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Pomance estival por Marbius

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13.- Semillas.

 

—Y... Todo esto, ¿qué significa?

La pregunta vino de la nada, justo después de la cena, mientras Teddy veía televisor luego de haber ayudado con los trastes sucios que en ese momento Sirius y Remus secaban respectivamente en el hogar Lupin.

Sirius sabía que Remus no se refería al vaso que en esos momentos tenía en manos, sino que englobaba hechos mayores, como la implícita cercanía de la fecha de partida de Regulus de vuelta a Londres, y que sin haber sido verbalizado todavía, no incluía a Sirius.

Después del campamento, apenas habían transcurrido un par de días, pero Regulus ya tenía colgado del refrigerador su boleto de tren para volver a Londres justo el último día de ese agosto, y era todo. Sirius no tenía su boleto, y como si nada hablaba con Teddy de acompañarle la primera mañana de clases al lunes siguiente que comenzaba el nuevo curso escolar.

Entre lo que se decía y lo que se intuía, Remus se había mostrado taciturno en los últimos días, pero al parecer había llegado a su límite.

—Define ‘todo’, Remus —pidió Sirius, que al menos quería atacar primero aquellas áreas que hacían dudar a su novio y así proporcionarle tranquilidad.

Remus fijó la vista en el trapo de cocina que tenía en manos, y que en ese momento le servía para secar el plato en el que habían comido espagueti con carne.

—No quiero asumir nada y equivocarme. Ya lo he hecho antes y es... bochornoso. Creer que estamos juntos en una página y descubrir que no podría ser más erróneo.

—Si es por alguno de tus exes...

—Claro que lo es, Sirius —resopló Remus, que frotó la cerámica con el paño hasta casi forzar el brillo—. No es la primera vez que creo ir en serio con alguien sólo para enterarme después que no es cierto. Y estoy hablando de relaciones de meses, a veces incluso de un año o dos, y contigo sólo he estado este verano. Perdona si me muestro precavido, pero es lo que la experiencia me ha enseñado a hacer a fuerza de golpes.

—Llegué a finales de primavera... —Le recordó Sirius con amabilidad, y Remus bufó.

—Ese no es el punto. Y sé que cada relación es diferente y no debería hacer comparaciones, pero... La falta de garantías es desastrosa para mis nervios.

—Remus... —Dejó Sirius el trapo de cocina que tenía en manos y amagó tocar a Remus, pero éste puso el plato de distancia entre ambos.

—¿Podemos hablar? —Pidió éste—. ¿Pero en verdad hacerlo? Teddy no tardará en irse a la cama y después...

Sirius consultó la hora, pues no era excesivamente tarde y Teddy todavía tenía permiso de estar levantado, pero no podía esperar más y optó tomar cartas en el asunto.

—Pon el té. Yo me encargo del resto.

En la salita, Teddy veía en el televisor una película a la que prestaba poca o nula atención, y Sirius pensó que estaba de suerte.

—Teddy...

—¿Mmm?

—Necesito tu ayuda... —Y bajo ese argumento (y para qué negarlo, un billete de cinco libras que tenía preparado de antemano) Sirius consiguió que Teddy accediera a subir a su dormitorio y se retirara por la noche.

—Vi que lo sobornaste —dijo Remus al volver Sirius a la cocina, y le presentó su taza de té ya lista—, pero me gustan tus métodos.

—Mis habilidades de negociación son lo único de lo que me siento orgulloso y que aprendí en el negocio familiar —dijo Sirius, que entonces miró por la ventana y propuso charlar afuera—. Está lloviendo.

—Sí, a finales de agosto siempre es así. ¿Salimos entonces?

—Sí.

En el porche, Remus no tenía más mobiliario que dos viejas butacas que resistieron su peso. Además había macetas con hierbas aromáticas, y Sirius no resistió la tentación de cortar para ambos una hojita de menta y ponerla en su té. Remus sonrió con el gesto, pero su expresión volvió a cobrar ansiedad cuando recordó la razón de esa charla.

—Así que...

—Quiero quedarme. Es decir, voy a quedarme —dijo Sirius como frase de apertura—, aquí, en el Valle de Godric.

—Oh. ¿Has pensado cuánto tiempo?

—El necesario —dijo Sirius, que tenía la palabra justa porque ya de antemano había tenido esta conversación con su hermano y el ensayo le había sido favorable—. Mientras me aceptes a tu lado y juntos decidamos ser una pareja, pueden ser semanas, meses o incluso años. El resto de una vida si me lo permites.

