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Artahone: la noche en que nació el caos. por Elbaf

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Notas del capitulo:

¡Estoy de vuelta!

Por fin pude actualizar en el día en que dije que lo haría, jeje.

Bueno, a partir de ahora, creo que volveré a publicar regularmente, todo depende de cómo me esté yendo mi fic AcexOc, que es un poco más complicado de escribir para mí.

Espero que os guste, se está alejando un poco de la idea que tenía originalmente para el fic, pero ya lo tengo todo más o menos pensado.

¡Nos volvemos a leer pronto!

Os ailoviu <3

Marco cayó de rodillas al suelo, con los ojos empapados en lágrimas. Era él, no había duda. No podía haberla, reconocería esa silueta y esa voz entre todas las personas del mundo.

Ace.

Su Ace.

Por fin.

Aunque había tenido que pagar un precio muy, muy alto por volver a verle, ahí estaba. De pie, frente a él, tan lleno de energía y fuerza como él lo recordaba.

Pero Ace no le miraba a él, no porque no quisiera, pues se moría de ganas de hacerlo, sino porque se había enzarzado en una acalorada discusión con Caronte y no parecía que fuera a acabar bien.

- Ese hombre – rugió Caronte, señalando a Marco – Ha cometido uno de los mayores actos de cobardía del mundo. Y no merece navegar en el Knox.

- Eso no te corresponde a ti decidirlo – dijo alguien a espaldas de Ace. El pecoso ni siquiera necesitó girarse para saber quién era el dueño de aquella voz. Sonrió enseñando los dientes y hasta Caronte se echó ligeramente hacia atrás.

El pobre Marco sintió que su pecho se rompía de pura felicidad al descubrir a Edward Newgate, a su padre, tan imponente como siempre, pararse tras Ace, en un claro gesto de apoyo. Y, tras él, un montón de hombres que había conocido en vida, aunque a algunos los recordaba mejor que a otros.

Estaba Kozuki Oden, Fisher Tiger, el mismísimo Gol D. Roger y…

- Marco, Marco… ¿En serio? ¿La katana de Fossa, atravesándote el pecho? Siempre fuiste un maldito dramático – se carcajeó un hombre que le miraba con cariño, como si llevase años esperando por volver a verle.

- … - los labios de Marco se movieron, pero de su boca no salió palabra alguna.

- ¿No me digas que ya te habías olvidado de mí, Piña Colada?

Marco sonrió, negando con la cabeza y limpiándose las lágrimas. ¿Cómo iba a olvidarse de su mejor amigo? Simplemente eran demasiadas cosas que procesar en ese momento. Se puso en pie como pudo, pero en cuanto hubo dado un par de pasos la voz grave de su padre le mantuvo en el sitio.

- Deja que nosotros nos encarguemos de esto, hijo mío. Pronto volverás a estar donde perteneces.

Marco no entendió el motivo, pero obedeció la orden de su padre, como había hecho durante todas las décadas que había estado a su lado. Contempló atónito como, tras Caronte, salían otras figuras igualmente conocidas para él, pero en absoluto bienvenidas.

Podía ver a antiguos piratas de Doflamingo como Monet, o Vergo. También a Charlotte Opera, hijo de Big Mom, que fue asesinado por su propia madre en un ataque de hambre. Incluso uno de los piratas de Kaido, Sheepshead. Pero había uno más, uno que parecía mirar de forma especialmente rabiosa a Ace.

- Mira a quién tenemos aquí… - canturreó el hombre.

- Vaya, no sabía que en el Érebo aceptasen mascotas… - respondió Ace.

- Maldito niñato… Por tu culpa y la de esos imbéciles de tus hermanos estoy aquí.

- Si vuelves a hablar así de Luffy o de Sabo ten por seguro que acabarás muerto de verdad.

- No si soy yo quien te mata primero… - gruñó el hombre, ajustándose unos guantes con pinchos en las manos.

