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El Príncipe y el Dragón por Lumeriel

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Nolofinwë leyó la sorpresa en las facciones de la Bestia cuando se incorporó y pasando de un salto por encima de los documentos en el suelo, casi se arrojó sobre él.

El dragón apenas tuvo oportunidad de atrapar al joven elfo, poniéndole las manos en la cintura para sostenerle, antes de que Nolofinwë le rodeara el cuello con los brazos y lo besara desesperadamente. Un quedo gruñido brotó de la garganta del dragón, quien se limitó a mover la cabeza para facilitar los movimientos ansiosos con que su boca era invadida.

El príncipe echó la cabeza atrás, tomando aire con fuerza y observó a su compañero, casi temeroso de haber sido demasiado entusiasta. El dragón seguía sin moverse, sosteniéndolo a medias en su regazo, los ojos plateados recorriendo intrigados el rostro arrebolado del joven.

 

¿Quieres?

 

Nolofinwë se mordió el labio inferior, comprendiendo la pregunta. ¿Quería? ¿Realmente quería tener sexo con la Bestia? Por su propio bien, por el bien de su estabilidad mental, esperaba que sí.

En lugar de responder con palabras, el hijo de Indis se apartó del dragón y dio unos pasos atrás. Despacio, soltó los broches de la túnica azul marino y deslizó la prenda por sus brazos, dejándola caer al suelo. Se descalzó las botas de terciopelo oscuro y procedió a despojarse de los pantalones de montar, quedando solo cubierto con la camisa blanca. Tomó aliento y cerrando los ojos, cruzó los brazos delante del torso para sacar la camisa por encima de su cabeza. Luego, bajó los brazos hasta que las manos colgaron junto a sus muslos, inertes.

Transcurrieron unos minutos larguísimos, en los cuales Nolofinwë no bajó la mirada al dragón, que seguía arrodillado a unos pasos. Finalmente, el príncipe bajó los ojos y encontró la mirada del otro macho.

La Bestia estaba sentado en sus talones, con los puños apoyados en los muslos. Todo él semejaba una estatua de obsidiana, la vida solo delatada por los destellos que danzaban en los almendrados ojos plateados. Silenciosamente, curvó los labios en una mueca que desnudó los colmillos, sobresalientes entre los dientes afilados, brillando peligrosamente contra la curva roja del labio inferior.

Nolofinwë tragó en seco, obligándose a mantener la inmovilidad, a seguir respirando calmadamente a pesar de los furiosos latidos de la sangre en sus oídos.

Cuando el dragón se movió al fin, lo hizo con cautela, tan despacio que el elfo sintió que el tiempo se había detenido. La criatura se arrastró sobre las manos y las rodillas hasta que quedó de hinojos a los pies del príncipe. Sin alzar el rostro, apoyó las manos – adornadas por curvas garras negras – en los tobillos y ascendió por los costados de las firmes piernas en una lenta caricia.

Nolofinwë dejó caer los párpados, estremeciéndose, cuando las uñas duras, afiladas, recorrieron sus muslos, semejantes a cuchillas que acariciaran. Sintió el soplo cálido del aliento en su vientre, en su cadera y enseguida, la áspera humedad de la lengua que dibujaba el triángulo de su pelvis, la unión entre muslo y torso, la base de su sexo palpitante. Sintió su verga tensarse y erguirse, la sangre que latía alocadamente apresurarse a llenar la carne con oleadas de deseo. Una apagada exclamación surgió de sus labios entreabiertos cuando el filo de un colmillo siguió el largo de su sexo, en un punzante trazo que solo provocó el aumento de su excitación.

El joven respiró con esfuerzo varias veces, apretando los puños a los costados del cuerpo. En sus caderas, las garras del dragón se extendieron, abarcando la carne, apretando con la certeza de dejar marcas. Las garras se movieron hasta cubrir las nalgas firmes, separándolas ligeramente. Una uña rozó la apretada entrada al tiempo que la punta de la lengua bífida degustaba la cabeza de la verga rígida.

El dragón lamió la dura seda del miembro viril. Lamió una y otra vez antes de sostener la cabeza levemente triangular entre sus labios y succionar casi demasiado fuerte.

Nolofinwë jadeó, abriendo los ojos y alzó una mano para hundirla en la espesa melena negra, cerca de la base de un cuerno.

 

Prepárate, demandó el dragón en su mente, su voz un rugido bajo cargado de poder. Prepárate para mí, tesoro.

 

El joven pestañeó varias veces antes de empujarlo con suavidad. Intentando aparentar seguridad, se dirigió donde permanecían las mantas y cojines. Se recostó en ellos con demasiada parsimonia, respirando pausadamente para calmar los nervios. Él se había metido en esto. Él había saltado sobre el dragón como un hambriento a la vista de un banquete. Y ciertamente, tenía hambre – hambre de sexo, de caricias, del fuego que el dragón encendía bajo su piel, en sus venas, en su interior.

