Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Lentamente por Marbius

[Reviews - 5]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del fanfic:

Quería escribir un fic adulto, tan simple como eso. Con temas incómodos y a veces difíciles como es casarse, aburrirse, experimentar... Sin tapujos voy a decir que es una lectura +18, no sólo por los temas de sexo, sino porque creo que hace falta criterio para entender que la vida, sobre todo la vida en pareja, puede llegar a tener un periodo de florecimiento y luego morir.
¿Qué pueden encontrar aquí y que vale la pena mencionar? Infidelidad consensual. Mención a prácticas sexuales poco tradicionales. Angst, mucho angst. Más que nada, un final que no es mi típico cuento de hadas de "y todos vivieron felices" porque eso rara vez aplica. Peeero, yo sigo creyendo en el amor y creo que el Wolfstar es lo mejor, así que con eso en mente las invito a leer y a disfrutar de esta lectura.

And I can't stop myself from falling down.

Could you find a way to let me down slowly?

A little sympathy, I hope you can show me

If you wanna go then I'll be so lonely

If you're leaving baby let me down slowly.

 

Alec Benjamin - Let Me Down Slowly || https://www.youtube.com/watch?v=50VNCymT-Cs

 

 

1.- El matrimonio conformado por Remus y Dora.

 

Los indicios habían estado ahí pero Remus eligió ignorarlos.

Pequeñas señales como morirse de celos cuando su mejor amigo de la primaria resultó no ser recíproco, el extraño cosquilleo cuando el hermano de mamá estuvo de visita y lo sorprendió cambiándose de ropa y mostrando aquel pecho tan velludo, y luego cuando empezó a masturbarse utilizando la sección de ropa interior de un catálogo que recibían a domicilio y sus ojos iban y venían entre la página que contenía mujeres en bragas y sostén y los hombres en bóxers.

En sus años escolares habría sido incluso más fácil asumirlo por la gran cantidad de pruebas con las que Remus se hizo. Tales como tener un crush con su profesor de historia, excepto que él lo justificó como aprecio por el hombre, por su inteligencia... y el hoyuelo que se le formaba al sonreír antes de declarar que la respuesta a su pregunta había sido la correcta. O los vistazos que daba a sus compañeros después de la hora de deportes y que le obligaban a ir despacio por las reacciones físicas de su cuerpo... pero que seguro no eran nada porque no podía ser excitación, sino simple admiración. O la memorable ocasión en la que durante una asamblea sonó la alarma de incendios y el director les pidió marchar en orden y tomados de la mano. Al final resultó ser un simulacro para comprobar qué tan preparados estaban los alumnos para una situación como esa, pero Remus jamás olvidó tanto el contacto de Jenna Perkins en su mano derecha como el de Elliot Batch en su izquierda.

Al ir creciendo, Remus hizo lo posible por suprimir aquellos pensamientos lo mejor posible, y al menos tuvo de su parte el hecho de que si bien los miembros de su mismo sexo le resultaban atractivos, también lo eran los de su sexo opuesto.

Remus perdió la virginidad con una chica a los quince años, y si bien la experiencia nunca pudo catalogarse como memorable debido a la torpeza de sus actos (por poco se había equivocado de agujero al desesperarse por no encontrarlo en la oscuridad) y la sordidez del lugar (las escaleras de servicio en una fiesta a la que había asistido casi por obligación a encajar), al menos sí lo sirvió como confirmación de que no era marica.

Entre su círculo de amistades durante esos años de colegio, ser marica era lo peor de lo peor, y entre cuchicheos se decía quién lo era y quién no, por lo tanto, a quién se debía evitar y con quién valía la pena juntarse, y por su cuenta se aseguró Remus de pertenecer siempre a la segunda lista sin importar cuánto le costara.

En sus años de universidad fue cuando Remus pudo apartarse de aquellas ideologías por las que se podía recibir una paliza en el patio del colegio, y descubrió que ser gay no era algo sucio ni motivo de avergonzarse cuando conoció a un par de amigos que lo eran. De la represión de sus años escolares aprendió Remus que el mundo no era un sitio en blanco y negro, y que los tiempos estaban cambiando.

