Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Dádivas por Marbius

[Reviews - 1]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

A su regreso a Hogwarts en enero, James no perdió tiempo en hacer válido su regalo con Remus, y a cambio éste le dio una buena colección de consejos de cómo comportarse frente a Lily, y entre los que se destacaban perlas de sabiduría como “no hables sólo de Quidditch, o mejor aún, no hables de Quidditch y punto”, “es Lily, no Evans, ni ninguna otra clase de apelativo cariñoso. Lily, y no lo olvides” y “¡Por Merlín, James! ¡Deja tu cabello en paz o te hechizaré para que quedes calvo!”, que James cumplió a rajatabla.

En opinión de Sirius, James hizo lo mejor que pudo durante aquella falsamente espontánea sesión de estudio en la biblioteca, y el mejor resultado fue que durante algún punto de la tarde Lily le pidió ayuda a James con sus movimientos de varita y éste encantado le ayudó sin hacer (demasiado) el ridículo.

James se lo contó a Sirius más tarde, los ojos grandes y brillantes detrás de sus gafas, una sonrisa amplia que le llegaba hasta las orejas, y por alguna extraña razón, bailoteando de aquí a allá en su dormitorio mientras repasaba punto por punto sus interacciones de la tarde, magnificado no sólo cada gesto y palabra, sino también haciendo próximos planes para reunirse de vuelta en la biblioteca, porque la misma Lily así lo había sugerido al separarse.

Remus también compartió con Sirius los pormenores de su sesión de estudio, aunque su versión no fue tan grandilocuente como la de James, sino que se apegaba más a la realidad.

—James le derramó a Lily el tintero en el regazo, pero le sirvió como ejemplo para las transformaciones de tejidos. Lily se irritó, pero después quedó encantada —dijo Remus, recostado en su cama y con Sirius en la misma posición a su lado—. Me alegro por ambos. Es obvio que a Lily le gusta James, pero...

—Pero James tenía que desinflarse un poco la cabeza antes de poder conquistarla —completó Sirius aquella ocasión, pues no era la primera vez que charlaban al respecto. Incluso si Sirius adoraba a James y consideraba que era uno de los mejores amigos (y hermano honorario) que jamás hubiera podido pedir, tampoco era ciego a sus defectos, entre los que se destacaban la arrogancia y la osadía de las que Lily seguido se escuchaba como razones de peso para rechazarlo.

Y que por el relato de Remus, ya no sería más.

—En todo caso —prosiguió Remus, jugando con los dedos largos de Sirius que éste tenía sobre su pecho—, juntos han quedado de verse los jueves por la tarde en la biblioteca y sin mí.

—Aw, ¿Moony quería hacer tercia?

—Nah, Moony está contento donde se encuentra —murmuró Remus hablando de sí en tercera persona, porque estaba a escasos días de la siguiente luna llena y se resentía de antemano con músculos cansados y huesos rígidos.

De hecho Remus habría de estar dando rondas de prefecto por el quinto piso, pero Sirius lo había convencido de hacerlo lo más rápido posible y después reunirse con él en el dormitorio, aprovechando que James tenía prácticas de Quidditch y Peter continuaba en el club de duelo que todos ellos habían abandonado tras unas cuantas sesiones.

Y vaya que había sido una excelente idea, porque después de besarse y acabar el uno encima del otro, por último habían compartido un placentero orgasmo y un muy relajante cigarrillo.

Mientras Sirius los limpiaba a ambos con una toalla húmeda que había conjurado, Remus se encargó de refrescar la cama, y después se habían vuelto a acostar juntos para disfrutar de su mutua compañía sin interrupciones.

Remus de pronto frunció el ceño. —Oh, es cierto...

—¿Qué? —Preguntó Sirius sin interés real, pegándose tanto a Remus que casi estaba recostado en la curva de su brazo.

—Alguien estaba preguntando por ti antes, cuando crucé el retrato de la Dama Gorda.

—¿Alguien? —Enfatizó Sirius, y la repentina bala de cañón de plomo en la base de su estómago le sirvió como presagio del nombre que estaba por escuchar.

Remus suspiró. —Ok, no alguien, sino Regulus.

—¿Mi hermano?

—¿Qué, conoces a otro con ese nombre?

