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Repuesto [LP1] por Annie_Powers

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Fui vilmente despertado por el despertador de mi teléfono. Me apresuré a apagarlo y fui abriendo perezosamente los ojos mientras intentaba enfocar a lo que tenía delante.

Encontré una espalda ancha y pálida, que se movía ligeramente por la respiración. Me di cuenta de que tenía varios lunares por su espalda. Dirigí mi dedo hacia uno de ellos y lo acaricié. Él se removió al momento, como si le hubiera hecho cosquillas, dándose la vuelta y quedando a muy pocos centímetros de mí.

Solo pude quedarme quieto y con el corazón algo alborotado puesto que no me esperaba que se girara así de golpe. Su respiración era calmada al contrario que la mía, su expresión era suave y plácida, no se había despertado todavía.

Seguía mirándole cuando la puerta se abrió bruscamente, dejando ver la cabeza de mi mano derecha. Sus ojos recorrieron toda la estancia hasta posarse en los míos y ver la situación en la que me encontraba.

–Bueno, ¿piensas levantarte o a seguir retozando con él? –sonrió con malicia.

–¿Quién te ha dado permiso para entrar así en mi habitación? –me estiré mientras le miraba.

–Yo. Recuerdas que hoy vienen, ¿verdad? –alzó las cejas y yo bufé.

–Pues claro que me acuerdo. ¿Uno no puede descansar ni aunque sea un rato? –salí de la cama con cuidado de no despertarle.

–No cuando se pasó la noche haciendo otras cosas en lugar de dormir –me lanzó una sonrisa llena de picardía mientras me miraba.

–Largo. Tengo que vestirme.

–Ni que fuera la primera vez que te veo así –rió levemente.

–Ya sé que te gustó la noche que pasamos juntos, pero me gusta vestirme solo –enfaticé la última palabra–. Gracias.

Él entornó ligeramente los ojos antes de desaparecer de mi vista. Me duché, me vestí con la ropa del trabajo y fui a desayunar con mi socio.

–¿A qué hora dices que llegaban? –pregunté antes de terminar de comer.

–Dentro de... –miró su reloj–. Media hora.

Asentí antes de salir y arreglarme un poco más. Revisé los correos que tenía y fui contestando a los más urgentes. Me avisaron de que ya estaban llegando cuando terminé de enviar el último. Nos dirigimos hasta la pista de aterrizaje justo a tiempo de que el avión tomase tierra y salieran mis invitados.

Iban todos trajeados como era costumbre y el ambiente que había parecía que estábamos en una película donde las acciones pasaban a cámara lenta con música estridente de fondo. Aburrido. Llegaron hasta mí abriendo los brazos y con falsas sonrisas dibujadas en sus rostros. Me limité a sonreír y a dejar que me tocaran lo más mínimo.

–¿Cuánto tiempo hace que no vengo aquí...? –suspiró uno mientras miraba a su alrededor.

–Fíjese que se me ha olvidado hasta mí –sonreí levemente–. ¿Han tenido buen vuelo hasta aquí?

–Por favor, pequeño Kim, tutéame. Tenemos confianza, ¿no? –rió quitándose las gafas de sol.

–Como usted quiera –ensanché mi sonrisa, intentando que no se me notara lo poco que me agradaba su forma de hablarme. Aquel viejo se pasaba con sus dichosos sobrenombres–. Por favor, acompañadme.

Caminé hasta la casa sin esperar ni un segundo más. Escuchaba sus murmullos comentando todo lo que veían a su alrededor y sus fingidas exclamaciones y adulaciones.

Les acompañé hasta sus estancias y me despedí de ellos con la excusa de que los demás iban a llegar en cualquier momento. En realidad iban a tardar un poco más, pero no quería estar demasiado tiempo en una misma habitación con aquella gente.

Iba caminando por los pasillos cuando me desvié por otro camino que no tenía pensado coger. ¿Se había despertado ya? Tampoco había pasado demasiado tiempo cuando le dejé durmiendo en la habitación. Sentí un tirón en mi hombro y vi a uno de mis empleados con cara de susto por haberme tocado de aquella forma.

–¿Qué pasa?

–Los demás huéspedes están por llegar y necesitamos que venga de nuevo. Hay varios aviones que llegarán uno detrás de otro.

Asentí y fui detrás de él.