Y por fin, tras escucharlo como algo que le ocurría a los demás, Remus asumió que no había nado malo con él, que sólo era bisexual y no había mucho más por decir.

Sin embargo, a pesar del ambiente de libertad que se respiraba en Londres a diferencia de su natal Gales, de que ya era un adulto responsable de sus acciones, y de verse rodeado de un entorno en donde ninguno de sus amigos pestañearía de sorpresa si de buenas a primeras decidía empezar una relación con un hombre, Remus lo mantuvo en secreto.

A su modo de verlo, que fuera bisexual no tendría por qué implicar que debía actuar bajo esos impulsos sólo porque podía y quería hacerlo, y tras asumirlo lo volvió a ocultar en lo más hondo de su ser para una próxima vida.

Una siguiente vez que él esperaba no tener que lidiar.

 

Remus conoció a Dora en su último año de universidad, cuando él ya estaba haciendo prácticas en la biblioteca que le había sido asignado y ella estaba ahí buscando información de un tema que vendría en su próximo examen. El clic entre ellos dos había sido instantáneo, y aunque el primer contacto incluyó a Dora derribando un carrito de libros y a Remus aterrorizado de que el ruido atrajera a un supervisor que le riñera a él y la expulsara a ella, al final había sido como un cliché digno de película cuando juntos recogieron los libros e intercambiaron los números con planes de tener una cita durante la semana.

Los siguientes tres años de su vida ellos dos se volvieron inseparables.

Remus terminó su licenciatura en Biblioteconomía y consiguió un empleo que puso fin a sus años de estudiante pobre en la gran urbe. Dora por su cuenta estaba estudiando para ser policía, y a pesar de estar a punto de reprobar el examen físico (no por falta de condición, sino de coordinación) se graduó con honores de su promoción.

Para entonces ya vivían juntos, y no se demoraron demasiado en hablar de matrimonio.

Remus conoció a los Tonks y aunque en un inicio hubo reticencias de su parte porque Dora era su única hija y estaba en su naturaleza protegerla, después no tuvieron ningún inconveniente en su relación. Por el contrario, al conocer Dora a los Lupin se volvió ella motivo de alegría, y tanto Hope como Lyall no pararon de molestar a Remus con el anillo de la bisabuela para que tomara una decisión.

Por acuerdo mutuo, Remus y Dora decidieron esperar un par de años más. Avanzar en sus respectivas carreras, establecerse bien en Londres, disfrutar un poco de la vida viajando a sus anchas, y no ceder sólo porque sus padres consideraban que estaban en la edad perfecta para atar el lazo y empezar a tener hijos como si su única obligación en la vida fuera hacerlos abuelos y continuar su descendencia de sangre.

Esos fueron los mejores años de su relación, y creyendo que podrían replicarlos después, justo antes de cumplir treinta sorprendió Dora a Remus con el anillo de su bisabuela en el dedo y preguntando si podía utilizarlo.

—¿Quieres...? —Preguntó Remus, con el resto de las palabras atoradas en la garganta.

—Si lo pienso demasiado, no sé... Pero ya tenemos juntos siete años, y se supone que las parejas que cruzan esa marca tienen mejores pronósticos —dijo Dora, dándole vueltas al anillo que le había quedado a la perfección en su dedo anular—. Yo quiero si tú quieres.

«Lo mismo podría decirte yo a ti», pensó Remus, que con todo, la abrazó y la besó.

No fue más que un ‘sí’ tácito, y quizá por ello, una señal de lo que estaba por venirse.

 

Remus y Dora se casaron al año siguiente, y dos años después nació Teddy.

La vida les sonreía con un hogar, un hijo, empleos en los que eran felices y una armonía de pareja que nadie más en su círculo de amistades podía emular, hasta que Dora soltó la bomba.

—¿Estás molesto? —Preguntó de improviso una noche en la que ya se habían retirado a dormir. Teddy dormía en la habitación de al lado, y por una vez su monitor de bebé no traía consigo el ruido de su llanto intermitente porque le estaban saliendo los primeros dientes y sufría por ello.

Ya con los ojos cerrados y dispuesto a perderse en el alivio de la inconsciencia, Remus preguntó: —¿De qué hablas?

