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El Príncipe y el Dragón por Lumeriel

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Nolofinwë despertó al sentir la luz de Laurelin en su rostro. Con un gruñido bajo, se cubrió los ojos con el interior del codo.

-          ¿Piensas quedarte a vivir en mi cama, hermoso príncipe?

El joven suspiró con fastidio y bajó el brazo para ver a la hermosa mujer sentada en el borde de la cama. Los cabellos plateados de Lindorië descendían en gruesos bucles entretejidos con listones rojos y verdes hasta descansar entre las sábanas revueltas. Solo una camisa ligera cubría su cuerpo, deslizándose para desnudar un hombro moreno y no llegando más allá de los muslos firmes.

-          Quisiera -, suspiró de nuevo Nolofinwë, incorporándose para acariciar el hombro descubierto de la hembra.

-          No creo que el Noldóran… o tu honorable madre estuvieran de acuerdo.

-          Al menos en eso coincidirían -, rezongó el joven mientras se sentaba y abandonaba el lecho -. Últimamente es mejor no estar cerca de ellos.

-          Puede que la reina no esté de acuerdo con tu matrimonio.

-          Puede… pero no importa. – Se volvió frente a ella e inclinándose por encima del colchón, extendió una mano para acariciarle la mejilla -. Ojalá pudiera elegir!

-          Si cada uno de nosotros pudiera elegir… -, mediosonrió ella -. No te sientas mal por mí, querido. Lo sabía cuando até el listón de seda en torno a tu muñeca: siempre serás primero el Príncipe Heredero y después… tú. No me ofende la elección del Noldóran: no soy una opción elegible para esposa.

-          ¡Lindorië!

-          No elegí ser una esposa o una madre, Nolvo. Mi camino es otro; pero me alegra que se haya cruzado con el tuyo. Y tú… - tomándole el rostro entre las manos, lo sostuvo con ternura -, deja de preocuparte. Hay piedras en tu camino. Hay fuego y desesperación… pero también hay estrellas y dicha. Sobre todo, en tu camino hay pasión… amor…

-          Dudo que Anairë y yo lleguemos a…

-          Tu compromiso ni siquiera se ha anunciado públicamente, mi príncipe -, alzó una ceja la dama.

 

………………………………….

 

Nolofinwë descendió de su corcel y le palmeó el lomo antes de dejarlo dirigirse solo a donde el palafrenero aguardaba.

El joven percibió las miradas que todos le dirigían; pero supuso que solo se debía a los crecientes rumores de su relación con Lindorië. No es que él se hubiese esforzado en ocultarlo; pero hubiera preferido que los demás fingieran ignorancia: habría sido más… elegante.

Por el momento, lo único que debía de preocuparle era tomar un baño y acudir a la sesión del Consejo antes de que alguien hiciera notar su ausencia. Y por ‘alguien’, estaba pensando en Salgant, por supuesto.

-          ¡Nolvo! ¡Nolvo!

El príncipe se dio vuelta en medio de la galería para ver a su hermano correr en su dirección.

Arafinwë estaba entrando en la adolescencia y estaba teniendo problemas para controlar sus miembros, que parecían haber estirado de un día a otro. El chiquillo tropezó con sus propios pies y cayó contra su hermano, un enredo de rizos rubios y ropas verdes.

-          Arvo -, sonrió el mayor, ayudándolo a erguirse -. ¿Qué ocurre? ¿Por qué ese alboroto?

-          ¿No lo sabes? – se desconcertó el adolescente, observándolo con los ojos celestes muy abiertos.

-          ¿Qué? ¿Qué debo saber?

-          Fë… nuestro hermano… hay… Dicen que tenemos un hermano mayor.

-          Lo sé -, suspiró Nolofinwë, recordando que nadie considerara oportuno poner a Arafinwë en antecedentes acerca del destino de Fëanáro -. Murió hace muchos años…

-          ¡No! ¡No murió!

