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Pomance estival por Marbius

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7.- Idilio.

 

A la madrugada siguiente, adelantados a la hora del desayuno porque ni siquiera había salido el sol, mientras Remus utilizaba el aseo y Sirius preparaba pancakes frente a la estufa, Teddy lanzó la gran pregunta.

—Sirius...

—¿Sí, Teddy?

—¿Mi papá y tú están juntos?

A favor de la ecuanimidad de Sirius, éste consiguió mantenerse en su sitio y sin mayores alteraciones en su estado físico, aunque con la espátula en alto y los labios entreabiertos, era fácil juzgarlo como una estatua de mármol antes que una persona de carne y hueso.

A espaldas de Sirius, Teddy suspiró. —Anoche desperté y no estaban. Pensé que papá se había ido a casa sin mí, pero... No fue así, ¿verdad? Él estaba contigo...

Sirius se devanó los sesos buscando una explicación plausible, pero Teddy continuó hablando.

—Además, Harry insiste que entre ustedes hay algo y que serás mi próximo papá. No me molesta, uhm, pero...

—Teddy —dijo Sirius, por fin saliendo de su trance, y tras voltear el pancake y bajarle a la flama, se giró hacia el chico—. ¿Por qué no esperamos un poco más antes de tener esta charla, eh, campeón?

—Eso es lo que dijo papá cuando le pregunté a qué edad perdió la virginidad —dijo Teddy con la boca fruncida en un mohín, y Sirius alzó las cejas en sorpresa—. Y por supuesto sigo esperando.

Después de todo, si un chico de la edad de Teddy le hubiera preguntado lo mismo, con toda certeza se hubiera negado en rotundo a responder.

—Detesto que no me cuenten nada por el pretexto de mi edad. Tengo doce, no cinco años —refunfuñó Teddy, y Sirius recordó esa sensación como si él estuviera en su lugar.

—No tiene que ver con tu edad —dijo Sirius en voz baja, y en otro lado de la casa se dejó escuchar el ruido de la cadena del retrete—, sino que no hay una respuesta en firme. No es buen momento para tener esta charla. Y no me refiero sólo a que tu papá está por salir del baño —agregó por si acaso—. ¿Entiendes lo que digo?

—Más o menos.

—Te prometo una charla entre tú y yo, de hombre a hombre —dijo Sirius, y el ruido de una puerta al abrirse y pisadas se hizo notorio—. ¿Ok?

Teddy suspiró. —Ok.

—¿Ya están los pancakes? —Preguntó Remus al entrar a la cocina, y ajeno a la repentina atmósfera tensa que se respiraba, agregó—: Sirius, creo que se te está quemando algo en el sartén...

 

—¿Entonces están juntos o no lo están? —Preguntó Regulus horas después cuando Sirius lo llamó pidiendo un consejo y su hermano canceló un par de citas con inversionistas para atenderlo con la atención que merecía su caso.

Después del desayuno y aprovechando que todavía no amanecía, Remus y Teddy se habían marchado a su casa con la promesa de volver más tarde para pasar el rato. Desde que la televisión en el hogar de los Lupin no funcionaba y la que Sirius había mandado comprar todavía no llegaba, era la excusa perfecta el tenerlos de visita, con Teddy abstraído en la pantalla y Remus con Sirius.

En lugar de irse a la cama para reponer las horas de sueño perdidas, Sirius se había debatido entre pedir consejo a su hermano o buscar una luz por sí mismo, pero tras media hora de provocarse una jaqueca y mordisquearse la uña del pulgar, acabó por claudicar y llamar a su contacto número uno en favoritos.

Regulus lo había escuchado con atención y sin juzgar, algo muy habitual en él, y después había atacado el problema directo desde la raíz cuestionándole a Sirius si iban en serio él y Remus o sólo estaban tonteando. Ambas respuestas perfectamente válidas ya que eran adultos conscientes de las reglas del juego, pero mejor preguntar antes que asumir.

—Claro que sí vamos en serio, es sólo que...