—Porque en todos estos meses tú y yo no... Ya sabes —susurró Dora, abordando un tema que se había vuelto complicado en su vida matrimonial.

Si bien Teddy era la luz de sus días y no cambiaría su presencia en sus vidas ni por su peso en oro, ni el embarazo ni esos primeros meses habían sido fáciles para todos los involucrados.

Dora había pasado por todos los malestares habidos y por haber de un embarazo, si no es que descubrió más para agregar a la lista. El primer trimestre había estado plagado de náuseas y vómito, el segundo con agresivos cambios de humor, y el tercero repleto de cansancio, llanto y somnolencia. Remus nunca se lo había echado en cara, y por el contrario, había tolerado cada momento con calma, nunca sin perder la tranquilidad que lo caracterizaba.

Y Dora estaba agradecida por ello, claro que sí, pero también preocupada, porque luego de nueve meses de embarazo y ahora casi un año de vida de Teddy, ni ella ni Remus habían retomado su vida sexual a como era antes de que todo eso comenzara.

Cierto era que de vez en cuando Dora lo sorprendía introduciéndose bajo las mantas para una rápida felación, y Remus le ayudaba acariciándole los pechos cuando ella no podía dormir y decidía que un orgasmo era su mejor solución, pero... Algo crucial faltaba.

—Ah, eso —murmuró Remus con somnolencia y sin el mismo tono angustiado con el que Dora trataba el tema—. No pasa nada.

—¿No te preocupa?

—No. Leí en algún lado que es normal en padres primerizos. Ya pasará —dijo Remus, que extendió su brazo y se lo echó encima por el estómago—. No es para tanto.

—Deberíamos hacer algo al respecto —murmuró Dora, pegándose a Remus porque incluso aquel contacto lo echaba de menos—. Probar posturas nuevas, o asesorarnos con un porno... ¿Hay algo que despierte tu curiosidad? Porque podríamos intentarlo... No me importaría siempre y cuando los dos estemos de acuerdo.

—Ahora mismo la única fantasía que tengo de la cama es dormir ocho horas —dijo Remus apenas moviendo los labios, el cuerpo laxo y abandonado al cansancio. Desventajas de tener un niño pequeño y empleos de tiempo completo.

—Hablo en serio, Remus —le riñó Dora, pero su esposo ya se había quedado dormido.

Y a diferencia de él, Dora se pasó las siguientes horas dándole vueltas al asunto.

 

Dora destapó por su cuenta la metafórica caja de Pandora al espiar en el portátil de Remus el porno que éste miraba a escondidas y descubrir en su lista de favoritos dos tendencias que de pronto le abrieron los ojos: Tríos (pero en lugar del usual escenario de dos chicas atendiendo a un chico, más bien se topó con una mujer y dos hombres, siendo estos últimos dos bisexuales y sin inconvenientes en demostrarlo) y cuckold (para lo cual Dora tuvo que leer al respecto luego de toparse con un video que la perturbó cuando simplemente se trató de porno gay con la supuesta esposa de uno de ellos masturbándose a su lado).

De hecho, Dora requirió de semanas para informarse y reunir valor, y cuando lo consiguió, Remus por poco dejó caer a Teddy.

En una noche de sábado de las que ahora eran habituales por ser padres, se habían contentado con ponerse los pijamas temprano, poner alguna película ligera de fondo, y holgazanear en el sofá mientras se turnaban el cuidado de Teddy. Con el bebé a punto de cumplir un año, ya no era la criatura que sólo dormía, comía y ensuciaba pañales sin parar, pero también tenía el inconveniente de requerir de toda su atención, especialmente desde que había aprendido a gatear y no había espacio que no le gustara explorar sin importarle el peligro que pudiera suponerle.

Así que con Teddy en brazos y alimentándolo con un biberón, Remus tuvo una reacción de catatonia que casi terminó con su hijo en el suelo cuando Dora abordó el tema que le había estado carcomiendo sin parar desde meses atrás.

—So... Por accidente encontré en tu portátil tus videos porno favoritos y-... —Con las manos entrelazadas fuertemente frente a ella, Dora le dedicó una mirada a su esposo y se alarmó—. ¡Remus, el bebé!

