Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Palabras de papel por Annie_Powers

[Reviews - 0]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Termino de ponerme bien la corbata. Seguramente al final de la velada ya me haya aflojado el nudo o tirado por algún lugar. Resoplo mirándome al espejo. ¿De verdad tengo que asistir a esa estúpida fiesta? La gente siempre dice que sí, que así volveremos a encontrarnos a viejos amigos que nos han acompañado en esa etapa tan crucial de nuestra juventud. Yo no lo creo así, pero bueno, me han insistido tanto que he acabado cediendo para ir solo para que me dejen en paz.

Después de tantos años, se me hace rara la idea de volver a pisar aquel lugar. Ese lugar que juré no volver a pisar porque lo odiaba a muerte. Tú sabes por qué. ¿Sabes? Muchas veces pensé en desistir y estudiar en casa o mudarme hacia otro sitio. Allí no estaba cómodo, nunca lo estuve en realidad. Sin embargo, si lo hubiera hecho, no te hubiera conocido. Recuerdas cómo fue nuestro primer encontronazo, ¿verdad?

Yo iba distraído como siempre, escuchando música y olvidándome del mundo entero que había a mi alrededor. Aquel lugar no merecía mi atención. Tenía la vista clavada en el suelo y dejaba que mi mente se relajara con los cascos que llevaba puestos. Estaba tan concentrado en ella que ni siquiera te vi llegar por mi flanco derecho, así que acabamos estrellándonos y no supe si fue porque fuimos demasiado torpes como para aguantar el equilibrio, pero los dos terminamos en el suelo.

Me molesté porque en ese momento todo el mundo me miraba y algunos se reían disimuladamente. Te miré para ver quién había el desgraciado que me había tirado al suelo. Y te vi. Te vi más que nunca. Hoy en día aún me pregunto qué fue lo que me fascinó de ti en aquel instante. Creo que fueron tus ojos, que mostraban un arrepentimiento sincero. O bien también por tu marcada mandíbula, que podía hipnotizar a cualquiera. O la preciosa sonrisa que vi aparecer tras un “lo siento”.

–Mira mejor por dónde vas… –mascullé levantándome con brusquedad.

Sí, mi comportamiento fue muy infantil y confieso que me enfadé aún más. Me habías impresionado más de lo que pensaba y me molestaba bastante. Como te reconocí tiempo más tarde, empecé a observarte desde las sombras. Un tipo como yo en aquella época pasaba bastante desapercibido entre aquella gente. Aunque no siempre me pasaba lo mismo cuando tenían ganas de meterse conmigo. Tú ibas ajeno a todo e intentabas integrarte en tu nuevo instituto.

La suerte no quiso que fueras a mi clase, sino a la de al lado y tan solo podía observarte desde la lejanía en las horas de descanso y por los pasillos durante el cambio de clase. Gracias a tu carisma y timidez, conseguiste caerle bien a la mayoría de nuestra generación. Todos tenían buenas palabras para ti y para ese ingenio que tenías. Eras igual o casi igual de alto que yo, con constitución más bien tirando a flaca, pero como hacías deporte, pues se te podía ver un poco de músculo. Tenías unos ojos negros como dos pozos sin fondo, una cara y mejillas que se veían como suaves y regordetas. Y aquella sonrisa con tus labios carnosos. Una sonrisa que tapabas con las manos porque según tú mostrabas demasiada encía. Eras conocido por muchos como el bailarín. Un bailarín tan bueno como tú siempre despertaba curiosidad a los demás y pasiones entre las chicas.

¿Qué tipo de baile hacías? ¿Eras tan ingenioso en el campo del baile tanto como lo eras en la vida real? ¿Eras en realidad tan alegre o solo fingías delante de todo el mundo? Esas eran algunas de las preguntas que siempre me rondaban por la cabeza cuando te veía. No sé cuánto estuvimos sin hablarnos desde aquel día en que te vi por primera vez, tampoco llevaba la cuenta, estaba más ocupado en observar cada detalle de ti, de saber más cosas. No me atrevía a establecer contacto contigo porque internamente me avergonzaba por la manera en la que te traté. Aun así, mantenía la esperanza de que alguna vez mi yo verdadero fuera capaz de volver a hablarte y de no escupirte mi mal carácter. Quería conocerte y ser tu amigo.