—Es tu vuelta a Londres la que te preocupa —dijo Regulus, no como pregunta, sino como afirmación, y Sirius resopló con frustración.

—Lo dices como si fuera nada.

—Y tú como si lo fuera todo. ¿Es que no conoces algo llamado ‘relaciones de larga distancia’? Porque funcionan. Deben de funcionar. Hay un buen número de parejas en el mundo que consiguen que así sea.

—¿Sí? ¿Y quiénes son esas parejas de las que hablas? —Gruñó Sirius—. ¿Conoces a alguien a quien le haya ido de maravilla en una de esas relaciones?

—Siempre hay una primera vez para todo. A menos que decidas en este mismo instante que no va funcionar y te ahorres el drama poniéndole punto final ahora mismo. —Una larga pausa—. ¿Ves? No quieres hacerlo porque Remus te importa.

Sirius suspiró. —Claro que me importa, ese no es el problema.

—¡Y tampoco lo es el que tiene un hijo y serías padrastro de dicho hijo! En serio, querido hermano, te estás rompiendo las pelotas tú solo.

—Oh, Madre volvería a morirse si te escuchara hablar así.

—Excelente —dijo Regulus con maldad—. Así me cobraría una de tantas veces que me hizo cepillarme los dientes con jabón.

—Reg, nos estamos desviando del tema...

—Ah, sí. Bien... El verano apenas comienza. ¿Por qué mejor que quebrarte la cabeza pensando en el otoño disfrutas de estos próximos meses a tus anchas? La empresa va bien, yo estoy de maravilla, y en Londres sólo te echan de menos tus ocasionales canitas al aire.

—¡Sirius Black no tiene canas! —Exclamó Sirius con frustración, pues era un tema tabú con el que hasta Regulus sabía no jugar. Nadie, ni entre ellos, tenía derecho a meterse con la melena negra de un Black, y eso no era negociable.

—Vale, pero sabes a lo que me refiero. En fin, ¿cómo va la limpieza de la casa?

Aprovechando que podían retomar a temas más ligeros de tratar, Sirius le habló a su hermano del innumerable trabajo que tenía por delante, pues a esas alturas todavía no había terminado siquiera con una habitación, y la casa contaba con un espacio mayor del que había asegurado. Ni la intervención de Benjy Fenwick parecía ser la solución perfecta, y Sirius se estaba considerando muy en serio contratar un ayudante.

Claro está, también era culpa suya que sustituyera el día por la noche para pasar más tiempo con Remus, con la novedad de que últimamente estaba perpetuamente desvelado y en ese estado apenas tenía fuerzas para adentrarse en las pertenencias del tío Alphard y decidir qué se iba y qué permanecía en sus vidas.

Tras una media hora de ponerse al tanto el uno con el otro, Regulus fue quien puso punto final a la llamada al mencionar que iba a un almuerzo con sus viejos compañeros de la universidad y, a quienes a diferencia de los inversionistas de horas atrás, no podía cancelar ni quería llegar tarde.

Sirius por su cuenta le deseó un buen fin de semana, y tras cortar la comunicación, decidió que para su caso no le importaría también comer algo.

En la cocina sopesó sus opciones, y tras comprobar que la señora Winky había dejado suficiente sopa de tomate en el refrigerador, se hizo un par de sándwiches de queso.

Absorto en la contemplación de su plato y considerando de una vez por todas irse a la cama aunque por la hora fuera indecente, Sirius vio sus planes salir volando por la ventana cuando Teddy y Harry se presentaron en su puerta trasera y le preguntaron a Sirius si no quería ir a la piscina.

—Papá y mamá están ocupados —dijo Harry—, y no nos dejarán ir si no hay un adulto responsable con nosotros.

«Oh, mierda», pensó Sirius, que por una parte se sentía cansado y con el estómago lleno listo para una larga siesta, pero por otro lado... Le sabría mal fallarle a los chicos, y que además estos le miraran con ojos tiernos para ganarse su favor (incluso si era un recurso barato) le ablandó el corazón.

—Supongo que... —Dijo Sirius, aguantándose una exhalación de cansancio—. Podríamos ir un par de horas.

