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Gigantomaquia por adanhel

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-Estoy sintiendo un poco de Cosmo allí abajo.-Seiya miró al interior de un antiguo cráter, actualmente inactivo, pero que por siglos, tal vez milenios, escupió fuego y humo.

El Santo de Pegaso no consiguió afirmar si esa energía que siente es de la señorita Yulij o de los Gigas.

-¡Opa!–Seiya se tambaleo. Está sudando mucho, un sudor frío y desagradable.-No entiendo. Mi cuerpo parece ser más pesado.

El aire a esta altura es más ligero, pero no lo suficiente para afectar a un Santo.

-¡Rayos! ¡Estoy sin fuerza!

El joven se siente como si su cuerpo estuviera lleno de agujeros por donde su Cosmo fluye a cada paso dado y no consigue encontrar explicación para su estado. Aunque la lucha contra Agrios fue dura no puede creer que haya causado consecuencias tan graves.

Un paso en falso y la superficie de la montaña pareció desmoronarse. Seiya resbaló y casi cayó dentro del cráter, pero fue salvado por una inesperada mano amiga.

-¡Mei!

El joven levantó el cuerpo de Seiya con su brazo.

-¿Estás bien?–preguntó el Santo, verdaderamente preocupado.

-¡Yo soy quien lo pregunta! ¡Solo mira tú estado!-le respondió Mei, completando con una risa.

-¿De qué te estas riendo, tonto?-Seiya no tenía ganas de enfadarse con un amigo, limitándose a mirarlo enojado unos segundos.- ¿Dónde está el que usaba sus garras, el tal Pallas?–preguntó, retomando el dialogo.

-Huí de él. Piénsalo bien, tú que eres un Santo tuviste bastante dificultad para enfrentarte con ese tonto, ¿piensas que un soldado raso como yo tendría alguna oportunidad?

Mei consiguió escapar del Giga por conocer cada centímetro de la región. Además de eso, como espía del Santuario, aprendió a disimular el rastro de su Cosmo, despistando a su perseguidor.

En ese momento Shun y Hyôga aparecieron no muy lejos, subiendo la montaña en dirección a ellos. Los cuatro finalmente se reunieron en la orilla del antiguo cráter.

-No sabía que estabas aquí, Hyôga...–la expresión de Seiya es de verdadera sorpresa.

-Fui enviado por Athena para ayudarlos.

-Ese traje del Cisne cae bien en ti.

-Mei.-Hyôga mira apenas al hermano que encuentra después de tantos años.

-¿Viniste corriendo desde Siberia? Ojalá que no te hayas cansado…– dijo Mei, sin obtener respuesta.–¡Jaja… continúas antipático. Nadie aquí cambió nada.

El joven levanta los hombros haciendo una cara que hace que Seiya y Shun suelten una risa rápida.

-¿Ustedes no estaban aquí porque sentían un Cosmo viniendo de este cráter?–preguntó Shun.

-¿Entonces ustedes también lo sienten?

Hyôga se volteó, callado, en dirección del agujero, apuntando una fisura entre 2 enormes rocas que parecen labios entreabiertos. Los cuatro se dirigieron a la abertura en la piedra, descendiendo cuidadosamente por la frágil y quebradiza superficie del interior del cráter. Shun espió por la hendidura.

-Es bien profundo. Parece ir hasta el centro de la Tierra.

-El Cosmo viene del fondo de esta caverna.

Después de las palabras de Seiya, los amigos descendieron por la abertura en la roca usando la Cadena de Andrómeda como una cuerda. Al alcanzar la base de la caverna, percibieron que no estaban encerrados en la oscuridad, como cabría esperar, una vez que dejaron la luz del día completamente atrás.

-¿Qué es esto? ¿Las paredes de la caverna están brillando?

Seiya y Shun andan al frente, seguidos por Hyôga y, al final de la fila, Mei. La gruta es ancha, lo suficiente como para abrir los brazos, y ellos consiguen divisar algunos metros al frente gracias a esa luz fantástica e inexplicable. Tonos que van de dorado claro a rojo bermellón profundo se proyectan en las paredes de piedra, variando la intensidad cíclicamente.

-Está pulsando...

-¡Lo sé, Shun!–protesta Seiya, con una expresión de pavor, como si la observación de su amigo fuese a atraer a algún fantasma.

-La impresión que tengo es como si estuviéramos en el interior de un ser vivo.-continuo Shun.–La cadena está tensa todo el tiempo.

Una sensación cada vez más desagradable invadió a los jóvenes a medida que avanzaron en dirección del fondo de la caverna, de donde venía el Cosmo.

