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Punto focal por Marbius

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5.- LP: Si Sirius te hace feliz...

 

Remus tuvo en la tarde noticias de Sirius.

 

SB: Acabo de despertar. Mis sábanas todavía huelen a ti :)

SB: Me alegra que mis waffles triunfaran con Teddy, y no te preocupes por los recipientes. Ha sido mi plan maestro para volverte a ver.

SB: ¿Qué harán hoy tú y Teddy?

 

En respuesta, Remus le envió la fotografía de su carrito de compra, donde se podían ver los estantes de madera con los que pensaba suplir los que Teddy había destruido en su intento de escalada a mano libre en su librero.

 

RL: Trabajo manual.

RL: Ese cuadro trajo más consecuencias de las que esperaba en mi hogar.

SB: Ouch.

SB: ¿Pero qué pasó exactamente?

 

Remus le dio una versión pormenorizada de los hechos, incluido el castigo al que Teddy estaba ahora sometido y que incluiría cancelar su salida al cine porque se pasarían el resto del sábado tratando de poner orden a su sala y el desorden que ahora ahí reinaba.

 

SB: ¿Necesitas ayuda?

SB: Soy bueno con las manos.

SB: Y con las herramientas también ;)

 

En la fila para pagar y con Teddy preguntando por enésima vez si Remus estaba seguro de cómo utilizar un taladro sin acabar con la pared llena de orificios inútiles para los estantes, éste reconsideró sus opciones y optó por aquella que de pronto le resultaba la más seductora a sus intereses.

 

RL: ¿Realmente sabes colocar estantes o sólo estás jugando?

SB: ¿No es mi nombre prueba suficiente?

SB: LO JURO.

SB: Puedo instalar esos estantes en menos de una hora y casi con los ojos cerrados.

SB: Garantía de satisfacción total o te devolveré... No sé. El dinero que podría haberte costado la reparación si llamaras a alguien.

SB: Entonces, ¿qué dices?

 

En respuesta, Remus le escribió su dirección y le mencionó que estaría ahí en aproximadamente una hora.

Y apenas presionar el botón de enviado, rompió a sudar a pesar del clima.

De si hacía o no lo correcto, ya lo sabría en cuenta regresiva dentro de aproximadamente sesenta minutos.

 

Teddy fue el primero en notar la moto estacionada frente a su casa, y de reojo comprobó Remus que era el modelo que Sirius conducía, incluidos también los dos cascos que le acompañaban y que no mostraban señales de su dueño por ningún lado.

Remus estacionó el automóvil en la cochera, y al bajar del automóvil gritó Teddy que había una persona sentada en su porche.

—Está fumando —dijo su hijo, arrugando un poco la nariz—. ¿Lo conoces?

Inhalando hondo para armarse de valor, Remus asintió. —Sí. Ese es Sirius.

—¿Sirius? —Y el reconocimiento del nombre hizo que Teddy bajara del automóvil, y sin molestarse en cerrar la portezuela, se acercara a su encuentro.

Remus se decantó por una actitud más relajada al primero abrir la cajuela y bajar sus compras, incluidos los estantes que había hecho cortar en la tienda y que sólo necesitaban de una mano experta en su instalación.

En eso se encontraba cuando Teddy volvió, trayendo a Sirius consigo (ya sin un cigarro aunque el aroma a tabaco todavía rodeándolo) y hablando a mil por hora de la manera en la que se había roto el librero y que era la razón para que esa tarde no salieran al cine, pues estaba cumpliendo una penitencia por su travesura.

—Tenía que haber consecuencias por tus acciones —le recordó Remus a Teddy al entregarle una bolsa con material y que su hijo aceptó sin rechistar—. Pero te diré algo, si terminamos temprano, todavía podemos ir a la última función. Seguirás castigado por el resto de las dos semanas, pero si ayudas hoy al menos el castigo te será leve.

—Vale —accedió Teddy, y con su propio juego de llaves en la mano se alejó en dirección a la casa para abrir.

