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Dádivas por Marbius

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Diciembre llegó sin que Sirius pudiera abordar una sola vez con Remus la posibilidad de formalizar su relación y oficialmente pasar a ser conocidos como ‘La pareja del año en Hogwarts’, según sus estimaciones más alocadas.. En cambio, se pasó tardes enteras revisando sus pertenencias y buscando maneras de capitalizar con sus objetos personales de la manera más eficiente posible.

—¿Son imaginaciones mías o he visto a Jonathan Melvin de Slytherin con tu anillo que tiene el sello de los Black? —Preguntó Peter a la hora de la cena, y en la mesa, James casi se ahogó con su jugo de calabaza.

—Todavía tengo suficientes de esos anillos para rematar al mejor postor —respondió Sirius, que le propinó a James un par de golpes certeros en la espalda para que pasara el mal trago—. Y menos mal que son de oro sólido o ya los habría lanzada por el retrete.

—¿Para qué exactamente necesitas el dinero? —Indagó James apenas recuperó la voz.

—Ah...

—¿Los estás vendiendo? —Preguntó Remus, quien normalmente asistía a las cenas con un libro y se abstraía leyendo mientras de vez en cuando se llevaba un bocado a la boca. Sus demás amigos hacía años que se habían resignado a esa costumbre suya, y en esos momentos iba a la mitad de una novela que lo tenía por completo absorto, aunque no tanto como para salvar a Sirius de la incomodidad de tener que explicar sus decisiones.

—Nada en particular —masculló Sirius, moviendo su tenedor sobre el plato y aplastando el pollo de esa noche contra el puré de papas—. Sólo pensé que... Odiaba esos anillos que Madre me regalaba cada año y que podría al menos sacarles un poco de provecho.

—Mmm —dijo Remus, que se volvió a sumir en el mundo de fantasía tras su libro y se dio por satisfecho.

Pero no James y Peter, que intercambiaron una mirada y de momento no dijeron nada.

De momento...

 

—Si estás en líos...

—Si le debes dinero a alguien...

—Si precisas un préstamo...

—Si hay alguna manera de ayudarte...

Sirius toleró estoico aquellos comentarios que Peter y James compartieron con él en días siguientes, y con cada ocasión negó estar metido en bretes que sólo el dinero pudiera solucionar. ¿Qué sentido tenía explicarles que necesitaba el efectivo para causas más elevadas? No lo entenderían. Para ellos, el que Sirius gastara cada uno de sus galeones en Remus sería una tontería, quizá porque el mismo Remus no era el tipo de persona que se dejara impresionar por el dinero, y Sirius también lo tenía claro, pero... Al mismo tiempo no encontraba otra manera para pavimentar su camino con intenciones románticas que no fuera utilizando recursos materiales.

Después de todo, era lo que él veía en el resto de los alumnados. El mismísimo James lo había hecho antes, presentándose ante Lily Evans con diversos regalos y buscando así que ella le prodigara la más mínima atención, aunque sin buenos resultados. Definitivamente Lily no era la clase de chica que se dejaba impresionar por el estatus de sangre y mucho menos por la fortuna que los Potter pudieran poseer en Gringotts, y por lo mismo Sirius la respetaba, y apoyaba a James en sus intentos de conquista.

Sirius suponía que incluso si sus circunstancias con Remus eran diferentes, él también tenía que poner de su parte para demostrar que estaba interesado, y que quería llevar su relación de amigos con beneficios más allá de lo que tenían en esos momentos.

No que lo que tuvieran en esos momentos careciera de encanto.

En lo absoluto.

Para nada.

No cuando el castillo se helaba en las frías mañanas invernales y Sirius descubría que después de todo tener un novio hombre lobo era un deleite al despertar en su cama y con su cuerpo tibio como una brasa pegado contra el suyo.

Y Remus parecía ser de la misma opinión al pegar sus pelvis, y con interés refregar su cadera contra su trasero e instigar deliciosas sesiones de caricias que comenzaban horas antes de su primera clase de la mañana.