—En verdad piensas quedarte —dijo Remus, no como una pregunta, pero tampoco del todo una afirmación. Más bien como si paladeara una a una las palabras y decidiera si eran adecuadas—. ¿Lo has pensado en serio?

—Absolutamente.

—Pero...

Había tantas objeciones de las cuales disponer. Los negocios de Sirius. El cambio de vida entre el Valle de Godric y Londres. Sus respectivas familias. Sin olvidar a Teddy. Y a Regulus.

—Lo estoy dejando todo por ti y Teddy —dijo Sirius, leyendo el pensamiento de Remus porque él mimo se había puesto en sus zapatos para comprenderlo—, y no te culparé si acaso esto no funciona, porque prefiero decir que lo intentamos y fracasamos antes que vivir con arrepentimientos.

—Me aterroriza —murmuró Remus, la vista fija en la lluvia que cada vez caía con más fuerza—. No es sólo mi corazón el que quedaría roto, Teddy se ha encariñado contigo, y ya ha preguntado si puede presentarte como un segundo padre, pero... Tienes razón. Es necesario dar un salto de fe.

—Juntos, Moony.

—Sin rendirnos antes de tiempo.

—Exacto.

—Eso no lo hace menos terrorífico —murmuró Remus, y Sirius extendió su mano y le apretó la pierna.

—Lo sé. El sentimiento es mutuo, pero vamos a salir adelante. Nuestra atracción y compatibilidad son los ingredientes, ahora nos toca a nosotros decidir qué hacemos con ellos, ¿no?

—Me gusta esa analogía.

—Genial, porque no es mía sino de Teddy, y Regulus me ayudó a pulirla. Esto ha sido un trabajo en equipo para conseguir que seas mío.

Remus posó su mano libre sobre la de Sirius, y juntos entrelazaron sus dedos. —Te amo, Sirius.

—También te amo, Remus.

Y bajo esa tácita promesa de dar todo de sí para que funcionara, sellaron el trato con un beso.

 

—Te extrañaré —dijo Regulus cuando días después fue el momento de partir y él y Sirius intercambiaron abrazos—. Grimmauld Place jamás será lo mismo sin ti.

—Me alegro —replicó Sirius—. Puedes venir cuando quieras, ¿recuerdas? Sin avisar, sólo coge el próximo tren y te estaré esperando en la estación.

—Puede que en Navidad, y nos veremos más pronto de lo que cualquiera de los dos puede imaginar —dijo Regulus, y después procedió a despedirse de Remus y Teddy, que habían ido con ellos dos para paliar un poco el dolor de la despedida.

De hecho, Sirius volvería a Londres el mes entrante para recoger unas cuantas de sus cosas y mudarlas a la casa del tío Alphard (todavía no se acostumbraban él o Regulus a llamarla como propia y con toda probabilidad ese día no estaría cercano en su calendario), y ya tenía planes para esos días en que estaría en la ciudad porque aprovecharía un fin de semana largo para llevar consigo a Remus y a Teddy. Todo un viaje repleto de elementos finamente planificados por la necesidad de Remus para eludir las horas diurnas, pero que confiaban en conseguir que funcionara.

—Vuelve pronto, tío Reg —dijo Teddy al abrazar a Regulus, y éste sonrió de simple gusto por saberse querido entre aquellos que tenían su afecto.

—Así lo haré, Teddy.

La despedida entre Regulus y Remus no fue menos emotiva, y tras pasarse a Sirius como si se la antorcha olímpica se tratara (“Cuida de mi hermano” y “me encargaré de Sirius”) se desearon lo mejor y se apartaron.

Regulus no tardó en subir a su tren, y Sirius no perdió su figura de vista hasta que salió de la estación y se convirtió en un punto en la lejanía.

—¿Desearías estar en ese tren? —Preguntó Remus en voz baja a su lado, y Sirius denegó con la cabeza.

Sujetando firme la mano de Remus con una de las suyas y con la otra la de Teddy, Sirius suspiró.

—Estoy en casa.

Porque sin proponérselo, había encontrado su hogar.

 

Vivir en el Valle de Godric resultó diferente para Sirius una vez que la inminencia de volver a Londres desapareció por completo de su panorama.