Siempre me decía a mí mismo que debía de esperar la momento adecuado, al momento idóneo para que pudiera hacer una presentación perfecta y quitarte por si acaso la primera impresión que habías tenido de mí. Cada vez que veía que aquella podía ser la oportunidad o me echaba para atrás o había alguien que te abordaba. A veces odiaba que fueras tan malditamente sociable con los demás porque casi siempre estabas acompañado. Claro que ni se me ocurría por la cabeza hablarte así de la nada y cuando estuvieras solo. Te daría mala sensación y seguramente huirías lo más rápido posible. Yo no era alguien normal tampoco. Era lo que se dice el típico nerd callado que tiene gustos algo peculiares. Sí, me gustaba leer historias de amor. Sí, me gustaba ver aquella animación japonesa tan famosa. Y sí, a veces me veía como una jodida chica.

Pero claro, dada mi mala suerte, las cosas no salieron como tenía planeadas. Fueron deprisa y corriendo. Aún sigo preguntándome cómo era tan imbécil en aquella época. A la salida del instituto, los mismos tipos que siempre me incordiaban decidieron divertirse conmigo un rato bajo una serie de árboles que había por el patio delantero del recinto. Intenté sortearles y escapar de allí sin causar problemas, pero ellos fueron insistentes y me tenían rodeado. No sé cómo uno de ellos consiguió inmovilizarme para tenerme a merced de los golpes que pensaba darme el cabecilla del grupo. Opuse resistencia todo lo que pide y justo me estaba preparando para recibir el primer puñetazo directo al estómago cuando no sucedió nada.

–¡Hyuk Jae…!

Noté que me soltaban y pude agazaparme para adoptar posición fetal mientras cerraba con fuerza los ojos. Tenía medo de que empezaran a lloverme patadas por todos lados.

–¿Qué haces aún por aquí? –seguían hablando.

–Tuve que hacer unos papeleos. ¿Y vosotros qué hacéis?

Yo seguía con los ojos apretados y no podía ver con quién hablaban.

–Nada, pasando el rato.

–¿Y él? –me tensé encogiéndome más por puro reflejo.

–Solo estábamos charlando con él –había algo de burla en su voz.

–Ya, hablando. Siempre y cuando no estuvierais charlando con los puños… Anda, iros.

Empecé a escuchar algo de quejas y ruido de pasos alejándose de mí. Aún no sabía si estaba fuera de peligro, por lo que decidí seguir ahí unos momentos más.

–Tranquilo… No pasa nada, ya se han ido…

Me volví a tensar. Empezaba a reconocer esa voz y quería morirme, enterrarme allí mismo y no volver a salir nunca más. Tenía miedo de abrir los ojos y cuando lo hice, me recibiste con una sonrisa cálida junto con una mirada amable. Tu mano estaba posada en mi cabeza, tan solo era un roce delicado. Mis mejillas empezaron a arder y sentía que me iba a poner rojo como un tomate por la situación en la que me encontraba. Por fin podía hablarte y tú me habías salvado. Me levanté despacio y te miré con cierto recelo. Parecías conocer bastante bien a aquellos tipos, buenos amigos se podía decir.

–¿Estás bien? ¿Te han hecho mucho daño? Discúlpales, a veces no saben qué hacer y…

–Se divierten pegando a los idiotas como yo.

–No eres idiota –parpadeaste algo sorprendido por mi tono–. Y bueno, la inteligencia de ellos no es que dé para más, pero bueno… –te encogiste de hombros en un movimiento sutil y grácil–. Al menos la poca inteligencia que tienen lo compensan bailando bien.

–¿Bailas con esos bellacos? –te lancé una mirada bastante suspicaz. Nunca había que tú tendrías trato con aquel tipo de estudiante.

–Sí –soltaste una suave carcajada, permitiendo que pudiera observar mejor tu sonrisa–. En realidad son buenos tipos cuando se les conoce y sabes cómo tratar con ellos.

–Lo que tú digas –bufé. Claro, contigo nunca se hubieran atrevido a meterse.

–Por cierto, ¿cómo te llamas?

Te miré directamente a los ojos, dolido, pero no lo notaste. No me habías reconocido. Ni siquiera te acordabas de mí. Luego me di cuenta de que me había atrevido a mirarte directamente y empecé a enrojecer y a ponerme nervioso.

–Me llamo Kim Hee Chul, voy al mismo curso que el tuyo, pero yo voy al A. Encantado de poder conocerte por fin, Lee Hyuk Jae –vomité sin más preámbulos.

Seguiste mirándome y pude ver una pizca de curiosidad en tus ojos.