-¡Este lugar me da escalofríos!-reclamó Seiya, al mismo tiempo en que la temperatura se vuelve cada vez más alta.

-Que calor. Creo que ya anduvimos unos buenos kilómetros.

A esas alturas todos estaban sudando mucho.

-El olor a gas está tornándose más fuerte.

“¿Será esta hendidura, un camino al centro de la Tierra? ¿Están siendo atraídos a la frontera del infierno?” A pesar de esos pensamientos tenebrosos, el cuarteto prosiguió, incansable, su camino hacia el fondo.

***

El altar emanaba un mal de origen desconocido. Un sonido grave, tal vez el viento, dominaba el ambiente.

-Agrios. Y Thoas también.-susurra Enkelados, la Voz Sellada, en el templo subterráneo, mientras mira con desdén a la joven acorralada.-Los Santos de Athena... Después de la antigua Gigantomaquia, ¿será que ellos van a interponerse en el camino de los Gigas otra vez...?

Yulij está desconcertada, con su rostro caído hacia el frente y los cabellos plateados manchados de sangre.

-No hay nada que temer con relación a los Santos.-murmura el Giga, como si quisiera auto convencerse, mientras pincha insistentemente con su bastón a su rehén, quien permanece inmóvil.-Pero Athena no debe ser menospreciada. Mientras la diosa guerrera protectora de la Tierra exista, los desagradables Santos continuaran proliferando y nos importunarán como moscas en verano. ¡Vamos a resucitarlo entonces! Nuestro querido hermano pequeño, poseedor de una voluntad más grande que la de Athena, superior a todos los dioses del Olimpo... vamos a rescatarlo de las profundidades pérdidas del allá.

***

-¡Señorita Yulij!–Seiya no consigue contener su grito al encontrarla amarrada en una piedra.

-Finalmente, me cansé de esperarlos, perros de Athena.-dice Enkelados, con su voz poderosa, mientras aparecen tras Seiya, Shun, Hyôga y Mei.

-¿Qué lugar es este...?–se preguntan los Santos, sorprendidos.

El túnel por donde vinieron se abre repentinamente en una inmensa caverna, tan grande como para abrigar un anfiteatro.

Con un estruendo pesado, el volcán parece temblar con una frecuencia cada vez mayor. Estalactitas se desprenden y caen del techo. El lugar parece poder derrumbarse en cualquier momento. El calor es intenso y sofocante, calor de magma. Un sonido constante y escalofriante acecha en el aire. ¿Será el viento? Parece un grito agudo provocado por un vendaval.

¡Un espacio libre tan grande dentro del Monte Etna! Y aquel altar... esto parece ser un templo.

La Cadena de Andrómeda se pone rígida. En el centro de la gran abertura hay un enorme altar de piedra. La superficie arrugada mantiene la misma luz tremulante del corredor por donde llegaron los jóvenes, dominados por una impresión perturbadora de estar en el interior de una víscera gigantesca.

-¿La señorita Yulij... está bien?–se preguntó Seiya, con gran preocupación.

Amarrada por los dos brazos a la roca, y la cabeza curvada para el frente, es imposible saber si está viva o muerta.

-Si ella estuvo todo este tiempo aquí, en medio de toda esta concentración de gases, el riesgo es grande.-el rostro de Shun demuestra alguna ansiedad.

-¿Y él?–pregunta Hyôga, apuntando al Giga enmascarado que asegura su báculo maligno dentro del altar.

-Es Enkelados, la Voz Sellada. Dijo que era sumo sacerdote.

Hyôga fijó su mirada en el enemigo. En un movimiento inesperado, el Santo del Cisne se lanzó en dirección al gigante. Su cuerpo se cubrió de cristales de nieve.

-¡DIAMOND DUST!-el ataque de hielo golpea a Enkelados por sorpresa, pero aun así el poderoso Giga consigue repeler la energía helada, lanzándolo devuelta a Hyôga.

La onda de impacto se levantó por el aire y afectó a Mei y los otros Santos, que estaban a decenas de metros de distancia, lanzándolos contra las paredes de la caverna. El ataque de Enkelados es el mismo que habían visto en Taormina, pero el impacto causado por el golpe, parecido a una explosión, es mayor aún dentro de este ambiente cerrado.

-¡Jajajaja!-el Giga suelta una risa macabra.-¡Pueden venir tantos Santos de Bronce como quieran, que ninguno conseguirá siquiera llegar a acercarse a este sumo sacerdote de los Gigas!

-Siento algo extraño.

