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Pomance estival por Marbius

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12.- Obsequio.

 

El lunes posterior a la fiesta de cumpleaños de Regulus, Sirius despertó inusitadamente temprano para lo que se había vuelto una costumbre en él durante su estancia en el Valle de Godric, y tras rumiar unos minutos si la opresión que sentía en la vejiga era motivo suficiente para abandonar el espacio mullido que se había hecho con las mantas o podía ignorarlo un par de horas más, al final se decidió por su primera opción.

Una vez en pie, el sueño se le evaporó del cuerpo de golpe, así que Sirius optó por bajar a la cocina y servirse un bien merecido té para saludar al nuevo día que se podía apreciar a través de la ventana.

En la cocina encontró Sirius la cafetera en marcha y con sólo la mitad de su contenido, y a sabiendas de que Regulus debía estar en pie y haciéndose una idea de dónde, él también se sirvió una taza y salió al porche trasero para sentarse con éste en una de las tumbonas.

En pantalón de vestir y con camisa, incluso si le faltaba la corbata o el saco, Regulus se veía demasiado formal para el lugar y la hora en la que se encontraba. Que además sostuviera su taza de café con el platillo en su regazo sólo sirvió para acrecentar la idea de que era un hombre de negocios londinense que había errado y por mucho su camino a la oficina.

—Buenos días —le saludó Regulus apenas Sirius se le unió en la tumbona de al lado, y después revisó su reloj de pulso—, aunque por la hora...

—No lo digas —imploró Sirius, que se había quedado con Remus hasta incluso después de que se marcharan el resto de los invitados—. Y buenos días a ti también. ¿Dormiste bien?

—Casi tan bien como tú, me atrevería a decir, pero Remus no durmió aquí, ¿o sí?

—Erm, no —masculló Sirius—. Mencionó algo de no extender demasiado su visita en la casa mientras estés aquí, así que...

—Oh, qué considerado, pero no será necesario. Realmente el intruso soy yo.

—Bueno, la mitad de la casa está a tu nombre, y Remus es realmente de ese tipo de persona considerada.

—49% y hablando de partes... —Dijo Regulus, y Sirius tuvo claro al instante de qué quería charlar su hermano—. Justo anoche Andrómeda y Ted me arrinconaron al lado de los aderezos para preguntarme si podían venir más tarde para hablar conmigo de unos documentos que quieres que firme.

—Ahórrate la charla insulsa e indagar por debajo del agua —dijo Sirius, decidido a ir directo al grano—. ¿Qué tanto te contaron Ted y Andrómeda de mis planes?

—Sólo que quieres comprar mi mitad de la casa anexada. Al principio no podía entender qué interés tenías por la casa del tío Alphard cuando de antemano habíamos acordado compartirla, pero Andrómeda mencionó que el dichoso anexo al que hacían alusión no era ésta, sino aquella casa —señaló Regulus la de Remus, en total quietud por el simple hecho de ser de día—, y que estabas dispuesto a pagar un precio justo por hacerte con la totalidad de su propiedad.

—Eres mi familia, no me atrevería a pedir un descuento.

—Ya. Pero no es eso lo que me resultó interesante. Andrómeda fue discreta, pero no Ted, porque según entiendo después planeas venderla, ¿es correcto?

—Algo así —replicó Sirius, bebiendo de su café y lamentando no haber ido con su idea original de un bien merecido té con azúcar.

—Sé más específico —presionó Regulus—, porque presiento que será interesante escuchar tu razonamiento.

—Vale...

Dándose unos momentos para organizar sus pensamientos y explicarle a Regulus los planes que pretendía llevar a cabo, Sirius dejó su taza de café a un lado y empezó:

—Quiero comprar tu mitad de la casa para después vendérsela a Remus. Ha vivido ahí desde que enviudó, y sé que la considera un hogar. Lo mismo Teddy. Y tengo más que claro que está fuera de las posibilidades de Remus el comprarla al valor del mercado, pero no es como si yo necesitara el dinero, así que pienso ‘vendérsela’ —enfatizó con comillas en el aire— por un precio simbólico.

—Mmm, muy noble de tu parte —dijo Regulus, que al instante señaló el fallo más obvio de su decisión—, pero Remus no parece del tipo de persona que acepte un regalo de ese calibre así como así. ¿Ya lo has pensado antes? Porque tus buenas intenciones tienen toda la pinta de estallarte en la cara.