—¿Necesitas una mano? —Ofreció Sirius a ayudar a Remus con las tablas de madera, y éste asintió.

—Siento haberte hecho venir para realizar trabajo manual. Es sólo que yo soy un negado total para todo esto. El mito de los profesores de tiempo completo es cierto: Somos unos inútiles cuando se trata de las reparaciones del hogar.

—Mejor para mí —dijo Sirius con una sonrisa fácil—. Me sirve de pretexto para verte de nuevo, serte útil y conocer tu casa.

—Oh.

—Y también a Teddy —finalizó Sirius—. Se parece a ti, aunque seguro que te lo han dicho antes.

—En numerosas ocasiones. Sólo un poco en el carácter se parece a Dora, pero por el resto no tengo dudas de que es hijo de mi sangre.

—Al menos puedes estar tranquilo, será igual atractivo que tú incluso después de sus cuarenta...

—Mientras no herede también mis canas —masculló Remus, atusándose un poco los rizos, en los que podía apreciarse una buena porción de cabello blanco. Desgraciadamente, aunque Remus todavía conservaba una gran parte de cabello castaño arena, eran amplias las áreas donde el cabello blanco había hecho ya su aparición. Una herencia Lupin que con toda certeza Teddy sufriría ya desde sus veintes.

—Le sentarán bien, justo como a ti —flirteó de nueva cuenta Sirius, y Remus encontró como una salida a sus halagos el cerrar la cajuela y con señas indicarle que entraran a la casa.

—Uhm, pasa y siéntete cómodo —le indicó Remus a Sirius una vez que cruzaron el dintel de entrada y éste se encontró dentro—. Por favor ignora el desorden...

La frase, tan arraigada en su lenguaje, hizo a Remus torcer el gesto porque era justo lo que diría su madre al recibir visitas. Era una tontería, pero le hizo pensar en que se estaba comportando como lo hacían sus padres, y de pronto la diferencia de edad entre él y Sirius le resultó casi insoportable.

Sirius por si parte no hizo comentario alguno por el supuesto desorden, y en su lugar se descalzó para imitar a Remus y a Teddy en su hogar, y lo siguió por el pasillo de entrada hasta la sala, donde había pilas de libros por doquier y los estantes rotos yacían en el suelo en un montón.

Con un silbido de admiración expresó Sirius su parecer.

—¿En verdad escaló hasta allá arriba?

—Sí. Es una suerte que no se haya roto algo. Dora no me lo perdonaría si la llamara desde urgencias para contarle que nuestro hijo se lastimó bajo mi cuidado —dijo Remus con aspecto sombrío.

—Quería ver el dibujo que papá escondió hasta arriba —dijo Teddy, que entró en la sala y cruzado de brazos mantuvo el mentón gacho—. No pensé que el librero se rompería así sin más...

—Bueno, a juzgar por el grosor de los tablones no debería haber sido así —comentó Sirius, que tras dejar el material en el suelo se acercó a la pila de estantes rotos y los examinó—. Pero esta madera está vieja, y un poco hinchada por el agua. Es un milagro que antes no se hubiera partido a la mitad con el simple peso de los libros. Pero tu papá tiene razón, Teddy, no deberías haberte subido hasta ahí arriba.

Teddy se sorbió la nariz y asintió. —No volveré a hacerlo, pero... Era un dibujo bonito. Aunque no pueda contárselo a mamá todavía.

—Será mejor no entrar en detalles de cuándo será el momento adecuado —dijo Remus tras un hondo suspiro—. Sirius, ¿necesitas algo en particular para empezar?

—Bastará con el taladro —dijo Sirius, que se arremangó la ropa por encima de los codos y se puso manos a la obra en un santiamén.