De pronto ya no era un forastero, sino un residente, y Sirius casi podía jurar que el declarar al Valle de Godric como su hogar le había conferido al lugar una nueva luz bajo la cual podía apreciar la pequeña ciudad de vuelta.

—Exageras —fue el comentario de Remus, pero él también había sufrido cambios perceptibles.

La ansiedad que Remus experimentaba cuando se hablaba de Londres y que insistía en desdeñar porque no tenía fundamento desapareció el mismo día en que llegó septiembre y Sirius no se marchó. Oficialmente al verano todavía le quedaban veintiún días antes del equinoccio de otoño, pero daba lo mismo. Sirius no iba a marcharse, y ese simple hecho hacía que Remus pudiera respirar con normalidad.

La presencia definitiva de Sirius también trajo consigo cambios apenas perceptibles pero presentes, como cuando éste iba con Teddy a la tienda y los Patil le entregaban también las compras de Remus para llevar. En la piscina se empezó a tratar a Sirius y a Teddy como parte de una misma familia al asignarles un mismo casillero para dejar sus cosas. Y con los Potter... Bueno, los Potter siempre habían dado por sentado que Sirius y Remus eran el uno para el otro y habían actuado en consecuencia, pero ahora que su relación era oficial e iban con todo, las invitaciones los jueves a cenar a su casa ya no eran para Sirius por un lado, y Remus con Teddy por el otro. Sino Sirius y Remus sin faltar Teddy.

Una diferencia sutil, pero que lo significó todo para Sirius cuando Lily le recordó que los esperaba ese jueves, y el plural de sus palabras le resultó tan grato como brisa en el rostro.

Además de lo evidente, muchos otros pequeños cambios habían acontecido en sucesión, como hablar abiertamente de tener una habitación para Teddy en casa de Sirius, y acondicionar éste su propio dormitorio con cortinas adecuadas para que Remus pudiera quedarse a pasar la noche sin el miedo de incluso tras las persianas cerradas recibir quemaduras por el sol.

Para convencer a Remus que la casa del tío Alphard («mi casa, tengo que decir mi casa», se recordaba Sirius en cada ocasión) era segura para él, primero tendría que acondicionarla para que lo fuera, y nuevamente fueron los gemelos Prewett quien con sus infinitas habilidades se pasaron una tarde para revisar la vivienda, señalar las correcciones que harían, presentar un presupuesto (beber una taza de té y comer bollos que Remus había horneado la noche anterior) y prometer estar ahí a la mañana siguiente para empezar el trabajo.

—No tenías por qué tomarte tantas molestas —dijo Remus al enterarse—. No puede ser barato hacer tantas remodelaciones y con esta prisa.

—No, no es barato, pero sí tenía que hacerlo, por ti, Moony —respondió Sirius, y Remus no opuso resistencia cuando se acercó a él por un abrazo.

Si Sirius creía antes que él y Remus se compenetraban de manera física, estaba en un error.

En el pasado el contacto entre ellos dos había sido natural y deseado. Remus había aprendido pronto la debilidad que sentía Sirius cuando le pasaban los dedos por el cabello y le rascaban detrás de las orejas (incluso le había ganado bromas de ser un perro, pues hasta movía por reflejo la pierna), de la misma manera en que Sirius se había vuelto un experto en masajear los hombros cansados de Remus cuando éste se pasaba la noche trabajando en algún pedido.

Su cariño por el otro había encontrado una saludable válvula de escape al tocarse sin inhibiciones o necesidad de pedir permiso, pero ni por asomo se acercaba a la simbiosis orgánica a la que se entregaron una vez que el miedo de una separación desapareció de su panorama.

Como si siempre hubiera sido así, Sirius y Remus comenzaron a gravitar alrededor el uno del otro, casi con temor de hacer colisión, pues de pronto no tenían suficiente de su tiempo a solas, y cada segundo contaba cuando no había ni una prenda de ropa de por medio.

—Nunca jamás quiero acostarme con otra persona que no seas tú —dijo Sirius, que presa de esa lujuria incontrolable a la que él y Remus estaban sometidos , no se censuró mientras sujetaba las caderas de Remus y lo embestía con tanta fuerza que éste había necesitado colocar los brazos contra la cabecera para evitar quedar prensado contra la pared.

Remus gimió, y Sirius hizo lo mismo.

—¿Me has escuchado, Moony?