Los críos dieron saltos de alegría, y por una vez, Sirius se encontró deseando su energía.

Que como iba a demostrarse, la iba a necesitar.

 

Su tarde en la piscina con Teddy y Harry estuvo plagada de buen humor y juegos, con ellos tres y un par de adolescentes que se les sumaron jugando un improvisado maratón de relevos, y a su vuelta Sirius se sentía listo para dejarse caer de cara en el sofá y no despertar hasta en al menos doce horas.

—Sirius, ¿podemos quedarnos a ver la televisión en tu sala? —Preguntó Teddy, y ya que había dos sofás y ninguna clase de cataclismo mundial conseguiría sacarlo de su sueño, Sirius accedió.

Un segundo estaba viendo con los críos un episodio animado donde unos personajes en extremo feos y deformes vivían toda clase de aventuras, y al siguiente sus ojos se resistieron a permanecer abiertos y se cerraron como cortinas de acero.

De lado en el mullido sofá, Sirius quedó noqueado al sueño, y sólo volvió en sí con el delicioso aroma del té justo debajo de sus narices.

—Despierta, dormilón —dijo Remus, que arrodillado a un lado del sofá, le sonreía con ciertas trazas de nerviosismo en su expresión.

Sirius parpadeó repetidas veces para enfocar la vista. —¿Qué hora es?

—Pasa del anochecer. Teddy me contó que los llevaste a él y a Harry a la piscina y que apenas volver te quedaste dormido.

—Lo siento —murmuró Sirius, incorporándose a medias y aceptando la taza de té que humeaba de manera tan tentadora—. No era mi intención dejarlos sin supervisión. Te juro que no volverá a ocurrir y-...

—Hey, tranquilo, no pasa nada. No han quemado la casa ni nada por el estilo...

—¡Oh, papá! —Se quejó Teddy desde el otro sofá—. Harry y yo sabemos cuidarnos por nuestra cuenta.

Remus chasqueó la lengua pero no dijo nada, en cambio le peinó a Sirius un mechón de cabello que insistía en caerle sobre los ojos. —¿Todavía cansado?

—No tanto como debería. Este nuevo horario nocturno me está matando.

—En ese caso...

—No —le retuvo Sirius con su mano libre y tomándole por la manga—. Quédate. Quédense. Prepararé algo de cena y comeremos todos. —«En familia», suplió su mente, y Sirius tuvo que resistir el impulso de darse en el rostro con la palma de la mano.

—En ese caso, llevaré a Harry a casa y volveré —dijo Remus—. ¿Nos acompañas, Teddy?

—Prefiero quedarme con Sirius —respondió el niño, y de pasada le dio Remus un beso en la coronilla antes de salir con Harry a su lado.

A solas con Teddy, Sirius se talló los ojos y bebió de su té, apreciando la manta que ahora le cubría las piernas y el regazo, y que con toda certeza había evitado que se despertara temblando de frío horas atrás.

—Oye, Sirius... —Llamó Teddy la atención de éste, y tras unos segundos para ordenar sus pensamientos, dijo—: Respecto a lo que no quisiste hablar en la mañana...

—Teddy...

—Sólo quería decirte que tienes mi apoyo —dijo Teddy sin mirarle a los ojos—. Con papá, quiero decir. Sin presiones. Si funciona genial, y si no... Pero quería decirlo, que no me importa y que espero que... Ya sabes. No estoy en contra. Soy feliz si papá es feliz.

Sirius examinó al niño que podría haberse podido convertir en su peor enemigo si determinaba que él y Remus no merecían estar juntos, y su apoyo de pronto le resultó enternecedor.

—Gracias, Teddy —dijo Sirius, y el chico encogió un hombro.

—Sólo... Mucha suerte.

 

Tras una cena ligera y dejar a Teddy viendo televisión, Remus y Sirius subieron a la biblioteca del tío Alphard para inspeccionar su colección.

Al menos esas habían sido las intenciones de Sirius, pero Remus no se cortó en besarlo, y con mayor seguridad que en ocasiones anteriores, recorrer con sus manos su cuerpo por debajo de la ropa.