—Lo sé. Remus puede ser en verdad orgulloso con el dinero, así que si todo falla, planeo heredársela en vida a Teddy. Así Remus no podría negarse, porque antepone a Teddy frente a su orgullo.

—Eso es jugar sucio. Y puede que no termine tan bien como tú lo imaginas.

Sirius exhaló con pesadez y encogió los hombros. —Sólo quiero ayudar.

—Tal vez Remus lo vea como caridad. Como un regalo de despedida...

Desviando la mirada, Sirius procedió a inspeccionarse las uñas y a jugar con sus cutículas. —Ya que lo mencionas y estamos a solas, hay algo que me gustaría charlar contigo...

—Lo sabía —dijo Regulus en un susurro, apartando su taza de café y el platito a un lado y girándose del todo para enfrentar a su hermano—. Habla.

Sirius se afanó con una minúscula porción de piel que sobresalía de su dedo índice y le dio un tirón, experimentando dolor y sangre a la vez. Con el dedo en la boca, se regaló a sí mismo unos segundos de consolación antes de tener que desembuchar todo.

Y es que si tenía que ser honesto consigo mismo (ahora con Regulus, y más tarde con Remus), Sirius no quería marcharse y dejar atrás el Valle de Godric.

Su estancia, que en un inicio había estado marcada por la necesidad de sobrellevar su duelo y descansar, se había transformado de vacaciones a una vida cotidiana que ya no quería abandonar. Y Londres no tenía ninguno de los atractivos usuales cuando al considerar su existencia en Grimmauld Place, recordaba que Remus y Teddy no estarían a su lado.

Sirius se había resistido a la realidad de enfrentarse cara a cara con el final del verano, ese inicio de septiembre en donde no le quedaría de otra más que empacar sus maletas y tomar el primer tren de vuelta a Londres, pero... Lo que antes había sido un recordatorio incómodo y después plagado de desazón, de pronto había perdido sus dimensiones fóbicas cuando Sirius se permitió por un segundo reconsiderar si realmente quería marcharse o no.

No si podía, sino si quería, que eran dos conceptos totalmente diferentes entre sí.

Porque de poder, Sirius tenía a Regulus que con gusto asumiría el mando de los negocios Black como había venido haciendo en los últimos meses y se encargaría sin problemas de tomar el mando y cosechar un éxito tras otro en su área.

Y en cuanto a querer... No había duda alguna acerca de lo que Sirius albergaba en su corazón.

—No lo he hablado con Remus todavía —dijo Sirius cuando se sintió capaz de expresar sus sentimientos—, pero me gustaría ir en serio, verdaderamente en serio con él, y pretender que eso es posible con una relación a larga distancia es una locura.

—¿No has considerado proponerle que sea él quien te acompañe a Londres?

Sirius denegó con la cabeza. —Realmente no. Él ama este sitio y a las personas que viven aquí, es su hogar, y en Londres no sería feliz. El cambio sería demasiado para él y para Teddy, y francamente... No me apetece volver a Grimmauld Place y hacerles sufrir las tinieblas de esa casa. He hecho un hogar aquí, igual que lo hizo el tío Alphard, y he sido lo suficientemente afortunado como para encontrar a alguien con quien compartirlo. Soy yo el que debe quedarse si quiero que esto funcione.

Regulus lo miró unos segundos y luego exhaló con fuerza por la nariz. —Si lo pones así...

—¿No dirás nada más?

—¿Más allá de ‘suerte’ y todo eso? Nah, no lo creo. Obviamente has tomado tu decisión, y me alegro por ti. Por ustedes. Bueno, así será cuando por fin te decidas a compartirle a Remus tus planes y los hagan suyos.

Sirius soltó una risita nerviosa. —Espero que así sea.

—¿Y lo dudas? —Le retó Regulus, pero Sirius no lo hizo.

En su corazón, tenía una cierta certeza de ser correspondido.

 

Con la inminencia del siguiente curso escolar a la vuelta, Sirius se ofreció a llevar a Teddy a la tienda de ropa para que le tomaran las medidas de su próximo uniforme, y Regulus se le unió por simple afán de salir de la casa y conocer el centro del Valle de Godric como era debido. En sí, aquella era una faena a la que Teddy estaba acostumbrado a cumplir con los Potter o por su cuenta (en los últimos dos años), pero el contar con la compañía de Sirius y Regulus lo puso del mejor humor posible.