-          ¿Cómo dices? – frunció el ceño el mayor -. ¿No te explicaron lo sucedido? ¿Acerca de… la Bestia?

-          ¡Sí!

-          Entonces…

-          ¡Pero está ahí!

-          ¿Quién está ahí?

-          ¡Fëanáro! ¡Él regresó! ¡Esta mañana!

Nolofinwë se congeló, incapaz de comprender las palabras de su hermano menor. Al cabo de un instante, se desasió de los brazos de Arafinwë y corrió en dirección al estudio del rey.

-          ¡Están en la sala del trono! – gritó Arafinwë, corriendo tras él.

Nolofinwë cambió la dirección de sus pasos.

 

Los guardias apostados a ambos lados de la alta puerta de doble hoja apenas tuvieron ocasión de hacer una reverencia antes de que Nolofinwë empujara las puertas con sus propias manos e irrumpiera en el salón.

 

Había casi un centenar de personas reunidas en la sala y todos se voltearon a la entrada del príncipe. Nolofinwë avanzó, ignorando las reverencias y los murmullos que su presencia provocó.

Encima del estrado, Finwë permanecía en pie. Una radiante sonrisa iluminaba su rostro. A su izquierda, Indis ocupaba su trono, seria y erguida como una lanza.

-          ¡Nolofinwë! – exclamó el Alto Rey al verle, con entusiasmo -. ¡Has llegado! Iba a enviar a alguien  a buscarte… ¡Ven, ven! Celebra con nosotros nuestra dicha. ¡Tu hermano, Nolofinwë! ¡Mi hijo ha vuelto a nosotros!

Por un segundo, Nolofinwë estuvo a punto de preguntar si acaso él y Arafinwë no contaban como sus hijos; pero su atención se vio atraída al elfo de pie a la derecha del Rey.

Alto, de cabellos como ala de cuervo y piel ligeramente morena, el elfo era la criatura más hermosa que Nolofinwë viera. Su rostro de rasgos afilados y pómulos altos poseía una expresión orgullosa que solo acentuaba su atractivo. Usaba ropas rojas y negras que realzaban su porte majestuoso, delineando además un cuerpo atlético que prometía destreza y fuerza.

Nolofinwë comparó mentalmente a este elfo con el retrato en poder de Nerdanel: era el mismo, solo unos años más maduro. La belleza juvenil del primer hijo de Finwë había sido sustituida por una belleza dura, distante… y sin embargo, Nolofinwë pudo percibir el poder en el brillo de los ojos plateados, vivaces.

-          Bienvenido… hermano Curufinwë -, dijo, inclinándose ante el otro, quien solo lo observó antes de voltearse hacia Finwë.

-          Quiero retirarme -, declaró Fëanáro, con firmeza -. Quiero descansar y supongo que tendré mucho de qué ocuparme mañana.

-          Por supuesto, querido. Puedes usar el ala oeste. Ha estado desocupada desde… pero lo arreglaremos enseguida. Tus aposentos se han mantenido todo este tiempo como si fueras a volver… ¡Y has vuelto al fin, hijo mío!

Fëanáro se dejó abrazar y besar por su padre y sin prestar atención a nadie más, descendió del estrado para abandonar la sala.

Nolofinwë se volteó frente a su padre, esperando una explicación; pero el rey solo sonreía idiotamente. El joven desvió la mirada hacia su madre, quien apretó los labios y se puso en pie.

-          Laurefindë, Ektëllo -, llamó la reina a los capitanes -, despidan a la Corte. Mi esposo y yo nos retiramos por hoy. Nolofinwë, acompáñanos.

 

…………………………………………..

 

Nolofinwë esperaba medio sentado en el alféizar de la ventana del estudio paterno. Todavía no se hacía a la idea de lo que ocurriera.