Remus alcanzó a sujetar a Teddy antes de que el bebé se deslizara fuera de su agarre, pero más allá de eso su apostura continuó igual que la de una estatua.

El silencio se extendió como gas paralizador entre los dos, y por segunda ocasión fue Dora quien tomó las riendas de la conversación.

—No siento miedo, o asco, o... Lo que sea. Es sólo curiosidad, porque... —Bajo la presión de sus manos, sus nudillos empezaron a tronar uno a uno como ramas secas—. Bueno, porque obviamente tú también has tenido esa misma curiosidad y... ¿Podrías llamarlo interés? —Una larga pausa—. Remus...

Sin soltar a Teddy, que chupaba su biberón con fruición, Remus hundió el mentón en el pecho.

—¿Cómo puede alguien por accidente encontrar videos porno en la computadora personal de otra persona? —Preguntó con voz ronca y apenas moviendo los labios.

—Vale, estaba ahí husmeando y... y... ¡No me importa, sabes! —Exclamó Dora con un cierto histerismo patente en la voz—. Me refiero al contenido, no a la parte de ser una entrometida, porque sé que lo fui y lo siento mucho, pero tenía que estar segura que...

Con un nudo en la garganta, Dora calló. En otras circunstancias, Remus no habría hesitado en consolarla, en asegurarse que no había ninguna clase de problema entre ellos dos, pero con la confianza rota, cada uno permaneció en su extremo del sillón y el único ruido que se escuchó por largos minutos fue el de Teddy succionando su biberón y el televisor de fondo.

—¿Podemos hablar? —Pidió Dora al cabo de una larga espera, luego de con nerviosismo arrancarse de cuajo la cutícula de al menos tres uñas—. Sé que hice mal y lo siento. No debería haber utilizado tu contraseña personal para algo tan inapropiado, pero quería, uhm, inspiración.

—¿Inspiración? —Repitió Remus.

—Oh, lo... usual, supongo. Lo que yo creí que era lo usual —masculló Dora, y arremetió contra una cuarta cutícula—. Ropa de colegiala, bailes sensuales, quizá un par de nalgadas, y en lugar de eso...

«En lugar de eso descubriste mi gran secreto», pensó Remus, que se había mantenido a la defensiva porque casi podía visualizar el curso de su conversación. Dora lo confrontaría, lo obligaría a admitir que su atracción por su mismo sexo no era un asunto pasajero y después... Bien podría despedirse de su hogar, de su familia y sobre todo de Teddy, porque cualquiera podía ser tolerante con la sexualidad de una tercera persona, pero no si dicha persona era tu esposo y padre de tu hijo.

—Me gustaría entender... —Dijo Dora, y sus palabras sacaron a Remus del abismo oscuro en el que se había recluido por voluntad propia.

—No sé si pueda ser capaz de explicarlo —balbuceó Remus sin apartar los ojos del rostro de Teddy. Sus ojos adormecidos tan parecidos a los suyos, ojos que tal vez en la vida adulta lo juzgarían por ser quien no podía evitar ser—. Ni yo mismo lo sé con certeza.

Dora atacó el asunto directo a la raíz. —Pero eres bisexual, ¿correcto?

Con el corazón encogido en el pecho y jugándoselo todo, Remus asintió, y por primera vez en su vida lo admitió para sí y para el mundo en voz alta.

—Sí, lo soy.

El resto, por extraño que fuera, le resultó más fácil de verbalizar.

 

Las negociaciones se prolongaron por meses sin parar.

Después de esa primera noche en la que Remus utilizó a Teddy como escudo mientras Dora lo acribillaba con toda clase de preguntas acerca de su experiencia con hombres (ninguna, a menos que contara sus vívidas fantasías y el porno que ocasionalmente consumía cuando la culpa no era demasiada), sus preferencias (una marcada predilección por hombres altos y de cabello oscuro, del tipo rebelde que contrastaran con él y su papel de bibliotecario sumiso), posibles escenarios (nada demasiado pervertido, si acaso porque lo más lejos que había experimentado consigo mismo eran dos dedos en la ducha) y la posibilidad de intentarlo al menos una vez para sacarlo de su sistema (a lo cual Remus se negó categóricamente y no quiso hablar más del tema), su matrimonio tomó un giro que ninguno de los dos esperaba.

