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Repuesto [LP1] por Annie_Powers

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Di un fuerte revés y mandé la palomita justo hacia el final del campo. Pudo llegar y darle con el reverso, pero no lo hizo con la fuerza suficiente, por lo que me anoté otro punto. Hice mi baile de la victoria mientras él me miraba con cara de extrañeza y de querer matarme por ser tan bueno.

–¿Qué haces? ¿Eres una anguila acaso? –bufó mientras recogía la palomita del suelo.

–No, es mi baile de la victoria –seguí moviéndome.

–Pues parece que estés agonizando –noté que algo cortaba el aire y supuse que estaba practicando sus golpes de raqueta.

–Envidia que tienes –terminé exitosamente mi celebración con una pose estilo Michael Jackson–. Bien, ¿otro partido? ¿O no estás preparado para perder?

–Quiero descansar –respondió con la respiración algo agitada–. El bádminton es un deporte que me cansa muy rápido.

Fue a sentarse en la silla que había al lado de la pista y yo hice lo mismo.

–Con razón estás tan fuerte, no paras de hacer ejercicio –comentó bebiendo agua.

–Tampoco te creas que me mato haciendo ejercicio.

–Aún así, eres bueno en los deportes.

–No tengo la culpa de ser bueno en todo –me encogí de hombros mientras daba un sorbo de agua. Le escuché reírse y bufar.

–Oye, ¿cómo te llamas? –le miré parpadeando varias veces–. Quiero decir, seguramente tú ya sabrás muchas cosas de mí, pero de ti no sé nada en realidad, tan solo que te haces llamar Eunhyuk y ya.

–Con eso tienes suficiente –sonreí–. Y sí, sé bastantes cosas de ti, pero más bien en el aspecto público que en el privado.

–¿Por qué es suficiente? ¿Qué edad tienes?

–¿Para qué la quieres saber?

–Por curiosidad... Y también para asegurarme de que no me he acostado con ningún menor de edad.

–Tranquilo que soy mayor de edad –reí.

–¿Entonces? –alzó las cejas,mirándome.

–¿Entonces qué?

–Que cuántos años tienes.

–Con saber mi nombre y que soy mayor de edad te es suficiente.

–Pero... ¿Por qué?

–Prefiero mantener mi privacidad a salvo de mis clientes.

Se quedó callado mientras me miraba y después siguió bebiendo agua. Notaba cómo las tuercas de su cerebro iban a toda máquina al estar pensando. Seguramente le había dejado impactado con mis respuestas.

–¿Y tú? ¿Cuántos años tienes?

–Creía que sabías muchas cosas de mí –clavó su mirada en mí.

–La información que busco puede que no sea del todo exacta a veces.

–Treinta y cinco.

–¿No tenías treinta y cuatro? –fruncí el ceño.

–Sí, pero los cumplí hace poco.

Fruncí de nuevo el ceño. ¿Cuándo los había cumplido? Cuando le conocí tenía treinta y cuatro. ¿Entonces significaba que los había cumplido en el tiempo en el que no nos vimos antes de venir aquí con él?

–Los cumplí el diez de julio –aclaró como si supiera en qué estaba pensando.

–Ah, entonces tiene más sentido.

–¿Y tú cuándo los cumples? ¿O también prefieres mantener esa información tan confidencial en secreto?

–Qué bien me conoces –reí al ver su cara de fastidio–. No es nada personal, es que de verdad que no me gusta decir mis datos personales a la gente.

–¿Ni con tus amigos?

–Ellos sí, me refiero a gente desconocida y más todavía si son mis clientes.

Asintió varias veces despacio como digiriendo todo lo que le acababa de decir. A lo lejos pude ver que uno de aquellos hombres trajeados venía hacia donde estábamos nosotros. Se acercó a hablarle en la oreja a Hee Chul. Este puso una mueca de disgusto e intercambió un par de palabras antes de que el trajeado se fuese por donde había venido.

–Lo siento, tengo que irme –informó entre dientes, yéndose con bastante mal humor.

Otra vez me había quedado solo. Fui a ducharme y me puse a ver la televisión, tampoco tenía nada que hacer. Luego me enteré de que había un gimnasio.

¿Acaso la casa iba creciendo a medida que iban pasando los días o qué? Cada día descubría que había algo nuevo por explorar.

