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El Príncipe y el Dragón por Lumeriel

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El dragón no cambió de forma ni ese día ni los siguientes. Se mantuvo en la caverna, durmiendo cerca del joven y limitando el contacto a topeteos o delicados lametones en manos y rostro. Solo al quinto día, la Bestia se acercó a Nolofinwë mientras este comía y suavemente, le lamió la comisura de la boca, demorándose en los labios.

Nolofinwë entreabrió la boca y el dragón deslizó la punta de la lengua, casi con timidez.

No habían hecho esto jamás estando la Bestia en su forma original. Nolofinwë se sintió raro dejando que la lengua bífida explorara el interior de su boca y envolviera su propia lengua en un juego sinuoso.

El apéndice era demasiado grande y grueso para que el joven no sintiese que su mandíbula empezaba a cansarse cuando llevaba un rato manteniéndola en posición. Emitió un ruido de protesta cuando el dragón empujó la lengua demasiado profundo, tocando su garganta. De inmediato la Bestia retrocedió, estudiándolo con algo cercano a la preocupación en los almendrados ojos plateados.

-          Estoy bien -, declaró Nolofinwë después de carraspear para aclararse la voz -. Solo es… raro. E incómodo cuando empujas en… mi garganta.

Disfrutas mi lengua en tu cuerpo

Nolofinwë se ruborizó.

-          Eso fue… innecesario -, comentó, incómodo -. Si tanto me deseas, ¿por qué no cambias? Incluso con una sola piedra, en tu forma semiélfica, podemos…

Demasiado pronto

-          ¿Pronto? – frunció el ceño el joven -. Han pasado casi tres semanas desde que tuvimos sexo por última vez!

Impaciente, señaló el dragón con un ronroneo travieso, regresando a su lado para apoyarle la cabeza en el regazo.

-          ¡No! – negó Nolofinwë, enérgicamente -. Lo que quiero decir es que han transcurrido casi tres semanas desde que cambiaste de forma. ¿Cómo puede ser ‘demasiado pronto’?

La Bestia no se movió. Su respiración cálida empezó a calentar el abdomen del elfo, a través de las ropas. El calor se extendió por la piel del joven, que solo en ese momento se percató de que su sexo se encontraba medio duro, sin dudas a consecuencia de los juegos previos de la lengua del dragón.

Cual si hubiese percibido su incomodidad, la Bestia ladeó la cabeza y lo observó por la esquina del ojo izquierdo.

Puedo dar placer a ti

-          ¿Qué? – se sorprendió el joven.

Mi lengua Tú disfrutas

Nolofinwë demoró al menos un minuto completo en comprender lo que el dragón sugería.

-          ¡No! – exclamó, casi empujando la cabeza de la criatura fuera de sus muslos -. ¡No quiero! ¡No quiero placer ninguno! ¡No estoy pidiendo…!

Me contengo Yo contengo deseos Por ti

El joven quedó en silencio, contemplando la expresión casi apenada del dragón. La Bestia quería asegurarle que no le haría daño y aunque Nolofinwë no estaba seguro de poder confiar plenamente en sus buenas intenciones, agradeció el intento. Fue por eso que controló su ánimo y con voz calmada, explicó:

-          No estoy preguntando porque desee tener sexo. Tengo curiosidad. Quiero entender.

El dragón alzó la cabeza y se retiró, sentándose en los cuartos traseros. Lo estudió durante un momento y finalmente la voz grave entró nuevamente en la mente del joven.

¿No quieres sexo?

Nolofinwë vaciló. El dragón parecía ofendido y preocupado por su negativa a tener algún tipo de liberación.

-          No es… imprescindible ahora mismo. Puedo esperar…

¿Hay alguien? ¿Ves a alguien? Cuando visitas la ciudad, ¿te encuentras con alguien? ¿La sacerdotisa? ¿Tu prometida? ¿El joven ingeniero?

El tono del dragón era ahora exigente y tenso, sus frases más coherentes. Nolofinwë volvió a tomar nota en su mente de ese detalle. Luego se preguntó cómo demonios sabía la Bestia acerca de Lindorië: ¡él no la había mencionado nunca! ¿Acaso el dragón conocía cada secreto suyo?

