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Pomance estival por Marbius

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2.- Vecinos.

 

Sirius pensó en preguntarle a la señora Winky quién entre sus vecinos ostentaba las iniciales R.J.L. y tenía conocimientos de repostería, pero la respuesta llegó en la forma de la familia Potter, sus vecinos de al lado, que pasaron a saludar y agradecer por las manzanas.

Invitándolos a tomar el té con él, Sirius los hizo pasar a la cocina, y Lily Potter fue quien reconoció al autor del pay del que ya llevaba la mitad comido sobre la mesa.

—Oh, veo que Remus ha pasado por aquí.

—¿Remus es R.J.L.? —Preguntó Sirius, que estaba sacando tazas y platillos de la alacena.

—Es mi padrino Moony —intervino Harry Potter, el niño de la feliz pareja.

—Es tu otro vecino —secundó James Potter con las explicaciones—. Es quien vive en la casita al final del camino.

—Ya veo —asintió Sirius para sí.

De esa casita que colindaba con la propiedad del tío Alphard estaba bien enterado Sirius porque Ted y Andrómeda Tonks le habían explicado que técnicamente le pertenecía. Al parecer en el pasado esa casita había sido una residencia para los sirvientes de la casa principal, y al asumir el tío Alphard la posesión del terreno había destinado la renta de ese inmueble a un yerno de Andrómeda y Ted que todavía vivía ahí. El contrato de arrendamiento estipulaba una temporada completa, y Sirius había comprobado al revisar papeles que no era un contrato mensual, sino con una duración anual.

En Londres aquella peculiaridad no era fácil de encontrar, pero Sirius supuso que el inquilino de la casita había preferido un arrendamiento largo por razones de conveniencia, y no había indagado más al respecto.

—El tío Moony cocina increíble —elogió Harry la rebanada de pay que Sirius le sirvió, y éste así lo confirmó.

—Realmente sí. Erm, ¿el señor Lupin trabaja en repostería o...?

—Oh no, sólo es una afición suya —dijo Lily—. Debe haberse sentido agradecido por las manzanas gratis en la reja y quiso agradecerlo a su manera.

—Nosotros también nos llevamos dos bolsas de manzanas, gracias —dijo Harry, y Sirius le sonrió.

—¿Te gustan las moras, Harry? Porque hay un arbusto atrás de la casa y sería una pena que se echaran a perder. Son demasiadas para mí.

—Sí, me encantaría, por favor —respondió el niño con educación, y Sirius se sorprendió encontrándolo agradable. Salvo por contadas amistades suyas, raras veces convivía con críos porque los encontraba detestables en sus maneras infantiles, pero Harry estaba demostrando ser diferente.

—Alphard tenía todo un huerto allá atrás —dijo James—. Deberías de pedirles a los Prewett que se encarguen de la cosecha, aunque me temo que no sabrás qué hacer con todo.

—Bueno, si aceptan llevarse un par de bolsas...

Bromeando con sus nuevos vecinos y enterándose de novedades como el día de recolección de basura y cuáles eran las mejores tiendas para comprar víveres, Sirius se despidió de los Potter un par de horas después y prometió aceptar su invitación de ir a cenar uno de esos días.

—No olvides mi partido de futbol, Sirius —dijo Harry al marcharse, y éste asintió porque la perspectiva sonaba divertida.

Dispuesto a aprovechar las últimas horas de sol con alguna actividad que sirviera de beneficio, Sirius se paseó por el jardín trasero del tío Alphard y encontró más plantas de las que esperaba. Además del invernadero, que por alguna razón estaba repleto de macetas con plantas desérticas, también había hortalizas. Muchas de ellas Sirius no las reconoció, pero había hierbas aromáticas, otras medicinales, y grandes hileras de pepinos, tomates, cebollines y... ¿Eran aquellas papas? Tenían que serlo.

Con buen humor, Sirius se tomó una fotografía frente al huerto y se la envió a Regulus con un texto que decía “Mira quién se ha convertido en granjero por herencia” y del que no esperaba respuesta sino por lo menos hasta una hora más que su hermano saliera de la oficina y se librara de sus innumerables compromisos.

Decidido a continuar explorando los alrededores, Sirius tuvo que caminar un buen rato a través de los manzanos, sólo para encontrar más arbustos con moras y un pequeño lago en el que una familia de patos se relajaba ajenos de su presencia.