-¿Qué cosa?–Seiya se volvió a ver a Hyôga.

-Siento el cuerpo pesado...

-¿Tú también?

-Creo que todos sentimos eso.-dijo Shun, preocupado.

-Yo pensaba que era resultado de la lucha con Agrios, pero...

-Podría ser si solo tú y yo, que libramos intensas batallas contra los Gigas, estuviéramos sintiendo eso. Pero afecta hasta a Hyôga, no tiene ningún sentido.

-Esto comenzó en el momento en que llegué al Etna.-revela Seiya.–Y empeoró después que entramos a esta caverna. La energía del Diamond Dust no tiene ni la mitad de su potencia y aún no me consigo recuperar del impacto.

-Yo pensé que me estaba sintiendo así por causa de los gases... pero no es eso. Parece que nuestra propia fuerza está escapando de nuestros cuerpos.

-No es el daño de las luchas.-dijo Mei, balanceando la cabeza.-No es cansancio, ni es veneno del aire. Es el Cosmo que está siendo arrebatado. La fuerza de los Santos, el origen de todas las formas de vida... aunque luchemos no tenemos el menor chance.

-¿Arrebatado? Hablas como si algo estuviese absorbiendo nuestro Cosmo...

-Exactamente.-la voz de Enkelados confirmó las palabras de Mei.-Desde el momento en que pusieron sus pies en el Etna, sus Cosmos vienen siendo arrebatados, de a poco. Esta tierra está dentro del campo protector de Flegra, las llamas terrenales que protegen a los Gigas de la misma forma que el Santuario es protegido por las redomas de Athena.

La criatura tiene plena conciencia del impacto de su revelación en los Santos.

-En este lugar, aquellos que no traen Adamas jamás se recuperan de los daños sufridos. Cada vez que incendian su Cosmo, la energía es arrebatada por el campo de fuerza. Eso significa que mientras exista la redoma protectora de Flegra, nunca seré derrotado, ¡ni siquiera por los 88 Santos reunidos!

-¡No es posible... ¿quieres decir que nuestro Cosmo estaba siendo arrebatado en cada ataque que lanzábamos?-los jóvenes están perplejos.

-La luz que ilumina estas cavernas también deben ser llamas de Flegra. -concluyó Seiya.

-Nosotros, recién despertados, no éramos suficientes para atacar por la fuerza al Santuario protegido por Athena…-continuó Enkelados.-Pero bastó raptar a una jovencita para que consiguiéramos robarle toda su energía... con ella son apenas cuatro, y de la jerarquía más baja... solo Bronce no será suficiente para saciar el hambre del dios, pero, por ahora, ¡mueran!–gritó el Giga, irguiendo su báculo maligno y concentrándose para liberar su poder de destrucción.

-¡Allí viene otra onda de impacto!–la tensión de la Cadena de Andrómeda aumentó cada vez más.

-¡Tenemos que atacar antes que las cosas se pongan aún peor!-dijo Seiya.-Es nuestra única oportunidad de victoria. Vamos a atacar usando la velocidad.

El aura de las constelaciones protectoras –Pegaso, Andrómeda y Cisne– resplandeció en los tres jóvenes. Estrellas aparecen en el aire y queman dentro de la gran caverna, en las profundidades de la Tierra.

-¡Incéndiate, Cosmo!–Seiya se posiciona para el combate, liberando su poder. Mientras que el Cosmo es elevado al máximo, al despertar del Séptimo Sentido, emana una fuerza milagrosa, comparable solamente con la energía primordial del universo.

-¡Toma esto, Enkelados!

El Pegaso galopa. La Cadena de Andrómeda se transforma en electricidad luminosa y el Cisne alcanza vuelo.

-Es inútil.

Shun y Hyôga observan perplejos el ataque a Seiya. La Cloth de Pegaso se rompe y la sangre empieza a chorrear por los costados del Santo. Un puño golpea con fuerza un cuchillo que rompe la tenue capa de grasa.

-¿Mei...?–Seiya se desmorona al suelo al pronunciar el nombre de su medio hermano.

-Es inútil.-repite en una voz tenebrosa.

-¡¿Qué haces?! ¿Qué haces, Mei?–grita Shun, desesperado.

Incluso Hyôga, que nunca pierde la calma, está boquiabierto con la escena. Mei estaba apuñalando a Seiya, con su mano enfundada en su cuerpo hasta la raíz de los dedos. El joven retiró el cuchillo en un movimiento brusco, haciendo que la sangre pasará a chorrear con una intensidad aún mayor.

