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El Príncipe y el Dragón por Lumeriel

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El dragón no regresó a la caverna. No mientras Nolofinwë estaba despierto al menos.

Al tercer día de descubrir que el dragón era realmente un elfo, Nolofinwë regresó al laboratorio, con la esperanza de encontrar más pistas acerca del pasado de su compañero, de cómo se convirtiera en lo que hoy era. Para su decepción, se encontró con el lugar destrozado: los planos, los utensilios, los libros… todo parecía haber sufrido la ira de un huracán.

El príncipe recorrió desanimado la estancia, recogiendo los fragmentos de vidrio, las hojas medio quemadas… Del cuaderno de bocetos y las libretas de apuntes que no llegara a revisar no halló el menor rastro.

Derrotado, el joven elfo regresó a la caverna principal, comprendiendo que al menos por lo pronto no obtendría mucha más información. Sin embargo, siguió dándole vueltas a lo descubierto en su cabeza: la existencia misma de la Bestia parecía íntimamente ligada al trío de gemas. Usándolas, el dragón recuperaba su apariencia élfica: ¿serían esas gemas las causantes de su transformación? Solas, las piedras contenían la luz de los Dos Árboles; pegadas al cuerpo del dragón, se tornaban oscuras, cual si absorbieran la negrura de su piel. Nolofinwë quería entender, quería hallar un modo de asegurarse un futuro junto a la Bestia.

 

Llegó la fecha del viaje mensual a Tirion sin que el dragón hubiese dado la cara y Nolofinwë empezaba a preocuparse. No hubiese querido partir sin verle, sin confirmar que seguía allí, atándole a la vida que le alejaba del peligro, del pecado.

Por otro lado, el noldo estaba ansioso por regresar a la ciudad. Llevaba consigo los planos en que había trabajado y deseaba mostrárselos a Rauko, conciliar con su amigo los detalles que pudieron escapársele, buscar la asesoría de Ondion para definir los mejores materiales a emplear… Nolofinwë amaba enfrascarse en un nuevo proyecto, perderse en el proceso de diseñar y crear para alcanzar a ver el final, la obra concluida. Con esa excitación en mente, el joven incluso olvidaba que regresar a Tirion era estar cerca de la tentación una vez más.

 

Al arribar a la ciudad, Nolofinwë fue sorprendido por el ambiente festivo que le recibió. Mentalmente, revisó las fechas, preguntándose si habría pasado por alto alguna festividad nacional. A medida que se acercaba al palacio real, aumentaban las decoraciones y la actividad. Fue cuando se encontró en el patio interior que Nolofinwë identificó los listones blancos y dorados que decoraban las columnas como lazos de compromiso.

Un escalofrío recorrió al joven, cuya mano se cerró con fuerza en las riendas de su corcel. Mirando en derredor, comprobó que todo el lugar estaba adornado por ramos de azahares y peonías, simbolizando el surgimiento de una nueva pareja. Los pendones rojos y dorados de las torres habían sido sustituidos por estandartes blancos con bordados en plata y oro.

Nolofinwë entregó su caballo a un mozo y sostuvo su equipaje contra el pecho, tomando el camino a sus aposentos con andar pesado.

No hacía falta mucha inteligencia – y Nolofinwë tenía suficiente de eso – para adivinar quiénes serían los felices novios. Era de esperarse que, luego de varios meses desde su regreso, finalmente Fëanáro se hubiera decidido a renovar sus relaciones con la hija de Mahtan. Debió haberlo visto venir: Nerdanel había comenzado a frecuentar el taller del Príncipe Heredero y por lo que Nolofinwë escuchara del pasado, ambos se complementaban en intereses y caracteres – lo suficiente como para que su matrimonio fuera… cómodo.

Un quedo gruñido pasó a través de los dientes apretados de Nolofinwë, que no se percató de que había alcanzado la escalinata que conducía a sus habitaciones privadas.

 

-          ¡Hermano! ¡Pensé que no llegarías a tiempo para la fiesta!

Nolofinwë se frenó en seco al encontrarse con Arafinwë corriendo en su dirección.

El hijo mayor de Indis contuvo el suspiro de impaciencia que acudió a sus labios. Amaba a su hermano menor; pero en ese momento no estaba seguro de poder lidiar con su entusiasmo y alegría. Él solo quería encerrarse en su alcoba y hacerse a la idea de que,  fueran cuales fueran los sentimientos que Fëanáro le inspirara,  solo habían existido por su parte. Iba a precisar de toda su calma para asistir a la fiesta de compromiso.