“Menos mal que a estos no los tengo que alimentar yo», pensó Sirius, que emprendió el camino de regreso siguiendo la línea de cercado que rodeaba la propiedad, y que en cierto punto lo llevó hasta la casita que ahora sabía le pertenecía a él por propiedad, y por arrendamiento a Remus John Lupin.

—Remus —murmuró Sirius para sí—, que nombre tan... peculiar.

—¿Qué significa peculiar? —Preguntó una voz venida de nada, y Sirius casi tuvo un susto de muerte que le hizo sacar el alma del cuerpo.

Salvo por el frente de la casa del tío Alphard que tenía rejas, el resto de la propiedad estaba vallada con tablones de madera, y entre los espacios encontró Sirius a un crío al que sólo le faltarían un par de veranos para entrar a la adolescencia y que lo miraba fijamente.

Pese a que todavía se reponía del sobresalto, Sirius le dio respuesta a su pregunta. —Peculiar significa que es muy propio de sí mismo, porque... —Sirius se pausó, en parte creyendo que un crío de su edad no encontraría tan divertido como él que alguien apellidado Lupin tuviera por nombre una segunda relación con un lobo, pero también porque el crío era un virtual desconocido, y al menos en Londres la regla imperante era no entablar conversación con hombres de mediana edad.

—¿Porque...? —Le presionó el crío a finalizar su oración.

—No es nada importante en realidad, y sólo venía hablando conmigo mismo.

—Papá hace eso seguido —dijo el niño, mirando por encima de su hombro a la casita.

Sirius tuvo una repentina realización. —¿Eres hijo de Remus Lupin?

—Sí. Soy Teddy Lupin —dijo el crío, y extendió su mano a través de la cerca de madera, por lo que a Sirius no le quedó de otra más que estrechársela.

—Sirius Black.

—Lo sé. Todos hablan de ti.

—¿Ah sí?

—Sí. Te vi ayer en la pizca de manzanas, y... —El crío, Teddy, se sonrojó, así que Sirius le ayudó.

—El pay de manzana estaba delicioso.

—¡Verdad que sí! Papá lo hizo todo, pero fui yo quien lo puso en la entrada. Y papá hizo otro para nosotros, pero me prohibió comer más de dos rebanadas después de cada comida porque dice que es demasiada azúcar y cuida mi salud.

—Tal vez yo debería hacer caso de su consejo —dijo Sirius, que se había comido una buena porción del pay incluso teniendo visitas—. Por cierto, ¿estará tu papá en casa? Me gustaría agradecerle su regalo.

Por primera vez en su conversación, Teddy desvió la mirada. —Sí está, pero...

—¿Pero? —Le instó Sirius a proseguir.

—Él duerme.

—Oh.

—Y va a dormir hasta el anochecer.

—Ya veo —dijo Sirius, que de buenas a primeras imaginó que tenía algún turno nocturno en el trabajo y se estaba reponiendo.

—Pero cuando despierte puedes visitarle, o si te dan miedo los perros, él a ti —ofreció Teddy con rapidez, y al instante conectó Sirius las memorias de dos noches anteriores.

—¿Por casualidad tu perro no es Snuffles?

Teddy abrió grandes los ojos. —¿Cómo lo has adivinado?

—He escuchado a alguien sacarlo a pasear tarde en la noche. No serás tú, ¿o sí? —Bromeó Sirius, pero de nueva cuenta los ojos de Teddy perdieron su chispa.

—No, ese es papá. Es la única hora en la que puede sacar a pasear a Snuffles y...

Sirius comprendió que estaban abordando un tema que no era del todo agradable para Teddy, así que le dio un giro a la conversación para ayudarlo.

—Los perros no me dan miedo. ¿Crees que podría pasar más tarde a presentarme con tu papá y agradecerle como es debido por el pay de manzana que me horneó?

—Le encantaría, y después de las siete es perfecto —dijo Teddy, parándose de puntas para sobresalir por la orilla de la cerca—. Oye, Sirius...

—¿Mmm?

—¿El arbusto de moras ya tiene frutos? Porque el señor Alphard me daba permiso de comer tantos como quisiera siempre y cuando no dañara sus ramas—. ¿Crees que podría...?

—Siempre y cuando laves las moras antes de comértelas, no veo ningún inconveniente —dijo Sirius.

