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Pomance estival por Marbius

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11.- Proposición.

 

Porque no quería presentarse ante Remus con castillos en el aire de un proyecto del que él apenas entendía un poco, Sirius se pasó los siguientes días revisando costos, precios, locaciones y hasta decoración para mostrarle a Remus que iba en serio y que lo suyo no eran intenciones vacías de las que después no saldría nada en concreto para él.

Sirius incluso llamó a un par de locales en el Valle de Godric para cotizar, y ese fue su error cuando esa misma noche Remus le preguntó qué intentaba hacer.

—La señora Figg ha llamado de lo más curiosa preguntando si tenías interés en su local para una renta a largo plazo. No supe qué contestarle porque no me has mencionado nada...

—Ya, es que... Teddy —llamó Sirius al niño, que en esos momentos estaba sentado con ellos dos en el porche trasero—, ¿por qué no entras a ver televisión?

Teddy entendió en el acto que los dos adultos más importantes de su vida iban a tener una charla seria, o una pelea, así que sin importar de cuál se trataba no quería estar presente.

Una vez a solas, Remus volvió a la carga. —¿De qué se trata?

En respuesta, Sirius rebuscó el diminuto cuadernillo que tenía en su bolsillo trasero y se lo entregó a Remus.

—Échale un vistazo.

Remus pasó un par de páginas. —En verdad ustedes los ricos llevan clases de caligrafía como parte de su curriculum escolar, ¿eh?

—Pasa de eso y fíjate en el contenido —dijo Sirius—. He estado investigando la posibilidad de abrir un negocio en el Valle de Godric.

—Oh...

—Bueno, yo no. Más bien... tú. —La inflexión en la voz de Sirius hizo esa última palabra sonar casi como una pregunta, y Sirius se aclaró la garganta y volvió a la carga—. Mira, no soy bueno para las negociaciones. Ese trabajo lo hacía siempre Regulus porque él es mejor que yo para engrasar los tratos y hacerlos entrar...

—Lo haces sonar sucio cuando lo dices así —replicó Remus con acritud por la desagradable analogía.

—Ok, iré directo al grano: Creo que tienes la capacidad para manejar una panadería y que deberías de hacerlo.

—¿Debería?

—Es decir, te gusta lo que haces, ¿no? Y tienes talento. ¿Por qué no?

—Dinero, principalmente —masculló Remus—. Ni siquiera mi enfermedad es un impedimento que se le compare porque la panadería se trabaja a lo largo de la madrugada cuando no hay sol y tener el producto fresco a primera hora de la mañana.

—¿Y por qué no entonces? —Insistió Sirius con una sonrisa—. Ya tienes una buena colección de clientes que no dudarían en apoyarte en tu nuevo negocio, y el resto se sumarían porque el sabor de tu panadería es increíble. Mejor aún, no hay ninguna clase de competencia en el Valle de Godric y-...

—Sirius —intervino Remus con un poco más de filo en su voz del que tenía intenciones de mostrar—. Sé que lo dices con la mejor de las intenciones y agradezco que te hayas tomado la molestia de hacer llamadas y recopilar información, pero...

—¿Pero?

—No.

—¿No?

—No.

Sirius resopló. —¿Y ya está? ¿Así sin más? ¿Sólo ‘no’?

—Sé lo que te propones.

—No, no lo sabes.

—¿No estabas por decir que serías tú mi socio capitalista y que yo podría encargarme de mantener el negocio por mi cuenta?

Con un resoplido, Sirius se negó a confirmarlo.

—Mira —dijo Remus haciéndose de altas dosis de paciencia—, es muy amable, es todo un detalle de tu parte que hayas investigado todo esto, pero... No puedo aceptar.

—¿Por qué no? Puede ser un regalo, puede ser un préstamo, puede ser-...

—Se siente como caridad cuando es lo que pretendes dejar una vez que te marches a Londres —gruñó Remus, la vista clavada en su regazo—. ¿Intentas que sea un costoso regalo de despedida o...?

Sirius apretó los labios en una fina. —No era esa mi intención. En lo absoluto.

—Ya, pero así es como lo siento yo. Una manera fácil de lavar tu culpa una vez que te marches y vuelvas a Londres. Y no podría mantener un negocio así a sabiendas de lo que significa.

