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Pomance estival por Marbius

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3.- Compañía.

 

Sirius tenía menos de una semana en el Valle de Godric pero ya se sentía como en casa, y al parecer Regulus fue el primero en notarlo.

 

RB: Yo en tu lugar me estaría volviendo loco.

RB: El tío Alphard ni siquiera tenía televisión por cable.

RB: ¿Exactamente cómo pasas tu tiempo ahí?

RB: ¿Acaso descubriste un nuevo pasatiempo en contar las motas de polvo en el aire?

 

Sirius había recibido aquellos mensajes justo a la hora del almuerzo, por lo que casi podía visualizar a Regulus en el comedor de su empresa comiendo con eficiencia el menú de los lunes y listo para volver a la oficina y trabajar otras tantas horas en la tarde antes de su tiempo de gimnasio y volver a Grimmauld Place. La misma rutina que él había seguido religiosamente hasta la semana pasada, y que no echaba de menos en lo absoluto.

 

SB: Te sorprendería la cantidad de horas y libros que he leído en estos días.

SB: Entre otras cosas.

RB: ¿’Otras cosas’? Por favor sé más específico.

 

Contentándose con enviarle fotografías de la pizca de manzanas y los arbustos de moras que él, Teddy y Harry habían limpiado en las últimas tardes (pagando un salario, claro está, que nadie lo iba a acusar jamás de explotación de menores), Sirius esperó la inevitable respuesta de su hermano.

 

RB: Da la impresión de que te lo estás pasando increíblemente bien ahí.

SB: Me atrevería a decir que sí.

SB: Hago lo que me viene en gana.

SB: El clima es increíble.

SB: Los vecinos aún más.

SB: Y he tomado por costumbre dormir siestas en la tarde.

RB: ¿Siestas?

RB: No van nada contigo.

SB: Pues ahora sí.

SB: Son parte de quien soy ahora.

 

Claro que Sirius obvió mencionar que las siestas eran para poder estar despierto un par de horas más por la noche, pues él y Remus habían tomado por costumbre el reunirse a charlar de cualquier tontería en el punto donde las dos propiedades se unían, y al cabo de un rato uno de los dos invitaba al otro a su casa a beber té y pasar el rato.

Sirius no se atrevería a llamar a esos instantes citas, porque técnicamente no estaban planeadas ni se hacían con intenciones románticas, pero lo cierto es que la pasaban bien, y conversaban sin problemas de cualquier tema que se les viniera a la mente.

Como... La bisexualidad de Remus, que a pesar de haber estado casado con Dora Tonks, había tenido otras relaciones con su mismo sexo antes de ella. O la homosexualidad de Sirius, que había permanecido como un secreto bien conocido para sus padres, los cuales siempre habían querido que se casara por conveniencia mientras estuvieron con vida.

Pese a lo evidente de su mutua atracción, porque Sirius no era ciego a la manera en que los ojos de Remus lo miraban ni tampoco los roces de él iban carentes de interés, ninguno había tomado la iniciativa por simple placer de prolongar la gentileza de sus días juntos.

O mejor dicho, de sus noches.

De día y en las horas en que el aburrimiento se llevaba lo mejor de él, Sirius había navegado en su móvil buscando información respecto a la enfermedad de Remus, y había comprobado que las nefastas consecuencias que el mínimo rayo de luz podía ocasionarle.

Para evitarlo, la casa de Remus estaba protegida desde los interiores a cal y canto con vigas apenas distanciadas entre sí en ventanas y cualquier otro resquicio por el que pasara la luz, y cubiertas por gruesos cortinajes. En broma Remus había mencionado que su dormitorio era una figurativa boca de lobo, casi una guarida, donde la luz del sol jamás penetraba.

