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Repuesto [LP1] por Annie_Powers

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Terminé de desayunar y paseé mi mirada por la habitación donde estaba. Muy espaciosa, demasiado. Una mesa larguísima en la que estaba solo yo. Hee Chul ni siquiera se había interesado en desayunar conmigo puesto que tenía asuntos que atender.

¿Y qué iba a hacer yo?

Una de las chicas entró para llevarse mi plato y, sin poder evitarlo, le miré por costumbre. Ella me miró también y se ruborizó al momento, evitando contacto visual conmigo y yéndose de la sala lo más rápido posible.

Tampoco creía que fuera tan feo como para huir despavorida de aquella forma, ¿no? Decidí perderme por la enorme mansión mientras mi mente volaba hacia otra parte.

¿Tanto dinero daba su empresa de exportaciones como para tener hasta una isla privada, con aviones y pista de aterrizaje incluida? Claramente no. ¿Cómo sería aquel ninfómano en su ambiente? Por lo que le habían dicho era recto e implacable.

Quizás tenía alguna oportunidad al ver al gran Kim Hee Chul centrado en sus negocios. Por el momento, ya me había dejado tirado para hundirse en un mar de folios. O eso era lo que me imaginaba.

Fui a caminar al campo de golf. No había ni un alma. De reojo vi a un hombre de negro, alto y fuerte. Mi mente le comparó inmediatamente con un gorila de aquellos con cara de mala leche. Aunque bueno, aquellos primates siempre tenían aquella cara tan poco favorecedora. De su parte trasera vi que tenía un bulto.

¿Qué era aquello? Quise esconderme, pero claro, aquello era campo abierto. El tipejo aquel me vio y me saludó con una vaga sonrisa. Hice lo mismo y fijé mi vista en su trasero cuando se giró para ir caminando por ahí. En un momento dado, se subió los pantalones de una forma bastante basta, levantándose en el proceso un poco de la chaqueta del traje.

–¿Una pistola...?

Solo vi la cosa durante unos momentos, pero creía haber visto una pistola. Me fui de allí lo más rápido posible y fui paseando por los alrededores de la mansión, observando el paisaje verde.

Estaba claro que mi cliente era o alguien muy importante y por eso tenía que ir protegido o llevaba negocios que requerían de esas medidas. Estaba claro que podría ser cualquiera de las dos opciones. ¿Y cuál era la acertada? ¿La primera? ¿La segunda? ¿Las dos? ¿O tal vez ninguna?

Estaba tan sumido en preocuparme con qué se ganaba la vida que estuve a punto de terminar nadando en la enorme piscina y que estaba seguro que había aparecido allí por arte de magia. Al final, mi culo aterrizó en el suelo mientras soltaba una sarta de maldiciones por el susto.

–¡¿A quién demonios se le ocurre meter una piscina aquí en medio?! ¡Si esto es una isla!

Grité de nuevo al sentir algo en mi hombro de repente. Le pegué un manotazo y el mono salió volando hacia la piscina.

–¡Mierda...!

Me lancé de cabeza a la piscina para salvar a aquel mono desgraciado que no paraba de gritar. Justo cuando iba a llegar hasta él, el animal empezó a nadar lejos de mí hasta salir y sacudirse toda el agua de su pelaje y mirarme con odio. Jodido mono.

–¡Si lo sé, ni me molesto en ir a rescatarte, bicho del demonio! –palmeé el agua furioso y le lancé una ráfaga de agua.

El simio salió corriendo fuera del alcance del agua y yo me quedé flotando, mirando hacia el cielo azul. Hacía sol y el calor arraigaba por todo el ambiente.

Después de un rato, decidí salir y quitarme la ropa mojada a excepción de la ropa interior. No quería hacer exhibicionismo por ahí. Encontré una hamaca y me tumbé sobre ella, esperando a que el sol me secara la ropa y ya de paso a mí también.

Pegué un salto al notar que unos deditos pequeños me pegaban un pellizco. El mono. Me miraba curioso mientras iba pellizcando más suave allí y allá. Tenía el pelo bufado por el agua y sus grandes ojos me escaneaban entero.

Moví mi mano hacia él y en un primer momento se asustó, pero luego dejó que le acariciara al menos la cabeza. Al final, se quedó un poco alejado de mí mientras tomaba también el sol.