Contra todo temor y pronóstico que pudiera haber hecho antes de que su secreto saliera a la luz, Remus se vio asaltado por Dora en los momentos más cotidianos de su día a día, a veces en el automóvil de camino a la guardería, otras en la fila del supermercado, en las más memorables, en su cama ya tarde en la noche cuando ella se pegaba a su costado, y con voz sobrecogida de una extraña excitación le preguntaba una vez más acerca de qué le interesaba de esos videos.

Remus los había borrado de su lista de favoritos, por supuesto, y había eliminado su cuenta en la página, pero de poco le había servido cuando Dora acudió una noche a la cama con la suya y le hizo acompañarla mientras ella por su cuenta inspeccionaba videos categorizados como ‘bisexual threesome mmf’ y le pedía su opinión.

—¿Crees que realmente sea la primera vez que este hombre hace anal frente a su esposa? —Preguntó Dora en una memorable ocasión, e hizo a Remus cuestionarse si se ahorraba mayor bochorno ahogándose a sí mismo con la almohada o a ella primero—. Porque parece demasiado experto en esto de recibir... Mira cómo mueve las caderas y sólo lo... toma. Ni yo podría hacerlo con tanta naturalidad...

—¿Podríamos no hablar de esto? —Farfulló Remus, arrebujándose más con las mantas y rogando por paz, pero Dora no iba a ser tan fácil de convencer, y lo demostró al acostarse a su lado y alinear la pantalla del monitor para que Remus tuviera una vista privilegiada del video.

—Sólo tengo curiosidad...

—Dora...

—Es una simple pregunta.

—Por favor...

—¿Cuál de los dos te gustaría ser? —Presionó Dora, y el ruido de gemidos y piel golpeando piel resonó como nunca en su habitación a través de las bocinas—. ¿El activo o el pasivo? No es una pregunta difícil, y me ayudaría a entenderte un poco más.

—Ambos. ¿Contenta?

Dispuesto a enfrentarse a su esposa si la respuesta terminaba por desencadenar en ella una reacción en su contra, Remus permaneció tenso mientras Dora se abrazaba a él y le besaba sin parar cualquier porción de piel que encontraba a su alcance.

—Mmm, ¿en serio?

—Puedes apostar que sí —gruñó Remus, confundido por la aparente alegría con la que Dora había recibido su admisión.

—Cuéntame más —pidió ella, palmeando el frente de sus pijamas, donde tanto Dora como Remus se asombraron por razones diferentes al encontrar una erección.

Ella porque ya se había dado por vencida después de muchos meses, y él porque a Dora no le importara que no fuera por causa suya, sino como efecto secundario del video y su charla.

—Quiero escucharlo todo —pidió Dora, que sin importarle su portátil en precario equilibrio al borde de la cama, empujó a Remus sobre su espalda, le bajó los pantalones del pijama a medio muslo, y se sentó ahorcajas encima de él.

Su erección la penetró de una estocada, y aunque en apariencia el gemido fue compartido, cada uno tenía en su cabeza ideas diferentes: Dora, un plan; Remus, un rostro que no era el suyo.

 

Remus hizo concesiones por el bien de su vida sexual con Dora, como abrirse con ella y explicar la naturaleza de sus fantasías, lo que derivó en la compra de un televisor para su alcoba y que se dedicaran a copiar lo visto en un video porno. Dora también puso de su parte al explorar con él diferentes intereses que pudiera tener en nuevas prácticas, y con las orejas ardiendo de vergüenza porque ni siquiera ante sí mismo había admitido qué yacía en la base de su deseo sexual, Remus le habló (o mejor dicho, le mostró) la clase de actividades que escondía en lo más recóndito de su mente.

A favor de Dora quedó el decirse que no se escandalizó en lo absoluto. Mientras arrancaba una a una aquellas confesiones de Remus, no se cortó en buscar los medios para hacerlas realidad, como ocurrió a lo largo del siguiente año de su vida.

