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Juego doble por Marbius

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~II~

 

Resultó que James y Lily ahora eran novios, pero para nada como otras parejas querían pasar tiempo a solas, así que fue tarea de Remus y Sirius el unírseles siempre que era posible.

Fue así como los cuatro terminaron algunos sábados después en la parte más alta de las gradas del campo de Quidditch disfrutando del partido inaugural de la temporada entre Slytherin y Hufflepuff. James ya había tenido intenciones de asistir y corroborar por sí mismo si el nuevo guardián de Hufflepuff era tan bueno como se decía entre los equipos, pero con Lily a un lado pasó más tiempo perdido en el verde de sus ojos que en el del césped del campo.

Porque habían accedido a acompañarles pero no a estar con ellos de manera que resultara una intromisión, Remus y Sirius estaban arriba de ellos un asiento más, en una línea ya de por sí vacía, que al menos tenía la ventaja de excelentes vistas y no en el meollo de la multitud que gritaba con cada punto que los equipos se anotaban el uno al otro.

—No puedo creer que he venido a un partido de Quidditch —masculló Remus cuando ya los marcadores habían alcanzado las tres cifras—. La última vez que estuve aquí fue el año que James entró al equipo, y sólo porque es uno de mis mejores amigos.

—Te equivocas, Moony —le corrigió Sirius con humor—. Tu última vez fue conmigo, el partido que sustituí a Lanyon como bateador cuando aquel caldero le explotó en la cabeza...

—Ah, es cierto —recordó Remus, y una sonrisa burlona apareció en su rostro—. Y querrás decir que tú hiciste explotar su caldero. Si mal no recuerdo con una bomba fétida porque querías salir antes al almuerzo.

—Culpable —declaró Sirius con la mano alzada frente a él y la palma expuesta—, pero fue por un bien mayor. Ese día estábamos a menos de veinticuatro horas de la siguiente luna llena, y podía escuchar tu estómago a dos mesas de distancia.

—Tú siempre tan amable —ironizó Remus, los ojos en blanco, pero sin poder controlar el calor que le subía por el cuello directo a las orejas.

Últimamente era así. En especial ahora que él y Sirius pasaban tanto tiempo a solas como compañía de James y Lily, y su amigo se tomaba muy en serio el papel de novio. Remus se consideraba a sí mismo inmune a todas esas bromas de Sirius, pero una parte dentro de sí le reclamaba que esa afirmación era una vil falacia, y que la prueba más fehaciente de ello era la manera en que su estómago se contraía de nervios cuando al finalizar cada cita esperaba cada vez con mayor impaciencia el beso con el que éste le daba fin a su salida frente a la puerta de su dormitorio.

De por qué era así, Remus no quería ni pensarlo. Bastante tenía con sus obligaciones cotidianas como para agregar una preocupación más a su lista, en especial cuando todo lo que tenía que ver con Sirius era simple felicidad sin condiciones.

—Cualquier cosa por ti, Moony.

—¿Ah sí? En ese caso... —Dijo Remus, que se pegó más a Sirius y buscó calor en él. Para finales de septiembre, la temperatura ya estaba descendiendo, y a esas horas de la mañana y con la humedad del ambiente el frío calaba hasta los huesos. Remus habría querido además tener un abrigo que no estuviera tan raído, pero antes muerto que aceptar el ofrecimiento de cualquiera de sus amigos por reemplazarlo por otro de mejor calidad a costa de sus mesadas. De cualquier modo seguro en Navidad lo sorprendían con ropa que ellos había recibido de obsequio y que misteriosamente era de su talla y no de la de ellos (excusas burdas, pero Remus no era quién para negarse a un suéter abrigador aquí unos calcetines de lana allá), pero todavía faltaban un par de meses hasta entonces, y su ropa ya le quedaba pequeña después del último gran estirón del verano.

Remus sólo quería un poco del calor que Sirius irradiaba y del agradable abrigo que éste llevaba encima del uniforme, y quedó satisfecho cuando su amigo le hizo un espacio a su costado y le echó encima el brazo sobre los hombros. Desventajas del punto en el ciclo lunar en el que se encontraba justo ese día. En luna creciente, Remus era un radiador que podía dormir sin mantas hasta en la noche más helada, pero en luna menguante era lo opuesto, y hasta en el verano más abrasador podía titiritar vestido con uno de sus suéteres.