Después del encuentro de la noche anterior en donde se habían desnudado y conseguido un orgasmo mutuo al masturbarse el uno al otro encima del edredón, Remus parecía listo para más, aunque no en ese momento. No con Teddy en el piso de abajo, pero sobre todo, despierto.

—Lo siento —murmuró Remus contra los labios de Sirius—. Hacía tiempo que yo no... Y ahora es lo único en lo que puedo pensar.

—Sé a qué te refieres —respondió Sirius, presionando su erección contra la de Remus, que a pesar de la tela de sus pantalones era igual de prominente—. ¿Más tarde?

—Ya que Teddy se haya ido a dormir —prometió Remus, que con toda su fuerza de voluntad se separó de Sirius haciendo gala de todo el autocontrol que le quedaba para no ceder a la tentación.

Porque parecer un adolescente incapaz de resistir a sus impulsos no iba con Sirius, éste se reacomodó un poco los pantalones y tras aclararse la garganta, dijo:

—Bueno, henos aquí entonces: La biblioteca del tío Alphard.

—No bromeabas al mencionar que era un coleccionista consumado —se admiró Remus, que procedió a inspeccionar los anaqueles repletos de volúmenes, muchos de ellos en excelente condición y acomodados como descubrió tras revisar, por autores, y más o menos temas.

—No creo poder deshacerme de nada de esta habitación —dijo Sirius, que desde su arribo a la casa había pasado gran cantidad de horas en esa habitación buscando una distracción para la ausencia de su tío—. Hay demasiado de él aquí como para dejarlo ir sin más. Cada libro le pertenece todavía, y será suyo por siempre, yo no puedo interferir —confirmó al abrir un volumen al azar y enseñarle a Remus que el tío Alphard tenía por costumbre escribir en una ficha la fecha de inicio y final que le tomó leer el libro, además de unos comentarios propios.

Sirius ya había revisado docenas de libros, y hasta el momento no había encontrado ninguno que no la tuviera. Realmente el tío Alphard había leído cada libro que ahí se encontraba.

—¿Y por qué no dejas esta habitación tal como está? Al menos por ahora —dijo Remus, buscando la mano de Sirius y dándole un reconfortante apretón—. Después podrás decidir si los conservas en su estado actual o tomas una mejor decisión de su uso.

Sirius asintió. —Tienes razón. Lo siento. Es por eso que no he podido avanzar en la tarea de limpieza. Benjy Fenwick incluso mencionó que yo no quería deshacerme de nada, y creo que tiene razón. Me parece una ofensa decidir en casa del tío Alphard a pesar de que él... Que ya no... Que esta ahora es mi casa —finalizó Sirius, y el agarre de las manos de Remus se intensificó.

—La respuesta correcta llegará en el momento correcto, pero hasta entonces... Tómalo con calma. El verano apenas acaba de comenzar.

—Seh, eso haré...

Pero a diferencia de Remus, a Sirius le pareció que los tres meses que tenía por delante eran en exceso cortos, tanto como las noches que ahora le eran importantes como nunca.

 

Porque no le apetecía hacer limpieza, Sirius convenció a Remus de hacer a un lado esa obligación y en su lugar bajar por una taza de té y después comprobar que Teddy se había quedado dormido en el sofá, y por la manera en que roncaba, no iba a despertar por lo menos hasta la mañana siguiente.

Bajo ese manto protector fue que Remus accedió a subir con Sirius a su dormitorio, y tras ponerle el pestillo a la puerta, se desnudaron el uno al otro con mayor facilidad que la última vez. En esta ocasión, Remus no escondió sus cicatrices, y con deseo de hacerle saber que las encontraba fascinantes, Sirius recorrió su cuerpo usando los labios y la lengua para trazar un mapa de constelaciones sobre su piel.

—Es refrescante —admitió Remus de espaldas y con los brazos entrelazados detrás de su cabeza mientras Sirius descansaba entre sus piernas y le llenaba los muslos de mordiscos—. Otros... novios... Uhm, habían reaccionado mal a mis cicatrices, en el mejor de los casos las habían ignorado, pero incluso esa cortesía no terminaba de sentarme bien del todo.