—¿Y si...?

En un repentino momento de lucidez con el que sólo había fantaseado durante las horas de vigilia mientras Remus dormía y él sólo quería mantenerlo en sus brazos, Sirius se preguntó a sí mismo muy en serio si Londres continuaba siendo su lugar de retorno. Nunca ningún sitio se había convertido en un hogar como lo era el Valle de Godric donde había hecho amigos, encontrado familia, y con ello un novio que le estaba haciendo reconsiderar hasta los cimientos de su existencia.

Con suma facilidad podía Sirius verse a sí mismo abandonando su puesto en las empresas Black y cediéndoselo a Regulus, que al fin y al cabo estaba igual si no es que más capacitado que él para mantener las finanzas de los negocios en aumento. Regulus podría asumir su puesto, era para lo que había nacido incluso si no era el primogénito, y no se lo tomaría a mal. Podría entonces Sirius abandonar Londres, instalarse permanentemente en casa del tío Alphard, su casa ahora, y... Hacer lo más del tiempo que ahora tendría con Remus y Teddy.

—No digas que abandonarías Londres por estar aquí conmigo —dijo Remus, al parecer leyendo sus pensamientos.

—¿Qué hay de malo en eso?

—No es un plan realista. Viniste al Valle de Godric a poner los asuntos de tu tío en paz y a tomar unas vacaciones. El resto ha sido un extra agradable que tiene que llegar a su fin.

La expresión de Sirius se tornó sombría. —¿Llamas a esto un ‘extra’?

—Tú sabes bien a qué me refiero —dijo Remus, buscando su mano y dándole un fuerte apretón incluso si Sirius no se lo correspondió—. No era lo que tenías en mente que ocurriría cuando llegaste a pasar una temporada aquí. Nadie podría haberlo previsto.

—Fuiste tú quien cogió varias bolsas de manzanas de mi cerco —gruñó Sirius—, fuiste tú quien dio comienzo a esto y ahora le quiere poner punto final.

—No estoy dando por terminado lo que tenemos —murmuró Remus—, ya venía con su propia fecha de caducidad. Yo sólo... intento hacer el evento de tu partida lo menos doloroso posible.

—¿Y si me quedo? —Preguntó Sirius, por fin formulando la pregunta que antes quedó inconclusa—. ¿Y si no me marcho a Londres y vamos tan en serio como podamos?

Remus suspiró. —¿Pero lo harías en realidad? Y no me respondas todavía —agregó al ver la rapidez con la que Sirius abrió la boca de vuelta—. Considéralo al menos, ¿sí?, porque si tu respuesta es afirmativa y después te arrepientes, no quiero cargar con el peso de tu partida y ser el culpable de tu decisión. Todavía tienes el resto de agosto para considerarlo como es debido, y mientras tanto... Ningún momento es mejor como el presente.

—Pero...

—Sólo date tiempo —pidió Remus, y Sirius asintió.

—Ok, pero creo que no lo necesito.

—Ya veremos...

 

Tras el fallido intento de Sirius por ayudar a Remus a montar su propio negocio, éste se las arregló para actuar con normalidad ante Teddy cuando éste por fin se reunió con los adultos y nervioso preguntó su habían tenido una pelea antes.

—Fue una discusión, Teddy —le tranquilizó Remus—, y ahora estamos bien. ¿A que sí, Sirius?

—De maravilla —fingió éste, y en cierto modo así era. Pasados los nubarrones de tormenta, atrás sólo quedaban los resabios de su mal roce.

Esa noche cenaron juntos y después jugaron una partida de cartas porque Teddy había insistido en aprender póker para impresionar a sus amigos. Luego Remus se excusó a retirarse temprano a su casa con Teddy, y aunque besó a Sirius al despedirse de él y prometió al día siguiente compensárselo, éste no pudo evitar pensar que le estaba dando tiempo y espacio para reflexionar.

Cierto era que Sirius albergaba unas cuantas dudas acerca de llevar a cabo un cambio tan drástico en su vida. Él había sido criado en Londres desde la infancia, y salvo por los años que pasó en el internado, consideraba a la ciudad su sitio en el mundo. Nada como Londres como sus estrechas calles, su sobrepoblación de turistas, los comercios, el bullicio, el tráfico, la multiculturalidad y hasta sus defectos. Todo eso era el Londres que él amaba, pero que perdía atractivo cuando lo comparaba a Remus.