-Ese Cosmo...–Shun tiembla de pavor.

Posee una presión formidable. Los Santos perciben que aquel no puede ser, en forma alguna, un soldado raso que no consiguió llegar a Santo.

Mei pasa los dedos por su rostro, maquillándose de sangre.

-Pocas veces sentí un Cosmo tan gigantesco... ¡Esa voluntad es prácticamente la de...

Shun y Hyôga se alejan de Mei en un segundo, manteniendo la distancia, incapaces de estar tan cerca de aquella energía increíble.

-¡Ese... ese no es Mei!!

Hyôga se posiciona para el combate, tomando a su medio hermano como enemigo.

-¡Necesitamos poder para la resurrección del gran dios!–grita Enkelados, la Voz Sellada.-Como su fuerza es colosal necesitamos una gran energía, equivalente a aquella presente en la concepción del universo. ¡Solo con el sacrificio de un Santo conseguiremos romper el sello forjado por Athena! ¡Solo con la sangre de un Santo! ¡La pulsación de vida presente en la sangre ardiente! ¡El Cosmo!

Enkelados levanta las manos en reverencia, con el rostro lleno de lágrimas emocionadas bajo la máscara demoníaca.

-¿Resurrección? ¿De qué tanto habla él?

-Está hablando del dios, bello y joven Andrómeda.-Thoas, el Relámpago Veloz, surge de la nada en el templo subterráneo. Y no llega solo, Agrios, la Fuerza Brutal, también está ahora delante del altar y el rostro delgado de Pallas surge en la entrada de la gran caverna.

Los cuatro Gigas se acercan a los Santos.

-¡Los Santos de Athena osaron olvidarse incluso del nombre de dios!

-¡Quirri! Vamos a hacerlos temblar.

-¡No es posible!–exclama Hyôga.-¡Nosotros derrotamos a esos dos!

-¡Jaja! ¿Creyeron que alguien moriría solo por causa de eso? ¡Ahora vamos a destruirlos!

-¿Entonces fueron ilusiones? ¿Cómo fuimos llevados a creer una falsa victoria?–Shun está estupefacto.

-¿Creyeron que habían vencido sin al menos revisar los cadáveres? Los Santos necesitan aprender a ser más incisivos...–la voz de Thoas desborda sarcasmo.-Todo el Etna está sobre la redoma de Flegra. Nosotros, vestidos con los Adamas, somos protegidos, mientras que sus ataques estaban todos, sin excepción, debilitados en potencia.

-¡La protección de aquel que reverenciamos!–el sumo sacerdote de los Gigas se voltea y empieza a orar en el altar.- ¡Venga a nosotros!–su grito hace temblar todo el templo subterráneo.-¡Lo invocamos, último hijo de los Gigas, nacido del enlace de Gaia con Tártaro! ¡Señor de los vientos tempestuosos, padre de todos los encantos malignos, hermano querido, cien cabezas de serpiente, lenguas negras, ojos flameantes... revela tu verdadero nombre!

El sacerdote está en una especie de transe extasiado, agitando constantemente su terrible báculo. Él repite los epítetos, las dedicatorias, pronuncia oraciones: está conduciendo una ceremonia.

-¡Ooooooooaaaaahhhh!–Mei comienza a gemir repentinamente.

Frente a la mirada de espanto de los Santos, el joven arranca su propia piel y ropa en una actitud siniestra, desprovista de toda razón, que congela a Shun y Hyôga desde la punta de los pies hasta la raíz de los cabellos. Un demonio devorador de personas emerge dentro de Mei, gimiendo y gruñendo. El ser lame algunas gotas de la sangre de Seiya, que aún gotean de los dedos, y robando la garganta y la lengua de Mei revela su verdadero nombre.

-Mi nombre es Typhon.

La voz de las tinieblas resuena en las profundidades de un abismo perdido. Los Ojos flameantes, lenguas negras, cien cabezas de serpiente, padre de todos los encantos malignos, señor de todos los vientos coléricos: “Typhon”. Los Santos están delante del último Giga, nacido del enlace de Tierra con el Mundo de los Muertos.

-El gigante inigualable que oculta estrellas y hace más espesas las nubes.-el sumo sacerdote prosigue con sus ovaciones.-Dominador de la Tierra, aquel que matará a los Santos Sagrados, aquel que destruirá a Athena... nuestro amado y último hermano.

-¿Quién soy yo?–pregunta el demonio en un tono ceremonial.

-La voluntad que guía a los Gigas.-responden los otros al unísono.

-¿Quién soy yo?

-Tú eres dios.


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