De cómo Teddy se había habituado a convivir con un padre que debía vivir su vida siguiendo su propio ritmo circadiano, Sirius todavía no estaba seguro. El niño parecía haber aprendido desde muy pequeño a valerse por sí mismo en las horas que tenía que pasar sin supervisión adulta, y con alivio era que se había cerciorado de la buena voluntad de los Potter para cuidar de su ahijado, además de la misma madurez de Teddy, que tenía libertad a sus anchas pero también reglas por seguir y que cumplía a rajatabla mejor de lo que otro crío a su edad haría en sus circunstancias.

Al elogiar a Teddy frente a Remus, éste había comentado:

—Teddy sabe que somos un equipo. Que incluso si somos dos, tenemos por el bien de ambos hacer que nuestra pequeña familia funcione bien.

Y Sirius había asentido, de paso maravillado por aquella relación de padre e hijo que nada se parecía a la suya con su propio padre, y que en términos de armonía sólo podía equiparar a los pocos años que disfrutó al lado del tío Alphard.

Al igual que Remus se había abierto con Sirius de su situación, éste había hecho lo mismo hablándole de su familia con incapacidad de amor y las únicas dos relaciones de su vida parchadas a fuerza de buena voluntad con su hermano Regulus y su tío Alphard.

—Alphard nunca le ocultó a nadie lo feliz que le hacía reconectar con su familia, con parte de ella —dijo Remus en una ocasión, y su mano sobre el brazo de Sirius le dejó a éste una marca indeleble de calor que perduró hasta muchas horas después.

 

RB: ¿Al menos has empezado con la limpieza del desván?

RB: Recuerda que la casa necesita ser acondicionada para después.

SB: Ya.

 

El ‘después’ al que Regulus hacía ilusión era el tiempo posterior al verano, donde Sirius terminaba el duelo por su tío Alphard y se enfrentaba a la realidad de una oficina en Londres, y el 51% de las acciones Black a su nombre y que por lo tanto lo hacían la cabeza sobre la cual residía en sus hombros las mayores obligaciones.

A menos de una semana de no poder un pie en la oficina, y Sirius ya se había olvidado de todo aquello.

Tal era el encanto con el que contaba el Valle de Godric, que con su clima y sus residentes le hacían olvidar que Londres esperaba por él y tenía un tiempo límite para volver.

Con todo, Sirius se había prometido que al menos avanzaría un poco en las gestiones de la casa, pues en efecto, tenía por delante revisarla desde sótano a desván para separar la importante, de lo sentimental, de lo que se iba a conservar por su utilidad a lo que se iba a desechar porque carecía de valor alguno.

La intención principal era acondicionar la casa como sitio de vacaciones a donde él y Regulus pudieran asistir en cualquier época del año cuando así les apeteciera, y para ello había que revisar si la casa necesitaba de alguna reparación o mantenimiento, pero sobre todo reorganizar y acomodar para que pasara de ser la casa del tío Alphard y por fin se convirtiera en suya.

Con la mente puesta en esa no tan insignificante cuestión, Sirius se preparó una taza de té y se puso manos a la obra empezando por la habitación que prometía ser la más dolorosa del montón: La recámara del tío Alphard.

 

Sirius se había pasado una buena porción de su tarde sentado en la silla del escritorio que adornaba una de las esquina de la habitación del tío Alphard, y eso porque al sentarse en su cama se había sentido como un intruso y el nerviosismo lo había hecho desistir de continuar.

Hablando en voz alta por algún extraño respeto que bullía en su pecho, Sirius se había dirigido al posible fantasma de su tío Alphard asegurándole que deseaba tanto como él el estar ahí husmeando entre sus pertenencias, pero que necesitaba empezar su duelo, y que creía abordarlo desde esa perspectiva como un shock inicial de gran calibre, pero dispuesto a ello.

Por supuesto, el espíritu incorpóreo del tío Alphard no se manifestó para otorgarle su aprobación explícita, y una vez que Sirius consiguió suprimir sus peores temores, abrió una ventana y dejó que el sempiterno aroma a pino de la loción para afeitar que su tío Alphard utilizaba como fragancia personal se perdiera un poco en la fresca brisa que entró y sacudió las cortinas.