El Valle de Godric tampoco era el sitio perfecto que él habría elegido como residencia permanente. Carecía de un buen número de tiendas y comercios que él echaría de falta y de las diversiones que no existían en una ciudad tan pequeña como esa, pero bien podía prescindir de ellos a cambio de más noches en familia y madrugadas al lado de Remus.

Puestas en una balanza, sus dos opciones parecían equilibradas, pero su amor por Remus era una emoción en constante crecimiento, y tarde o temprano el balance se perdería y la inminencia de permanecer en el Valle de Godric imperaría sobre su retorno a Londres.

Esa era su realidad, y Sirius llegó a esa conclusión a eso de las cinco, tras una noche de completo desvelo que le forzó a ir a la cocina por un poco de té de manzanilla para buscar el sueño.

Mientras le daba sorbos a su taza, Sirius vislumbró a través del jardín la casita de Remus en la lejanía, donde en la planta baja todavía podían verse luces.

Tenía que ser Remus, que al igual que él se estaría preparando para retirarse a la cama y dormir.

—Buenas noches, Moony —murmuró Sirius cuando casi al final de su taza se apagaron las luces en el hogar Lupin y él decidió hacer lo mismo.

Y fue entonces cuando en su cerebro saltó un chispazo, que igual que puesto en hierba seca, produjo una llamarada capaz de incendiar su mundo.

Sin tomar en consideración la hora, o que cualquier otra persona normal estaría en el quinto sueño en esos momentos, Sirius buscó su móvil y llamó a casa de los Tonks, siendo justo Ted quien contestó.

—¿Diga? —Inquirió la voz adormilada que recibió su llamada.

—Ted, soy Sirius. ¿Está Andrómeda contigo?

—Eso espero... Deja veo si sigue aquí —masculló éste con una risa ronca, y tras escuchar unos cuantos ruidos y murmullos más, pronto Andrómeda se puso al teléfono—. ¿Sirius? ¿Pasó algo?

—Perdona por despertarte a estas horas —se disculpó Sirius, sólo entonces leyendo en el reloj de su microondas lo temprano que era—, pero era importante y no podía esperar más.

La voz de Andrómeda cobró fuerza de pronto. —¿De qué se trata?

Pese a lo repentino de su plan y que después tendría que lidiar con las consecuencias, Sirius no se cortó en resumir para Andrómeda su resolución final:

—Quiero vender la casa.

 

Regulus arribó al Valle de Godric el segundo viernes de ese agosto, todavía con un poco de sol en el horizonte porque había cancelado sus citas después de mediodía para transportarse a aquella inhóspita región que lo hizo sonreír apenas divisó a Sirius montado en un automóvil que no conocía y con dos críos en los asientos traseros.

—Veo que traes escolta —le dijo a Sirius mientras éste se bajaba del automóvil, y después ambos hermanos Black se unieron en un muy emotivo abrazo.

—Son-...

—No me digas, puedo adivinar de quién se trata por las innumerables descripciones que me has dado —le interrumpió Regulus, y ya que los críos también se habían bajado para saludar al nuevo llegado, tuvo oportunidad de hacer sus apuestas sin error—. Tú debes ser Harry, eres idéntico a James.

—¿Conoces a mi papá?

—Alguna vez me lo presentó el tío Alphard —respondió Regulus, y después se centró en el otro niño—. Teddy, ¿correcto?

—Hola, Regulus —saludó éste, y ambos se reconocieron la voz por el gran número de llamadas que Sirius había puesto en altavoz y en la que los dos habían participado.

—¿Cómo fue el viaje? —Preguntó Sirius ayudando a Regulus con su equipaje en la cajuela y éste declaró que sin incidentes mayores.

—¿Y este automóvil de quién es? —Inquirió Regulus a su vez, y Harry respondió por él.

—De mamá. Se lo ha prestado a Sirius.

—Veo que has hecho buenos vecinos —observó Regulus, y la contestación de Sirius no se quedó corta.

—Los mejores.