Con Teddy como ayudante y Remus como auxiliar, Sirius no tardó en evaluar el espacio disponible en la pared, trazar los próximos agujeros con un lápiz, y haciendo uso del taladro y la broca adecuada, montar los estantes en tiempo récord. Remus se guardó de mostrarse en exceso admirado por la facilidad con la que cumplía ese trabajo sin esfuerzo alguno, y cuando terminaron antes de la hora no dudó en ofrecer una retribución monetaria por su ayuda.

—No podría aceptarlo —dijo Sirius, que bebió con fruición de un vaso de limonada que Teddy le había preparado—. Esto es pago suficiente para mí.

—No bromees —respondió Remus, incapaz de aceptar que un trabajo que le habría costado sus buenas libras en caso de llamar a un profesional le hubiera salido gratis sólo porque sí.

—Además —agregó Sirius al limpiarse la boca con el dorso de la mano—, el trabajo todavía no está terminado.

—¿Uh?

—Todavía falta guardar los libros —señaló Teddy lo obvio.

Pese a que Remus tenía más libros desperdigados por la casa, los que tenía en ese librero no eran una cantidad nada desdeñable. Al menos unos trescientos volúmenes que en esos momentos requerían un poco de limpieza y volver a su estante original.

—No te preocupes —se apresuró Sirius a tranquilizar a Remus—. Tengo la tarde libre, puedo ayudarlos.

Y bajo ese acuerdo extendió Sirius su estancia en el hogar Lupin.

 

El estante y los libros volvieron a su estado habitual ya entrada la tarde pero no tanto como para que fuera impensable salir, salvo por la parte en la que llovía, y en vista de que Sirius había llegado en su motocicleta, Remus le invitó a aquedarse a ver con él y Teddy una película. Al menos mientras la lluvia amainaba.

—No quisiera imponer mi presencia aquí... —Dijo Sirius por cortesía, pero era más que evidente cuánto quería quedarse. Y no era el único.

Teddy había pasado de franca curiosidad a honesta admiración, y apenas agarrar confianza se le había pegado a Sirius como si éste fuera su hermano mayor. A Remus, para no variar, le resultó una pizca chocante porque ese comportamiento lo había visto antes, con Teddy y Harry, incluso si entre su ahijado y Sirius había una diferencia de cinco años. Pero para resultados era el mismo, porque Teddy identificaba que Sirius era mayor, que le debía una especie de respeto, pero al mismo tiempo no era por completo un adulto, y por lo tanto podía chancear con él y tratarle con familiaridad. Si era o no bueno, eso se corroboraría después.

—Quédate, Sirius —imploró Teddy, y después volteó a ver a Remus—. Haz que se quede, papá. Haz cena para todos y comámosla frente al televisor.

—No es nuestra costumbre diaria —se apresuró Remus a explicar, pero Sirius no se lo tomó en cuenta.

—Si no es molestia —dijo en cambio, y así quedó zanjado el asunto de su estancia.

Tras pedirle a Teddy que se diera un baño para quitarse el polvo de los libros que había tenido que limpiar, Remus procedió a cocinar una cena simple de espaguetis con crema de calabaza, y Sirius se le unió en la cocina como ayudante.

—Te desenvuelves bastante bien con los cuchillos —elogió Remus la rapidez con la que Sirius troceó verdura suficiente para una ensalada como segundo plato.

—Es una habilidad reciente —explicó Sirius sin perder ritmo en la velocidad de su filo—. Antes de mudarme fuera de casa para ir a la universidad dependía por completo de los sirvientes de casa, así que no sabía ni hacer las tareas más básicas.

—¿Como cuáles?

—Lavar la ropa, saber cuánto jabón y qué ciclos utilizar. Uhm, en la cocina todo era nuevo. Conocía el microondas, claro, pero descubrí la infinidad de comidas que ni de chiste podían cocinarse en él. Mmm, ¿qué más? ¡Oh sí! Después de un primer mes de error y aprendizaje volví a mi piso para encontrar las luces apagadas y que no tenía calefacción. Llamé furioso a un técnico, y fue entonces cuando descubrí que no existía ninguna clase de elfo mágico que se encargara de pagar las facturas por mí.

