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Whiskey con hielo por VinsmokeDSil

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Notas del capitulo:

Como ya comenté, ya acabaron los capítulos 0, los cuatro capítulos introductorios de cada protagonista. Ahora empieza la verdadera acción... Y seguimos con Law! Espero que os guste! 

https://www.youtube.com/watch?v=Soa3gO7tL-c

Por cierto, para que sea más facil ir siguiendo los acontecimientos de la historia, teniendo en cuenta que en las tramas separadas puede ser que tire unos dias atrás respecto al último capitulo, he decidido que iré poniendo la fecha en la que está narrado. Iré modificando los anteriores. 

My shadow's the only one that walks beside me
My shallow hearts the only thing that's beating
Sometimes I wish someone out there will find me
Till then I'll walk alone

Domingo, 29 de Junio

Se puso la camisa pacientemente des del borde de la cama, sin ninguna prisa, observando la maravillosa vista que tiene frente a sus ojos. Dos mujeres yacían ahí, desnudas, mirándole de forma sugerente. Los tres sabían a lo que habían ido, no hacían falta mentiras ni ilusiones de ningún tipo, lo que de vez en cuando era refrescante, pero mucho menos que el trio que acababan de hacer.

Eran dos amigas que había conocido hacía un par de días, realmente una era una chica con la que ya se había acostado con anterioridad y que esa misma tarde le llamó para quedar los tres. No hace falta decir que le faltó tiempo para ducharse e ir a su casa.

– ¿Ya te vas? podríamos ducharnos y seguir divirtiéndonos después de cenar… –dijo la morena de ojos azules, Hancock, la mujer a la que ya conocía. Habían quedado unas cuantas veces des de su primer encuentro, los dos iban a lo que iban, y sabían que podían llamarse tranquilamente cada vez que necesitaran un revolcón. Normalmente no repetía con nadie, pero le encantaba perderse entre las piernas de esa diosa.

–Tengo que ir a trabajar, cariño, pero no dudéis en llamarme cuando queráis. –dijo él, sonriendo hacia ellas mientras se abotonaba los puños de la camisa, último detalle de su vestimenta.

La otra chica, Viola, se mordió el labio, tirándole una indirecta nada sutil. Y ver a las dos chicas morenas mirándole, des de la cama, hizo que tuviera que hacer uso de toda su fuerza de voluntad para no volver a por ellas.

Law se fue de casa de Hancock directo al hospital. Ya no le daba tiempo de pasar por casa, seguramente tendría que pegarse una ducha antes de entrar, pero había valido la pena. El trabajo de médico era duro, sus horarios horribles, le quedaban muchas horas por delante, e ir después de tres orgasmos le ayudaría a aguantar la jornada de mejor humor.

Lunes, 30 de Junio

18 horas. 18 largas horas de turno, hoy le tocaba urgencias. Estaba seguro que sus ojeras, ya marcadas de por sí, se habían vuelto todavía más oscuras. Había habido momentos de tensión, siempre había pacientes complicados, otros más exigentes, y siempre culpaban del sistema sanitario al personal del hospital. Como si ellos no sufrieran las consecuencias.

Le daba la sensación que a muchos pacientes les gustaba quejarse, otros iban solo por un simple resfriado, podía aguantar eso, pero en serio, ¿por qué siempre iban jóvenes con comas etílicos, incluso los domingos por la noche? Los adolescentes no sabían controlarse… y lo peor eran sus padres. Entendía que se preocuparan, por algo los habían traído al mundo, ¿pero por qué él tenía que aguantar las broncas que claramente debían ir dirigidas a sus crías?

Aunque su especialidad fuera la cardiología y la cirugía, debía encargarse de las emergencias varios días a la semana, no era que no le gustara, pero tratar con los pacientes era lo peor. En las operaciones estaban dormidos, no molestaban, y no hablaban. Así le caían bien, pero era pasarse la anestesia y…

Estaba en el baño, ése que se había cargado el espejo hace casi dos semanas, ahora ya reparado. El martes pasado no fue a su cita semanal, era la primera vez en tres años, des que empezó a ir, una semana después de lo de Kid, que se la saltaba.

