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Repuesto [LP1] por Annie_Powers

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Como un rumor lejano, empecé a escuchar el sonido de un insistente pitido. ¿Qué demonios era aquello? Aquel ruido seguía taladrándome la cabeza hasta que salí de mi ensoñación.

Abrí lentamente los ojos y maldije al despertador. No me había acordado de desactivarlo anoche. Tanteando un poco con la mano, apagué la alarma, aunque estuve a punto de estrellarla contra el suelo.

–Mi cabeza... –me removí en la cama cogiéndome la cabeza.

¿Qué mierda bebí anoche? Noté que me fui a dormir con la ropa puesta así que cuando la miré estaba hecha un guiñapo contra mi cuerpo.

Me desperecé hasta que me dio un calambre en el gemelo y tuve que estirarlo para poder andar con normalidad. Fui hasta el baño y me di una ducha fría para poder despertar de mi atontamiento.

–La próxima vez no bebo sin asegurarme de lo que es... –me dije a mí mismo debajo de la alcachofa de la ducha.

Salí con la mente renovada y desayuné. En un momento dado, me acordé de que no sabía dónde había dejado mi móvil. Intenté recordar lo que hice anoche, pero tenía una especie de laguna muy grande. Rebusqué por toda la casa hasta encontrarlo dentro de la nevera.

Deseé que no hubiese pasado la noche entera ahí dentro y miré a ver si aún funcionaba. Para mi suerte sí seguía operativo, lo dejé encima de la encimera para que se actualizase solo y fui a hacer la cama.

Cuando volví el móvil parecía un vibrador y estaba a punto de estrellarse contra el suelo. Llegué justo a tiempo para cogerlo y mirar por qué estaba tan solicitado. Vi varios chats con varios mensajes cada uno, todos conocidos, excepto uno.

Quince mensajes de aquel número ajeno. Decidí primero contestar a los demás antes y después tomarme con calma la respuesta a esa persona.

Entorné varias veces mientras leía los mensajes, aburridos, jodidamente aburridos. A algunos les dejé en visto y a otros les contesté con una simple palabra. Cuando terminé, empecé a leer el de aquel número nuevo.

Empezaba bien, preguntando cordialmente y tal. Unas cuatro horas después se le notaba impaciente y me preguntaba que qué clase de profesional era al no llegarme los mensajes.

¿Qué quería que le hiciera? Me quedé sin batería y no llegué a casa hasta tarde. Solo tuve tiempo de poner a cargar el móvil sin ni siquiera revisar nada antes de irme de nuevo.

Pero bueno, ¿por qué estaba pensando todo aquello? Seguí leyendo y cada vez se le veía más nervioso. Quince jodidos mensajes despotricando contra mí y mi profesionalidad. Me dieron ganas de mandarle a la mierda, pero decidí restregarle mi profesionalidad por la cara y no contestarle de la misma forma. Cuando lo hice, me preparé de nuevo y salí otra vez de casa.

Horas más tarde ya había terminado de trabajar, pero después me acordé de que tenía que quedar con ella otra vez. Fui a casa corriendo a cambiarme y llegué a la misma vez que ella.

–Has venido muy elegante –sonrió.

–¿Demasiado? –me miré.

–No, qué va –rió levemente–. Es solo que te ves más atractivo así –me guiñó un ojo y sonreí.

Le ofrecí el brazo y entramos dentro de la cafetería. Allí nos esperaban sus amigas, tan refinadas como siempre. Una sonrisa falsa apareció en mi rostro y ellas hicieron exactamente lo mismo. Nos sentamos y pedimos la merienda. Por si las moscas, puse el móvil en vibrador, así tenía alguna excusa para poder marcharnos los dos.

–Querida, ¿tu novio no tiene un hermano gemelo o algo así? –la chica no se cortó en analizarme de arriba abajo mientras se mordía el labio.

–Lamentablemente, no –sonrió ella ensanchando más su falsa sonrisa–. Es pack único –me agarró de la mano posesivamente.

–Lástima –suspiró otra–. Me hubiese encantado conocerle –me dirigió una caída de pestañas que todo el mundo vio.

–Entonces no te lo hubiese presentado. Él hubiese sido muy cabrón y yo el bueno de la familia –dije–. No te lo hubiese recomendado.

–Me van los retos difíciles –clavó otra su mirada en mí.

Sonreí sin decir nada más y noté que me vibraba el culo. Abrí inconscientemente los ojos y dirigí una mano a mi bolsillo trasero para dejar de sentir aquella sensación. Lo miré rápidamente, viendo que aquel número no tan desconocido ya me había escrito.