—Ah, tío... —Murmuró Sirius para sí empezado con un cajón al azar en su cómoda y husmeando en su interior—. Espero no encontrar nada aquí de lo que después me arrepienta.

Pero Sirius no dio con diarios, juguetes sexuales, drogas o nada que afectara la imagen intachable que tenía del tío Alphard. Entre sus camisetas dobladas de manera inmaculada, sólo encontró un recibo desdibujado por el tiempo y que no le decía nada, y en los calcetines, una cajetilla casi intacta a la que sólo le faltaba un cigarrillo y que no vio mal apropiarse.

—Prometo que los fumaré en tu honor, tío.

Sirius tomó nota que antes del final del verano tendrían él y Regulus que empacar las pertenencias personales de su tío y disponer de ellas de la mejor manera. Probablemente sería sólo él porque Regulus eludía bajo cualquier motivo el realizar trabajo físico, así que se trataría de una tarea de Sirius el buscar alguna asociación interesada en fina ropa de segunda mano y empacarla para realizar la donación.

De algún modo Sirius consiguió mantener el trazo de sus letras al escribir eso en una lista que esperaba le sirviera como recordatorio de los pendientes que tenía por cumplir antes del final del verano, pero entonces su vista se fijó en un par de fotografías que el tío Alphard había dispuesto ahí, y el pecho se le contrajo dolorosamente. Porque a un lado de una donde él era joven y salía rodeado de amigos igualmente en la flor de la vida y sin imaginar la vida que les esperaba, y otra más de él y quien sin lugar a dudas eran Ted y Andrómeda Tonks, además de una niña que era la imagen de ellos dos juntos, había una tercera tomada hacía no mucho atrás donde con la típica solemnidad Black su tío, Regulus y él conmemoraban las primeras vacaciones que habían pasado juntos en el Valle de Godric.

Sirius recordaba aquel día con asombrosa claridad, pues el temor de hospedarse con un familiar al que apenas conocían siempre había traído consigo la posibilidad de terminar tan mal como fue la relación entre ambos hermanos Black y Madre en sus últimos años, pero sorpresivamente habían sido sus mejores vacaciones, y el tío Alphard había pedido una fotografía para conmemorar el momento. Sin lugar a dudas creyendo que no volvería a repetirse, y por ello atesorándolo.

Pese a que era la última fotografía la que más emociones despertaba en él, Sirius cogió la segunda consigo y salió de la recámara cerrando la puerta detrás de sí con un clic apenas perceptible de la perilla, convencido de haber empezado su labor de limpieza con demasiado ímpetu y grandes aspiraciones cuando en realidad esa recámara debía de haber sido la última.

«Vale, he aprendido mi lección de mis errores», pensó Sirius, que con los ojos secos en extremo, decidió que podía olvidar su taza de té que había quedado en el escritorio y prepararse una nueva.

Repentinamente indispuesto para seguir con la limpieza, Sirius optó por sentarse en su porche con la taza de té en una mano y una fotografía en su regazo, y lo hizo a tiempo para ver a los Potter con Harry incluido pasar por el camino de ida al supermercado.

—Puedes acompañarnos si quieres, Sirius —ofreció Lily, pero Sirius consideró que desperdiciar una segunda taza de té sería una especie de sacrilegio para su sangre inglesa, así que desistió amablemente en esa ocasión y les deseó una buena tarde en la tienda.

Sirius los observó caminar hasta desaparecer en la distancia, y encontró que los Potter conformaban la perfecta estampa de lo que él había creído alguna vez desear en una familia: Un padre divertido pero cariñoso, una madre afectuosa pero respetable, y un crío que era maduro para sus años pero seguía disfrutando de su inocencia infantil. De si Sirius quería ser James o Lily eso lo descartó al instante porque su homosexualidad y vivir casi recluido en el clóset gracias a sus padres le había creado la noción de que formar una familia estaba vedado para él, y la posibilidad de colocarse en la posición de Harry le deprimía porque su hermano Regulus lo era todo para él, y la perspectiva de ser hijo único le agujereaba el alma con el contorno de éste.