No era la primera vez que se enfadaba con ella por ponerlo entre las cuerdas, la semana siguiente volvía como si no hubiera pasado nada, pero esta vez sencillamente no tuvo ganas. Eso le recordó que era lunes, y que al día siguiente tenía que ir a ver a Robin, quizá por fin accedía a acostarse con él.

No le pasaba a menudo que lo rechazaran, y eso de normal hacía que quisiera perseguirlos todavía más, aunque con la terapeuta empezaba a tomárselo como un juego en que quizá algún día ganaría.

Se mojó las manos, y se tiró agua a la cara, observando su propia demacración en el espejo. Si había creído que hacerse un trio antes de entrar al hospital le ayudaría a relajarse para tratar con la gente, no podría haber estado más equivocado. Lo había llevado bien las primeras 10 horas, después el cansancio empezó a pasarle factura…

Pero el mejor cirujano del hospital no podía permitirse cagarla por dejarse llevar por la bragueta más que el sentido común, nunca dejaría que su vida personal interfiriese con la profesional. Por algo nunca se había acostado con pacientes u otros trabajadores del hospital. Sólo quería hacer una excepción con Nico Robin… o eso se decía él.

Mientras todavía era un estudiante en prácticas había cometido ese error, se metió en la cama de uno de sus compañeros de ese mismo hospital, y la cosa no había salido nada bien. Demasiado incómodo. Y demasiado problemático. El otro chico se había prendado de él.

Cuando todavía daban clases, en la universidad, se había montado auténticos festivales con muchos de sus compañeros y compañeras, y siempre era fácil ignorar a alguien en una clase de más de cien personas, aunque por suerte la mayoría de las veces sólo buscaban diversión.

Por propia estupidez, creyó que esa vez sería igual, pero es más difícil ignorar a alguien en un grupo de quince personas, más si tienes que pasar semanas seguidas con esa persona, ahí aprendió la lección y decidió no cometer nunca más ese error.

No creía en el amor ni en la redención, ya hacía mucho tiempo de eso. Vivía en un mundo donde o jodes, o te joden, aprendió la lección a la malas, y él era un superviviente. Así era más fácil, dañar para no ser dañado, así funcionaba todo, y aunque su psicóloga le dijera que estaba solo, lo que estaba era tranquilo.

¿Tener que aguantar a alguien cada día? Que va. ¿Celos? Que pereza. ¿Peleas absurdas? Peor todavía. Él quería vivir tranquilo, sin nadie que le molestara, hacer lo que quisiera. Por algo era un cabronazo sin sentimientos que jodía por placer.

Sus ojos estaban rojos e hinchados, sus parpados morados. Observó sus manos un momento, la tinta de sus tatuajes parecía más negra comparada a su piel normalmente tostada, ahora un poco más pálida. Aunque el hospital estaba fresco y se había duchado al empezar el turno, apestaba a sudor, le pesaban los brazos, y se le nublaba la mente.

Sólo quería irse a casa y dormir por tres días seguidos…

–Doctor Trafalgar –oyó a su derecha. Se giró asustado a ver de dónde provenía la voz, estaba tan cansado que le había pillado por sorpresa, cosa que no acostumbraba a pasar.

Vió a Penguin en la puerta, el enfermero que le encontró justo después de romper el espejo de ése baño, y parte de su equipo. Le pareció ver urgencia en su mirada, entre temor y preocupación. ¿Habría notado algo ése día? Si era así, de las veces posteriores que se habían visto, no mencionó nada y actuó con normalidad.