Especialmente cuando después de tomarse las medidas y pagar, Sirius sugirió pasar a la nevería de Fortescue a comer un refrigerio helado.

—Mmm, qué delicia —elogió Regulus su nieve de menta, y Teddy coincidió con él al saborear un cono de avellana.

Con su helado de chocolate en la mano, Sirius pensó en Remus al pedir para llevar un litro, y no mucho después los tres emprendieron de regreso a casa.

Como Teddy entró por delante que ellos a la casa y se acomodó descalzo y a sus anchas en el sofá frente al televisor, Regulus no hizo esfuerzo alguno por disimular la sonrisa maliciosa en su rostro.

—Dilo, sé que mueres por hacerlo —adivinó Sirius sus pensamientos, él guardando el helado en el congelador mientras Regulus ponía la tetera para un bien merecido té de media tarde.

—Veo que Teddy se siente como en casa —dijo Regulus, su tono ligeramente burlón—. ¿No es peligroso dejar las puertas abiertas? Cualquiera además de él podría meterse a la casa y robar.

—En primera, estamos en el Valle de Godric, el sitio más seguro del que puedas hacerte idea. Aquí no existen los ladrones, y en todo caso, estamos tan lejos del resto de la ciudad que nadie se atrevería a merodear por estos sitios —señaló Sirius lo obvio—. Y en segunda, las puertas están cerradas. Teddy tiene su propia llave.

—¿Remus también?

—Ajá.

Ante el silencio de Regulus, Sirius presionó por una reacción, cualquier reacción.

—¿Y bien?

—¿Uh? —Volteó su hermano la cabeza, pues estaba ocupado bajando tres juegos de tazas para el té.

—¿No dirás nada?

—¿Acerca de Remus teniendo una llave de la casa? —Inquirió Regulus, que se tomó unos segundos y un suspiro antes de dar su veredicto—. No. Es decir, es el hombre por el que estás considerando dar un cambio radical a tu vida y adoras a su hijo como si fuera tuyo. Que Remus tenga una llave es de lo más normal a estas alturas.

Sirius exhaló con pesadez y sus hombros se hundieron un poco. —Lo siento. No sé ni por qué me pongo tan a la defensiva. A mi edad, es ridículo.

—Ya, pero a tu edad Remus es la primera relación en verdad seria que tienes, y no deberías sentirte tan aprehensivo por cada paso que das. Nada tiene el derecho de juzgarte mientras tú no lo permitas.

—Es la crianza Black.

—No puedes culpar a nuestros padres por todo.

—Lo haré siempre que pueda —replicó Sirius—. Porque me tardé años en aceptar que era homosexual y que nada estaba mal conmigo.

—Punto para ti.

La tetera comenzó a silbar, y como atraído por el canto de una sirena, Teddy se apareció en la cocina pidiendo un poco de té, que en su caso era más de la mitad de la taza en leche y con abundante azúcar. Sirius fue quien se encargó de servirle, y a desconocimiento de ambos, Regulus sonrió al verlos interactuar y llevarse bien como pocas veces podía verse en un padrastro e hijastro.

—Deberíamos acampar —sugirió Teddy de pronto con los ojos brillosos, la taza en las manos y un bigote de leche sobre el labio superior—. Papá y yo lo hacemos cada año en el jardín. Asamos malvaviscos, dormimos en tiendas de campaña, y tratamos de mantenerlo lo más natural posible, aunque papá hace trampa y va al baño dentro... ¡Pero podemos saltarnos esa regla si queremos!

—¿Qué te parece, Reggie? ¡Orinar como verdaderos hombres al lado de los manzanos! —Corroboró Sirius con su hermano, y éste puso los ojos en blanco—. Oh, vamos, será divertido.

—Lo dice el mismo individuo que asistió una sola vez a una acampada y volvió jurando que jamás volvería a poner un pie en el campo.

—¡Tenía ocho años y me caí en un arbusto de ortigas! —Refutó Sirius, que por si acaso antes inspeccionaría el terreno para asegurarse que era seguro para él—. Además, nos la pasaremos bien.