El camino de vuelta a la alejada calle en la que todos ellos vivían fue ameno y plagado de charla. Regulus no paró de observar a través de la ventanilla los cambios ocurridos desde su última visita, y ahora que tenía mejores conocimientos de la geografía del lugar, Sirius no se cortó en ponerlo al tanto de todo lo que él conocía, desde las mejores tiendas para comprar, hasta los sitios de mayor interés para pasar el rato.

—¿Y peluquerías? —Preguntó Regulus con sorna—. ¿De esas no tienen al menos una aquí?

Sirius se pasó la mano por el cabello, que se había cortado por última vez en abril, antes de marcharse de Londres. Después de eso, su vida había tenido altas y bajas más importantes que pasar por la peluquería, y el resultado era que ahora casi cuatro meses después tenía su siempre corta cabellera rozándole el mentón y cayéndosele sobre los ojos cada vez que se agachaba.

De joven siempre había querido Sirius llevar el cabello largo e imitar a algunos ídolos musicales que tenía por esos años, pero su colegio era estricto contra cualquier tipo de melena que superara la pulgada de longitud, y en casa durante el verano la situación no era la más idónea para experimentar con su peinado. En la universidad aquella fantasía quedó relegada al trastero de su memoria, y ahora que era adulto ya ni lo recordaba, pero había jugado la suerte a su favor para que esos meses en el Valle de Godric fueran propicios para mantenerse alejado de las tijeras y con ello cumplir un sueño de toda la vida.

En un inicio, Sirius sí había considerado pasar por la peluquería y conseguir su corte habitual, pero después... El tiempo pasó, él lo olvidó, y su cabello creció.

Y de abril a agosto vaya si había crecido. De un corte formal y esperado de él por su edad y la rama de trabajo en la que se desempeñaba, ahora lo llevaba largo, casi demasiado largo, y aun así Sirius se sentía capaz de dejárselo crecer por simple capricho. A Remus no le importaba, y el que fueran sus dedos recorriendo su cabello con adoración sólo contribuía a su nulo interés por volver a su look de antes.

—Te sienta bien, por cierto —dictaminó Regulus luego del largo silencio de Sirius—. Y supongo que pondría a Madre furiosa de poder verte, así que bien hecho.

—Debe estar retorciéndose en su tumba —dijo Sirius, y ambos hermanos Black compartieron una morbosa risotada a costillas de su difunta progenitora.

—Sirius —atrajo Harry la atención de éste desde el asiento trasero—. ¿Tú y Regulus son gemelos?

—Ah, la misma pregunta de siempre —exhaló Regulus de buen humor, y se giró un poco para ver a los niños—. No, Sirius es mayor por casi dos años.

—Pero... —Fue Teddy ahora el que intervino—. Se parecen tanto entre ustedes.

—Genética —respondió Regulus.

—E incesto —suplió Sirius, y Regulus le soltó un manotazo.

—¡Chist!

—¡Oh!, como en Game of Thrones —dijo Harry, y Teddy asintió con conocimiento de causa porque también a escondidas veía ese show y no sólo por las escenas de sexo.

—No hablemos de temas escabrosos —pidió Sirius—, y Regulus y yo nos parecemos porque somos hermanos, ajá, y puedes que nuestros padres sean primos o lo que sea... Lo importante es que no hubo mutaciones mayores como seis dedos en cada mano o-... ¡Ouch, Reg! —Chilló de vuelta cuando Regulus le atizó de vuelta.

—Mejor hablemos de otra cosa —pidió Regulus, que de pronto tuvo inspiración divina en eso—. Y Teddy, dime, ¿es tu papá tan atractivo como Sirius me contó?

—Voy a matarte, reyezuelo —gruñó Sirius por lo bajo, y quedó opacado por las risas de los críos.

—No hay problema —intentó aplacar Teddy a Sirius—. Papá también dice lo mismo de ti.

Las orejas de Sirius se tiñeron rápido de un considerable tono sonrosado. —Oh, en ese caso...

Por boca de Teddy y con la ayuda de Harry escuchó Regulus la historia de su recién formada unidad mientras Sirius conducía hasta la calle en la que vivían, y no se cortaron en detalles porque Regulus se los pidió.

—No abuses, Reg —le previno Sirius, pues escuchar de boca de los críos de las veces que estos los habían sorprendido a él o a Remus en situaciones románticas sólo empeoraban su bochorno.