—Nadie más —jadeó Remus, que se sostenía a duras penas sobre sus codos y recibía de lleno a Sirius en su interior—. Igual yo.

—¿Nadie?

—Nunca.

—Oh, Moony —gimió Sirius, y deslizó su mano dominante por el estómago de Remus hasta bajar a su erección y con presteza sujetar su pene entre los dedos.

Remus hizo un ruido gutural desde el fondo de su garganta y tensó los músculos, produciendo una reacción en cadena sobre Sirius, que aumentó el ritmo de sus embestidas a la par que masturbó deprisa a su novio.

Para ambos era una carrera contra reloj para proporcionarle al otro el mejor orgasmo posible, y su generosidad propició que juntos lo consiguieran.

Sirius se corrió dentro de Remus y después se desplomó sobre éste, al tiempo en que Remus eyaculó y en su interior sintió más humedad que nunca.

—Cásate conmigo, Moony —pidió Sirius contra la nuca de Remus, apartándolo los rizos sudados hasta encontrar piel y besarla—. Sé mío para siempre.

—Oh, sí, claro que sí, Sirius —respondió Remus con la voz sobrecogida del placer y el sueño que amenazaba con apoderarse de él.

Sirius le acarició los brazos y no detuvo sus besos. —Hablo en serio. Cásate conmigo.

—Sirius...

—No estoy bromeando.

—Ya, tampoco creí eso. Pero son las endorfinas y ese orgasmo hablando por ti —dijo Remus, que por su parte no se sentía ni con ánimos de moverse del parche de humedad que tenía en el bajo vientre y que era cortesía suya—. Me niego a hacerte cumplir una promesa que hagas cuando no estás en tus cinco sentidos.

—Vamos, que creo que he despertado un segundo más con lo que hemos hecho —murmuró Sirius, que alzó su pelvis hasta sacar su miembro del interior de Remus pero continuó abrazado a éste—. Lo digo en serio. Te amo, eres la persona que buscaba, Teddy me ha dado su aprobación y tengo un anillo.

Remus giró un poco el rostro. —¿Lo tienes en verdad?

—Sí. ¿Quieres verlo?

—¡No! —Exclamó Remus, con una parte de risa nerviosa y otra de pánico—. Es decir, apenas tenemos unos meses saliendo juntos, y hasta la semana pasada creí que a estas alturas estaría solo y remendando mi corazón roto una vez que te marcharas a Londres.

—Pero estoy aquí, y te amo tanto, Moony.

—Yo también te amo, Sirius.

—Lo sé. ¿Entonces para qué esperar? Tarde o temprano me pondré de rodillas y te pediré que me aceptes como esposo, ¿por qué no antes?

—¿Y por qué no mejor en un sitio mejor? Y no es que no aprecie la honestidad del momento, pero... —Remus onduló su pelvis, y el pene de Sirius se contrajo con interés—. Si ahora mismo te pones de rodillas terminarás dándome una mamada y no un anillo.

—Ya veo —dijo Sirius, refregando su pelvis contra el trasero de Remus—. Quieres romance. ¿Es eso, no?

—Mmm...

—Flores y luz de velas.

—Sirius...

—Teddy con nosotros y dándonos su bendición.

—¿En verdad se lo preguntaste?

—Puedes apostar que sí, y su respuesta fue mejor que la tuya.

Remus sonrió, pero después distrajo a Sirius al quitárselo de encima y hacerlo rodar en la cama antes de montarse ahorcajadas encima de él.

—Te diré algo —dijo con un brillo especial en sus ojos—, sí.

—¿Sí?

—Sí quiero casarme contigo, pero no quiero contarle a mi familia y amigos que me lo propusiste en la cama y sólo porque un orgasmo sacudió tus neuronas. Esa no es la historia que me apetece compartir con los demás.

—Ok.

—¿Ok?

—Entonces lo haré de nuevo y esta vez será mejor.

Y ya que para entonces Remus se había hecho de una erección que refregaba contra la de Sirius en idéntico estado, fue un acuerdo tácito el que acordaron mientras Remus se recostaba sobre Sirius, y lánguidamente lo besaba.

Su noche sólo acababa de empezar.

 

Sirius descubrió que el Valle de Godric no sólo era bello en su tardía primavera y durante el verano, sino que también tenía su atractivo particular para el otoño y el invierno por venir.

