Dragón...?-por primera vez, el Giga de máscara metálica revela algo que puede recordar a un sentimiento.

-¡Elévate, Cosmo! ¡Toma esto! El mayor ataque de este Santo...-el dragón celeste, resplandeciendo en un brillo blanco-azulado, se abrigó en el puño derecho de Shiryû.-¡ROZAN SHÔ RYÛ HA! (Supremacía del Dragón Ascendente de Rozan)

 

 


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