Remus se congeló en su sitio con la espátula de madera dentro de la olla en la que revolvía la pasta.

—¿Lo dices en serio?

—Con un nombre como el mío... —Se permitió Sirius la única broma del momento, y en sus labios reflejó una sonrisa irónica—. Cuesta creerlo, pero sí.

—¿Es que...?

—No soy un idiota redomado, lo juro —clarificó Sirius al terminar con la lechuga y proceder a cortar una zanahoria en corte juliano—. Más bien era asquerosamente rico, y mis padres nunca se tomaron la molestia de explicarme nada más allá de las reglas de etiqueta que esperaban que como Black cumpliera y no transgrediera más de lo necesario.

—Black... —Repitió Remus el apellido, que de algo le sonaba.

—Industrias Black —suplió Sirius con incomodidad, y al instante se hizo la luz en el cerebro de Remus.

—Claro...

Industrias Black eran un consorcio perteneciente a una misma familia y cuyo principal negocio era la farmacéutica en todas sus vertientes. Remus incluso recordaba haber leído en la oficina de su dentista un artículo detallando cómo tenían el control absoluto sobre una droga de belleza cuya función otros laboratorios habían intentado emular sin éxito. En su momento Remus había pensado con alivio que al menos Industrias Black dominaban ese mercado y no por ejemplo el de enfermedades contagiosas o crónicas porque sus precios prohibitivos no estaban al alcance del público general, pero ahora se cuestionaba si su capitalización por la belleza en un mundo como el suyo no era contraproducente.

—Mi familia es asquerosamente rica —dijo Sirius utilizando un tono de voz que carecía de pretensiones. Ni había orgullo en aquella afirmación ni presumía del dinero que seguro tenía a su disposición. Sólo relataba el hecho con desapego—. Ha sido la fuente de discordia más fuerte desde que tengo uso de razón, y como primogénito se espera de mí que asuma el lugar de Padre una vez que termine mi educación superior.

—Pero... —Remus bajó el fuego de la olla y le prestó toda su atención—. ¿Con una licenciatura en arte?

—Eso da igual. Padre es la cabeza de las Industrias Black, pero quien lleva el negocio en realidad es el tío Alphard, y él ni siquiera es su hermano, sino el de Madre. Probablemente ocurra lo mismo conmigo. De entre los dos, soy yo quien tiene que asumir el mando por ser el mayor, pero con toda probabilidad es Regulus quien moverá las riendas de los negocios. Yo seré la cabeza y él las manos que mueven los hilos...

—No suenas complacido con tu papel...

—Bueno, no —dijo Sirius, y el cuchillo dio un golpe con fuerza sobre la tabla de madera. Luego Sirius resopló—. ¿Puedo ser completamente honesto contigo? —Remus asintió—. Esa no es la vida que deseo. De hecho, la que tengo ahora y he mantenido a base de pelear con uñas y dientes es la que más se acerca a un sueño vuelto realidad, e incluso así...

Porque el contenido de la olla hervía y por fin había quedado listo, Remus apagó la estufa, y apoyando la espalda en la barra esperó a que fuera Sirius quien se liberara con él porque así lo quisiera, no por compromiso.

—Técnicamente me fugué de casa a los dieciséis —dijo Sirius, la cabeza gacha y el cuchillo todavía entre los dedos—. Lo sé, pobre niño rico que sufre en su mansión con todo ese dinero a su disposición...

—Sirius...

—¿Qué? Es cierto. Creía ser el que más sufría en el mundo porque tenía ante mí la vida solucionada y un empleo seguro hasta el final de mis días. Ni siquiera tenía que ir a trabajar, ¿sabes? Padre apenas se pasa por su oficina un par de veces al mes. Cualquiera habría dado su mano derecha por estar en mi lugar.

—¿Y qué pasó?