Pasé todo el maldito día yendo de un lado a otro, haciendo de anfitrión de mis invitados. Fue agotador tener que ir recibiendo uno a uno a las numerosas personas que iban a venir a mi isla.

Cuando creía que iba a tener un momento de descanso, alguno me asaltaba con que quería que habláramos mientras dábamos un paseo por mi "excepcional isla" o, sino, tenía que atender algo de urgencia que mis inútiles empleados no conseguían hacer.

No le vi en todo el día. Ni siquiera me lo crucé por algún pasillo o algo. Nada. Tampoco le había podido ver, puesto que estuve prácticamente todo el día acompañado excepto para ir al baño y poco más.

Cuando terminé la aburridísima cena con ellos, pude retirarme a mi habitación sin que algún que otro inoportuno de turno me dijera algo. Cerré la puerta y me lo encontré estirándose en el colchón mientras hablaba por el móvil.

–No, idiota... –habló sin darse cuenta de mi presencia.

Sin saber por qué, me quedé allí quieto, sin mover ni un solo músculo y, lo peor de todo, escuchando la conversación ajena.

–Pues no he hecho nada en especial, casi me muero del aburrimiento, otra vez –soltó una suave risa.

Empezó a reír de nuevo tras una breve pausa y decidí que no debía de escuchar más, así que abrí la puerta de nuevo con cuidado y simulé que había llegado en ese momento cerrándola más fuerte de lo normal.

–Tengo que dejarte –rió mientras se apresuraba a colgar y a mirar a mi dirección–. ¡Hombre! ¡Nuestro hombre de negocios ha llegado...! –de un salto se puso de pie para mostrarme una sonrisa juguetona.

–Sí, bueno, tenía cosas que hacer.

–No te estoy diciendo nada –se encogió de hombros con simpleza–. Solo he anunciado tu llegada triunfal.

–¿Qué has estado haciendo? –pregunté mientras me iba quitando el traje.

–No mucho, la verdad.

Iba a hablar cuando tocaron a la puerta. Fui a abrir y a coger la botella de champán que me habían traído.

–¿Champán a estas horas?

–Necesito relajarme, he tenido un día bastante ajetreado –expliqué mientras me quitaba la chaqueta del traje y la dejaba encima de la silla.

Descorché la botella y serví el líquido en las dos copas que también me habían traído. Las cogí y se la ofrecí. Él la miró como si de algo extraño se tratara y después a mí, luego terminó por cogerla mientras le hacía un escáner completo.

–¿Intentas ver su composición química acaso? –espeté mientras daba un pequeño sorbo.

–¿Eh? –me miró–. Ah, no, intentaba ver si le habías metido algo.

–¿Algo como qué? –enarqué mi ceja al escuchar semejante tontería.

–No sé. Es que desde que me drogaron una vez al meterme algo en la bebida, no bebo nada de lo que me haya echado yo. No me fio de nadie –finalmente rechazó el trago al dejarla en la mesa–. Pero, igualmente, gracias.

–¿Drogarte? –alcé las dos cejas–. ¿Te drogaron? ¿Cómo te diste cuenta?

–Pues porque después de la copa que me ofrecieron no me acuerdo de nada más, solo de algunas cosas, pero de muy poco.

–Seguro que ibas borracho –di otro trago.

–No. No suelo emborracharme por voluntad propia. Claro que siempre terminan por hacer que me pase de tragos. El caso es que sé que esa noche me drogaron, algo me echaron en la bebida –se tumbó en la cama, posando las manos en su nuca.

–¿Y por qué te drogaron? –me posicioné de pie a los pies de la cama mientras le miraba.

–¿Tú qué crees...? –sonrió al mirarme.

–No lo sé, no sé qué haces por las noches.

–Pues es bastante obvio, ¿no crees? –ensanchó más su sonrisa mientras era su turno de arquear la ceja.

–¿Te querían borracho?

–No. Para sodomizarme.

Estuve a punto de atragantarme al escucharle. ¿Sodomizarle? ¿Aquello no era cuando te ataban y te azotaban? ¿O era el sadomasoquismo?

–¿Cómo? –seguramente mi cara era un poema–. ¿Te sodomizaron?

–Exacto. ¿Que cómo lo sé? Bueno, me acuerdo de algo. Además de que al día siguiente tenía las muñecas algo marcadas. Supongo que me ataron... –se encogió de hombros.

–¿Y de qué te acuerdas...? –me dirigió una mirada de soslayo antes de sonreír maliciosamente.