Al norte en latitud, llovió e hizo frío durante septiembre y octubre, y Sirius se sorprendió de grata manera cuando un día se presentaron a su puerta los Prewett anunciando que era el momento de levantar la cosecha de mandarinas porque también la de avellanas se aproximaba.

—Carajo, las parcelas del tío Alphard nunca dejan de sorprenderme —dijo Sirius con asombro, pues tenía ya una buena porción del año viviendo ahí y esas noticias eran del todo nuevas para él.

La recolección duró dos días, y la parte más divertida fue llegar con Remus a su casa cargando un saco de mandarinas y pasarse la madrugada ayudándole a pelar el fruto y prepararlos para conservas y vender a buen precio.

—Bueno, al menos la mitad de estos frascos serán un regalo —dijo Remus con un suspiro mientras vigilaba en la estufa el líquido almibarado en el que los gajos de mandarinas flotarían—, pero servirá para cubrir los gastos de la factura del gas el mes entrante.

—Sabes bien que yo podría...

—Sirius...

—Sólo quería cerciorarme —replicó éste, menos amedrentado que nunca de molestar a Remus con su comentario—. Odiaría que tú o Teddy pasaran frío por una tonta terquedad tuya que francamente no tiene sentido.

—No es terquedad, y no es tonta —refutó Remus, pero no dijo mucho más del tema porque una pequeñísima parte de sí mismo admitía que estaba en un error.

Sirius había hecho hasta lo imposible por no inmiscuirse en esa parte de la vida de Remus que manejaba las finanzas para él y Teddy. De buen gusto habría asumido Sirius sus gastos y facilitado así para Remus y Teddy una vida más holgada y sin preocupaciones, pero su novio se resistía en redondo, y sin importar que con discreción a veces pagara él la factura de la tienda o de la electricidad, el dinero en cantidad exacta terminaba apareciendo en la mesita de su dormitorio.

Remus le había explicado que agradecía su buena voluntad, pero que no quería depender en lo absoluto de él.

—Por si esto no funciona —dijo Remus con dolor patente en la mirada por tener que enunciar esas palabras—, quiero tener la certeza de no olvidar cómo mantenernos a flote a mí y a Teddy.

Así que de momento Sirius desistió de ofrecerle dinero a Remus, y en su lugar tuvo que contentarse con aparecer en casa con bolsas de compra y regalos, que por casualidad eran ropa nueva para Teddy que Remus jamás podría permitirse fuera de presupuesto, libros, o el ocasional chocolate para aplacar su malhumor.

A su favor tenía Sirius el argumento de pasar varios días a la semana en el hogar Lupin, y que de esa manera tenía que contribuir de algún modo con los gastos, y de poco le había servido a Remus afirmar que él y Teddy hacían lo mismo en la casa de Sirius y que entonces él tenía que corresponderle el gesto, porque éste desdeñó la noción y lo distrajo con besos en el cuello.

Hasta cierto punto consiguieron encontrar un equilibrio en su convivencia diaria. Un equilibrio precario porque el dinero (el exceso del mismo) era un problema para Remus y Sirius no alcanzaba a comprender cómo era así, pero un equilibrio a fin de cuentas.

—¿Sabes, Moony? —Atrajo Sirius la atención de su novio, la vista clavada en su espalda pero sin perder ritmo con las mandarinas a las que les quitaba la cáscara y después las inservibles partes blancas que no irían a la conserva—. Estuve pensando...

—Espero que no sea cambiar la caldera. Te lo dije antes, esos ruidos que hace son normales y no necesita ninguna clase de reparación.

—En primera, no es así, y en segunda... —Sirius exhaló—. No era de eso de lo que quería hablarte.

—¿Ah no? —Desde el fogón, Remus giró la cabeza para verlo mejor.

—¿Puedo tener toda tu atención? —Pidió Sirius, y Remus bajó el fuego del fogón y se giró a medias mientras revolvía la mezcla.

—Tanta como es posible en estos instantes.

—Con eso me basta. Mira... —Sirius tragó saliva, pero su mirada jamás abandonó a Remus—. Antes, cuando te propuse comenzar un negocio para ti mismo, no pensé bien las cosas...

—Ok, continúa.

—Estoy demasiado acostumbrado a ser un socio capitalista mayoritario. Es a lo que se dedicó mi familia y en lo que yo trabajé por más de quince años de mi vida. Y estoy listo para admitir que quizá sólo insistir en hacerte tomar mi dinero para que montaras una panadería no era mi mejor idea.