—Por algo son exnovios —dijo Sirius, que acercándose a la ingle de Remus, estaba considerando hacerle olvidar a esas antiguas parejas de la mejor manera que sabía.

—No puedo culparlos —murmuró Remus al deshacer su posición y pasándose la mano dominante por el estómago—. Sé que mis marcas no son agradables a la vista, y que pueden ser hasta asquerosas...

Sirius frunció el ceño. —Moony...

—Oh, de nuevo con ese apodo —dijo Remus con un gesto que era mitad diversión y mitad otro sentimiento demasiado nuevo y frágil como para abaratarlo con un nombre, y tras reincorporarse a medias en sus codos, dedicarle a Sirius una sonrisa—. Me harás preocuparme por mi falta de bronceado.

—No es necesario —murmuró Sirius, subiendo con besos a través del punto que conectaba la pierna con la cadera de éste y adentrándose hacia el área que el vello púbico recubría.

Remus era del tipo que mantenía el área con el vello corto y bien delimitado, y Sirius estuvo agradecido por sus inadvertidas atenciones hacia él al pegar la nariz al nacimiento de sus testículos y plantarle un beso húmedo justo ahí.

Con un gemido ahogado, Remus le hizo saber que encontraba agradable aquel roce en particular.

—¿Vas a...? Oh, Diox —masculló Remus, que tensó los muslos, pero ya Sirius estaba preparado, y con una mano contuvo su movimiento convulso.

Decidido a hacer de aquel momento uno para recordar, Sirius utilizó su mano libre para sujetar el pene de Remus por su base y con delicadeza introducirse el glande a la boca y succionar. El sabor le dio de lleno en las papilas gustativas, y Sirius comenzó a salivar. Hacía tanto de la última vez que hacía eso... Normalmente sus encuentros tenían un toque de sordidez al buscar compañeros en sitios designados para ello, casi siempre entre individuos que comprendían que el trato era de ocasión, donde no habría excesiva cortesía, no se intercambiarían números de teléfono, y la única meta era alcanzar el orgasmo lo antes posible para despedirse sin mayor ceremonia.

El anonimato también hacía obligatorio el uso de los condones, y Sirius siempre había sido en extremo precavido en ese asunto. De hecho, debería de serlo también con Remus, pero después de su primera vez éste le había hecho saber que después de cada pareja siempre se había hecho una revisión y estaba en perfecta salud. Sirius le había correspondido la cortesía afirmando lo mismo, aunque de momento se habían abstenido de actividades penetrativas porque incluso así se sentían más cómodos utilizando condones.

Casi para todo al menos...

Relajando los músculos de su boca, Sirius se introdujo un poco más del miembro de Remus, y con la lengua trazó un par de caricias que pusieron a Remus laxo bajo sus atenciones.

—Sirius —murmuró Remus, extendiendo una mano y acariciándole la cabeza—. Oh, Sirius...

Sirius no se cortó en cuanto a prodigarle a Remus todo el placer que éste merecía, y trabajando con una mano la base de su pene en movimientos cortos y precisos, y sus testículos en la otra, no tardó demasiado en hacerle llegar al orgasmo y que Remus quedara exánime sobre su cama.

—Eso fue... —Luchó Remus contra la pesadez que de pronto le aquejó—. Dame un segundo y yo...

—Nah —desdeñó Sirius esa clase de reciprocidad.

Tras escupir el semen en la camisa que se había quitado antes, gateó hasta quedar lado a lado con Remus en la cama, y presionó su erección contra el costado de éste.

—¿Me prestas una mano? —Pidió, y Remus se giró hasta quedar cara a cara con él.

Con la mano de Remus acariciando su vientre bajo, Sirius se entregó a un beso lánguido mientras con su propia mano se masturbaba despacio para alargar el momento y por último alcanzaba el orgasmo con una serie de oleadas que lo dejaron agotado.

—Lo siento —murmuró Sirius al encontrar no sólo su mano manchada de semen, sino también el vientre de Remus.