Sirius no quería asumir nada con Remus, pero tenía una certeza de al menos 51% que sus avances románticos podrían ser bien recibidos, y que ese porcentaje aumentaría a su favor si conseguía por medios de buenas acciones, palabras y obsequios que éste lo apreciara bajo una luz diferente. No de amigos, sino de potencial candidato para novio, y con ello en mente era que Sirius continuaba trabajando en pos de su objetivo.

A finales de diciembre, el último viernes de clases antes de que los alumnos se retiraran a sus casas para vacaciones de Navidad, fue que Remus confirmó con el resto que ese año lo pasaría en casa con sus padres, y que probablemente no se uniría a los Potter en días posteriores para pasar un rato con ellos.

—Los veré de vuelta en enero, listo para la luna llena del día cinco —dijo Remus, sentado en uno de los sofás de la sala común y con el libro que leía abierto sobre su regazo.

Tanto James como Peter se habían tomado la noticia con relativo aburrimiento. Lily Evans igual, porque ella había sido la primera acompañante que Remus tuviera al lado cuando todos ellos llegaron. Pero Sirius...

Sirius vio sus planes desvanecerse frente a sus ojos, porque por alguna razón que después más tarde admitió para sí que no había tenido la planeación correcta, sus fantasías de quedarse en Hogwarts y favorecer así para él y Remus un entorno casi desolado y navideño (que él por su cuenta se habría encargado de convertir en un entorno plagado de romance) habían sido sólo ideaciones en su cabeza, y en realidad había asumido demasiado en el itinerario de Remus como para en verdad tomarlo en cuenta.

Al fin y al cabo, Remus sí tenía una familia y un hogar al cual volver, y a diferencia de Sirius, ninguna razón de peso que le impidiera pasar esos días con sus padres.

Daba igual que Sirius hubiera conseguido muérdago mágico a mitad de precio, sobornado a los elfos de la cocina con gratitud eterna por atenderlos como reyes directo en la torre de Gryffindor, y hasta ir alumno por alumno de su casa preguntando quiénes se quedaban y convenciendo a aquellos cuya respuesta era afirmativa de buscarse un mejor sitio para pasar las vacaciones navideñas, porque Remus no se quedaría con él en el castillo y su plan había fracasado.

Kapput total.

 

James consiguió convencer a Sirius que pasar Navidades en Hogwarts él sólo y sufriendo en silencio (o quizá no con la torre a su disposición) por Remus no era saludable y rayaba casi en lo insano, así que empacó por él sus pertenencias en su baúl y lo llevó consigo a casa de sus padres, donde su mejor amigo se pasó la mayor parte del tiempo contemplando la nieve caer a través de las ventanas y después suspirando cada vez que el nombre de Remus salía a colación.

Su única cúspide de esos días fue enviar la mañana de Navidad el regalo que tenía prospectado para Remus: Un set de escritura con toda clase de plumas exóticas y papel importado que seguro sería de su agrado.

James se admiró con un silbido de la exquisitez de su obsequio, que con toda certeza había costado sus buenos galeones y Sirius no había escatimado en costos para grabar en las superficies bruñidas las iniciales R.J.L., pero también porque conocía el precio real de aquel regalo, y no dudó en cuestionarle a éste cómo diantres había conseguido el dinero cuando era obvio que más lo necesitaba.

—Oh, vendí algunos de mis discos —dijo Sirius como si no fuera la gran cosa, y James por poco dejó caer su tazón de chocolate caliente de las manos porque... No era posible. Sirius amaba a esos discos casi como a la vida misma, y no comprendía cómo podía haberlos vendido así sin más.