—No, no lo era.

—Pero... ¿Estarías muy opuesto a la posibilidad de una sociedad?

—Uh... —La cuchara de Remus perdió fuerza, y éste tuvo que salir de su estupor para continuar con sus movimientos en la olla—. ¿De qué hablas?

—Básicamente lo mismo: Un negocio, pero esta vez seríamos nosotros dos trabajándolo codo a codo hasta hacerlo funcionar.

—Sirius...

—Hablo en serio, y no como inversor que entrega el dinero y después se lava las manos. Me gustaría ayudarte en la cocina y aprender de ti.

—¿Lo dices en serio?

—Muy en serio —enfatizó Sirius, que por una vez no tomó la oportunidad de hacer una broma a costillas de su nombre porque tenía claro que no podía arruinar sus posibilidades de éxito por muy pequeñas que fueran—. Y antes de que digas que no en redondo, la idea fue de Regulus. ¿Recuerdas los dos tarros de mermelada que le enviamos la semana pasada?

—Ajá. ¿Qué con eso?

—Le regaló uno a un agregado cultural que estaba de visita en Londres y el hombre quedó encantado. Preguntó dónde podía conseguir más, y Regulus se ofreció a hacerle llegar dos frascos más.

—¿Y, qué con eso? Podemos enviarle los tarros de mermelada sin necesidad de emprender un negocio riesgoso.

Sirius se refrenó de reprender a Remus por menospreciar sus habilidades en la cocina, y atajó desde otra dirección.

—Un negocio conformado facilitaría el envío de víveres.

—¿Envío a dónde? Sólo es Regulus en Londres.

—O una sucursal de venta en Londres... Bastaría un pequeño local y existencias limitadas.

—No.

—¿Y qué tal una tienda aquí? Si la idea de la panadería te parece demasiado, todavía podríamos tener un mostrador con tus últimos productos, y te apuesto a que conseguirías vender todo.

Remus cerró los ojos y con su mano libre se presionó el tabique nasal entre dos dedos, fuerte. —Es demasiada responsabilidad para una sola persona.

—No, Moony —dijo Sirius—. Seríamos nosotros dos, y sólo dentro de nuestros límites. ¿Qué es un aparador aquí y otro en la tienda de los Patil? Ya lo hablé con ellos y no tienen inconveniente si a cambio pagamos una pequeña renta por el espacio.

—Parece que lo has pensado a fondo.

—Bastante. Hice tablas, gráficos, incluso una presentación de Power Point para enfatizar mi punto.

—Estás bromeando... ¿No?

—Para nada.

Remus liberó un suspiro cansado, y después le dio la espalda para continuar con los preparativos del almíbar.

—No estoy diciendo que sí, pero... Muéstrame esa presentación y trata de convencerme como harías si yo fuera un inversionista potencial.

—Hecho.

Que Remus no lo sabía todavía, pero Sirius tenía su propio récord de tratos exitosos, y no planeaba romper su racha ganadora.

 

Para las fechas de Navidad, Moony & Padfoot (llamado así por insistencia de Remus en honorar su sociedad) ya habían montado su estante en el supermercado de los Patil y uno más en Londres bajo la supervisión de Regulus en la oficina central de empresas Black. Dos lugares por demás opuestos entre sí, pero que resultaron ser un éxito rotundo cuando al final de cada día las existencias se terminaban un día sí y al siguiente también.

Si bien Sirius habría preferido que Remus se lanzara a lo grande con su negocio y con su toque pastelero del Rey Midas lo convirtiera todo en un postre delicioso, éste en cambio optó por trabajar alrededor de un stock y un itinerario, porque como le hizo saber a Sirius...

—Vale, tenías razón, podría ser millonario vendiendo de esta manera, ¿pero y qué de mi tiempo que no tiene precio real? Porque estoy dispuesto a hornear de madrugada mientras Teddy duerme, pero no sacrificaré ni un minuto de su tiempo despierto porque estoy uncido al yugo de mi estufa. Sólo quiero valerme por mis medios y que vivamos bien, pero no ser ricos, Sirius.

Y Sirius le dio la razón porque era una manera bastante simple y sabia de ver las cosas.

Así que juntos adoptaron la costumbre de preparar dos postres y trabajar desde medianoche hasta la salida del sol en la pequeña cocina de la casa Lupin. El repartidor venía entonces a eso de las seis, y mientras que los Patil tenían sus productos a las siete con la apertura, a Londres no llegaban sino hasta las nueve, pero eso no impedía que las ventas fueran igual de exitosas.