–Conque eres de mi curso, eh…

Aquello delataba que ni siquiera habías reparado en mí durante aquel tiempo. Sentí la decepción y la vergüenza crecer en mí, mi cara se puso roja y me aún más nervioso.

–Bueno, creo que ya he hecho demasiado el ridículo. Adiós –solté rápidamente antes de girarme y avanzar fuera de aquel espantoso lugar.

–¿Qué? ¿Cómo? ¡Espera…!

Seguí caminando todo lo deprisa que pude, sin mirar atrás. No quería verte ni un segundo más. Mi plan de acercarme a ti en el momento adecuado se fue al traste. Noté que me sujetaste del brazo y te pusiste delante de mí.

–Espera. Ya sé quién eres. Sí, el tipo que se tropezó conmigo en mi primer día de clases. El que iba escuchando música estridente.

–No era música estridente –protesté automáticamente–. Además, ese no era yo.

–Claro que eras tú, lo recuerdo perfectamente.

Claro, perfectamente.

–¿Ah sí? ¿Y por qué? –crucé los brazos sobre mi pecho, poniéndome a la defensiva.

–Porque nunca olvido una cara tan bonita como la tuya –sonreíste como si tal cosa.

Terminé como un tomate maduro, orejas incluidas, y me dije a mí mismo que había tenido suficiente humillación, así que salí literalmente corriendo del recinto del instituto.

Como estaba tan avergonzado por aquel episodio, tardé en darme cuenta de que a partir de entonces eras tú quien me observabas a mí. Sentías curiosidad por mí, siempre me decías. Cada vez que lograba pillarte con tu mirada puesta en mí, me ponía nervioso y no podía evitar sonreír con timidez. Entonces tú también dibujabas una sonrisa en tus labios y sentía que mi pulso me iba a matar.

Fuiste tú quien dio el primer paso para conversar. Estaba sentado en mi sitio habitual durante la hora del almuerzo. Te había seguido con la mirada durante un rato y luego simplemente ya no te vi más, así que decidí aislarme en mi mundo durante un rato y empecé a ver anime en el móvil con los cascos puestos.

–¿Qué miras?

Me asusté tanto que a punto estuve de estrellar el móvil contra el suelo.

–Perdona, veo que te he asustado –te miré y ahí estabas con tu perfecta sonrisa.

–No pasa nada… –tartamudeé porque aún llevaba el susto encima.

Y también porque me estabas hablando a mí. Precisamente a mí. A un nerd. Seguiste insistiendo con la mirada para ver qué miraba y te enseñé la pantalla del móvil.

–¡Vaya…! ¡Si ves anime…!

Por un lado me dejaste asombrado al llamarlo de la forma correcta y por otra me asusté un poco, seguramente te parecía raro por ver dibujos animados a mi edad.

–Sí… –murmuré algo desanimado.

–Yo también veo –comentaste con alegría.

–¿Ah sí? –seguramente mis ojos se iluminaron de la alegría y la sorpresa que me daba saber aquello.

–Sí. Ahora mismo estoy viendo One Piece, sé que es muy conocido, pero bueno… ¡Es que la serie nunca acaba…! –dejaste salir tu carisma y solté una suave carcajada.

Empezamos a charla y no paramos hasta que nos vimos obligados a irnos cada uno a su clase. ¿Lo recuerdas? Estuve con un humor muy bueno durante todo el día. Y más que lo estuve cuando al día siguiente me encontraste para darme los buenos días y quejarte sobre que tenías sueño.

Poco a poco nos volvimos inseparables. Al principio era al reticente con ser más abierto, pero con el tiempo empezaste a ver cómo era en realidad mi personalidad: una montaña rusa. Descubrí aún más que tú eras totalmente lo opuesto a mí. Eras calmado y más reflexivo a la hora de decidir, no eras tan impulsivo como yo. Te convertiste en el único amigo verdadero que tuve en la adolescencia.

–Oye Lee –escuché la voz de uno de los miles de amigos que tenías–. ¿Cómo es que veo enganchado al bicho raro de Kim a tu culo como un perrito faldero? ¿No te molesta que esté siempre siguiéndote?

Me quedé en silencio sin delatar mi posición. Estaba a punto de reunirme contigo cuando empecé a escuchar a aquel chaval hablar sobre mí, así que decidí no dejarme ver.

–¿Por qué dices eso? –te escuché decir con amabilidad.

–¿Y por qué no? Siempre le vemos a tu lado. ¿Acaso le estás haciendo chantajes o soportas su presencia por simple pena? –su tono tenía un deje divertido por lo que estaba diciendo.

