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Y el espectro de ti por Marbius

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5.- Ya casi llegamos...

 

Sirius no fue capaz de dar más información de su paradero actual, así que a Remus, Lily y James no les quedó de otra que alistarse para ir a la escuela y en el ínterin preparar posibles planes para cerciorarse de una vez por todas que las palabras de Sirius tuvieran la clave para encontrarlo.

Durante su descanso matutino entre clases, Remus consideró la posibilidad de preguntarle a James por el número de Regulus e implorar por su ayuda, pero una corazonada lo disuadió. Si ver a Sirius fuera de su carne y hueso no había ablandado el corazón de Regulus, ¿cómo esperaba obtener resultados a través de un auricular? En su lugar, Remus empacó sus pertenencias temprano y se volvió a dirigir a aquel otro lado de la universidad donde menos de veinticuatro horas antes había conocido al hermano de Sirius.

A diferencia de la tarde anterior en que al menos Regulus esperaba por James, esta vez a Remus le costó más dar con Regulus, y fue necesario que preguntara entre los alumnos por si alguien lo conocía antes de dar con la persona indicada que le señaló su paradero en uno de los cubículos privados de la biblioteca de Economía.

Sin un argumento fabricado de antemano, Remus revisó la agenda de reservaciones hasta dar con Regulus en el cubículo dieciocho, y sin más dilación se lanzó a su búsqueda.

Remus encontró a Regulus a mitad de una sesión de estudio con otros compañeros, pero eso no le impidió acercarse a la ventana y darle unos golpecitos hasta atrapar su atención.

Regulus salió y gruñó que “más le valía tener una buena razón para molestarlo o enfrentaría consecuencias” (sus palabras textuales) pero Remus no le hizo caso. En su lugar demostró su lado dominante, el que raras veces permitía salir a la superficie, y clavando sus ojos en los de Regulus, lo hizo conocedor de la verdad.

—Sirius se encuentra en Grimmauld Place. En una habitación con cortinas rojas, que según James no puede ser otro más que su dormitorio.

La indignación que Regulus había demostrado antes por tener que lidiar con Remus una segunda vez de pronto perdió intensidad, pero consiguió reponerse en tiempo récord.

—No sé qué esperan que haga con esa información.

—Que busques a Sirius. ¿Tan difícil es para ti cerciorarte de que se encuentra bien? Es tu hermano. Si el fantasma de Sirius ha tomado posesión de mi piso es por algo que ocurre dentro de esa casa, y tú vives ahí. Eres el único que puede comprobarlo.

—Es una soberana locura.

—Puede que sí, puede que no —dijo Remus, que le dio unos golpecitos con su dedo índice a Regulus en el esternón—, pero si tienes aunque sea una pizca de humanidad irás a esa habitación y te cerciorarás por ti mismo de cuál es la respuesta correcta.

Regulus no contestó nada, y al menos de momento, Remus sintió que su labor estaba completa.

Después se dio media vuelta, y pasó por alto el temblor en el labio inferior de Regulus, que por su cuenta no iba a obtener una respuesta del paradero de Sirius, sino una confirmación.

 

Tras sus clases del día, Remus, Lily y James volvieron a reunirse en su piso para trazar el más descabellado plan que les permitiera acceder a Grimmauld Place, pero al cabo de cuatro horas, diez tazas de té, una bolsa completa de bollos rellenos con queso crema, un break para cigarrillos y en un fatídico momento sopesar la posibilidad de rendirse de una vez por todas, no habían avanzado nada.

Lily sugirió presentarse como una amiga de Regulus que había venido por un libro, pero James desechó esa idea porque nadie que no fuera un Black había pasado más allá de las escaleras.

Remus propuso hacerse pasar por un empleado de la compañía eléctrica que pasaría a revisar el cableado, pero James le aseguró que incluso aunque se tratara del primer ministro, los Black no dejarían entrar a nadie sin una orden judicial.

