Enséñale a pescar.
No tardaron mucho en descubrir que el sheriff de Yeghel era todo lo que había dicho el empleado del banco, el de las gafas y el ojo morado, e incluso puede que algo más; un viejo borracho, cazurro y corrupto, sin la más mínima intención de llevar a sus prisioneros ante la justicia. Para disimular, el tipo se limitó a encerrar a los tres atracadores que Tony le llevó atados a la cárcel, en una cutre celda mal vigilada. En cualquier momento podrían ser rescatados con facilidad por el resto de la banda, bastaría con unos caballos y una cuerda para dar un buen tirón a la reja de la ventana y huir todos juntos al galope como almas que lleva el diablo.
A medio día les habían invitado a comer. El empleado con traje, director del banco, no podía hacer menos después de que aquel extranjero de cabellos amarillos le hubiese salvado la vida así que con gusto se ofreció a pagar la cuenta del almuerzo en el hotel. Supuestamente el mago Strange había abandonado la ciudad con el objeto que fue a buscar a su cámara privada, una lástima porque al director le hubiera gustado despedirse y agradecer su heroicidad de alguna manera. Tony masticaba despacio para variar, sin quitar ojo de las dependencias del sheriff. Nick parecía inquieto, picoteaba sin ganas reygas fritas, un tubérculo semejante a la patata, del plato de su primo.
- Podíamos ir a cualquier lugar del Universo, a cualquier tiempo de la Historia. - Mascullaba molesto. - Tenemos la piedra y el dispositivo de Strange, pero no, el hombre de los planes tiene que quedarse en esta ciudad de mala muerte.
- No vamos a dejar indefensa a esta pobre gente, Kid. - Le dijo volviendo a la broma sobre la película de bandidos.
- ¿Y qué haremos? - Nick terminó levantando la voz. - ¿Quedarnos aquí a vivir? Aunque acabásemos con la banda del tal Tunnin llegarían otros, y otros más. ¡No pienso convertirme en el súper héroe local de esta tierra de pelirrojos!
- Ahí te doy la razón. - Tony bebió un buen trago de egoniv mirando a su alrededor. Varios hombres, mujeres y niños de Yeghel, les observaban con curiosidad dando paseos calle arriba y abajo por delante de la puerta del hotel-salón. - Les prepararemos para defenderse por sí mismos.
- ¿De qué estás hablando, Butch? - Nick abrió la boca y arqueó las cejas con gesto de sorpresa.
- Bueno, ya sabes lo que dicen. - Sacudiéndose las migas de pan de los ajustados vaqueros se puso en pie. - Si quieres alimentar a un hombre un día, dale un pez; si quieres alimentarlo de por vida, enséñale a pescar.
- ¿Vas a enseñar a pescar a estos pueblerinos? - Dijo siguiendo a su primo que caminaba derecho a un puñado de hombres y mujeres que les miraban desde el otro lado de la calle.
- Voy a enseñarles a pelear. - Sentenció con su sonrisa de autoconfianza, esa que suele sacar de quicio a Nick.