El doctor no le oyó llegar, Penguin observó la penosa imagen que tenía enfrente de él. El Doctor siempre había sido un hombre distante, frío con todo el mundo, lo que le daba un aura de misterio y magnetismo, y siempre, por muchas horas que hubiera echado, se veía condenadamente atractivo. No le sorprendía que las doctoras y enfermeras suspiraran por él, si le gustaran los hombres quizá él también lo haría.

Estaba en el mismo baño, mirando cansado su reflejo, suponía que igual que ese día. Mierda, ¿y si le pasaba algo grave? Los días siguientes había parecido el mismo, pero sabía que solo mostraba cómo era realmente cuando no había nadie con él. Y solo mostraba emociones cuando se pasaba con el alcohol, lo cual no le parecía demasiado saludable, pero no lo juzgaría por eso. Estaba preocupado, tenía que hacer algo.

–Penguin. ¿Pasa algo? –preguntó el doctor, frotándose los ojos, si realmente le había visto vulnerable, débil, prefería hacer como si no hubiera pasado. Y quería dormir…

–Esto… Vamos a salir con Sachi y Bepo, el oso descubrió el otro día un restaurante no muy lejos de aquí. ¿Te apetece echarte unas cervezas? – ¿cerveza? No podía negarse a eso.

–Oh, claro. –dijo Law, activándose de golpe. El alcohol le sentaría tan bien como dormir, y teniendo en cuenta que era verano y empezaba a hacer calor, ¿qué mejor que unas cervezas con unos colegas?

Law no salía demasiado a menudo con sus compañeros, pero cuando lo hacía intentaba disfrutarlo lo máximo que podía, sin llegar a pasarse. Esos tres enfermeros, todos de su equipo, eran con los que tenía más confianza. Lo más cercano a amigos.

Bepo, o el oso como le llamaban de forma cariñosa, era un hombre albino un poco menor que él, el más joven del equipo, con el pelo rizado y muy esponjoso, su altura y constitución hacía que pareciera un oso polar, y era demasiado tierno como para evitar abrazarlo como a un peluche.

Law muchas veces veía como mucha gente le abrazaba y le achuchaba de forma cariñosa, le producía cierta envidia, aunque él fuera todo lo contrario. Le encantaban las cosas tiernas y mullidas, pero no permitiría que nadie lo supiera nunca. Solo en una ocasión se permitió acariciarse la cabeza, y fue en una de esas salidas como la de hoy.

Sachi y Penguin habían entrado juntos a su equipo, unos meses después de Bepo, tenía entendido que se conocían de hacía mucho tiempo, si no recordaba mal habían estudiado juntos, eran como hermanos.

Llevaban unos años trabajando juntos, antes su equipo había tenido otros miembros, pero ninguno era capaz de soportar su carácter. Reconocía que era severo y exigente, recriminaba los errores que los enfermeros a su cargo cometían, y a muchos no les gustaba su forma de hacerlo. Quizá tampoco podía culparles, pero no le importaba. Odiaba la mediocridad, más tratando con vidas.

Si esos no aguantaban, ya habría otros. De su primer equipo ya no quedaba nadie. Tampoco del segundo. Bepo formaba parte del tercero, y posteriormente entraron Penguin y Sachi. Suponía que ya venían informados de cómo era él, porque era perfectamente capaz de notar la precaución en ellos.

No los había tratado diferente a los otros, les reprendía con dureza cuando era necesario, pero a diferencia de la mayoría, no le culpaban a él de sus errores, aprendían de ellos, y pronto no hubo necesidad de ser duro con ellos. Eran buenos en lo suyo, quizá no tanto como el oso, pero lo eran.

Quedaron en encontrarse en la puerta principal del hospital en diez minutos. Law se pegó una ducha de agua fría, eso le ayudó a despejar su cabeza y a reforzar su cuerpo. Al salir, con una toalla alrededor de la cintura, se paró un momento a mirarse en el espejo.