Sirius estaba al tanto, y en un gesto muy suyo mantuvo la vista en el campo de Quidditch donde una jugada imposible de descifrar para Remus ocurría, al tiempo que giraba el rostro y exhalaba una bocanada de aire tibio contra el cuello de éste. Remus se estremeció de gusto, quizá no sólo por la tibieza de su respiración chocando contra su piel helada y colándose bajo las prendas, sino por el roce de sus labios y la intimidad inherente del gesto.

—Todavía podríamos bajar de las gradas y continuar nuestra cita en otro lado —propuso Sirius, pero ya que la opción incluía moverse y ponerle fin a ese momento, Remus fingió pensárselo y después denegó.

—Nah. James y Lily nos necesitan. ¿O no?

—Y bien que así sea —murmuró Sirius, que con su rostro enterrado en el cuello de Remus y una mano posesiva en torno a su cintura, no se movió hasta que en el campo el buscador de Hufflepuff atrapó la snitch y le dio la victoria a su equipo.

E incluso entonces, se demoró lo suyo...

 

Las citas dobles se mantuvieron por el resto de septiembre y todavía una parte de octubre sin que nadie más que su círculo interno estuviera al tanto. Peter estaba enterado y no le molestaba, porque ese año había decidido superar los resultados de sus TIMOs y se pasaba largas horas estudiando en la biblioteca, y el mismo caso podía decirse de las amigas de Lily, que poco a poco se acercaron al resto de los Merodeadores en plan de conocer mejor a los mejores amigos del novio de su mejor amiga.

Con Marlene y Dorcas llegó Mary Mcdonald, que a su vez trajo a una compañera de Ravenclaw llamada Emmeline Vance, y fue ella quien rompió el precario equilibro al echarle un vistazo a Sirius y decidir que se iba a lanzar con todo por él.

—¿Qué harás este sábado, Sirius? —Preguntó Emmeline a la primera oportunidad, y el grupo de amigos que hasta entonces había estado reunido en semicírculo en uno de los corredores del pasillo, de pronto guardó silencio.

—Tengo planes con Remus —dijo Sirius, que como siempre, tenía su brazo en torno a su amigo. En un gesto que cualquiera habría podido interpretar de camaradería porque Sirius era una persona táctil que no se reprimía al buscar contacto humano, en esos momentos mantenía su brazo sobre los hombros de Remus, y abstraído jugaba su dedo pulgar a la altura de su hombro.

Remus, a diferencia de Sirius, recibió la pregunta con nerviosismo. Porque una cosa era jugar a salir en citas porque dos de sus mejores amigos les pedían hacerles compañía en las suyas, y otra anunciarlo sin más entre personas que realmente no conocían bien. Emmeline era agradable, Remus la encontraba de lo más interesante por su pasión hacia las criaturas mágicas y deseos de entrar a trabajar en ese departamento del Ministerio de Magia para trabajar en regulaciones que favorecieran mejor a todos aquellos catalogados como semihumanos, pero no iba más allá de eso.

Ni estaba atraído físicamente a ella ni había considerado siquiera posibilidades de verla como una chica en quién centrar su atención, y sin embargo, cuando ella sondeó el terreno para comprobar si Sirius era un posible candidato a sus intereses, su pecho se contrajo de manera desagradable.

—¿Ah sí? —Indagó Emmeline, dispuesta a llegar al fondo para cerciorarse—. Porque pensé que los dos podríamos salir juntos cuando terminaras lo que sea que planees hacer con Remus. Un día tiene veinticuatro horas...

—Y no creo tener ninguna disponible para nadie más que Remus —dijo Sirius sin perder su buen humor. El propio Remus creyó que ahí terminaría el asunto porque Emmeline parecía haberse percatado que sus avances habían topado con un callejón sin salida, pero Sirius lo remató a su manera—. Los sábados son los días en que salimos en citas, ¿sabes? Y no me gustaría romper nuestra racha.

Las cejas de Emmeline se alzaron por todo lo alto en su frente, pero por lo demás la chica consiguió mantener una expresión neutral.

—Vaya, no sabía que eran-...