—Está bien —murmuró éste sin detener sus besos—. Se siente bien. Es...

«Íntimo», pensó Sirius mientras la lengua de Remus se unía a la suya, «y no me importaría hacerlo por siempre...»

Remus pareció ser de la misma idea, pues se aferró a Sirius, y tras pasarle una pierna por entre las suyas, pegó sus cuerpos hasta que la distancia fue mínima.

En un abrazo que les hizo prescindir de mantas, juntos tuvieron un momento de lucidez al mirarse a los ojos y descubrir que la convivencia de las últimas semanas y la atracción mutua que experimentaban no podía terminar bien. No si al final del verano Sirius tenía que marcharse de vuelta a Londres, y eso propició que en lugar de un segundo round optaran por disfrutar de la quietud en el aquí y en el ahora, que creando una burbuja protectora a su alrededor, eliminó barreras entre ellos dos y les proporcionó paz.

Temporal, pero era la paz que necesitaban.

 

Por primera vez en su vida, Sirius se encontró maldiciendo el verano en aquellas latitudes del mundo.

Por regla general, como un crío, el verano había sido siempre para él el fin de cursos y el descanso con un clima que no fuera del todo nublado o lluvioso. Claro que en verano también abundaban las tormentas, y más que no sus planes se hacían literalmente agua cuando de pronto comenzaba a llover, pero era mucho mejor que las otras tres estaciones en donde estar al aire libre era imposible.

Su deseo por un verano en el Valle de Godric había nacido y muerto con Remus, puesto que éste de pasada la confirmó su desazón por la estación al mencionar que el aumento de horas de luz en esa temporada hacía más complicada su mera existencia.

—Amanece y anoche cada vez más temprano hasta el solsticio, y después... Bueno, mejora en tiempo, pero los rayos de sol de esos tres meses suelen ser los peores, y la temporada en que necesito aumentar la protección de mis ventanas.

Así que por Remus pasó Sirius a no encontrar tan delicioso el verano por primera vez en su vida, y a añorar las horas de oscuridad en las que él y Remus podían encontrarse.

Y vaya que lo hacían...

Conforme junio dio paso a julio, Sirius se vio cada vez más imbuido en las dinámicas de los Lupin, puesto que James y Harry se marcharon a su campamento de verano para dar rienda suelta a su devoción por el rugby, y al perder Teddy a su mejor amigo de juegos, fue tarea de Sirius el velar por el niño y procurar que su aburrimiento no fuera detonante de otras circunstancias menos propicias. En tardes ocasionales la tarea recayó también sobre Lily Potter, quien sentía una devoción particular por su sobrino postizo, pero con su propio trabajo por atender y ser la temporada veraniega la más proclive a pequeños accidentes del hogar, más bien fue Sirius quien veló un poco por ella.

En más de una ocasión se presentó Remus en casa de Sirius al anochecer y se encontró a Lily de visita charlando animadamente con éste de una infinita variedad de temas que tenían en común. Siguiendo las pautas de la naturaleza, su amistad floreció en aquellas semanas, casi al ritmo en que la conexión entre Sirius y Remus cobró fuerza y se sostuvo.

Para mediados de julio, Sirius y Remus ya habían tenido sexo un par de veces, y después de cada ocasión les había resultado casi doloroso el tener que separarse para mantener las apariencias y cuidarse con discreción de la impresión que daban a terceros.

Excepto que en aquellos parajes que se distanciaban del centro del Vella de Godric no había muchas razones por las cuales mostrarse precavido.

Era evidente que Lily Potter contaba con una intuición mayor de la que le daban crédito por dedicarse a la fría ciencia de la medicina, y en más de una ocasión había soltado ella comentarios velados acerca de la cercanía que podía apreciar en Sirius y Remus. Sin preguntar o pedir una confirmación, las cenas de los jueves en casa de los Potter se habían vuelto una invitación conjunta para ambos, como un mismo ente, y ese detalle no les había pasado por alto a los involucrados, aunque poco podían hacer salvo denegar (no lo harían) o confirmar (todavía sentían que era demasiado pronto) su relación.