De no haber tenido a Regulus en ciertas etapas de su vida, Sirius no se imaginaba cómo habría podido seguir adelante, y se prometió que más tarde le llamaría por teléfono y se pondrían al día, que incluso si la mayor parte eran pormenores de los negocios (Regulus) y cotilleos del Valle de Godric (Sirius), ambos sabrían apreciarlo.

—Hey, Sirius —dijo una voz de pronto que éste identificó como la de Teddy Lupin, que todas las tardes pasaba a saludar y a veces se quedaba unos minutos, a veces horas haciéndole compañía—. Por un segundo pensé que eras el señor Black.

Soy el señor Black, Teddy —bromeó Sirius con él manteniendo su expresión seria.

—Oh, pero ya sabes —dijo Teddy con mohína—. Al señor Alphard Black. Tienen un gran parecido, ¿sabes?

—No en balde era mi tío —respondió Sirius—, pero espera a que conozcas a mi hermano Regulus. De no ser porque hay fotografías de Madre embarazada, hasta creería la posibilidad de que Reggie sea un hijo bastardo del tío Alphard.

—¿Qué es bastardo?

—Es... —Sirius pasó de estar cómodamente recostado en su mecedora a sentarse con la espalda recta—. Nada importante. ¿Quieres pasar por té y galletas?

—Me encantaría.

Tras una vergüenza inicial de los primeros días en que ambos tanteaban los límites del otro y la formalidad del trato que era apropiada entre ellos, Sirius y Teddy habían acabado por hacer buenas migas. Literalmente gracias a las delicias horneadas que Remus seguía enviando, y de las que Sirius disfrutaba tanto encontrando en su porche por las mañanas.

—¿Puedes ayudar con el té? Yo pondré las galletas —dijo Sirius una vez que estuvieron en la cocina, y Teddy se movió con facilidad en el espacio, encontrando todo sin problemas porque ya pasaba tiempo suficiente en la casa como para tener el conocimiento y la confianza.

Para la ocasión buscó Sirius de unas tartaletas que Remus había hecho un par de días atrás y que estaban rellenas de fresas que alguien a un par de lotes de distancia le había obsequiado. De pasada le había hecho Teddy saber que la bolsa con diez piezas se vendía a buen precio entre los habitantes del Valle de Godric, y que Sirius obteniendo las suyas gratis era todo un detalle a tomar en cuenta.

Al final tuvieron el té y las galletas, y también deseos de disfrutar de la brisa fresca que corría en esa región, así que optaron por sentarse en los escalones que llevaban al jardín trasero y espiar desde ahí el atardecer que precedía el despertar de Remus.

De la conversación se encargó Teddy esa vez, hablándole a Sirius de la obra de teatro que su salón estaba preparando para el fin de curso y que por consideración especial hacia Remus sería proyectada como la última para darle oportunidad de asistir.

—La profesora McGonagall ha sido muy amable por ofrecer ella misma hacer que nuestra obra fuera la última del itinerario, pero... —Teddy jugueteó con la tartaleta que tenía entre los dedos, y un par de migajas salieron volando—. Todo mundo aquí sabe que papá está enfermo y tratan siempre de ser amables. Lo aprecio y todo, sólo que a veces me gustaría que no fuera necesario...