—Que no lo pude soportar más. Me escapé de casa. Piensa en todo el cliché completo de una película adolescente de drama: Hice mis maletas, dejé una nota pidiendo que no me buscaran, tome mis ahorros... Y me fui al penthouse del tío Alphard.

Remus no pudo contener una risita irónica, y por primera vez perdió Sirius la rigidez del rostro y una sombra de sonrisa también apareció en sus labios.

—Lo siento.

—No lo estés. Suena ridículo, ¿verdad?

—Un poco —concedió Remus pero sin malicia—. ¿Qué ocurrió después?

Sirius soltó un largo suspiro. —Que el tío Alphard me dio una dosis de realidad al recordarme que no podía huir así como así de mis responsabilidades. Dijo algo respecto a ser un Black en términos de voluntad, y me recordó que siempre me apoyaría, siempre y cuando tuviera claro lo que quería.

—¿Y lo hizo?

—Tanto como le fue posible. Verás, no fue culpa suya sino mía. Era yo... Sigo siendo yo el que no tiene del todo claro lo que pretende conseguir en la vida —admitió Sirius—. El tío Alphard me obligó a volver a casa con la promesa de poner de su parte si yo ponía de la mía, y fue así como conseguí que mis padres me permitieran estudiar Artes y vivir por mi cuenta. Sé que suena a poco, pero... Fue difícil. Y Madre todavía no se lo perdona del todo por haber intervenido y haberse puesto de mi parte.  Fue peor incluso cuando al año siguiente Regulus insistió en mudarse conmigo, pero éramos tres contra dos y ganamos.

—Wow... —Se admiró Remus del relato al que Sirius le había hecho partícipe—. Eso explica por qué tu casa es mejor que cualquier sitio que yo hubiera rentado cuando estudiaba la universidad. Y sin contar que lo compartía con un grupo de amigos.

—Fue un regalo del tío Alphard para Reg y para mí —dijo Sirius como si nada—. Él no quería que nos preocupáramos de nada más que de estudiar, pero pusimos nuestro límite cuando dispuso contratar una empleada doméstica de planta.

—Oh Diox...

—Mándame callar si empiezo a presumir —masculló Sirius, y tras soltar finalmente el cuchillo, se secó las manos con un trapo de cocina—. Puede que parezca tonto, pero me siento orgulloso de lo mucho que he conseguido alejarme de mi familia y del medio en el que crecí todos estos años. De las niñeras, los internados y la certeza absoluta de que mi vida estaba trazada por alguien más desde incluso antes de nacer...

Con solemnidad, Remus asintió, y sólo entonces cruzó por su mente una cuestión ineludible.

—¿Sabe tu familia...?

—¿Qué soy gay? —Adivinó Sirius sin problemas a qué hacía referencia, y cuando Remus inclinó la cabeza en asentimiento, exhaló con pesadez—. Sí. Pagaron demasiadas horas de terapia por mi culpa, y la mejor solución que encontraron fue darle la espalda al problema. De mí esperan que asuma el puesto de presidente de Industrias Black, me case con una chica de su elección, y les provea del número suficiente de nietos que lleven nuestro honorable apellido.

—Eso es horrible, Sirius.

—¿Sí? —Preguntó éste casi con desinterés—. Así ha sido el matrimonio de mis padres por décadas. Y no conocí nada diferente hasta hace poco. Incluso había asumido mi destino, y... —Sirius se permitió una pequeña sonrisa—. Y fue entonces cuando el tío Alphard me dijo que cuando llegara el momento ya cruzaríamos juntos ese puente. Todavía no sé en su totalidad a qué se refería, pero creo en él...

—Tu tío suena como una persona maravillosa.

—Lo es.  Ya lo verás cuando lo conozcas...

Que para sí, sin enunciarlo en voz alta, se cuestionó Remus si en verdad ese día llegaría.

 

La estancia de Sirius en casa de los Lupin se prolongó hasta pasada la hora de la cena y después de la hora de dormir de Teddy, cuando a mitad de la segunda película se quedó dormido en el regazo de Remus y éste se disculpó para llevarlo a su habitación y ponerle en cama.