- No pudiste matarme cuando tenía diez años… Vas a poder hacerlo ahora, Porchemy.

- ¡Suficiente! – tronó una voz femenina desde el Knox. Éleos, su capitana, hacía acto de presencia en cubierta – No puedes llevarte el alma de este hombre, hermano. Me pertenece desde el momento en que nació.

- Sabes tan bien como yo que eso no es cierto. El destino no está forjado al nacer, él con sus acciones ha sido quien ha comprado un billete para mi barco.

- ¡¡Un solo acto cuestionable no condena toda una vida de honor!! – gritó Ace, colérico hacia Caronte.

- Llevas en este mundo muy poco tiempo, chico. Las cosas funcionan así. Quitarse la vida es el mayor acto de cobardía que un hombre puede llevar a cabo. Marco “el fénix” se viene conmigo y ni tú ni nadie podrá hacer que eso cambie.

Los ánimos se comenzaban a caldear. Marco miraba atónito la escena, sin entender prácticamente nada. A duras penas era capaz de seguir la conversación que estaban teniendo, pero había una cosa que tenía muy clara: las leyendas eran ciertas. Todas. Y eso implicaba algo más: su espíritu estaba ahora ahí, junto a los de todas las personas a las que había querido en vida. Pero eso, incluso en estas circunstancias podía cambiar. Y el cambio sería para peor, para mucho peor.

Ace se lo había dicho al tal Porchemy. Había algo que solían llamar muerte real. En las leyendas, al morir tu espíritu iba a uno u otro barco, pero luego, había otro plano más, uno terrible y en el que nadie quería siquiera pensar: La Nada. Si tu espíritu perdía lo que le unía a este mundo, acabaría perdido en un limbo en el que no había nada. En el que se dejaba de existir, para siempre.

Y, para Marco, la sola idea de que Ace, Shirohige o Thatch pudieran acabar en La Nada le aterraba más que cualquier otra cosa. Por eso, se armó de valor, tomó aire y dio un par de pasos al frente.

- Iré contigo – le dijo a Caronte.

- ¿Qué? ¡¡Nada de eso!! – gritó Ace – No vas a subir a ese barco, ni en un millón de años.

- ¿Qué sucederá si no lo hago, Ace? ¿Qué sucederá si decido ignorar mi destino e irme con vosotros? ¿Nos enzarzaremos con Caronte en una pelea a muerte hasta el fin de los tiempos? ¿O hasta que vuelva a perderte, ahora sí, para siempre?

- ¡¡No digas tonterías!! ¡¡No vamos a…!!

- Ya os dejé ir una vez – dijo alzando la mano – No va a volver a suceder.

- Pero… ¿no te das cuenta de que si haces eso no…? No volveremos a vernos… - dijo bajando la voz, escondiendo los ojos bajo el ala de su sombrero.

- Pero sabré que estás bien – dijo sonriendo – Y sabré que, quizá, en un futuro, volvamos a tener aunque sea un momento para nosotros. Eso es suficiente para mí.

- Hijo… ¿Estás seguro de esto? – preguntó Shirohige, poniendo la mano en el hombro de Ace, que parecía que iba a saltar del barco en cualquier momento.

- Lo estoy, padre.

- ¿Eres consciente de a dónde vas? – volvió a preguntar.

- Lo soy. De verdad. Para mí ha sido suficiente regalo poder ver que estáis bien y que estáis juntos. Eso ya me hace feliz.

- Si esa es tu decisión… - murmuró el hombre, con aspecto derrotado.

- Una cosa más, padre… - Shirohige cruzó los ojos con los de Marco y vio que su hijo le sonreía con cariño – Cuida de él, ¿sí? No dejes que se meta en muchos líos… - su padre soltó una risa y asintió, presionando con suavidad el hombro del pecoso.

- Descuida, Marco. Aquí está a salvo.

El rubio asintió por última vez y se giró hacia el Érebo, dispuesto a afrontar su destino, por cruel e injusto que este fuera.