—¿Y podría ir ahora mismo?

—Supongo...

Sirius imaginó que era lo habitual en aquellos parajes, el tener al crío del vecino en el jardín y recolectando moras sin tener que preocuparse por nada más, y Teddy lo sorprendió al abrir una puerta a través de la cerca y cruzar a su propiedad.

Teddy era un crío delgado y con el cabello castaño claro en rizos que llevaba un poco largos en la parte superior y rebajados en la parte inferior. Sirius le calculó once, quizá doce años, a juzgar por sus facciones todavía redondeadas por la niñez y que esperaban el estirón de la pubertad para estilizarse.

Encaminando sus pasos hacia la casa, Sirius respondió a las preguntas variadas que Teddy le hizo una vez que confirmó con él que provenía de Londres, y que en su mayoría eran de lo más básicas, como si le gustaba la ciudad y sus habitantes, a qué se dedicaba, su parentesco con Alphard Black, cuál era su opinión hasta el momento del Valle de Godric, y si planeaba quedarse por una temporada.

—¿Has conocido a los Potter? —Preguntó Teddy, y Sirius así lo confirmó—. Harry es uno de mis mejores amigos, ¿sabes? Y la tía Lily y el tío Prongs son mis padrinos.

—¿Prongs?

—Es un juego entre mi papá y él. Papá es Moony.

Sirius tuvo que luchar contra la sonrisa que pugnaba por salir de sus labios. —Suena a que ellos dos son también los mejores amigos del mundo.

Una vez en el jardín trasero y frente al arbusto de moras, Sirius entró a la casa a buscar recipientes en qué recolectar la fruta, y al salir de vuelta se encontró con que Harry se les había unido.

—Hey, Harry —saludó al crío, y éste le sonrió de vuelta.

—¿Puedo llevar moras conmigo a casa también? —Pidió Harry, y Sirius le entregó uno de los recipientes.

—Tantas como quieras y puedas llevar a casa.

Juntos, los tres eligieron un espacio frente al arbusto y se dedicaron a recolectar la fruta mientras conversaban. O mejor dicho, mientras Teddy y Harry lo hacían, y Sirius absorbía la información. A grandes rasgos, los niños hablaron de la escuela y las próximas vacaciones de verano, de una pandilla que los molestaba en el otro grupo, y también de fútbol y los próximos partidos que se verían en televisión.

Sirius descubrió estar pasando un buen rato con los niños, y ya estaban a punto de llenar sus recipientes cuando la oscuridad de la noche se hizo total y un grito angustiado los puso a todos en alerta.

—¡TEDDY!

El mismo Teddy giró la cabeza en dirección a su casa. —Mierda...

Sirius sabía que como adulto debía reprenderlo por el uso de aquella palabrota, pero él mismo se había estremecido con semejante llamado y no se vio con fuerzas para reñirle por algo que él mismo habría querido enunciar.

—¡Aquí estoy! —Gritó Teddy de vuelta, poniéndose en pie y emprendiendo un trote ligero hacia su casa, dejando atrás el recipiente con moras que había recolectado.

—¿Quién...?

—Es el tío Remus —dijo Harry—. Debe de haber despertado, y como no encontró a Teddy en casa...

—Oh, pues vaya —dijo Sirius, también poniéndose en pie y sacudiéndose los pantalones—. En ese caso creo que debería ir con él y darle una explicación de este malentendido.

—Iré contigo —se ofreció Harry, que dejando su traste con moras cogió el de Teddy y se unió a Sirius en su caminata a través del jardín.

Sirius temía que tras recorrer toda la propiedad Teddy y su padre ya no estuvieran a exteriores, pero quiso la suerte que no fuera el caso. Teddy todavía estaba de su lado de la cerca, e insistía en que nada le había pasado, y que estaba recolectando moras en el arbusto del nuevo vecino, que Harry estaba ahí, y que no tenía nada de qué preocuparse.

—... sabes bien que no me gusta que salgas de la casa cuando estoy dormido, y mucho menos sin dejar al menos una nota de tu paradero —decía con irritación el papá de Teddy, y Sirius consideró oportuno intervenir.

—Lo siento, fue culpa mía —dijo atrayendo su atención—. Fui yo quien sugirió ir por las moras.

—No, fui yo —asumió Teddy la culpa—, y sé que debí al menos dejar una nota que estaría en la casa de al lado. Lo siento, papá.