Una palmada en toda mi muslo me despertó de mi trance tiempo después, dejándome la carne al rojo vivo. Abrí los ojos para ver quién era el desgraciado que me había hecho eso y vi a un hombre trajeado también de negro. Me sonaba su cara, pero no sabía ni quién demonios era. Sabía que trabajaba para Hee Chul y ya.

–¿Qué haces? –controlé mi tono de voz.

–Conque el novato está a gusto así... –sonrió de forma burlesca mientras se cruzaba de brazos y se recreaba al mirarme de arriba a abajo.

–Pues sí y encima el agua está en su temperatura.

–¿Y el señor Kim te ha dejado? –arqueó una ceja.

–Tengo permiso de él, sí –posé las palmas de mis manos detrás de la cabeza.

–¿Cuál será tu precio...? –murmuró mirándome más si cabía.

–¿Disculpa? –alcé las dos cejas.

–Oh, vamos, no te hagas el inocente. Todos sabemos que los gritos de anoche fueron provocados por ti.

–¿Qué gritos?

–Los gritos que daba el señor de la casa. Se escucharon por todos lados.

–Vaya.

–Dime, ¿cuál es tu precio?

Le miré detenidamente. Era joven, no sabía si tenía la misma edad que la de su jefe o si era aún más joven o más mayor. Buen porte y apuesto.

¿Ese Kim Hee Chul se rodeaba solo de chicos atractivos para su disfrute visual? Aunque claro, tampoco sabía si solo le gustaba la compañía masculina.

–¿Seguro que con tu sueldo puedes pagar tan siquiera una hora? Mis honorarios son bastante altos.

–¿Tus servicios no están incluidos ya en lo que te paga él?

–Mis servicios hacia él sí, hacia ti o cualquiera no.

–Seguro que podrás hacerme un descuento...

–Nunca hago descuento. Tu jefe no ha recibido ninguno.

–¿Cuánto?

–Un millón.

–Pues ya puedes ser bueno, sí... Ven, tengo dinero en mi habitación.

Suspiré resignado y le acompañé hasta su habitación. Y yo pensando que tan solo tenía que atender al moreno y disfrutar de dos semanas de descanso, pero no, tenía que estar rodeado también de trabajadores hormonados.

A la hora exacta, salí de la habitación con la misma ropa que llevaba antes: mis calzoncillos medio mojados. Justo cuando salía, me topé con él, que iba hablando por teléfono con cara de pocos amigos y, detrás de mí, salía el otro arreglándose el traje.

–Podrías ponerte algo más de ropa –bufó molesto–. Aquí no solemos hacer exhibicionismo, así que tápate –y se largó sin más.

El otro tipejo se encogió de hombros y siguió a su jefe. ¿No era la mano derecha de Hee Chul?

Fui hasta la piscina para ver si la ropa ya se había secado y me encontré al mono durmiendo plácidamente encima de la ropa. Parecía tan manso que hasta me daba pena despertarle, pero cuando le desperté con suavidad, la única respuesta que recibí por su parte fue un grito de mala leche antes de irse corriendo a otra parte.

–Menos mal que ese animal peludo no va dejando pelo por mi ropa...

Estaba caliente y cuando me la puse, en vez de molestarme, me agradó bastante. Regresé a la habitación con la que compartía con el otro y guardé el fajo de billetes que me había dado el que se suponía que era la mano derecha del moreno.

No sabía qué más hacer. Me había recorrido parte de la casa y del exterior. Pero algo aún me rondaba por la cabeza: la pistola de aquel matón.

Me conocía casi la mayoría de trapos sucios de mis clientes, pero como él era nuevo, pues no sabía casi nada de él. Y a mí me gustaba saber al menos con quién me iba a la cama, saber si mi vida corría peligro o si me iban a secuestrar para después venderme como esclavo o ser el cabeza de turno de alguna trampa.

Justo cuando iba a ponerme información sobre sus negocios, entró el mencionado dando un portazo cargado de furia y descontento. Decidí dejar la búsqueda para más tarde cuando vi que se sentaba en un sillón que había postrado contra una de las paredes de la habitación.

–¿Estás bien...? –tanteé el terreno para ver qué humor tenía.