El propio James hizo aportes al plantear un pequeño incendio que provocara caos, o tarde en la noche trepar el muro, romper una ventana e introducirse en la casa, pero Lily y Remus le pusieron un alto a sus ideas al señalar lo peligroso (e ilegal) de todo ese asunto, y que en caso de salir mal (que era lo más probable) le haría enfrentar cargos.

—Lo único que nos queda es acudir a la policía —dijo Remus con pesar—, pero a ellos no podemos convencerlos de hablar con el fantasma de Sirius y a partir de ahí obtener una orden de registro.

—O sea que estamos básicamente en el mismo lugar donde comenzamos pero con tres veces más frustración, ya veo —gruñó James, que echó la cabeza atrás en el respaldo de su silla y entrelazó las manos en su regazo—. Vaya mierda...

—Algo se nos ocurrirá —dijo Lily, que tenía los ojos húmedos, y a pesar de ser la única en la habitación que nunca había interactuado con Sirius, ya había hecho de aquel asunto algo personal.

—No debemos esperar milagros —dijo Remus, pero con un incipiente dolor de cabeza a la altura de las sienes, habría aceptado gustoso uno con los brazos abiertos.

Y técnicamente no fue uno.

Al menos no en el sentido clásico de la palabra.

No un ‘milagro’ con el coro celestial de ángeles o una luz dorada que guiaba sus pasos, sino más bien Regulus frente a su puerta, mojado por la lluvia y un brillo febril en sus ojos.

—¿Pero qué demonios haces aquí, Regulus? —Preguntó James cuando Remus lo dejó pasar, pero éste se iba apretando las manos y ya había elegido un bando.

—Él... Tenían razón... Sirius...

—Reggie —lo llamó el fantasma de Sirius, que traslucido y desde su propia silla, apenas si parecía una fotografía expuesta al sol.

—Voy a ayudarlos —dijo Regulus con un nudo en la garganta y sin apartar los ojos de Sirius—, pero tendrán que hacerlo a mi manera.

Y después les explicó su plan.

 

No más de dos horas después estaban Remus, Lily y Regulus frente a la imponente casa que era Grimmauld Place y listos para entrar en acción. James era el único que no podía pasar porque los Black ya conocían su rostro y desaprobaban su presencia en la residencia, así que estaba tras el volante de su automóvil y a la vuelta de la esquina, listo para recibir su señal y estacionarse directo frente a la puerta.

—Recuerden, nada de sonrisas ni hablar —les ordenó Regulus no por primera vez desde que trazaran su plan de rescate—. ¿Recuerdan sus nombres clave?

—Bartemius Crouch —dijo Remus, que había investigado la identidad que suplantaba y resultó ser el hijo de un miembro del parlamento y vinculado a grupos de extrema derecha.

—Fleur Delacour —dijo a su vez Lily, que por personaje tenía a una socialité en Francia y por la cual los Black se sentirían inclinados debido a sus orígenes franceses. Era una lástima que los conocimientos de Lily en ese idioma fueran desastrosos, pero Regulus le tranquilizó al respecto instándola a mantener expresión indiferente y silencio lo más posible.

—Son las ocho —dijo Regulus, tras consultar su reloj—. Padre llega a las ocho treinta, y es la misma hora en que Madre terminará en el salón con su club de lectura. Es todo el tiempo que tenemos para sacar a Sirius.

Remus miró la fachada, en específico a las ventanas del tercer piso, en donde Sirius se encontraba.

El relato de Regulus al respecto incluía volver temprano a casa, y tras utilizar la llave que nadie en esa casa sabía que tenía (incluido Sirius) de la habitación de su hermano, entró a la recámara y se topó a éste recostado en la cama y sumido en la inconsciencia. Regulus había tomado fotografías de los diversos medicamentos que adornaban una mesa cercana, así como la vía que Sirius tenía al brazo y que no era la única marca que tenía ahí, y al mostrárselas a James y luego a Lily había corroborado sus sospechas iniciales: Potentes somníferos, suficientes en cantidad como para matar a varios elefantes, y sin embargo...