A su regreso, Sirius esperaba expectante por él y había puesto una pausa a la película que veían. De hecho, a la que habían prestado atención a medias por encontrar más entretenido el tomarse de la mano y acariciarse los nudillos que la boba trama que no había conseguido más que aburrirlos.

—Leí el final en Wikipedia —dijo Sirius con un brillo malicioso en los ojos—. Ella lo deja por su mejor amigo y abren su propia pastelería. Qué tonto, ¿no?

—Bastante —dijo Remus sin que le importara el spoiler. ¿Qué más daba? Los personajes habían sido aburridos y la trama incluso peor. Nada podría haber compuesto la película salvo un final abrupto. Y quizá ni eso. Quizá... El problema no había sido la película, sino que Sirius a su lado en el sofá irradiaba calor, y Remus nada más deseaba en el mundo en esos instantes que abrasarse...

—Teddy...

—Dormirá hasta la mañana. Tiene el mismo sueño que un tronco.

—Es un buen chico. Mejor que yo a su edad.

—Gracias —dijo Remus, que al sentarse de vuelta en el sofá y sin Teddy entre él y Sirius de pronto se atragantó con su saliva—. Sirius...

—¿Sí? —Se giró éste expectante, la misma expresión que un cachorro que no tiene claro si va a recibir un premio o un azote por su comportamiento.

Remus odió sus siguientes palabras. —No puedes quedarte a pasar la noche.

—Oh.

—Me encantaría, pero... Tengo un hijo por quién velar, y hasta no estar seguro de nada no puedo hacerle esto.

—Lo entiendo —dijo Sirius con la boca seca y la voz rasposa—. Me marcharé.

Pero al intentar ponerse en pie, Remus le retuvo con la mano alrededor de la muñeca. —No puedes quedarte —dijo Remus con los ojos turbios y la pupila tan dilatada que el dorado de su iris se había perdido—, pero no tienes que marcharte todavía si no quieres. O no tienes un sitio mejor en el que estar.

—No —replicó Sirius, y después avasalló a Remus en el sofá, besándolo de lleno en los labios y obteniendo la recompensa que una tarde de labores manuales y ser todo encantador para Teddy le había ganado.

Remus no opuso gran resistencia a sus besos y caricias, tampoco a sus manos metiéndose por debajo de su camiseta y palpándole la piel disponible, pero empujó a Sirius cuando éste llegó a la pretina de sus pantalones y buscó retirárselos.

—Aquí no —pidió con la voz cargada de placer—. Teddy podría bajar por un vaso con agua y... Es demasiado riesgoso.

—Y podría ser traumatizante —bromeó Sirius—. Ok. ¿Dónde?

—Ven.

De esa manera tiró Remus del brazo de Sirius y lo guió a una puerta en la que éste había reparado a su llegada pero de la que nunca preguntó. Resultó que ahí adentro tenía Remus su estudio personal, y la habitación tenía como centro un escritorio atiborrado de papeles hasta casi ocultarlo, y libreros de pared a pared rebosantes de libros tanto con lomos antiguos y de letras borrosas por los años, como libros nuevos y relucientes que no podrían tener más que unos años fuera del mercado.

Remus no le dio oportunidad a Sirius de comentar acerca de sus técnicas de decoración que incluían la ordenada acumulación de textos, y lo besó con deseo hasta hacerlo perder cualquier rastro de racionalidad.

El resto fue simple instinto.

A falta de lubricante y condones, se turnaron en la silla de Remus para dar y recibir sexo oral, y sólo después se percataron que en las prisas habían pasado por alto ponerle el pasador a la puerta.

—Ugh —rezongó Remus por su propia falta de cordura, y echó la cabeza atrás en su silla.

De rodillas, todavía entre sus piernas y acariciándole los muslos desnudos con languidez, Sirius bromeó con él.