Soltó un chillido de rabia que resonó por toda la habitación y a mí me hizo saltar en la cama por el susto que me dio. Golpeó con frustración el reposabrazos y se quedó tan ancho después de destrozar casi su mano. Luego, se dio cuenta de que había estado presente durante su arrebato de violencia y clavó su vista sobre mí, respirando algo agitado.

–¿Has estado ahí todo este rato?

–No, si te parece acabo de aparecer aquí con tan solo chasquear mis dedos.

Suspiró profundamente. Supuse que intentando controlarse para no empezar a insultarme o algo similar. ¿Su carácter sería en realidad así de agitado? ¿O tal vez era porque le había pillado en un mal momento? Miró distraídamente por la habitación hasta que volvió a posar sus ojos sobre mí.

–Ven aquí.

Le miré con algo de desconfianza, pero al final me levanté de la cama y fui hasta posicionarme delante de él. Me miró durante unos segundos antes de obligarme a sentarme encima de sus piernas. No tuve casi ni tiempo de respirar cuando ya me estaba intentando chupar el alma en un beso bastante fiero.

Abrí por inercia mis ojos por la sorpresa de su iniciativa y dejé que llevara el dominio del beso. De un tirón en mi cadera, me acercó más mordiendo mis labios para después asaltar una vez más mi boca y jugar con furia con mi lengua.

Me arrancó un gemido al morder mi lengua antes de volver más fiero el beso. Poco a poco, nuestras respiraciones empezaron a volverse irregulares y nuestra batalla se volvía más desesperada. Yo por el aire y él por mis labios.

Algo empezó a vibrar en mi pantorrilla y Hee Chul se separó bruscamente, levantándonos a los dos y descolgando el móvil.

–¿Qué? –me miró empezando a cabrearse de nuevo mientras escuchaba a la persona del otro lado de la línea–. Inútiles... –suspiró profundamente–. ¡Unos completos inútiles! –bramó.

Salió disparado y me aparté antes de que me arrollara para después ver que salía echando humo por las orejas y gritándole al aparato. Y otra vez me había quedado solo. Resoplé y me puse a recabar información sobre sus empresas. No descubrí nada fuera de lo normal.

Comí solo y la tarde se me hizo larguísima. No me morí del asco por puro milagro. A la hora de la cena, le vi de nuevo y cenó conmigo. No intercambiamos ni una sola palabra y, cuando terminó, se apresuró en desaparecer de nuevo por la puerta grande. Literalmente, puesto que las puertas en aquella mansión eran enormes y llegaban casi a tocar el techo.

La misma chica que me sirvió por la mañana y al mediodía se ruborizó de nuevo al tener contacto visual conmigo. Los demás empleados de la casa me habían mirado raro a lo largo del día. ¿Que tuvieran una cara nueva era motivo de tanto revuelo entre los trabajadores? Pensé que era absurdo, pero otra razón me rondaba por la cabeza.

Y estaba seguro que era eso.

Fui hacia el jacuzzi que descubrí aquella misma tarde dando otro tumbo por la mansión. Me relajé ahí, despejando mi mente de todo pensamiento y dejando que las burbujas me masajearan toda la espalda.

Salí de ahí súper relajado, casi sintiendo que no sabía ni cómo me llamaba. Solo iba con una toalla enrollada a la cintura y otra en mi mano mientras me secaba el pelo, caminando hacia la habitación. No había nadie, así que no me preocupaba si la toalla se deslizaba hasta el suelo.

Abrí la puerta de la habitación y me encontré a Hee Chul tumbado en la cama, con una bata puesta y leyendo algo en el móvil. Me vio y dejó el aparato encima de la mesita de noche.

–Hola –sonrió con expresión relajada.

–Hola –contesté ahí plantado, secándome la cabeza–. ¿Ya se te ha ido el enfado? –le escuché suspirar.

–Sí... Oye, siento haberte tratado de esa manera antes.

–¿De esa manera cuándo? –fruncí el ceño.

–Cuando estuve aquí antes...

–Ah, eso. Tampoco es que hicieras nada malo...

–En realidad no soy así...

–¿Así cómo? –cada vez entendía menos.

–Con esos humos. En realidad no soy tan arisco como lo he sido hoy. Soy más calmado, pero es que hoy me han crispado los nervios hasta mi límite.