Ace se quedó quieto, sin que ninguna palabra pudiera abandonar sus labios, que mantenía en una fina línea, en un claro gesto de pura frustración.

Caronte sonrió, satisfecho, y una pasarela cayó desde la cubierta del navío hasta los pies de Marco, que comenzó a subirla con paso cansado. En cuanto puso un pie sobre la madera, se dio cuenta de que a cada paso que daba, sentía cientos de cuchillas clavarse en la planta de sus pies y se preguntó si esa era una de las torturas reservadas a los tripulantes de ese barco maldito.

Sin embargo, a pesar de que dolía, le sorprendió darse cuenta de que era un dolor bastante soportable. Supuso que tendría que ver con su fruta.

Cuando estuvo arriba, ignoró a todas las personas que se acercaron a saludarle y se subió a la barandilla de proa. Justo frente a ellos seguía el Knox, con Ace en el mismo lugar que Marco, sentado, sin apartar la vista de él, con los ojos empañados en lágrimas.

- No vas a quedarte ahí por siempre – dijo el pecoso con un sollozo – Volveré a por ti. Encontraré el modo, ¿me oyes? – Marco sonrió con tristeza y asintió.

Los barcos retomaron el rumbo y comenzaron a alejarse.

- ¡Por cierto, Ace! – dijo alzando la voz, para que pudiera oírle. El chico alzó la cabeza y le miró, con la esperanza en los ojos de que hubiera cambiado de idea. Pero Marco solo le guiñó un ojo antes de volver a hablar - ¡¡Feliz cumpleaños!!

Ace sonrió, dejando que las lágrimas cayeran por su rostro. Le dio las gracias, pero Marco ya se encontraba lo suficientemente lejos como para no ser capaz de oírle.

Aquella noche la alegría en el Knox brillaba por su ausencia. Nadie sonreía, nadie comía ni bebía. Nadie hablaba. Ace se encerró en su habitación y ni siquiera Thatch había logrado convencerle para salir de ahí.

- Tiene que haber algo que podamos hacer… - dijo el hombre del tupé, mientras se servía una jarra de cerveza en el comedor, por aparentar, pues no tenía intención de dar ni un sorbo.

- No tenemos muchas opciones – dijo Shirohige – Marco no quiere estar ahí, pero está evitando un enfrentamiento directo. No es que lo comparta, pero entiendo por qué lo hace. Y, si Caronte le quiere en el barco, hará lo imposible por mantenerle ahí. Y nada ni nadie podrá hacerle cambiar de opinión, me temo.

- En realidad, hay alguien que sí puede – dijo Roger, dando un paso al frente. Todos se giraron a mirarle – Es cierto que es arriesgado y que probablemente no nos haga caso, pero…

- ¿A qué narices estamos esperando entonces para ir a buscar a ese alguien? – gruñó Ace entrando como un huracán en la sala.

- Hijo, no es tan sencillo…

- Yo no soy tu hijo, Roger – murmuró con la voz grave – Solo tengo un padre y ese no eres tú – al otro lado del comedor, Roger casi rueda los ojos al ver a Edward Newgate inflar su pecho con orgullo igual que un pavo – Si esa va a ser tu aportación, deja a los que aún tenemos ganas de salvar a Marco que pensemos con tranquilidad.

- A mí tampoco me gusta que esté ahí, Ace. Simplemente señalo que es arriesgado y que, si nos sale mal el sacrificio de Marco habrá sido en vano – respondió Roger, dejándose caer pesadamente en uno de los bancos.

- El sacrificio de Marco ya está siendo en vano. Está sufriendo algo horrible por una estupidez. ¡Caronte tendría que entenderlo!

- No es que lo entienda o no, hijo – respondió con serenidad Shirohige – Pero el alma de Marco es un espíritu fuerte, muy poderoso. Y sabes tan bien como yo que el Érebo tiene muchas almas a bordo, pero pocas valen realmente la pena. Que Caronte le mantenga con él va a ser su prioridad principal.