¿Cómo era posible que Fëanáro estuviese vivo? ¿Dónde estuvo todo ese tiempo? ¿Por qué había vuelto ahora? Entonces, la Bestia… Bueno, era evidente que no lo había devorado. De ahí su constante descontento cada vez que Nolofinwë lo insinuara de ese modo. Pero… ¿por qué ahora? Si el dragón mantuviera a Fëanáro prisionero, ¿por qué lo liberaba ahora? ¿Era un intento de recuperar la buena voluntad de Nolofinwë? ¿No se estaba volviendo demasiado engreído?

-          ¡Habla con él! – la voz de Indis atravesó la puerta que conducía a la alcoba -. ¡Dile la verdad a tu hijo!

Nolofinwë frunció el ceño al no escuchar la respuesta de su padre.

-          Oh, pero es que Nolofinwë también es tu hijo y debiste pensar en eso antes de… hacer lo que hiciste.

La reina entró en el estudio, seguida de Finwë, quien se frenó en seco al encontrarse con la mirada interrogante de su segundo hijo.

-          Ah… Nolofinwë…

-          Padre -, respondió el joven -. ¿Qué ocurre? ¿Hay…? ¿Hay algún problema con… mi hermano?

-          ¡No! – se apresuró a negar el rey -. No. Fëanáro… él está bien. ¡Perfectamente!

-          Me alegro. Y, ¿dónde estuvo?

-          Eh… prisionero. La Bestia… ella… él… el dragón lo mantuvo prisionero.

-          ¿Escapó?

-          Pues…

-          La Bestia lo liberó -, intervino Indis -. Pero no fue un acto de buena voluntad porque ese monstruo no es capaz de tal. La criatura exigió un pago.

-          Indis…

-          ¿Qué? ¿No piensas decírselo? – desafió la hembra a su esposo -. ¿No piensas decirle a tu hijo lo que has hecho?

-          ¡Indis!

-          ¡Díselo, Finwë! – gritó la reina, enrojeciendo de rabia -. ¡Dile a tu hijo que para ti él no es más que una joya, un bulto de monedas, un objeto del que puedes disponer a tu conveniencia! ¡Dile que lo cambiaste por tu precioso Fëanáro!

Nolofinwë se puso en pie, despacio, sin comprender.

-          ¿Madre? – inquirió quedamente.

Pero la energía de Indis parecía haberse agotado y la reina se desplomó en un sillón, sollozando. Nolofinwë volvió su atención a su padre, quien apretaba los labios sin atreverse a mirarlo.

-          ¿Es cierto, padre? – preguntó con calma -. ¿La Bestia liberó a… mi hermano a cambio de tenerme a mí?

-          No fue exactamente de ese modo…

-          Da igual cómo fuera. Solo responde, ¿me entregaste al dragón o no?

Finwë lo contempló con expresión ofendida.

-          ¡Lo dices como si fuera algo terrible! ¿Te habrías negado a ocupar el lugar de tu hermano? ¿A salvar su vida?

-          No lo sé -, se encogió de hombros el joven -. No me preguntaste. Decidiste entregarme a una criatura a la que has odiado y temido por décadas, sin saber qué me espera en su poder.

-          No va a matarte.

-          No puedes estar seguro -, mediosonrió Nolofinwë.

-          No mató a Fëanáro.

-          Eso no lo sabías hasta hace poco.

-          El dragón dijo que te quería. A ti. Solo a ti -, murmuró Finwë, desviando la mirada -. Tú habrías aceptado…

-          No sabes lo que yo habría hecho o no -, lo interrumpió, furioso -. Solo… solo dime qué esperas de mí. ¿Cuándo…? ¿Cuándo tengo que irme?

Por primera vez, el rey pareció sorprenderse.

-          No lo sé. No acordamos cómo…

-          Olvídalo. Solo… solo déjenme en paz por el resto del día. O hasta que el dragón vuelva -, se dirigió a la puerta; mas, su padre lo detuvo, con expresión entusiasta.

-          Al menos ya no tendrás que casarte.

Nolofinwë no supo a quién detestaba más: a su padre… o a la Bestia.

 


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