Además, la otra persona que estaba involucrada en ese meollo no era otro más que Teddy, quien de algún modo había conseguido adaptarse a las circunstancias sin apenas cambios, y se le podía ver más que feliz en compañía de Sirius. Éste por su parte agradecía que Teddy contara con una sensibilidad mayor a la de su edad, donde después de preguntarle a Sirius si él y su papá estaban juntos y recibir como única respuesta que esperara un poco antes de enterarse de los pormenores, no había vuelto a insistir en el tema, y se había conformado con celebrar las pequeñas victorias.

Pequeñas como Remus tomando su mano al entrar y salir de la calle en sus paseos nocturnos.

Victorias como que Remus aceptara el televisor que Sirius le compró como casero y no tuviera inconveniente en juntos acurrucarse en el sofá con Teddy en la habitación.

Sirius suponía que en esos consistía la vida, sus pequeñas victorias ante una relación romántica que las tenía todas consigo para perder, y en donde había un tiempo límite que los pondría entre la espada y la pared, pero de momento... Quería vivir el aquí y el ahora, cuando la fecha de caducidad que pendía sobre sus cabezas estaba lejos en su panorama y de cerca sólo estaban los ojos de Remus encontrándose con los suyos.

En una de esas citas tardías a las que se habían hecho tan aficionados, con Teddy como tercera rueda porque el niño había demostrado estar a la altura y además Remus le había concedido para el verano la posibilidad de irse a la cama más tarde, los tres estaban en la salita de los Lupin preparándose para ver una película y disfrutar de un delicioso tazón de maíz tostado.

Teddy era el encargado en la cocina de prepararlo, y mientras tanto Sirius y Remus intercambiaban besos en el sofá y actuaban como adolescentes en su primera cita con una mano echada sobre sus piernas y las manos inquietas por tocarse el uno al otro.

El arribo de Teddy puso fin a su indecencia, pero no del todo...

Con Teddy sentado en el piso y absorto en la película, Sirius y Remus dieron rienda suelta a sus besos, y sólo se detenían a tomar aire y a cerciorarse de que Teddy seguía mirando el televisor y no a ellos.

Era... doméstico. Para nada una clase de cita que Sirius hubiera vivido con anterioridad y le encantaba.

En el pasado, sus contadísimas citas habían incluido cenas en algún exclusivo restaurante en Londres para el cual su apellido le había conseguido una mesa a la hora de su elección, pero casi siempre transcurrían con cada uno de los involucrados más atento al contenido de su plato que a la conversación o a la chispa que pudiera surgir. Más veces que no conseguía Sirius compañía para pasar un rato agradable en la habitación de un hotel, pero de vuelta a casa con Regulus y su soledad, se lamentaba del desenlace y se preguntaba si eso era todo lo que le deparaba hasta el día final de su existencia.

Obviamente no, no con Remus besándole el cuello mientras Keanu Reeves en la pantalla demostraba su agilidad en una impresionante coreografía de golpes, disparos y tiros con cuchillos contra los malos, y Sirius no podía estar más agradecido por la suerte que había tenido al encontrar un hombre como el que en esos instantes le susurraba al oído lo que pensaba hacerle una vez que Teddy se fuera dormir y le provocaba una impertinente erección.

Apta para el dormitorio, pero no para una noche familiar de cine.

—Ah —dijo Sirius con una exhalación, paladeando para sí aquella simple palabra de tres sílabas: Familiar. Como de familia. Porque hasta cierto punto, era lo que él, Remus y Teddy se habían convertido durante las últimas semanas de constante convivencia.

Una... familia.

—¿Qué pasa? —Preguntó Remus, sus labios rozándole el lóbulo de la oreja, y Sirius giró el rostro y le plantó un beso en los labios.

—Es... —«Nada. Aunque en realidad es todo», pensó Sirius, que optó por una salida simple—. Te lo contaré después.

—Vale —dijo Remus, y resumió sus atenciones de antes.