Buscando equilibrio en su noviazgo, su recién conformada sociedad comercial, el que prácticamente vivieran juntos en dos casas, y al menos en el caso de Sirius, una agradable paternidad, de pronto ya era invierno y con ello las vacaciones que Sirius había planeado para ellos en Londres.

De antemano y por semanas antes del viaje, Sirius había atosigado a su hermano con instrucciones precisas a los cambios que se necesitaban realizar en Grimmauld Place, específicamente en su viejo dormitorio, pues Remus requería de cortinas oscuras que no filtraran ni un rayo de luz, e incluso le había mandado a domicilio la compra y el equipo de instalación para cerciorarse de que el trabajo estuviera hecho antes de su arribo.

Únicamente para Teddy fue un viaje relajado entre el Valle de Godric y Londres porque apenas se subió al tren se quedó dormido, en tanto que Sirius y Remus pusieron en buen uso su cabina privada para almorzar a eso de medianoche, charlar de todo y nada hasta las dos, y media hora antes de las cuatro sonreír con alivio cuando los altavoces anunciaron que habían llegado.

En la estación ya esperaba Regulus por ellos, y Teddy corrió a su encuentro y lo rodeó en un fuerte abrazo que éste le correspondió.

—Quién dijera que Reg podría tener en él un corazón para los sobrinos —dijo Sirius a Remus en voz baja, y la sonrisa de éste se intensificó.

—¿Cómo fue el viaje? —Preguntó Regulus con cortesía mientras les ayudaba a subir el equipaje a su automóvil, un hermoso Audi en negro que brillaba como ala de cuervo.

—Cansado —respondió Sirius, que nunca había tenido demasiada paciencia para los largos viajes—. Pero la cabina privada lo compensó y con creces.

—Al menos tendrán oportunidad para cenar algo y descansar, ¿no?

—Eso espero.

Mientras Regulus conducía a Grimmauld Place, Teddy no paró de preguntar por los edificios que veía a su alrededor y las cosas divertidas que seguro se podían hacer en una ciudad como Londres.

—Es una lástima que papá no pueda llevarme —dijo Teddy al final, y Sirius se giró desde el asiento del copiloto para ofrecerse a llevarlo a donde quisiera.

—Eso si está bien contigo, Moony.

—Claro que sí, Padfoot —accedió éste, conteniendo un bostezo porque daba muestras de sentirse cansado tras el día de preparación y el viaje.

Grimmauld Place poco había cambiado en los últimos seis meses, y Sirius casi se alegró cuando a su llegada el viejo Kreacher salió a recibirlos.

—Amo Regulus —saludó a Regulus, y sus ojos saltones se posaron en Sirius—. Amo Sirius.

—Estos son Remus Lupin y su hijo Teddy —hizo las presentaciones Regulus, y agregó para éstos que Kreacher atendería cualquier necesidad suya durante su estancia.

—No bromeabas cuando mencionaste haber crecido en la opulencia —se asombró Remus al entrar a la casa, y Sirius bajó el mentón.

—Es más agradable ahora. Cuando Madre y Padre vivían aquí, a diario deseaba mudarme a un orfanatorio de esos que proliferaron después de la guerra.

El humor de su voz no enmascaró del todo que hablaba en serio, y Sirius se ofreció a mostrarles sus habitaciones en la tercera planta.

Teddy quedó encantado con la recámara que le tocó porque tenía vista privilegiada hacia la calle, e incluso a esas horas Londres tenía movimiento, así que Sirius y Remus lo dejaron a solas mientras iban a su habitación y suspiraban de alivio al ver que los cambios en la ventana habían sido llevados a perfección.

—Por un segundo temí tener que dormir en el sótano —dijo Remus al apreciar el grueso tejido de sus cortinas.

Sirius se colocó detrás de él y le abrazó con ambas manos alrededor de su estómago. —En ese caso habría matado a Reg y dormido contigo en el sótano.

—Mmm, sólo la mitad de ese plan suena bien.

—¿Cansado?

—Bastante.

—¿Y si nos retiramos por hoy? Son casi las cinco.

—Pero Teddy... Durmió todo el viaje, y dudo que quiera irse a la cama.