El padre de Teddy pareció tranquilizarse con eso, y el ambiente cobró ligereza entre todos ellos.

—De nuevo, perdona el malentendido —dijo Sirius al acercarse a la cerca—. Soy Sirius Black, el sobrino de Alphard —y extendió su mano a través del cerco para que el padre de Teddy se la pudiera estrechar. El segundo Lupin en menos de un par de horas que conocía así.

—Remus Lupin —respondió éste con mayor afabilidad que segundos atrás, y al ver Sirius su rostro contuvo el aliento.

Dos hechos peculiares destacan en el rostro de Remus Lupin. El primero, una palidez espectral que le hacía relucir incluso bajo la luz de la luna, y que obligo a Sirius a tensar los dedos por miedo a caer en la tentación de recorrer su rostro con las yemas para cerciorarse de que esa tonalidad fuera verdad. El segundo, era un asunto delicado, puesto que Remus tenía un par de notorias cicatrices esparcidas aquí y allá; una marca sobre el labio, otra a un lado de la nariz, una tercera como una extensa línea que le cruzaba el costado de la cara, y hasta una imperfección más en la barbilla. Todas cicatrices diferentes y en distinto estado de recuperación, que hicieron a Sirius preguntarse su origen.

—Tío Moony —dijo Harry de pronto—. Nosotros le explicamos a Sirius que tú horneaste su pay de manzana.

—Y estoy muy agradecido por el detalle —se apresuró a decir Sirius, y no sólo por educación—. En verdad estaba delicioso.

—Bueno, fue gracias a las manzanas —dijo Remus con modestia—, que por cierto, muy amable de tu parte en regalar los excedentes.

—Sólo quería seguir las tradiciones locales. Gideon y Fabian Prewett me explicaron que eso era lo correcto.

—Oh, espera a que los conozcas un poco más —dijo Remus—. En la escuela eran los más traviesos, y la edad adulta no ha hecho nada para solucionarlo. ¿Conociste a los gemelos de Molly, Fred y Georg? Porque ellos son iguales a sus tíos, si no es que peores...

—Van dos cursos arriba del mío y de Teddy —dijo Harry—, y este año han hecho explotar los retretes del segundo piso con líquido de burbujas.

Sirius alzó ambas cejas. —Vaya, eso suena... divertido.

Harry y Teddy se soltaron riendo, y Remus fingió una tos para disimular. —Supongo que es una manera de verlo —dijo con apenas las esquinas de los labios curvadas—, pero nada de imitarlos. Si los expulsan de Hogwarts, no tendrán escuela alguna a la cual asistir.

Los críos asintieron solemnemente, y ya que el malentendido de la desaparición de Teddy parecía haber sido solucionado y Sirius quería conocer mejor a su nuevo vecino, se atrevió a proponerle a éste una taza de té.

—Ya que seremos vecinos, sería lo mejor para conocernos un poco —dijo Sirius, y Remus se pasó una mano por el cabello.

—Me encantaría, pero... ¿No es muy tarde para ti? —Inquirió Remus, y luego se señaló a sí mismo. Sólo entonces apreció Sirius que vestía pijama—. Recién he despertado, y me gustaría al menos cambiarme y lavarle la cara y los dientes. Con todo esto del susto de Teddy, apenas si salté de la cama y estoy en el jardín.

—Te propongo algo —dijo Sirius con afabilidad—. Supongo que tampoco has desayunado, ¿así que por qué no vienes a mí casa por té y preparo para ti algo más?

Remus abrió la boca para protestar por tanta generosidad, pero Sirius se le adelantó.

—Como ‘gracias’ por el pay de manzana. Harry no exageraba —agregó con voz un par de octavas más baja—, en verdad que me encantó su sabor y quisiera agradecértelo.

Un tanto dubitativo, Remus se mordisqueó el labio inferior antes de acceder. —Ok. Pero Teddy-...

—Puede venir. Lo mismo Harry. Haré que le pregunte a sus padres —le aseguró Sirius.

—Uhm, vale. ¿En quince minutos está bien?

—Perfecto.

Despidiéndose para ir a sus respectivas casas, Sirius de pronto no pudo encontrar una explicación plausible a la amplia sonrisa que adornaba su rostro. Bueno... La tenía, pero prefería no ahondar en el tema porque corría el riesgo de terminar con altas dosis de desilusión. Después de todo, Remus era padre, y aunque de momento no había escuchado de una madre para Teddy, no había que ser un genio para deducir que sus oportunidades con él eran nulas.