-          Arvo… - dijo, con tono cansado -. Ni siquiera sabía que había algo que celebrar…

-          ¡No teníamos dónde escribirte! – explicó Arafinwë, enrojeciendo mientras fruncía los labios, ofendido -. Has sido muy egoísta al no dejar señas de dónde te escondes. Pero está bien -. Repentinamente, el adolescente cambió de expresión, mostrando una vez más su radiante sonrisa -. Estás aquí y madre estará feliz. Como yo lo estoy. Además, mañana puedes ir al mercado y comprarme un hermoso obsequio.

-          ¿Qué nuevo juguete viste que no has podido comprar? – resopló Nolofinwë, aceptando que no se libraría rápidamente de su hermano menor.

-          Oh -, se sonrojó aún más el muchacho -, no puedes regalarme un juguete como obsequio de compromiso. No es adecuado, Nolofinwë.

-          Entonces, ¿qué…? ¿Qué dijiste? – frunció el ceño el hermano mayor, repasando las palabras de Arafinwë.

-          Que no está bien que me des un juguete por mi compromiso.

-          Tu compromiso -, repitió Nolofinwë, aturdido.

-          Mi compromiso -, asintió el menor, moviendo la cabeza enfáticamente, los rizos dorados agitándose con viveza. – Con Eärwen.

-          La hija de Olwë Ciriáran.

-          La única. La princesa cisne de Alqualondë.

-          Vas a casarte con Eärwen. Y por eso es la fiesta. Por tu compromiso con la princesa de los Teleri. Tu compromiso.

Arafinwë frunció el ceño, estudiando la expresión atontada de su hermano mayor. Dando un paso en su dirección, se empinó en las puntas de los pies para tocarle la frente con el dorso de la mano.

-          ¿Te sientes bien, Nolvo? Pareces… confundido.

Nolofinwë atrapó la muñeca de Arafinwë y rio con alivio.

-          Estoy feliz, hermanito. Estoy feliz por ti. Me vas a dar unos sobrinos preciosos!

-          Nolvo! – se avergonzó el chiquillo -. Falta mucho para eso!

-          Te voy a comprar un regalo que nunca olvidarás -, prometió Nolofinwë, tirando del brazo de su hermano para abrazarlo con fuerza -. A ti y a tu novia.

 

………………………………….

 

Nolofinwë había recuperado la cordura. Después de la explosión de alegría que provocara el saber que era Arafinwë quien se casaba, el joven tuvo oportunidad de reflexionar, diciéndose que no había razones para su felicidad. El hecho de que Fëanáro permaneciera soltero no significaba nada - ¡no podía significar nada! Nolofinwë tenía que aprender a controlar sus emociones cerca de su medio hermano. Tenía que entender de una vez que Fëanáro era, y solo podía ser, su hermano mayor.

Con eso en mente, Nolofinwë había acudido al baile.

Elegantemente ataviado en azul real y plata, el segundo príncipe había hecho todo lo posible por comportarse como el hijo del rey que era. Había bailado con varias damas solteras y conversado con algunos Consejeros y representantes de Gremios. Incluso había encontrado ocasión de discutir con Rauko los detalles del proyecto del acueducto, incluyendo a Duilin y Ondion en la conversación. Como esperaba, Rauko se había entusiasmado tanto como él, prometiendo pasar al día siguiente para revisar los planos. Después, Nolofinwë había salido al jardín siguiendo a la mayoría de los invitados y había reclamado para sí la tranquilidad de una de las tantas glorietas decoradas con motivos de las estaciones.

Sentado en el banco de mármol y cristal, Nolofinwë bebía directamente de la botella de cristal tallado, observando desde la distancia al corro de bailarines que ejecutaban una danza popular. Inevitablemente, la escena le recordó su primer encuentro con Lindorië.

Nolofinwë disfrutaba bailar – como disfrutaba cualquier actividad física. Echaba de menos esta parte de su vida: los bailes, las cacerías, las excursiones. Eran cosas que no recuperaría. No mientras permaneciera junto al dragón y este se negara a ser lo que una vez fue.

Tal vez estaba pidiendo – exigiendo – demasiado, se dijo el príncipe. Después de todo, ¿qué le ofrecía él al dragón? Sexo. Buen sexo, sin duda. Pero había quedado claro que la Bestia quería más – mucho más – de Nolofinwë.

Almas gemelas. Si realmente ellos eran almas gemelas, ¿cómo era posible que Nolofinwë sintiera siquiera atracción por alguien más?