Había vuelto a perder peso, aunque se seguían marcando sus bien definidos músculos y no sus huesos. Y tenía que repasarse los tatuajes. Por mucho contraste que hicieran ahora, perdían color. ¿Debería hacerse otro? Se preguntaba dónde… dejó sus pensamientos de lado, había estado un buen rato bajo el agua.

Se pasó una toalla por la cabeza para quitar esas molestas gotitas que bajaban por su cuello y se puso sus pendientes. Iba a ir con su equipo, no hacía falta disimular su apariencia normal con guantes o sin sus aros en las orejas.

Se vistió y salió al punto de encuentro. Fue el último en llegar.

–Trafalgar –aunque no estuvieran en el trabajo, seguían llamándole por su apellido –hoy vas más arreglado que de costumbre. No llevas tu sudadera y ese gorrito –dijo Bepo, observando su atuendo, aunque él no le respondió, sólo indicó con una mueca que los guiara.

Esa mañana, cuando había quedado con las chicas, se había vestido bien para la ocasión, y después ya no había pasado por casa, con lo que seguía vistiendo camisa negra y vaqueros. Obviamente, su sombrero mullido blanco con manchas negras no entraba en el conjunto de guerra que había preparado, así que lo había dejado en casa, por mucho que lo adorara.

Estaban en el metro, el restaurante que decía el oso se encontraba a cinco paradas, habían salido de trabajar un par de horas después de comer, así que les quedaba una tarde de fiesta por delante, aunque los cuatro llevaran despiertos desde la mañana del día anterior.

Law seguía notando el agotamiento en él, aunque estaba acostumbrado a estar muchas horas despierto y sabía que podría aguantarlo. Hablaba con los hombres con serenidad, disimulando como podía, aunque los otros lo notaban, pero prefirieron no dañarle el orgullo.

–Y dime Bepo, ¿cómo conociste ese bar? Tenemos algunos de buenos más cerca del hospital –preguntó Law. No le gustaba ir en metro, había demasiada gente, apestaba a cloaca, pasaba por debajo del suelo, haciéndole sentirse encerrado y agobiado.

No era que tuviera claustrofobia ni mucho menos, podía estar encerrado en una habitación pequeña, era sólo que se sentía incómodo en un enorme agujero bajo tierra, con montones de cableado eléctrico, tuberías con toda clase de fluidos y gente histérica a su alrededor.

Sus compañeros no conocían ese pequeño temor infantil, ni permitiría nunca que lo supieran, por lo que tenía que tragar con eso cada vez que querían salir por ahí, y no coger el coche. Menos si iban a beber. Menos mal que su apartamento quedaba cerca del hospital, donde tenía aparcado su vehículo.

–Salió en el periódico el mes pasado, al ver que no quedaba lejos me entró curiosidad y fui con unos amigos. Puede dar miedo, aunque su decoración es luminosa y los camareros son amables, parecen gorilas de discoteca, dan miedo. –dijo con un ligero escalofrío. Los demás se preguntaron si había algo más detrás de esa historia, aunque esperaban que no fuera tan malo si les llevaba ahí. Teniendo en cuenta el aspecto de Bepo, si unos simples camareros habían conseguido provocar esa reacción en él, debían verse como asesinos en serie por lo menos.

–Oh vamos, dudo que haya alguno más grande que tú –dijo Sachi, echándose a reír. Y no mentía, el oso medía más de dos metros. Law, de metro noventa, se veía canijo a su lado. Todos lo hacían, pero a Law siempre le sorprendía encontrar alguien más alto que él, lo que le facilitaba las cosas al momento de ligar. Prefería que sus amantes fueran más bajos que él, así podía manejarlos mejor.

–No es sólo su tamaño, es el halo que desprenden… tenéis que verlo, es imposible describirlo. Ya lo veréis, da la sensación que te sirven comida del paraíso con una amenaza muy sutil. Es ese presentimiento de peligro que siempre está ahí, y que no dudarán a saltarte a la yugular si les provocas. Eso sí, que buena está la comida, joder… ese nuevo chef se merece el artículo que le dieron.

