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El Príncipe y el Dragón por Lumeriel

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Vivir con la Bestia resultó menos incómodo de lo que el joven elfo esperaba. El dragón casi nunca se encontraba en la cueva, excepto cuando venía a traerle ‘obsequios’ a su prisionero.  A los tesoros acumulados en la cueva, de los cuales Nolofinwë podía disponer, la Bestia sumó sets completos de joyas, túnicas de suave elegancia, vinos costosos, libros, perfumes exóticos, aceites aromáticos para el cuerpo… Después de que al tercer día de recibir frutas como alimento, el elfo se quejara de que no era un conejo, la Bestia se aseguró de traerle también carne y dulces que Nolofinwë se preguntara cómo obtenía.

En las semanas siguientes a su llegada, la Bestia no volvió a acercarse al príncipe con intenciones sexuales. El joven llegó a suponer que como la mayoría de los animales, el dragón pasaba por períodos de celo, así que quizás no tendría que preocuparse por ‘esas cuestiones’ durante un tiempo. Solo quedaba definir cada cuánto tiempo ocurriría ese celo.

Entre otras cosas, Nolofinwë tenía libertad para explorar las cavernas adyacentes y salir al bosque circundante. Lo único que no había recibido como obsequio eran armas así que cazar estaba fuera de su plan de actividades; pero dar caminatas, explorar, bañarse en las pocetas interiores, escalar… podía distraerse de ese modo.

A mediados de la tercera semana de hallarse viviendo en la cueva, Nolofinwë descubrió un túnel distinto a los que antes recorriera. A diferencia de las galerías naturales, este parecía haber sido hecho por elfos. Un revestimiento de adobe cubría las paredes y el trazado era demasiado uniforme, evidentemente pensado para facilitar el desplazamiento de un elfo de buena estatura sin tener que encorvarse en ningún tramo. El corredor doblaba varias veces, probablemente evadiendo formaciones rocosas o bolsas de agua. Nolofinwë tardó casi un día entero en recorrerlo del todo, encontrándose ante una puerta de madera con refuerzos de hierro.

Una cerradura herrumbrosa cerraba la puerta y el joven valoró la posibilidad de que ese túnel en específico conectara con los sótanos de la fortaleza de Formenos. La curiosidad caló en su corazón: ¿habría sido allí donde el dragón mantuviera a Fëanáro todos esos años? Nolofinwë intentó mover el cerrojo sin éxito. Detrás de aquella puerta podían ocultarse numerosos secretos; pero el más importante era la verdad acerca de la prisión de su medio hermano y por qué la Bestia lo retuviera durante tanto tiempo. Tal vez también podría entender por qué él fuera el elegido para sustituir a Fëanáro.

Nolofinwë sabía que estaba dejando volar su imaginación: quizás el dragón nunca usara a Fëanáro como lo usaba a él. Sin embargo, después de ver a su hermano, al joven elfo no se le ocurría otro motivo por el cual una criatura capaz de experimentar el deseo carnal retendría a semejante macho. Y, ya que lo pensaba, ¿por qué la Bestia nunca secuestrara hembras para satisfacer sus necesidades? ¿O si lo había hecho, pero se mantenía en secreto?

Como quiera que fuera, Nolofinwë decidió volver más tarde con algo que pudiera usar como herramienta para abrir la puerta.

De regreso en la cueva, el joven comprobó que, una vez más, su compañero no se encontraba a la vista por lo que rebuscó entre los numerosos objetos esperando encontrar uno que le permitiera forzar la puerta. Por desgracia, las joyas obsequiadas por el dragón eran demasiado delicadas y cargar con una roca para golpear el mecanismo no parecía la mejor de las ideas. Nolofinwë decidió que lo mejor sería esperar a su visita al palacio para traer herramientas. Con ese pensamiento, el joven se acomodó en el lecho compuesto por varias piezas de seda y terciopelo y se sumió en el sueño.

 

Un movimiento a su espalda despertó al príncipe, haciéndolo tensarse. Por la esquina del ojo vio a la criatura incorporarse y frunció el ceño al percibir la transformación. Lo que se movía a su lado era similar a un elfo. Las garras habían casi desaparecido y su cuerpo era casi humano, todavía cubierto por las escamas negras. También su cabeza era la de un elfo; pero coronada por los cuernos mayores.

La bestia se incorporó para inclinarse sobre Nolofinwë y rodeándole la cintura con un brazo, presionó la boca entreabierta en su hombro desde atrás.

-          No… - intentó resistirse el elfo.

“Ssshhh…” ronroneó el dragón, deslizando una uña por el borde del cuello de la túnica. “Esta vez será diferente.”

Nolofinwë intentó luchar; pero el dragón seguía siendo más fuerte y pronto lo dominó lo suficiente como para desvestirlo, desgarrando las ropas cuando no cedían.

El cerebro del joven dejó de funcionar cuando una de las manos del monstruo bajó desde su pecho a su vientre en una caricia posesiva antes de cerrarse en torno a su sexo. El elfo forcejeó por liberarse; pero el otro brazo de la bestia se apretó en torno a su torso, inmovilizándole mientras empezaba a trabajar su verga dormida. Las rudas caricias provocaron que la carne se endureciera, ayudadas por la lengua que exploraba las puntiagudas orejas del joven, desatando estremecimientos de asombro y curiosidad.