—Te entiendo —dijo Sirius, y Teddy le dedicó una mirada de escepticismo que él se apresuró a corregir—. En serio. Madre era famosa por sus ataques de ira cuando Reg y yo íbamos al colegio, y nuestras calificaciones tenían que ser excelentes o corríamos el riesgo de sufrir sus castigos. Realmente nunca le dimos motivo de azotarnos más de lo necesario, pero cada uno de nosotros tenía un fallo en nuestro boleto de calificaciones. A mí se me daba bien artes y no deportes, y a Reg le pasaba lo mismo a la inversa. Creo que después de varios reportes que entregamos firmados con las mejillas marcadas con sus dedos o los labios hinchados por sus bofetadas, nuestros profesores hablaron al respecto y decidieron ayudarnos. —Sirius suspiró—. Fui humillante para ambos, porque a mí me hicieron el encargado de llevar y traer el material en clase de deportes, y a Regulus le asignaron labores de limpieza, pero al menos nuestras calificaciones no bajaron y eso nos ayudó a mejorar la situación en casa.

Teddy escuchó con atención, leyendo entre líneas el testimonio de violencia que tanto había avergonzado a Sirius creciendo y que ahora no le hería como antes, no tanto al menos, ahora que Madre estaba alimentando a los gusanos y ya no podía machacarlos a él o a Regulus por los errores más nimios.

—Eso que tu mamá hacía contigo y con tu hermano no estaba bien, Sirius —dijo Teddy, que abordó el tema desde su perspectiva infantil—. Una de nuestras profesoras lo dijo el curso pasado, que el trabajo de nuestros padres era cuidarnos y educarnos, no... Eso.

—Eran otros tiempos, Teddy —dijo Sirius—, y Madre había sido criada de la misma manera.

—¿Todos los papás son así en Londres?

—No, pero los míos eran los peores. —Sirius estuvo a punto de agregar que se alegraba de tener a ambos de sus padres muertos, pero entonces esa se convertiría en una charla poco apropiada para un crío de la edad de Teddy, así que se contuvo—. No te preocupes. Eso está en el pasado.

—Y supongo que jamás serías así con tus hijos.

—Eso si algún día tengo hijos.

—Oh, ya veo. —Teddy asintió para sí—. Eres estéril. O gay.

Sirius se atragantó con su té, pero lo disimuló, y con cautela preguntó: —¿Qué te hace pensar eso?

—Lo vi en televisión. Papá dice que ser gay no significa que dos personas no puedan tener hijos juntos, y que la tía Marlene y la tía Dorcas son el mejor ejemplo porque juntas adoptaron a Zoe, pero las dos son estériles y gays, así que no sé cuál de las dos sea la razón.

Sirius hizo lo posible para no reír ante el peculiar entendimiento que tenía Teddy de aquellos asuntos de la vida, pero no tuvo intenciones de corregirlo, y en cambio sí curiosidad de saber más del Valle de Godric y de sus habitantes.

—Entonces tu tía Marlene y Dorcas... ¿Son lesbianas?

—Papá dice que la tía Marlene es bisexual como él pero que está harta de los hombres que sólo saben jugar con sus tetas y sus sentimientos, pero se han casado y planean que sea para siempre. Ojalá así sea —dijo Teddy con una sonrisa—. Serían igual que los directores del colegio, ¿sabes?

—¿Directores? —Repitió Sirius, pues encontraba más raro que el puesto fuera compartido antes que descubrir en el Valle de Godric más parejas que se salían de la norma.

—El profesor Dumbledore y el profesor Grindelwald. La abuela Andrómeda dice que están juntos desde siempre, juntos fundaron el colegio, y consideran a cada alumno que pasa por Hogwarts como una especie de hijo. Genial, ¿no?

—Eso parece.

Teddy pareció hesitar unos segundos con sus siguientes palabras, y Sirius le dio el tiempo para ordenar sus pensamientos.

—¿Sirius?

—¿Sí?

—¿Sabías que papá es bisexual?

—Sí, él me lo mencionó. Entiendes lo que significa, ¿verdad?

—Desde hace años. Él me lo explicó cuando mamá murió, pero no sé si eso significa que tendré una nueva mamá o un nuevo papá pronto... Nunca sale a citas, y su enfermedad es...