–Vaya, dicho así no sé si me apetece ir –respondió Penguin. Law no dijo nada, como la mayoría de las veces, solo les observaba hablar, esa era su forma de socializar, fuera del ligoteo o del sexo.

Normalmente, nunca conversaba, si lo hacía, era para decir algo que él considerara realmente útil, o porque ya estaba ebrio, donde su carácter se suavizaba sólo un poco. Nunca había sido agradable o hablador, recordaba un tiempo muy lejano donde sonreía, pero eso pasó hace mucho.

Salieron de la estación, según Bepo no quedaba muy lejos, unos cinco minutos caminando. ¿En serio no había un autobús que hiciera el mismo recorrido, o más corto? Durante el trayecto, el oso les estuvo explicando toda su experiencia en el restaurante, describiendo los platos que comieron y la bebida que tomaron, aunque hoy sólo irían a pasar la tarde.

Unas grandes letras y una boca de pez daban la bienvenida a los posibles clientes.

BARATIE

Un poco ostentoso para el gusto de Law, pero si de verdad estaba tan bien como decía su compañero, se merecían una oportunidad. El doctor confiaba mucho en su equipo, confiaba plenamente en su criterio, no era la primera vez que descubrían una joya oculta en la ciudad gracias a ellos.

Y, no les diría, que gracias a ellos había conseguido impresionar a algunos de sus amantes, lo cual siempre le daba puntos para conseguir rematar. Se podía decir que, en esas ocasiones, les debería medio polvo a ellos, aunque nunca se los devolvería.

Quizá tenía suerte y hoy sería una de esas ocasiones, aunque la zona quedara un poco lejos de su casa, pero bueno era el centro de la ciudad, una zona muy turística y a principios de verano, así que hoteles habría. Lástima de metro…

Entraron.

Un hombre grande, con barba y una sonrisa muy falsa les dio la bienvenida.

– ¡Buenas tardes, queridos clientes! ¡Pasen por favor! ¡Tomen asiento, imbéciles! –a los tres nuevos les sorprendió esa actitud tan falsa con insulto incluido, pero Bepo les miró indicándoles que lo ignoraran, como si fuera de lo más normal. Empezaba bien la tarde…

Se sentaron en una de las mesas, sin hacer más caso a lo que había pasado. El mismo camarero bipolar les atendió, hicieron su pedido y esperaron a que viniera. Llevaba una placa en la camisa que lo identificaba como “Patty”.

Law se fijó en el local, estaba bastante lleno, no les iría mal el negocio, y con solo el camarero que había visto hasta ahora, empezaba a entender a que se refería Bepo.

¿Cómo serían los otros? Le dio curiosidad, pero tenía más sed. Miraba fijamente a ese Patty, solo se dedicaba a adular a clientes para que le dieran propina o insultar a otros. Que tío más raro. Quizá sufría el síndrome de Tourette. ¿Dónde estaba su cerveza?

–El otro día fui con mi mujer a ver esa película de la que tanto hablan –decía Sachi. No sabía que estuviera casado. O sí. Tampoco acostumbraba a prestar atención a sus conversaciones, normalmente saboreaba su bebida mientras los otros charlaban –de verdad, tenéis que verla. ¡Es buenísima! La introspección del personaje principal… – ¿y su cerveza?

– ¡Sachi cállate! Siempre haces lo mismo, ¡no vas a volver a joderme una película! –el hombre tenía la mala costumbre de contar el argumento pero “accidentalmente” explicar el final, lo que cabreaba de sobremanera a los otros dos hombres. A Law poco le importaba, casi nunca iba al cine, ni siquiera sabía de qué película hablaban, sólo miraba fijamente a Patty.