—Supongo que... —Regulus chasqueó la lengua—. Ok. Hagámoslo. Pero si Remus puede usar el baño de interiores, yo también.

—¿Qué, asustado por un poco de libertad y rociar con tu pipí los rosales? —Le chanceó Sirius, y Regulus le sacó la lengua igual que cuando peleaban de críos.

Teddy rió, pues siempre encontraba divertidas las interacciones entre ambos hermanos Black, que a pesar de ser adultos hechos y derechos a veces caían en los viejos hábitos de la infancia y peleaban como si tuvieran cinco años y no acercándose a los cuarenta de sus vidas.

—Le diré a papá para que prepare todo. Seguro que Harry también querrá venir —dijo Teddy, y luego su voz perdió un poco de su chispa—. Sólo espero que no quiera traer a Draco con él...

Aprovechando que Teddy miraba su taza, Regulus se volteó a Sirius, y moviendo los labios sin pronunciar sonido alguno, enunció: “¿Draco?”

Sirius le contestó de la misma manera y con un poco de mímica: “Te lo cuento más tarde”, dando a entender que eran asuntos de críos y no debía preocuparse.

A una segunda taza de té con bizcochos que Remus había preparado de antemano y sentarse en el porche trasero, siguió la visita de Harry y más tarde de Snuffles cuando Teddy fue por su mascota.

Después el sol bajó del todo, y al rato se presentó Remus, que no hesitó en recibir un abrazo de Sirius y un beso discreto pero sin intenciones de esconderlo.

—¡Papá! —Atrajo Teddy la atención de su progenitor—. Sirius aceptó venir a acampar con nosotros, y el tío Regulus por igual.

Aquella era la primera vez que Teddy llamaba a Regulus por ese apelativo de manera seria y no como una broma, y los tres adultos se sorprendieron por la misma razón, aunque ninguno lo dejó entrever. Remus miró a Regulus dispuesto a disculparse por el desliz de su hijo, pero éste le sonrió, y con un ligero encogimiento de hombros le hizo saber que estaba bien por él. Sirius hizo lo mismo con Remus, y después volteó a ver a su hermano, que se mostraba feliz por él y el logro que aquel apelativo significaba.

Ajeno al intercambio que había ocurrido entre los adultos, Teddy continuó hablando de sus planes de acampada, pues quería montar un pequeño campamento con fogata y suficientes bocadillos como para sufrir de indigestión y malos sueños.

—Temo que sólo tengo una tienda de campaña y dos sacos de dormir —se disculpó Remus, y Sirius no se demoró en asegurarle que ya arreglaría algo.

—Compraré otra tienda de campaña y un par de sacos para mí y Reg.

—Harry tiene el suyo —dijo Teddy, y después frunció el ceño—. Supongo que si Draco viene él tendrá que conseguir un sitio para dormir.

—Teddy... —Le amonestó Remus, pues la antipatía que éste sentía por el otro mejor amigo de Harry había estado tomando un cariz negativo ahora más que nunca.

—Ok, compartiremos —masculló Teddy, y al menos de momento las aguas volvieron a su sitio.

Tras acordar que el mejor día para su acampada sería el próximo viernes que se prometía buen clima y mínima posibilidad de lluvia, Teddy se dirigió a casa de los Potter para darle a Harry la noticia y conseguir con sus padres el permiso, dejando atrás a los tres adultos que pronto se convirtieron en dos.

—Yo subiré a revisar unos papeles que me han enviado de la oficina y después puede que a dormir porque mañana temprano tengo una videoconferencia por Skype —se excusó Regulus, y le dirigió a su hermano una mirada cargada de intenciones—. Buenas noches a los dos. ¿Te veré en la mañana, Remus?

Remus sonrió. —No si te levantas después del amanecer, pero dejaré waffles para ti.

—Gracias.

—Duerme bien, Reg —despidió Sirius a su hermano, y apenas estuvo a solas con Remus, se disculpó por el comportamiento de éste—. Lo siento. Se divierte haciéndome pasar por apuros.

—No pasa nada.

—¿Los hermanos de tus otros novios eran peor?

—Ni idea. Pocas veces llegué a conocer a la familia de mis otros novios, salvo que cuentes el encuentro con Edgar Bones y su esposa e hijas. —Sirius hizo una mueca—. Pero Regulus es agradable.