Sirius encontró a Teddy y a Harry recolectando las moras restantes del arbusto, y tras informarle que habría un desayuno en su cocina en exactamente diez minutos, hizo a Harry preguntar en casa si podía acompañarles y después lo despachó con un recipiente repleto de moras.

—¿Hay algo en especial que le guste comer a tu papá? —Preguntó Sirius a Teddy una vez que entraron a la cocina.

—Chocolate, pero... Cualquier cosa estará bien. Usualmente desayuna pan tostado con té.

—¿Le gustan las cosas dulces? ¿Los pancakes por ejemplo?

—Ah, le encantan, especialmente con chispas de chocolate.

—Y menos mal que la alacena está bien surtida, ¿eh? —Dijo Sirius, que tras rebuscar en las partes altas del mueble encontró lo que buscaba.

Harry no tardó en unírseles con permiso de sus padres y ayudó a batir la masa mientras Sirius se encargaba de poner a punto dos sartenes para apresurar el proceso de cocción, así que para cuando Remus apareció por la puerta trasera pidiendo permiso para entrar, ya tenían los dos primeros pancakes en un plato.

—¿Hay algo en lo que pueda ayudar? —Se ofreció Remus, y Sirius le pidió lavar un puño de moras por cabeza para tener un acompañante de fruta en su muy tardío desayuno.

Como sorpresa, y sólo los críos enterados, Sirius agregó chispas de chocolate en los pancakes que Remus comería, y al sentarse a comer en la mesita de la cocina y masticar el primer bocado, todos los ojos se dirigieron en mayor o menos grado de discreción hacia Remus, que dejó salir un gutural gemido de satisfacción cuando el sabor del chocolate hizo contacto con su lengua.

—Ohhh —articuló Remus cubriéndose la boca con una mano y masticando con ganas mientras el sabor del chocolate se deshacía encima de sus papilas gustativas. —Al tío Moony le gustaron tus pancakes, Sirius —dijo Harry con una sonrisa, y Sirius le correspondió con una igual.

—Eso parece.

—Es trampa —dijo Remus apenas pasó el bocado—. El chocolate es mi debilidad.

—En verdad lo es —dijo Teddy—. En Pascua me hace regalarle la mitad de mis chocolates porque dice que así no tendré que ir al dentista por caries, pero he visto cuando se los come a escondidas.

Remus chasqueó la lengua. —Hijos... Siempre puedes confiar en que te delaten en los peores momentos.

—Es una buena adicción —intervino Sirius—. Mejor que otras a disposición.

Teddy y Harry terminaron de comer primero, y fueron excusados de la mesa mientras Sirius y Remus bebían una segunda taza de té y charlaban un poco.

Así era como Sirius abordó con Remus el asunto de la herencia del tío Alphard y lo que su estancia en la casita al borde de su propiedad implicaba.

—En lo absoluto tenemos intenciones mi hermano o yo de cambiar las disposiciones de mi tío con respecto a sus propiedades —le aseguró Sirius, pues Remus se había tensado cuando hablaron de la renta y el contrato largo con el que tenía residencia en su casita—. Puedes quedarte ahí el tiempo que así desees. El testamento mencionaba específicamente cláusulas de protección al inquilino, pero ni Ted o Andrómeda Tonks pudieron explicarme la razón para que así fuera.

Remus permaneció particularmente silencioso por unos minutos, y luego alzó la vista de su taza y se sinceró del todo con Sirius.

—No tiene sentido tratar de ocultarlo más —dijo Remus mirando a Sirius directo a los ojos—. Tengo un desorden genético que afecta cada aspecto de mi vida, y que me impide un gran número de actividades en mi día a día.

Con su mano sobre la mesa, Sirius se vio tentado de tocar a Remus y transmitirle que no era necesario forzarse a contarle a un desconocido su secreto, pero éste lo hizo igual.

—Verás... —Dijo Remus, y se llevó la mano al rostro a una de sus cicatrices—. El nombre científico es xeroderma pigmentosum, o XP. Imagino que nunca la has escuchado mencionar, porque es realmente rara en Europa. No es contagiosa ni nada por el estilo, pero limita en gran medida lo que puedo o no hacer bajo los rayos ultravioleta del sol.