—Bueno, el tío que llevaba su nombre murió mucho antes de que cualquiera de nosotros naciera y... —Sirius resopló, de pronto molesto porque la mera mención de su hermano arruinara la que había sido una tarde perfecta—. ¿Mencionó qué quería?

—Hablar contigo. Pero James estaba presente y lo mandó de vuelta a las mazmorras.

—Mmm...

—Parecía...

—No me importa —interrumpió Sirius, pero Remus lo ignoró.

—... diferente a otras veces. Menos seguro de sí mismo, más nervioso. Supongo que también le costó lo suyo tragarse el orgullo para venir y buscarte.

—Genial, que alguien le dé una medalla de valor a esa maldita serpiente.

—Sirius... —Le estrechó Remus, valiéndose del brazo que ya rodeaba a Sirius por la espalda y el otro para aprisionarlo en un fuerte abrazo—. Regulus es tu hermano.

—Ya no más —masculló Sirius con el rostro enterrado en el pecho de Remus—. Esos días se acabaron.

—A veces... —Remus apoyó el mentón en la coronilla de Sirius y se humedeció despacio el labio inferior—. A veces lo llamadas así en sueños. Reggie...

—No significa nada.

—Puede ser —concedió Remus—, pero Regulus me pidió que te pasara un mensaje: “Habla conmigo. Es importante.”

—Ah, él siempre tan críptico. ¿Por qué no podía ser solo claro y ya está?

—Tal vez no sabe cómo. Me recuerda un poco a ti en primer año, ¿recuerdas? Completamente hermético, listo para morder directo a la yugular a cualquiera que sobrepasara tus límites. Eso hasta que James consiguió domesticarte un poco.

—Y como perro fiel al que le hago honor con mi nombre... —Murmuró Sirius, pero la tensión había desaparecido de sus hombros, y el asunto de Regulus era una pizca menos terrible—. ¿Me acompañarías?

—¿Uh?

—A hablar con Regulus.

—No creo que sea prudente...

—¿Y lo es reunirme con él a solas? No olvides que es un Black, y todavía se encuentra bajo el dominio de nuestros padres. —Una pausa—. Por favor —imploró Sirius—. Como apoyo moral, ¿y no decía el profesor Flitwick que uno debe presentarse a un duelo con un segundo en caso de necesitar auxilio?

—Espero que no estés retando a Regulus a un duelo, y... —Remus suspiró con pesadez—. Está bien. Iré contigo, pero les daré también su espacio, así que piensa bien dónde se van a citar.

—Hecho.

Y alzando la cabeza y plantándole a Remus un beso de agradecimiento, Sirius procedió después a demostrarle cuánto más podía estar en gratitud con él.

Con su boca, tanto con sus manos.

 

Veinte minutos antes de tener que encontrarse con Regulus en los jardines, en un espacio abierto y salpicado de árboles que tenía la ventaja de otorgarles discreción y a Remus oportunidad de estar cerca para mantenerlos dentro de su campo de visión pero no tanto como para escuchar su conversación, Sirius amagó entregarle a su amigo el vale con el que le había obsequiado en Navidad, y Remus demostró su desilusión patente en el rostro por unos segundos antes de aceptarlo.

—Pensé que lo utilizarías para algo más —comentó de pasada al estrujar el papel y guardárselo en el bolsillo de su túnica.

—Ya, supuse que alguna oportunidad mejor vendría, pero... —Sirius recordó las palabras que le dijera James al recibir al regalo, pero se forzó a borrarlas de su mente—. Quería tener aquí y ahora conmigo. Incluso si al final Regulus de verdad sólo quiere hablar, me serviría bien tener el, uhm, apoyo moral al final.

—Eso dalo por hecho, Padfoot —dijo Remus, posando su mano sobre el hombre de Sirius y dándole un apretón en esa área intermedia que era cuello y clavícula.

Así los sorprendió Regulus al aparecer rodeando el árbol tras el cual se protegían, y rápido desvió la mirada y masculló: —No sabía que estaba interrumpiendo algo...

Remus retiró despacio su mano, en tanto que Sirius se contuvo de poner los ojos en blanco.

—¿Querías hablar?

—Sí, uhm... —Regulus le dirigió miradas nerviosas a Remus, y éste se despidió de Sirius con un leve beso en la mejilla y una silenciosa plegaria por no dejar que Regulus afectara sus nervios.