—Ahora mismo está haciendo gala de su mejor comportamiento para ti. Usualmente es un poco más distante, pero creo que no quiere espantarte de nuestra familia.

—Imposible —dijo Remus al acercar su rostro al de Sirius—. Requeriría más que eso para desilusionarme de ti.

—Excelente —respondió Sirius uniendo su boca con la de Remus, y así siguieron por los siguientes veinte minutos hasta que Teddy volvió y tuvieron que poner un forzoso alto.

Al menos de momento...

 

Pese a haber hecho planes para acampar y Sirius ya había comprado la tienda de campaña y sacos de dormir que faltaban, Remus no se mostró tan interesado en los siguientes días como lo había hecho la noche en que acordaron hacerlo.

Sirius no habría podido catalogar su cambio de personalidad a nada en concreto, porque no era como si de pronto estuvieron disgustados el uno con el otro o en medio de una pelea, pero algo entre ellos dos se sentía fuera de lugar. Que además no contaran con un minuto a solas para hablarlo con la calma que merecía era lo que tenía a Sirius caminando sobre cáscaras de huevos, pues se temía que esa falta de comunicación sólo empeorara la brecha que de pronto había aparecido entre ambos.

La oportunidad para tratar ese asunto se presentó una noche en que tras volver de cenar con los Potter, Teddy le pidió a Regulus que le enseñara a jugar ajedrez con el elegante set de piezas hechas con madera exótica que el tío Alphard había tenido en su estudio y éste accedió de buena gana porque siempre buscaba oponentes nuevos a los quienes vencer.

Dispuesto a aprovechar su oportunidad y hablar con Remus, Sirius preparó dos tazas con un té digestivo para ambos y sugirió una caminata lenta alrededor de la propiedad.

El mismo Remus también parecía tener deseos de hablar con él de un tema en específico, porque accedió a su petición y de hecho fue el primero en hablar.

—Ok, antes que nada, no quiero que culpes a Ted o Andrómeda por incumplimiento de secreto profesional. De hecho fue James quien los escuchó de pasada durante la fiesta de Regulus y...

—Oh, ya veo —asintió Sirius, y la distancia entre él y Remus se intensificó centímetro a centímetro hasta ir caminando casi con un metro de separación entre ambos—. No pasa nada. De hecho, era de eso que quería hablar contigo hoy.

—Ah...

—Andrómeda está preparando los papeles de la venta, y tiene prospectado finiquitar todo antes del mes entrante. Menos mal que la delimitación del terreno nunca fue un problema, y la propiedad no tiene ningún otro impedimento.

En lugar de mostrar cualquier de las reacciones que Sirius esperaba de él y que iban desde la negación al agradecimiento por el nuevo contrato de propiedad que quedaría a su nombre y le haría dueño de su propia casa, Remus se mostró taciturno y con un halo de tristeza que contagió a Sirius y lo confundió.

—¿Qué pasa, Remus?

Remus paró en abrupto y se llevó su taza a los labios, pero a medio camino se arrepintió. —Pasa —dijo con ojos encendidos—, que estoy a punto de ser desalojado del sitio que había sido mi vivienda hasta este momento, el lugar que Teddy y yo considerábamos un hogar, y que ahora será sólo un recuerdo porque-...

—¡Woah, espera! —Intervino Sirius, pues la voz de Remus había ido subiendo de intensidad hasta sonar fuerte y acalorada en aquel paraje—. No es eso lo que va a pasar.

—¿Pretendes decirme que no vas a venderla? Tú mismo lo has dicho antes, y dudo mucho que el nuevo inquilino me permita vivir ahí a sus costillas por la mísera renta que he pagado en todos estos años.

—Remus... —Sirius dio un paso en su dirección, y Remus retrocedió otro—. No es lo que piensas...

Remus se sorbió la nariz y demostró que su mentón temblaba incontrolablemente. —No digas esa frase tan trillada. No te encontré en la cama con una secretaria o... Lo que sea.

—Moony —murmuró Sirius, que a pesar de lo terrible que estaba resultado la situación, sólo quería consolar a su novio a pesar de ser él el causante de su sufrimiento—. Por favor, déjame explicar, ¿sí? Esto es algo bueno, para ti y para Teddy. La venta de la casa son buenas noticias...