El por qué a Sirius le dosificaban en cantidades mínimas y lo mantenían con vida salió a la luz cuando el fiel sirviente Kreacher sorprendió a Regulus en la habitación de Sirius y con el dedo índice presionado contra los labios le pidió salir y se lo contó todo en la cocina.

—El amo Alphard Black ha puesto al joven Sirius como su único heredero —explicó Kreacher, que después entró en detalles de cómo la fortuna Black sólo pasaba hacia los varones de la familia. De momento le pertenecía a Alphard, que se mantenía alejado y poco quería tener que ver con su familia, pero su elección de heredero ponía en riesgo la fortuna a la que Orion y Walburga tenían acceso a manos llenas. Muriendo Alphard, Sirius pasaría a ser el propietario de todo y podría dejarlos en la calle, y por supuesto que no iban a permitir que algo así les ocurriera.

Kreacher entonces le habló de su plan para deshacerse de Sirius y después forzar a Alphard a elegir a Regulus como su único sucesor disponible. Lo que seguiría después, Regulus no quería ni imaginarlo.

Remus apenas si podía creer el nivel de maldad que movía a esa familia, al grado de secuestrar a su propio hijo, fingir su partida a rumbo desconocido, y al cabo de un tiempo deshacerse de él por medio de drogas y proclamar que su ausencia era una prueba irrefutable de su muerte. Era asesinato puro y llano, y Remus se sentía capaz de cometer unos cuantos por su cuenta para vengar a Sirius.

—En marcha —dijo Regulus, que abrió la puerta principal y les instó a pasar primero.

—Bienvenido, amo Regulus —lo saludó Kreacher, que estaba al tanto de su plan y participa por la devoción que sentía ante éste y no por su familia.

Por su propia seguridad, Kreacher serviría de distracción y no intervendría en su plan de rescate, pero más allá de eso estaban solos y por su cuenta.

—¿Está Madre, Kreacher?

—En el salón, amo.

—Muy bien, subiré con mis amigos —dijo Regulus en voz suficientemente alta como para que cualquier otro de los sirvientes pudiera escuchar—. No quiero que nos interrumpan, ¿de acuerdo?

—Muy bien, amo.

—En marcha —masculló Regulus, apuntando con un movimiento de cabeza las escaleras empinadas que no parecían tener fin.

Remus y Lily se mantuvieron serenos durante el ascenso, espaldas rectas y movimientos seguros, pero la nuca les picaba de nervios, y la siempre presente sensación de ser observados...

Al primer tramo de escaleras siguió otro, y luego otro, hasta llegar a la tercera planta, que se encontraba más silenciosa que el resto de la casa y producía una atmósfera de imperturbabilidad, que una vez rota, desataría el mismísimo infierno en ese pasillo.

—Mi habitación —señaló Regulus al final del pasillo a la izquierda. Luego hizo lo mismo en dirección opuesta, al menos unos quince metros de separación—. La habitación de Sirius.

Lily buscó la mano de Remus y le dio un apretón, pues como ella le había explicado en el camino, podía ser que la apariencia de Sirius le espantara. Después de casi un mes de ausencia, era fácil de suponer que tenía todas esas semanas en cama y sobreviviendo a duras penas. Por lo que Regulus les había mostrado en fotografías, mantenían a Sirius vivo a base de glucosa y la ocasional bolsa de nutrición parenteral, pero a juzgar por los contenidos en la papelera, era apenas un consuelo para no dejarlo morir de hambre en su inconsciencia.

Remus estaba y a la vez no preparado para cualquier cuadro que se le presentara, se había obligado a pensar en ello para tener entereza suficiente y no paralizarse mientras llevaban a cabo sus maniobras de rescate, y su prioridad en esos momentos era sacar a Sirius vivo de aquella casa del horror, pero ni la más firme de sus convicciones pudo evitar que el estómago se le revolviera cuando Regulus abrió la puerta y el aroma a enfermedad le invadió.