Tras estacionarse de vuelta en la cochera de los Potter, Sirius dejó las llaves en el buzón de los Potter porque estos todavía estaban fuera trabajando, y el grupo completo caminó con el equipaje de Regulus de vuelta a su propiedad.

—La casa del tío Alphard apenas si ha cambiado —comentó Regulus en la entrada, aunque su opinión se volvió otra una vez dentro al ver muchos menos muebles que antes y mayor espacio para caminar—. Ok. Retiro lo dicho.

—Perdona que tu banquete de bienvenida tenga que esperar —se disculpó Sirius, pues en la cocina toda la comida de esa noche estaba a medias de su preparación.

De antemano habían acordado preparar una cena para celebrar la llegada de Regulus, pero ya que éste quería conocer a Remus y Sirius también lo deseaba así, tuvieron que hacer ajustes, lo que a su vez implicaba que la cena se realizara mucho más tarde de lo habitual para darle oportunidad a Remus de salir en las horas diurnas.

—No te preocupes —dijo Regulus, que por su parte había comprado un bocadillo en el tren y no tenía tanta hambre—. ¿Mi habitación es la de siempre? Quiero subir mi equipaje.

—La misma —confirmó Sirius, y tanto Teddy como Harry se ofrecieron a ayudarle a Regulus a subir sus maletas a la planta superior.

A solas, Sirius continuó con los preparativos de la cena, que para la ocasión sería pescado horneado con vegetales y arroz, además de un pastel de limas que Remus había preparado la noche anterior y que traería consigo una vez que anocheciera.

La presencia de Teddy y Harry le facilitó no tener que lidiar con las preguntas que seguramente Regulus quería hacerle antes de la llegada de Remus, y estuvo más que agradecido para utilizar ese tiempo en diálogos ensayados acerca de cómo quería presentarlos entre sí y las frases ingeniosas que utilizaría para crear una atmósfera tranquila para la velada.

Excepto que...

—A Teddy no le importaría ser tu hijastro —dijo Regulus de pronto, apareciendo en la cocina bajo la excusa de servirse un vaso de agua, y casi ocasionándole un susto de muerte a Sirius.

—¿Uh? —Sirius se giró para encararlo—. ¿Pero qué dices? ¿Cómo lo sabes?

—Le he preguntado, y es uno de esos críos honestos —respondió Regulus sin más—. Te adora, ¿sabes? Y ganado el hijo, el padre será pan comido.

—Oh, largo de aquí —le riñó Sirius, que por una parte estaba seguro de sus buenas relaciones con Teddy como persona y como hijo de Remus (técnicamente, sí, su hijastro hasta cierto punto), pero era otra cosa muy distinta el saberlo con certeza y... ¿Qué hacer con esa información? Al menos de momento, nada.

Luego de poner el pescado al horno y tomar nota de la hora para sacarlo, Sirius salió al patio trasero donde Teddy y Harry le estaban dando a Regulus un tour por el jardín para que conociera mejor la propiedad a través de sus ojos. Sirius los encontró volviendo del invernadero, y Regulus traía consigo un par de tomates que estaban maduros.

—Regulus jamás había visto una planta de tomates —dijo Harry, y Sirius se rió a costillas de su hermano.

—Oh, vamos —puso Regulus los ojos en blanco—. En Londres ni siquiera soy yo el que hace la compra.

—¿No? —Preguntó Teddy—. ¿Entonces quién?

—Reg conserva a Kreacher —explicó Sirius—. Era el mayordomo mientras crecíamos, y aunque ahora debe estar más anciano y decrépito de lo que lo recuerdo, es quien todavía se encarga de esos asuntos.

—No hables así de Kreacher, y por cierto, es un espacio interesante el que hay por allá atrás —dijo Regulus, señalando en la lejanía—. No pude reconocer ni la mitad de los árboles que hay ahí. ¿Y todos dan fruto?

—Toneladas de fruto —dijo Sirius—. No te imaginas el lío que es cosecharla toda y después... No sé exactamente. Los Prewett ganan una parte, ese es el trato, y de vez en cuando recibo un pago.

—Papá siempre se lleva bolsas de fruta —intervino Teddy con una sonrisa—, y después prepara tartas y mermeladas.

—He probado esas mermeladas —dijo Regulus—, y estaban deliciosas.