Con Teddy demasiado pequeño como para entender las charlas de adulto en las que sus padres podrían enfrascarse sin demasiado pudor a la hora del desayuno o mientras jugaban con él en la alfombra del estudio, Dora obligó a Remus reflexionar sobre sus fantasías, y juntos las fueron llevando a cabo una tras otra a su ritmo y sin prisas.

Un tanto inseguro por el papel casi pasivo que él jugaba en su recién descubierta vida sexual con Dora, Remus se opuso primero y después no tanto cuando su esposa accedió a sus fantasías más inocentes (como durante una mamada bajar más y más siguiendo la línea de sus testículos hasta dar con su ano y estimularlo primero con la lengua y los labios, y después con el uso de uno hasta tres dedos) y otras que no lo fueron tanto...

Fue por cuenta de Dora que juntos eligieron un dildo por internet para experimentar por su cuenta, y tarea de Remus el familiarizarse con aquella pieza de silicón antes de incluirla en sus actividades de cama como una pieza central para su satisfacción.

Ese dildo fue el primero pero no el último de una colección que comenzó a crecer con el tiempo, y que tanto Dora como Remus gustosos incorporaron a la privacidad de su cama. Dora además descubrió en sí una predilección por tener a Remus bajo su control, de manos y rodillas pidiéndole más, y no tardó en embeberse en el poder que su sumisión le producía.

Por su parte, Remus encontró esos años de experimentación como una de las mejores etapas de su matrimonio después de Teddy. Luego del periodo de abstinencia al que se habían visto forzados después del nacimiento de su hijo, el cambio de roles y ritmo favoreció para ellos una subida astronómica en donde el placer obtenido parecía nunca tener fin, pero...

Como suele suceder en esos casos: Lo que sube, forzosamente tiene que bajar.

 

Nuevamente fue Dora la que hizo la proposición.

Después de varios años y ahora con Teddy en el kindergarten, su relación había vuelto a estancarse tras puertas cerradas. Luego de un periodo de bonanza que parecía no haber tenido final y en donde su máxima de placer lo había dominado todo, ahora apenas si se compenetraban en esa área. El interés de Remus decayó primero, seguido del de Dora, y por último se sentaron a charlar y acordaron que la rutina los estaba matando.

—Era más fácil cuando Teddy estaba pequeño y no teníamos que cuidarnos de que nos escuchara tras puertas cerradas —lo comentó Dora en una ocasión que ella y Remus salieran al parque con su pequeño hijo para despejarse, y de paso tener la certeza de que esa conversación no llegaría a sus oídos si estaba absorto jugando con otros críos de su edad en la caja de arena.

—Ya, pero no cambiaría al Teddy que se viste solo y que no es necesario obligarlo a lavarse los dientes cada noche —bromeó Remus, pero a su lado, Dora no rió de su chiste—. ¿Qué pasa?

Dora suspiró. —Pasa que... Hemos vuelto a darnos con pared, ¿no?

—Yo no lo llamaría así —masculló Remus, pero lo cierto es que el término le iba de maravilla.

Sentados en una banca que tenía la vista perfecta de Teddy a una docena de metros de distancia, los suficientes para que el ruido de sus juegos no los interrumpiera pero no tanto para causarles ansiedad si acaso desaparecía de su vista, habían acudido al parque con la finalidad de despejarse por la tarde y quizá charlar de los problemas que nuevamente habían vuelto a sacudir su matrimonio, pero la conversación no estaba saliendo para nada como Remus lo hubiera escogido.

—¿Cómo lo definirías entonces? —Presionó Dora, y con las piernas extendidas frente a sí, cruzó los tobillos y cruzó los brazos como si se cerrara a cualquiera otra alternativa.

—Bueno... —Remus se pasó una mano por la cabeza, y su cabello repleto de rizos le reconfortó—. Un bache, erm, ¿tal vez? Apuesto a que no somos los únicos con este problema. Debe haber miles de parejas en Londres con críos pequeños que no tienen una vida sexual de campeonato. Somos personas reales, después de todo, y esto no es el set de ninguna película porno.

Dora resopló. —Eso ya lo sé. ¿Pero no te preocupa la manera en que...? ¡Oh, vamos! Tú lo has vivido también. Antes apenas podíamos tener las manos para nosotros mismos, y en cambio ahora...