—Lo dudo —masculló Remus, buscando cruzarse de brazos pero imposibilitado por la taza humeante que todavía sostenía.

Sirius se vio en el mismo predicamento, y sin importarle que las tazas que llevaban en mano eran parte de un exquisito juego que con toda certeza había costado lo suyo, la dejó caer y se apresuró a abrazar a Remus.

—Escúchame bien —dijo Sirius contra la sien de Remus, abrazándolo fuerte y sin importarle que éste lo repelía con su mano libre—. La casa es para ti y Teddy. Nadie les está arrebatando su hogar. No me atrevería a hacer eso, jamás.

—P-P-Pero...

—Tú eres el comprador.

—No puedo ser el comprador —musitó Remus con pánico, ya no luchando por apartar a Sirius, pero tampoco correspondiendo su abrazo—. No tengo ni veinte libras en el banco, y hay tantas cosas por pagarle a Teddy en su próximo curso, y-...

—Respira, Remus —pidió Sirius, recorriendo su espalda en movimientos circulares hasta que éste guardó silencio y su estado de terror autoinducido disminuyó—. James debió de haber escuchado a medias, porque mis intenciones eran vender la casa, sí, pero a su legítimo dueño, que eres tú.

—No lo dirás en serio...

—¿Qué te hace pensar eso con un nombre con el mío? —Bromeó Sirius, pero Remus no rió—. Ok, pésimo chiste, pero el resto es cierto. Quiero venderte esa casa.

—No tengo dinero.

—Lo sé.

—Y jamás podría juntar la suma de su costo ni aunque pudiera pagarlo en plazos.

—Lo sé.

—¿Entonces cómo...?

—No has escuchado mi oferta —dijo Sirius, y Remus giró el rostro para verlo a los ojos y buscar en su expresión cualquier atisbo de deshonestidad—. Las leyes de este país son graciosas en verdad, porque el valor mínimo aceptado de una casa es de una libra, y es justo eso lo que pienso cobrarte por la casa y la parcela en la que se encuentra.

—Oh.

—Incluso consideré que te negarías por alguna u otra razón, así que Andrómeda preparó los papeles para una herencia hacia Teddy en caso de que tú no quisieras nada que ver con esto.

—Sirius...

—No es caridad, Remus —dijo Sirius con absoluta seriedad, pues en el fondo de su corazón era un regalo sin egoísmo para pagarle a Remus una pequeña porción de la felicidad que le había otorgado ese verano. Incluso si lo suyo no funcionaba y terminaba, quería al menos dejar en claro lo mucho que había significado para él.

—No puedo aceptar... Teddy tampoco. Es... demasiado.

—Para mí es una simple casa, pero para ti y Teddy es un hogar. Quiero que en verdad sea su hogar.

—Pero...

Compré la parte que le corresponde a Regulus y puedo disponer de ella a mi libre antojo. Podría haberla puesto a nombre de Teddy y no decir más, pero quería que lo supieras.

—¿A cambio de qué haces esto? ¿Con qué motivo?

Sirius estrechó a Remus con más fuerza. —Darte un alivio. No pretendo conseguir tu afecto o el de Teddy por medio de regalos, pero ambos sabemos que tengo dinero, y si puedo darle un mejor uso que sólo ganar intereses en el banco, ten por seguro que lo haré.

Remus cerró los ojos y ladeó el rostro. —Es demasiado —repitió con pesar—. No podría.

—¿Y recibir de ti mes tras mes una renta simbólica es el suficiente que estás dispuesto a aceptar? Por favor, Remus —pidió Sirius—. ¿Podrías al menos reconsiderarlo?

—No quiero que esa casa sea tu regalo de despedida ahora que vuelves a Londres —musitó Remus, el rostro contraído en dolor y la postura rígida—. No podría vivir ahí a sabiendas de que... de que...

—Ah —exclamó Sirius, habían dado en el clavo—. Esa es la segunda parte de esta charla.

—¿Uh?

—No creo volver a Londres.

—¿No crees? ¿Y eso qué significa? —Preguntó Remus con los ojos ligeramente empañados—. Por Diox, Sirius...

Sirius se humedeció los labios lenta y deliberadamente para ganarse unos segundos. —Que... no quiero marcharme. Que... Preferiría quedarme.

—¿Y?

—Que... pienso hacerlo. Y ya está.

—Pero...