Fue en su primer año en Hogwarts, recién salido de Grimmauld Place y conviviendo con hijos nacidos de muggles que Sirius escuchó su música y quedó encantado de los ritmos que ahora estaban a su alcance-. Sirius había hecho migas con alumnos de cursos superiores para informarse de aquella maravilla, y al siguiente curso volvió con su propia colección de discos que no hizo sino aumentar con los años. De hecho, sus discos eran de las pocas pertenencias que Sirius se había encargado transportar consigo en su baúl cuando se marchó de la casa de sus padres, por lo que James no podía dilucidar el razonamiento tras el cual su amigo se había decidido a venderlos así sin más si no es que de por medio había una razón de vida o muerte.

—Pero... ¿Por qué? —Consiguió James reponerse, y con pocas palabras englobar su asombro.

Mientras continuaba envolviendo el obsequio que le sería entregado a Remus, Sirius se encogió y fingió normalidad.

—Es Navidad, y Remus merece un buen regalo.

—Esto es más que un simple buen regalo.

—Ya —masculló Sirius, haciendo dobleces perfectos con el papel de regalo hechizado en el que se veían árboles navideños encenderse y apagarse.

—Tú amabas esos discos.

—Pero no tanto como a Remus —confesó Sirius, que llegó al meollo del asunto y suspiró—. Mira, Prongs... Sé que tu consejo será que me arme de valor y me declare a Remus. Puede que funcione, y puede que me diga que sí... Tampoco soy idiota para creer que nuestros besos y el resto no significan nada, pero... ¿Y qué tal si nada de eso importa y Remus me rechaza?

—No lo hará —dijo James—. Remus sienta lo mismo que tú.

—Lo dudo —murmuró Sirius, puesto que no creía sentirse correspondido. No por Remus, que era recíproco con sus afectos actuales, sino porque sus mismos sentimientos eran en esos momentos un volcán a punto de estallar. Incluso si Remus no tenía inconveniente en demostrar físicamente que había atracción, Sirius dudaba verse retribuido en la misma medida.

Sirius amaba a Remus con todas sus letras, y estaba sufriendo por ello. De paso ocultándolo de maravilla porque por una vez las enseñanzas Black habían servido de algo, y antes de lanzarse de cabeza a una declaración amorosa de la que no estaba seguro obtener una respuesta afirmativa al 110%, primero quería cerciorarse de llevar a cabo todo lo que estuviera en su mano para que así fuera. Y eso incluía su mejor comportamiento, las mejores atenciones, y los mejores regalos de los que pudiera echar mano.

Todo para que Remus fuera suyo y sin oposición.

—Insisto que no deberías quebrarte la cabeza cuando no lo merece, pero allá tú —dijo James, resignado a presenciar el sufrimiento de su mejor amigo porque éste no podía liberarse de sus tendencias ligeramente masoquistas—. Remus te ama, todos lo podemos ver tan claro como el sol, pero si quieres torturarte al respecto... Sólo espero que lo asumas antes de vender hasta tu alma.

—Geez —resopló Sirius—. Gracias por los ánimos, Prongs —ironizó Sirius, y James le dio unas palmaditas en la espalda.

—Tú espera y verás...

 

El búho de los Lupin llegó antes de que Sirius pudiera darle los toques finales al regalo que le quería enviar a Remus esa Navidad, y el pecho se le llenó de afecto cuando rompió el papel de estraza que Remus había decorado por su cuenta con magia (para James con una snitch que se movía veloz de un lado para otro, y para Sirius una burda motocicleta que nada se asemejaba a un diseño real pero que iba y venía soltando volutas de humo por el papel) y encontró media docena de calcetines.

En sí, no era un regalo nuevo de Remus. Su amigo era del tipo de persona práctica que consideraba las prendas de vestir como regalos de primera necesidad, y bajo esa noción se esforzaba en ir sustituyendo las prendas rotas en el guardarropa del resto de los merodeadores y suplirlas con otras de su cortesía.