Se acomodó abriendo las piernas y se llevó una mano a la boca.

Nunca había hecho esto; pero había sido testigo en más de una ocasión del excitante ritual con que Lindorië se masturbaba, preparándose para él. No podía ser muy diferente de lo que viera hacer a su antigua amante. Chupó sus dedos, empapándolos en su saliva y los bajó hasta su trasero. Empujó con la punta del dedo índice, apretando los maxilares ante la incomodidad. Se obligó a respirar de nuevo antes de empezar a mover el dedo adentro y afuera, cada vez más profundo. Sus movimientos eran torpes al inicio, probando y buscando más que haciendo algún efecto positivo. Finalmente, sus exploraciones dieron con ese punto en que se desataban corrientazos de placer y Nolofinwë se congeló, jadeando.

 

Continúa

 

El bajo gruñido resonó en sus huesos. Frunciendo levemente el ceño, el príncipe alzó la cabeza para ver al dragón curvado como una fiera lista para atacar. Los ojos plateados estaban fijos en el espacio entre sus muslos, cual si anticipara el momento de ser él quien hiciera eso.

 

Más     Prepararte más     Pronto

 

Nolofinwë pestañeó, todavía aturdido entre el estallido de placer y el ímpetu de la orden. Como príncipe, Nolofinwë no estaba acostumbrado a recibir órdenes; pero en ese momento se sintió casi… natural. Obedeció. Introdujo un segundo dedo y buscó hasta que volvió a tocar el punto contra su próstata. Un momento después sus caderas ondeaban, impacientes, contra las difíciles embestidas. La posición no era cómoda y Nolofinwë no tenía experiencia dándose placer de este modo; sin embargo, su necesidad era superior a cualquier reserva que conservara.

Su estrecho túnel se había humedecido y los dedos se movían con mayor facilidad, equiparando los gemidos que brotaban de sus labios resecos. Echó la cabeza atrás, arqueándose impaciente.

-          ¡No puedo…! – jadeó con esfuerzo -.  Por fa-favor… no puedo… má-ás.

El peso de las garras en sus muslos apenas le provocó un estremecimiento.

El dragón se inclinó y lamió la entrada, lubricando los dedos que seguían entrando y saliendo. Al cabo de un instante, atrapó la muñeca del príncipe y detuvo los ademanes, haciéndole apartar la mano. Envolvió los dedos con su lengua y chupó el sabor de las entrañas del príncipe casi golosamente, ronroneando.

Nolofinwë sintió su esfínter contraerse y dilatarse, ávido, en torno al vacío. Estuvo a punto de protestar; pero su voz se transformó en un gemido bajo cuando un brazo de la Bestia se ubicó bajo su muslo, elevándolo de la manta mientras con la otra mano guiaba su verga al palpitante agujero. El príncipe se ahogó con su propio aliento, dolorosamente consciente del lento avance del falo en su interior, sus entrañas abriéndose y ajustándose. El dragón se inclinó sobre él, presionando el rostro entre su hombro y su cuello, sin dejar de empujar en su cuerpo.

 

Perfecto

 

Nolofinwë jadeó, hundiendo una mano en los cabellos del dragón mientras con la otra se aferraba a las telas bajo él.

 

Mi amor   Mi tesoro  Mi joya

 

El dragón rugía en su mente al tiempo que se movía para profundizar las embestidas. Nolofinwë se retorció debajo de él, ondulando las caderas para recibir más.

¡Qué tontería! Por un segundo, Nolofinwë fue consciente de que aunque encontrara alguien más que despertara su interés, nadie podría llenarlo como el dragón lo hacía. Qué tontería pensar que alguien – que Fëanáro – podría colmarlo hasta el dolor, romper su alma y su cuerpo en una marea de éxtasis. Qué tontería pensar que otro – su medio hermano – podría siquiera equiparar la tormenta de poder que rugía en sus venas. Y, sin embargo, Nolofinwë supo, también en ese instante, que le gustaría saber – saber hasta dónde podía llevarle Fëanáro, hasta dónde podía encender su piel y su sangre, hasta dónde podía intoxicarlo con su cuerpo y su aliento.

Un grito de placer desgarró la garganta del príncipe, que se arqueó hacia atrás, temblando como una saeta en el aire, el semen derramándose entre sus cuerpos unidos. El dragón rugió, estremeciendo el aire con crepitaciones de poder, y siguió follándolo a través de la escalada de éxtasis, extendiendo el clímax hasta que Nolofinwë no pudo siquiera sentir su propia piel. Solo entonces la Bestia se dejó ir.

 

 

La Bestia tiró del joven, encerrándolo contra su pecho cuando rodó sobre un costado del cuerpo. Olisqueó en el cuello de Nolofinwë, lamiendo el sudor en la nuca.

 

Hueles como nieve fundida, ronroneó, satisfecho. Cuando te corres para mí, hueles como nieve fundida.


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