—Son sólo citas —se apresuró Remus a aclarar, y la mano de Sirius en torno a su hombro se tornó posesiva con un agarre casi doloroso—. Dobles, por cierto, porque... porque...

Lily salió en su auxilio. —Porque yo se los pedí. Lo consideré una especie de favor mutuo. Me aseguraba de no estar a solas con James antes de cerciorarme que no volvería a ser el mismo idiota de años atrás...

—No reclamaré nada —dijo James con humor, las manos en alto demostrando rendición—, ella tiene razón. Sé cuándo admitirlo.

—Y porque no fue mi idea en primer lugar —dijo Lily, y le echó a Sirius una mirada de reojo—, sino la de alguien más que lo pidió casi como un favor...

—Culpable —admitió Sirius, y Remus giró el rostro en su dirección.

—Esperen... —Se inmiscuyó Marlene, siempre conocida por su falta de tacto y necesidad de tener toda la información—. ¿Por qué querría salir Sirius en citas dobles con Lily y James? Y con Remus además, a menos que... Oh. Oh. ¡Oh! —La triple sucesión de exclamaciones vino acompañada con distintas tonalidad. Primero confusión, después realización, y por último sorpresa.

—Discúlpenla —dijo Dorcas, dedicándole una mirada de afecto a Marlene—. Ella es un poco densa.

Remus observó el intercambio con aprehensión en el pecho. Sabía leer entre líneas, pero el mensaje era uno que él se negaba a creer que era real, porque en caso de serlo... No le disgustaba. En lo absoluto. Para nada. Ni una pizca. Y... Eso era terrorífico, por la facilidad en la que no le alegraría que lo fuera, y si resultaba que no...

En lugar de sonrojarse, Remus palideció de golpe, y Sirius fue el primero en notarlo.

—¿Todo bien, Moony? —Le preguntó por lo bajo, y su cercanía hizo que Remus quisiera retorcerse, ya fuera en su abrazo o lo más lejos posible de él.

Remus hundió el mentón, y su respuesta fue ininteligible para todos, excepto Sirius, que interpretó correctamente cuál era su mejor curso de acción.

—Lo siento, nos marchamos —dijo recalcando el plural, y sin una despedida particular para nadie, soltó a Remus del hombro pero su mano buscó la suya y lo haló.

Y Remus se dejó llevar.

 

Sirius guió a Remus no a los dormitorios en búsqueda de privacidad, sino a los espacios abiertos de Hogwarts.

Afuera el clima había transicionado a otoño con fuertes ráfagas de viento helado que cortaban las mejillas y cualquier otro trozo de piel expuesta. A sus pies, el césped se mecía con fuerza, lo mismo que las capas de sus uniformes, y Remus experimentó un estremecimiento involuntario, pero en ningún momento intentó soltar la mano de Sirius ni cuestionar a dónde lo llevaba.

La selección del sitio era obvia una vez que tenía el cuadro completo, y Remus pasó por un instante de mortificación cuando Sirius se detuvo a los pies del roble de los enamorados y aspiró hondo.

—Remus...

—No —le impidió éste continuar, y su mirada se desvió hacia el tronco del árbol, repleto de marcas con iniciales para los más tímidos, y nombres completos para los que no.

El roble de los enamorados era uno de los puntos mágicos de referencia más conocidos en Hogwarts, puesto que era el árbol donde supuestamente ocurría magia ancestral que databa de los tiempos en que las varitas no se habían perfeccionado, y tenía consigo un poder incalculable. Contaba la leyenda que las parejas que se declararan bajo sus ramas y grabaran su nombre en su tronco tendrían consigo una bendición, pero bastaba estar al tanto de los chismorreos en Hogwarts para percatarse que sólo un pequeño porcentaje de esos nombres todavía seguían juntos. Si eran o no ciertos los poderes del roble, Remus no lo sabía, y sospechaba que Sirius tampoco, pero que intentaba creer en ellos.

—¿No? —Repitió Sirius su palabra, y la mano que todavía ceñía la suya perdió fuerza—. ¿Entonces es un... no?

—No —repitió Remus, deseoso de darse en la frente por su poca locuacidad—. Es decir... ¿Vas en serio? Y por favor no digas tu broma de siempre. Esto es, pues vaya, importante.