—El tío Moony es experto en postres —agregó Harry de lo más ufano, pues no en balde era siempre el primero en pedir una rebanada de pay cuando Remus cocinaba uno—. Mamá ha utilizado sus recetas, pero los resultados no se acercan en lo absoluto.

—En ese caso no me importaría probar de vuelta algo hecho por su mano.

—Hoy vendrá papá con un pastel de limas —dijo Teddy—, y es de los mejores que sabe preparar.

—Estoy seguro de que me encantará —prometió Regulus con un guiño, y así quedó zanjado el asunto.

Intuyendo que los adultos tenían sus propios asuntos a tratar, Harry sugirió a Teddy jugar en el jardín con un balón suyo que encontraron tras un arbusto sin fruto de moras, y se retiraron una docena de metros a divertirse por su cuenta.

Regulus aprovechó para sacar su paquete de cigarrillos, y tras llevarse uno a la boca, le ofreció a Sirius otro.

—No, lo he dejado —dijo Sirius, y su hermano arqueó una ceja mientras encendía el suyo. Tras una honda calada, preguntó—: ¿Y eso? ¿Remus te lo pidió por Teddy?

—No, sólo... ocurrió. Terminé con mi última cajetilla al llegar aquí, y después me dio pereza bajar a la tienda por otra. Ya has visto la distancia que hay para salir de esta calle, y aunque la caminata me habría hecho bien, no estaba de humor para encerrarme en la casa del tío Alphard a fumar mis preocupaciones.

—Veo que vivir aquí te ha hecho bastante bien, en más de un sentido si me permites la observación...

—¿Ah sí?

—Se te ve más relajado, y feliz. Podrían ser las vacaciones, o el lugar, o...

—Sólo dilo, es Remus. Y Teddy ya que estamos. Y probablemente cada persona y lugar del Valle de Godric —confirmó Sirius con una sombra de sonrisa en labios y expresión relajada—. Soy feliz, Reggie.

—Lo sé.

En la frente de Sirius apareció una única línea de tensión. —¿Pero? Porque presiento que hay uno.

Regulus exhaló una abundante bocanada de humo. —Sólo quiero conocer a Remus y cerciorarme que su persona está a la altura de su leyenda. Estoy 99% seguro de que así será por todo lo que he escuchado y el increíble ejemplo que es Teddy de tus historias, y después podré ser el cuñado impertinente que muestra tus fotos de bebé en la alfombra de oso polar del abuelo y desnudo.

—No te atrevas... —Gruñó Sirius, pero su tono de voz traía consigo buen humor.

—No me tientes. He traído el álbum con la tapa rosa...

—¡Regulus Arcturus Black!

—Pf, no hagas drama y diviértete. El resto lo haremos.

—¡Pero a mis costillas!

—Es por eso que será tan divertido.

E intercambiando chistes y pullas, ambos hermanos Black volvieron a su rutina de siempre entre sí.

 

Harry se despidió de Teddy, Sirius y Regulus cuando el otro automóvil de sus padres pasó por la calle en dirección a su casa, y el propio Teddy no tardó en hacer lo mismo al ver que estaba oscureciendo y para la cena Remus quería que se vistiera adecuadamente para la ocasión.

Para entonces el pescado ya despedía un fragante aroma desde el horno, e incluso había una botella de vino blanco enfriándose en el refrigerador.

Sirius le pidió a su hermano echarle un ojo al pescado y apagarlo en exactamente cinco minutos mientras él tomaba veloz una ducha y se vestía, y quiso su suerte que justo cuando tenía la cabeza repleta de espuma sonara el timbre.

Por fuerza tenía que ser Remus en la puerta principal, y Sirius lo encontró de lo más formal considerando que éste y Teddy entraban siempre por la puerta trasera porque siempre estaba abierta y ya prescindían hasta de dar unos golpecitos para anunciar su llegada. Suponía él, no querían asustar a Regulus con su llegada ni tampoco hacerle sentir que invadían su espacio.

Con urgencia porque se temía que en verdad Regulus hubiera sacado sus álbumes de bebé y tuviera a Remus presenciando las peores fotografías de su existencia, Sirius se apresuró a terminar con su ducha, vestirse, y bajar todavía con las puntas húmedas de su cabello rozándole la nuca.