Por inercia, los ojos de Remus siguieron la línea de visión de Dora hacia la caja de arena donde Teddy era el rey entre sus nuevos amigos porque nadie le ganaba en la construcción de castillos. No era nada complicado deducir que para Dora el ‘antes’ al que ella hacía referencia no aludía a nada más que a Teddy. Para ella la frase tácita era ‘antes de Teddy’ y que significaba ‘antes de que nuestra vida sexual se volviera una tarea cuando antes era parte nuestra naturaleza.’

Remus por supuesto no compartía esa opinión con ella. Para él lo lógico era que la edad y el estilo de vida que ahora llevaban influyeran también en lo que podían y querían llevar a cabo en la privacidad de las cuatro paredes de su dormitorio y tras puertas cerradas. Después de todo, ya no eran los críos que se habían conocido en la flor de la vida, y sus trayectorias laborales también habían hecho lo suyo. Ahora que Remus tenía como empleo un puesto elevado en una biblioteca pública con excelentes fondos gubernamentales y privados, y del mismo modo, Dora había ascendido en la cadena de mando hasta hacerse de un nombre en la unidad de crímenes cibernéticos, por lo que era de lo más común que sus horarios se prolongaran a la par de sus nuevas responsabilidad, y que al final del día el cansancio apenas les permitiera más que una cena en familia, convivir un poco con Teddy, entre sí, limpiar y dormir.

Los fines de semana se habían vuelto su momento para atesorar, al menos para Remus con un horario de lunes a viernes, y puede que Dora lo resintiera porque sus obligaciones seguido la obligaban a tomar horas extra en sábado e incluso domingo; genial para la economía, pero terrible para su familia cuando esas jornadas extendidas se prolongaban semana tras semana hasta sumar un mes y luego más.

Remus no se lo tomaba en contra, eso sí. Él estaba consciente de que su caso no era diferente al de otras parejas en sus treinta y con niños pequeños. Conversarlo con su colega Peter se lo había confirmado así cuando éste le habló de cómo Mary y él balanceaban su vida personal y laboral por el bien de sus mellizas, pero a ratos Remus tenía la impresión de ser el único en su relación que lo pensaba así. Dora tendía más a buscar soluciones para los problemas que él ni siquiera consideraba tan terminantes, y aunque seguro podía agradecerla a ella que su matrimonio tuviera esa fortaleza que a veces podía encontrar faltante en otras parejas, a ratos también la agobiaba su insistencia por buscar áreas de oportunidad y ponerse pesada cuando creía que tenía la razón al respecto.

Era, a la vez que una bendición, también una maldición integrada que en momentos como ese le hacía desear no tener que rebuscar en su relación por hilos sueltos de los que tirar.

—Estaba pensando... —Dijo Dora como si de pronto se le hubiera venido a la mente, pero Remus sabía mejor porque ya había encontrado en el historial de su computadora lo que ella había investigado por su cuenta y se tensó en el acto—. ¿Qué tan abierto estarías a la posibilidad de-...?

—No —le interrumpió Remus con el corazón latiéndole con fuerza en todo el pecho y bombeando sangre de manera dolorosa a sus extremidades. Con las manos hasta entonces sobre sus muslos, Remus las cerró en puños y apretó con fuerza suficiente para clavarse las uñas en la parte carnosa.

—Ni siquiera me has dejado explicarte... —Dijo Dora con voz neutral, pero era una pantalla. Con toda certeza, ella ya estaba al tanto de lo que Remus podía sospechar de sus planes y no estaba dispuesta a cejar en su empeño porque creía estar en lo correcto. Así era ella, y así era siempre.

—¿Podríamos no hablar de esto aquí? —Masculló Remus apenas moviendo los labios, aunque la oración completa era “ni aquí, ni ahora, ni nunca, por favor”, pero sabía que sería en vano. Una vez que Dora tomaba una resolución, era casi imposible disuadirla de algo más.

—¿Por qué? —Presionó Dora—. Pensé que podría ser algo que nos gustara a los dos... A ti sobre todo.