—Dile, es serio y mi nombre y tendencia a bromear en los peores momentos posibles no ayuda en nada a mi favor —dijo Sirius con incomodidad, y al ladear la cabeza parte de su rostro quedó oculto por su cabello—. ¿Puedo al menor ser sincero?

—Siempre.

—Lily contó la verdad ahí atrás. Fue mi plan desde un inicio, salir los cuatro en citas dobles. James se resistió, pero al final acabó accediendo porque estaba al tanto de lo que sentía por ti.

—¿Desde cuándo llamas a Lily por su nombre? —Inquirió Remus, pues hasta ese momento Sirius continuaba refiriéndose a ella como Evans, y en ningún momento había asumido que su relación fuera diferente, más allá de lo cortés.

—Desde el verano. Ella y yo intercambiamos correos.

—¿Lo sabe James? Porque...

—Se lo conté a James después de hacer las paces con mis sentimientos por ti. Lily fue de gran ayuda. Le escribí tratando de intimidarla por si acaso era una broma elaborada suya el acercarse a James para después romperle el corazón, y al final ella fue la que me sorprendió al preguntarme cuándo pensaba tomar acción contigo.

—¿Así que trabajaron en conjunto para...?

—Conquistarte, sí —dijo Sirius, temblando un poco—. Quería que me vieras bajo otros ojos, pero... Supongo que no pensaste que esas citas fueran citas en verdad, ¿o me equivoco?

—Bueno...

Remus no había querido hacerse ilusiones. Las ilusiones llevaban a fantasías, y las fantasías al desengaño cuando la realidad no coincidía con éstas. Ya desde pequeño había aprendido Remus a no abrigar demasiadas esperanzas en ningún aspecto de su vida por si acaso su condición de hombre lobo resultaba ser el impedimento central bajo el cual todo se desmoronaba, pero hasta ese momento sus miedos habían sido infundados. Sus padres lo habían amado igual que antes, Dumbledore le había abierto las puertas a Hogwarts, había hecho los mejores amigos que pudiera pedir en el mundo, que no sólo estaban al tanto de su terrible secreto, sino que además habían hecho lo posible por facilitar sus transformaciones uniéndosele como animagos, y ahora... Ahora Sirius, que ya de antemano tenía su corazón en las manos, ponía a su disposición más y mejores cosas para los dos.

—Sé que no tengo mucho punto de comparación —dijo Remus en voz baja y sin embargo firme—, pero fueron las mejores citas de mi vida. No me gustaría que terminaran así nada más.

—¿No?

—No. En lo absoluto.

—Ah, Moony —dijo Sirius al mirarlo directo al rostro, y tras encontrar en sus ojos lo que buscaba, lo besó.

Esa no fue la tarde en la que sumaron sus iniciales al tronco del roble, pero sí en la que se protegieron bajo su sombra y dejaron que sus acciones hablaran por sí solas.

 

—¿Y en qué momento se supone que ustedes dos tendrán sus propias citas y dejarán las nuestras en paz? —Preguntó James en voz alta la próxima vez que Lily y él salieron a dar un paseo alrededor de los jardines y Remus y Sirius se les unieron como ya era costumbre.

Lily le plantó un codazo a James. —Chist, que lo arruinas.

—Sí, Prongs —se sumó Sirius, que casi unido a Remus por la cadera, lucía divertido—. Hazle caso a tu chica y no te metas donde no te llaman.

En perspectiva, Remus estaba con James en esa pregunta. El por qué él y Sirius seguían siendo ese +2 en las citas de sus dos amigos era un misterio que no conseguía descifrar.

Después del intenso momento que habían pasado bajo el árbol de los enamorados, donde habían tenido confesión, besos y un poco de magreo incluso, habían vuelto al castillo tomados de la mano y todo había marchado de maravilla entre ellos. Excepto por la parte en la que se habían vuelto a sumar a las citas de sus amigos como si nada hubiera cambiado.

—¿Y si les damos oportunidad de estar a solas? —Sugirió Remus un par de minutos después.

James y Lily habían elegido dar una vuelta alrededor del lago, y a propósito había ralentizado Remus sus pasos hasta poner una distancia considerable entre ambos.

La mano que Sirius ceñía a su cintura se tornó posesiva, y después éste giró el rostro para preguntar: —¿Eso quieres?