No supe cuánto tiempo estuve en el gimnasio, pero cuando salí, ya era media tarde. Me di una ducha rápida en los vestuarios y fui medio desnudo hasta la casa a vestirme.

–¿No te he dicho que no quiero exhibicionismo por aquí o qué? –Hee Chul fruncía el ceño mientras me miraba con desaprobación–. Alguno de mis clientes podría verte, ¿y entonces qué le digo, eh?

–Pues que había terminado de ducharme después de venir del gimnasio. Simple y rápido.

–¿Has estado en el gimnasio? –asentí–. ¿Y no has podido vestirte en los vestuarios?

–Pues ya ves que no –dibujé una sonrisa de autosuficiencia en mi rostro–. ¿Qué haces aquí? ¿No tienes que estar con algún cliente tuyo de esos?

–Ya he terminado lo que tenía que hacer.

Me encogí de hombros antes de marcharme hacia la habitación para vestirme. Cerré la puerta, cogí la ropa y la dejé encima de la cama.

–Oh, es verdad...

Me giré y al momento fui propulsado hacia el colchón con bastante fuerza. Segundos después, mis labios eran apresados con brutalidad mientras sentía un peso encima de mí. Abrí mucho los ojos antes de darme cuenta de que era Hee Chul.

–¿Qué haces...? –pude pronunciar, casi no me dejaba ni respirar.

Mordió mi labio inferior como respuesta y no pronuncié ninguna palabra más. Restregando su trasero contra mí, fue arañando mi pecho y besándome hasta que me arrancó la toalla.

–Oye, ¿y esta cicatriz? –acaricié la pequeña cicatriz que tenía en la espalda.

Estábamos desnudos en la cama. Él tumbado boca abajo mientras yo le acariciaba la espalda. Habíamos terminado agotados después del arrebato pasional que había tenido. O más bien de los tres que había tenido.

–Ah, es de hace tiempo...

–Es muy pequeña... –seguí acariciándola–. ¿Te va a quedar para toda la vida...? –asintió con un ruido gutural-. Es redonda... ¿Cómo te la hiciste?

–De un disparo.

–¿Te dispararon? –le miré sorprendido.

–Sí –giró su cabeza para mirarme.

–¿Por qué? –analicé más su cicatriz. A juzgar por la marca debió de ser una bala de calibre pequeño–. ¿Fue un accidente?

–Me intentaron matar.

Aquello me dejó aún más sorprendido. ¿Matarle? ¿Le querían muerto? Me quedé durante unos segundos en silencio para digerir lo que me había contado.

¿Por qué alguien le quería muerto? ¿Desde tan temprano ya tenía enemigos? Lo único que se me ocurría era que estaba relacionado con su trabajo.

–¿Te intentaron matar cuando era pequeño o cuando eras más joven...?

–Cuando era más joven. Por aquella época estudiaba.

–¿Por qué intentaron matarte?

–Por asuntos que a mí no me concernían en ese momento, sino a mi padre.

Tenía una ligera idea de a qué podía dedicarse su padre, pero decidí guardarme mis suposiciones. Tampoco era que me importara demasiado. Lo que sí me intrigaba era cómo había podido salir con vida tras el intento de asesinato y, claramente, se lo pregunté.

–No lo sé, supongo que fallaron u ocurrió otra cosa que nadie sabe.

–¿Y por qué me lo cuentas? Parece algo bastante personal...

–Tampoco es que tenga que ir ocultándolo por ahí, ocurrió y ya está.

También tenía razón, pero aún seguía extrañándome que me contara aquello. Si hubiera sido yo hubiera puesto alguna excusa tonta como que me quemaron con un cigarro o algo por el estilo. No seguimos hablando más del asunto porque Heebum se coló por la ventana y empezó a asustarme.

Algún día iba a ahogar a ese mono asqueroso.

Cada día Hee Chul me sorprendía con alguna historia suya o anécdota. Me contó una vez que Heebum estuvo a punto de arrancarle un dedo porque pensaba que le iba a quitar el plátano que le había dado. Me lo contó porque el mono quiso morderme aquella vez. Me dijo que estuvo a punto de darle una patada al primate.

Qué lástima que no lo hiciera.