- ¿De quién estabas hablando antes, Roger? – preguntó Thatch, que se había mantenido al margen, pero escuchando, hasta el momento. Roger sonrió en una mueca muy similar a la que ponía Ace antes de entrar en combate.

- De Jack – con la simple mención de su nombre el resto de los piratas sintieron un escalofrío recorrer sus espaldas.

- ¿Jack? – repitió Thatch, como si hubiera dicho una palabra muy, muy fea - ¿El dios de los piratas? – Roger asintió – Ah, muy bien. Perfecto. Voy a por mi denden mushi, seguro que le pillo conectado.

- ¿¡Tienes el denden mushi del dios de los piratas!? – exclamó Ace, sorprendido. Su amigo rodó los ojos.

- ¡¡Por supuesto que no lo tengo!! ¿Cómo narices vamos a hablar con el dios de los piratas si ni él mismo sabe dónde está?

- ¿Cómo diantres no va a saber dónde está, Thatch?

- Porque su isla se mueve – respondió Roger – Jack vive en Tortuga. Una isla imposible de encontrar, excepto para los que ya saben dónde está.

- Me estáis jodiendo – dijo Ace con dramatismo – Me tenéis que estar jodiendo. ¿Es que no hay una puta cosa normal después de morirte? ¡Como si no fuera suficiente putada estar muerto!

- Tranquilízate, Ace – susurró Roger – Daremos con Jack y podremos rescatar a tu amigo.

- ¿A qué amigo? – preguntó, confuso.

- A Marco – respondió Roger, como si fuera lo más obvio del mundo.

- ¡Marco no es mi amigo!

- Ah, ¿no? ¿Entonces…?

- Es mi pareja – a Roger se le secó la boca. El resto de los presentes observaban la escena con curiosidad. Incluso para alguien que no supiera la relación que había entre ellos, como era el caso de Roger, resultaba más que evidente que era algo más fuerte que una simple amistad. Pero el antiguo Rey de los Piratas parecía no entender del todo lo que le estaban diciendo.

- ¿Tú y él…?

- Ajá.

- ¿Él y tú…?

- Sí.

- ¿Vosotros dos…?

- Eso he dicho – Ace empezaba a impacientarse.

- ¿Marco es mi yerno? – dijo algo confuso, mientras un puñetazo de Ace se plantaba en su cara.

- ¡¡¡Que no soy tu hijo!!!

 

Mientras tanto, en el Érebo…

Marco entró con paso lento y su habitual expresión de indiferencia en el comedor. Había estado ignorando al resto de los tripulantes con bastante éxito, pero era la hora de la cena y su suerte estaba por agotarse.

Se sirvió un plato humeante de algo que tenía una pinta y un olor estupendos y se sentó en una de las mesas. Para su desgracia, era la misma en la que estaban hablando Porchemy y Vergo y no precisamente en voz baja.

- Ese estúpido crío… - Marco dejó la cuchara en el aire y observó al pirata que había discutido con Ace unas horas antes, de reojo – Si no hubiera sido por él, Bluejam no me habría matado. La próxima vez que le vea…

Pero lo siguiente que supo es que estaba con la espalda pegada en la mesa y la mirada iracunda del rubio sobre sus ojos, que le taladraba con tal instinto asesino que casi le hizo mearse en los pantalones.

- Si tocas una sola de sus pecas, te juro que acabaré contigo y con todo lo que alguna vez te haya importado, esté en el mundo que esté – rugió en voz baja, pero lo suficientemente alto como para que todos los que estuvieran a su alrededor tomaran nota de que nada ni nadie debía tocar a ese chico si no querían un destino incluso peor que el que ya estaban viviendo. Porchemy asintió, temblando – Buen chico.

Le soltó con desprecio y se volvió a sentar, aparentemente tan calmado como estaba cuando había llegado. Pero, cuando se llevó una cucharada del estofado que se había servido a la boca, estuvo a punto de escupirla de vuelta. Tenía buena pinta y olía genial, pero, definitivamente, el sabor no acompañaba.