«Porque no está en mis planes serte infiel», pensó Remus con amargura, «ni siquiera con tu permiso explícito», pero era casi imposible articularlo cuando sus ojos no abandonaban a Teddy en la caja de arena y pasándosela genial a desconocimiento de la dura prueba por la que sus padres estaban pasando a unos cuantos metros de distancia de él.

La verdad es que Remus apenas había podido creerlo cuando en la pantalla del portátil que tenían en casa y compartían, Dora había dejado información explícita acerca de los clubes de intercambio de parejas que se encontraban a su disposición. Peor incluso había sido encontrar en una libreta varias anotaciones suyas que eran de lo más prácticas y por lo tanto inverosímiles, como precios de anualidad por la exclusividad de pertenencia y nombres de clínicas médicas porque al parecer era un requisito indispensable presentarse con un certificado de absoluta salud.

Remus se había sentido consternado, y también intrigado... Pero había suprimido ese segundo sentimiento hasta un pequeño punto debajo de la planta de sus pies y se había concentrado en la indignación de la prueba más fehaciente a su alcance de cómo Dora estaba llevando a cabo planes de los cuales sólo pretendía informarle cuando el punto de decisión ya había quedado muy atrás.

—Dora...

—Sé que viste mi cuaderno y sé que revisaste esas páginas —volvió Dora a la carga, y Remus bajó el torso para apoyar los brazos en los muslos y colgó la cabeza. Entre sus piernas, buscó la distracción de una línea de hormigas, que ajenas al mundo humano y que nada tenían que ver con su previsión de buscar migas de pan para el invierno, continuaban en línea recta sin verse afectadas—. ¿Por qué no-...?

—¡Porque no! —Siseó Remus, que ni siquiera quería escuchar a Dora lanzar la proposición, mucho menos tratar de convencerlo con toda clase de argumentos estudiados de antemano—. ¡Por Diox santo, Dora!

—¡¿Qué?! —Se exaltó ella, y una anciana que por casualidad estaba caminando cerca en aquella porción del parque les dirigió una mirada furtiva antes de apresurar el paso—. No recuerdo que antes fueras tan mojigato, no cuando yo tenía mi-...

—Por favor —le imploró Remus, que ya no encontraba cómo ponerle fin a esa conversación—. No sigas.

—Es una fantasía tuya —dijo Dora—, y de lo más común. Lo vi en esos videos...

—Esos eran tríos, Dora —dijo Remus con el cuerpo tenso—, y lo que tu propones...

—Sólo pensé que sería el mejor sitio para buscar a una persona interesada en, uhm, unírsenos —dijo ella, por primera vez demostrando inseguridad en su propuesta al mordisquearse el labio inferior antes de proseguir—. ¿Tienes idea de lo que incluir a un tercero implica?

—No, pero seguro tú me podrás ilustrar —ironizó Remus.

—Sería una locura invitar a cualquiera de mis amistades o de las tuyas —prosiguió Dora—, y publicar un anuncio buscando esa clase de compañía es... impensable. Pero esos clubs de intercambio de parejas...

Remus soltó una maldición entre dientes, pero Dora no se dejó amedrentar.

—Sólo digo que podría ser una opción. Es limpio, es seguro, es discreto. Es un poco caro, pero por lo que leí es una opción para personas como nosotros. Y estaría dispuesta a cumplir una más de tus fantasías...

Remus estuvo a punto de replicar que en primer lugar él nunca se lo había pedido, pero entonces Teddy apareció llorando frente a ellos con arena en la ropa y el cabello porque otro crío le había vaciado una cubeta encima. Sin pensar en el estado de su ropa, Remus lo abrazó y lo consoló.

—No pasa nada, Teddy, todo está bien —dijo contra su cabeza repleta de rizos idénticos a los suyos, y mientras lo hacía y evitaba mirar a Dora, Remus no pudo evitar pensar si esas palabras no eran para su hijo, sino para sí mismo.

Pero esa clase de consuelo, concluyó él, de poco le iba servir...

 

/*/*/*/*

Notas finales:

Son 4 capítulos en total que planeo actualizar los lunes de cada semana. Si hay comentarios, verán otro capítulo el viernes, si no, al siguiente lunes.
Graxie por leer~


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).