-          ¿Puedo acompañarte a beber?

Nolofinwë alzó la vista y encontró a Duilin apoyándose en el arco de madera de la entrada de la glorieta. Con un gesto, le indicó que se sentara en el banco frente a él.

Duilin accedió al pabellón y fue a sentarse en el banco junto al príncipe.

Nolofinwë arqueó una ceja y reacomodó su posición, recogiendo las largas piernas para no incomodar al otro.

Duilin echó un vistazo a la botella en la mano de Nolofinwë y alzó una ceja. Nolofinwë siguió su mirada y sonrió tontamente.

-          El vino telerin es muy… dulce -, comentó, con lengua pastosa.

-          No sabía que preferías el vino dulce.

-          No sabes muchas cosas de mí. Excepto que seguiría instrucciones para llegar a Formenos y perderme en el transcurso.

Duilin hizo una mueca.

-          No creí que te perderías. Pensé que me habías perdonado por eso.

-          Te perdoné. Pero también me perdí. Podría haber muerto, ¿sabes? De sed o de hambre.

-          La Bestia podría haberte encontrado -, asintió Duilin.

Nolofinwë sonrió, con malicia.

-          Podría -, aceptó.

-          Dicen que la han visto cerca de la ciudad en los últimos meses.

-          A él. Lo han visto cerca de la ciudad.

-          ¿Cómo dices? – se desconcertó el otro.

-          Digo que es un ‘él’. Un macho. Un… dragón.

-          ¿Le has visto de cerca?

-          Mhn… - asintió Nolofinwë, tomando un largo trago de vino. – Fëanáro está vivo: el dragón no es peligroso.

-          Fëanáro -, repitió Duilin, observando a Nolofinwë con intensidad -. No lo conozco mucho.

-          Tampoco yo.

-          ¿Cómo es?

-          Deslumbrante -, respondió el príncipe con tono de fingida maravilla y enseguida soltó una risotada.

-          ¿No lo quieres? – volvió a preguntar el otro -. Como a un hermano, quiero decir.

-          Nop -, contestó entre más risas.

Siguió un silencio solo roto por las risas aturdidas del príncipe.

-          Si me preguntas, tú eres mejor príncipe que él.

-          No te pregunté -, sacudió la cabeza Nolofinwë y agitando la botella, comprobó que estaba vacía -. Debería de ir a buscar más vino. Aunque quizás no debería de beber más por hoy. Estoy empezando a pensar cosas que no debo pensar.

-          ¿Cómo qué?

-          ¿Dónde dejaste a Rauko? – inquirió el hijo de Finwë de repente, echando una mirada concentrada a su alrededor -. Se supone que ustedes dos anden juntos todo el tiempo. Como uña y carne. Como rosa y espina. Como sangre y herida… Me inventé esa última.

-          Rauko y yo no somos… Solo somos amigos.

Nolofinwë volteó a mirarlo con la atención de los ebrios opacando sus ojos azules.

-          ¿Amigos? – repitió, burlón -. ¿Así le llaman ahora? Me alejo un mes y cambian hasta el significado de las palabras. Yo también tengo un… amigo -, dibujó unas comillas en el aire con ambas manos.

Duilin frunció el ceño.

-          ¿Lo tienes? – inquirió en un susurro ronco -. Creí que tú no… que preferías a las hembras. Si hubiera sabido…

-          Me gustan las hembras. Mucho. Pero también he descubierto que me gusta cómo se siente… eso. Tú sabes -, ondeó una mano, desviando la mirada -. Creo que, en realidad, me gusta ‘él’. La forma en que me mira, en que me toca… cómo sus manos me desgarran y me rearman… cómo su cuerpo pesa sobre mí, ahogándome… llenándome… Lo entiendes, ¿verdad, Duilin? Es… perfecto. Como si yo… si yo hubiese sido hecho… diseñado para él. Sabes lo que quiero decir, ¿verdad? – le espetó con entusiasmo.

-          No -, negó Duilin, palideciendo -. No tengo idea. Nunca he sentido… - Observó a Nolofinwë y se humedeció los labios -. Creo que solo tú me harías sentir…

-          Te he estado buscando, Nolofinwë.

Nolofinwë desvió su atención de Duilin y fijó la mirada en Fëanáro. Una sonrisa idiota entreabrió sus labios cuando el Príncipe Heredero atravesó la glorieta y agarrándolo por los antebrazos, le hizo ponerse en pie.


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