Al final terminaron la película, empezaron la continuación, y antes de la mitad ya estaba Teddy con los ojos cerrados y roncando con un silbido.

—Así es como estoy seguro que Teddy es un niño —dijo Remus de buen humor—. Por más que lo intenta, todavía no consigue quedarse despierto hasta después de medianoche.

Mientras Remus llevaba el tazón de maíz tostado vacío y los vasos a la cocina, Sirius aprovechó para poner a Teddy en su cama, y a su regreso Remus tenía en el rostro una sonrisa de felicidad absoluta que intentaba enmascarar evitando sus ojos.

—¿Sabes? —Dijo Remus con evidente nerviosismo—. Eso de antes... Uhm, usualmente mis citas terminaban mal por causa de Teddy.

—¿Teddy era el que se comportaba mal? No parece propio de él... —Inquirió Sirius con asombro, pues no podía imaginarlo de un niño tan dulce como él.

—No exactamente. Es decir... Teddy sabe cuándo no es bienvenido, y actúa acorde a ello. No tengo quejas al respecto, me servía para descartar idiotas. Pero eso que has hecho de llevarlo a su habitación... Benjy por ejemplo no habría tenido inconveniente en dejarlo acostado en el piso y ordenarme que subiéramos al dormitorio. Pero él, Teddy era un incordio, y no comprendía que somos un paquete, que él es mi hijo y que eso nunca va a cambiar. Creo incluso que estaba molesto por tener yo la custodia total de Teddy, como si fuera la culpa de Dora estar en ese accidente y... —Remus suspiró—. Da igual.

—Qué idiota —dijo Sirius, que abrazó fuerte a Remus y apoyó el mentón en su hombro—. Teddy es un chico increíble, y quienquiera que no lo entienda así, es un imbécil de marca que no te merece.

—Gracias —murmuró Remus, que se abrazó fuerte de Sirius y no lo dejó ir—. Gracias, no sabes cuánto significa para mí que digas eso...

Que Sirius sólo podía atisbar una aproximación, pero ya habría tiempo después para comprobarlo.

 

—Estás enamorado...

—Reg...

—No intentes negarlo. Todo en ti grita amo a Remus John Lupin.

—¿Cómo sabes su segundo nombre? No recuerdo habértelo dicho...

—Tú no, pero sí los papeles de arrendamiento de su casa.

—¿Los revisaste?

—Tenía qué. Son parte de la herencia, y aunque tu parte sea ligeramente mayor que la mía, también tengo obligaciones que cumplir con los abogados.

—Mmm...

—Sólo admítelo, hermano mayor —dijo Regulus con un tono rotundo que no accedía a las réplicas—. Te has enamorado hasta el tuétano.

—Vale, sí, pero no tienes por qué hacerlo sonar como lo peor del mundo.

—Tan sólo estaba presentando los hechos irrefutables. Bien por ti. Debe ser la primera vez en por lo menos la última década, si no es que más.

«Piensa mejor en toda la vida», decidió Sirius, aunque ni en su lecho de muerte se lo confesaría a Regulus. En el tiempo que tenía viviendo y a sabiendas de su atracción hacia el mismo sexo, Sirius había tenido un par de relaciones con los años, personas a las que había querido y que le hicieron doler al marcharse, pero ninguno de ellos se acercaba a los sentimientos que experimentaba ahora por Remus y que le confirmaban así que quizá tenían algo en verdad magnífico el uno con el otro.

—No me interesa hablarte de mi vida amorosa, Reg-...

—Por ahora —le interrumpió éste, y Sirius puso los ojos en blanco.

—Por ahora —repitió Sirius—, pero cuando vengas el próximo mes quiero que lo conozcas. A él y a Teddy como es debido.

—Será interesante ponerle un rostro a los personajes de los que tanto me has hablado.

—Ah, sólo espero que te comportes y no me hagas pasar vergüenzas.

—Siempre, Siri. Yo siempre me comporto, y espero que de aquí a entonces tú hagas lo mismo.

Que como atinadamente podía suponer Regulus, no todo entre Sirius y Remus sería miel sobre hojuelas.

 

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