La habitación de Sirius conservaba a simple vista sombras de la que pudo ser su personalidad. Había pósters de motocicletas en las paredes, un escritorio repleto de libros, equipo para jugar rugby encima de una silla. También cortinas rojas, que por un resquicio de la ventana ondeaban al viento. Todo eso absorbió Remus en un instante, y con la misma rapidez salió de su trance para ponerse manos a la obra.

—No me arriesgaría a retirarle el suero en estas condiciones —dijo Lily, que metió tantos medicamentos como pudo en su bolso y se apresuró a dar órdenes—. Regulus, retira las mantas; Remus, prepárate.

Con el mínimo de su equipo médico a disposición, Lily le tomó los signos vitales a Sirius y le hizo un reconocimiento rápido. Entre dientes murmuró sus resultados.

—Pulso débil pero estable... Respiración superficial... Labios y uñas de color azulado... Es un milagro que esté vivo en esta condición sostenida...

—Pero todavía no es demasiado tarde, ¿correcto? —Preguntó Regulus, el rostro contraído, por primera vez mostrando lo que había bajo su máscara de indiferencia.

—No sabría decirlo —masculló Lily—. Lo primero es sacarlo de aquí y llevarlo al hospital. Llama a James y dile que vamos en camino —ordenó Lily a Remus, y mientras él le enviaba a James la señal convenida, Regulus y Lily se encargaron de sentar a Sirius en la cama y con cuidado maniobrarlo hasta quedar con los pies en el piso.

Sirius era una sombra de su viejo ser. Apenas un cascajo vacío. La luz en sus ojos entreabiertos apenas si se reflejaba, y Remus pensó por un segundo que no era ninguna sorpresa que su alma (al menos una porción de ella) hubiera escapado de ese cuerpo en búsqueda de algo mejor.

—¿Él realmente está...? —Preguntó Regulus.

—No puede oírnos. Ni tampoco ayudar. A partir de este punto seremos nosotros quienes tengamos que cargar con él y salir de aquí.

—Yo me encargo —se ofreció Remus. Él era el más alto del grupo, y también el más fuerte.

Inclinándose frente a Sirius, Remus se lo echó al hombro y después con ayuda de Lily y Regulus se lo acomodó de tal manera que tenía lo tenía sujeto por un brazo, una pierna y su peso no era un problema. En silencio, envió una plegaria de agradecimiento al curso de primeros auxilios al que había acudido años atrás y una promesa de enviar un donativo mayor si conseguían salir de esa.

Con Regulus cargando el suero detrás de él y Lily abriendo paso por el camino, consiguieron llegar hasta el primer piso sin problemas antes de que Regulus y Lily intercambiaran posiciones para después dirigirse a la planta baja.

El tiempo se les había escapado entre los dedos, y casi era hora para conseguir la victoria, o fallar estrepitosamente.

—Oh, mierda —masculló Regulus cuando la puerta principal de abrió y una copia bastante decente de él y Sirius apareció en el dintel.

A Remus le resultó imposible ascender más peldaños. El peso de Sirius no era un obstáculo para moverse, pero se vendría abajo si intentaba subir con él, así que Lily le colgó del cuello de su camiseta el suero y bajó con Regulus para crear una distracción.

Protegiéndose tras un paragüero particularmente feo que asemejaba un enorme pie que sólo podía imaginar como parte de una criatura mítica como un troll, Remus se mantuvo callado mientras Regulus presentaba a Lily como la señorita Delacour y ella hacía una imitación de acento francés que en cualquier otro momento lo haría reír, pero que entonces sólo le produjo miedo por si los descubrían.

Orion Black no dio muestras de hacerlo, y tras intercambiar frases de cortesía, preguntó por Walburga.