- ¿Quién coño ha cocinado esto? – dijo bebiendo un trago de agua, que, para su sorpresa estaba sorprendentemente caliente.

- Da igual quién lo cocine, no es porque esté mal hecho – respondió Vergo, que era el único en su mesa que parecía haber aguantado el aura destructiva de Marco con cierta dignidad – Todo lo que hay en este barco sabe a podrido, como si se estuviera corrompiendo.

- Hombre, yo no diría tanto… - dijo Marco alzando una ceja – Está malo, pero tanto como podrido… La comida de Thatch en un día de resaca sí que sabía a podrido – soltó una risa él solo, recordando momentos mejores. Luego, se giró a mirar los platos de los demás, que estaban casi sin tocar – Si tan malo está, ¿por qué os lo coméis? – Vergo se encogió de hombros.

- Es mejor que nada. ¿No has oído nunca eso de “a buen hambre no hay pan duro”? Puedes estar algún día sin comer, pero antes o después tu apetito será tan grande que acabarás comiendo algo. Pasa lo mismo con el agua.

- ¿Por eso está caliente? – dijo girando el vaso en su mano, frío al tacto. Vergo asintió.

- Se supone que cada vez que baje por nuestra garganta tiene que estar hirviendo… Es casi imposible beberla. Aunque a ti no te veo muy disgustado… - el rubio se encogió de hombros.

- Supongo que es por mi fruta. Tampoco me parece insoportable el dolor al andar.

- No es por tu fruta – dijo una voz en la mesa de al lado.

Marco se quedó helado al ver quién estaba hablando. Era un hombre tan alto como él, con el pelo negro, largo y alborotado. No sabía por qué, ya que solo había escuchado de él en boca de otros y nunca le había conocido, pero estaba totalmente seguro de quién era ese hombre. Un pirata tan fuerte que hicieron falta las fuerzas de Roger y Garp para derrotarle.

Rocks D. Xebec.

El antiguo capitán de los Piratas Rocks.

El antiguo capitán de su padre.

Marco palideció levemente y trató de fingir indiferencia de nuevo.

- Si no es por mi fruta… ¿por qué diablos es, entonces? – Rocks sonrió.

- Porque tú no deberías estar aquí. El barco no te quiere aquí y no mereces este destino, pero no puede evitar que la maldición te golpee, también. Así que solo la suaviza.

- Si no debería estar aquí y el barco no me quiere, ¿por qué estoy teniendo esta conversación contigo, a bordo?

- Porque hasta el mejor de los barcos obedece las órdenes de su capitán. Y el Érebo no es la excepción. De cualquier modo, le pese a Caronte lo que le pese… Tú no vas a estar mucho tiempo aquí.

- ¿Qué quieres decir con eso? – dijo a la defensiva. Ese hombre sería un pirata fuerte, pero Marco no se dejaría vencer tan fácilmente.

- Calma, pajarito – respondió Rocks, sonriendo – No tengo intención de pelear contigo, pero… conozco a aquel a quien llamas padre. No es un hombre que se rinda fácilmente. Si hay alguna mínima posibilidad de que regreses al Knox, la encontrará. Además, tengo entendido que no es la clase de hombre que deja tirado a un hijo, ¿no?

- Jamás – soltó con orgullo.

Se levantó de la mesa, recogió sus cosas y se fue al que sería su camarote a partir de entonces. Era compartido con muchas más personas, pero eso no le importó. Las palabras de Rocks estaban clavadas en su mente y, por un momento, se permitió saborear la dulce esperanza de volver al lado de su familia. Al lado de su padre.

Al lado de Ace.

Notas finales:

Pronto, pronto, leeré todo lo que tengo pendiente, dejaré los reviews correspondientes (que siempre se agradecen mil) y responderé a los que tengo pendientes.

¡Nos leemos!

Os ailoviu. <3


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