Tal como se había imaginado, Regulus tenía a Remus y a Teddy sentados alrededor de la salita, aunque al menos los malditos álbumes de fotos no habían salido a colación. En su lugar se ponían al día hablando de la casa y los cambios que Sirius había hecho en ella.

—Me alegra que llegaras, Remus —se acercó Sirius a saludar, y él y su novio intercambiaron un casto beso en los labios—. Erm, y supongo que ya se han presentado, pero éste es mi hermano Regulus. Reg, éste es Remus.

—En tu ausencia nos hemos presentado sin problemas —dijo Regulus con facilidad—, aunque sólo después de que Remus pudiera procesar lo parecidos que somos —agregó con un toque de humor—. Mencionó que soy el más atractivo de los dos, por cierto.

—Lo dudo —rebatió Sirius de buen humor—. Yo soy el original, y tu una copia.

—Soy la versión mejorada —rebatió Regulus, y ambos hermanos rieron por repetir el mismo diálogo que tenían desde la infancia.

Pasando a la cocina porque ya era tarde y la cena se enfriaba, Remus ayudó a poner la mesa mientras Teddy se encargaba de los cubiertos y servilletas, y pronto estuvieron los cuatro sentados y absortos en una agradable charla que estaba exenta de momentos tensos.

Mientras escuchaba a Regulus y a Remus hablar de intereses comunes que no lo incluían, Sirius suspiró aliviado por primera vez en la velada, agradecido de que dos de las personas más importantes de su vida se llevaran bien entre sí y no sólo con cortesía. Sirius había experimentado toda clase de temores en los días previos, imaginándose los peores escenarios posibles y sufriendo con la idea de no conseguir que aquel par congeniara, pero la realidad había sido mil veces mejor y no podía estar más agradecido.

Al finalizar la cena, Regulus dijo: —Estoy listo para el postre, y ya que mencionaron pastel de limón...

—Espera a probarlo —dijo Sirius al volver con el pastel, platillos y tenedores.

Remus se encargó de servir rebanadas, y al primer bocado Regulus gimió de absoluta satisfacción cuando al sabor dulce y a la vez ácido inundó sus papilas. Todavía con el tenedor en los labios, Regulus cerró los ojos y se sumió en un trance del que salió convertido en un hombre nuevo.

—Eso fue... una experiencia religiosa.

—El tío Reggie tuvo un orgasmo —dijo Teddy, y al segundo de silencio que siguió aquella declaración le acompañó una carcajada colectiva en la que todos participaron.

—¿Así que tío Reggie, eh? —Preguntó Sirius una vez que consiguieron recomponerse y mientras se limpiaba la esquina húmeda de los ojos por tantas risas.

—Dijo que podía llamarle así, que casi éramos familia de todos modos.

—Qué amable de tu parte, Reg —se dirigió Sirius a su hermano, que iba por un segundo bocado del pastel y al menos esta vez estaba simplemente satisfecho con su sabor y textura y no arrobado en una especie de trance religioso que lo haría elevarse veinte centímetros en el aire por encima de su asiento.

—Es lo menos que podía hacer —respondió su hermano con absoluto descaro—, que con tu edad e historial romántico...

—No hablemos de eso —pidió Sirius, y a su lado Remus exhaló con alivio, pues ambos habían acordado en mantener su pasado en el pasado y no hablar de ello si no era estrictamente lo necesario.

El resto de la cena se mantuvo entonces sobre tópicos poco controversiales, como la casa del tío Alphard que ya legalmente era suya pero que les costaría años si no es que toda la vida llamar su casa, los árboles frutales en el jardín que al menos por lo que restaba del año ya no producirían fruta, los vecinos, y por supuesto, la fiesta ‘sorpresa’ que Regulus había pedido para su cumpleaños que caería en domingo.

A simples dos días de distancia.

—No es sorpresa si sabes de antemano —dijo Sirius no por primera vez—, pero si tanto insistes en una fiesta, eso puedo arreglarlo.

—No conozco a nadie aquí más que a ustedes, pero apuesto a que será una fiesta encantadora.

—Tanto que llamarle fiesta...

—Una reunión con próximos amigos, seguro.

Y bajo aquel talante optimista quedó sellado el compromiso.

