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Dádivas por Marbius

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Porque de momento lo mejor era mantener un perfil bajo y no despertar ninguna clase de sospecha que los pusiera en la mira de nadie, Sirius y Regulus utilizaron a Remus como intermediario para sus asuntos. Casi siempre era uno de los dos hermanos Black pasando por la biblioteca para dejar una nota secreta en la pila de libros tras la cual Remus se protegía, y después se marchaba para dejar que el otro llegara para examinar el mensaje y responderlo de igual manera.

Remus comentó que era tan divertido como un juego de espionaje, Sirius que el estrés lo iba a dejar calvo y que ese era un lujo que no podía permitirse, y Regulus... Regulus no tuvo inconvenientes en abrirse un poco con Remus, y mascullar que contaba los días para que el tío Alphard nombrara a Sirius como heredero y él también pudiera huir del yugo al que sus padres lo tenían sometido.

—¿Y por qué no antes? —Le preguntó Remus con absoluto interés y cero anhelo de juzgar—. Igual que Sirius el verano pasado.

Regulus chasqueó la lengua, y su apostura revelaba cuán idiota le resultaba responder lo obvio.

—¿Y correr el riesgo de que Madre ejecutara un cruciatus contra mí por atreverme a renegar de mi apellido? Ni hablar. Ustedes los Gryffindors pueden llegar a ser demasiado valientes por su propio bien, y a veces las peleas que se ganan a la larga no son las que se pelean con uñas y dientes, sino con estrategia y suficiente tiempo para hacer que funcionen.

Remus se dio satisfecho con esa respuesta, y le contó a Sirius palabra por palabra lo que Regulus había dicho antes en la biblioteca.

Para las reacciones exageradas con las que a veces se expresaba tratándose de su familia, Sirius demostró una alta dosis de autocontrol al reír entre dientes y afirmar que no esperaba menos de Regulus.

—Un Slytherin siempre será un Slytherin, lo mismo que un Black... Bueno, al menos podemos elegir volvernos en contra de nuestra misma sangre.

Y bajo esa nueva filosofía, Sirius dejó que el tiempo se hiciera cargo del resto.

 

El tío Alphard se presentó en Hogwarts el último día de enero, por lo que la presencia de Sirius y Regulus fue requerida en el despacho de Dumbledore por medio de sus respectivos jefes de casa.

Sirius tuvo que ausentarse de una clase doble de pociones, y después no se presentó al almuerzo ni a sus siguientes clases. No fue sino hasta la tarde que hizo acto de aparición en la torre de Gryffindor, y a juzgar por la sonrisa maliciosa que llevaba entre labios, él y Regulus se habían salido con la suya.

—Está hecho —anunció Sirius a sus compañeros de dormitorio, y del salto que hizo James de su cama a la puerta por poco perdió los gafas.

—¡¿Lo dices en serio?! —Exclamó James, y Sirius se rió de él.

—Vamos, Prongs —le amonestó de burla—, hasta tú eres más listo que caer en esa vieja broma.

—No puedes juzgarlo —dijo Peter desde los pies de su cama y hasta entonces absorto en su tarea de Aritmancia—, eso que tú y Regulus han conseguido es impresionante.

—¿Qué, despojar a los Black de su orgullo? —Ironizó Sirius, sacudiéndose los hombros como si nada—. Oh, sólo fruslerías. Se lo tenían merecidos por lo menos desde la edad media.

—La vanidad no te va tanto como crees, Padfoot —dijo Remus, que desde su cama y con un libro, no había levantado la vista de la página que leía—. ¿Cómo está Regulus?

Perdiendo un poco de su chispa anterior, Sirius frunció el ceño. —Histérico. En serio. Madre no tardará en enterarse que ha perdido a su segundo heredero y por lo tanto enviar una colección de vociferadores para recalcarle su puesto como nueva desgracia en la familia, así que de regreso hemos pasado con Madame Pomfrey por una poción tranquilizadora que lo haga descansar sin sueños esta noche.

—Apuesto que para mañana aparecen diez vociferadores para ustedes dos —dijo James, y los ojos de Sirius centellearon.