También me justificó el hecho de que fuera tan malo en los deportes: no practicó lo suficiente de pequeño. Según él, no era bueno porque, como de pequeño odiaba sudar, pues entonces nunca jugaba con los demás. Pero bien que no le desagradaba el sudor de cuando tenía relaciones sexuales.

–Eso es otra cosa. Hacer deporte no me gusta –respondió cuando se lo dejé caer.

Alucinante.

En otra ocasión me contó que varias veces le habían confundido con una chica. Eso surgió cuando le pregunté si tenía una hermana al ver una foto de él con el pelo más largo. Y que una vez hizo una apuesta con unos amigos.

Al final perdió porque nadie se dio cuenta de que era un chico que estaba dentro del baño de las chicas. A partir de ese tema de conversación, me contó que era hijo único, que su padre era alguien muy importante y que su madre fue una fiera abogada que no perdía ni un solo caso.

Una familia un tanto surrealista para mi gusto. La mía era más bien normal, pero tampoco se lo dije.

Incluso me contó alguna de sus más disparatadas experiencias sexuales. No pude parar de reírme porque lo que le parecía increíble a él, a mí me parecían de lo más normal.

Sí, había gente que se excitaba cuando veía a su amante llorar. Sí, también había gente que le encantaba alimentar y ver comer a su rollo de una noche. Y sí, había vivido todo aquello.

Cada vez más me asaltaban las preguntas. ¿Por qué me contaba todo aquello si yo no le decía ni qué talla de calzoncillos usaba? Que por cierto, también me la soltó así sin más. ¿Siempre era así de abierto con sus amantes? ¿Los demás sabían que él era ateo?

La cantidad de información que me había estado dando durante aquellos días era mucho más de lo que yo le había dado de mí: mi número de móvil, mi seudónimo y ya. Y yo negándome a decir mi verdadero nombre. Tal vez no me iba a pasar nada si sabía mi nombre, ya el apellido era otro cantar.

Aquella tarde decidí buscarle para decirle al menos mi nombre. Se lo merecía después de tanta confianza puesta en mí, que tan solo nos habíamos conocido por el sexo. Por más que recorrí la mansión y la isla entera, no le encontré por ningún sitio.

¿Dónde demonios se había metido? Normalmente no me costaba encontrarle tanto. Luego me acordé de que en algún momento había visto una puerta con unas escaleras que iban hacia abajo.

–¿Dónde la he visto...? –murmuré mientras iba abriendo todas las puertas de la planta baja.

Al final, la encontré. Estaba seguro que ahí no había bajado ni una sola vez. Entré cerrando la puerta y fui bajando en silencio. Hacía un poco de frío, se notaba que la luz del sol no acostumbraba a iluminar aquella zona. Más bien era como humedad y un silencio de ultratumba reinaba.

Bajé hasta una especie de sótano con miles de pasillos. Empecé a escuchar unos gemidos. Gemidos de dolor. Fruncí el ceño. ¿Quién había allí? Seguí aquellos gemidos que se iban haciendo cada vez más fuertes. Vi luz en la rendija de una puerta.

–No debería acercarme... –susurré más bien para mí mismo.

Claramente fui directo a mirar qué ocurría detrás de la puerta. Un tipo estaba maniatado en una silla y tenía la cara magullada. Le estaban golpeando. Vi que le daban un puñetazo que estuvo a punto de tirarle al suelo, pero los matones que tenía detrás sujetaron la silla.

–¿Vas a decirme lo que quiero o no...? –solo atiné a ver que unas manos se apoyaban en los reposabrazos de la silla, no le vi la cara.

El apaleado tan solo le escupió un coágulo de sangre que cayó en su traje negro. El otro le dio un fuerte golpe en la garganta que le quitó el aire al momento. Se retorció de dolor mientras intentaba sin éxito recuperar algo de aliento. El otro tipo le empezó a gritar y a insultar, que no debía de haberle hecho eso, que iba a pagar las consecuencias, que lo iba a pasar muy mal.

–Hee Chul...

Por inercia fui retrocediendo hasta que un ensordecedor grito dio la voz de alarma a todos los presentes. El mono salió corriendo de allí con su cola chafada. ¿Qué coño hacía el animal justo en ese momento a mi lado? Miré hacia la puerta y vi que todos los ojos estaban posados en mí.

Mierda.


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