–Trafalgar, ¿no te cuentas nada interesante? –preguntó Penguin. Law desvió su mirada del camarero de mierda para dirigirla a ellos. ¿Le habían dicho algo? Ah, hablar de su vida. Eso no era para él.

–Nada, trabajo. Típico de una noche en urgencias, comas etílicos, peleas y poco más. –dijo sin dar más importancia. No pensaba decirles que esa mañana se había acostado con dos mujeres, no era partidario de airear su vida, menos sus intimidades. Los otros entendieron el mensaje, era una indirecta nada sutil que les hablara a sus compañeros de trabajo sobre cómo le había ido el trabajo.

Nadie sabía casi nada de él. Le sorprendió que le preguntaran algo directamente, eso rompía su dinámica de sus encuentros, donde ellos hablaban y él bebía. Por dios, ¿dónde estaba su maldita cerveza?

–Sí… la gente no tiene control. ¿Y lo del tío que se ha cortado hasta el hueso cocinando? Parecía que no se había dado cuenta y hubiera seguido hundiéndolo, ¡ha llegado al hueso! Por mucho que seas tú quien se la haya cosido, no hay crema que pueda disimular la cicatriz que va a quedarle… –siguió insistiendo Penguin.

Los otros le miraron sorprendidos, siempre esperaban a que Trafalgar decidiera a decirles algo de su propia boca, ya sabían cómo era, sabían de su carácter rudo y frío, así que solamente le dejaban ser hasta que él quería. Pero ahora parecía como que quería forzarlo a unirse a ellos, hacerle hablar.

Y ése era justamente el objetivo del enfermero. Estaba preocupado por el doctor, por eso le había invitado también, sabía que nunca se habría con nadie y siempre se aislaba mucho. Muchos trabajadores en el hospital le tenían miedo, siempre tan callado y tan serio.

Era como esa luz que atrae a las moscas, que si se acercaban morían chamuscadas. O como Ícaro volando demasiado cerca del Sol, siempre y cuando ése Sol tuviera tatuajes y en vez de calor desprendiera carámbanos de hielo afilados.

Sólo ellos tres sabían que los tenía. En el hospital se esforzaba en cubrirlos, siempre procuraba ducharse solo, incluso las primeras veces que habían salido iba con manga larga y guantes, hasta que un día se los dejó ver. Ellos no le dijeron nada, sencillamente lo le dieron importancia, esa era la manera que tenía el joven médico de abrirse.

Sabían de la existencia del siniestro “DEATH” de sus dedos, los de sus manos, un día que fue en camiseta vieron que había más por los brazos, y que había más que asomaban por sus hombros. Se preguntaban si habría más, pero no le dirían nada a él hasta que el doctor decidiera mostrarlos por sí mismo.

Pero los de su equipo, ellos tres, sabían que, aunque pudiera dar una imagen siniestra y de delincuente, al que le encanta meterse en peleas, atracar bancos o que se pasara la vida entrando y saliendo de la cárcel,  el doctor no era así, solo era un hombre.

Uno con muchos problemas, sospechaban. Pero se negaban a creer que un médico, siempre preocupado por sus pacientes, que luchaba incansable por ellos, fuera mala persona. Aunque no le gustara tratar con ellos.

Le habían visto luchar hasta la extenuación para salvar una vida, le habían visto alegrarse al conseguirlo, y le habían visto derrumbarse al perderla. Todo en su propio lenguaje, para el resto del mundo, su expresión para esas tres situaciones era la misma, pero ellos le conocían bien.

Trafalgar no se abría nunca con nadie, dejaron de intentarlo hacía tiempo, así que habían convertido su manera de darle apoyo de la única en que se había dejado: con comida o bebida de por medio, siempre y cuanto no involucrara nada de pan.

Por eso a todos los sorprendió la actitud de Penguin, quizá a él el que más, ya que no era el más cercano a él, ese papel era para Bepo, el oso amoroso. Él los miró, pidiéndoles ayuda, ellos pillaron el mensaje.