–Eso quedará entre quien me lo hizo y yo...

–Tampoco es que quisiera saber qué hicisteis... ¿Y se puede saber quién fue? Tal vez le conozco... –bebí lo que quedaba en la copa.

–Lo siento, eso es confidencial, ya sabes, nunca revelo la identidad de mis clientes.

Asentí varias veces y dejé la copa encima de la mesa, fui quitándome la ropa y me puse el pijama que consistía básicamente en una camiseta de tirantes y mi ropa interior. Me metí dentro de la cama y le miré.

–¿Estás cansado? –preguntó.

–Sí, estoy bastante cansado... Hoy no he parado ni un segundo y no tengo muchas fuerzas... Buenas noches –sonreí levemente antes de acomodarme y cerrar los ojos.

Los días siguientes estuve tan ajetreado que tan solo veía al chico por la noche y alguna que otra vez si nos cruzábamos por el pasillo o nos encontrábamos de casualidad por la isla.

En alguno de esos fugaces encuentros le veía guardando un fajo de dinero en metálico en el bolsillo. ¿Acaso no tenía suficiente con lo que le iba a pagar? Se lo pregunté una vez en la que nos volvimos a ver mientras iba a jugar al golf.

–Hombre, algo tendré que sacar al estar perdiendo clientela por estar aquí muerto de asco –había contestado con aquella sonrisa llena de picardía antes de alejarse.

Aquel día pude por fin tener la tarde libre y me lo encontré tirado en el sofá del salón mientras miraba la televisión. Parecía que estaba en estado vegetativo porque no se movía ni un ápice, no sabía ni siquiera si parpadeaba alguna vez. Se había quedado embobado mirando a la pantalla.

Pasé una mano por delante de sus ojos, pero no reaccionó, así que me aseguré de que al menos respirara. Sí, respiraba. Le di tal palmada en el culo que se escuchó por toda la sala. Gritó pegando un bote en el sitio y cayó de bruces al suelo.

–¿Qué demonios haces en el suelo? ¿No sabes que hay un sofá justo a tu lado?

Él giró su cabeza hacia mí mientras tenía una mueca de dolor dibujada en el rostro. Se levantó frotándose el glúteo.

–¡¿Por qué has hecho?! ¡¿Acaso vas pegando a la gente que está tranquilamente descansando?!

–Estás todo el día así, tumbado. ¿No tienes nada productivo que hacer?

–Aparte de mis servicios, no –se dejó caer de nuevo en el sofá mientras clavaba la vista en la pantalla.

–Bueno, yo no tengo nada que hacer ahora.

–Enhorabuena –siguió absorto en el televisor. Metí las manos en los bolsillos.

–¿Quieres que hagamos algo?

–¿Cómo qué?

–No sé, algo.

–¿No estás cansado? Quiero decir, no has parado ni un momento desde que aparecieron esas otras personas.

–Sí, pero ahora lo que quiero es estar con alguien con cara nueva. Ya se las he visto bastante a esos...

–Pues si no te gusta la mía, puedo cambiármela si quieres –alzó una ceja.

–No, con esa te sirve.

–¿Y tú qué quieres que hagamos? –me miró.

–Pues... ¿Quieres que nos bañemos en la piscina? –tampoco sabía qué hacer exactamente.

–¿En la piscina? No he traído bañador...

–Te dejo unos míos. Vamos, levanta –me giré para ir a mi habitación–. ¡Muévete...!

Escuché que suspiraba y supe que ya estaba yendo detrás de mí. Le di unos que estaban a estrenar, nos cambiamos y fuimos, pero a medio camino pude avistar que la piscina ya estaba siendo utilizada por uno de mis socios y, también, cliente.

–Mierda... Media vuelta –me giré y comencé a andar en dirección contraria.

–¿Eh? ¿Por qué...? –me miró extrañado.

–Está uno de mis invitados y no tengo ganas de verle, y mucho menos medio desnudo.

–¿Y entonces a dónde vamos?

–Hay otra piscina dentro.

–¿Cómo? ¿Una piscina? –abrió los ojos como platos después de que yo asintiera–. Pues no la vi. ¿Acaso está escondida o algo?

–Claro que sí –le miré mientras caminábamos–. Es más, ahora haré esto –chasqueé los dedos–, y aparecerá la piscina por arte de magia.

–¿Y cómo es que tienes una piscina interior?