La palabra pena se me clavó en la mente tan fuerte que no pude evitar que me doliera. ¿Tan duro era verme conmigo? ¿De verdad era tan pardillo como para crear aquella reacción por parte de todos? ¿Por qué? Yo no había hecho nada malo a nadie. No me metía en problemas ni los buscaba. ¿Qué había hecho para merecer aquel trato? Me encogí un poco por aquel torrente de pensamientos que me estaba golpeando.

–Ni le chantajeo ni me da pena. Él es mi amigo te guste o no, ¿estamos? –pronunciaste con calma, sin alterar tu voz–. Puede que no te caiga bien él, pero a mí sí y si quiero salir divertirme con él por ahí entonces lo haré. Aprecio tu opinión, pero con todo el respeto del mundo, no eres quiñen para decirme qué debo o no de hacer.

No escuché nada más porque simplemente me fui de allí sin que nadie se percatase, como siempre. Para todo el mundo yo no era nadie. ¿Qué hacías tú pasando el rato con alguien como yo? Yo tampoco me lo explicaba. Nadie lo entendía. Como no te cogía las llamadas que me hacías, te personaste personalmente delante de mi casa, gritándome que no te ibas a ir hasta que habláramos. Hacías tanto ruido que tuve que subirte hasta mi cuarto a empujones para que te quedaras callado.

–¿Por qué no has aparecido hoy?

–No he podido –esquivé tu mirada.

–¿Y por qué no me has avisado? Podría haber ido a tu casa a pasar el rato.

–No he estado en casa.

–Ah, bueno, ¿y qué quieres hacer mañana? Es sábado y por fin tendremos algo de descanso.

–No puedo quedar, lo siento.

–¿Por qué no? –pude notar la sorpresa en tu voz.

–Tengo que estudiar para un examen.

–Pues te ayudo y así repaso también –te sentaste ágilmente en mi cama mientras me mirabas con una de tus encantadoras sonrisas.

–No, no vengas. Prefiero estudiar solo.

La sorpresa se tintó en tu cara. Desde que éramos amigos siempre nos ayudábamos a estudiar para los exámenes. Seguramente no entendías el porqué del cambio tan radical.

–Vale… Te noto algo raro… ¿Ocurre algo?

–¿Por qué eres mi amigo? –no pude evitar preguntar–. ¿Por qué sigues hablándome si sabes que todo el mundo me ignora y no caigo bien a la gente?

–Porque así te puedo tener para mí solo –alzaste los hombros como si nada–. Compartir no es mi fuerte desde nunca.

No entendía por qué estabas haciendo gracias en aquel momento. Seguramente no viste que estaba tocando un tema sensible para mí.

–Dime por qué.

–Porque a diferencia que los demás, yo he sabido ver más allá de tu coraza externa y he podido descubrir a una persona maravillosa. Esos tipos no valen la pena si no saben apreciar a un tesoro como tú.

–¿Estás seguro de lo que dices? ¿Seguro que no lo dices por pena?

Tu semblante cambió un poco y probablemente ya supiste que había escuchado toda la conversación con aquel chico.

–Créeme que no lo hago por pena –contestaste con un tono serio y la sonrisa ya no estaba en tu rostro.

–¿Y por qué debería creerte? Eres un chico popular, eres famoso en el instituto, caes bien a todo el mundo. ¿Por qué un chico de tu calaña iba a tener amistad con un nerd como yo, eh?

Me miraste durante unos segundos que se me hicieron eternos esperando tu respuesta. Con una parsimonia que hizo que me pusiera nervioso, te levantaste de la cama y te pusiste justo delante de mí, mirándome directamente a los ojos, enfrentándome. Te miré como pude, intentando aguantar tu intensa mirada.

–Porque ha sido el chico nerd y no otro quien ha conseguido atraparme entre sus redes y enamorarme…

Fue tan solo un suave susurro, pero suficiente como para que mi corazón latiera con violencia.

–No juegues conmigo, no estoy para bromas… –logré articular.

Tú eras muy dado a hacer aquel tipo de bromas de carácter amoroso. Siempre me ibas soltando que me querías y que te parecía muy guapo, bonito, precioso y todo tipo de adjetivos que se te podían ocurrir. Más de una vez lo hiciste alzando la voz en medio de la calle atestada de gente. A veces me daba vergüenza ajena ser tu amigo.

–No miento… –acariciaste mi mentón con la yema de tu dedo índice.