—¿Es...? ¿No puedes salir al sol?

—No. Mi piel es incapaz de resistirlo, y los resultados... —Remus trazó un recorrido de una cicatriz a otra—. Bueno, tengo una mayor predisposición a desarrollar cáncer de piel incluso ante la más mínima exposición.

—Oh... Wow. No sé qué decir.

—No tienes que decir nada. Sólo es y ya está.

—Pero... ¿Duele?

—¿Uh?

—Todo eso... ¿Duele?

—Sólo cuando no soy cuidadoso. Tengo que vivir a interiores, ¿sabes? Y la casa donde vivo está acondicionada para permitirme encontrar un refugio ahí. He sufrido accidentes en el pasado —dijo Remus, dándose unos toques con el índice sobre otra más de sus cicatrices—. Al menos tuve la suerte de ser detectado casi después de nacer, y esta región no es precisamente conocida por sus horas de sol al año, pero... Tengo que ser en extremo precavido. El cáncer de piel no es nada divertido.

—No suena fácil...

—Y no lo es, pero no conozco un tipo de vida diferente y ya estoy acostumbrado a la que me tocó.

—Ya veo...

Consciente de que lo tomaría tiempo asimilar lo que acababa de escuchar, Sirius se disculpó con Remus de antemano por si de pronto se quedaba callado, pero éste le aseguró que estaba acostumbrado al silencio.

—Las horas de la madrugada pueden ser las más solitarias —le hizo saber, y eso sólo contribuyó al estado de ánimo melancólico por el que Sirius estaba a punto de pasar—. Será mejor que nos retiremos...

—No, espera. Lo siento mucho —dijo Sirius, pero Remus insistió.

—No, en cualquier caso, Teddy y Harry tienen que irse temprano a la cama porque mañana hay clases, y necesitan descansar.

Contra esos argumentos Sirius no pudo luchar, y aceptó la ayuda de Remus para levantar la mesa y encargarse de los platos sucios para prolongar su compañía.

—¿Puedo hacer una pregunta más? —Inquirió Sirius con las manos repletas de jabón mientras le quitaba una mancha de moras al plato.

—Las que quieras —respondió Remus a su lado, secando un plato y listo para ponerlo en la pila con el resto.

—¿Eres tú la persona que sale de madrugada a pasear a su perro? Creo que se llama Snuffles...

—Sí, Snuffles —asintió Remus—. Ese soy yo. Siempre quise una mascota creciendo, pero mis padres se negaron siempre. Ahora que sólo somos Teddy y yo es la oportunidad perfecta para ser dueños responsables de un perro que merece todo el amor del mundo.

—¿Qué clase de perro es? Por el nombre imagino una bola de pelos. Un pomerano, quizá...

Remus rió de buena gana. —Nada más alejado de la realidad. Snuffles es grande, y no tan peludo. Además de negro. Lo encontramos en un centro de adopción, y como ya era un perro adulto y estaba en la lista de próximos sacrificios, fue Teddy quien me convenció de que era nuestra mascota esperando por nosotros. El nombre ya venía con él, así que...

—Entiendo. En casa tuvimos un gato así. Era de la abuela y ella jamás nos dijo su nombre. Cuando el gato pasó a vivir con nosotros, era imposible llamar su atención. Incluso creímos que era sordo, pero no, sólo detestaba cada nombre que le dábamos y jamás hizo caso.

—¿Todavía vive?

—No, pero no te preocupes —dijo Sirius al ver el leve fruncimiento en la ceja de Remus—. Vivió dieciocho años con nosotros. Y fue feliz. Podría decir que incluso mucho más feliz que Reg y yo en esa casa.

—Reg es tu hermano, ¿correcto? —Sirius asintió—. Alphard hablaba mucho de ustedes.

—¿Tú y mi tío eran cercanos?

—No exactamente. Pero lo era con los Tonks, y ellos son mis suegros. Es decir, lo eran cuando Dora y yo estábamos juntos...

Sirius no recordaba a ninguna Dora de visitas pasadas. Desde que él y Regulus acudían de visita con su tío Alphard en vacaciones y éste les había presentado a sus personas más allegadas, Ted y Andrómeda jamás habían hecho mención de ser padres, o de tener más familia que el uno del otro.