–No te preocupes... –gateé sobre la cama y me quedé enfrente de él–. Tampoco tienes que darme muchas explicaciones –me encogí de hombros.

–No, pienso que al menos alguna explicación tengo que darte...

–No hace falta, de verdad. Tampoco me incumbe lo que dejes de hacer o no.

–Y... ¿Qué has estado haciendo durante el día?

Investigarle.

–Pues no mucho, explorar la mansión.

–¿Toda la mansión? –alzó las cejas.

–Y terminar en el agua de la piscina por intentar rescatar al mono ese.

–¿A quién? ¿A Heebum?

–¿Le has puesto nombre a ese mono? –esta vez me tocó a mí alzar las cejas.

–Sí. Es la mascota de esta isla –se acomodó mejor en la cama.

–¿Y solo la ves cuando vienes aquí? –Hee Chul asintió–. ¿Y por qué ese nombre?

–Por mi gato. Murió cuando era pequeño y un día Heebum apareció en mi vida y ya no quiso irse de mi lado. Un verano mi familia y yo vinimos a esta isla para veranear y desapareció. Le di por perdido, pero al año siguiente vi que estaba aquí, viviendo bastante bien, así que decidí dejarle aquí. En esta isla puede campar a sus anchas sin que nadie le moleste.

–Interesante historia.

–Es una mierda, pero bueno –rió levemente antes de empezar a jugar con su bata, dejando ver un poco de piel de su pecho–. Ah sí, te he tirado la caja de condones que tenías por ahí.

Fruncí el ceño. ¿Qué acababa de decir?

–¿Qué?

–Pues eso, ya no los necesitarás.

–¿Cómo que no?

–Porque no quiero que los utilices.

–¿Y por qué no? Además, no eres quién para decirme si debo utilizar protección o no –empecé a mosquearme. ¿Quién coño se creía que era? ¿Por qué tocaba mis cosas?

–Pásame esos papeles que hay encima de la mesa, ¿quieres? –señaló con el dedo.

Miré a la mesa y luego a él. Suspiré resignado antes de caminar hacia aquellos papeles para después dárselos. Los ojeó y me los pasó a mí.

–¿Qué es esto? –pregunté mientras los cogía y empezaba a mirarlos.

–Es la última analítica que hice hace dos días exactos. Y, como puedes ver, estoy limpio.

–¿Te has hecho pruebas solo para decirme que no contagias nada?

–Sí. Ahora tú te tendrás que hacer lo mismo.

Alcé las cejas de nuevo y me dirigí hacia mi maleta. Saqué un sobre blanco y lo lancé encima de la cama.

–¿Qué es? –me miró mientras lo abría y miraba lo que había.

–Mis pruebas.

–¿También te las hiciste? –volvió a mirarme mientras me sentaba al pie de la cama.

–Sí. Tengo clientes muy quisquillosos como tú que quieren sentir al "cien por cien" –entorné mis ojos–. Y tengo que hacerme pruebas casi siempre para que vean que no tengo nada. Supuse que seguirías con esa misma tontería y me las hice.

–Ya veo... –guardó de nuevo las analíticas en el sobre y lo dejó encima de la mesita de noche, junto a su móvil–. Entonces ya no tienes excusa para utilizar protección.

–Sí, pero, ¿ahora de dónde saco yo condones por si acaso?

–¿Por si acaso? –alzó una ceja, mirándome inquisitivo.

–Sí, por si surge algo como lo ha sido hoy con tu mano derecha.

–Veo que no ha tardado mucho... –suspiró negando con la cabeza mientras cerraba los ojos.

–Sí, pues anoche te escucharon por toda la mansión. Ya podrías haberte controlado –vi que alzaba los hombros despreocupadamente–. Creo que ya sé por qué todas las chicas se sonrojaban al verme y todos me miraban de forma extraña. Todos saben que yo fui la causa de que su señor pareciera un animal en celo.

–Bueno, ya están acostumbrados. Ah, y no te preocupes, están ahí en el cajón.

Miré al cajón y, antes de que me pudiera dar cuenta de más, él ya se estaba quitando la bata, dejando al descubierto su total desnudez debajo de aquella prenda. La dejó caer en el suelo y no tardó más de dos segundos en sentarse encima de mis piernas y rodearme el cuello con sus brazos.