Nolofinwë se agitó desesperadamente entre los brazos de la criatura, echando la cabeza atrás cuando el pulgar del otro macho presionó en la punta de su eje, jugando con las perlas líquidas que brotaban generosamente. Mordiéndose el labio inferior, el joven buscó más fricción, cazando el éxtasis que se agolpaba en sus testículos sin estallar.

“Aún no”, rugió la bestia. “Así no.”

Nolofinwë protestó cuando las manos del dragón lo abandonaron, manejándolo como un muñeco para recostarlo en la alfombra. Un instante después, la bestia estaba sobre él, tomándole una rodilla para que flexionara la pierna contra el pecho, exponiendo la entrada.

Aunque el miembro del monstruo había disminuido de talla junto a su cuerpo, todavía Nolofinwë se arqueó de dolor cuando lo penetró de una sola estocada. Se quedaron en esa posición: el monstruo sosteniendo el cuerpo arqueado hacia atrás de Nolofinwë, mientras se regodeaba en la cálida presión en torno a su virilidad. Nolofinwë abrió y cerró los puños por encima de la cabeza, buscando a qué aferrarse.

“Tan caliente”, gruñó la bestia en su mente. “Tan apretado, pequeño. Todos estos años…  sin poderte tocar…”

Nolofinwë apenas le escuchaba, perdido entre el dolor que destrozaba sus entrañas y las pulsaciones de placer contra su centro.

Cual si no pudiese resistirlo más, la bestia se inclinó hasta apoyar la frente en la del elfo y muy despacio, ondeó las caderas, impulsándose dentro, buscando más.

“Tan hermoso”, declaró de nuevo la criatura mientras rugía. “Hecho para mí… todo para mí, Nolvo…”

 

Nolofinwë gimió a toda voz, moviéndose para encontrar las embestidas que apuñalaban su próstata. Valar! Esto era una tortura, una tortura exquisita que le estaba quemando el cerebro, la piel, el alma.

 

-          Más… - suplicó con voz desgarrada, doblándose más hacia atrás, moviendo la cabeza de un lado a otro -. Por favor… más…

“Todo lo que quieras”, prometió la bestia al tiempo que apresaba las muñecas del príncipe con una de sus garras en tanto con la otra le sostenía de una cadera para arreciar las estocadas.

Nolofinwë maldijo con voz rota, azotado por la fuerza de la posesión. Un resto de conciencia le advirtió que corría el riesgo de romperse si continuaba con esto; pero cualquier raciocinio se diluyó en la oleada de calor que dejó su cuerpo, derramándose sobre su propio vientre.

El dragón aulló.

“Así, mi amor. Eres tan hermoso cuando te corres…”

Y cual si la visión fuera demasiado, unas pocas embestidas más bastaron para que su semilla llenara el cuerpo del príncipe.

 

Nolofinwë despertó sintiendo las caricias de los labios tersos en su sien. Antes de ser consciente de sus acciones, se arrimó al musculoso cuerpo. De inmediato, un brazo rodeó su cintura y los labios descendieron hasta debajo de su oreja para besar y dejar paso a la lengua rasposa. Fue en ese momento que Nolofinwë cayó en cuenta de lo que ocurría y, liberándose del abrazo, gateó fuera de las mantas antes de voltearse.

La criatura en el lecho era una insólita combinación de elfo y reptil. Su cuerpo seguía cubierto por  escamas negras y brillantes, dando la impresión de que todo él estaba hecho de azabache. Una melena oscura descendía hasta media espalda y los cuernos retorcidos se elevaban encima de la cabeza. Manos y pies terminaban en garras también negras. El único parche de piel humana se encontraba ubicado debajo de la garganta, justo sobre el esternón y en medio de este, se hallaba una piedra oval, oscura.

La atención de Nolofinwë fue de la gema – que parecía pegada a la carne del ser – a los ojos de plata batida, que le observaban con expectación.

-          ¿Qué hiciste? – demandó el príncipe.

¿Te gusta?

-          Es… raro -, confesó Nolofinwë -. ¿Cómo…? ¿Esa es una gema…? Se parece a las piedras que guardas en la caja.

Observador, ronroneó el dragón. Es una de las cosas que más amo de ti.

Nolofinwë se percató de que la conversación de la Bestia era mucho más coherente en esta forma y sin dejar de observarlo, receloso, tomó asiento en el borde de las mantas.

-          ¿Puedes asumir forma… élfica del todo?

El dragón inclinó la cabeza sobre un hombro, cual si analizara su pregunta.

No bastará con una gema.

-          ¿Lo intentarías? – volvió a inquirir.

No hoy. Los ojos de la Bestia se iluminaron, traviesos. Ven aquí. Me he contenido por muchos días… años.

En lugar de obedecerle, Nolofinwë se echó hacia atrás, observándolo con sarcasmo.

-          No me digas que te mantuviste célibe mientras aguardabas tu oportunidad conmigo.

La afirmación drenó el color del rostro del joven elfo, quien no reaccionó cuando el dragón atrapó su antebrazo y tiró de él hacia su cuerpo. Cuando Nolofinwë vino a darse cuenta, ya se encontraba tendido entre las sedas, cubierto por el cuerpo hambriento de la Bestia y siendo besado hasta que le faltó el aliento.


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