No es fácil para él.

Sirius lo había entendido así una vez que razonó las limitantes bajo las cuales Remus vivía, en donde el simple hecho de recluirse en su hogar de día y tratar de sobrellevar sus responsabilidades de padre soltero con Teddy reducían aún más el tiempo que tenía a su disposición.

En confidencia, Remus le había dejado saber a Sirius que seguido lamentaba la situación en la que se encontraba no por él, sino por Teddy, a quien tenía que entregar su cuidado a sus abuelos y también a los Potter porque él no podía solo con todo, pero que no se arrepentía jamás de tenerlo como hijo. Aquella muestra de amor incondicional había hecho sentir a Sirius que espiaba en una escena demasiado privada para un forastero recién llegado al Valle de Godric, pero ya que Remus se había sincerado de manera honesta con él y a su vez no había podido evitar confiarse en él para hablar de su vida, juntos habían conseguido establecer rápido un vínculo que todavía era demasiado prematuro para catalogar de alguna manera o poner nombre.

Habría querido Sirius que implicara el comienzo de una relación más profunda, pero ya que su tiempo en el Valle de Godric tenía fecha de caducidad y las circunstancias de Remus eran mucho más especiales de lo que se suponía a primera vista, de momento avanzaba con cautela.

—Me gustaría que papá fuera feliz —dijo Teddy, interrumpiendo los pensamientos de Sirius—. Feliz como el tío Prongs y la tía Lily. Y en verdad que no me importaría si fuera como el profesor Dumbledore o la tía Marlene, a cambio que papá tuviera a alguien además de a mí.

—Dale tiempo. El amor no acepta prisas —dijo Sirius, que aunque trillada la frase, le parecía adecuada para la situación, y Teddy fue de su misma opinión.

—Vale, pero que no se demore demasiado porque papá no tiene todo el tiempo del mundo, ¿sabes?

Y como presagio, sirvió.

 

A comienzos de su segunda semana en el Valle de Godric, Sirius asistió por primera vez a una de las cenas que los Potter ofrecían, y que tenía la peculiaridad de empezar realmente tarde. Al escuchar la hora la primera vez, había supuesto que se confundió con la pronunciación y que la cifra estaba mal, y su expresión de asombro encontró pronto una respuesta:

—Remus vendrá —dijo Lily—, y conforme se acerca el solsticio de verano es más difícil para él salir de casa. No nos queda de otra más que retrasar la cena por él.

—Supongo que el invierno debe tener sus ventajas para él —comentó Sirius para sí, y después aceptó la invitación—. Me encantaría venir.

Como invitado que se precie de volver, Sirius consultó con la señora Winky (la mujer iba un día sí y otro no a mantener limpia la casa y a surtir las despensas y el refrigerador) cuál era el mejor obsequio con el cual podía aparecerse y garantizar su éxito, y ella mencionó una tienda en el centro de la ciudad donde podría comprar una botella de vino decente. Así que Sirius acudió ahí y salió con una bolsa de compra tan grande que el camino de regreso lo hizo a paso lento y tomando varias pausas.

Al doblar en la calle que conducía a la casa del tío Alphard, se encontró a Teddy y a Harry jugando con un balón y dos imaginarias porterías, pero dejaron todo para correr a su encuentro y ofrecerse a ayudar con las bolsas de la compra.

Sirius sonrió para sí cuando los críos le acompañaron el resto del trayecto cargando consigo cada uno una pesada bolsa y sin resoplar por el esfuerzo. La amabilidad con la que se había encontrado en su corta estancia en el Valle de Godric le hacía sentirse mucho más bienvenido de lo que Londres había hecho por él en una vida, y al llegar a casa les ofreció a los niños un refresco por el favor.

—Ah, parece que va a llover de vuelta —comentó Harry al estar parado cerca de la puerta de la cocina y observar el sempiterno cielo nublado arremolinarse con nubes de lluvia—. Es una lástima. Mamá no querrá llevarme a la piscina.