Le miré y sonrió suavemente antes de besarme despacio. Sus labios se movían lento, de forma calculada, sabiendo que aquel beso era una buena manera de demostrar el sensualismo que desprendía en aquel momento. Controlaba la situación y lo sabía.

Solo pude dejar que llevara el ritmo del beso y empecé a acariciar su espalda desnuda, rozando con suavidad con las yemas. Noté que se estremecía bajo mi tacto e introdujo su lengua para enredarla con la mía, sin pudor alguno.

Seguía con aquella sensual lentitud antes de atraerme más hasta su piel, rozándola contra mi piel, como si estuviera jugando y engañando a mis sentidos mientras me manejaba cual muñeco, que era exactamente lo que era para él. De un firme tirón en su espalda, sus pezones me tocaron y sentí su delicado gemido en mis labios.

Se separó lo suficiente como para que los dos pudiéramos conectar nuestras miradas. Y no supimos qué fue, pero algo hizo click en nosotros, encendiéndonos hasta límites insospechados.

Nuestras bocas se buscaron con ansia y desesperación mientras que mis manos surcaban por su lechosa piel, sin dejar ningún rincón por tocar. Sus dedos contrastaban con el movimiento de su lengua rápida y para nada inexperta, con un desesperante ritmo, esculpía toda mi parte superior.

Decidió pararse a prestar atención a mis pezones, haciéndome jadear mientras iba besando su cuello. Le cargué acercándole más a mí y aquello hizo que los dos soltásemos un gemido al unísono antes de mirarnos.

De un empujón bastante dominante, me tumbó sobre la cama para empezar a jugar con su lengua sobre mi pecho mientras decidía a empezar a excitarme con sus lentos vaivenes por encima de mi toalla.

Pronto, los dos estábamos jadeando sin control y con las ganas de estar con el otro al máximo. Se deshizo de la única prenda que nos impedía seguir con un simple movimiento y se sentó sin más rodeos, soltando un sensual gemido que me encendió aún más.

Sus movimientos empezaron rápidos y con precisión, arañándome mientras sus gemidos iban en aumento junto a los míos. Elevó el mentón para dejarme ver mejor su cuello, por lo que no pude evitar morderme el labio mientras admiraba su cuerpo.

No se le veía que hiciera mucho ejercicio, pero aún así era muy atractivo. Clavó sus orbes negros en mí y pasó a besarme con fiereza, recorriendo sinuosamente mi cuerpo con sus manos.

No pasó mucho tiempo para que él terminara tumbado en la cama, rodeándome con fuerza con las piernas y arañando mi pecho mientras su cuerpo se movía al compás del mío. Las sábanas eran retorcidas por mis dedos, la habitación era testigo de nuestra pasión desmedida y la cama empezaba a moverse también con nosotros.

No supe cómo ni cuándo pasó, pero me vi gruñendo mientras nuestros cuerpos temblaban por el potente orgasmo que nos golpeó a los dos. Jadeaba sin parar mientras miraba cómo su cuerpo temblaba de vez en cuando y soltaba gemidos entrecortados.

Tenía la mente totalmente nublada, con el placer golpeando todavía, cuando nos miramos jadeando. Los dos seguíamos excitados incluso después de haber sentido el clímax.

Tardamos milésimas de segundos en volver a besarnos con ganas y dejarnos llevar por nuestros instintos más primarios. Pasé las manos por debajo de sus muslos haciendo que sus rodillas casi tocaran su pecho y, mordiéndole con fuerza, volví a hacer que perdiéramos la razón. Nos movíamos cada vez más bruscos, más salvajes. Estábamos dominados, con la razón totalmente perdida y llenando la estancia de indecentes sonidos.

El segundo golpeó aún más intenso que el anterior. Me desplomé casi al instante encima de él, sintiendo que me había chupado el alma y las fuerzas. Me tumbé a su lado poco después y me dediqué a observar cómo se acomodaba y se quedaba lentamente dormido, con la expresión relajada. Delineé su perfil con mi dedo teniendo cuidado de no despertarle, sin pensar en nada más. Parecía un ángel así dormido y tranquilo.

Mis párpados pesaban un rato después así que nos tapé con la sábana y seguí mirándole. Un último pensamiento cruzó por mi mente antes de caer en los brazos de Morfeo.

¿Quién era Kim Hee Chul?


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