—Para eso está Reg —dijo Sirius, que acabó por convencer a Remus de unírsele a la cama y después de apenas un par de minutos, quedarse dormido con éste recostado en su pecho.

Así los encontró Teddy, que con una invitación de Regulus de salir a desayunar a su cafetería favorita, mejor no los despertó.

 

Navidad llegó y pasó con una deliciosa cena que se llevó a cabo en el gran comedor de los Black y que tuvo ingentes cantidades de alcohol. Incluso Remus permitió que Teddy le diera un sorbo a su copa repleta de champagne con valor de 1000€ la botella, y que seguramente fue la causa de que a la mañana siguiente despertara (no fue el único) con una resaca de campeonato.

Durante el desayuno, las cortinas se mantuvieron cerradas por orden expresa de Sirius para así permitir a Remus estar presente en la apertura de regalos, y durante esa velada fue Teddy quien se llevó las mejores sorpresas al encontrar que más de la mitad de los obsequios bajo el árbol eran suyos.

El resto también recibió regalos, pero ninguno provocó tanta expectación como una enorme caja que estaba marcada como ‘de Padfoot a su Moony’ y que puso a los presentes en alerta.

—Oh, ¿es una bicicleta, verdad? —Bromeó Remus, pero la caja no era tan pesada.

Remus se mantuvo alegre al quitar el moño y retirar el papel de regalo, pero frunció el ceño cuando dentro de la caja encontró otra igualmente primorosa como si de un regalo se tratara.

—Tienes que estar de broma —resopló Remus con Sirius cuando al cabo de varios minutos ya iba por la cuarta caja y no dudaba de encontrar otra más en su interior.

—Iré por más champagne —se disculpó Regulus, y Teddy fue con él para ayudarle a traer la bandeja y las copas.

—Espero terminar antes de que se haga de noche —resopló Remus, pero había humor en su tono de voz.

Para cuando Regulus y Teddy volvieron, Remus iba en su décima caja, y el tamaño se había reducido tanto que podía sostenerla en la palma de su mano.

La undécima caja fue la última, y al abrirla encontró Remus el estuche de terciopelo con el que Sirius tanto lo había provocado en los últimos meses.

—Diox... —Musitó Remus, que abrió la caja y encontró justo lo que sospechaba: Dentro, relució un simple anillo de oro blanco que con toda certeza era del tamaño justo para el dedo anular de su mano izquierda.

—¡Di que sí, papá! —Se adelantó Teddy, que esperaba junto con Regulus el momento preciso para romper el sello de la botella y empezar las celebraciones.

—La tradición marca que el primogénito Black tiene que entregar a su futura esposa el anillo de la bisabuela —dijo Sirius, arrodillándose frente a Remus y enseñándole una pieza en oro con un enorme diamante que haría dificultoso incluso alzar la mano—, pero no va conmigo, y sé que tampoco contigo, Remus. Si en cambio aceptas tú desposarme con este otro anillo —señaló el que todavía estaba en su caja—, Teddy será mi hijo, y la chica que lo amé tanto como yo a ti lo tendrá.

Remus sonrió, y sus ojos relucieron con humedad. —Ok, pero...

—¿Quieres que haga le pregunta como es debido?

—Me encantaría.

—En ese caso, Remus John Lupin, ¿me harías la persona más feliz al aceptar ese anillo como prueba de mi amor y casarte conmigo por el resto de nuestras vidas mortales?

—Vidas mortales —masculló Regulus—, qué morboso. Me gusta.

—¿Qué opinas, Teddy? —Preguntó Remus a su hijo a pesar de tenerlo claro, pero quería su confirmación—. ¿Es Sirius el indicado?

—¡Sí! —Exclamó Teddy, y Remus tuvo su respuesta para Sirius.

—Sí —dijo Remus mientras Sirius sacaba el anillo de su caja y lo introducía en su dedo antes de culminar el momento con un largo y sentido beso.

El primero de muchos que el destino les depararía como hombres casados, y que incluso en lo improbable del caso, tuvo un regusto al pay de manzanas que lo había empezado todo.

Manzanas ácidas colgando de su cerca, y que atadas con el mismo hilo rojo del destino, los habían conducido a la existencia del otro.

 

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Notas finales:

Ah, no tuvo este fic el recibimiento que esperaba así que decidí pasar de las actualizaciones semanales y subirlo todo de una vez. Para quien lea hasta este punto, graxie.


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