Al parecer ese año Sirius estaba en números rojos con sus calcetines, y éste corroboró extasiado que no eran simples piezas de tela, sino que Remus había hechizado todos y cada uno de ellos con magia para conservar el calor en aquellos que eran de lana, y hechizos refrigerantes en esos otros que eran del tipo deportivo. Remus además se había esforzado con el diseño, pues cada una de las piezas estaba personalizada, ya fuera con su nombre o con algún elemento relacionado a sus gustos.

—Ah, Remus es siempre el mejor —dijo Sirius con satisfacción, y a su lado, James rió por lo bajo.

—Mmm, hace treinta segundos habría dicho que recibir tres bufandas no era lo mejor de mi Navidad, pero mira...

James le extendió a Sirius un trozo de papel en el que Remus había anotado su favor especial, y éste sonrió por su amigo y la oportunidad que se le presentaba.

“Un vale por: Sentarte con Lily y conmigo cuando estemos estudiando Transformaciones y la oportunidad de que te llame un genio en la materia para que puedas ayudarnos.”

—Wow, Remus en verdad va a sacrificarse por ti —elogió Sirius a su amigo, y un muy sonriente James asintió.

—Será un enorme favor. Sólo espero no cagarla...

—Mientras no menciones a Snivellus ni empieces a jugar con tu cabello o a llamarte ‘el amor de su vida’ estarás bien. Sólo habla de Transformaciones, y trata de ser modesto.

James resopló. —Lo haré. ¿Y qué tal tú?

—Calcetines y... —Sirius rebuscó hasta dar con su propio papel—. Aquí está.

James se lo quitó de los dedos y lo leyó, arqueando una ceja y luego elevando la otra hasta tener un aspecto de lo más cómico.

—Oh...

—¿Qué es?

—La solución a todos tus problemas románticos.

—Déjame ver...

Sirius recuperó el papel, y perdió el aliento al leer:

“Un vale por: ‘Sí’ a cualquier petición que hagas.”

—Por las bolas de Merlín... —Farfulló Sirius cuando tras leer la línea un par de veces su significado por fin penetró en su dura cabeza.

—Creo que ambos sabemos qué significa esto —dijo James, doblemente feliz por su cuasi-cita de estudio con Lily y Remus en la biblioteca y que ahora Sirius podría declararse a su amigo sin miedo al rechazo.

—Seguramente Remus piensa en alguna broma. Desde que se convirtió en prefecto ya no puede participar tanto como antes —dijo Sirius, que para nada quería hacerse ilusiones de tomar ese ‘sí’ incondicional de Remus para causas egoístas como su pobre corazón enamorado que ya no daba más de sí por ir a marchas forzadas en el último año.

James no se fue por las ramas al plantarle a Sirius un golpe en la cabeza. —¡Reacciona, Padfoot! ¿Es que acaso Moony tiene que deletrearlo para ti? ¡Te está dando una salida fácil! ¡También le gustas y nada lo confirma mejor que esto!

Sirius se pasó la mano por el área del cráneo que le dolía. —¿Qué, por un ‘sí’ que seguro asume utilizaré para una tontería? Porque no podría forzarlo a ser mi novio sólo porque fue lo suficientemente distraído como para escribir eso en uno de sus vales.

James abrió la boca, listo para replicar con todo el espíritu Gryffindor que en él habitaba, pero tras varios segundos congelado en su sitio, por fin salió del trance y parpadeó.

—¿Sabes qué? —Dijo James con todo su ardor contenido y bullendo en su interior—. Tienes razón. Hazlo a tu tiempo y a tu manera. No los presionaré... porque me van a provocar una maldita úlcera —rezongó James lo último, que recogiendo sus bufandas y el vale de Remus, salió de la habitación dejando a Sirius a solas.

El mismísimo Sirius que continuó trabajando los detalles del costosísimo regalo que le enviaría a Remus, y que obvió el plural en las afirmaciones de James, donde ‘no los presionaré’ y provocarle una úlcera en conjunto hablaba de él y de Remus como un ítem.

Pero todavía le faltaría un poco más de tiempo para entender por qué era así.


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