Sentí una descarga eléctrica por todo mi cuerpo. Ya me habías rozado antes, pero en aquel momento lo sentí muy diferente. Era algo más íntimo, de otra índole. Nuestras miradas seguían conectadas y yo no podía romper el contacto visual. No me daba cuenta de que cada vez estábamos más cerca el uno del otro. Rozar y sentir tus labios de terciopelo hicieron que mi corazón y mi cuerpo se estremecieran completamente. Fue tan solo un simple roce de labios y ya me había descolocado entero. El beso me había parecido precioso, dulce y simple. También cabe decir que fue mi primer beso con alguien. Poco tardé en hacer que nuestros labios se unieran en otro más largo. Y en otro. Y en otro. Y en mucho más hasta que perdí la cuenta.

Me sentía súper feliz. Parecía como si hubiese muerto y hubiese ido a parar al cielo o a un sueño del que no quería despertar nunca más. Entre los dos decidimos llevar nuestro idilio en secreto, alejado de cualquier boca ajena que pudiera cuchichear demasiado.

Tú hiciste que pudiera soportar con mayor alegría nuestra última etapa de la secundaria. Y que consiguiera vivirla como nunca lo había hecho antes. Pude ver cómo conseguías convertirte en un prodigio de la danza y cómo tus logros eran reconocidos nacionalmente. Sí, me sentía muy orgulloso de saber que mi novio era un talentoso joven bailarín.

–¡Me han dado una beca…! –gritaste alegremente nada más llegar a mi cuarto.

–¿Qué? –chillé poniéndome de pie de un salto y con la emoción subiéndome por la garganta–. ¡Espero que no me estés haciendo una broma pesada…!

Sacaste con mucha ansia un papel y me lo pusiste delante de las narices. Lo cogí con el corazón en un puño y empecé a leer. Grité y tú me seguiste. Los dos gritamos y me abrazaste alzándome mientras reprimías una sonora carcajada al besarme.

–¿Y dónde está esa academia? –pregunté cuando dejaste de dar vueltas conmigo entre tus brazos.

–En Estados Unidos…

Fue como un jarro de agua fría y mi ánimo fue decayendo estrepitosamente. ¡Al otro lado del planeta te ibas a marchar!

–¿A Estados Unidos?

–Sí… Es lo único malo, que no podrás estar a mi lado…

No supe qué decir en ese momento. Me dejé caer en la cama y miré hacia el techo. Me alegraba muchísimo por ti, de verdad, pero en ese momento no paraba de pensar qué sería de mi vida sin ti. Ya no ibas a estar a mi lado hasta que terminaras tus estudios de danza y yo me iba a una universidad nacional. Gente y lugar nuevo. Iba a estar de nuevo solo y sin nadie con quien hablar. Vi la perspectiva de mi inminente futuro muy negro.

–Cariño… –sentí tu peso a mi lado.

–Si me vas a dejar ahora, hazlo y rápido.

–¿Por qué dices eso? Pues claro que no te voy a dejar, ni mucho menos.

–Te marchas… Me dejas solo… Te vas como todos los demás…

Sabía que estaba siendo muy egoísta.

–Cariño, mírame, por favor… –te miré con la garganta llena de angustia–. Aunque estemos separados por un océano, mi corazón seguirá ahí y te pertenece. No importa lo lejos que esté, siempre volveré a ti…

–¿No me dejarás…? –me costó hablar.

–No…

–¿Me lo prometes…?

–Te lo juro por lo que más amo en esta vida, es decir, tú…

Y para sellar aquel juramento, me besaste. Y para sellar que nuestro amor iba a ser invencible, nos convertimos en verdaderos amantes…

–¿Ya estás?

Doy un respingo y me doy la vuelta.

–Sí, ya iba –sonrío saliendo de la habitación.

Termino de arreglarme delante del espejo. Supongo que esta noche va a ser una noche larga.

–¿Listo…?

Un cosquilleo me recorre la espalda y me giro para encararte. Y ahí estás, tan guapo con tu sonrisa. Tan perfecto. Tan tú.

–Por supuesto –sonrío.

–Pues vamos a enseñarles quién es ahora Kim Hee Chul… –tu sensual susurro cerca de mi oído hace que me estremezca de pies a cabeza.

Asiento y los dos salimos de nuestra casa. Ya es la hora de enseñarles a los palurdos de nuestro curso que, veinticinco años después de nuestra graduación, aún sigue a mi lado el hombre más perfecto de todo el universo. Lee Hyuk Jae, mi marido.


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).