La curiosidad pudo más conmigo y eché más de un vistazo. Sabía que era de mala educación consultar el móvil mientras se estaba teniendo una conversación, así que decidí excusarme para ir al baño. Mientras me dirigía hacia los lavabos, leí detenidamente los mensajes.

¿Aquella noche? Pensé un poco. No tenía nada por el momento, así que le contesté que sí y lo vio a los pocos segundos. Como siempre, era el típico lugar. Entorné levemente los ojos mientras esperaba a que dijera algo más y me encerré en un cubículo.

Otro mensaje. Respuesta. ¿Como quisiera? No, un poco arreglado. ¿Cómo de arreglado? Informal sin llegar a ser hortera.

Y nada más. Salí sorprendido del baño y cuando abrí la puerta, una de las chicas que me comía con la mirada en la mesa, lo estaba haciendo en ese mismo momento cerca del baño.

–Hola –sonreí, esquivándole para poder pasar.

Pero tan pronto como caminaba cerca de la pared, me estampó contra ella, acariciando mi pecho. Le miré de soslayo y esperé a que dijera algo más.

–No regresemos tan deprisa... Tenemos tiempo... –siseó cerca de mi oreja y le aparté un poco.

–Si tienes que ir al baño, ve, pero no voy a quedarme aquí como si necesitaras ayuda o algo parecido –sonreí antes de irme hacia la mesa otra vez.

Mientras caminaba hacia allí, se me ocurrió una idea. Se me iluminaron los ojos. Aquello iba a estar divertido. Ella se giró y sonrió al verme. Yo le sonreí como respuesta y le planté un profundo beso antes de sentarme. Cuando le miré, sus mejillas se habían teñido de rojo mientras que sus amigas se morían de envidia y miraban hacia otro lado.

–¿Me he perdido algo mientras no estaba? –mantuve la sonrisa de satisfacción que se me había formado al ver sus reacciones.

–Qué va, cariño –sonrió ella mirándome.

Unos momentos después, llegó la otra víbora como si no hubiera pasado nada. La tarde pasó más lenta de lo que había creído y al final terminé aburriéndome como una ostra.

Como si se hubiera dado cuenta de mi muerte tortuosa, decidió poner fin a la quedada y marcharnos de aquel lugar. Mientras le acompañaba hasta su casa, recordaba todas las escenas graciosas para ella.

–En serio y cuando me besaste delante de todas, fue algo muy surrealista y divertido. Casi me pongo a reír ahí, delante de todas.

–¿Sabías que, mientras estaba en los baños, la chica esa que vino me acorraló? –la miré.

–Qué zorra –rió–. Así son mis amigas... –suspiró.

–¿Y por qué sigues hablando con ellas?

–Por mis padres. Sus padres y los míos tienen negocios juntos y si sus hijas les piden que nos hundan la vida, entonces lo hacen. No les soporto...

–Qué putada... –me detuve al llegar a su casa.

–Sí, pero bueno... No puedo hacer nada por cambiarlo... –suspiró de nuevo–. Muchas gracias por lo de hoy –me regaló una tierna sonrisa–. En serio, muchas gracias.

–De nada –sonreí yo también y le planté un suave beso–. Esto como regalo.

Rió y entró en su casa negando con la cabeza. Suspiré y deseé que aquella chica tuviera mejor suerte en la vida y que dejara de rodearse de gente tan falsa.

Volví a casa para la hora de la cena y, mientras mareaba el culo de vino que tenía en la mano, pensé en la ropa que debía de ponerme.

–Informal, pero no muy hortera...

Seguí mareando al vino mientras rebuscaba en mis ropajes. Era verano y hacía calor. Decidí pillar una camiseta con tirantes y unos vaqueros algo anchos. Si no le gustaba, entonces que hubiese especificado más, aunque apostaba a que no le interesaría en lo más mínimo mi ropa. Fui a ducharme, me vestí y me arreglé. Miré que mi ropa no fuese demasiado informal y salí cogiendo las llaves de mi coche.

Estuve a punto de perderme como siempre, pero al final logré llegar al sitio y justo a tiempo. Toqué a la puerta y se abrió al cabo de unos segundos.

Lo primero que me encontré fue a un chico joven, más o menos de mi edad y moreno. No hubiera sabido decir si era más alto que yo o no, pero estábamos casi empatados. Buena figura y un rostro bastante atractivo.

Y otra vez me pregunté por qué siempre había esas personas que, siendo tan guapas, estaban tan necesitadas. Pero claro, yo no era nadie para juzgar a los demás.


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