Con un libro en la mano y disponiendo de todo el tiempo del mundo, Remus se alejó a un par de metros de ellos hasta el siguiente árbol, y bajo su sombra se protegió y comenzó a leer.

Sirius examinó entonces a su hermano, a quien en los últimos meses desde su huida de Grimmauld Place había evitado por todos los medios posibles contemplar a detalle. Ya fuera en el Gran Comedor, en los pasillos entre clases, incluso en el ocasional instante en que coincidían en los corredores o al exterior, Sirius había procurado siempre desviar la mirada y no verlo, porque sabía bien lo que iba a encontrar...

Regulus estaba delgado. Más que de costumbre. Los dominantes genes Black no sólo estaban a cargo del cabello negro y los ojos grises, sino también de una complexión alta y bien proporcionada. No demasiados músculos, pero sí los necesarios, y en esos momentos Regulus daba la impresión de haber pasado por una mala racha con la ropa que le quedaba grande y dentro de la cual nadaba. Alrededor de sus ojos el área tenía profundas ojeras, y Sirius creyó vislumbrar unos cuantos cabellos grises en su melena negra que a diferencia de él mantenía corta.

—No sé por dónde empezar —masculló Regulus, rehuyendo su mirada y frunciendo el ceño—. Todo es tan...

—Ve al grano —le interrumpió Sirius, que ahora que estaba consciente que su hermano no estaba ahí para atacarlo, tampoco quería prolongar su tiempo juntos más de lo necesario.

Era... demasiado doloroso. Y quería ponerle fin lo antes posible.

—Madre lo tomó contra todos cuando te marchaste —dijo Regulus, clavando los ojos en la nieve a sus pies—. Padre incluido, aunque él se fue a refugiar a su estudio.

—Y en su coñac —adivinó Sirius sin esfuerzo. Su familia había sido siempre la misma desde que él tenía razón, con un padre distante y alcohólico, y una madre histérica y dominante que había hecho lo posible por asfixiar en ellos cualquier trazo de personalidad con el que ella no estuviera de acuerdo.

Regulus bajó el mentón, y su rostro adquirió una palidez espectral. —No será necesario decirte lo que nuestras primas comentaron...

—Puedo imaginármelo, aunque en el caso de Andrómeda, ella me felicitó por romper lazos con ell-... Con ustedes —se corrigió Sirius, demarcando a Regulus en la ecuación antes que fuera. Y su hermano se estremeció como víctima de una bofetada invisible.

Regulus apretó los labios, y luego con un gemido pronunció las únicas dos sílabas a las que Sirius no era inmune de caer.

—Siri...

—No me llames así —gruñó Sirius—. Eso se acabó.

—Yo...

—Tú elegiste tu camino y yo el mío. Nada nos une ya.

—Somos hermanos, siempre lo seremos.

—Mi única familia son los Potter, y mi único hermano es James. Todos ustedes están muertos para mí —dijo Sirius con acaloramiento, de él irradiando una marejada de sentimientos para los cuales no tenía nombre, pero que le hacían doler el pecho.

¿Y qué si él y Regulus alguna vez habían sido ellos dos contra el mundo que les rodeaba y que se reducía a Grimmauld Place? Al salir de casa, él había tomado un camino diferente al elegir Gryffindor y separarse de las arcaicas ideas de la pureza de sangre y su superioridad ante el resto, en tanto que Regulus había aceptado con gratitud los grilletes de Slytherin y convertirse en aquello que había jurado jamás ser. No había punto de encuentro en sus rutas bifurcadas, y ya era momento de que lo asumiera.

Regulus apretó las manos, y en sus palmas apareció la perfecta marca de sus uñas clavándose en su carne.

—No lo dirás en serio...

—¿Realmente quieres una broma con mi nombre en estos momentos? —Rebatió Sirius—. Porque sabes bien la respuesta... Fueron los Potter los que me abrieron la puerta de su hogar y me hicieron uno de ellos. Algo que los Black jamás tuvieron la cortesía de hacer.

—Nunca lo necesitaste, no cuando...