Remus apretó los labios, por un segundo confundido. —¿Tú no?

—Más que nada en el mundo, pero... Uhm...

—¿De qué se trata, Padfoot?

—Verás... —Disminuyendo todavía más la velocidad de sus pasos, se alejaron tanto de Lily y James que las voces de ellos desaparecieron por completo de su rango de audición—. Ya que no acordamos nada en concreto...

—¿De qué hablas?

—Lily y yo hicimos un trato —dijo Sirius, dispuesto a sincerarse—. Ella le dará a James el sí de ser su novia cuando... Tú hagas lo mismo conmigo. Por eso las citas dobles.

—Oh. Creí que nosotros ya... Cuando el otro día bajo el roble...

—¿Ya qué? —Paró en seco Sirius, que de pronto comprendió—. Carajo, ¿en serio?

—Muy en serio —enfatizó Remus, que ofreció a cambio una media sonrisa—. Qué optimista de mi parte, ¿eh?

—E idiota de la mía por no cerciorarme de que estábamos en la misma página —replicó Sirius, lanzándose de lleno a los brazos de Remus—. Pero tengo que saberlo con certeza, Moony... ¿Eres mío?

—¿Y lo dudas? —Pero Remus no le dio oportunidad de negarse—. Claro que sí.

—¿Entonces serás mi novio?

—Lo soy, mientras tú también lo seas.

Sirius asintió una vez y lo besó con tal ímpetu que sus dientes entrechocaron y ese primer contacto estuvo plagado de risas nerviosas que no tardaron en desaparecer cuando la necesidad de retirarse a un lugar privado de superpuso a cualquier otro.

Remus estaba a punto de sugerir ponerle fin a esa cita, o mejor dicho, pedir un cambio de localización y continuarla en su dormitorio, cuando Sirius se separó, y con el descaro que lo caracterizaba, gritar en dirección a sus amigos:

—¡Remus ha dicho que sí!

A una distancia de unos cincuenta metros, James se giró confundido, en tanto que Lily dio un brinco con el puño en alto y victorioso, y después saltó a sus brazos y lo derrumbó hasta el suelo.

Remus y Sirius no presenciaron el resto, que como se enteraron después, incluyó una escena similar a la que habían protagonizado apenas un minuto atrás. La razón fue porque enfilaron de vuelta al castillo, subiendo a la torre de Gryffindor, y después a su dormitorio, donde santificaron su unión a su manera, haciendo uso de la boca y las manos para demostrarse mutuamente el alcance de su deseo.

Y después, acurrucados bajo el cobertor, intercambiaron sus primeras palabras de amor.

—¿Es demasiado pronto si digo que...?

—No. Yo también te amo, Padfoot.

—Genial. Porque en verdad te amo, Moony.

Y después dejaron que el sueño de una bien merecida siesta tardía hiciera el resto.

 

Peter escuchó con atención el relato pormenorizado de cómo sus tres mejores amigos habían cambiado su estatus romántico de ‘idiotas-enamorados-pero-esperando-una-oportunidad-idónea’ a ‘en-una-relación-con-su-obviamente-alma-gemela’, y después de felicitarlos de corazón por el desenlace que sus historias de amor habían tenido, preguntó:

—¿Alguna oportunidad para que uno de ustedes acepte salir en citas doble conmigo y Mary?

James y Sirius compartieron una risotada, Remus permaneció con la boca abierta por la sorpresa, en tanto que Lily exclamó, “¡¿Hablas de mi amiga Mary Mcdonald?!”, para lo cual Peter asintió.

—Propongo una cita triple —dijo James, y seguido de un quejido doble por parte de Lily.

—Todo por Wormtail —se sumó Sirius, y Remus suspiró con resignación.

—Ya qué.

—Si no queda de otra —accedió Lily—. ¡Pero no más de tres citas!

Porque dobles o triples, esas citas iban a suceder mientras los Merodeadores se tuvieran los unos a los otros como los mejores amigos en el mundo.

 

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Notas finales:

Y así se explica el título: Era un juego doble entre Sirius y Lily para conseguir lo que querían, en este caso, a James y a Remus :) ¿Lo vieron venir?

Graxie por leer hasta aquí, y cualquier kudos/comentarios es siempre bien recibido.

Besucos~!


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