—Si te sirve de consuelo... Una vez sorprendí a mis padres en el acto. Debió haber sido en una ocasión especial como un cumpleaños o a su aniversario, o ellos dos eran un par de bastardos pervertidos, porque sorprendí a Madre con un strap on y dándole a Padre tan duro por detrás... Tendría algo así como cinco años, pero juro que ese fue el día en que el sexo heterosexual perdió todo su significado para mí.

—Por otro lado, parece que tus padres sabían cómo divertirse.

—Ni idea. Hace veinte años que debieron haberse separado. Los dos tienen amantes de planta, y no es como que se hayan quedado juntos por el bien mío o de Reg... Sospecho, y seguro no me equivoco, que la razón principal ha sido Industrias Black, que le pertenece al lado de Madre, pero es Padre quien da la cara.

—No te ofendas, Sirius —dijo Remus tras mucho esfuerzo—, pero tu familia suena de lo más desquiciada.

—Oh, y lo es. No me ofendo. Tranquilo —declaró éste, la mejilla puesta en su muslo y jugueteando con el fino vello que Remus tenía en la cara interna—. Es tarde. ¿Quieres que me marche?

—No.

—¿Pero debería?

—Sí. Porque Teddy...

—Lo sé —dijo Sirius tras un suspiro de insatisfacción—. Pero Remus... ¿Estás cerrado a la idea de vernos otra vez?

—¿Otra vez? —Repitió Remus, y porque tanto él como Sirius todavía tenían los pantalones abajo y la habitación olía a sexo, hizo lo posible por adecentarse al guardarse de vuelta el miembro en los bóxers y buscar una respuesta más específica—. ¿A qué te refieres en concreto?

Sirius lo imitó al reincorporarse a medias y con rapidez cerrarse los pantalones. —Sin presiones, pero me gustaría continuar viéndote.

—¿Es una especie de acuerdo entre amigos con beneficios?

—En parte, pero... ¿Estarías muy opuesto a salir en citas como la de ayer? Corrígeme si me equivoco, pero creo que la pasamos bastante bien, ¿no?

—Más que bien.

Y no era una exageración. A Remus las horas se le habían escabullido entre los dedos en compañía de Sirius, y la oportunidad de volver a pasar una noche en su cama y en la mañana comer de sus deliciosos waffles había sido un plus que creía jamás haber repetido desde la primera vez, pero... ¿Bastaba eso para justificar seguirse viendo?

La diferencia de edad seguía presente. Igual que su estado académico. Y en el caso de Remus, la presencia de Teddy dificultaba la posibilidad de una relación. Y sin embargo, Sirius parecía tan dispuesto a olvidar los obvios impedimentos y estaba ahí en su estudio mirándole con ojos tiernos y pidiendo una oportunidad para demostrarle que juntos podían hacer tanto...

—Esto de ser gay... —Masculló Remus, porque tenía que ser honesto con Sirius antes de involucrarlo en su vida personal—. Bueno, en realidad soy bisexual, pero es algo reciente.

—¿Lo descubriste tarde?

—Lo acepté demasiado tarde —corrigió Remus el concepto, y bajó la cabeza con desgana—. Mira, sobra decirlo pero solía estar casado con una mujer, y ella es la mamá de Teddy. Las cosas entre nosotros se fueron a pique después de que me enamoré de un colega, e incluso esa relación no funcionó. De eso ya hace un par de años, pero voy a mi ritmo de oruga. Sólo mis amistades más cercanas saben que yo, uhm.

—Lo entiendo.

—No me oculto a nadie —se apresuró Remus a aclarar, y su mirada se clavó en la de Sirius—, pero soy de una generación diferente a la tuya. Para nosotros el orgullo de ser diferente a la mayoría nunca fue razón para presumir, sino un motivo de vergüenza. Y las viejas costumbres no mueren tan rápido ni se adaptan a los tiempos modernos con tanta facilidad como uno quisiera.

—Podemos ser discretos —dijo Sirius sin tomárselo a mal—. Ir despacio.