La expresión de desconcierto en Sirius puso en alerta a Remus, que clarificó: —Dora murió hace siete años, y serán ocho cerca de la época de invierno.

—¿Entonces Teddy es nieto de Andrómeda y Ted?

—Sí —confirmó Remus—. Después de lo de Dora, fueron ellos los que me ayudaron a mudarnos a un sitio nuevo, y Alphard fue lo suficientemente generoso como para dejarme mi casa actual por apenas un precio simbólico. Las facturas son mías, pero apenas somos dos personas y una mascota, así que nos las apañamos para salir bien adelante con mis trabajos ocasionales.

Entregándole a Remus el último plato húmedo, Sirius procedió a lavar las tazas y los cubiertos. —¿Puedo preguntar en qué trabajas?

—Oh, esto y aquello —respondió Remus vagamente—. Llevé a cabo mi educación obligatoria a distancia, y después me enrolé en algunos cursos universitarios en línea. Todavía tengo pendiente algunas materias antes de conseguir mi título, pero me las apaño bien sin él. Y nunca he pagado tarde mis cuentas, así que no tienes que preocuparte de la renta o la propiedad.

—No era eso lo que yo-...

—¡Papá! —Entró Teddy a la casa, seguido de Harry.

—¡Tío Remus!

Remus se giró en dirección a la puerta. —¿Y bien con ustedes dos, por qué esa prisa?

Mientras Remus atendía a su hijo y ahijado, Sirius terminó de lavar la vajilla y tomó la toalla que éste usara antes para secar lo que faltaba. A tiempo con el último tenedor anunció Remus que era hora de marcharse, que el desayuno había estado delicioso, y que esperaba poder pagarle a Sirius el favor con otro igual.

—¿Por casualidad te gusta la mermelada de moras? —Preguntó con inocencia, e incluso si no era su sabor favorito porque a él más bien le gustaba la de piña y melocotón, Sirius asintió—. Entonces haré que Teddy te deje un frasco en el porche antes de irse a la escuela.

—Me encantaría —dijo Sirius, que despidiéndose de Remus y los críos, después le costó deshacerse de la sonrisa que adornaba sus labios.

 

Sirius se fue a dormir no mucho después, y como ya se había hecho tradición para él en aquella casa, despertó a mitad de la noche al escuchar pisadas y el inconfundible ladrido de un perro.

Tentado por ver a Snuffles (y a su dueño), Sirius se levantó de puntillas de la cama, y moviendo apenas la cortina miró a la calle a los únicos dos paseantes a esas horas.

Con la misma ropa que horas atrás plus una chaqueta para lidiar con el frío de la madrugada, Remus llevaba consigo un enorme perro que pesaría por lo menos la mitad de su peso, y que con todo no tiraba de su correo y caminaba a su paso por el camino. De vez en cuando se detenía en algún arbusto para mojarlo pródigamente con su orina, y luego retomaba su paso.

A pesar de estar adormilado, Sirius sonrió ante la escena, y por un instante deseó no estar en su dormitorio, sino en la calle y en compañía de Remus y de Snuffles, pero... Tal vez era su tiempo a solas. Y tal vez, como recién conocidos que eran, apenas tenía derecho de molestarlo así. Por lo que Sirius se forzó a volver a la cama y dormir.

Y dormir fue lo que hizo... Una vez que los pasos y el ocasional ladrido dejaron de escucharse en la distancia.

 

Con un nerviosismo que después intentaría racionalizar como una simple ocurrencia a la que no debía prestarle ni la más mínima atención porque no significaba nada (pero nada de nada), Sirius se levantó con el sol, y diferente a su costumbre donde bebía la primera taza de té de la mañana recargado contra el lavatrastos en la cocina, esa inicio de día en particular se llevó su taza de humeante Eral Grey al porche y se sentó ahí a esperar pacientemente. Sólo esperar.

El qué (aunque eso tampoco lo quiso reconocer) llegó en la forma de Teddy, que listo con su uniforme para esperar el autobús escolar, se acercó a su verja y levantó una bolsa que llevaba colgando de la mano.

—¡Buenos días, Sirius! —Saludó al adulto, y éste no dudo en responderle con la misma alegría.

—¡Buen día, Teddy!

—¿Puedo pasar?

