Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

El Príncipe y el Dragón por Lumeriel

[Reviews - 0]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Nolofinwë se agitó en el asiento.

Había arribado a Tirion esa misma jornada y apenas tuvo tiempo de saludar a su madre cuando un lacayo les anunció que el Alto Rey esperaba que su familia se le uniera en el teatro en la segunda hora de Telperion. Nolofinwë había intentado excusarse alegando el largo viaje que realizara; pero Indis había sido inflexible: la gente empezaba a hablar. La mudanza de Nolofinwë fuera de Tirion y los constantes viajes de Fëanáro habían iniciado rumores de que algo marchaba mal con la familia real.

Ya el regreso de ‘entre los muertos’ de Fëanáro había causado suficiente revuelo para un año. El hecho de que Nolofinwë abandonara la ciudad casi inmediatamente después había suscitado la creencia de que el joven estaba furioso por la pérdida de sus privilegios como heredero – siendo duramente criticado. Sin embargo, el escaso interés que Fëanáro mostrara hasta el momento por los asuntos de estado había generado dudas en los súbditos: quizás Finwë se había apresurado en restituir al hijo de Míriel como futuro rey.

Indis insistió en que los noldor necesitaban saber que no existían desavenencias en la familia real – Nolofinwë sospechaba que también deseaba callar a unos cuantos intrigantes. Como quiera que fuese, el joven acabó teniendo que elegir un atuendo adecuado para presentarse en el teatro con toda la solemnidad correspondiente a un príncipe noldorin.

Arafinwë había escapado a la invitación por hallarse en Alqualondë, cumplimentando una invitación del Rey Olwë y su hija. No obstante, en el momento de salir el carruaje real, Fëanáro había arribado al palacio. Finwë insistió para que su hijo mayor les acompañara y el príncipe heredero accedió a unírseles en cuanto se bañara y cambiara de ropa.

Nolofinwë echó un vistazo a la espalda erguida de su madre, con fastidio: el primer acto terminaba y Fëanáro no llegaba aún. Igual él podía haberse quedado durmiendo.

Realmente el joven estaba agotado. Había viajado por dos días y en las semanas anteriores, su estancia en la caverna había sido de todo menos monótona, recordó con un estremecimiento interior.

Después de su misteriosa visita en forma élfica, la Bestia había desaparecido por tres días. Al cuarto había regresado en su forma original, comportándose como un gato que sabe que ha hecho algo bueno: todo ronroneos y ojos entornados pidiendo atención. Esa jornada, Nolofinwë se quedó dormido abrazado al dragón; pero al despertar, no pudo encontrarlo por ningún lugar. En las Horas Plateadas despertó nuevamente con los ojos vendados y la excitación se construyó rápidamente en su interior. En esta forma, la Bestia parecía incluso más insaciable y el joven elfo todavía flotaba en la neblina post-orgasmo cuando ya su amante volvía por más, explorando cada rincón de su cuerpo con manos y boca. La víspera del viaje a Tirion, el dragón había sido menos entusiasta, asegurando en la mente del príncipe que si dejándolo sin fuerzas impidiera su partida, no dudaría hacerle el amor unas cinco veces.

Hacer el amor. Nolofinwë saboreó la expresión en su mente, con cierta incomodidad. Naturalmente, era imposible que él ‘amara’ al dragón: no había elegido ese destino y a pesar de que disfrutaba del sexo, nunca se había sentido interesado en compañeros de su mismo sexo. Hasta ahora. Sin embargo, incluso consciente de que era imposible que existiera algo como ‘amor’ entre ellos, el hecho de que la parte más consciente de la Bestia empleara esas expresiones ponía… cierta calidez en el pecho del joven.

Hacer el amor. Sin duda, cuando sus cuerpos y sus bocas se unían, una tormenta de deseo y voluptuosidad entre ellos, la única forma de describirlo en la lengua de los elfos era ‘hacer el amor’.

 

-          Pensé que estarías demasiado cansado para venir esta noche.

Nolofinwë pestañeó dos veces. Despacio, volteó el rostro para encontrar el perfil de Fëanáro, quien ocupaba la silla a su derecha. Por un segundo, el hijo de Indis casi buscó a una tercera persona junto a ellos; pero el destello de los ojos plateados de su hermano le confirmó que le observaba de reojo.

-          Mi madre insistió en que viniera -, respondió en un susurro. – Pensé que tú habías cambiado de opinión.

-          No esperaba verte tan pronto otra vez.

Nolofinwë frunció ligeramente el ceño. ¿Tan pronto? Había transcurrido más de un mes desde su visita anterior. ¿Acaso Fëanáro no esperaba que volviera a Tirion nunca más?