—Madre está en el salón con su grupo de lectura.

—La ama y sus invitadas han terminado su reunión —informó Kreacher, tan imperturbable como siempre.

—Oh, ahí vienen —dijo Orion, y la entrada se congestionó con la familia Black y media docena de mujeres que cargaban consigo libros en impecable condición y una cierta fragancia de alcohol a su alrededor.

A duras penas por el peso de Sirius, Remus consiguió subir dos peldaños y refugiarse en el rellano. De momento, la idea de bajar y salir por la puerta principal era impensable.

Abajo, el club de lectura de Walburga Black se despedía, pero varias de las mujeres pidieron primero pasar por el tocador, y las que las esperaban se quedaron cotilleando de todo y nada. La voz de Orion no se escuchó más, así como tampoco la de Kreacher, pero si la de Walburga, Regulus y ‘la señorita Fleur’, que respondía preguntas de su familia como si realmente perteneciera a los Delacour.

A punto de venirse abajo con la enormidad de lo que hacían, Remus casi saltó fuera de su piel y soltó un alarido cuando unos toquecitos en su hombro le obligaron a prestar atención a Kreacher, que le hizo una leve indicación de seguirlo.

Fue así como tras varias vueltas, tramos de escaleras y puertas secretas, Remus llegó a un estrecho pasillo al costado de la casa.

—Es la vieja salida de sirvientes. Está fuera de servicio pero todavía funciona —dijo Kreacher como su mismo servilismo de siempre—. Siga recto y saldrá directo a la calle principal.

Con dificultad porque Remus se vio obligado a cargar a Sirius sobre su espalda en lugar de sus hombros para así poder pasar en el estrecho pasaje, cuando por fin consiguieron llegar a la calle, poco le faltó para soltarse llorando al conseguirlo.

—Estamos afuera, Sirius —dijo Remus con la voz sobrecogida de emoción, pero no se permitió ni un segundo perdido a sabiendas de que contaban, así que buscó rápido con la mirada el automóvil de James y lo encontró a escasos veinte metros.

James también lo vio a él y condujo lo más cerca posible. Luego abrió la portezuela de su lado y salió, corriendo a su encuentro.

—¿Cómo está? —Preguntó, y luego a ver que acudía solo—. ¿Y Lily? ¿Y Regulus?

—Lily le hizo un reconocimiento y de momento está bien, pero tendremos que llevarlo al hospital cuanto antes —dijo Remus, que con James maniobraron a Sirius al asiento trasero del automóvil y colgaron el suero en la parte trasera del asiento del copiloto—. Lily y Regulus se quedaron atrás sirviendo de distracción. Fue el sirviente, Kreacher, el que me dijo cómo salir de la casa por el pasillo de la servidumbre.

—¿Kreacher? —James silbó de admiración—. Ese hombre siempre odió a Sirius, era quien lo delataba siempre con sus padres, pero tenía a Regulus como su amo favorito. Supongo que al final imperó el sentido común.

Tras acomodar a Sirius en posición fetal porque de otra manera no conseguirían cerrar las puertas del automóvil, James y Remus se dispusieron a marcharse como alma que lleva el diablo.

—No mires atrás —indicó James una vez que estuvo tras el volante y encendió el automóvil—. Lily y Regulus se nos unirán pronto. No dejarán que los atrapen.

—Eso espero —dijo Remus, que al escuchar a Sirius quejarse en su estupor, buscó sus dedos con los suyos y les dio un apretón.

Pese a que la sensación que recordaba era siempre la de los dedos del Sirius que habitaba en su piso, no por ello el contacto fue diferente. Sólo más frío, inerte, y... Falto de vida.

Pero estaban en camino de solucionarlo, y tras incorporarse al caótico caos de Londres, James así lo confirmó:

—Aguanta, Padfoot. Ya casi llegamos...

 

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Notas finales:

Y no estaba muerto, pero tampoco de parranda...


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