—Yo digo que veinte. ¿Quieres que hagamos apuestas al respecto?

Que como buenos Merodeadores que eran, no había un tema tan sagrado como para no bromear con él.

 

Peter apostó por una docena de vociferadores. James por diez. Sirius por veinte. Remus se abstuvo de participar, y resultó mejor así cuando a la mañana siguiente una bandada de aves dejó caer por igual sobre la mesa de Gryffindor y Slytherin no menos que sesenta y cuatro vociferadores.

El conteo quedó interrumpido cuando ante los gritos que se sucedían superpuestos y el desorden que esto ocasionó, la profesora McGonagall se encargó de incinerarlos con un movimiento de su varita, y después con voz autoritaria llamar a ambos hermanos Black a su oficina.

Nuevamente Sirius estuvo ausente en las clases de la mañana, y sólo se reunió con sus amigos a la hora del almuerzo para contarles que la profesora McGonagall estaba de su parte, no iba a castigarlos por algo que no estaba en su poder impedir, y de paso había escrito a Grimmauld Place con la autorización del director para poner un alto al acoso y establecer que de haber una segunda lluvia de vociferadores, los aurores se verían involucrados.

Sirius lo había tomado con humor, y Regulus no tanto, por lo que Remus obligó al primero a no desatenderse de su papel de hermano mayor y ponerle solución.

Fue así como Sirius se acercó a Regulus por su propia volición, y tras advertirle lo que no pensaba tolerar de éste (que repitiera como disco rayado las palabras de sus padres respecto a la pureza de sangre o sacara a colación viejas rencillas), le ofreciera la posibilidad de empezar desde cero.

—¿Y funcionará? —Preguntó Regulus con escepticismo, porque había demasiadas heridas y cicatrices entre ambos como para sólo hacer borrón y cuenta nueva.

La respuesta de Sirius, lo resumió todo:

—Ni idea, pero... Vale la pena intentarlo, ¿no?

Y lo hicieron.

 

Un tanto agobiado con los asuntos familiares a los que Regulus lo había arrastrado en contra de su voluntad, Sirius había llegado a la segunda semana de febrero antes de percatarse qué gran fecha estaba próxima en el calendario y él no podía perderse: San Valentín.

O mejor dicho, el día en que planeaba despojarse de su cobardía y hablar claro con Remus acerca de qué hacían, quiénes eran, y qué querían juntos.

Como mínimo, esperaba Sirius conseguir un novio oficial, y su desbocada imaginación se encargaba del resto cuando suponía éxito en su declaración de amor y fantaseaba con lo que ser novio de Remus implicaría para ambos en todos los aspectos.

Por supuesto, Remus ni se dio por enterado de la fecha incluso si a regañadientes no fallaría en entregarle a sus amistades cercanas una rana de chocolate acompañada por uno de sus famosos vales multiusos.

Sirius tuvo la suerte incluso de acompañar a Remus en su excursión por Hogsmeade para comprar en Honeydukes su provisión, además de estar presente con él en la sala común mientras Remus recortaba cuidadosamente pedazos idénticos de pergamino y escribía en cada uno el favor que estaba dispuesto a cumplirle a su dueño.

—Este año tu dotación de regalos para San Valentín se ha duplicado —observó Sirius desde su butaca, hasta entonces fingiendo atención en jugar con su varita a crear volutas de humo mientras Remus estaba sentado en el piso y trabajaba en una mesa baja.

—Ah, eso —dijo Remus sin perder ritmo en su mano y escritura—. Sé de buena fuente que Lily y las chicas planean incluirme en sus listas de regalos, así que pensé que podía hacer lo mismo.

—¿Las chicas? —Repitió Sirius, incluso a sabiendas de tener claro a quiénes hacía referencia Remus.

Lily era, claro está, parte de su propia pandilla de amigas. A diferencia de los Merodeadores que se habían hecho llamar así desde su primer año luego de que McGonagall los encontró haciendo honor a su nombre en una de las torres del castillo a altas horas de la noche, Lily y sus amigas no tenían un apodo que con cada año se volvía más ridículo, pero eran igual de cercanas. El grupo constaba de Marlene McKinnon, Mary Macdonald, Dorcas Meadowes, y sin olvidar a Lily Evans, por la cual Remus se había hecho cercano a ellas.