—Lo hablé con Reg y está más que de acuerdo.

Remus parpadeó una, dos, tres veces, y después exclamó: —No te creo.

—Moony... —Dijo Sirius, cargando de afecto aquel apelativo familiar que por su cuenta y de nadie más era cariñoso en extremo—. Sé que tienes una lista de terribles exes, pero en mis planes está no convertirme en uno más de ellos.

—Puede que lo seas —refutó Remus, aunque había trazas de humor en su voz y en la manera en que las esquinas de su boca se curvaban en una sombra de sonrisa—, el idiota que pretendió regalarme una casa e hizo planes que alteraban toda su vida sin primero comunicármelo a mí.

—Lo siento, ¿sí? Es mi peor faceta, puedo ser irreflexivo hacia los demás cuando ya he tomado mi decisión, pero nada de lo que he dicho o hecho ha sido con otra intención más que, bueno... Te amo, Remus John Lupin, y quería dejarlo en claro.

—Diox —exhaló Remus con un silbido—, ¿ahora usamos nombres completos?

—Sólo si quieres.

—Está bien... Sirius Orion Black. Tenemos que sentarnos a charlar como es debido.

—Perfecto.

—Pero primero —se separó Remus del todo, y a sus pies buscó la taza que éste había dejado caer antes y que por fortuna no se había roto más que del asa y con una sola desportilladura en el borde—. Hay que reparar esto.

—¿Como símbolo de nuestro amor?

Remus rió entre dientes. —No, porque es parte de un juego y odiaría que faltara una por mi culpa.

Y después, mano en mano, terminaron su paseo.

 

A su campamento del viernes se unió no sólo Harry y Draco (muy para malestar de Teddy, que se lamentó desde enterarse de la noticia y después se volvió inseparable de aquel par) sino otros amigos de los chicos, como fue el caso de Neville Longbottom y los tres hijos varones más jóvenes de los Weasley. Sirius recordaba a los gemelos, Fred y George, por su ayuda con las manzanas cuando recién arribó al Valle de Godric, y a Ron de encontrarlo en casa de los Potter a lo largo del verano. Junto a Regulus, conformaban un variopinto grupo de diez personas, que incluso trayendo suficientes sacos de dormir, no contaban con la cantidad adecuada de tiendas de campaña, así que se decidió que los críos dormirían del todo a la intemperie, y los adultos en el porche trasero de la casa.

—Más que bien por mí —dijo Remus al enterarse de esa disposición—. Me gusta tener el sanitario lo más cerca posible.

—¿Y esperan de nosotros que hagamos nuestra necesidades fisiológicas como animales en el bosque? —Preguntó Draco con un tono de voz altivo y ligeramente gangoso, que al parecer sólo había aceptado la invitación de Harry para pasar tiempo con éste, pero seguía siendo no parte del grupo.

Ante su comentario, Teddy y los Weasley pusieron los ojos en blanco, en tanto que Neville no captó el tono malicioso de su compañero y le explicó que podía entrar al baño de la casa, pero que la verdadera experiencia consistía en disfrutar los exteriores en todo su esplendor, y eso incluía acudir al retrete y disfrutar en el acto de la brisa y las estrellas.

—Haré lo que Harry haga —sentenció Draco, y con eso al menos se calló de más quejas.

Un tanto torpes a la hora de armar las tiendas de campaña, Sirius y Regulus fungieron como ayudantes de Remus, que por su parte tenía experiencia acumulada de varios veranos acampando con Teddy al exterior, y apenas si se demoró al tener los dos tenderetes listos y después...

Fue entonces cuando la pelea estalló entre los críos, puesto que eran siete de ellos, y la pelea por pertenecer a la tienda de campaña de Harry era feroz. El único indiferente era Neville, que después de varios minutos de acalorada discusión acerca de quién era el mejor amigo de Harry, se resignó a dormir con los gemelos.

Lo que a su vez originó otra pelea porque serían cuatro en una tienda de campaña, y sólo dos de ellos podrían dormir a su lado.

—Caray, tanta obsesión por Harry me hace pensar que en un par de años tendrán un gracioso triángulo amoroso —bromeó Regulus por lo bajo con Sirius, y éste le correspondió con una ocurrencia de su propia cosecha.

—Cuenta bien, Reg, que más que triángulo sería un cuadrado amoroso.