—Siempre eres bienvenido a hacerlo —le otorgó Sirius la pasada, por lo que Teddy cruzó el camino de piedra y subió los primeros peldaños del porche—. Papá me pidió que te dejara esto aquí, pero menos mal que esta vez estás despierto y te lo puedo entregar directamente.

Mientras Teddy deshacía el nudo de su bolsa para mostrarle a Sirius el contenido, a éste la boca se le hizo agua pues ya imaginaba de qué se trataba, y su imaginación no lo defraudó cuando de un frasco que alguna vez había contenido encurtidos, ahora apareció frente a sus ojos repleto de mermelada de moras.

—Vaya, tu papá sí que es talentoso en la cocina —elogió Sirius el regalo, y cuestionándose si sería demasiado dejar al niño ahí mientras iba por una tostada para servirse la primera cucharada.

Teddy se rascó la esquina de la nariz. —Más o menos. Papá es bueno con todo aquello que es dulce o que va en el horno, porque su asado de los domingos y el puré de chícharos no le quedan tan bien como al de la tía Lily. Pero lo compensa con sus pays, y sus pasteles, y tendrías que probar sus galletas de chocolate. Están para morirse.

Sirius asintió y pensó «No me importaría pasar por tu casa y probarlas para caer fulminado en la cocina», pero temía que Teddy en un arranque de honestidad infantil le transmitiera a Remus el mensaje tal cual y mejor no lo hizo.

Para bien que entonces Harry se acercó por el camino, y al ver a Teddy en casa de Sirius, entró a saludar.

—Buen día, señor Sirius.

—Sólo Sirius, Harry —pidió el adulto—, y buenos días para ti también.

—¿Es de la mermelada del tío Remus? —Preguntó Harry al ver el frasco, y Teddy así se lo confirmó—. Mamá todavía tiene un poco de la de fresas y se niega a dejar que papá o yo nos la terminemos. Es tan injusto. Dice que no la apreciaríamos como ella porque nuestro paladar no es tan refinado. Yo sólo sé que sabe rica y quiero probarla una vez más.

—Anoche antes de irme a dormir le escuché decir que planeaba hacer otro cargamento para la señora Weasley. Tal vez pueda pedirle un frasco para ustedes.

Harry asintió con energía, y la curiosidad de Sirius pudo más con su prudencia.

—¿Tu papá hace seguido mermelada?

—Siempre que hay materiales frescos —dijo Teddy—, y en otoño encurtidos. Es un buen ingreso extra.

—Oh. —Sirius parpadeó—. En ese caso...

—¡Espera! —Se apresuró Teddy a clarificar—. Este frasco es un regalo. Porque tú le regalaste las moras para la mermelada. No tienes que pagar nada, Sirius.

—¿Pero y qué pasa con el pastel de anteayer?

Teddy se mostró tímido. —También es un regalo, porque papá tomó varias bolsas de manzanas y esos pays sí los vendió.

Sirius sopesó la situación unos segundos, y después tomó una decisión. —Te diré algo. Acepto los regalos, pero creo también que venir a traerlos es muy generoso de tu parte por el tiempo que te toma, así que... —Y sacando un par de libras de su bolsillo, se las entregó a Teddy, que primero intentó rechazarlas.

—No podría. No es lo correcto, y-...

—Es por hacer entregas a domicilio y un trabajo bien hecho, ¿ok? —Luego le extendió unos billetes a Harry, que lo miró asombrado detrás de sus gafas—. Después de todo, las moras se habrían echado a perder en el arbusto si ustedes dos no me hubieran ayudado a retirar el fruto. Es lo justo.

Harry aceptó el dinero con la misma reticencia que Teddy, pero ya que el autobús estaba cerca y el colegio no esperaba, ambos críos le dieron las gracias antes de despedirse y después montar en el vehículo que los llevaría.

Sirius todavía se quedó un rato más disfrutando de su té y del frescor matutino, pero apenas bebió el último sorbo entró a la cocina y preparó dos rebanadas de pan tostado con la mermelada que Remus le había enviado, y que tal como se le había prometido, era el manjar más delicioso que hubiera probado jamás.

En silencio salvo por el crujir del pan, cerró los ojos y lo paladeó a sus anchas.

 

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Notas finales:

Ah, primeros acercamientos con el vecino y su hijo~ Pobre Remus con su enfermedad, pero tenía que justificar su licantropía y de paso darle un aire misterioso a sus paseos de medianoche. A Sirius no le importa, le interesa ;D


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