—¿Cuando qué, Reg? ¿Cuando nos teníamos el uno al otro? Porque esos días llegaron a su final. Tú tomaste tu bando, te sentiste el ganador, y yo...  —Sirius exhaló, y su bocanada de aire se convirtió en vapor—. Francamente no sé para qué me citaste a hablar contigo. Sólo estamos dando vueltas sobre los mismos tópicos de siempre, y no llegaremos a ningún lado. Vuelve a donde perteneces y conviértete en el heredero que nuestros padres siempre quisieron tener a su disposición, yo en cambio seré feliz.

Sirius se dispuso a darle la espalda, a marcharse, pero entonces Regulus avanzó los últimos pasos que los separaban. El ruido de la nieve lo alertó, pero no lo preparó para la mano que buscó la suya, y se aferró con angustia igual que cuando eran críos, y las sombras que las cuatro paredes de Grimmauld Place proyectaban sobre ambos amenazaban con devorarlos.

—Siri... —Musitó por segunda vez Regulus, tan bajo y tan tenue que al menor soplo de viento se desvaneció. Pero bastó para que Regulus se hiciera escuchar, y que Sirius entendiera que no era un juego.

Sirius miró por encima de su hombro, y encontró a Regulus con la cabeza gacha, el brazo agarrotado, pero sus dedos no lo soltaron.

Era su particular llamado de auxilio, que incluso si de momento Regulus era incapaz de verbalizarlo, Sirius no iba a ignorarlo.

 

Se hizo tarde. La luz dio paso a la oscuridad, y aunque Sirius y Regulus se tomaron todo el tiempo del mundo para charlar bajo la protección del árbol en que se encontraban, Remus no se movió ni un centímetro desde su punto de vigía. No cuando la temperatura descendió, no cuando su nariz se puso roja y la humedad de sus ojos se hubo cristalizado, no cuando en sus pensamientos discurrió la idea de extrañar el pelaje que una vez al mes le crecía contra su voluntad porque en esos momentos titiritaba sin control.

Remus resistió estoico, con su libro en el regazo, y su recompensa final llegó cuando Sirius, en compañía de Regulus, se acercó a él y se pronunció.

—Todo está bien, Moony. Ya puedes bajar tu varita.

A ojos de terceros, Remus sólo leía, pero Sirius había vislumbrado su varita escondida en la manga de su túnica, y Remus relajó su apostura por primera vez en toda la tarde.

—¿Y bien? —Inquirió al contemplar a Regulus con interés y una ceja arqueada—. Han hablado, ¿qué sigue?

—De momento nada —dijo Sirius, que de pronto consciente del frío se pegó a Remus y buscó calor en él—. Reg volverá a su dormitorio y nosotros al nuestro, y, ah sí, mañana a primera hora tengo que enviar una carta al tío Alphard.

—¿Alphard? —Repitió Remus, pues según recordaba, era irónicamente una de las contadas ovejas blancas en una familia como los Black, y aunque Sirius sólo había tenido con él un reducido contacto a lo largo de los años porque su persona no terminaba de encajar con el resto de su parentela que lo despreciaba, era uno de los mejores aliados que se podía tener cuando se iba en contra de su propia familia.

—El tío Alphard quiere hacer de Sirius su heredero —dijo Regulus, descubriendo la verdad sin ambages—. Padre seguro morirá en silencio como el estoico infalible que es, Madre no, pero...

—Lo que importa es el resultado final —dijo Sirius, haciendo gala de un sentido del humor tan negro como su cabellera—. Y Reg como siempre tiene las mejores cualidades de un Slytherin, porque si yo me vuelvo el heredero de la fortuna Black, él quiere alejarse de Madre y Padre para vivir conmigo.

Las mejillas de Regulus se tornaron de un encendido rojo escarlata que nada tenía que envidiarle a los banderines que se exhibían en la punta de la torre de Gryffindor, pero en ningún momento lo negó. En cambio alzó el mentón orgulloso, y masculló:

—De los males, el menos peor...

Sirius puso los ojos en blanco. —Como sea. Redacta esa carta y mantenme informado de los avances.

—Sí —accedió Regulus de lo más contrito, reacomodándose la bufanda al cuello, y tras un asentimiento a Remus y otro a Sirius a modo de saludo, se marchó caminando a través de la nieve.

A solas entre ellos dos, Sirius fue el primero en hablar.

—Esto... No salió para nada como lo imaginábamos, ¿eh?

—En lo absoluto...


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).