—Ya, y está ese asunto de la universidad y... —A punto de aludir su diferencia de edad y hacerle saber a Sirius que entendía si la novedad de acostarse con un hombre que casi le doblaba la edad desaparecía pronto, Sirius mismo se impulsó en sus rodillas y besó a Remus en los labios.

—Me graduaré a finales de este semestre. Ese ya no será más un impedimento. Además somos de diferentes departamentos y no estás encargado de ninguna de mis calificaciones. La dirección no tendría por qué oponerse ni intervenir.

—Ya, pero... Ok. —Remus se permitió una pequeña sonrisa—. Y respecto a Teddy, ¿podemos decirle que sólo somos amigos? Al menos mientras vemos cómo progresa todo.

—No hay problema, porque entre otras cosas también quiero ser tu amigo. No habrá necesidad de mentir en ese punto —declaró Sirius, que se puso en pie despacio y avasalló a Remus en su silla y contra el respaldo—. Iremos a tu ritmo, sin prisas ni presiones. Lo pasaremos bien...

Que como promesa, Sirius se encargó de cumplir con una segunda felación.

 

Sirius se marchó poco después de medianoche cuando la lluvia por fin amainó, y Remus no hesitó en enviar un mensaje conjunto a James y a Lily para ponerles al tanto.

Las réplicas no tardaron, incluso con la hora.

 

LP: Si Sirius te hace feliz...

JP: Ignórala. Está preocupada por ti.

JP: Juega tus cartas sabiamente.

RL: Eso pretendo hacer.

LP: Dale al chico la oportunidad de probarse a sí mismo.

RL: Iré con pies de plomo, Lils.

RL: Pero gracias por el consejo.

LP: Sabes que sólo queremos lo mejor para ti, ¿correcto?

RL: Sí. Lo sé. Y lo agradezco.

JP: Y ya que sobrepasamos la parte aburrida...

JP: ¿Cómo estuvo? ;D

LP: ¡James Fleamont Potter!

RL: Déjalo estar. Si tanto quiere saber, en ese caso...

 

Y Remus no se cortó en hablarles a grandes rasgos del momento agradable que había tenido con Sirius en su estudio. Básicamente confirmó con sus amigos que en el ámbito físico se compenetraban de mil maneras, y si el corto tiempo que habían pasado juntos hasta entonces y que no incluyera su tiempo en la cama o desnudos era un indicador de lo bien que congeniaban en otras áreas... Bueno, casi podía arriesgarse a afirmar que tenía posibilidades de enamorarse, si es que no lo estaba ya.

Que a sus cuarenta y dos sonaba de lo más cursi la idea del amor cuando entre sus ocupaciones estaba cuidar a Teddy, velar porque sus relaciones con su exesposa no se agriaran, pagar la hipoteca de su casa y su trabajo en la universidad. Muchas más actividades que esas, de hecho, y sin embargo, cuando más tarde Remus se fue a la cama no pudo evitar abrazar la almohada y anhelar con todas sus fuerzas que la almohada tuviera rastros de la fragancia de Sirius.

«Quizá... Y si todo sale bien, él pueda quedarse aquí a pasar unas horas, o la noche», pensó Remus, que de no ser porque su periodo de recuperación no era igual que veinte años atrás, en otro momento habría introducido la mano en el pantalón de su pijama y masturbado furiosamente con el nombre de Sirius en los labios.

En su lugar, se contentó con tenerlo en su mente, y con la misma rapidez con la que se estaba enamorando de él, quedarse dormido con su rostro plasmado en la memoria.

 

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Notas finales:

Sirius haría lo que fuera por estar más tiempo con Remus, así sea hacerla de carpintero y conocer a su próximo hijastro *guiño*
Los Black siguen demostrando ser una familia de ensueño, ¿eh? Pero lo van a comprobar más adelante como es debido...
Graxie por leer y por sus comentarios que me motivan a tener el siguiente capítulo listo el jueves~


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