-          No -, negó con calma, encogiéndose de hombros -. No veo a nadie de esa forma. Ese no es el motivo por el que me estoy negando ahora. Primero, no confío en que seas capaz de contenerte si te dejo hacer lo que sugeriste. Segundo, quiero entender cómo funcionan esas gemas. Al menos dos veces las usaste para sanarme y es gracias a ellas que puedes cambiar de forma; pero no sé mucho más. Nunca escuché de piedras similares: ni siquiera entre los No Engendrados y empiezo a cuestionarme las consecuencias de su uso. Me dijiste que no podías usarlas todavía. ¿Qué ocurre? ¿Necesitan recargar su poder? ¿O te hace daño emplearlas de ese modo?

El dragón lo observó durante unos segundos antes de pasearse lejos de él, agitando la cola a su espalda como un gato nervioso.

Curiosidad. Fue curiosidad lo que me llevó a tu cuna hace años.

Nolofinwë se sorprendió por la confesión.

-          ¿Curiosidad? – repitió el joven.

Quería saber… verte. Quería… entender. Y encontré más. Mucho más de lo que buscaba. Cuidado con lo preguntas, mi tesoro: podrían no gustarte las respuestas.

Y sin más, saltó abriendo las alas para desaparecer en uno de los agujeros elevados.

Nolofinwë frunció el ceño; preguntándose si la Bestia había pretendido amenazarle con esas últimas palabras.

 

…………………………………..

 

Después de la extraña conversación, la Bestia se abstuvo de hacer insinuaciones sexuales.

Nolofinwë dedicó la mayor parte de su tiempo a trabajar en los planos que Fëanáro empezara, añadiendo detalles y tomando notas en un cuaderno que trajera de Tirion. Absorto en el trabajo incluso olvidó sus intenciones de explorar tras la puerta que daba a la fortaleza. Por un lado, le emocionaba la idea de compartir el proyecto con Rauko, sabiendo que aquello por lo que ambos habían luchado durante años por fin se haría realidad. Aunque solo Rauko tuviera la posibilidad de participar en la construcción del acueducto.

-          Bueno, al menos veré cómo marcha cuando vaya de visita -, suspiró el joven.

Sin embargo, ese pensamiento le hizo reflexionar acerca del futuro. ¿Por cuánto tiempo pensaba retenerle el dragón? Ciertamente, no habían negociado un fin a su estancia en la cueva y tomando en cuenta que la Bestia le consideraba su alma gemela… pues, ya podía irse preparando para compartir la eternidad con el dragón, ¿no? No habría para él posibilidad de hallar una esposa, de tener hijos… Pensó en las preguntas del dragón cuando se enojó – acerca de si veía a alguien en Tirion. ¿Qué ocurriría si en uno de sus viajes a la ciudad, Nolofinwë conocía a una hembra que cautivara su corazón? ¿Qué ocurriría si volvía a caer en los brazos de Lindorië? ¿Qué pasaría si encontraba otro elfo que despertara su deseo?

A su mente acudió el recuerdo de las manos de Fëanáro sosteniendo las suyas, tocando su rostro, acercándose peligrosamente a sus labios…

-          Mierda -, maldijo entre dientes, cerrando los ojos.

Durante semanas se había obligado a no pensar en su hermano y las sensaciones que despertaba en su cuerpo. Estaba seguro de que Fëanáro ni siquiera era consciente de lo que provocaba con su cercanía y Nolofinwë estaba horrorizado de sí mismo: ¡no solo estaba descubriendo que realmente le atraían los hombres; sino que era un pervertido! Porque, ¡le gustaba Fëanáro! ¡Su propio hermano! Le gustaba la forma en que su voz era casi íntima, posesiva. Le gustaba el roce cálido de sus dedos, la mirada penetrante de esos ojos de plata viva. Le gustaba que entre todos sus familiares, Fëanáro lo hubiese elegido a él para ser posesivo y cuidadoso. Le gustaba…

Dejó la pluma y se cubrió el rostro con ambas manos, ahogando un grito de impotencia.

Cuando dejó caer las manos en su regazo, se encontró con la mirada intrigada del dragón. En su forma medio élfica.

Nolofinwë soltó una risa de alivio.


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