 

Si bien Regulus no habría puesto pegas a una fiesta de cumpleaños en la que cada uno de los habitantes del Valle de Godric estuviera invitado, Sirius no creyó conveniente tratar de organizar un evento de esa magnitud con menos de cuarenta y ocho horas de antelación, así que se limitó a los Lupin, a los Potter, a los Tonks, y a los Prewett-Weasley que ya por sí solos conformaban un número nada desdeñable de invitados.

Para la feliz ocasión y aprovechando que agosto no era un mes tan lluvioso en aquellas latitudes y que el pronóstico del clima les daba luz verde, montó en el jardín un par de mesas y decoró el lugar con varias cajas de luces navideñas que había encontrado semanas atrás en uno de los armarios y consiguió un aspecto adecuado para el tipo de celebración que tenía en mente.

Con la ayuda de Molly Weasley, que al parecer tenía experiencia suficiente en eventos de ese calibre por cortesía de su amplia prole, Sirius montó en el jardín una parrillada y cocinó hamburguesas y papas fritas para el grupo.

En un inicio, Sirius había hecho la sugerencia de preparar un platillo diferente, para empezar, uno que no se comiera con las manos, pero Regulus había insistido en no querer nada demasiado elaborado o que fuera un incordio en preparar, y había sido Harry quien hiciera la sugerencia porque cocinar al aire libre y colaborar entre todos era siempre una actividad de lo más entretenida.

Así que hamburguesas y papas fritas habían terminado por ser el menú principal, y en ningún momento Regulus o alguno de los invitados dio muestras de que no fuera la mejor elección.

Zanjado lo de la comida, el día de la fiesta presentó Sirius a su hermano con los presentes, y éste hizo gala de sus mejores habilidades sociales al encantar a todos con su personalidad y formar a pasar a ser uno más de ellos en el grupo.

En visitas pasadas al Valle de Godric y cuando el tío Alphard todavía vivía, sus estancias habían estado exentas de contacto social salvo por los Tonks que trabajaban para su tío y que de vez en cuando pasaban por la casa trayendo consigo documentos que requerían firma. Ahora que su tío ya no estaba más con ellos, tanto Sirius como Regulus se sentían en el deber de cambiar la ausencia pasada de interacción que habían demostrado en otras visitas, y el fruto de su esfuerzo se manifestó cuando durante el pastel (cortesía de Remus) y la canción tradicional que se cantaba, todo mundo cantó fuerte y claro porque tenían en gran estima al recién llegado.

—Reggie ha quedado encantado con el lugar y las personas —le comentó Sirius a Remus en un momento en que los dos estaban a solas en la cocina pues habían entrado a buscar hielo y servilletas para sus invitados y de paso aprovechado unos minutos de paz—. Apuesto a que después no querrá marcharse.

A su lado, Remus suspiró. —Pero no es una posibilidad... ¿O sí?

—Bueno —dijo Sirius a sabiendas de dónde se dirigía esa pregunta—. No es tan fácil dejar todo así como así en Londres... De la empresa familiar dependen demasiados empleos como para sólo venderla y dejar que alguien más haga con ella lo que le venga en gana. Y técnicamente es el bebé de Reg, él vive y respira por esa empresa, y es su devoción.

—Ah, ya veo.

—Pero no para mí —agregó Sirius con un ligero tono de pánico en su voz—. ¿Alguna vez te dije que de crío quería estudiar artes? Madre nos obligó a llevar pintura al óleo cuando éramos unos críos, decía que era un pasatiempo adecuado además de las clases de francés y la equitación a la que también nos inscribió, y años después cuando hice mi solicitud a la facultad de artes me recordó que como pasatiempo estaba bien, pero que ya tenía para mí una plaza en negocios internacionales y una maestría en finanzas. Para Reg fue diferente, él siempre fue bueno con los números y tomó como un reto personal convertir las empresas de la familia en su mejor versión, y no hablo de aumentar ganancias, sino mejorar las condiciones de los empleados, crear un buen ambiente de trabajo, cumplir con normativas ecológicas... Regulus lo hizo posible.

—Sirius...

—Lo que quiero decir con eso es... —Sirius se plantó frente a Remus y lo miró directo a los ojos—. Que Regulus no abandonaría Londres para vivir en el Valle de Godric, pero puede que yo sí...

 

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