De mucho había servido que en su tercer año de Hogwarts Dorcas tuviera un cierto crush con Remus y seguido le pidiera ayuda en sus debes de Defensa Contra las Artes Oscuras, pero no había pasado a mayores, y los dos habían hecho migas suficientes para que en quinto año Lily se relajara alrededor de Remus siendo los dos prefectos, y de ahí éste se incluyera como un amigo en común de ellas.

Las chicas, a quienes ahora Remus iba a obsequiar chocolates en San Valentín y de paso provocar en Sirius una levísima reacción de ansiedad.

«Ok, quizá no tan leve», pensó Sirius, pero éste se guardó de opinarlo en voz alta.

—Sí, las chicas —confirmó Remus, ajeno a la crisis interna por la que Sirius estaba pasando. Tras hundir su pluma en el tintero y proseguir con su escritura, agregó—: No te preocupes, también tendrás tu chocolate.

—Ya, y Prongs y Wormtail también, es de suponerse. Justo como el resto —dijo Sirius, odiando que la comparación lo colocara en el papel de un amigo más.

—Exacto —remató Remus el último clavo sin darse cuenta—. Ya que Peter todavía no se repone de su última novia y dudo que Lily le regale algo a James, es lo menos que podría hacer por ellos.

—Y... ¿Por mí? —Presionó Sirius, de pronto nervioso—. ¿Por qué razón me das un chocolate a mí?

Remus se detuvo con la pluma en el aire y una gruesa gota de tinta pendiendo de la punta. —Duh —expresó como si fuera lo más obvio—. Porque es día de San Valentín.

—Oh.

Y luego Remus volvió a lo suyo y Sirius se dedicó a analizar aquellas palabras.

 

Sirius tuvo acceso absoluto a una generosa porción de la herencia que el tío Alphard tenía destinada para él y Regulus, así que sin perder tiempo con tonterías, ordenó de Honeydukes su mejor caja de chocolates a recibir en la brevedad posible, y con ella en mano fue que esa mañana de San Valentín se despertó antes que el resto y con brusquedad abrió las cortinas de la cama de Remus para despertarlo.

Remus se limitó a abrir un ojo, gruñir al contemplar a Sirius todavía en pijamas sosteniendo su regalo, y preguntar por la hora.

—Las seis... Es decir, faltan quince para las seis... Ok, más bien media hora para las seis, pero pensé que no te importaría...

—¿O sea que son las cinco treinta? —Confirmó Remus, y Sirius carraspeó.

—Las cinco veintidós, ¡pero...!

Remus cerró ambos ojos y exhaló con pesadez, pero se hizo a un lado y levantó una esquina de sus mantas.

—Tú ganas, ven —invitó a Sirius a unírsele en la cama.

Sirius lo obedeció, y Remus masculló que tenía los pies helados.

—Lo siento.

—No, me encanta. Tenía calor —prosiguió Remus en un tono amodorrado.

La luna se encontraba en cuarto creciente después de todo, y conforme se llenaba en el firmamento y el lobo en su interior cobraba fuerzas, Remus descubría que su temperatura corporal se elevaba por igual. Daba lo mismo que estuvieran en invierno y que afuera el viento aullara recorriendo los terrenos de Hogwarts, porque en cama y con Sirius pegado a él buscando calor, Remus se sentía en la gloria.

Pese a sus mejores intenciones por hacer de aquel un San Valentín que marcara un nuevo comienzo entre ellos dos, Sirius se llevó un chasco al despertar un par de horas después, sólo en cama, y con una simple nota sobre la almohada:

 

“Padfoot:

Tomé lo que me correspondía.

Gracias por el regalo.

Moony.”

 

Con creciente ansiedad porque ni siquiera había sido capaz de entregarle tal cual su obsequio, Sirius encontró la caja de chocolates abierta sobre la mesita de noche de Remus, y en su interior sólo faltaba una pieza. El resto estaba intacto.

Y Sirius frunció el ceño porque no entendía nada.


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