–Hay veces en las que vengo en invierno y como fuera está nevado pues voy a la climatizada –me encogí de hombros entrando a la casa.

–¡Y encima climatizada! –noté su exceso de sorpresa en la voz por lo que reí mientras negaba con la cabeza–. Espera, quiero picotear algo antes de meterme en el agua –caminó hasta la cocina.

–Sabes que comer demasiado antes de meterte en el agua puede provocarte un corte de digestión, ¿no? –le seguí.

–Sí, pero tengo hambre.

Abrí la nevera mientras escaneaba con la mirada cuando vi algo que me llamó la atención. Lo cogí y saqué la cabeza de la nevera observando lo que tenía en la mano.

–¿Qué es esto...? –miré de nuevo en la nevera–. Nunca había visto esto aquí...

–¿El qué? ¿Nunca has visto leche...? –alzó una ceja mientras tiraba de ironía.

–No este tipo de leche –leí el envase–. ¿Fresa?

Tan pronto como terminé de decir la fruta, Eunhyuk me la arrebató sin miramientos mientras me miraba de forma amenazante.

–Es mía.

–¿Fresa? ¿Eso es leche de fresa?

–Sí, ¿algún problema?

–Ni siquiera sabía que existía eso...

–Existen muchas clases de leche, que no te hayas enterado es otra cosa.

–¿Vas a beberte eso ahora? –pregunté alzando las cejas al ver que abría la leche.

–Sí, ¿algún problema?

–Que si te da algo en la piscina, no pienso ir a socorrerte.

Abrí de nuevo la nevera y vi algo que antes se me había pasado. Una caja entera de fresas. ¿Cómo no la había visto antes? Le miré a él bebiendo la leche y volví a mirar la caja.

–¿Estas fresas son tuyas? –me miró y asintió sin dejar de beber–. ¿De dónde las has sacado?

–Las pedí y me las compraron –se encogió de hombros antes de venir y quitarme la caja.

–¿Qué vas a hacer con ellas?

–Comérmelas, ¿tú qué crees? –respondió con obviedad mientras alzaba las cejas–. Anda, dime dónde está la piscina... –salió de la cocina.

¿De verdad iba a zamparse todo aquello antes de meterse al agua? Salí de la cocina con aquel pensamiento y le mostré dónde se hallaba la piscina climatizada. Dejó la caja y la leche encima de la mesa que había, fue hasta el bordillo y rozó el agua con el pie.

–Perfecta.

Se posicionó para entrar de cabeza y dio un pequeño salto. Nadó por el fondo hasta casi la mitad de la piscina antes de salir a la superficie y seguir braceando hasta llegar al otro lado. Hice lo mismo que él, llegué hasta donde estaba y retiré mi pelo mojado de los ojos echándolo hacia atrás.

–¿Una carrera? –me miró con expresión traviesa.

–¿Hasta allí? –señalé el otro lado y asintió–. Vale, pero te advierto que no estás ante un rival fácil.

Soltó una carcajada y nos posicionamos para salir nadando lo más deprisa posible.

–¿Preparados...? ¿Listos...? ¡Ya!

Los dos salimos impulsados, agitando el agua de nuestro alrededor. El ruido del líquido siendo sacudido por nuestras brazadas y patadas me impedía ver las posiciones. Cuando toqué el bordillo y miré fuera, también le vi mirándome.

¿Quién había ganado?

–¿Has llegado ahora? –preguntó, quitándose el pelo de los ojos.

Asentí. Ninguno de los dos sabíamos quién había ganado.

–Deberíamos de pedir a alguien que arbitrara la próxima vez –propuse y estuvo de acuerdo.

Salió, se trajo el aperitivo de la mesa, se sentó en el bordillo con parte de las piernas dentro del agua y empezó a comer fresas.

–No dejes las hojas en el suelo –reclamé.

–¿Y dónde las dejo? ¿Quieres que las tire a la piscina?

–No, ni se te ocurra –puse cara de fastidio.

–Entonces las dejo aquí en el suelo. Luego las tiraré –siguió comiendo fresas.

Recosté mis brazos y mi cabeza en dirección a él para observar cómo comía distraídamente las frutas mientras que alternaba alguna que otra vez un sorbo de aquella leche.

¿No era demasiado comer fresas y beber leche también de fresa? Se lo dije y me respondió encogiéndose de hombros.

¿Estaría ante alguien adicto a las fresas?


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