Sus risas atrajeron a Remus, que les dio como tarea apuntalar las tiendas de campaña al terreno, y después los premió con limonada que él mismo hizo.

Para bien de Sirius y Remus que en su vida habían encendido un fuego, fue Teddy quien les enseñó la técnica para hacer que la madera y la hojarasca encendieran sin problemas, y de paso se mostró ufano porque Harry elogió su talento y al menos de momento se olvidó de Draco y su reciente favoritismo por él.

A esas alturas, la noche ya estaba cerrada y a los alrededores no se escuchaba ningún ruido que no fuera el del viento, así que los gemelos Weasley propusieron una sesión de historias sobrenaturales frente al fuego y por turnos. Sirius la inauguró hablando del guardapelo que su familia había heredado y que por generaciones había permanecido a resguardo en una vitrina del tercer piso.

—Era diabólico —dijo Sirius sin necesidad de exagerar el miedo en su voz—. Cada vez que alguien se lo colgaba al cuello parecía pesar el doble y traer consigo toda clase de desgracias.

—¿Qué hicieron con él? —Preguntó Draco—. Porque estoy seguro que a mi padre le interesaría comprar-... ¡Ouch! —Se quejó cuando George le plantó un codazo y lo hizo callar por arruinar la atmósfera de terror.

A la historia de Sirius siguieron otras tantas más, con Harry hablando de espíritus que succionaban la felicidad, Regulus de zombies submarinos, Neville de plantas carnívoras, Ron de cerebros con tentáculos, Draco de fantasmas amigables que después se volvían acosadores, Fred de muertes accidentales, y cerró Remus la sesión hablando de hombres lobos que supuestamente rondaban por la región y estaban siempre a la casa de niños pequeños.

—Especialmente hoy hay que tener cuidado —dijo Remus con voz lúgubre, tanto que hasta Sirius y Regulus estaban nerviosos a la intemperie—, porque es luna llena y...

—¡LOS LOBOS ACECHAN! —Gritó una voz a sus espaldas, y todos saltaron dando alaridos de terror excepto Remus, que se unió a las carcajadas que de pronto reconocieron como de James y Lily.

—¡Papá! ¡Mamá! —Chilló Harry, que se había caído bajo el peso conjunto de Draco, Teddy, Ron y Neville, que lo abrazaron como pulpos.

—No pudimos resistirnos a pasar y jugarles una pequeña broma —dijo Lily, que traía consigo una charola con comida apropiada para el campamento.

Los gemelos Weasley eran quienes más habían gritado, y ahora tomaban notas para repetir esa broma después porque era muy de su estilo.

—¡¿Lo sabías y no nos dijiste nada?! —Preguntó Sirius a Remus, que se tronchaba de la risa y tenía la comisura de los ojos húmeda.

—Pensé en... hacer, pero... Quería ver... sus caras cuando... —Articuló Remus entre carcajadas, y Sirius se llevó una mano al pecho.

—Admítelo, fue divertido —dijo Regulus, que a pesar de haberse caído de la impresión del tronco en el que había estado sentado antes, consiguió verle el lado humorístico a aquello.

—Mmm —gruñó Sirius, que sin otorgar el sí o el no, después no tardó en unirse a las risas.

Con los Potter como compañía extra (y qué buena había resultado ser cuando Lily quitó el aluminio de su charola y reveló una selección de burritos todavía calientes y guacamole), y un par de cervezas que se dieron licencia de consumir cuando los críos se retiraron a sus tiendas de campaña a divertirse con sus propios juegos, los cinco adultos disfrutaron hasta altas horas de la madrugada antes de decidir que era hora de marcharse a dormir.

Tras apagar el fuego, Remus hizo su retirada, pues no tardaría en salir el sol y quería estar en interiores antes de que el primer rayo le tocara la piel.

—¿Seguro que no hay problema si me voy con él? —Preguntó Sirius no por primera vez, y tanto su hermano como los Potter le dieron luz verde, aseverando que ellos dormirían en el porche y cuidarían de los críos.

Así, sin culpa, Sirius y Remus caminaron hasta la casa de éste y se retiraron a dormir tras una noche cargada de risas, diversión y buena comida, que con amigos, pero sobre todo por su mutua compañía, había sido perfecta.

Y no podrían esperar por una repetición.

 

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