—¿Hay una piscina aquí? —Preguntó Sirius, a quien no le importaría pagar una suscripción y pasarse por ahí.

—En el centro que está cerca de la biblioteca —respondió Teddy—. Pero la tía Lily detesta manejar en la lluvia, y el tío Prongs, erm, no es muy bueno. Por sus lentes.

—Papá maneja terrible —suplió Harry con la verdad—, por eso mamá se lo prohíbe cuando no es necesario. Después de su tercer guardafangos arruinado en un año lo obligó a vender su auto y a moverse en bicicleta por la ciudad.

—Tal vez podríamos ir los tres después —ofreció Sirius—. No me importaría echar unas brazadas por el largo de la piscina.

—Eso sería genial —dijo Harry, cuya expresión había cambiado de un ceño fruncido a una sonrisa—. Oh, creo que mamá me llama.

En efecto, en la distancia podía escucharse a Lily llamar a Harry, y éste asomó la cabeza y gritó de vuelta que estaba con Sirius, y que ya iba.

—Debo marcharme también —dijo Teddy, que agradeció el refresco y prometió pasar más tarde porque Sirius había prometido auxiliarle con un examen de matemáticas y en verdad necesitaba la ayuda.

Sirius se ocupó las siguientes horas guardando las compras y después leyendo en el sofá con una manta echada a los pies, y no tardó en quedarse dormido. En algún punto el clima se tornó ventoso y la lluvia comenzó a caer con presteza, y al despertar Sirius de improviso porque el viento azotó una de las puertas de malla se encontró a Teddy estudiando por su cuenta y sentado en el piso frente a la mesita que estaba a su lado.

—Hey, Teddy —lo saludó con voz pastosa por el sueño—. ¿Hace mucho que estás aquí?

—Casi una hora —respondió el crío—. No quise despertarte.

—¿Y cómo va todo con las fracciones?

—Más o menos —admitió el niño—. Estoy teniendo problemas con las sumas y restas que tienen distintos denominadores...

—Vale... —Sirius hizo a un lado su libro que había quedado abierto su pecho y se sentó—. Deja me lavo la cara y estaré contigo para repasar eso.

Sirius pasó por el sanitario, y a su vuelta Teddy ya había puesto dos tazas con té y estaba esperando a que la tetera hirviera en la estufa.

No en balde se le había pasado a Sirius la manera en que Teddy se desenvolvía con absoluta independencia en cualquier entorno. Suponía él, era lo lógico con un padre que dormía gran parte del día y sólo podía atender sus necesidades más inmediatas, por lo que tenía que confiar en que Teddy hiciera el resto por su cuenta. Sirius admiraba entonces la desenvoltura que Teddy había demostrado para preparase comidas sencillas y mantener el orden en sus pertenencias y con los horarios que Remus había establecido para él, donde no lo confinaba a la casa cerca de su supervisión, y a cambio le otorgaba tareas como hacer ciertas compras o encargarse de las facturas. El Valle de Godric tenía la ventaja de ser una ciudad pequeña donde la mayoría de sus habitantes se conocían entre sí y se echaban la mano, por lo que Teddy no estaba solo, y el resto se sentía moralmente responsable de velar por él en ausencia de Remus.

Sirius incluido, que se había encariñado sobremanera con el niño. Con Harry también, que podía ser energético y tener una mente despierta, pero Teddy le despertaba un afecto diferente, pues era hijo de Remus y Remus era para él una persona que capturaba su atención. Y también sus pensamientos... Pero Sirius no quería adentrarse en los terrenos pantanosos de su interior, así que apenas recibió su taza de té de Teddy se sentó con éste en el piso para resolver con él sus ejercicios.