–No hay para tanto. –dijo él, seco, volviendo a mirar a Patty. Quería su cerveza.

–A mí me ha tocado tratar las heridas de un borracho se ha dado un golpe en la cabeza al chocar contra una farola. Y eso que era de día. De verdad, si algún día llego a ir así de mal, ¡hacedme el favor de llevarme a casa! –dijo Bepo.

–Yo me comprometo a pararte antes. No quiero tener que limpiar tu meado de los pantalones, como ése pobre diablo de la farola…  –dijo Sachi. Habían atendido entre ellos dos a ese hombre. Todavía iba borracho cuando había llegado, y el condenado había dado mucha guerra.

– ¿Y tú que dices, Trafalgar? –insistió Bepo.

–Que espero que lo hayáis dejado en observación. Un golpe en la cabeza en esas condiciones puede ser traicionero. –dijo, de muy mal humor. No quería hablar, quería beber. ¿Cuánto había pasado desde que les habían tomado nota? ¡Cerveza!

Estaba tan concentrado en mirar a ese odioso camarero, que sólo estaba pendiente de otras mesas y no se acercaba a por las bebidas ni de casualidad, que no notó la presencia que se acercó a él por detrás.

–Buenas noches, perdonen la espera. Aquí tienen. –otro camarero, desde la espalda de Law, dejó las bebidas encima de la mesa, pasando al lado de la cabeza del médico. Se giró un poco, sobresaltado, y sorprendido por la proximidad.

Justo al lado de su cara se encontró la provocadora vista de la bragueta de unos vaqueros anchos, a muy poca distancia, de echo podía sentir perfectamente el roce en su hombro.

Sin poder evitarlo, subió la vista por la enorme hebilla del cinturón, observando la línea alba que subía hacia el ombligo, unos abdominales muy bien esculpidos, unos pectorales de infarto con unos pezones marrones, un cuerpo alucinante sobre una piel tostada por el sol, pero no tanto como la suya.

Ése cuerpo era el de un héroe griego venido a la tierra. Era imposible que unos músculos tan bien marcados estuvieran pidiéndole que los lamieran de arriba abajo en ese momento, que los mordiera, que estudiara cada línea de su anatomía con sus expertas manos. Volvió a hacer ese mismo recorrido, de arriba a abajo y de abajo a arriba. Si el bulto que sobresalía de esos pantalones era real, quería catarlo.

Sonrió.

El camarero vestía unos vaqueros y una camisa desabrochada, regalándole unas vistas impresionantes desde muy cerca. Después de un par de repasos, subió la mirada a su atractivo rostro, lleno de pecas, con una cabellera morena desordenada, pequeños ojos castaño oscuro y nariz afilada, todo decorado con una hermosa y dulce sonrisa. Se olvidó de su cerveza.

Colocó su codo encima de la mesa, con la cabeza apoyada en su mano, así podía analizarlo mejor.

–Vaya, ¿pero qué tenemos aquí? –dijo en un susurro para sí mismo.  

Notas finales:

FIN DE LAW 1! 

¿Qué os ha parecido? ¿Quién creeis se acerca sigilosamente por la espalda a Law? Pobre insensato... ¡no puede ni imaginarse lo que hace! 

También se ha presentado al "equipo" del médico, mostrando un poco como son y qué opinan de él. Pobre Penguin... él preocupado por su jefe y solo estaba cansado de tanto sexo... Pero, hey, ¿a quién no le activan unas cervezas? 

Como último, a detalles importantes a tener en cuenta de cara al futuro... recordad que Law ODIA el metro, y que SIEMPRE que le echa el ojo, no para hasta que caiga en sus manos... igual que en el flashback del primer capitulo (crawling). 

Muchas gracias por leer! Nos vemos en dos semanas! 


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