-          Una vez al mes no me parece…

-          He estado trabajando en algo -, informó Fëanáro, casi con entusiasmo -. Para ti. Te lo mostraré cuando regresemos al palacio.

-          Mejor mañana, hermano. Cuando regrese solo quiero dormir. Estuve viajando por dos días y…

-          El viaje es mucho más rápido volando.

-          ¿Qué? – balbuceó Nolofinwë.

Fëanáro mantuvo la mirada fija en el escenario, cual si la obra captara toda su atención.

Nolofinwë dudó de haber comprendido la sugerencia. De repente, una idea cruzó su mente.

-          Te trajo volando, ¿cierto? – dijo entre dientes -. Cuando te liberó… cuando te devolvió a padre, él… te trajo volando.

Tampoco ahora Fëanáro respondió. Parecía realmente interesado en lo que ocurría en el escenario y Nolofinwë tuvo el impulso de sacudirlo por un hombro; pero prefirió volver su atención a los actores.

No conocía la obra, comprendió al escuchar los parlamentos. En ese momento, un joven ataviado con pieles y encadenado, recitaba con tono apesadumbrado:

“Yo sueño que estoy aquí /    de estas prisiones cargado, /     y soñé que en otro estado /             más lisonjero me vi. /      ¿Qué es la vida?  Un frenesí. /             ¿Qué es la vida?  Una ilusión, /            una sombra, una ficción, /            y el mayor bien es pequeño; /            que toda la vida es sueño, /            y los sueños, sueños son.”[1]

 

En cuanto el actor concluyó su diálogo, cayó el telón, anunciando el fin del acto. Varios sirvientes entraron en el palco portando refrescos y Nolofinwë hizo ademán de ponerse en pie para salir un momento.

-          Sí vine volando.

Otra vez el joven dudó de haber escuchado correctamente. Un estremecimiento recorrió su piel y bajó la vista, desconcertado.

La mano de Fëanáro descansaba suavemente sobre su antebrazo. Casi con cautela, el príncipe heredero apartó la manga de la túnica azul marino para desnudar la muñeca rodeada por el brazalete de plata repujada, adornada por zafiros ovales.

-          Es… una pieza hermosa, ¿no crees? -, comentó mientras dibujaba uno de los trazos en el metal con un dedo -. ¿Te gusta? – Y antes de que pudiera responder -. Fue hecha para ti.

-          Eso me aseguraron -, respondió Nolofinwë, receloso.

Fëanáro deslizó la yema del dedo índice por el zafiro más grande.

-          No te hacen justicia. Estas piedras… no se comparan con tus ojos. ¿Has visto…? ¿Has visto el oro galáctico? – Como Nolofinwë guardara silencio,  confundido, Fëanáro continuó, sin dejar de tocar la joya -. Es una variedad de jade negro que muestra…

-          Sé lo que es el oro galáctico -, le interrumpió el menor, impaciente -. Lo he visto. He explorado suficientes cuevas y minas en mi vida.

-          Cierto -, mediosonrió Fëanáro, echándole un vistazo travieso.

Nolofinwë sintió la respiración atascarse en su garganta. Sin duda alguna, el hijo de Míriel era una criatura hermosa; pero hasta ese momento, Nolofinwë no le había visto sonreír… y ahora pensó que no quisiera ver otra cosa en la vida.

-          El oro galáctico no tiene nada que ver con mis ojos -, consiguió decir, sustrayéndose a la súbita emoción que encharcara su estómago de calor.

-          No, por supuesto -, sonrió de nuevo el mayor y su mano se movió hasta sostener la del joven blandamente -. Pero podría crear una gema similar… azul con incrustaciones de plata… Como tus ojos.

-          Te harías famoso si consigues algo así. Más famoso. Y ganarías mucho…

-          Sería tuya.

Nolofinwë se encontró mirando fijamente en los ojos plateados, vivos. Era increíble que un color tan frío como el plateado fuera cálido en los ojos de Fëanáro. Más que cálido. Ardiente. Fuego vivo. Un volcán de plata. ¿Existía una gema que pudiera compararse?

-          Solo tuya -, insistió Fëanáro -. Y mía.

Un rastro de fuego recorrió el tórax del joven.

-          Ven mañana a mi taller -, pidió el mayor -. Duerme hoy. Pero ven mañana temprano. Te estaré esperando.

Nolofinwë asintió con un gesto y al bajar la vista, contempló inmóvil su mano sostenida por la de su medio hermano. Por algún motivo, eso le pareció… incorrecto.



[1] La vida es sueño, Calderón de la Barca.


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).