La lluvia que primero estuvo como ruido de fondo pronto pasó a convertirse en una tormenta de verano en toda regla, y al terminar con los ejercicios y haber resuelto Teddy otras fracciones que Sirius le dio como repaso el clima era lo bastante malo como pensar siquiera salir al exterior.

Sirius consultó la hora en su reloj y después le indicó a Teddy llamar a casa por si acaso Remus se preguntaba del paradero de su hijo.

—Papá... Sí, con Sirius... No, me ayudó con mi tarea de fracciones. Lo sé... Mañana tengo examen... Ajá... ¿En serio? Ok, yo le diré.

Después de finalizar la llamada, Teddy se giró hacia Sirius y le preguntó si no sería inconveniente tenerlo ahí al menos mientras amainaba la lluvia.

—Papá no quiere que me moje por si acaso me enfermo, pero si es una molestia...

—No es una molestia, Teddy —dijo Sirius—, pero tengo la impresión de que esta lluvia no va a bajar.

Y en efecto, dos horas después y seguían en las mismas. Ya más relajado de su examen, Teddy aceptó de Sirius la oferta de jugar un par de partidas de ajedrez para matar el tiempo, y perdió cada una con madurez, analizando con el adulto después las causas de su derrota.

Después fue hora de la cena, y Sirius improvisó platillo sencillo que consistió en avena con fruta que comieron cerca de la calefacción porque la temperatura había bajado drásticamente y sus cuerpos lo resentían.

—No parece verano —dijo Sirius, pues en Londres también llovía pero no con esa intensidad, y al menos para esa altura del año ya podría llevar manga corta en casa. Aquí eso era imposible.

—Aquí nunca parece verano, ni siquiera en verano —se quejó Teddy.

Sirius abrió la boca para responder, cuando unos golpes en su puerta delantera lo alertaron. Con un presentimiento que resultó ser cierto cuando se apresuró a abrir, se encontró con Remus vestido con un chubasquero que incluso con gorra y sombrilla, no había servido de nada para evitar que apareciera frente a él con aspecto de rata ahogada.

—Por Diox, Remus, ¡pasa! —Le instó Sirius halándolo por el brazo, y Remus se mostró renuente por ir chorreando agua.

—¿Papá? —Apareció Teddy.

—Estaba preocupado —fue la respuesta de Remus, que no había puesto resistencia a la presteza con la que Sirius le ayudó a desvestirse de sus empapadas prendas exteriores.

Debajo del chubasquero Remus llevaba la ropa mojada, y al sacar los pies de sus botas de caucho demostró haber caminado la distancia entre ambas casas en constante chapoteo. Sus calcetines dejaron marcas de agua en la madera de la entrada, y Sirius chasqueó la lengua.

—Tendré que prestarte algo de ropa.

—No importa —dijo Remus—, se mojará de vuelta. He venido por Teddy y-...

Su oración quedó interrumpida por el estallido de luz y sonido que delató la cercanía de un rayo, y todos ellos se estremecieron cuando la habitación de pronto quedó a oscuras.

Teddy se abrazó de Sirius por ser quien estaba más cerca, y éste le rodeó con un brazo por los hombros. —Ese rayo ha caído en verdad cerca.

—Espero no haya estallado ningún transformador —dijo Remus, que de pronto no parecía tan seguro de volver a salir a la lluvia exponiendo a su hijo a los elementos—. Sirius, ¿crees que Teddy y yo...?

—Tienen que quedarse —respondió éste—. Hay espacio de sobra, y ya nos las apañaremos con la calefacción.

Remus pareció dubitativo de aceptar, pero un segundo trueno puso fin a sus argumentos.

—Está bien —dijo con nerviosismo—. Gracias por aceptarnos aquí.

Y en boca de Sirius, fue difícil no corresponderle las gracias de contar con su compañía.

 

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Notas finales:

Y empieza a haber interés de Sirius por Remus~ Eso sin contar que con Teddy en casa se está haciendo el segundo papá sin siquiera esforzarse, ¿eh? ;D


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